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APOLO.

Estas tradiciones vinculaban a Apolo con la incubación, las


cavernas y los lugares oscuros: no tienen nada que ver con el
Apolo al que estamos acostumbrados.

Actualmente, se considera que Apolo es la encarnación divina


de la razón y la racionalidad, como si un dios pudiera ser en el
sentido que le damos a la palabra. La historia de cómo este
concepto sustituyó a la conciencia de las cosas que Apolo solía
tener es absurda, de la manera que acostumbran a serlo estas
historias. Se remonta a mucho tiempo atrás, y la historia
todavía no ha terminado. Se han hecho intentos de racionalizar
a Asclepio, pero nunca han durado mucho, La racionalización
de Apolo sigue en marcha. Habitualmente se lo ha descrito
como el más griego de todos los dioses: una imagen perfecta
del espíritu griego clásico, todo claridad y luminosidad. Pero no
era nada claro. Por encima de todo, era dios de los oráculos y la
profecía, y los oráculos que daba eran en forma de acertijos,
llenos de ambigüedades y trampas. Precisamente, quienes
creían que todo era claro y luminoso terminaban confusos.
Con frecuencia se lo asocia con la música y las canciones
animadas. Y, sin embargo, especialmente en Anatolia, tenía una
vertiente muy distinta. Allí se cansaban en su honor canciones
llenas de palabras extrañas, cantadas en una lengua de conjuros
que nadie podía entender. Y su profeta decía sus oráculos
arrastrando la voz, en estado de trance: oráculos llenos de
repeticiones y acertijos, expresados en una poesía que en
algunas ocasiones apenas parecía poeNiá en absoluto. Porque
Apolo era un dios que se desenvolvía en otro nivel de
conciencia, con unas normas y una lógica propias. Algunas
veces se dice que el hecho de que los magna, durante los siglos
posteriores a Cristo, invocaran a Apolo mediante la incubación,
en plena noche, era una muestra de que su resplandor había
desaparecido, junto con la famosa luminosidad del mundo
clásico. De hecho, Apolo siempre estuvo asociado con la
oscuridad y la noche. En Roma, donde los colonos griegos
introdujeron la adoración a Apolo el sana-d.; el mejor
momento para la incubación en su templo era en plena noche.
Y en Anatolia había antiguas tradiciones en los templos que
implicaban encerrar a la sacerdotisa con su dios por la noche.
Cuando al día siguiente salía, podía decir profecías gracias a su
unión mística con él. Y desde el principio, Apolo estuvo
relacionado no sólo con la noche sino también con las cavernas
y lugares oscuros, con los infiernos y la muerte. Por este
motivo, en la ciudad anatolia de Hierápolis, el templo de Apolo
estaba situado encima de la caverna que llevaba a los infiernos.
Y por este motivo, en otros famosos centros de oráculos de
Anatolia sus templos también estaban construidos de la misma
manera: sobre una caverna que daba acceso a los infiernos, en
la que entraban su sacerdote y los ini-ciados en lo más oscuro
de la noche.
Cuando la gente intentó convertir a Apolo en algo razonable,
filosóficamente aceptable, se limitó a mirar la superficie y pasar
por alto lo que estaba debajo. Fue también en Anatolia donde
llegó a asociarse estrechamente a Apolo con el sol. En realidad,
sus vínculos con el sol se remontan a un pasado lejano. Pero
las declaraciones formales de los griegos identificando el sol
con Apolo empezaron a aparecer en determinada época, que
coincidió con la vida de Parménides. Y lo importante de estas
declaraciones es el modo en que indican que la identificación
era esotérica, un asunto sólo para inicia-dos, para la gente
familiarizada con «los nombres que no se pronuncian de los
dioses». Ahora es muy fácil dar por hecho que Apolo y el sol
están relacionados con el brillo y la luz. Pero eso supone
olvidar el sitio donde el sol se encuentra en su terreno: en la
oscuridad del inframundo. Y supone también pasar por alto lo
que dicen, en realidad, estas afirmaciones sobre el sol y Apolo.
Una de ellas resulta ser, en la literatura clásica, la referencia más
antigua al descenso de Orfeo al infra-mundo. Explica el modo
en que Orfeo llegó a ser tan devoto de Apolo. La tradición lo
convirtió en sacer-dote y profeta de Apolo, algunas veces
incluso en su hijo. Pero este relato dice que sólo después de
viajar al mundo de los muertos y •porque vio las cosas que allí
hay que ver tal como son», comprendió por qué el sol es el
mayor de todos los dioses y es idéntico a Apolo. El relato sigue
contando que acostumbraba a levantarse de noche y subir a
una montaña para poder ver a su dios al amanecer.
Existía también un famoso poema órfico, escrito por un
pitagórico del sur de Italia, pero apenas han quedado restos de
él. Presentaba a Orfeo viajando al inframundo desde el
emplazamiento de un oráculo de los sueños, junto a un cráter
volcánico. En otras palabras, descendía en otro estado de
conciencia, en una especie de sueño, utilizando la técnica de la
incubación. El poema lo describía haciendo un gran descubri-
miento que trajo consigo de regreso al mundo de los vivos: que
Apolo comparte sus poderes oraculares con la Noche.
Sabemos menos de ese poema que sobre la res-puesta que
provocó en las autoridades religiosas siglos más tarde. Se
burlaron de Orfeo por su sabi-duría imaginaria, lo atacaron por
difundir «ideas fal-sas» por el mundo. Y, además, un famoso
escritor, Plutarco —un buen hombre, un buen platónico, con
buenas fuentes de información sobre las ideas gene-ralmente
aceptadas en Delfos en su época—, definió con claridad la
posición oficial: «Apolo y la Noche no tienen nada en común».
Y, para la mayoría de la gente, así fue a partir de aquel
momento. La experiencia de otro mundo a tra-vés de la
incubación tiene poco valor en cuanto se empieza a depositar
toda la confianza en el poder aparente de la razón.
La afirmación más mítica de todas sobre la rela-ción de Apolo
con el inframundo es también la más sencilla. Y no es
casualidad que ésta, también, perte-nezca a las tradiciones que
rodean a la figura de Orfeo, el mismo Orfeo que empleaba los
conjuros mágicos de Apolo para abrirse camino y descender
hasta la reina de los muertos. Según un poema órfico, Apolo y
Perséfone se acostaron juntos, hicieron el amor. La tradición
encaja en todos los sentidos. Porque casi nunca se señala que
los poderes sanadores de Apolo y su hijo Asclepio los llevaron
a una íntima relación con la muerte. Curar es conocer los
límites de la curación y también lo que está más allá. En último
término, no puede haber sanación auténtica sin la capacidad de
hacer frente a la muerte misma. Apolo es un dios de la
sanación, pero también es letal. La reina de los muertos es la
encarnación de la muerte; y, sin embargo, se decía que el toque
de su mano curaba. En su calidad de opuestos, intercambiaron
los papeles, uno con otro y consigo mismos. Esto explica por
qué, en Caria, cualquiera de ellos podía ser el dios de los
lugares de incubación, a los que acudía la gente para yacer en la
más absoluta inmovilidad, como animales en su guarida. La
inmovilidad es la propia de la muerte, pero así es como se
produce la curación.
Y explica también por qué un modelo extraño se repite en las
descripciones de las figuras heroicas asociadas con Apolo. Los
mismos sacerdotes y cria-dos de Apolo tienen vínculos
estrechísimos con el culto y la adoración de Perséfone.

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