Sei sulla pagina 1di 15

UNIVERSIDADE TUIUTI DO PARANÁ

Márcia Cruzara

Análisis de los personajes de la novela Corazón tan blanco de Javier Marías


Trabalho de conclusão de curso
apresentado para o curso de pós-
graduação em Língua, Literatura e
Tradução em Espanhol.

Curitiba
2012
RESUMEN

La soledad, el egoísmo, el materialismo son algunas de las características


del ser humano postmoderno. En su obra Corazón tan blanco, el autor Javier
Marías trae a discusión los sentimientos y cuestionamientos que intrigan el
hombre de nuestro tiempo. La falencia de la institución del matrimonio y la falta de
amor en las relaciones humanas son punto de partida para desarrollar la visión de
mundo que el personaje-narrador Juan construye en el transcurso de la narrativa.
Haciendo uso de una “fórmula” literaria: el género policíaco, el autor prende
la atención del lector, sin perder, sin embargo, el status de obra de arte, figurando
entre una de las obras de mayor destaque en el escenario actual de la literatura
española.
Palabras-clave: literatura, personajes, ficción, Javier Marías, Corazón tan
blanco.
Análisis de los personajes de la novela Corazón tan blanco de Javier Marías

El presente trabajo tiene la pretensión de descorrer sobre la caracterización


de los personajes más importantes de Corazón tan blanco, novela contemporánea
de Javier Marías, uno de los escritores más representativos de la actual
producción literaria de España, cuyo mérito, en esa novela en cuestión, está en el
hecho de que se reporta al mayor canon de la tradición literaria española, Miguel
de Cervantes Saavedra, en la medida que, antes de cualquier cosa, cuenta una
buena historia. Y además de entretener a sus lectores con una buena trama,
Javier Marías da a su texto un carácter ensayístico, ya que descorre
filosóficamente sobre varios temas actuales como la soledad y haz un análisis
serio y bastante pesimista de la sociedad y del hombre moderno.
En otras palabras, el gran merecimiento de Javier Marías está en el hecho
de que, partiendo de una estructura que pertenece a un género literario poco
prestigiado, la novela policíaca, considerado como un género menor, ya que sigue
una fórmula, logra escribir una novela que ultrapasa ese género y alcanza el
status de obra de arte. Éxito literario, vale la pena añadir, poco frecuente en la
literatura. En España quizá podamos pensar en Manuel Vásquez Montalbán,
creador del detective Pepe Carvalho y autor de la novela Quinteto de Buenos
Aires; ya en nuestra literatura (brasileña) tal vez podamos verificar el mismo tipo
de fenómeno en la obra de Rubem Fonseca, notable en Agosto, novela de
indudable calidad literaria que también transciende las fronteras del género
policíaco.
Javier Marías, a la vez que valoriza una tradición literaria que empieza con
Cervantes, está atento al escenario actual de la literatura, ya que explora temas
que también son abordados por otros autores, por ejemplo la “relación especular”,
también trabajada por Juan José Millás, escritor contemporáneo, que habla de la
búsqueda de la identidad en el cuento Trastorno de carácter. Podemos percibir
como ese tema es trabajado en los siguientes trechos de las dos obras:

En esa pared había una mesa y sobre ella un espejo en el que, según nos moviéramos o
incorporáramos, podíamos vernos desde la cama.
(...) y de pronto me miré a propósito en el espejo mal iluminado que tenía delante, la
única luz encendida le quedaba lejos, con las mangas de mi camisa arremangadas, mi
figura sentada en penumbra, un hombre aún joven se me miraba con benevolencia o
retrospectivamente, con la voluntad de reconocer al que había ido siendo, pero casi de
mediana edad se me miraba con anticipación o con pesimismo, adivinándome para
dentro de muy poco más tiempo. (MARÍAS, 1992, p.10)

Me encuentro, pues, en la dolorosa situación de enfrentarme a un espejo que ya no me


refleja.
En fin, hasta de mis sueños llegué a pensar que eran un reflejo de los suyos; todo ello,
según creo, para aliviar la soledad (...) (MILLÁS, 2007, p. 49)

La cuestión de la búsqueda de la identidad, así como la cuestión de la


soledad es algo que el autor trabaja de una forma increíble, pues consigue pasar
todas las angustias del hombre que está viviendo en un tiempo en que lo más
importante es el dinero y el trabajo, el individuo no se da cuenta de lo que
realmente es importante, o sea, la familia, la vida, el amor y consecuentemente las
personas que están a su lado. Aunque todos eses temas estén presentes en la
narrativa, lo que vemos es que los personajes los tratan de una forma bastante
rara, se importan con mezquindades cuando de hecho deberían preocuparse con
el estado del ser humano. Lo que resulta de todo eso es el hombre, como vimos
en el cuento de Millás, que ya no ve su imagen reflejada en el espejo y se siente
cada vez más solo aunque esté cercado de una muchedumbre.
Los personajes que transitan en las páginas de Corazón tan blanco son
criaturas egoístas, ensimismadas y, sobre todo, solitarias; productos de una era
tecnológica que toca las rayas del absurdo en que la vida humana ha cobrado un
ritmo tan alucinante que ya no se hace posible hacer pausas para mirar los lirios
del campo y las aves del cielo. La idolatría a los bienes materiales y la pasión con
que los hombres se dedican a la caza del dinero los han convertido en esclavos
del trabajo, que normalmente realizan de una forma fría y mecánica, sin un
propósito mayor. Un buen ejemplo de esto es lo que sucede con Juan, personaje y
narrador de la novela, lo cual se dedica a actividades que a menudo le obligan
ausentarse de su hogar y le privan de la compañía de su joven esposa, para
quedarse varias semanas en un país extranjero, encerrado en un cubículo que
huele a comida, ejecutando una función que lo llena de cansancio y aburrimiento y
que no le trae ninguna otra compensación que la pecuniaria.
Juan no tiene una visión romantizada de sus actividades (intérprete y
traductor), al revés, tiene una visión bastante negativa de ellas, y no tiene
escrúpulos de decir por qué se dedica a ellas: “Como ya he dicho, ambos nos
dedicamos sobre todo a ser traductores o intérpretes (para ganar dinero)
[…](MARÍAS, 1992, p. 151). Trabajar en esa área u otra, le resulta indiferente. Lo
que le importa de hecho es ganar bien la vida. No le molesta de modo alguno las
cuestiones relacionadas a la realización profesional. Y ya que no tiene este tipo de
ambición, sigue laborando en eso, pues encuentra satisfacción suficiente en el
sueldo, además le encanta la sensación de poder y el prestigio que estas
actividades proporcionan. A esto se suma el obscuro concepto de ética del
personaje; en el episodio en que Juan trabaja como intérprete en el encuentro del
alto cargo español y el adalid británica, actúa de una forma irresponsable,
inconsecuente, interfiere directamente en la conversación, alterando lo que es
dicho además de inventar cosas. Y en eso, cuenta con la complicidad de Luisa, su
futura esposa, cuya misión en ese encuentro consistía justamente en vigilarle.
El mundo recreado por Javier Marías en su ficción es un lugar desolador,
sofocante, terrible, cuyas plagas la esperanza hace tiempos ha abandonado. En
ese ambiente el amor simplemente es inexistente. Lo que hay es más una unión
de cuerpos que cualquier otra cosa. Hasta en el caso de Ranz, padre de Juan,
que, en principio, podríamos pensar que fue llevado a asesinar a su primera mujer
para quedarse con Teresa Aguilera instigado por un amor genuino, pero si
analizamos bien la psicología de este personaje, llegaremos a la conclusión de
que el crimen es más bien fruto de una idea fija que se ha apoderado de su mente.
Hacía mucho que su relación con la primera mujer había fracasado. Ranz estaba
muy infeliz al lado de la mujer cubana, así que cuando sobrevino la oportunidad,
se libertó de ella. El amor, en realidad, tuvo una participación muy tímida en este
desastre.
El amor no encuentra condiciones favorables para desarrollarse en ese
charco humano. La relación hombre y mujer se reduce a macho y hembra. Es lo
que ocurre con el personaje Berta y el hombre español que intenta pasar por
norteamericano. Nos choca la forma abierta como Berta y Jack hacen la
“transacción” en la que figuran, a la vez, como compradores y mercaderías.
Berta es una síntesis del desamparo y de la soledad humana, sobre todo,
femenina. Con el tiempo, se ha convertido en una cosa que los hombres en su
desespero carnal procuran y después del alivio sexual echan fuera como se fuera
un objeto desechable. Los hombres se alternan en su cama incapaces de
reconocer en ella otro atributo cualquiera. Berta, en su carencia afectiva que toca
las rayas del desespero, acepta las migajas de amor que le tiran, proyecta toda su
frustración existencial bajo el imperio del sexo que, en su caso, se ha convertido
en una válvula de escape.
Aún hablando del amor o más propiamente de su ausencia, verificamos
que la unión de Juan y Luisa es una farsa desde el punto de vista amoroso. Juan,
en ningún momento da muestras de amar a Luisa. A Luisa le pasa exactamente lo
mismo. El interés se opone al amor y lo sujeta, es lo que ocurre con esos dos
personajes que contraen casamiento atraídos, sobre todo, por la conveniencia
financiera. Vale recordar que la primera cosa en que Juan se ha fijado en la
ocasión en que conoce a Luisa ha sido justamente en los zapatos que ésta
llevaba; el personaje deja trasparecer su carácter y revela la naturaleza de este
“amor” en el siguiente comentario: “(…) la vi descruzar de inmediato las
sobresaltadas piernas (las piernas de gran altura siempre a mi vista, como los
zapatos nuevos y caros de Prada, sabía gastarse el dinero o se los habría
regalado alguien) […]” (MARÍAS, 1992, p.164).
Alias, el narrador tiene una visión bastante rara del amor. Lo concibe como
una cosa que se adquiere a fuerza de repetición hasta convertirse, al cabo de
algún tiempo, en una costumbre:

“Fue Luisa quien primero me puso la mano en el hombro, pero creo que fui yo quien
empezó a obligarla (a obligarla a quererme), aunque esa tarea no es nunca unívoca y es
imposible que sea constante, y su eficacia depende en buena medida de que se tome el
relevo de la obligación a ratos por parte del obligado”. (MARÍAS, 1992, p.177)

El personaje Juan es la representación del individuo moderno que no


conoce a sí mismo y los seres que están a su alrededor debido a su desconfianza,
su pesimismo y su ambición que lo tornan un ser solitario. La soledad humana,
alias, es lo que se observa en todos los personajes en la narrativa, sin ninguna
excepción, sea Juan, Ranz, Nick, Luisa, Berta o Miriam, todos, aunque en un
primer vistazo no parezcan, están completamente solos. Aunque Luisa y Juan
estén casados no hay una complicidad; cada uno está involucrado con sus
acciones sin parecer necesitar del otro a su lado. Luisa no es cómplice de Juan,
pues él tiene secretos y le ocurre cosas importantes en su vida que no relata a su
mujer, de cierta forma son dos desconocidos dividiendo la misma casa. Aunque lo
más común fuera ver la pareja compartir juntos su tiempo, no es lo que ocurre,
cada uno se vuelve para su propio “mundo” y deja el otro esquivado, así que aun
los personajes que tienen pareja sufren con la soledad.
En un contexto así tan desfavorable la institución familiar se disuelve. Es lo
que puede ser aprehendido de lo que ha dicho Juan: “[…] vamos a comprar un
piano o vamos a tener un hijo o tenemos un gato” (MARÍAS, 1992, p. 385).
En Corazón tan blanco, Javier Marías denuncia la incomprensión e
incoherencia de una época que no tiene ninguna complacencia con las frágiles
criaturas que somos. La descreencia y la constatación de Javier Marías son
compartidas por muchos pensadores y autores que han planteado que la
evolución humana no ha acompañado la transformación material. Nos reportamos
en ese punto al pesimismo de Carlos Drummond de Andrade que herido por la
incoherencia de nuestro momento histórico ha escrito:

“Chega um tempo em que não se diz mais: meu Deus!/ Tempo de absoluta depuração./
Tempo em que não se diz mais: meu amor./ Porque o amor resultou inútil./ E os olhos
não choram./ E as mãos teces apenas o rude trabalho./ E o coração está seco. […]
Chegou um tempo em que não adianta morrer./ Chegou um tempo em que a vida é uma
ordem./ A vida apenas, sem mistificação.” (ANDRADE, 1999, p.86)
Es lo que ocurre en Corazón tan blanco. La vida ha perdido su dimensión
espiritual, su aura divina y se ha convertido en un juguete del azar. Los hombres
se comportan como autómatas que sólo ponen atención a los comandos del
estómago y del sexo. Es decir, vivimos en una época terrible que parece haber
decretado la muerte de todas las utopías. Un periodo que lleva los últimos
románticos y las personas más sensibles al desespero. O como dijo el poeta:
“Alguns, achando bárbaro o espetáculo, / preferiam (os delicados)
morrer.”(ANDRADE, 1962, p. 32). Es exactamente lo que sucede con Teresa
Aguilera, que al tomar conocimiento de la verdad no la soporta.
Una de las paradojas de nuestro momento histórico ha sido muy bien
aprehendida por Charles Chaplin que la ha sintetizado de este modo: “Pensamos
en demasía y sentimos muy poco” (Apud PERAGÓN, 2010, p.324). En ese
sentido, pensando en la narrativa de Javier Marías, nos deparamos con las figuras
de Ranz y de su hijo Juan. El primero es el hombre grande de carácter pequeño.
La completa indiferencia de Ranz hacia la suerte de sus semejantes es algo
chocante que gana contornos aún mayores cuando comparado a la gran afición
que nutre por el arte, en especial por la pintura. Su desprecio por los aspectos
más humanos de la vida frente a su ridículo capricho artístico lo hace someter las
personas al imperio de los objetos. Es lo que podemos concluir después de
analizar el noveno capítulo en que Ranz, hipócritamente, para garantizar la
conservación de la pinacoteca, usa, manipula los funcionarios del museo que
tienen la función de guardar las obras de arte:

“Él, con diversos pretextos (no era su tarea, no lo era de nadie), se encargaba de saber
cómo les iba la vida a esos vigilantes, si estaban tranquilos o por el contrario alterados, si
los agobiaban las deudas o se defendían, si sus mujeres o sus maridos (el personal es
mixto) los trataban o los brutalizaban, si sus hijos eran motivos de dicha o pequeños
psicópatas que los sacaban de quicio, siempre interesándose y velando por ellos para
salvaguardar las obras de los maestros, protegerlas de sus posibles iras o arrebatos de
resentimientos”. (MARÍAS, 1992, p. 117)
A Juan también le encanta el arte con la diferencia de que prefiere las
manifestaciones artísticas que tienen en la palabra su materia prima. Se
vanagloria de dominar a varios idiomas y conocer sus respectivas literaturas. Él, a
ejemplo de su padre, no se interesa por cuestiones de naturaleza humanitaria.
Juan es un filósofo sin alma. Interrumpe a todo momento el flujo narrativo para
descorrer sobre varios temas que interpreta a luz de una filosofía particular.
Los personajes de Javier Marías, moralmente, son débiles. Todos, sin
excepción, o son corruptos o son pasibles de corrupción. Es precisamente lo que
ocurre con la mujer gitana y el viejo organillero que son fácilmente comprados por
Juan, permitiendo que un extraño les determine donde pueden ejercer su oficio.
Ranz, en ese sentido, es el corrupto inveterado. El lujo en que vive, las
ropas caras, la casa amplia, el acervo particular de obras plásticas está en
flagrante oposición al empleo modesto que ha desempeñado a lo largo de su vida
en el Museo del Prado, cuya renta sólo le permitiría asegurar la supervivencia.
Ranz es una esfinge capaz de convivir pacíficamente por muchas décadas
con un secreto terrible: el asesinato de su propia mujer. Es un hombre frío,
maquiavélico, para quien los fines justifican los medios. Atraído por la juventud de
Teresa, planea la muerte de la mujer cubana. Hace todo parecer un accidente.
Tiene éxito pues cuenta con la complicidad indirecta de las personas que no están
interesadas en buscar la verdad de los hechos.
Después de largos años de silencio, instigado por Luisa, Ranz decide
aclarar los hechos. Sin embargo, no demuestra tener remordimientos de
conciencia por haber sacado la vida de un ser humano que además le era tan
próximo. Es como se lo confesara a Luisa no porque el crimen le pesara en el
alma e esperase encontrar en la confesión algún conforto, y sí con el intuito de
tornar a Luisa aún más íntima y no porque desee la redención imposible.
Al trabar conocimiento con la verdad que tanto anhelaban, Luisa y Juan se
convierten en cómplices, ya que no hacen absolutamente nada. Es como si el
crimen hubiera prescrito. Nada cambia en sus vidas.
Javier Marías, en síntesis, a juzgar por la caracterización que da a sus
personajes, en Corazón tan blanco, no deposita ninguna confianza o esperanza en
el ser humano actual.
Ahora pasamos a hacer un análisis más detenido a respecto de la cuestión
del punto de vista del personaje-narrador y de su influencia sobre la narrativa y
sobre el lector. Ahora bien, según el crítico literario Antonio Candido,

“geralmente, da leitura de um romance fica a impressão de uma série de fatos,


organizados em enredo, e de personagens que vivem estes fatos. É uma impressão
praticamente indissolúvel: quando pensamos no enredo, pensamos simultaneamente nas
personagens; quando pensamos nestas, pensamos simultaneamente na vida que vivem,
nos problemas em que se enredam, na linha do seu destino – traçada conforme uma
certa duração temporal, referida a determinadas condições de ambiente. O enredo existe
através das personagens ; as personagens vivem no enredo.” (CÂNDIDO, 1968, p. 65)

Si pensamos la novela de Javier Marías a partir de esta premisa, veremos


que el autor consigue engendrar un todo indisoluble, pues el lector conoce el
enredo a partir de la perspectiva de Juan, el personaje-narrador.
Cuando una narrativa está escrita en primera persona, muchas veces el
personaje-narrador es confundido con el autor del libro. Este es un error muy
frecuente que deturpa la idea que tenemos de personaje. Puede que la voz del
narrador en primera persona exprese las opiniones del autor, o que tenga las
mismas características físicas y psicológicas de éste. Sin embargo, en el momento
que esa voz narrativa pasa a hacer parte de un enredo ficticio, donde el autor
utiliza recursos narrativos distintos de los recursos que utilizaría un historiador, por
ejemplo, al relatar un acontecimiento, esa voz deja de ser real para tornarse un
personaje de ficción.
Bajo ese aspecto, es interesante pensar como el lector de Corazón tan
blanco comparte de los sentimientos de Juan, pues todo el punto de vista de la
narrativa es suyo. Las imágenes que tiene el lector pasan por el filtro de su
narración, incluso la construcción de los demás personajes. Así que el narrador
puede convencer al lector de que su perspectiva de la historia es la correcta, pues,
como ya he dicho, todas las informaciones del enredo pasan por su filtro.
Como el autor discute en la novela la cuestión de la traducción, podemos
utilizar la misma idea para pensar la cuestión del personaje-narrador, pues lo que
plantea Javier Marías es que en una traducción uno siempre va a mirar con los
ojos del traductor. Del mismo modo, el lector de la novela va a mirar con los ojos
de Juan; no es al azar que el autor optó por escribir la narrativa en primera
persona.
Hay una escena en la novela que demuestra claramente esta confusión de
voces y de miradas:

“No hablábamos mientras yo rodaba, el vídeo registra las voces, tal vez ya no había
divertimiento ni alivio para mi amiga Berta, para mí nunca los hubo, las voces rebajan lo
que sucede, comentar difumina los hechos, también contarlos, hicimos un alto, dejé de
filmar, todo duró muy poco, había que grabar unos minutos tan sólo, pero aún no
habíamos acabado. Yo miraba más cada vez con los ojos de ‘Bill’ que yo había visto pero
no Berta, no eran los míos sino los suyos, nadie podría acusarme de haber mirado con
esa mirada, de haber mirado mirando, como antes dije, porque no fui yo exactamente
sino él a través de mis ojos, los de él y los míos opacos, los míos cada vez más
penetrantes, pero ella desconocía esos ojos, aún no habíamos terminado. ‘El coño’, le
dije a Berta, y no sé cómo se lo dije, cómo me atreví a decírselo, pero lo hice.” (MARÍAS,
1992, p. 197)

En esta escena el autor hace una comparación de la relación Berta – Juan


– Bill, con la relación entre texto – traductor – lector. Pues Juan hace una
intermediación entre Berta y Bill, o sea, Bill va a mirar Berta a través de la
perspectiva de Juan.
De esta misma manera, la necesidad que tiene el autor de una novela de
seleccionar rasgos físicos y psicológicos al retratar un personaje aleja la novela de
la realidad, haciendo con que el lector tenga una visión fragmentaria de los
hechos. Por otra parte, la novela puede acercarse de la realidad si pensamos que
en la vida real también tenemos una visión fragmentaria del prójimo. Sin embargo
en la novela esta visión es más amplia en la medida que el novelista nos reporta
para dentro del personaje. En este sentido podemos considerar que creador y
narrador son la misma persona, pues es él que crea la imagen que el lector va a
tener de cada personaje a través de la selección y del recorte de los hechos
relatados.
Bajo esta perspectiva, el personaje-narrador Juan hace una descripción
fragmentaria de los personajes de la novela Corazón tan blanco, e impone de
manera autoritaria su punto de vista para convencer al lector de que su visión de
los hechos es la verdadera. En ese sentido podemos hacer una relación con el
narrador Bentinho de la novela Dom Casmurro, de Machado de Assis. Bentinho, a
través de sus argumentos, hace con que el lector dude de la fidelidad de Capitu, lo
que podría ser distinto si la novela fuera narrada en tercera persona, pues ahí la
visión de Capitu también sería puesta en cuestión.
La imagen que teje Juan de su padre Rans, por ejemplo, es de un hombre
hermoso, pese a la edad:

“Ranz, mi padre, me lleva treinta y cinco años, pero nunca ha sido viejo, ni siquiera ahora.
[...] es alguien en cuya actitud o espíritu nunca vi el paso de los años, nunca el menor
cambio, nunca asomó en él la gravedad y fatiga que iban apareciendo en mi madre a
medida que yo crecía, ni se le apagó el brillo de los ojos que las ocasionales gafas de
una vista cansada borraron de golpe de la mirada de ella, ni pareció vulnerable a los
reveses y afrentas que jalonan la existencia de todos los individuos, ni descuidó su
atuendo un sólo día de su vida entera, siempre arreglado desde por la mañana como
para asistir a una ceremonia, aunque no fuera a salir ni fuera a visitarlo nadie.” (MARÍAS,
1992, p. 86)

Las descripciones físicas que hace Juan de su padre van se repitiendo a lo


largo de la narrativa. El autor lo hace con la intención de implantar la duda o la
desconfianza en la cabeza del lector: ¿Qué tipo relación tenía Juan con Ranz? En
principio parece que es una relación un poco distante, pero si uno se fija en los
detalles, percibe que hay algo que los aproxima además de la relación padre –
hijo. Bajo este aspecto se puede plantear la cuestión de la homosexualidad; Juan
describe a su padre, e incluso a sí mismo, con algunos rasgos femeninos:
“El otro rasgo llamativo de la cara de Ranz y el único que yo he heredado era su boca,
carnosa y demasiado delineada, como si hubiera sido añadida en el último instante y
perteneciera a otra persona, levemente incongruente y con las demás facciones,
separada de ellas, una boca de mujer en un rostro de hombre, como tantas veces me han
dicho a mí de la mía, una boca femenina y roja que vendría de quién sabe qué bisabuela
o antepasada, alguna mujer presumida que no quiso que desapareciera de la tierra con
ella y nos la fue transmitiendo, despreocupada con nuestro sexo.” (MARÍAS, 1992, p.
88/89)

De esta manera el narrador hace insinuaciones para que el lector saque sus
propias conclusiones, pero él direcciona el pensamiento de éste para una línea de
raciocinio que el mismo narrador conduce. Proceso semejante ocurre con la
relación entre Ranz y Luisa (mujer de Juan). De una forma muy sutil, el narrador
va describiendo hechos que hacen con que el lector pueda inferir que existe una
relación amorosa entre los dos, o sea, que su mujer lo traiciona con su propio
padre. Eso hace parte de la visión pesimista que Juan tiene del mundo,
principalmente del casamiento y del amor.
Pero todas estas informaciones están implícitas a lo largo de la narrativa.
Hay que poner atención en detalles muy pequeños para darse cuenta de estas
insinuaciones del narrador. Un ejemplo es cuando, luego después de su boda,
Juan necesita ausentarse por mucho tiempo del hogar a causa de su trabajo y
Luisa se queda en casa, distante del esposo: “[...] y ella [Luisa] ha estado casi
siempre en Madrid, organizando esa casa y familiarizándose con mi familia, sobre
todo con Ranz, mi padre.” (MARÍAS, 1992, p. 78). Por estar alejado de casa, él no
participa de los cambios que ocurren con su mujer y ni siquiera en la propia casa:
con el tiempo se da cuenta de que está cada vez más parecida con la de su
infancia, o sea, que Luisa la está decorando de acuerdo con los gustos de Ranz.
Sin embargo, ésta es una visión parcial. Juan está lejos de casa. Luisa se
queda la mayor parte del tiempo con Ranz. Luego Luisa traiciona a Juan con su
padre. Es una asociación de ideas que pretende el narrador que hagamos a través
de su punto de vista, pero ¿cómo sabemos que ésta es la verdad si vemos a
través de la mirada del narrador? Ahí volvemos en la cuestión del recorte que
hace el novelista y de la visión fragmentaria que tiene el lector por cuenta de este
recorte. El autor de la novela optó por la parcialidad de la visión de Juan, pero no
podemos saber lo que piensa Ranz a este respecto sino por la mirada de aquél, ya
que el narrador en primera persona no es omnisciente. Es un filtro por el cual pasa
la “verdad” de los hechos para llegar hasta los lectores.
Aunque sean descritos con parcialidad, podemos considerar que los
personajes de Corazón tan blanco son muy complejos, pues tienen rasgos
psicológicos propios y no demuestran un comportamiento marcado o
caricaturesco. Juan, por ejemplo, posee su visión propia del mundo. Aunque otros
individuos compartan de la misma visión, Juan es un personaje capaz de
sorprender al lector con sus actitudes (no sigue el modelo de un estereotipo). No
sólo él, sino que todos los personajes de la narrativa siguen esta misma línea. En
ese sentido, Javier Marías reproduce en su novela lo que los críticos suelen llamar
“personajes esféricos” – poseen mayor variedad de características (físicas,
psicológicas, sociales, ideológicas y morales), son más complejos y tienen un
modo íntimo de ser (GANCHO, 2002).
Aún así ninguno de esos personajes reproduce con fidelidad un ser real,
pues ya fue dicho antes que el novelista utiliza estrategias distintas de las que se
utilizaría para narrar un hecho real. Según el crítico Antonio Cândido, un personaje
igual a un ser vivo es la negación de la novela (CÂNDIDO, 1968). Por más que
Javier Marías utilice mucho de su experiencia personal y de su visión de mundo
para componer la ideología del personaje Juan, no es posible decir que el
personaje sea el propio autor de la novela, pues en este caso el relato se
convertiría en una auto-biografía y perdería su estatus de novela. El autor
simplemente se basa en situaciones que hacen parte de su vivencia para
componer la ficción, en la medida que nada es totalmente original, sino que toda
ficción tiene una relación con un tipo de experiencia del autor o hace un puente
con otros textos ficticios formando una cadena dialógica.
Referências Bibliográficas

ANDRADE, Carlos Drummond. Antologia Poética. São Paulo, 1962


ANDRADE, Carlos Drummond de. Sentimento do mundo. Editora Record – 8ª
edição, Rio de Janeiro: 1999.
BRAITH, Bet. A personagem. Editora Ática, São Paulo: 1985.
CÂNDIDO, Antonio. A personagem de ficção. Editora Perspectiva, São Paulo:
1968.
GANCHO, Cândida Vilares. Como analisar narrativas. Editora Ática, São Paulo:
2002.
MARÍAS, Javier. Corazón tan blanco. Editorial Anagrama, Barcelona: 1992.
MILLÁS, Juan José. Trastornos de carácter y otros cuentos. Ed. Pepa Anastasio.
New York: Modern Language Association, 2007.
PERAGÓN, Pep. Manual práctico para cambiar el mundo. Bubok, Barcelona:
2010.

Potrebbero piacerti anche