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El negocio del victimismo

En el año 2007, cuando todos creían que en España se ataba a los perros con longanizas, empecé a
sospechar que la situación no era normal. Personas que ganaban el mismo sueldo de siempre
decidían comprar casas cuyo precio sólo unos pocos años atrás les habrían parecido una locura. Pero
la locura colectiva les cegaba y la mayoría caía en esa trampa debido a la presión social, porque
“había que invertir”. Decidí indagar un poco en internet y observé que había otros que, como yo,
empezaban también a darse cuenta de que algo no estaba bien; eran los “burbujistas”, personas que
pensaban que se estaba produciendo una burbuja inmobiliaria cuya explosión sería sólo cuestión de
tiempo. Esta perspectiva era ridiculizada y menospreciada por su contraparte, los “nuncabajistas” que,
como su nombre indica, pensaban que el precio de la vivienda nunca bajaría, y era la gran mayoría.
Entonces la burbuja explotó en la cara de todos y, como en el juego de las sillas, muchos se
quedaron sin nada cuando paró la música.

Ahora estamos asistiendo a una nueva burbuja: el victimismo. No es que el victimismo haya
aparecido ahora de repente en nuestra sociedad, sino que se ha descubierto que puede mover
cientos de millones de euros a través de subvenciones y la financiación de diferentes movimientos
sociales. Cuando se alude a los instintos más básicos y primarios, como pueden ser el deseo sexual, el
miedo o la creencia en la injusticia, las emociones más irracionales empiezan a moverse y a producir
un “efecto rebaño” que busca fagocitar a todo aquel a quien toca, queriendo hacerle a la fuerza parte
de ese movimiento, si es que el desprevenido no quiere encontrarse de pronto formando parte del
“bando contrario”, socialmente repudiado por el pensamiento único que le dice al individuo qué es lo
que está de moda pensar ahora.

En este sentido, el feminismo manufacturado por las cabezas pensantes situadas en puestos de
influencia y poder ha encontrado una nueva vuelta de tuerca en la frase “divide y vencerás”,
introduciendo en la sociedad el virus que, utilizando un enfoque a priori lícito y sensato, (esto es, que
los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos, y que cualquiera mínimamente cuerdo
firmaría sin dudar), se auto otorga también de forma arrogante la función de pretender determinar
cómo debe ser el posicionamiento de quien acepta este precepto, so pena de que, en caso de no
hacerlo tal como se dicta, pase a formar parte del horrible mundo de los hombres desconsiderados y
maltratadores por un lado, o de las mujeres machistas y complacientes por otro.

Y como todo rebaño necesita de una manada que lo justifique, esto produce una situación que da
lugar a manadas y rebaños enfrentados. Cualquiera que entienda mínimamente de manipulación de
masas o ingeniería social sabrá aprovecharlo para sus propios fines, como así está ocurriendo. Si en
una situación tumultuosa y enardecida en la que se busca un culpable “ahí afuera”, a alguien se le
ocurre señalar a otro, lo más probable es que la presión grupal haga a los individuos comportarse
como bestias y linchen al señalado, cosa que seguramente no harían si no estuvieran bajo el influjo
de la masa y su deseo de pertenencia al clan para buscar sobrevivir. Esta cuestión instintiva está
siendo alimentada por el feminismo beligerante y violento, a través de los partidos políticos y los
medios de comunicación. Una vez implantado, el virus o programa mental funciona solo,
transmitiéndose de una mente perezosa a otra, sin que pase por el filtro de la más mínima reflexión u
observación. La mente quiere abalanzarse sobre algo o alguien, y si además ese linchamiento está
avalado por la masa vociferante, aún pareciera estar más justificado. No importa que se deje de lado
cualquier mínimo esfuerzo de ser responsable y no ver victimismo, o dicho en otras palabras, la falsa
empatía del ego. El pastel es demasiado suculento como para dejar pasar la oportunidad de
atiborrarse de él. En todo caso, y quizá para mitigar esa punzada molesta que produce otra Voz más
profunda y serena, se hace una búsqueda superficial que pretende ser una reflexión o autocrítica,
pero en seguida se busca otra vez afuera para ver qué es lo que los demás piensan, y como siempre
se encuentra lo que se está buscando, aparecen infinidad de “razones” que justifiquen la sinrazón.

Estamos en tiempos de la nueva burbuja del victimismo que, como en la anterior ocasión, cuando
explote, muchos se quedarán reflexionando sobre cómo fue posible que pudieran llegar a pensar así,
dónde estaba su capacidad de discernimiento, o quién pensó por ellos. Pero los que pensaban por
ellos estarán ya ideando su próxima estrategia, su nuevo pensamiento, tendencia o movimiento
social “de moda”, alimentándolo con nuevas manadas y nuevos monstruos que arrojar al circo
mediático, con todos los recursos económicos o de influencia social necesarios. No importa que se
ponga en duda el estado de derecho.

Cuando la histeria colectiva es la ley, la dictadura o pensamiento inquisitorio asoma por la puerta. De
pronto todo el mundo, en todas partes, parecerá haberse puesto de acuerdo para hablar en ciertos
términos, o de ciertas cosas que hasta ahora nunca habían hablado. Muchos lo llaman evolución
social o toma de conciencia, pero no se dan cuenta de que es simplemente manipulación. La presión
del pensamiento colectivo les hará querer formar parte de ello para no quedarse fuera, para no ser
señalados. Incluso se convencerán a sí mismos de que están interesados en lo que el grupo quiere
que piensen. Ahí estará, echándose un cubo de agua helada por encima porque “de pronto” la
enfermedad del ELA es lo más importante en su vida, poniendo la bandera del país de turno en su
perfil de Facebook cuando hay un atentado porque le hace más solidario y humano, (Facebook te lo
pone fácil y rápidamente pone a disposición de los usuarios la nueva consigna que vociferar para
pertenecer al grupo de “los socialmente aceptados”) o declararse feminista para hacer que el
sentimiento de aprobación social y pertenencia aumente, mitigando así el sentimiento de culpa,
ahora que ha demostrado al mundo que “es de los buenos”.

Estos grupos de poder que se encuentran detrás del feminismo, y de tantos otros “ismos”, no tienen
especial interés en el contenido que pretenden en ese momento alimentar, sino en las repercusiones
económicas y sociales que pueden lograr a través de ello. Cuando el propósito es únicamente el
beneficio económico y la ingeniería social, no importa que la familia, base estructural fundamental
del desarrollo de la mente, quede mermada o completamente desestructurada con ello. La influencia
de los medios de comunicación es en este caso fundamental para que lo disfuncional se normalice, lo
patológico se acabe aceptando, y es sólo cuestión de tiempo que el individuo, buscando una
identidad adaptada al entorno, altere todo su marco de referencia interno para adaptarlo al precepto
social de moda vociferado por los medios de comunicación de masas hasta la saciedad. Esto produce
tal presión, que si por cualquier razón la referencia interna se atreviera a aparecer en la conciencia
indicando que el pensamiento único de la masa colectiva no es el correcto, automáticamente sería
relegado de nuevo a las profundidades de las cuales surgió.

El pensamiento crítico, desapegado de cualquier tipo de visceralidad, necesita una base firme sobre
la que asentarse. Esto es precisamente lo que un entorno infantil funcional puede ofrecer. Y esto es
precisamente lo que se trata de evitar enfrentando a hombres y mujeres a través del adoctrinamiento
del feminismo actual, que monopoliza el victimismo y aspectos de la sociedad que efectivamente
deben corregirse, para generar conflictos inventados y hundir aún más la cuña en la relación entre
hombres y mujeres, de modo que la situación produzca más familias desestructuradas y, por lo tanto,
individuos más manipulables. Siendo la sanación de la relación entre hombres y mujeres fundamental
para el desarrollo y evolución de nuestra sociedad, es muy importante no caer en este tipo de
trampas que tienen como único propósito alejar más a unos y a otras de esa posibilidad.

Esta burbuja explotará, como tantas otras. Las consignas y las pancartas se guardarán en un cajón.
Los medios de comunicación inventarán nuevos monstruos. Los gritos, las pataletas y las muestras de
irresponsabilidad se acallarán y el trabajo por lograr sanar las relaciones entre hombres y mujeres
seguirá estando pendiente porque desde el victimismo y la irresponsabilidad sólo se puede alimentar
aún más la sensación de injusticia, cerrando así un círculo vicioso que sólo alimenta a los que
prefieren seguir quejándose porque todavía no quieren asumir su responsabilidad y ponerse a
trabajar donde realmente les corresponde. Andrés Rodríguez
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