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Qué es adorar

Es la relación connatural del hombre con Dios, de la creatura inteligente con


su Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo,
todos, las almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles, adoran a
Dios. Cada vez que adoramos nos unimos al cielo y traemos nuestro
pequeño cielo a la tierra.
La adoración es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás
pretendió tentarlo a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el
poder de este mundo si él lo adoraba. Satanás, en su soberbia de locura,
pretende la adoración debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura:
“Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás culto”.
Qué es la adoración eucarística
Es adorar a la divina presencia real de Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
en la Eucaristía.
Jesucristo, al comer la Pascua judía con los suyos, aquella noche en la que iba
a ser entregado, tomó pan en sus manos, dando gracias bendijo al Padre y lo
pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es mi
cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz de
vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los discípulos
dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la
Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por muchos para
el perdón de los pecados.”
Él dijo sobre el pan: “Esto es mi cuerpo”, y sobre el vino: “Esta es mi sangre”.
Pero, no sólo eso, agrego también: “Haced esto en conmemoración mía”. Les
dio a los apóstoles el mandato, “haced esto”, el mandato de hacer lo mismo,
de repetir el gesto y las palabras sacramentales. Nacía así la Eucaristía y el
sacerdocio ministerial.
Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias es
Jesucristo quien lo ha hecho y se hace presente su cuerpo y su sangre, su
Persona Divina. Porque Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero.
Siendo Jesucristo Dios y estando presente en la Eucaristía, entonces se le
debe adoración.

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En la Eucaristía adoramos a Dios en Jesucristo, y Dios es Uno y Trino, porque
en Dios no hay divisiones. Jesucristo es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y,
como enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente,
substancialmente presente en la Eucaristía.
La Iglesia cree y confiesa que «en el augusto sacramento de la Eucaristía,
después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y
substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la
apariencia de aquellas cosas sensibles» (Trento 1551: Dz 874/1636).
La divina Presencia real del Señor, éste es el fundamento primero de la
devoción y del culto al Santísimo Sacramento. Ahí está Cristo, el Señor, Dios y
hombre verdadero, mereciendo absolutamente nuestra adoración y
suscitándola por la acción del Espíritu Santo. No está, pues, fundada la
piedad eucarística en un puro sentimiento, sino precisamente en la fe. Otras
devociones, quizá, suelen llevar en su ejercicio una mayor estimulación de los
sentidos –por ejemplo, el servicio de caridad a los pobres–; pero la devoción
eucarística, precisamente ella, se fundamenta muy exclusivamente en la fe, en
la pura fe sobre el Mysterium fidei («præstet fides supplementum sensuum
defectui»: que la fe conforte la debilidad del sentido; Pange lingua).
Por tanto, «este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya
que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento, y se distingue de los
demás en que no sólo comunica la gracia, sino que encierra de un modo
estable al mismo Autor de ella.
«Cuando la Iglesia nos manda adorar a Cristo, escondido bajo los velos
eucarísticos, y pedirle los dones espirituales y temporales que en todo tiempo
necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está
bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su íntima familiaridad»
(Mediator Dei 164).
El culto eucarístico, ordenado a los cuatro fines del santo Sacrificio, es culto
dirigido al glorioso Hijo encarnado, que vive y reina con el Padre, en la
unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Es, pues, un culto que
presta a la santísima Trinidad la adoración que se le debe (+Dominicæ
Cenæ 3).

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La Eucaristía es el mayor tesoro de la Iglesia ofrecido a todos para que todos
puedan recibir por ella gracias abundantes y bendiciones. La Eucaristía es el
sacramento del sacrificio de Cristo del que hacemos memoria y actualizamos
en cada Misa y es también su presencia viva entre nosotros. Adorar es entrar
en íntima relación con el Señor presente en el Santísimo Sacramento.
Adorar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento es la respuesta de fe y de
amor hacia Aquel que siendo Dios se hizo hombre, hacia nuestro Salvador
que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros y que sigue amándonos de
amor eterno. Es el reconocimiento de la misericordia y majestad del Señor,
que eligió el Santísimo Sacramento para quedarse con nosotros hasta el fin
de mundo.
El cristiano, adorando a Cristo reconoce que Él es Dios, y el católico
adorándolo ante el Santísimo Sacramento confiesa su presencia real y
verdadera y substancial en la Eucarística. Los católicos que adoran no sólo
cumplen con un acto sublime de devoción sino que también dan testimonio
del tesoro más grande que tiene la Iglesia, el don de Dios mismo, el don que
hace el Padre del Hijo, el don de Cristo de sí mismo, el don que viene por el
Espíritu: la Eucaristía.
El culto eucarístico siempre es de adoración. Aún la comunión sacramental
implica necesariamente la adoración. Esto lo recuerda el Santo Padre
Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis cuando cita a san Agustín: “nadie
coma de esta carne sin antes adorarla…pecaríamos si no la adoráramos” (SC
66). En otro sentido, la adoración también es comunión, no sacramental pero
sí espiritual. Si la comunión sacramental es ante todo un encuentro con la
Persona de mi Salvador y Creador, la adoración eucarística es una
prolongación de ese encuentro. Adorar es una forma sublime de permanecer
en el amor del Señor.
Por tanto, vemos que la adoración no es algo facultativo, optativo, que se
puede o no hacer, no es una devoción más, sino que es necesaria, es dulce
obligación de amor. El Santo Padre Benedicto XVI nos recordaba que la
adoración no es un lujo sino una prioridad.
Quien adora da testimonio de amor, del amor recibido y de amor
correspondido, y además da testimonio de su fe.

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Ante el misterio inefable huelgan palabras, sólo silencio adorante, sólo
presencia que le habla a otra presencia. Sólo el ser creado ante el Ser, ante el
único Yo soy, de donde viene su vida. Es el estupor de quien sabe que ¡Dios
está aquí! ¡Verdaderamente aquí!

¿Por qué la Adoración Perpetua?


Porque es la manera que tenemos de dar una respuesta constante en el
tiempo hacia Quien no deja de ser Dios y de amarnos de amor eterno. Pero,
la Adoración Eucarística Perpetua conlleva, como consecuencia de lo
anterior, otro mérito: en tiempos en los que nuestras iglesias están a menudo
cerradas, una capilla siempre abierta, para quien quiera allegarse a cualquier
hora del día o de la noche, es como los brazos siempre abiertos de Jesús,
dispuesto a acoger a todo hombre. Es también una respuesta al clamor del
Papa Juan Pablo II, vuelto también suyo de Benedicto XVI: “¡Abridle las
puertas a Cristo! ¡Abrídselas de par en par!”
Los motivos que hacen única a la Adoración Perpetua son que el Señor sea
adorado incesantemente y que la iglesia esté siempre abierta.
En efecto, en una capilla de Adoración Perpetua, la fraternidad eucarística
que conforman los adoradores, reza a toda hora del día y de la noche, eleva
alabanzas, súplicas, acción de gracias, bendiciones y repara, rindiendo
grandísimo honor y gloria al Señor como comunidad eclesial.
Adoradores que se suceden día y noche ofrecen un gran testimonio de fe, un
testimonio que ayuda e interpela al mundo, atrae a aquellos que están en la
búsqueda de Dios y llama la atención a quien está lejos del Señor para que
se acerque a Él.
La capilla de la adoración perpetua es la fuente de agua viva que quita la sed
de vida, es un faro en la noche del mundo, es la puerta abierta al Cielo que
permanece abierta. De ella se derraman gracias y beneficios que llevan a
grandes conversiones.
El Santo Padre Benedicto XVI insiste: nos falta redescubrir la oración, la
contemplación.

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En tal sentido, la Adoración Eucarística Perpetua origina una comunidad
contemplativa donde cientos de personas en oración incesante descubren la
belleza y la riqueza del encuentro con Dios, hacen experiencia directa de
Dios, entran en intimidad con Él y desean conocerlo aún más, con el
resultado de mayor crecimiento espiritual.
El silencio con que se adora en la capilla permite el recogimiento que hace
propicio el encuentro con el Señor y su escucha.
En el día de la Inmaculada Concepción del 2007, la Congregación para el
Clero, en la persona del Cardenal Hummes, ha invitado a los Ordinarios de
todo el mundo a dedicar un templo a la Adoración Perpetua para el
sostenimiento espiritual de todo el clero y para pedir más y santas
vocaciones.

Principios rectores de la Adoración Perpetua


La Adoración Eucarística Perpetua es un don de Dios para su Iglesia y para
este tiempo. Don que cuando es acogido porta ingentes beneficios a la
comunidad.
La Adoración Eucarística Perpetua no es un movimiento sino que constituye
una acción de la Iglesia, pedida y recomendada por el Magisterio.
Por tanto, pertenece a toda la Iglesia y de ella forman parte todos los
movimientos y realidades eclesiales.
La adoración eucarística perpetua establecida en un lugar de la ciudad no
viene a suplantar otras formas de adoración ni a quitar de otros lugares
adoración. Por lo contrario, lo demuestra la experiencia, donde hay
adoración perpetua se potencia la adoración al Santísimo en otros lugares de
culto.
La capilla de adoración perpetua es el espacio de gracia y recogimiento que
permite a las personas, en cualquier momento, abrir una brecha en el ajetreo
cotidiano para encontrar el sosiego y la paz que viene de la Presencia divina.
Por medio de la Adoración Perpetua, desde su Morada Eucarística el Señor
llama a todas las personas, sin exclusión alguna.

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Las personas son llamadas individualmente a formar parte de la Adoración
Perpetua con el único y exclusivo fin que el Santísimo Sacramento sea
adorado día y noche sin interrupción, tributando así el mayor honor y gloria
al Señor y manifestando su fe y amor reverente hacia su Creador y Salvador.
Siendo la Eucaristía sacramento y vínculo de unidad, el participar de un
mismo culto –la adoración- hace de todos los adoradores una fraternidad
eucarística. Por tanto, aún cuando las personas sean invitadas a participar
individualmente, el destino del llamado no deja de ser comunitario.
Las personas que asumen la función de coordinación están al servicio del
Señor –cuidando de la buena marcha de la adoración y que ésta no se
interrumpa- y al servicio de los hermanos adoradores.
Los adoradores inscritos son los que hacen posible que la capilla esté abierta
a todos, y ellos –también celosos custodios de la Eucaristía- cuidan que el
Señor nunca permanezca solo.
La adoración es en silencio porque el silencio permite el recogimiento y hace
posibles la escucha del Señor y la intimidad con Él. Es necesario respetar –
mediante el silencio exterior- el encuentro que el Señor tiene con cada
adorador y propiciar el silencio interior necesario a la contemplación.

¿Cómo establecer la Adoración Perpetua?


La Iglesia a través de documentos magisteriales exhorta, alienta e impulsa la
Adoración Perpetua en todas las ciudades o centros urbanos de todo el
mundo (Ver Redemptionis Sacramentum, Sacramentum Caritatis, Carta de la
Congregación para el Clero del 8-12-2007)
Premisas
Cuando se quiere tener adoración eucarística perpetua en un lugar lo
primero es orar por el proyecto y pedir a cuantos conventos de clausura se
conozca o haya en la zona, se rece por esa intención.
La Adoración Eucarística Perpetua puede ser iniciada como proyecto
parroquial o bien de la ciudad o diocesano. En cualquier caso, su realización
se apoya sobre dos pilares: la predicación en las homilías por parte del

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Misionero, de las Misas festivas y pre festivas, en las que se recogen las
adhesiones, y la formación de una estructura organizativa de coordinadores.
Cuando se trata de una parroquia. Las tres condiciones necesarias:
Un párroco que desee la adoración perpetua
Una capilla u oratorio consagrado únicamente para la adoración perpetua,
con acceso exterior y servicio para la noche.
Un equipo de parroquianos muy motivados para organizar supervisar la
adoración perpetua.
Si tales condiciones se cumplen, entonces poneos en contacto con nosotros.
Evaluaremos y propondremos un programa para instaurar la adoración
perpetua.
Es de advertir que a menudo obstaculizamos la acción del Espíritu Santo e
infravaloramos la respuesta de los fieles. A la objeción común que ya la
parroquia tiene algunas horas de adoración y son pocos los que concurren,
se la responde con la evidencia que cuando limitamos el número de horas en
las que el Santísimo está expuesto, estamos también limitando el número de
personas que puedan ir a adorar. Una de las grandes ventajas de la
adoración perpetua es que todas las horas y todos los días están disponibles,
por lo que resulta más fácil encontrar una hora y un día para adorar.
Por otra parte, debemos contar con la sensibilización hacia la Eucaristía y la
adoración que estimula la propia misión y que es el carisma propio de
Misioneros del Santísimo Sacramento.
Luego de las predicaciones del primer fin de semana y la consecuente
recolección de adhesiones es cuando se puede evaluar la respuesta. En la
inmensa mayoría de los casos grandes son las sorpresas por los excelentes
resultados obtenidos.
Predicaciones y recolección de adhesiones
Las predicaciones se basan en las Escrituras, fundamentalmente en el
Evangelio del día, y en las enseñanzas del Magisterio. Durante la homilía se
invita a los fieles que deseen participar con una hora semanal a que rellenen
una invitación muy simple. Las adhesiones se recogen en la misma Misa.

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Dado que las horas a cubrir son 168 (son las horas semanales y se pide por lo
menos una hora a la semana) y la distribución de las horas que serán
cubiertas no es uniforme (hay horas, por ejemplo de la noche en las que hay
varias personas inscritas y otras de la madrugada en que al comienzo no
están cubiertas), es importante saber cuántos fieles concurren en el total de
las Misas festivas y pre festivas para alcanzar un número aceptable de
adoradores. En general, es necesario ir a más de un lugar para alcanzar a
cubrir todas las horas de la semana. Esto, en el caso de la adoración
perpetua en una parroquia. Si el proyecto, en cambio, es de la ciudad,
entonces se hace necesario ir al menos a las iglesias de mayor asistencia de
parroquianos. Por tanto, dependiendo de la cantidad de asistencia a las
Misas que, a su vez, determina la cantidad de iglesias a visitar o simplemente
de las iglesias que se integran al proyecto, será la duración temporal que va
desde el comienzo de las predicaciones hasta la inauguración de la
adoración perpetua.
Organización
Requerida para poner en marcha la adoración perpetua, y luego para:
- ayudar a los adoradores a ser fieles a su hora santa de adoración semanal
- cerciorarse que las horas estén siempre cubiertas y la adoración sea sin
interrupción.
La siguiente estructura ha demostrado ser la más simple y efectiva:
SACERDOTE RESPONSABLE
COORDINADOR GENERAL
COORDINADOR DE COORDINADOR DE COORDINADOR DE COORDINADOR DE
TURNO TURNO TURNO TURNO
MADRUGADA MAÑANA TARDE NOCHE
(Medianoche a 6h) (6h a mediodía) (Mediodía a 18h) (18h a medianoche)
RESPONSABLES RESPONSABLES RESPONSABLES RESPONSABLES
GRUPO HORA GRUPO HORA GRUPO HORA GRUPO HORA
(6) (6) (6) (6)
ADORADORES ADORADORES ADORADORES ADORADORES

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La organización reposa totalmente en los 29 fieles laicos (1 Coord. Gral.+ 4
de Turno + 24 Responsables de Grupos Horarios) que se ocupan de
supervisar la marcha de la adoración, verificando que el Señor no quede
nunca solo, y de formar a los adoradores a ser verdaderos custodios de la
Eucaristía.
El Coordinador General es el responsable ante el párroco o el sacerdote
consiliario de todo el proyecto y del andamiento del mismo. Es asistido por
los cuatro Coordinadores de Turno o franjas horarias, quienes, a su vez,
supervisan la labor de los Responsables de Grupo de Hora. Estos últimos son
quienes, una vez comenzada la adoración perpetua mantienen contacto
directo con los adoradores. Es responsabilidad de los coordinadores el tener
una lista de todos los adoradores actualizada y suministrar a cada adorador
un elenco, con nombres y teléfonos, de los demás adoradores de su grupo
de hora. Esta información es importante para caso de ausencias (ver
recuadro)
Cada grupo de hora se compone de todos los adoradores de una misma
hora, a lo largo de toda la semana (por ej. el grupo de las 17 horas está
compuesto por todos las personas que adoran de 17 a 18 horas, desde el
domingo al sábado).
Para un adecuado seguimiento de las asistencias habrá un libro donde los
adoradores inscritos se registrarán cada vez que asistan a sus horas santas.
La seguridad de la cobertura de cada hora está vinculada estrechamente a
los reemplazos de los adoradores en caso de ausencia.
La siguiente es una guía para el adorador en caso de ausencia:
Reemplazo en caso de ausencia
Verificar primero si hay otro adorador en la misma hora del día
correspondiente.
Si no hay ninguno o si la otra persona tampoco asistirá buscar entre
conocidos, amigos o parientes quien pueda sustituir.
Si no buscar entre los adoradores de la misma hora de los otros días de la
semana para permutar el día.

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Otra posibilidad es pedir a un adorador de la hora anterior o bien de la
siguiente que haga una hora adicional para cubrir esa ausencia.
En general todo se resuelve en un par de llamadas. Si aún después de
aquellos intentos no se encuentra un reemplazo, llamar al Responsable de
Grupo de Hora.
Cada Responsable de Grupo de Hora vela para que la hora esté siempre
cubierta. Los Coordinadores, en general, y los Responsables de Grupo de
Hora, en particular, deben ser quienes mantengan vivo y constante el deseo
de atraer nuevos adoradores al Santísimo Sacramento.
Los Responsables de Grupo de Hora se preocupan que cada adorador de su
grupo sea fiel a su hora santa de adoración semanal, verificando
regularmente el libro de registro de asistencia. Forman a los adoradores en la
fidelidad sin la cual no puede haber progreso espiritual. Los alientan a
perseverar y los ayudan a encontrar reemplazantes, sobre todo durante el
período estivo de vacaciones.
Los cinco Coordinadores (General y los de Turno) -principales responsables
de la marcha y desarrollo normales de la adoración perpetua- desarrollan
una tarea intensiva antes del inicio de la adoración. Son quienes llaman a las
personas que se han adherido rellenando la invitación, para determinar hora
y día en el que desean adorar. Luego, van desarrollando los cuadros o grillas
teniendo como objetivo inmediato cubrir todas las 168 horas semanales.
Poco antes del comienzo de la adoración perpetua los Coordinadores pasan
los datos correspondientes a cada Responsable de Grupo Horario y a partir
de ese momento son ellos los contactos directos y principales con los
adoradores. Son los que llamarán para la reunión general con todos los
adoradores que se tiene siempre antes de la inauguración y para entregarles,
ese día de la reunión, la información pertinente a cada adorador (en general
es una carta de bienvenida del Obispo; la lista de nombres y teléfonos del
Responsable de Grupo y del Coordinador de Turno y de todos los
adoradores de la misma hora de toda la semana; una guía que recuerda las
normas fundamentales y otros datos de interés y cómo regularse en caso de
ausencia; un señala libro con el nombre y la hora y día de adoración de cada
adorador).

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Frutos de la adoración y de la Adoración Perpetua
La adoración aporta ante todo llegar a la intimidad con el Señor y ahondar
tal intimidad. Para ningún adorador Jesús es un extraño. La adoración
permite vivir más intensamente, con mayor participación, las celebraciones
eucarísticas.
Quien adora encuentra paz, una paz desconocida para el mundo. Son
muchísimos los testimonios en ese sentido. Personas que nunca pisaron una
iglesia y que de pronto por alguna circunstancia o porque el Señor las atrajo
entraron a la capilla de adoración y encontraron la paz para ellos
desconocida, la que sólo puede dar el Señor.
La capilla de adoración perpetua ofrece a todos una estación para detenerse
en el camino frenético de la vida. Les ofrece un espacio para reflexionar y
dejarse interpelar por la presencia del Dios que nos ha creado y que nos
salva.
La capilla siempre disponible es espacio de encuentro y de reposo en el
camino, porque allí está Aquél que nos ofrece la paz verdadera, no como la
que nos ofrece el mundo.
Resulta asombroso ver cuántas personas anónimas pasan y se detienen en la
silenciosa capilla en la que el Santísimo está siempre expuesto y transcurren
un tiempo considerable, inmersas en su mundo interior. Muchas veces se
trata de personas que vienen de lugares muy distantes, aún de no católicos,
o invitadas por amigos. Muchas entran “porque sí, por azar” y se ven atraídas
por el poder invisible e irresistible del Señor.
Otro beneficio que se da donde la adoración perpetua es establecida es
el servicio de orientación espiritual y de confesiones.
La adoración eucarística en general, y la perpetua en particular, favorecen la
participación del sacrificio eucarístico en la Misa en la medida en que la
adoración significa permanencia con Aquel a quien se ha encontrado en la
comunión sacramental.
Mediante la adoración perpetua se descubre y promueve la unidad en torno
a Jesucristo Eucaristía al volverse los adoradores conscientes de formar parte

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de una fraternidad eucarística, de cada uno ser un eslabón de la cadena
ininterrumpida de adoración.
Los frutos son incontables: de conversión, de salvación, de sanación de viejas
heridas, de perdón, de reconciliación, nacimiento de vocaciones a la vida
religiosa o al matrimonio.
Ya Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: “El culto a la
Eucaristía fuera de la Misa es de inestimable valor en la vida de la Iglesia...Es
bello quedarse con Él e inclinados sobre su pecho, como el discípulo
predilecto, ser tocados por el amor infinito de su corazón... Hay una
necesidad renovada de permanecer largo tiempo, en conversación espiritual,
en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el
Santísimo Sacramento”. Y agregaba: “¡Cuántas veces, mis queridos hermanos
y hermanas, he hecho esta experiencia y de ella he sacado fuerzas, consuelo,
sostén!” (EE n.25).
Hoy, más que nunca, debemos recuperar todo el respeto y el amor hacia la
Eucaristía y para ello empezar con tomar conciencia del infinito bien que se
nos ha dado. El Magisterio de la Iglesia insiste en –como decía el Juan Pablo
II en su Carta apostólica sobre el año eucarístico 2004- recuperar el “estupor
eucarístico”. La rutina de las celebraciones hace que se pierda ese estupor,
ese asombro por el mayor don que Dios nos ha hecho luego de su
Encarnación y consecuente con ella y con su sacrificio redentor.

Sugerencias para pasar la Hora Santa de adoración


Qué se debe hacer mientras se está en adoración Eucarística?
Ser conscientes de quién está delante de nosotros. Esto es lo esencial.
Muchas veces en las capillas hay subsidios,. Es decir ayudas para la
meditación, libros de espiritualidad. En esto conviene recordar la
recomendación de san Pedro Julián Eymard: el Señor aprecia mucho más
nuestras pobres palabras y pensamientos que los mejores dichos o escritos
por otros. Es importante acostumbrarse al silencio y establecer un diálogo
con el Señor. Contarle lo que nos aqueja, interceder por las personas que
han pedido oración o que a nosotros nos preocupan, pero, por sobre todo,

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contarle cuánto lo amamos. Él sabe de nuestras miserias y se lo podemos
decir pero también que, pese a esas miserias, lo amamos. Pidamos que
aumente nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra adoración.
Hagamos luego silencio. Claro, no es fácil el silencio porque llevamos mucho
rumor interior. Pero, a adorar se aprende adorando y el silencio interior en
algún momento se logrará. Hay que dejarse amar y abrazar por el Señor en
cada momento de adoración. Eso es entrar en su intimidad. Una
recomendación también beneficiosa es leer algún pasaje del Evangelio,
siendo conscientes que el Señor del cual habla el Evangelio está delante de
nosotros. Nunca disociar la presencia del Señor en el Santísimo con la lectura
que hagamos ni con el Rosario –que es otra de las cosas que se puede hacer
durante la adoración- que recemos. Que no esté la persona por un lado con
su oración y el Señor allá solo por el otro. Terminemos, recomienda también
san Pedro Julián Eymard, con otro acto de amor.
Volviendo al Evangelio, es muy recomendable la Lectio Divina, que es orar
con la Palabra de Dios. Para entender y de modo muy resumido, qué es, es
tomar un pasaje, por ejemplo del Evangelio, que pueda ser escogido de
antemano o bien el que salga, y ver qué dice ese pasaje usando inclusive la
imaginación para situarse en el contexto del relato. Luego, ver qué me dice,
qué resonancia hay en mí, qué eco tiene esa Palabra, qué me ha tocado del
pasaje, en qué me siento interpelado, y, finalmente luego de rumiarlo viene
lo que brota desde mi interior, es decir qué respondo yo en oración.
Por último, hay veces que nos sentimos muy cansados o muy contrariados
por lo que nos ha tocado vivir, o que estamos particularmente probados. En
esos casos o no se hace nada, simplemente se deja uno estar y que la
presencia del Señor lo toque o bien se puede rezar con los salmos
apropiados a la situación que se está viviendo.

Adoración y Evangelización
De Mgr. Dominique Rey, Obispo de Toulon, Francia, en Adoración y
Evangelización
Hay unos 70 institutos y congregaciones dedicadas a la Eucaristía en el
mundo. Sus fundadores son quienes han comprendido el vínculo substancial

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que hay entre la Eucaristía y la renovación de la vida cristiana. Entre ellos
Julien Eymard, Theodolinde Dubouche al comienzo del 1800 fundadora del
instituto de la adoración reparadora, santa Julienne du Mont Cornillon, del
1900, luego de una revelación privada le pide al Papa la celebración anual de
la fiesta del Santísimo Sacramento, Marie Marthe Emilie Tamisier entre el 1800
y el 1900 que recibió en Paray-le-Monial la inspiración de crear congresos
eucarísticos universales y de reencender la llama de la eucaristía para hacer
arder al mundo de caridad, santa Teresita, santa Faustina Kowalska, Charles
de Foucauld que hará de Jesús Hostia el corazón de su misión.
La primera persona que se encuentra en la misión es el mismo misionero.
“Todo misionero no es auténticamente misionero sino emprende el camino
de la santidad” (Redemptoris Missio n. 90)
La Eucaristía nos sana de la indiferencia y de replegarnos sobre nosotros
mismos.
La Eucaristía sola puede revelar al hombre la plenitud del amor infinito de
Dios y responde así a su deseo de amor. Sólo la Eucaristía puede guiar sus
aspiraciones a la libertad mostrando la nueva dimensión de la existencia
humana. (JP II en Congreso Eucarístico de Wroclaw 1997)
En la Eucaristía Dios Todopoderoso se hace tan pequeño, tan pobre bajo la
apariencia del pan. La singularidad de la adoración eucarística con respecto a
todas las otras formas de oración y de devoción, es que por la presencia
sacramental de Jesús-Hostia, Dios toma la iniciativa de encontrarse con
nosotros. Cristo me precede en la respuesta que el Padre espera. “La
Eucaristía significa: Dios ha respondido. La Eucaristía es Dios como respuesta,
como presencia que responde” (J. Ratzinger – Dios está cerca- Palabras y
silencio 2003)
Adoración, la palabra proviene de un vocablo latino cuya etimología está en
“ios” (la boca). Comprende una postración que apunta al objeto de
veneración y lo besa. Significa inclinarse profundamente en señal de extremo
respeto. No faltan ejemplos evangélicos al respecto: la hemorroisa que se
echa por tierra para tocar el borde del manto de Jesús (Lc 8,44); María
Magdalena que se arroja a los pies de Jesús y los abraza. Esta actitud de
adoración es bien natural al hombre cuando se encuentra ante algo o

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alguien que lo sobrepasa. La adoración debe expresarse con todo nuestro
ser y entonces igualmente comprometer nuestro cuerpo. El hombre ha sido
creado para adorar, para inclinarse profundamente ante Aquel que nos hizo
y que nos sobrepasa.
Todas las posibilidades espirituales de nuestro cuerpo forman
necesariamente parte de nuestra manera de celebrar la eucaristía y de rezar.
La escucha atenta de la Palabra de Dios requiere la posición de sentado o el
movimiento de la Resurrección reclama la posición de parados. La grandeza
de Dios y de su Nombre se expresan de rodillas. Jesucristo mismo rezaba
arrodillado durante las últimas horas de su Pasión en el Huerto de los Olivos
(Lc 22,41). Esteban cae de rodillas antes de su martirio, al ver los cielos
abiertos y el Cristo de pie (Hch 7,60). Pedro ruega arrodillado pidiendo a Dios
la resurrección de Tabita (Hch 9,40). Luego de su discurso de despedida ante
los ancianos de Éfeso, Pablo reza con ellos de rodillas (Hch 20,36). El himno
de Flp 2, 6-11 aplica a Jesús la promesa de Isaías anunciando que toda rodilla
se dobla ante el Dios de Israel, ante el nombre de Jesús…
Nuestro cuerpo manifiesta visiblemente aquello que nuestro corazón cree. La
filósofa Simone Veil, de origen judío y no creyente, descubre a Cristo en Asís
en 1936 y escribe: “Algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi
vida, a ponerme de rodillas”.
El testimonio de los santos es elocuente: Santo Domingo se prosternaba sin
cesar, boca abajo y todo a lo largo cuan era, en presencia del Santísimo
Sacramento.
La actitud exterior traduce la devoción interior.
Decía san Pierre-Julien Eymard que el primer movimiento de la adoración
consiste justamente en postrase a tierra, la frente inclinada. Es una actitud
que nos permite proclamar sin palabras la majestad infinita de Dios que se
oculta tras el velo de la Eucaristía.
La adoración eucarística es una prueba de fidelidad, de constancia y de
perseverancia.
La adoración eucarística es una evangelización del tiempo. Se trata de vivir el
instante presente del encuentro eterno con Dios por la presencia real del

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cuerpo eucarístico de Jesucristo. Como María, la discípula bien amada, María
Magdalena y las santas mujeres presentes en el Calvario en el momento del
sacrificio de la tarde, el adorador acoge el don inestimable que le ha sido
hecho. Hay que rechazar la impaciencia para centrarse en Cristo. Se trata de
contemplar la permanencia del Amor, de su fidelidad que clama la nuestra.
En Dies Domini, el Papa JP II, invitaba a los fieles a imitar el ejemplo de los
discípulos de Emaús, quienes luego de haber reconocido a Cristo resucitado
al partir el pan (Lc 24, 30-32) sienten la exigencia de ir rápidamente a
compartir la alegría del encuentro con Él, con todos los hermanos.
El apóstol Pablo pone en relación estrecha el banquete y el anuncio: “Cada
vez que comáis de ese pan y que bebáis de esa copa, proclamad la muerte
del Señor hasta que venga” (1 Cor 11,26)
Evangelización no es sólo un anuncio de Cristo sino también un proceso de
incorporación a la Iglesia. De donde el vínculo sacramental entre
evangelización y eucaristía.
Para evangelizar el mundo se necesita apóstoles “expertos” en celebración,
en adoración y en contemplación de la Eucaristía. JP II (Mensaje para la
Jornada mundial de los Misiones 2004).
Santa Teresita decía: “¡Qué amor incomprensible el de Jesús, que quiere que
tengamos parte con Él en la salvación de las almas! No quiere hacer nada sin
nosotros. El creador del universo espera la oración de una pobre pequeña
alma para salvar otras almas, rescatadas como ella al precio de toda su
sangre”.
Y agregaba: “Nuestra misión es aún más sublime. He aquí las palabras de
nuestro Jesús: “Elevad los ojos y ved. Ved cómo en mi Cielo hay lugares
vacíos, es a vosotras que os toca llenarlos, vosotras sois mis Moisés orando
sobre la montaña”.

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Consejos espirituales
Actitudes corporales
– La acción del Espíritu Santo en el orante no ignora que en la naturaleza de
éste hay profundos vínculos entre lo psíquico y lo corporal. Sabemos, de
hecho, que Jesucristo adoptaba al orar las posturas de la tradición judía, muy
semejantes, por lo demás, a las de otras religiones. Y la tradición cristiana ha
usado –eso sí, con flexibilidad, y sin darles demasiada importancia– ciertas
actitudes físicas de oración.
San Juan Clímaco, monje en el Sinaí, gran maestro de espiritualidad (+649)
decía: «Impongámonos en el exterior la actitud de la oración, pues en los
imperfectos con frecuencia el espíritu se conforma al cuerpo». Y San Ignacio
de Loyola proponía que el orante se colocara «de rodillas o sentado, según la
mayor disposición en que se halla y más devoción le acompañe, teniendo los
ojos cerrados o fijos en un lugar, sin andar con ellos variando» (Ejercicios
252). No dan estos maestros normas fijas, como si tuvieran ellas una eficacia
mágica, pero sí recomiendan que se cuide la actitud corporal al orar.
En el Nuevo Testamento las posturas orantes más frecuentes son orar de pie
(Mc 11,25; Lc 18,11) o de rodillas (Mc 29,36; Hch 7,60; 9,40; 20,36; 21,5; Ef 3,14;
Flp 2,10), alzando las manos (1 Tim 2,8: alzar las manos es en el Antiguo
Testamento sinónimo de orar: Sal 27,2; 76,3; 133,2; 140,2; 142,6) o sentados
en asamblea litúrgica (Hch 20,9; 1 Cor 14,30). También es costumbre golpear
el pecho (Lc 18,13), velar la cabeza femenina (1 Cor 11,4-5), los ojos al cielo
(Mt 14,19; Mc 7,34; Lc 9,16; Jn 11,41; 17,1), los ojos bajos (Lc 18,13), hacia el
oriente (Lc 1,78; 2 Pe 1,19).
Hacer la señal de la cruz sobre cabeza y pecho es uno de los gestos
oracionales más antiguos (Tertuliano +220). Los monjes sirios, como San
Simeón Estilita, oraban con continuas y profundas inclinaciones, vigentes hoy
también en la liturgia oriental. Los Apotegmas nos cuentan que el monje
Arsenio, «al atardecer del sábado, próximo ya el resplandor del domingo,
volvía la espalda al sol y alzaba sus manos hacia el cielo, orando hasta que
de nuevo el sol iluminaba su cara. Entonces se sentaba». Santo Domingo, de

17
noche, adoptaba a solas en la iglesia ciertas actitudes orantes, que fueron
espiadas y referidas por un discípulo suyo.
Hoy los cristianos de Asia y Africa siguen adoptando con frecuencia posturas
de oración. En Occidente oscilan entre dos tendencias. Unos menosprecian
las actitudes corporales de oración, incluso en la liturgia –por secularismo,
por valoración de lo espontáneo y rechazo de lo formal, por ignorar la
realidad natural del vínculo psico-somático, por contra-ley-. Otros han
redescubierto las actitudes orantes –por acercamiento a la Biblia y a la
tradición, por aprecio del yoga, zen y sabidurías orientales, por
conocimientos de psicología moderna–. En todo caso, aun reconociendo este
valor, parece inconveniente que el orante se empeñe en adoptar ciertas
posturas si, por ser extrañas quizá a su costumbre, le crean una cierta tensión
o resultan chocantes a la comunidad.
Consejos en la oración dolorosa
La oración es la causa primera de la alegría cristiana, pues, acercando a Dios,
da luz y fuerza, confianza y paz. Sin embargo, puede ser dolorosa, incluso
muy dolorosa, muy penosa. ¿Qué hacer entonces?
No nos extrañe que la oración duela. Recordemos, cuando esto suceda, lo
que dice Sta. Teresa, explicando la comparación que pone sobre los diversos
modos de «regar» en la oración el campo del alma (1-pozales, 2-noria, 3-
canales y 4-lluvia):
«De los que comienzan a tener oración, podemos decir que son los que
sacan agua del pozo, que es muy a su trabajo, que han de cansarse en
recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar dispersos, es
harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a que no se les dé nada de
ver ni de oír. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y se cansa el
entendimiento en esto. Su precio tienen estos trabajos, ya sé que son
grandísimos, y me parece que es menester más ánimo que para otros
muchos trabajos del mundo. Son de tan gran dignidad las gracias de
después, que quiere [Dios que] por experiencia veamos antes nuestra
miseria» (Vida 11,9.11-12). Y
Busquemos sólamente a Dios en la oración, y todo lo demás, ideas,
soluciones, gustos sensibles, tengámoslo como añadiduras, que sólo

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interesan si Dios nos las da; y si no nos las concede en la oración, no
deseemos encontrarlas en ella. No es cosa en la oración de «contentarse a sí,
sino a El» (Vida 11,11). Y añade la Santa:
Estamos aún llenos de mil trampas y pecados, «¿y no tenemos vergüenza de
querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades?» (2Moradas 7).
Suframos al Señor en la oración, pues él nos sufre (Vida 8,6). «No hacer
mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho, porque falten estos
gustos y ternura... Importa mucho que de sequedades, ni de inquietudes y
distraimiento en los pensamientos, nadie se apriete ni aflija. Ya se ve que si el
pozo no mana, nosotros no podemos poner el agua» (11,14.18).
Entreguemos a Dios nuestro tiempo de oración con fidelidad
perseverante, por muchas trampas e impedimentos que ponga el Demonio,
sin que nada nos quite llegar a beber de esa fuente de agua viva. La verdad
es ésta: para llegar a esta fuente sagrada y vivificante es necesaria
«una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a
ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se
trabajare, murmure quien mur-murare, si quiere llegue yo allá, siquiera me
muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él,
siquiera se hunda el mundo» (Camino perfecc. 35,2).
«Este poco de tiempo que nos determinamos a darle a El, ya que aquel rato
le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de otras cosas, que sea
dado con toda determinación de nunca jamás tornárselo a tomar, por
trabajos que por ellos nos vengan, ni por contradicciones y sequedades; sin
que ya, como cosa no mía, tenga aquel tiempo y piense me lo pueden pedir
por justicia cuando del todo no se lo quisiere dar» (39,2).

Dificultades en la oración (I)


Queridos adoradores:
La vida de oración, sobre todo en el cristiano poco espiritual, se ve dificultada
por no pocas causas.
– Dificultades procedentes del mundo actual. Las rasgos peculiares del
mundo moderno –ávido consumismo de objetos, noticias, televisión, viajes,

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diversiones, aturdimiento y desconcierto, aceleración histórica sin
precedentes, velocidad, inestabilidad, violencia, prisa, culto a la eficacia
inmediata– es muy opuesto a la oración.
El pueblo cristiano, incluso, que desde el principio (Hch 2,42) –como Israel,
como el Islam—, fue sociológicamente un pueblo orante, hoy, al menos en
los países ricos descristianizados, ha perdido a veces en individuos, familias y
parroquias el hábito de la oración.
– Dificultades aparentes.
- Algunos cristianos atribuyen su falta de oración a las obligaciones y trabajos
de su vida. Si esa situación viene de haber organizado la vida centrándola en
el dinero, las diversiones y otros valores creados, pero no en Dios,
ciertamente que esas dificultades son reales: hay que cambiar entonces
horarios y modos de vida. Pero si esas obligaciones y trabajos vienen de la
Providencia divina, entonces no pueden ser dificultades reales para la
oración, sino estímulos para ella. Quizá dificulten tiempos largos de oración,
pero no la misma vida de oración.
- Las distracciones pueden tener también origen culpable: la vana curiosidad,
el uso excesivo de la TV, etc. Pero otras veces no. Se equivocan quienes
estiman que la oración está sobre todo en el pensamiento, en tenerlo fijo en
Dios. Santa Teresa les dirá:
Ignoran que «no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto,
mas todas las almas lo son para amar. Y el aprovechamiento del alma no está
en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones 5,2). Ignoran que en la
oración, en medio de «esta baraúnda del pensamiento», la voluntad puede
estarse recogida amando, haciendo verdadera y preciosa oración (4 Moradas
1,8-14). No se olvide –añade S.Juan de la Cruz– que «puede muy bien amar
la voluntad sin entender el entendimiento» (2 Noche 12,7).
Por eso, aunque es evidente que las distracciones voluntarias suspenden la
oración y ofenden a Dios, es preciso recordar que las involuntarias no
ofenden a Dios ni cortan la oración, si la voluntad permanece amando. En fin,
«no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os distraéis un
poco, va todo perdido» (4 Moradas 1,7).

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Como se ve, no pocas veces los cristianos que sinceramente quieren llevar,
con la ayuda de la gracia, una vida de oración fiel y asidua, ven dificultades
que no siempre son reales. Pero eso conviene conocer bien la doctrina
espiritual verdadera sobre esta cuestión. Seguiremos considerándola.

Dificultades en la oración (II)


- Las obligaciones personales son entendidas también a veces como
impedimentos para la oración difícilmente superables. Pero también esto
requiere una clarificación. Las obligaciones honestas, las únicas reales, no
tienen por qué ser impedimento para la vida de oración, sino que son
ocasión y estímulo.
En cuanto a las deshonestas, son obligaciones falsas, yugos más o menos
culpable-mente formados, que deben ser echados fuera. No es posible que
una obligación verdadera, procedente de Dios, sea un impedimento para
orar. Es la obligación falsa, la procedente del hombre, de uno mismo o de los
otros, lo que puede impedir.
Las obligaciones verdaderas sólamente pueden impedir a veces las oraciones
largas, pero éstas, con ser tan deseables, no son esenciales para el
crecimiento en la oración, cuando la caridad o la obediencia no las permiten,
al menos de modo habitual.
«No haya, pues, desconsuelo; cuando la obediencia [o la caridad] os trajera
empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina, entre los
pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y en lo exterior»
(Fundaciones 5,6-8). «El verdadero amante en todas partes ama y siempre se
acuerda del amado. ¡Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese
tener oración! Ya sé yo que a veces no puede haber muchas horas de
oración; pero, oh Señor mío, qué fuerza tiene ante Vos un suspiro salido de
las entrañas, de pena por ver que podríamos estar a solas gozando de Vos»
(5,16).
En resumen: Procure el cristiano, en principio, tener habitualmente largos
ratos de oración, y no crea demasiado fácilmente que el Señor, que tanto le
ama como amigo, no quiere dárselos; o no se engañe pensando que «todo

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es oración», así, sin más. Al leer los anteriores textos de Santa Teresa,
adviértase que están escritos a religiosas, quizá más inclinadas a la oración
que a las obras; pero hoy la mayoría de los cristianos tiende más a la acción
que a la oración.
Procúrese, pues, oración larga, «pero, entiéndase bien, siempre que no haya
de por medio cosas que toquen a la obediencia y al aprovechamiento de los
prójimos. Cualquiera de estas dos cosas que se ofrezcan, exigen tiempo para
dejar el que nosotros tanto desearíamos dar a Dios» (Fundaciones 5,3).
Y, eso sí, busque siempre el cristiano la oración continua, pues «aun en las
mismas ocupaciones debemos retirarnos a nosotros mismos; aunque sólo
sea por un momento, aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de mí
es de gran provecho» (Camino de Perfección 29,5).
Es el mismo consejo que da San Juan de la Cruz: «Procure ser continuo en la
oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Ahora coma,
ahora beba, o hable o trate con seglares, o haga cualquiera otra cosa,
siempre ande deseando a Dios y aficionando a él su corazón» (Cuatro avisos
para alcanzar la perfección 9).

Dificultades en la oración (III)


– Dificultades reales.
Las dificultades verdaderas para la oración no están tanto en el mundo y el
ambiente, ni en las obligaciones particulares, sino en la propia persona: en su
mente y en su corazón.
El cristiano espiritual, libre de todo apego, se adhiere con amor al Señor,
haciéndose con facilidad un solo espíritu con él (1 Cor 6,17). No experimenta
el ejercicio de la oración como algo arduo, difícil, problemático, sino como un
sencillo estar con el Señor, unas veces con más palabras, otras con menos,
unas veces con gran consolación, otras en desolación, pero siempre con
inmenso amor.
El cristiano todavía carnal, atado aún por mil lazos, lleno de apegos, vanos
temores y vanas esperanzas, inquieto y constantemente perturbado por
ruidos y tensiones interiores, se une al Señor difícilmente, laboriosamente,

22
tanto en la oración como en la vida ordinaria. Por eso dice San Juan de la
Cruz:
«Al desasido no le molestan cuidados ni en la oración ni fuera de ella, y así,
sin perder tiempo, con facilidad, hace mucha hacienda espiritual; pero para
ese otro [que está asido] todo se le suele ir [al orar y al trabajar] en dar
vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y
con diligencia aun apenas se puede libertar por poco tiempo de este lazo del
pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón» (3 Subida 20,3). Uno
estará apegado a su salud, otro al dinero, otro al prestigio, a personas, a
ciertas actividades y proyectos. Es igual. Está apegado a criaturas con un
apego desordenado. Es como un globo aerostático atado en tierra, que no
podrá alzar el vuelo hasta que no suelte las amarras.
Si piensa el principiante que sus dificultades en la oración van a ser superadas
cuando cambien las circunstancias exteriores, cuando mejore su salud o
disminuyan las ocupaciones, o gracias al aprendizaje de ciertas técnicas
oracionales –antiguas o modernas, occidentales u orientales, individuales o
comunitarias–, está muy equivocado. Para ir adelante en la oración lo que se
necesita ante todo es perseverancia en ella, conciencia limpia y buen
ejercitarse en las virtudes, todo lo cual es siempre posible, con la ayuda del
Señor. Y sobre todo, mucho amor al Señor. Dice Santa Teresa:
«Toda la pretensión de quien comienza oración –y no se os olvide esto, que
importa mucho– ha de ser trabajar y determinarse y disponerse en cuantas
diligencias pueda a hacer que su voluntad se conforme con la de Dios; en
esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino
espiritual» (2 Moradas 8).
Pero no espere el principiante, por supuesto, a tener virtudes para ir a la
oración, pues la oración, precisamente, es «principio para alcanzar todas las
virtudes», y hay que ir a ella «aunque no se tengan» (Camino de perfección
24,3).

San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración

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“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor
Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le
hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el
Señor es la verdadera meditación eucarística, es-precisamente- la adoración.
Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía
todas las cosas...
“Que la confianza, la simplicidad y el amor os lleven a la adoración”.
“Comenzad vuestras adoraciones con un acto de amor y abriréis vuestras
almas deliciosamente a su acción divina. Es por el hecho que comenzáis por
vosotros mismos que os detenéis en el camino. Pero, si comenzáis por otra
virtud y no por el amor vais por un falso camino…..El amor es la única puerta
del corazón”.
“Ved la hora de adoración que habéis escogido como una hora del paraíso:
id como se fuerais al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada,
saludada con felicidad. Retened dulcemente el deseo en vuestro corazón.
Decid: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré
a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me
espera, me desea”
“Id a Nuestro Señor como sois, id a Él con una meditación natural. Usad
vuestra propia piedad y vuestro amor antes de serviros de libros. Buscad la
humildad del amor. Que un libro pío os acompañe para encauzaros en el
buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando vuestros sentidos
se embotan, eso está bien; pero, recordaos, nuestro buen Maestro prefiere la
pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y
afecciones que pertenecen a otros”.
“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista,
para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él
da sino aquello que merece el Bien amado”.
“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza
humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y
sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él
bendice”.

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“Como vuestras adoraciones son bastante imperfectas, unidlas a las
adoraciones de la Santísima Virgen”.
“Se estáis con aridez, glorificad la gracia de Dios, sin la cual no podéis hacer
nada; abrid vuestras almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se
alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que estáis en estado de
tentación y de tristeza y todo os lleva a dejar la adoración bajo el pretexto
que ofendéis a Dios, que lo deshonráis más que lo servís, no escuchéis a esas
tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de combate,
de fidelidad a Jesús contra vosotros mismos. No, de ninguna manera le
disgustáis. Vosotros alegráis a Vuestro Maestro que os contempla. Él espera
nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que
debemos consagrarle”.
“Orad en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.
“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se
ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su
Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta
augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía.
Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los
cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y
encierra los actos de todas las virtudes...”
“1. Adoración: Se comenzáis por el amor termineréis por el amor. Ofreced
vuestra persona a Cristo, vuestras acciones, vuestra vida. Adorad al Padre por
medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, vuestro
Salvador, vuestro hermano, todo junto. Adorad al Padre Celestial por su Hijo,
objeto de todas sus complacencias, y vuestra adoración tendrá el valor de la
de Jesús: será la suya.
2. Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el más
agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía
es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de
gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio
agradecimiento. Dad gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...
3. Reparación: por todos los pecados cometidos contra su presencia
eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado,

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abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que
creen en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él
se hizo demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el
testimonio de su amor. Pedid perdón, haced descender la misericordia de
Dios sobre el mundo por todos los crímenes...
4. Intercesión, súplicas: Orad para que venga su Reino, para que todos los
hombres crean en su presencia eucarística. Orad por las intenciones del
mundo, por vuestras propias intenciones. Y concluid vuestra adoración con
actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su
gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su
majestad para que oséis ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su
amigo; mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por vosotros,
porque sino no podríais soportar la fuerza y la ternura. No os deja ver más
que su bondad, que filtra y sustrae por medio de las santas especies, como
los rayos del sol a través de una ligera nube.
El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte,
como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el
calor y toda la luz de los rayos solare. Nuestro Señor, entonces, se comprime
en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran
incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material
inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que
participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: « he venido a
traer fuego sobre la tierra y cómo querría que este fuego inflamase el
universo. » « Y bien, este fuego divino es la Eucaristía », dice san Juan
Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos
que aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su
bien amado”.

Breve Guía del Adorador


Adora a tu Señor en silencio. En el silencio del corazón Dios nos inspira y de
ese modo nos habla. El silencio permite también respetar el diálogo íntimo y
la oración de los otros.

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Puedes pasar tu hora santa de adoración come lo desees, recordando
siempre que estás ante la presencia de tu Señor y Salvador.
Sugerencias: Puedes leer un pasaje del Evangelio (en la capilla habrá algunos
ejemplares del Nuevo Testamento) o bien traer tu Biblia y alabar al Señor con
algún salmo (p. ej. 145, 146, 147,.. o el maravilloso salmo 104) o con el Canto
de los tres jóvenes (Daniel cap. 3 versículos 52 y siguientes) o simplemente
alabarlo espontáneamente. El Señor es digno de toda alabanza, honor, gloria
y acción de gracias. Agradécele por los beneficios recibidos, por el don de tu
vida y por de los otros, y por todos tus amigos, familiares, por cada cosa y
sobre todo por esta gracia inmensa de poder adorarlo día y noche en esta
capilla. Verás tú mismo cuántas son las cosas por las que debemos agradecer
y alabar a nuestro Dios. Puedes también hablar con Él, contarle tus
problemas (claro que Él los conoce pero se complace que tú se lo digas y
busques en Él la solución, la luz, la respuesta). Seguramente tendrás muchas
personas por las que interceder. Recuerda que con tu adoración puedes
reparar los sacrilegios, blasfemias, ultrajes e indiferencias cometidos contra
Dios, y todas las ofensas contra la Santísima Virgen y los santos. Desde luego,
puedes sencillamente contemplarle en tu silencio, dejándote abrazar por su
amor y recibiendo su paz. Puedes también rezar el Rosario, que es como
contemplar a Jesús con los ojos y el Corazón de María. Recuerda siempre
che el Jesús que tú contemplas es el mismo que está realmente delante de ti.
Y así, por ejemplo, cuanto medites el primer misterio gozoso ten presente
que ese Jesús que está delante de ti es el mismo que se encarnó en el seno
de la Virgen María. Así también el que fue llevado por María a la casa de
Isabel o el que nació en Belén...
La hora que tú pasas con el Señor no se mide en minutos sino en gracias,
bendiciones, protección, frutos, mayor intimidad y conocimiento de Dios. Esa
hora el Señor la bendice y multiplica en beneficios incalculables, esa hora que
tú le ofreces a Dios tiene valor de eternidad, es tu hora santa.
Dijo el Santo Padre Benedicto XVI: “Sin adoración no habrá transformación
del mundo…Adorar no es un lujo, es una prioridad”. Ten presente que si la
capilla puede estar siempre abierta, día y noche, para quien quiera que sea a
la hora que sea puede acercarse hasta el Señor y recibir quizás la misma
salvación (abundan los testimonios de personas que se encontraron con Dios

27
porque la iglesia estaba abierta), es porque tú constituyes ese eslabón de la
cadena de amor y adoración que lo hace posible. Que esto sea siempre un
motivo de alegría y un aliciente más para tu fidelidad en la adoración.

En la capilla hay algunos libros y opúsculos con oraciones que te podrán


ayudar en aquel momento. Trátalos con cuidado.
Sé puntual a tu cita con Dios. Si por algún motivo prevés que no podrás venir
a tu hora, busca alguien que pueda sustituirte. Para ello se te suministrarán
los números de teléfono de los adoradores de tu misma hora. En ningún
caso debe el Señor, expuesto en el Santísimo Sacramento, quedar solo.
Siempre debe haber por lo menos un adorador en su presencia.
Si prevés ausentarte y estás solo/a en esa hora, para sustituirte puedes buscar
entre tus conocidos, parientes o amigos, o bien alguien de la misma hora de
otro día de la semana. Si ni siquiera así encuentras quien te reemplace avisa
con tiempo a tu coordinador de hora. Recuerda que para facilitar el buen
orden es muy aconsejable que tú mismo/a encuentres el sustituto.
Si no estás solo/a en tu hora y debes ausentarte asegúrate antes que haya
alguno de los adoradores de tu hora al menos presente. Si así no fuese,
debes buscar quien te reemplace, como se explicó en el punto anterior, sin
esperar que lo haga otro.
No olvides firmar el registro de presencias y de indicar la hora de ingreso y la
de salida. En caso de sustitución debe también hacerlo el reemplazante. Este
registro le será presentado al Señor durante la Misa aniversario de la
Adoración Perpetua.
Reemplazo en caso de ausencia
Verifica primero si hay otro adorador en tu misma hora de tu día que asista.
Si no hay ninguno o si la otra persona tampoco asistirá busca entre tus
conocidos, amigos o parientes quien pueda sustituirte.
Si no encuentras ninguno busca entre los adoradores de tu misma hora de
los otros días de la semana para permutar la hora o pídele al de la hora

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anterior o bien al de la siguiente que haga una hora adicional por ti. Es
preferible el caso de permuta porque el otro toma tu hora y tú la suya.
En general todo se resuelve en un par de llamadas. Si aún después de
aquellos intentos no has encontrado quién te reemplace entonces llama a tu
responsable de grupo horario.

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