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Márcia Cruzara
Curitiba
2012
RESUMEN
En esa pared había una mesa y sobre ella un espejo en el que, según nos moviéramos o
incorporáramos, podíamos vernos desde la cama.
(...) y de pronto me miré a propósito en el espejo mal iluminado que tenía delante, la
única luz encendida le quedaba lejos, con las mangas de mi camisa arremangadas, mi
figura sentada en penumbra, un hombre aún joven se me miraba con benevolencia o
retrospectivamente, con la voluntad de reconocer al que había ido siendo, pero casi de
mediana edad se me miraba con anticipación o con pesimismo, adivinándome para
dentro de muy poco más tiempo. (MARÍAS, 1992, p.10)
“Fue Luisa quien primero me puso la mano en el hombro, pero creo que fui yo quien
empezó a obligarla (a obligarla a quererme), aunque esa tarea no es nunca unívoca y es
imposible que sea constante, y su eficacia depende en buena medida de que se tome el
relevo de la obligación a ratos por parte del obligado”. (MARÍAS, 1992, p.177)
“Chega um tempo em que não se diz mais: meu Deus!/ Tempo de absoluta depuração./
Tempo em que não se diz mais: meu amor./ Porque o amor resultou inútil./ E os olhos
não choram./ E as mãos teces apenas o rude trabalho./ E o coração está seco. […]
Chegou um tempo em que não adianta morrer./ Chegou um tempo em que a vida é uma
ordem./ A vida apenas, sem mistificação.” (ANDRADE, 1999, p.86)
Es lo que ocurre en Corazón tan blanco. La vida ha perdido su dimensión
espiritual, su aura divina y se ha convertido en un juguete del azar. Los hombres
se comportan como autómatas que sólo ponen atención a los comandos del
estómago y del sexo. Es decir, vivimos en una época terrible que parece haber
decretado la muerte de todas las utopías. Un periodo que lleva los últimos
románticos y las personas más sensibles al desespero. O como dijo el poeta:
“Alguns, achando bárbaro o espetáculo, / preferiam (os delicados)
morrer.”(ANDRADE, 1962, p. 32). Es exactamente lo que sucede con Teresa
Aguilera, que al tomar conocimiento de la verdad no la soporta.
Una de las paradojas de nuestro momento histórico ha sido muy bien
aprehendida por Charles Chaplin que la ha sintetizado de este modo: “Pensamos
en demasía y sentimos muy poco” (Apud PERAGÓN, 2010, p.324). En ese
sentido, pensando en la narrativa de Javier Marías, nos deparamos con las figuras
de Ranz y de su hijo Juan. El primero es el hombre grande de carácter pequeño.
La completa indiferencia de Ranz hacia la suerte de sus semejantes es algo
chocante que gana contornos aún mayores cuando comparado a la gran afición
que nutre por el arte, en especial por la pintura. Su desprecio por los aspectos
más humanos de la vida frente a su ridículo capricho artístico lo hace someter las
personas al imperio de los objetos. Es lo que podemos concluir después de
analizar el noveno capítulo en que Ranz, hipócritamente, para garantizar la
conservación de la pinacoteca, usa, manipula los funcionarios del museo que
tienen la función de guardar las obras de arte:
“Él, con diversos pretextos (no era su tarea, no lo era de nadie), se encargaba de saber
cómo les iba la vida a esos vigilantes, si estaban tranquilos o por el contrario alterados, si
los agobiaban las deudas o se defendían, si sus mujeres o sus maridos (el personal es
mixto) los trataban o los brutalizaban, si sus hijos eran motivos de dicha o pequeños
psicópatas que los sacaban de quicio, siempre interesándose y velando por ellos para
salvaguardar las obras de los maestros, protegerlas de sus posibles iras o arrebatos de
resentimientos”. (MARÍAS, 1992, p. 117)
A Juan también le encanta el arte con la diferencia de que prefiere las
manifestaciones artísticas que tienen en la palabra su materia prima. Se
vanagloria de dominar a varios idiomas y conocer sus respectivas literaturas. Él, a
ejemplo de su padre, no se interesa por cuestiones de naturaleza humanitaria.
Juan es un filósofo sin alma. Interrumpe a todo momento el flujo narrativo para
descorrer sobre varios temas que interpreta a luz de una filosofía particular.
Los personajes de Javier Marías, moralmente, son débiles. Todos, sin
excepción, o son corruptos o son pasibles de corrupción. Es precisamente lo que
ocurre con la mujer gitana y el viejo organillero que son fácilmente comprados por
Juan, permitiendo que un extraño les determine donde pueden ejercer su oficio.
Ranz, en ese sentido, es el corrupto inveterado. El lujo en que vive, las
ropas caras, la casa amplia, el acervo particular de obras plásticas está en
flagrante oposición al empleo modesto que ha desempeñado a lo largo de su vida
en el Museo del Prado, cuya renta sólo le permitiría asegurar la supervivencia.
Ranz es una esfinge capaz de convivir pacíficamente por muchas décadas
con un secreto terrible: el asesinato de su propia mujer. Es un hombre frío,
maquiavélico, para quien los fines justifican los medios. Atraído por la juventud de
Teresa, planea la muerte de la mujer cubana. Hace todo parecer un accidente.
Tiene éxito pues cuenta con la complicidad indirecta de las personas que no están
interesadas en buscar la verdad de los hechos.
Después de largos años de silencio, instigado por Luisa, Ranz decide
aclarar los hechos. Sin embargo, no demuestra tener remordimientos de
conciencia por haber sacado la vida de un ser humano que además le era tan
próximo. Es como se lo confesara a Luisa no porque el crimen le pesara en el
alma e esperase encontrar en la confesión algún conforto, y sí con el intuito de
tornar a Luisa aún más íntima y no porque desee la redención imposible.
Al trabar conocimiento con la verdad que tanto anhelaban, Luisa y Juan se
convierten en cómplices, ya que no hacen absolutamente nada. Es como si el
crimen hubiera prescrito. Nada cambia en sus vidas.
Javier Marías, en síntesis, a juzgar por la caracterización que da a sus
personajes, en Corazón tan blanco, no deposita ninguna confianza o esperanza en
el ser humano actual.
Ahora pasamos a hacer un análisis más detenido a respecto de la cuestión
del punto de vista del personaje-narrador y de su influencia sobre la narrativa y
sobre el lector. Ahora bien, según el crítico literario Antonio Candido,
“No hablábamos mientras yo rodaba, el vídeo registra las voces, tal vez ya no había
divertimiento ni alivio para mi amiga Berta, para mí nunca los hubo, las voces rebajan lo
que sucede, comentar difumina los hechos, también contarlos, hicimos un alto, dejé de
filmar, todo duró muy poco, había que grabar unos minutos tan sólo, pero aún no
habíamos acabado. Yo miraba más cada vez con los ojos de ‘Bill’ que yo había visto pero
no Berta, no eran los míos sino los suyos, nadie podría acusarme de haber mirado con
esa mirada, de haber mirado mirando, como antes dije, porque no fui yo exactamente
sino él a través de mis ojos, los de él y los míos opacos, los míos cada vez más
penetrantes, pero ella desconocía esos ojos, aún no habíamos terminado. ‘El coño’, le
dije a Berta, y no sé cómo se lo dije, cómo me atreví a decírselo, pero lo hice.” (MARÍAS,
1992, p. 197)
“Ranz, mi padre, me lleva treinta y cinco años, pero nunca ha sido viejo, ni siquiera ahora.
[...] es alguien en cuya actitud o espíritu nunca vi el paso de los años, nunca el menor
cambio, nunca asomó en él la gravedad y fatiga que iban apareciendo en mi madre a
medida que yo crecía, ni se le apagó el brillo de los ojos que las ocasionales gafas de
una vista cansada borraron de golpe de la mirada de ella, ni pareció vulnerable a los
reveses y afrentas que jalonan la existencia de todos los individuos, ni descuidó su
atuendo un sólo día de su vida entera, siempre arreglado desde por la mañana como
para asistir a una ceremonia, aunque no fuera a salir ni fuera a visitarlo nadie.” (MARÍAS,
1992, p. 86)
De esta manera el narrador hace insinuaciones para que el lector saque sus
propias conclusiones, pero él direcciona el pensamiento de éste para una línea de
raciocinio que el mismo narrador conduce. Proceso semejante ocurre con la
relación entre Ranz y Luisa (mujer de Juan). De una forma muy sutil, el narrador
va describiendo hechos que hacen con que el lector pueda inferir que existe una
relación amorosa entre los dos, o sea, que su mujer lo traiciona con su propio
padre. Eso hace parte de la visión pesimista que Juan tiene del mundo,
principalmente del casamiento y del amor.
Pero todas estas informaciones están implícitas a lo largo de la narrativa.
Hay que poner atención en detalles muy pequeños para darse cuenta de estas
insinuaciones del narrador. Un ejemplo es cuando, luego después de su boda,
Juan necesita ausentarse por mucho tiempo del hogar a causa de su trabajo y
Luisa se queda en casa, distante del esposo: “[...] y ella [Luisa] ha estado casi
siempre en Madrid, organizando esa casa y familiarizándose con mi familia, sobre
todo con Ranz, mi padre.” (MARÍAS, 1992, p. 78). Por estar alejado de casa, él no
participa de los cambios que ocurren con su mujer y ni siquiera en la propia casa:
con el tiempo se da cuenta de que está cada vez más parecida con la de su
infancia, o sea, que Luisa la está decorando de acuerdo con los gustos de Ranz.
Sin embargo, ésta es una visión parcial. Juan está lejos de casa. Luisa se
queda la mayor parte del tiempo con Ranz. Luego Luisa traiciona a Juan con su
padre. Es una asociación de ideas que pretende el narrador que hagamos a través
de su punto de vista, pero ¿cómo sabemos que ésta es la verdad si vemos a
través de la mirada del narrador? Ahí volvemos en la cuestión del recorte que
hace el novelista y de la visión fragmentaria que tiene el lector por cuenta de este
recorte. El autor de la novela optó por la parcialidad de la visión de Juan, pero no
podemos saber lo que piensa Ranz a este respecto sino por la mirada de aquél, ya
que el narrador en primera persona no es omnisciente. Es un filtro por el cual pasa
la “verdad” de los hechos para llegar hasta los lectores.
Aunque sean descritos con parcialidad, podemos considerar que los
personajes de Corazón tan blanco son muy complejos, pues tienen rasgos
psicológicos propios y no demuestran un comportamiento marcado o
caricaturesco. Juan, por ejemplo, posee su visión propia del mundo. Aunque otros
individuos compartan de la misma visión, Juan es un personaje capaz de
sorprender al lector con sus actitudes (no sigue el modelo de un estereotipo). No
sólo él, sino que todos los personajes de la narrativa siguen esta misma línea. En
ese sentido, Javier Marías reproduce en su novela lo que los críticos suelen llamar
“personajes esféricos” – poseen mayor variedad de características (físicas,
psicológicas, sociales, ideológicas y morales), son más complejos y tienen un
modo íntimo de ser (GANCHO, 2002).
Aún así ninguno de esos personajes reproduce con fidelidad un ser real,
pues ya fue dicho antes que el novelista utiliza estrategias distintas de las que se
utilizaría para narrar un hecho real. Según el crítico Antonio Cândido, un personaje
igual a un ser vivo es la negación de la novela (CÂNDIDO, 1968). Por más que
Javier Marías utilice mucho de su experiencia personal y de su visión de mundo
para componer la ideología del personaje Juan, no es posible decir que el
personaje sea el propio autor de la novela, pues en este caso el relato se
convertiría en una auto-biografía y perdería su estatus de novela. El autor
simplemente se basa en situaciones que hacen parte de su vivencia para
componer la ficción, en la medida que nada es totalmente original, sino que toda
ficción tiene una relación con un tipo de experiencia del autor o hace un puente
con otros textos ficticios formando una cadena dialógica.
Referências Bibliográficas