Sei sulla pagina 1di 7

Salud mental: ¿es la autonomía una desgracia colectiva?

Alain Ehrenberg1

Comencemos por dos observaciones comparativas, entre el que se retira en la sociedad


individualista y el que renuncia en la sociedad de castas india. La primera observación
consiste en recordar que, en la India de las castas, la renuncia es una institución que
representa la única vía propiamente individualista: se trata de una decisión personal, que
consiste en convertirse en su propio fin en sí mismo, pero para eso hay que renunciar al
mundo. Sin embargo, es una escogencia integrada en la sociedad de castas (el renunciante
actúa en el mundo por la secta que ha creado o a la cual pertenece). Louis Dumont llamó a
esta figura “el individuo fuera del mundo2”.
El renunciante era una institución, mientras que quien se retira, en una sociedad
individualista, es quien no llega a convertirse en un individuo en el mundo, quien no llega a
satisfacer las expectativas constituyentes del espíritu social del individualismo. Es el
malogrado de la obligación social, obligación que caracteriza el modo de composición de las
partes en el todo en las sociedades individualistas democráticas. ¿Por qué el concepto de
obligación? Nuestras sociedades son individualistas, lo que significa que valorizan al
máximo la libertad y la igualdad de los individuos. La socialización es un fenómeno
roussoniano: solo se puede obligar a seres libres, y los seres solamente son libres cuando
son iguales. El que se retira, por su parte, no renuncia al mundo, él evita de forma activa al
no responder a las obligaciones sociales de la vida moderna, y la consecuencia es que
restringe las posibilidades que esta vida puede ofrecerle (el pedopsiquiatra Philippe
Jeammet hablaba, en 1984, de una “patología del retiro, constituida por una pasividad
activa”. Quien se retira evita entrar en la din|mica de transformación personal por la cual se
cumple el doble movimiento de socialización y de personalización que, en nuestras
sociedades, a la inversa de la renuncia india, solamente puede realizarse en el mundo.
La segunda observación concierne al modo de relacionarse con los valores supremos. Si
el que se retira hubiera vivido en la sociedad de castas, y que su práctica hubiera sido
desaprobada, señalada como mala o peligrosa, habría sido relegada a práctica inferior, pero
él seguiría incluido en la sociedad. Allí donde la modernidad igualitaria ve oposiciones en
un mismo nivel, o esto/o aquello, la India de la jerarquía piensa y esto/y aquello al rebajar
de clase. En una sociedad individualista, el individuo se confronta a la sociedad, se opone a
ella, se excluye o es excluido. En tal sociedad, se rebaja de clase ciertas prácticas menos aun
de lo que se cree, según los casos, como patológicas, prohibidas, desviantes, y se buscan los
medios, si no para erradicarlas, sí para reducir sus riesgos.

1 Este artículo es una versión ligeramente modificada de un texto que se publicará en 2014 (editorial Armand Colin), en
las actas del coloquio Jeunes en retrait ou kikikomori: expériences croisées, France/Japón, obra dirigida por Maïa Fansten,
Cristina Figueiredo, Natacha Vellut y Nancy Pionnié-Dax. Y, en Japón, publicada por Seidosha, Tokyo. Agradezco a Alice
Béja por sus sugerencias.
2 Ver: Louis Dumont, Homo Hierarchicus. Système des castes et ses implications. Paris, Gallimard. coll. « Tel ». 1966.

1
Salud mental, enfermedades sociales
La cuestión de lo que el fenómeno del retiro social nos expresa podría ser planteado
para las depresiones, las adicciones, la hiperactividad (el TDA/H) y otras dolencias, en la
medida en que son temas siempre sujetos a debates sociales. No se trata solamente de
enfermedades que hay que tratar (aunque también se cuestiona su carácter de
enfermedad), sino de males en los cuales es interpelado nuestro modo de vida. Son asuntos
concernientes al valor de nuestras relaciones sociales, en la escuela, en la familia, en el
trabajo y, por extensión, en la sociedad en general. Males que tocan a la gente en su
individualidad, pero que poseen la característica de revelar un mal común de naturaleza
social, incluso sociopolítica. Esta cuestión del valor de las relaciones sociales, que en
realidad es el de su valor humano, no debe dejarse de lado. Esta característica es intrínseca
a los asuntos que referimos. Hace parte de su gramática. Es por eso que se habla de
patologías sociales. ¿Qué queremos expresar cuando empleamos esas palabras, hikikomori3
hiperactividad, depresión, adicción, etc.? ¿A qué tipo de inquietud buscamos darle forma?
La idea de patología social ha tenido dos grandes empleos, que se entrecruzan, pero que
hay que distinguir desde el punto de vista sociológico.
1. Como etiología de la patología individual y medio de actuar sobre ella, su empleo es
práctico, por ejemplo en clínica (ese hikikomori evita las pruebas sociales, ¿cómo
ayudar a afrontarlas?) o para las políticas públicas (cómo reducir los riesgos
poblacionales de un X en el futuro).
2. Como expresión de un mal social más general. En este caso, las patologías son
abordadas bajo el ángulo del malestar en la sociedad. La depresión, el hikikomorú
etc. son una forma de resistencia a la normatividad de la competencia, de la
flexibilidad, del compromiso subjetivo y de la autonomía; son medios de contestar el
valor de esas normatividades para los humanos. Existen versiones fuertes (digamos
las teorías críticas en las que lo social y lo político están totalmente confundidos) y
versiones débiles (para dar interpretaciones más generales en análisis empíricos,
por ejemplo). No rechazo la idea de “resistencia”, pienso que primero hay que
aclararla.
Definir estos problemas como resistencias es hacer de ellos formas de acción política por
defecto, que expresan un malestar ante todo colectivo: es un señalamiento. En lugar de
singularizar el caso, caso clínico o de política pública, como en el primer empleo, aquí, por el
contrario, se trata de generalizar. El empleo es más retórico que práctico, es utilizado en
una lógica de denuncia del mal. Y ese es incluso el mal democrático por excelencia, el de la
disolución social. En su versión más fuerte, la de las teorías críticas (Bourdieu, Boltanski,
Honneth), la tesis política piensa en términos de relación de fuerza entre adversarios y
desvaloriza lo concerniente a la interdependencia social. Es individualista.
Respecto a la perspectiva que yo llamo retórica, intentaré defender un punto de vista
sociológico, es decir descriptivo. Esta perspectiva, no solo deja perfectamente abierta la
discusión política, sino que quizás también la sustenta mejor.

3 Término que designa, en Japón, el “retiro” de ciertos individuos, particularmente los adolescentes, de la vida social y
familiar.

2
La alternativa sociológica es plantear esos problemas en términos de regímenes de
acción y de pasión. ¿Por qué? Porque cuando uno resiste con males, es que uno sufre de
algo. Claro está que sufrir de algo da también razones para actuar. No se trata de escoger
entre varias alternativas, sino de aclarar niveles que se imbrican. Para precisar un empleo
de la idea de resistencia que, en mi opinión, aclara mejor lo que las personas viven en la
vida ordinaria, la alternativa sociológica consiste en describir de qué manera nuestras
formas de actuar y de sufrir en sociedad cambian de manera interdependiente siendo
impregnadas progresivamente por las representaciones colectivas de la autonomía. Es
realmente de impregnación de lo que hay que hablar, pues las representaciones colectivas
no nos coaccionan desde el exterior, son expectativas que nos obligan al afectarnos
totalmente. Si, como lo afirma la sociología, lo que llamamos la sociedad o lo social es un
sistema de fuerzas actuantes sobre el individuo, este debe gobernar, como escribe Marcel
Mauss, hasta nuestras “reacciones fisiológicas”4.

Patología del ideal y autonomía: retorno sobre la depresión


Partamos de la depresión. Hacia 1970, un congreso de epidemiología psiquiátrica que se
desarrolló en Nueva York consideró que la depresión es ante todo una patología del cambio,
la depresión no expresa tanto lo que se resiste al cambio, sino aquello que lo desencadena,
la caída, el breakdown, la manera de sufrir acompañando nuevas maneras de actuar. El
cambio es un valor fuerte, pero su rapidez para dar cuenta de numerosos síndromes,
hikikomori o depresión, es un motivo recurrente.
En la misma época, la depresión fue reconceptualizada por un sector del psicoanálisis
como patología narcisista, en la cual la vergüenza subordina la culpabilidad, y que se
acompaña a menudo de comportamientos adictivos, como no se lo decía en la época. Si la
neurosis freudiana, elaborara en el contexto de un mundo que es todavía el de la culpa, es la
encarnación del hombre culpable, la depresión reconceptualizada simbolizará al hombre
incapaz de actuar. Los psicoanalistas además subrayan el desplazamiento, en la ápoca, del
superyó, prohibitivo, hacia el ideal del yo, que invita a actuar. Tienen tendencia a percibir la
depresión como una patología de la emancipación individual (estamos en el contexto de
después de mayo de 1968) pero ante el trabajo flexible y la mundialización.
La depresión se convierte en una “patología de la insuficiencia” en torno a 1980, es el
defecto de la acción. Como lo dice a mediados de los años 1980 un grupo de médicos de la
región parisina: la depresión tiene tendencia a remplazar las anginas en las incapacidades
de los asalariados. El trabajo comenzó a cambiar.5 Es el culto del desempeño.
La depresión es sin duda la entidad clínica encrucijada a través de la cual se muestran
en psicopatología los cambios de la culpabilidad y de las razones de sentirse culpable en la
sociedad. Sin embargo, desde su reconceptualización hace unos cuarenta años, numerosas

4 « Solo podemos describir el estado de un individuo “obligado”, es decir moralmente sometido a sus obligaciones, por
ejemplo a una cuestión de honor, si sabemos cuál es el efecto fisiológico y no solamente psicológico del sentido de esta
obligación », Marcel Mauss, “Rapports réels et pratiques de la psychologie et de la sociologie” (1924), en: Sociologie et
anthropologie, précédé de: Claude Lévi-Strauss, « Introduction { l’œuvre de Marcel Mauss », Paris, PUF, 1968 (4e édition),
p. 285-308 et p. 305.
5 Sobre estos puntos, ver: Alain Ehrenberg. La Fatigue d’être soi. Dépression et société. Paris, Odile Jacob, 1998. Existe
versión en castellano: A. Ehrenberg. La fatiga de ser uno mismo. Depresión y sociedad. Buenos Aires, Nueva Visión, 2000.

3
entidades han aparecido para componer el vasto dominio de la salud mental y que son esas
« reacciones fisiológicas » a las expectativas de la autonomía. Ese nudo tiene que ver con los
cambios de la ecuación personal en nuestras sociedades desde hace más o menos medio
siglo, cambios a los cuales se ha asociado progresivamente una nueva morbilidad de
naturaleza comportamental que yo llamo las patologías del hombre capaz, cuyo modelo es
la depresión reconceptualizada, y que son estrechamente dependientes de la autonomía tal
y como ella se da hoy en la vida social. El hombre capaz no es una entidad, es la expresión
de un sistema de relaciones sociales — de un espíritu social — en el cual la escogencia, la
iniciativa individual, la capacidad del individuo de ser el agente de su propio cambio son
valores supremos.6
Actualmente, como el trabajo está cada vez más organizado como una relación de
servicio, incluso en los oficios de obreros y empleados, hay que poseer una fuerte ecuación
personal, consistente en una inteligencia de las relaciones sociales que permitan adoptar
una línea de conducta personal. Piensen en el declive del concepto de calificación de la
organización tayloriana/fordiana en provecho del de competencia de la organización
flexible, y particularmente de lo que se llama las competencias no cognitivas, llamadas
emocionales, sociales o personales. Esas competencias condicionan la posibilidad de
adoptar una línea de conducta en una organización del trabajo en la cual se trata de hacer
cooperar personas y no de coordinar la acción a partir de un centro. En ese segundo caso,
uno necesita su cuerpo, en el primero necesita su compromiso personal.
La autonomía se convierte en una aspiración colectiva en las sociedades desarrolladas a
partir de la postguerra, pero ocupa aún un lugar subordinado en la jerarquía de las normas
y de los valores. Corresponde, guardadas las proporciones, a los Treinta Gloriosos, periodo
en el cual entramos en un universo moral en el cual el valor de la culpa declina en provecho
de una dinámica nueva en la cual masas de gente comienzan a querer seguir sus
aspiraciones afirmando que son propietarios de su cuerpo y de su destino; el “terreno
psíquico se vuelve receptivo”, escribe Edgar Morin en 1963, en su encuesta sobre el burgo
de Plozévet, situado en la punta del Raz.
Entre los años 1970 y 1980, la autonomía se vuelve progresivamente la condición
común y comienza a impregnar el conjunto de las relaciones sociales, es decir las ideas que
nos hacemos de las relaciones de interdependencia entre unos y otros y de independencia
de unos respecto a los demás. Ella ocupa el estatuto de un valor supremo. El paso del
trabajo dividido al trabajo flexible en la empresa es el epicentro de ello, tanto más cuanto en
Europa se ve acompañado del desempleo masivo. La disciplina cambia entonces de sentido:
se ve subordinada al objetivo de obtener iniciativa individual y, por ende, capacidades para
motivarse, trátese de trabajar o de encontrar un trabajo. Ella tiene entonces hacia la
autodisciplina. Ese cambio pone en primer plano la responsabilidad del agente con respecto
a sus acciones: la dependencia entre el agente y la acción es más esencial que durante la
época disciplinaria. La ecuación personal es débil en la disciplina, fuerte en la autonomía.
Ese cambio global se nota en nuestras sociedades en la difusión de formas de regulación
de las conductas que son a la autonomía lo que la obediencia mecánica era a la disciplina: en
la disciplina se trataba de volver a los individuos útiles mediante la docilidad; hoy se trata

6 Sobre estos y lo subsiguiente ver: A. Ehrenberg. La Société du malaise. Paris, Odile Jacob, 2010.

4
de desarrollar las capacidades que tienen los individuos de autoactivarse y autocontrolarse.
Si hay que disciplinar no es principalmente con miras a una obediencia, sino para
desarrollar capacidades de empatía y de confianza en sí mismo (en el sentido
norteamericano de la selfreliance, to rely on yourself7). Las formas de regulación de las
conductas en la autonomía-condición se pueden resumir de la manera siguiente: prácticas
consistentes en ayudar a las personas a autoayudarse mediante acompañamientos cuya
finalidad es hacer de ellas los agentes de sus propios cambios.
El prefijo “auto” y las capacidades evocadas nos conducen a la centralidad de la salud
mental y, a través de ella, a la preocupación colectiva por las emociones, es decir a todo el
vocabulario del control emocional y pulsional, de la inteligencia emocional, de las
competencias de carácter, etc. Una nueva morbilidad, que ya no concierne solamente al
dominio particular de la enfermedad mental, sino al campo general de la vida social, se ha
instituido progresivamente como una apuesta mayor en el trabajo, la educación y la familia.
Esa morbilidad pone en evidencia dos cambios mayores. Ante todo, el estatuto del síntoma:
el trastorno mental es la expresión de una dificultad ligada a la socialización y los criterios
del funcionamiento social se vuelven esenciales. Es el ascenso del eje 5 del DSM8, el manual
de diagnóstico en psiquiatría. El segundo cambio consiste en que el estilo de la desgracia se
modifica: domina el cuadro el sentimiento de no estar a la altura de las expectativas, de ya
no poder movilizarse para asegurar; la capacidad de actuar y de proyectarse hacia el futuro
está en el corazón de las dificultades del sujeto; es la avería de la acción encarnada por la
depresión.
Tomemos el ejemplo de la evolución de la pedopsiquiatría norteamericana. En 1975, la
American Academy of Pediatrics introdujo el concepto de “nueva morbilidad” para designar
los problemas no infecciosos y de prevalencia creciente que afectaban a los niños y sus
familias. En 1991, esa academia publicó un informe sobre el papel de los pediatras en el
futuro. Su primera frase es que “los cambios sociales engendraron cambios significativos en
la administración de cuidados sanitarios9”, cambios en los cuales las dimensiones sociales
son centrales. La “nueva morbilidad”, desarrollada ampliamente desde 1975, es
comportamental, y el concepto de salud comportamental toma un nuevo valor en la
concepción de la atención sanitaria, de los párvulos a jóvenes adultos10. Los problemas
sociales, de desarrollo y comportamentales están de ahora en adelante en el corazón de la
psiquiatría. Otros dos informes, en el mismo sentido, aparecieron en 2001 y 2012. Esta
nueva morbilidad representa un “desplazamiento en la comprensión de lo que influencia la
salud de los niños y de las familias”. Las disparidades, afirma el informe de 2012,
“amenazan los ideales democráticos de nuestro país al fragilizar el credo nacional igualdad
de oportunidades”. A través del enfoque desarrollista, que identifica patologías de la edad

7 Que se distingue de la confianza-trust y de la confianza-confidence, distinciones establecidas por Niklas Luhman en


“Familiarity, Confidence, Trust: Problems and Alternatives”, en: Diego Gambetta (dir.), Trust: Making and Breaking
Cooperative Relations, University of Oxford, Department of Sociology, 2000: 94-107.
8 Entre el DSM-III-R y el DSM-IV, a la mitad de los síndromes les añadieron un criterio de significación clínica: para que
haya una significación clínica en el diagnóstico del síndrome (eje 1), es necesario que haya angustia, es decir una forma de
sufrimiento síquico, o una disfunción suficiente (eje 5).
9 American Academy of Pediatrics Task Forcé, “Report on the Future Role of the Pediatrician in the Delivery of Health
Care”. Pediatrics, mars 1991, vol. 87, n° 3, p. 401-409.
10 Ibid., p. 404.

5
adulta a partir de las de la infancia y reafirma la necesidad de políticas de intervención
precoz, se opera un desplazamiento de un modelo orientado a la lucha contra la
enfermedad (sick-care) hacia uno orientado hacia la salud (health-care).

Autoactivación y autocontrol: una morbilidad comportamental


En una palabra, la nueva morbilidad y la nueva salud son el comportamiento, y el
comportamiento es la autonomía individual. Lo que cuenta no es tanto la desobediencia
como tal, sino la falta de empatía y la falta de confianza que la conducta revela, y que tiene
consecuencias a largo plazo desventajosas para la futura socialización del sujeto.
La insistencia en la prevención precoz subraya un elemento fundamental de la
autonomía: el cambio en la relación con el tiempo. Porque ella trata de patologías de la vida
de relación que invalidan la libertad del sujeto enfermo, la salud mental aparece como un
conjunto de prácticas en el cual la transformación personal es une valor clave, lo que
equivale a prácticas concebidas según una relación con el tiempo centrada sobre un futuro
inestable e incierto. La perspectiva es desarrollista y longitudinal. El cambio de nuestra
relación con el tiempo y el ascenso de la preocupación por el control emocional y pulsional
están anudados. De ahí en adelante, esos cambios se formulan en un lenguaje de
competencias y capacidades.
Hay una paradoja aparente de la autonomía: la disminución del valor social de la
culpabilidad ha sido remplazada por una situación en la cual los asuntos de autocontrol
emocional y pulsional son mucho más decisivos que cuando la autonomía era un valor
subordinado. Esa paradoja se revela cuando se la sitúa en el contexto de nuestra relación
con el tiempo, como lo ha mostrado bien Norbert Elias:
Afirmarse como adulto en sociedades estructuradas de esta manera [...] requiere un
grado elevado de anticipación y de dominio de los impulsos pasajeros para alcanzar
objetivos a largo plazo y realizar sus deseos. El grado de coacción requerido
corresponde a la longitud de las cadenas de interdependencia con otras personas que
uno se forma, en tanto individuo. Dicho de otro modo, afirmarse en tanto adulto en
nuestras sociedades demanda un grado elevado de dominio autorregulado de los
propios afectos y pulsiones11.
La conducta se ve trastornada según dos grandes modalidades: hacia la desaceleración y
el repliegue hacia el interior; hacia el desarreglo y el desbordamiento hacia el exterior.
Dicho de otra manera, el fracaso de la socialización se produce de dos maneras principales,
encarnadas por el retiro social y por la hiperactividad: el retiro social es la acción abortada
por insuficiencia de autoactivación o exceso de autocontrol, la agitación es la acción
abortada, pero a la inversa, por insuficiencia de autocontrol o exceso de autoactivación. No
se trata de dos entidades, sino de dos polos de una relación en cuyo recorrido usted puede
intercalar niveles.
Hay que subrayar un punto: en el mundo de la autonomía-condición, estos asuntos ya no
son puramente morales, sino que implican competencias, uno de los nuevos conceptos

11 Norbert Elias, « La civilisation des parents » (1980), dans Au-delá de Freud. Sociologie, psychologie, psychanalyse,
París, La Découverte, 2010, p. 99. “A menudo se olvida que la tendencia de las sociedades contemporáneas a volverse
sociedades más complejas [...] exige más que nunca individuos con un alto grado de autocontrol diferenciado” (p. 107).

6
sociales mayores que al mismo tiempo es un criterio decisivo de la buena salud mental. En
nuestros nuevos juegos de lenguaje son las competencias emocionales. Estas últimas son un
tema central de la literatura concerniente a la prevención precoz de las desigualdades y a la
lucha contra la pobreza así como a las obras de autoayuda y crecimiento personal.
El “car|cter” representa más una serie de competencias de vida que una disposición
moral12.
De hecho, es la concepción utilitarista de la moral, la de Mill y la de Bentham: en tanto
competencia de vida. Son las consecuencias de la falta de carácter las que ahí se subrayan,
que marcan la desventaja de quien carece de ellas.
En un tipo de vida social que no confronta tanto al individuo a los dramas de la
culpabilidad y del deseo sino a las tragedias de la autoestima, la salud mental se presenta
como un conjunto de prácticas con miras a volver capaz al hombre de dominar su
funcionamiento emocional; un hombre cuyo comportamiento es regulado mediante
técnicas de gobierno de sí basadas en la autonomía. Disciplina/culpabilidad-deseo, por un
lado; autonomía/confianza-funcionamiento, por el otro.
Esta imbricación entre lo médico y lo social, característica de la nueva morbilidad,
representa una reconceptualización de la salud en general, vía la salud mental. Las
relaciones sociales están en el corazón de la salud. Hay que describir esta situación en lugar
de emplear términos obscuros como “medicalización”, “subjetivación”, “psicologización”,
etc., que no indican nada de lo que está pasando en nuestras sociedades.
La salud mental expresa la actitud común en nuestras sociedades respecto a la
adversidad producida por ciertas relaciones sociales. Es un conjunto de prácticas cuyo
objeto es el sufrimiento causado por nuestras maneras de actuar: las rivalidades escolares,
el trabajo flexible, las perturbaciones familiares, etc. La salud mental consiste en maneras
de afrontar esas afecciones. En ella se imbrican el mal (moral y social) y la enfermedad. Es
por eso que hay que definirla sociológicamente como la forma individualista de tratamiento
de lo que los griegos llamaban las pasiones – el pathos que designa lo que nos afecta y nos
aprisiona, los padecimientos, el sufrimiento. Ese pathos es el reverso de la acción. Nuestros
regímenes de acción se entremezclan con nuestros regímenes de pasión.
Tal vez los males de la autonomía no sean tanto la puesta a prueba moral de su valor
político, sino la recordación de la existencia de una dimensión pasional de la vida social.
Alain Ehrenberg
Traducido del francés por Jorge Márquez Valderrama, para la asignatura “Cuerpo, salud y
enfermedad en la historia” 3008122 (Facultad de Ciencias Humanas y Económicas,
Universidad Nacional de Colombia). Medellín, 3 de enero de 2019
Fuente: Alain Ehrenberg, “Santé mentale: l'autonomie est-elle un malheur collectif?”, Esprit
2014/2 (Fév.): 99-108. DOI 10.3917/espri.1402.0099.

12 Jen Lexmond et Richard Reeves, “Parents are the Principal Architects of a Lairer Society...”, Building Character, Londres,
DEMOS, 2009.

Potrebbero piacerti anche