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13/8/2019 Esther Díaz - Pensar la ciencia

ESTHER DÍAZ Doctora en filosofía

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PENSAR LA CIENCIA
Esther Díaz

Es inútil buscar
hojas y ramas para
cubrirse, es inútil
incluso perseguir
animales de gruesas
pieles, matarlos,
desollarlos y utilizar sus
cueros como cobijo. El
frío persiste. Cuando
arrecian las lluvias, la
nieve y la ventisca, los
humanos no conocen
sosiego. Algunos se
refugian en cuevas o en
troncos ahuecados, pero
el frío los atraviesa. El
clima despiadado hiere
con más crueldad
debido a la falta de alimentos calientes. No hay posibilidad de
lumbre, de agua templada, de leche tibia, ni pensar siquiera en
un humeante pichón crujiente. Los ateridos hombres se
congelan, nada mitiga su invierno.

Sin embargo no están solos. Alguien se dispuso a jugarse


por ellos. Prometeo, el hijo del titán Japeto, después de
contemplar la pena de los humanos, retornó a las regiones
divinas. Nadie lo vio avanzar por los corredores celestiales,
nadie vio su silueta desplazarse por los muros sagrados, ni
contempló el momento en que arrancó una llama del solar de
los dioses, pero a los pocos días nadie ignoraba que los
mortales habían sido beneficiados con el fuego y que el
responsable pertenecía a la estirpe divina.

Zeus imaginó un castigo brutal, sangriento, repetitivo.


Prometeo encadenado debió soportar que un águila devorara
cada día sus entrañas. El castigo no por cruel deja de ser
ecuánime. La magnitud de la penitencia es semejante a la
magnitud del don recibido por los hombres. Los humanos, a la
luz del regalo prometeico, se iniciaron en el conocimiento.
Aprendieron a mitigar el frío, a cocinar alimentos, a tornar
maleable la materia, a fabricar armas para defenderse, para
atacar, para vivir, para matar.

Pero la punición no se detuvo en el ladrón del fuego,


también los hombres fueron castigados. Zeus tentó a Pandora
con una caja de atractiva presencia. Ópalos y rubíes
tachonaban su tapa. El mandato de no abrirla no hacía más que
azuzar la curiosidad que, finalmente, pesó más que la
obediencia. La mujer abrió el cofre y todos los males del
mundo salieron exultantes como sierpes iracundas. Es preciso
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aclarar que Pandora logró que la esperanza se instalara en los


humanos para aliviar la sordidez del contenido de su caja.

Dice Galileo que es necesario conocer la naturaleza si se


la quiere dominar. Conocimiento y modificación de la realidad
fueron la condición de posibilidad de la ciencia y de la técnica.
Se confunden, se acoplan, se entrelazan. La tecnociencia es
una creación humana tan pujante como su origen mítico.
Contradictoria y dual. De la ciencia pueden surgir los más
sublimes beneficios, aunque también los más funestos
perjuicios. Es capaz de dar vida, de extenderla, de mejorarla,
aunque también puede ser utilizada para la explotación y la
muerte.

Las generaciones han gozado y sufrido los frutos del


conocimiento. No deberíamos olvidar la caja de Pandora, ya
que la tecnociencia en su faz negativa se presta a la
especulación de mercado, al desarrollo bélico y a turbios
intereses (los males que escaparon de la caja), y en su faz
solidaria contribuye a mejorar la vida y al compromiso social.

A la ciencia hay que acunarla, cuidarla y reforzarla como


se hace con el fuego. Una racionalidad científica ampliada a lo
político social piensa la ciencia en relación con los dispositivos
de poder y con sus implicancias éticas. No adhiere al
pensamiento único, respecta la diversidad y atiende lo
múltiple. He aquí una perspectiva fecunda para pensar la
ciencia, para apostar incluso a difundirla y enseñarla
considerando todos sus aspectos -también los no positivos-
porque únicamente conociendo el estado de las cosas se
pueden pensar estrategias para mejorarlo.

1. investigación científica y desarrollo


tecnológico

Cuentan los biólogos que la lapa zapatilla, un molusco


que habita en aguas cenagosas, observa la peculiar conducta de
agruparse con otras amontonándose verticalmente. Las lapas
de menor tamaño se acoplan sobre las mayores formando una
pila de doce o más individuos. Las pequeñas, que ocupan la
parte superior, son invariablemente machos. Las más grandes,
que le sirven de apoyo, hembras. El acto en sí no es banal ni
censillo. Es una relación sexual. Los machos, a pesar de su
escasa masa corporal, poseen órganos genitales tan largos
como para alcanzar a las hembras que constituyen la
plataforma del grupo. Y, si es necesario, sus finos órganos se
deslizan como una antena contorneando a otros machos hasta
lograr contacto con las hembras.

Pero la novela sexual de estas lapas no termina ahí.


También cambian de sexo. Las formas juveniles maduran, en
primer lugar, como machos y cuando crecen devienen
hembras. Los animalitos que se instalan en la zona intermedia

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del conglomerado son transexuales. Machos que se están


convirtiendo en hembras. En circunstancias especiales
también ellas se transforman.

Linneo (1707-1778) estableció los principios de la


taxonomía natural en función de la sexualidad binaria, y
bautizó esta especie de moluscos con el sugestivo nombre de
Crepidula fornicata. Seguramente Linneo ignoraba los hábitos
sexuales de las lapas, ya que las describió basándose en
especímenes sueltos que encontraba en cajones de museo.
Crepida, en latín, quiere decir “sandalia”, que se corresponde
aproximadamente con el nombre vulgar de esta lapa,
“zapatilla”, cuya forma recuerda vagamente la de un pequeño
calzado. Pero ¿por qué le agregó fornicata?

El biólogo Sthephen Gould (1941-2002) confiesa que,


siendo adolescente, festejaba la inventiva libidinosa de
Linneo. Pero sufrió una desilusión cuando se enteró que fornix,
en latín, significa “arco”, e infirió que Linneo habría elegido
fornicata para indicar la forma suavemente arqueada de la base
del molusco. Este descubrimiento fue un poco decepcionante
para el joven Gould, pero estimuló su atracción por estos
animalitos, a quienes siguió investigando de adulto.

La historia de la ciencia no es unidireccional. La


lingüística le suministró al estudio de las formas de la vida una
asociación entre las curvas arquitectónicas, las anatómicas, y el
sexo. Los romanos construían compartimientos de piedras
abovedadas en las partes subterráneas de los grandes edificios.
En esas oscuras concavidades se producían festivos
encuentros. A partir de ello, los primeros escritores cristianos
desarrollaron el verbo fornicare como sinónimo de frecuentar
lugares de hacinamiento al abrigo de los arcos escondidos.

¿Esta acepción fue la inspiración para Linneo? Ante la


casi imposibilidad técnica de que en su época hubiera podido
observar la conducta reproductiva de esos seres mínimos,
subsiste un interrogante, ¿intuyó Linneo, la vida sexual de las
lapas o simplemente relacionó su aspecto físico con los arcos?,
¿cómo y cuándo se fue construyendo conocimiento sobre la
vida de estos moluscos?, ¿se los investiga sólo por el placer de
conocer la naturaleza o de ese conocimiento se podrían derivar
tecnologías?

Distintas etapas constituyen –convencionalmente- el


proceso de búsqueda tecnocientífica que, si pretende inserción
en los cánones de la producción de conocimiento sólido,
deberá seguir ciertos lineamientos. Aunque durante el proceso
no se tenga demasiado claro en qué etapa uno se encuentra, ni
importe demasiado. Pero una vez finalizado el recorrido se
puede analizar. A continuación enuncio las etapas canónicas de
la investigación científica.

1) Investigación básica pura. Es la


investigación cuyo objeto de estudió
es elegido libremente por el

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investigador con la finalidad de


producir conocimiento, sin proyecto
de aplicación técnica. En nuestro
ejemplo, esta categoría comprende
tanto la clasificación taxonómica de
Linneo, como los estudios biológicos
de Gould (en distintos momentos de
su vida), siempre y cuando
investigaran libremente, aun cuando
estuviesen subsidiados.

2) Investigicón básica orientada.


Corresponde a la indagación exenta
de aplicación técnica pero que debe
encausarse según la línea requerida
por una agencia de investigación
patrocinante. Aunque los
investigadores obtuvieran prebendas
económicas o institucionales
continuarían en esta etapa.

3) Investigción aplicada.
Imaginemos que por intereses
económicos, ecologistas o de
cualquier otro orden, se estableciera
la consigna de intervenir
técnicamente sobre las comunidades
de lapas. En ese caso es obvio que
deberán proyectarse planes de acción
para la transición hacia el uso
concreto de las teorías. Los
investigadores desarrollan entonces
modelos teóricos que eventualmente
podrían convertirse en realidades
materiales. Se diseñan prototipos. Se
inventan planes de actividades y
procedimientos para obtener las
modificaciones buscadas. En este
caso y sin que se intervenga
directamente en el objeto estudiado,
se está implementando investigación
aplicada, no porque realmente se
aplique, sino porque se instrumentan
los medios para una aplicación
posible.

4) Tecnología. Si se decidiera
actualizar los modelos diseñados y
producir modificaciones sobre las
lapas zapatillas, se aplicaría el
conocimiento. Esta es la etapa
tecnológica. Requiere de personas
bien entrenadas para instrumentar los
medios establecidos por los
investigadores, es decir, personal
capacitado para la técnica.

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El desarrollo de la investigación forma parte de un complejo


dispositivo pero con fines analíticos se puede desglosarse así:

Investigación básica pura

Investigación básica
orientada

Investigación aplicada

Tecnología

El devenir tecnocientífico no siempre reviste esa clara


distinción en la práctica. De hecho, en el discurso cotidiano se
denomina “investigación básica” tanto a la pura como a la
orientada; y “técnica”, “tecnología” o “ciencia aplicada” tanto
a la investigación aplicada como a la tecnología (técnica y
tecnología operan como sinónimos).

El conocimiento científico se caracteriza por ser claro,


preciso, provisorio, objetivo, controlable, metódico,
sistemático, viable, descriptivo, explicativo, predictivo,
lógicamente consistente y fecundo. Pero lo tecnocientífico se
produce desde las entrañas mismas de lo vital e histórico;
donde la racionalidad no se escinde de los afectos, el
conocimiento no se produce aislado de los dispositivos
económicos, la investigación no queda exenta de
responsabilidad moral, y el respeto por la naturaleza sigue
siendo una asignatura pendiente.

2. Clasificación de las ciencias

Obligar a la naturaleza a que responda a lo que se le


propone es la clave de bóveda sobre la que se elevó la empresa
moderna bautizada “ciencia”. Pero al agotarse o
hiperdesarrollarse los ideales de la modernidad, nos
encontramos con un nuevo tipo de conocimiento y de prácticas
relacionadas con él, y con un planeta que comienza a emitir
signos alarmantes de la devastación tecnocientífica.

En consecuencia, el volumen histórico que desde el siglo


XVI hasta mediados del XX fue ocupado por la ciencia, es
habitado actualmente por el tipo de conocimiento y formas de
vida interactuando que, provisoriamente, denomino
“posciencia”. Aunque con fines prácticos hablo de “ciencia” o
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“tecnociencia” para referirme a la empresa científica y


tecnológica actual.

Una de las tantas exigencias del conocimiento científico


moderno fue que la investigación se desarrollara en el interior
de los rígidos límites de cada disciplina. Pero a partir de la
complejidad y la proliferación de nuevos saberes difícilmente
una disciplina puede hoy “abastecerse a sí misma”. Es evidente
que existen indagaciones que forzosamente deben restringirse
a su especificidad. Pero difícilmente algún área de la
investigación se pueda perjudicar por abrir sus fronteras a
conocimientos provenientes de otras disciplinas.

Si se desea lograr una mezcla armónica de colores,


primero se debe considerar cada color en sí mismo. Traducido
a la actual propuesta, si se quiere promover investigaciones
interdisciplinarias y transdisciplinarias, es conveniente
diferenciar de algún modo las disciplinas. Me pliego en esto a
la clasificación canónica entre ciencias formales y ciencias
fácticas.

Las ciencias formales comprenden la matemática y la


lógica. Su objeto de estudio son entes ideales que no existen en
el espacio-tiempo, a no ser como signos vacíos de contenido.
Carecen de encarnadura empírica. No refieren a ninguna
realidad extralingüística. Los enunciados de las ciencias
formales son analíticos. Permiten determinar su valor de
verdad desde el mero análisis de su forma. Por ejemplo:

Un triángulo es una figura de tres ángulos.

Es una proposición analítica y, como tal, expresa en el


predicado lo que ya anunció en el sujeto. No agrega
información. Se trata de una verdad formal. El método de las
ciencias formales es deductivo. Exige que a partir de la verdad
de algunos enunciados cruciales, se infiera el valor de verdad
de otros enunciados del mismo sistema.

Por su parte las ciencias fácticas se subdividen en


ciencias naturales y ciencias sociales. Su objeto de estudio son
entes empíricos y, al interior de estas ciencias, el objeto de
estudio es la naturaleza en las disciplinas naturales, y lo
humano en las sociales. Los enunciados de las ciencias fácticas
son sintéticos, brindan información extralingüística. Pongamos
por caso:

En la lucha por la supervivencia sobreviven los más


aptos.

El valor de verdad de esta proposición ha de buscarse


más allá de su forma, en los datos de la experiencia. Este
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enunciado, cuya extensión es universal, encuentra


corroboraciones empíricas singulares. Por ejemplo en las islas
Galápagos, cuando las tortugas recién nacidas intentan
alcanzar el mar para salvarse de las gaviotas, no todas lo
logran.

Entre las gaviotas vale el mismo principio, algunas no


consiguen devorar ningún bebé tortuga, son las menos aptas.
Estamos ante estados de cosas a los que se accede siguiendo
recursos de las ciencias fácticas: la contrastación empírica; con
las variaciones y excepciones inherentes a cada disciplina,
porque no siempre una contrastación es posible.

Existen tres disciplinas básicas en ciencias naturales: la


física, la química y la biología; de ellas surgen otras
disciplinas, como la bioquímica, la astrofísica, la biología
molecular y la climatología, entre muchas otras, algunas de
última generación.

Por su parte, pertenecen a las ciencias sociales la


historia, la psicología, la antropología, la geografía y la
sociología, además de una gran variedad de disciplinas, pues
también estas ciencias se siguen reproduciendo.

3. Disciplinas científicas e imaginario social

El filósofo y matemático español Emmanuel Lizcano ha


realizado un estudio comparativo y minucioso de tres culturas
diferentes entre sí, china antigua, griega clásica, y alejandrina
tardía. Demuestra cómo la ciencia formal no está exenta de los
prejuicios, tabúes y ensoñaciones que afectan a todos los
mortales, incluso a los científicos, esto obviamente se refleja
en sus productos cognoscitivos. Dice Lizcano que las
matemáticas hunden sus raíces en los mismos imaginarios en
los que se nutren los mitos que aspiran a reemplazar. Cada
matemática brota de los idearios colectivos y se construye al
compás de los conflictos entre los modos de representar (o
inventar) esa ilusión que cada cultura denomina realidad. Las
matemáticas se construyen desde ese saber que todos los
moradores de una cultura compartimos y aun cuando –como
entre nosotros- se constituye en un saber ejemplar, está
expresando una concepción del mundo.
También en ciencias fácticas se detectan los rastros del
imaginario social, de la autoridad y del poder. En los albores
del siglo XX, Lord Rayleigh, un científico que gozaba de
reconocido prestigio, envió un paper a la Asociación Británica
para su evaluación. Se trataba de un documento sobre varias
paradojas de la electromecánica. Por inadvertencia, cuando se
despacho el artículo su nombre fue omitido. El trabajo se
rechazó con el despectivo comentario de que el autor era “un
hacedor de paradojas”. Poco tiempo después, el documento fue
enviado nuevamente a la Asociación con el nombre del
prestigioso científico, entonces el artículo no solo fue
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aceptado, sino que se le ofrecieron al Lord toda clase de


disculpas.
El conocimiento, como se ve en el episodio de Lord
Rayleigh, necesita reconocimiento social. Por otra parte, el
conocimiento no es algo que exista antes que los sujetos de
conocimiento, ni que se imprima en él como si los humanos
fueran una hoja en blanco. Los saberes surgen de las prácticas
sociales y de los discursos, son construidos por los sujetos y -a
la vez- producen modificaciones en ellos.

Incluso algunas formas de buscar la verdad migran de


una disciplina a otra, o de formas sociales a metodologías
científicas. Por ejemplo, la prueba, la indagación y el examen -
métodos propios de la investigación científica- surgieron por
analogía con formas jurídicas antiguas, medievales y
modernas, respectivamente, y actualmente persisten en ambas
(la investigación científica y la investigación judicial). Son
dispositivos de saber que traspasaron los límites jurídicos y se
instalaron como instrumentos de conocimiento. Representan
un modelo posible de interacción entre la investigación
científica y las formas sociales. Este tema es desarrollado por
Michel Foucault en La verdad y las formas jurídicas.

4. Las ciencias sociales y el poder

¿Por qué la ciencia moderna hizo un baluarte de la


medición? ¿Por qué si algo es medible puede aspirar a ser –
eventualmente- objeto de estudio calificado y, de lo contrario,
se convierte en algo sospechoso para los tribunales científicos
y epistemológicos? En la entrada del Instituto de Ciencias
Sociales de la Universidad de Chicago brilla un famoso
aforismo que dice “Si no se puede medir, el conocimiento será
pobre e insatisfactorio”. Es obvio que todos recordamos el
lema de la Academia de Platón “No puede entra quien no es
geómetra”. Pero no solo miles de años, sino una concepción
totalmente diferente de ciencia se interponen entre la bandera
supuestamente enarbolada por Platón y el moderno eslogan de
Chicago atribuido a William Thomson (lord Kelvin) que
proclama, en la entrada misma de un “templo” de las ciencias
sociales, la necesidad imperiosa de la medición.

No olvidemos que la medición es uno de los grandes


baluartes de las ciencias naturales. Pero si bien puede existir
transdisciplinareidad, no existe carácter transitivo de unas
disciplinas a otras. Si los objetos de estudios difieren, otros
serán los medios de abordarlos. Sin embargo para ciertas
posturas teóricas -que no suelen detenerse en consideraciones
humanísticas- las disciplinas sociales deberían regirse por el
mismo método que las naturales. Esto es reduccionismo
naturalista.

El conductismo social -de origen estadounidense-


responde al imperativo naturalista. Pero en general las ciencias
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sociales se manejan con pluralidad metodológica.

¿Dónde debe buscarse entonces el motivo de que las


ciencias duras pretendan prevalecer sobre las llamadas (no
ingenuamente) “blandas”? Las ciencias sociales comparten
con las formales y las naturales un dispositivo político-cultural
en el que se expresan ejercicios de poder, como subsidios para
la investigación, cargos académicos, empresariales, estatales,
multinacionales; difusión en revistas científicas, canales
televisivos y otros medios; invitaciones a eventos
internacionales, instalaciones para desarrollar investigación,
reconocimientos simbólicos y económicos, patentes, convenios
y contratos. Son espacios en los que las ciencias duras, en
general, tienen mayor presencia que las sociales.

De lo dicho se desprenden sin dificultad la comprensión


de las luchas de poder que se enmascaran detrás del amor a la
verdad, la neutralidad ética y el mandato de que las disciplinas
sociales se sometan a las naturales. Queda claro asimismo en
qué tipo de investigación prefieren invertir quienes apuestan a
la tecnociencia. Se comprende también por qué las ciencias
naturales se desarrollan a pasos agigantados, mientras algunas
de las sociales dan pasitos. La densidad del poder (los
verdaderos aparatos de poder tecnocientífico) reside en la
actividad de las ciencias naturales con su contundente eficacia
económico-tecnológica; la industria de drogas
medicamentosas, para citar sólo un caso, moviliza más
millones de dólares que la industria petrolera. Ante esta
situación es obvio –aunque injustificable- que se intente
desacreditar la fuerza implícita en lo científico social que es
más proclives a la constatación de injusticias sociales y a
brindar soluciones que requieren largos plazos y que, además,
son poco o nada rentables. A no ser cuando la tecnociencia
social se pone al servicio de prácticas coercitivas alimentando
aun más la máquina tecnocrática.

5. Ética de la investigación

- ¿Es un objetivo valioso la


extensión de la vida humana siendo
su destino ineluctable el geriátrico?

- ¿Es relevante crear bebés de


diseño en un mundo en que los niños
naturales mueren de inanición?

- ¿Es pertinente fabricar


trabajadores robóticos en sociedades
con alarmante tasa de desocupación?

La biología neoevulocionista, los estudios sobre las


microrrealidades, la informática y la robótica se retroalimentan
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e intensifican. A partir de los espectaculares desarrollos en


estas disciplinas, la ciencia más que nunca parece arañar la
inmortalidad de las células y la prolongación indeterminada de
la vida humana, la fabricación artificial de hijos, el desarrollo
de técnicas agrícolas transgénicas y la construcción de robots
multiusos son sólo algunos ejemplos.

En los países centrales existen legislaciones estrictas que


controlan la liberación de organismos genéticamente
modificados y abundan instituciones no gubernamentales que
multiplican sus cuestionamientos a las manipulaciones de la
naturaleza. Pero el mercado biotecnológico, que se alimenta de
la experimentación sobre formas de vida, encontró la manera
de salvar esos escollos. Se comenzaron a realizar
investigaciones empíricas en países periféricos que, en general,
carecen de aparatos legales efectivos, ignoran el
avasallamiento del que están siendo víctimas o se manifiestan
impotentes para impedirlo, sean cual fueren los motivos.

Sin embargo, a partir del derrumbe del imperio de los


yuppies en las últimas estribaciones del segundo milenio, la
ética comenzó a gozar de mejor prensa. No por amor a la ética,
sino por los inconvenientes que suelen traer aparejado carecer
absolutamente de ella. No obstante el estallido de la burbuja
financiera de 2008 representa una prueba evidente de la
carencia ética que suele imperar en el mundo del poder. Los
abusos detectados en algunos sectores de ese mundo
impulsaron la reflexión ético-filosófica. Se comenzó a imponer
la noción de “ética aplicada”, que cumple metodológicamente
el imperativo de las éticas universalistas, ya que según se
entiende comúnmente aplicar supone subsumir una
particularidad en un concepto universal previamente
determinado.

Ahí lo universal sale indemne de su encuentro con lo


particular. Pues no existen términos de coordinación
legitimados por prácticas democráticas. Existe sometimiento y
dominación entre quienes sufren el poder y quienes lo ejercen.
Habría que imaginar una inversión del clásico paradigma de la
“aplicación” como orientador de la reflexión-acción, porque la
aplicación distorsiona los vínculos al presentarlos como
recetas teóricas siempre en dirección descendente:

- de la universalidad de los
principios teóricos a la
singularidad de los casos
concretos,

- de la omnipotencia de
quienes ejercen poder a la
impotencia de los que carecen
de él.

Por el contrario, si se construyeran marcos valorativos


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- desde prácticas concretas y


deliberativas hacia la búsqueda
de consensos, y

- desde las condiciones


reales de vida a las finalidades
consideradas valiosas,

se lograría, si no justicia en sentido estricto, quizá cooperación


e intercambio. Siempre y cuando se logre otra inversión: que la
reflexión ética comience antes de iniciarse una investigación y
que -en caso de llevarse a cabo- las consideraciones éticas
acompañen el proceso investigativo hasta su consumación o
suspensión.
Desde hace varias décadas se instrumentan medios para
la reflexión ético-tecnológica. Es decir, se producen
innovaciones tecnocientíficas y luego -eventualmente- se
debate si su utilización tiene o no connotaciones morales. Esa
discusión debería darse en el terreno de la investigación básica;
es decir, con anterioridad a la consolidación de los proyectos y
con participación de representantes de diversos estratos
sociales. La aplicación tecnológica es demasiado invasiva
como para dejarla solamente en manos de expertos
comprometidos con la empresa o con la institución en la que se
desempeñan, pues una vez que los productos están al alcance
de la industria son irremediablemente fagocitados por el
hiperconsumo. Demasiado tarde para lágrimas.
La verdad desnuda es que el conocimiento es un valor de
cambio.Además, la ciencia se desarrolla más rápidamente que
lo político-social. En definitiva, a pesar de tantos análisis que
intentan legitimar el conocimiento científico mediante
formalismos metodológicos, las teorías y las innovaciones
tecnocientíficas no se imponen por sus métodos ni por el
manejo de la lógica, menos aun de la ética, sino que, en gran
medida, triunfan y se consolidan a partir de los intereses del
mercado. Cabe agregar que de nada valdrían los debates ético-
científicos si faltara voluntad política para instrumentar las
conclusiones.
Pero no por ello se debe relegar la incitación a la
reflexión ética; el ser tiene en ella su morada. La ética existe en
el cruce de fuerzas entre la racionalidad y el deseo, y subsiste a
pesar de la corrupción, la obsolescencia de los códigos y la
ambición desenfrenada.
Ahora bien, si se tienen en cuenta los numerosos análisis
que los expertos han realizado sobre la racionalidad científica,
¿no sería pertinente acaso ocuparse también de los avatares del
deseo y del poder en relación con esa racionalidad? ¿Por qué el
discurso de la filosofía de la ciencia, en general, se hace el
distraído y mira para otra parte ante temas como “deseo”,
“poder” o “discriminación”?, ¿cómo la intensidad deseante y
los dispositivos de poder -sin los cuales nada sería posible-
pueden ser elididos de las consideraciones sobre la ciencia? El
pensamiento sobre la racionalidad científica no se debería
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limitar únicamente a formalismos y verificaciones empíricas,


sino considerar también la incidencia del deseo, las
implicancias éticas y los mecanismos de poder. He aquí un
desafío para seguir pensando y resistiendo, como cada día
resistía Prometeo que, a pesar del suplicio, no se arrepintió de
habernos legado los beneficios y los riesgos del fuego.

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