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(Mikava)
Días pasaron, días en vela. Días de tortura y días de agonía. Fue una noche
Iva era el nombre de su preciosa hermana, quien desde pequeña había padecido una terrible
enfermedad la cual ningún médico en Viena o los alrededores pudo remediar. Había muerto
en su lecho varios días atrás, envolviéndolo así en el manto de la soledad. Días en los que
Thomas debió de mantener su rígida compostura, propia de un noble caballero de la época.
Además, Thomas debió de esperar a que toda la masa y el vulgo popular dejaran las entrañas
de la morada perteneciente a su familia para, por fin de forma tardía y dolorosa, llorar de una
vez por todas la muerte, no sólo de su tan querida hermana, sino de su único y más preciado
amor.
Ellos pertenecían a una de las familias más nobles y connotadas de la Viena del 1840. Los
hermanos mantuvieron una estrecha relación de convivencia mutua, en donde cada uno
ayudaba al otro. Por supuesto, esto lo realzaron durante los 18 años que permanecieron juntos,
antes de la prematura muerte de Iva. Sin embargo, desde que tenía uso de razón, Thomas veía
a la preciosa Iva, hermana gemela de nacimiento, como su parte faltante. Thomas veía en ella
su propia incomprensión del mundo, del todo, y sabía bien que Iva representaba aquello que él
no era, pero tampoco podía ser, porque aquello sólo era Iva y nadie más que Iva. Aquel amor
tan puro no era de necesidad mutua – como se creía realmente era la relación – sino más bien
de unión total. No obstante, aquel sentimiento de deseo que mantenía Thomas hacia ella fue
algo que el muchacho nunca estuvo dispuesto a compartir, ni siquiera con la mismísima Iva.
Ahora Thomas sabía que jamás volvería a tener otra oportunidad para liberarse de aquel
sádico sentimiento más pues dirigido por viejos fantasmas del ayer, porque ahora Iva estaba
muerta, tan muerta como el espíritu de Thomas que perecía al compás de la melancolía diaria.
Thomas sentía como el aroma de su amada bañaba hasta la más ínfima fibra de aquel
dormitorio sucumbido en pena. Majestuosa era la sinfonía entonada con suma delicadeza que
ahora comenzaba a impregnar las fauces de sus oídos. Sin lugar a dudas, aquella melodía que
ahora invadía los profundos abismos del muchacho provenía de un piano. Precisamente,
aquella era la melodía favorita de Iva, la misma que entonaba de manera diaria. Thomas rió y
dijo en voz alta: “Déjame demonio, ¿acaso no te contentas, pues, con verme sufriendo ante la
dura impotencia más causada por Dios o los hados?”. Los lamentos de Thomas fueron
ignorados. Él sabía que dentro de la penumbra yacía un piano. Él sabía bien que estaba solo,
pero también que la cordura a veces declina. No obstante, no podía permitir que sus
alucinaciones se burlaran de su dolor. Por eso, se levantó de la cama de Iva y encendió una
pequeña lámpara que se encontraba en un mueble cercano. La delicadeza de un precioso
manto anaranjado arremetió contra la penumbra inmiscuyéndose, así, en cada centímetro de la
habitación, incluyendo así también al sillín de piano vacío ante sus ojos. Thomas podía oír,
ver, y sentir cómo la melodía seguía rellenando con calidez los olvidados interiores de su
vacía alma. Miró por toda la habitación apuntando con la vela dentro de la lámpara,
encontrando delicados muebles, juguetes de color de rosa y un enorme y alargado espejo. Los
ojos de Thomas se abrieron hasta más no poder, cuando sus oídos por fin percibieron que
aquella preciosa sinfonía no provenía del piano en la habitación: no, aquella melodía provenía
del espejo en el cual Iva se contemplaba día tras día.
Thomas, pese al temor, se armó de una dudosa valentía, y lentamente comenzó a
aproximarse hacia aquel espejo. El acelerado palpitar de su corazón en fuga, y el rítmico
andar de sus pisadas golpeando contra las tablas del suelo, se entrelazaban a la vez con la
diáfana tocata proveniente de aquel solitario espejo. Cuando Thomas por fin llegó, alumbró, y
el telar anaranjado envolvió la parte trasera del espejo. No podía creer que aquel sonido
viniese desde dentro del espejo mismo, sin embargo, cuando el muchacho, inmiscuido en un
avasallador miedo, apuntó la llamarada anaranjada ante su reflejo, este vislumbró una epifanía
dentro de una fantasía. Thomas se vio tal cual era, con su cabello rubio deslizándose desde sus
hombros, sus ojos azulados apreciando con desdén lo que él creía que era un milagro más
causado por Dios que por el diablo. Thomas vio como en el reflejo, se observaba justo detrás
de él, la imagen de una preciosa jovencita sentada en lo que antes era un vacío sillín de piano,
entonando a su vez, con la mayor magnificencia y elegancia que se pueda conocer, una
preciosa pieza musical. Era Iva, sin dudas era Iva. Thomas giró su cabeza y pudo contemplar
como el sillín ahora estaba vacío, pero cuando volvió a fijarse en el espejo, Iva se mantenía de
igual manera sentada sobre él. Miles de ideas de duda y escepticismo gobernaron las paredes
de su mente, pero, aun así, sin ni si quiera él saber por qué o como, su mano lentamente
comenzó a deslizarse hacia adelante, donde con suma delicadeza atravesaría, como si de un
lago en invierno se tratase, lo que al principio pensaba que era simple cristal. No bajó su mano,
porque su mano no podía alcanzar aún a Iva, sin si quiera pensar en las consecuencias,
Thomas, con sutileza, comenzó a despegar sus pies del enmaderado suelo de la habitación, y
lentamente se movió hacia adelante. No pensaba, no miraba, apenas respiraba. Thomas solo se
concentraba en alcanzar a la preciosa Iva, porque él estaba dispuesto a llegar al infierno
mismo si era necesario. Así el joven, pasando todo su cuerpo junto con la lampara, atravesó
aquel intrincado cristal.
Al llegar al otro lado, él ya no sabía en que creer, Thomas tocó su cuerpo por todas partes, él
estaba ahí, vivo, presente ante Iva. La observó detenidamente por varios segundos, intentó
gritarle, pero sus palabras se trabaron en su paladar. Intentó moverse, pero sus pies parecían
arrastrarse en el suelo. La melodía continuaba e Iva tocaba, pero Thomas no sabía que pasaba.
Cuando por fin, con vela en mano, pasando además desapercibido debido a otra vela que se
apoyaba sobre el piano, suavemente, casi como con un grito de agonía o un susurro
desesperado, sus sedientos y solitarios labios dejaron escapar la palabra: “Iva...”.
La melodía se interrumpe de manera torpe y abrupta. Iva, con unos enormes y azulados ojos,
ahora lo admiraba sentada desde la plenitud total de su vitalidad. El muchacho, sin pensarlo, y
soltando a la vez de manera peligrosa la lampara, hundió sus brazos sobre el inmaculado y
fino cuerpo de musa de su hermana, la muchacha no supo que decir, meramente procedió a
corresponderle aquella súbita muestra de afecto a quien, hasta ahora, solo era su hermano de
sangre. La joven, confundida ante la situación, comenzó a oír como un atormentado llanto
invadía los interiores de su alma. Delgados esteros de humedad, sucumbidos en letárgica
melancolía desgarrada, lentamente fueron llenando el cuello de Iva, eran las lágrimas de su
hermano.
- ¡Iva, Iva! – gritaba Thomas – ¡Iva, por favor no me dejes, no me vuelvas a dejar solo.
¡Por favor, Iva, te lo suplico, no te vayas nunca más!
- ¡Thomas, tranquilízate! ¡Estoy justo aquí, contigo! – le responde confundida.
- ¡Iva, por favor no te vuelvas a ir. Iva yo…, yo Iva, yo te amo!
- Thomas…
Al muchacho no le costó entender que aquella persona era él, no entendía ni cómo ni por qué,
solo sabía que él era el único que podía sacar a Iva de allí. Por eso, además también,
incentivado por palabras de la misma Iva, él debía de guardar el secreto acerca de su hermana
y cubrir el espejo con una manta, para que nadie, a excepción de él, supiera acerca de la
existencia de aquel espejo. Thomas le insistió a Iva para llevarle de manera rutinaria comida y
agua, pero esta se negó, asegurando que no le eran necesarias tales frivolidades. De esa
manera, los hermanos comenzarían a verse todos los días, siempre con Thomas atravesando
aquel mágico espejo.
El muchacho diariamente se contentaba al ver la magnificencia divina que poseían los
delgados dedos de su hermana, los cuales, se movían danzantes de un lado a otro, entonando
siempre alguna diáfana melodía. Para Thomas, aquello era el elixir que le daba motivos para
vivir. De igual manera, Iva y su hermano comenzaron a conversar de todo, para ellos era
como si el mundo y el tiempo no existiesen, aunque Iva no le respondió – o quizás
simplemente no se percató – de aquella prematura declaración realizada por el muchacho. A
Thomas aquello no le importó, no le importaba que su amor no fuera entendido, ni mucho
menos correspondido. Él no era un cobarde, sin embargo, la situación en la que se
encontraban era incierta, Thomas, además, no sabía cómo reaccionaría su hermana ante
semejante idea éticamente inaceptable pero aun así de manera casi constante el muchacho se
preguntaba: aun así, él se pregunta: “¿en verdad importa la ética en un mundo donde solo
existimos yo y ella, en un mundo donde nosotros, y solo nosotros, somos la propia ética?”
“¿Qué tan real y falso es el mundo?” “¿Iva, que tan sola te sientes allí, en tu mundo, en mi
mundo, en nuestro mundo?” “¿Qué somos nosotros Iva, que eres tú, la encarnación más pues
más no de mis añejados deseos perdidos en el olvido de esta razón ya cuestionada en mí?”
“¿la demasía injerta en la razón misma, pues acaso eres tú mi único escape de esta dolorosa,
aburrida, y terrible realidad, si es así, Iva, eres real o eres mi fantástica ilusión fugaz?” “¿Qué
eres, Iva, dime, porque temo de la respuesta, por qué es que tengo miedo, acaso en verdad
pienso que eres tú pues un pensamiento dentro de la mente de un loco sin más?”
Thomas comenzó a pasar demasiado tiempo con Iva, esto debido a un temor recurrente que
lo estaba inquietando. Cada vez que el muchacho salía del interior del espejo, el cristal se
hacía más y más pequeño, dejando a su paso únicamente el enmaderado marco que lo sostenía.
Thomas se dio cuenta de esto, no al principio por supuesto, ya que este se mentía a sí mismo
diciendo que no era más que su mera imaginación, pero ya ni de eso estaba seguro. Al pasar
los días, Thomas entraba y salía, viendo así siempre a su espalda, y no solo veía a la preciosa
imagen de Iva despidiéndole desde el otro lado, sino que al cristal encogiéndose conforme
este salía del espejo. Fue así, como el muchacho se dio cuenta de que sí deseaba pasar la
mayor cantidad de tiempo con Iva, este debía de salir lo menos posible del espejo, e inclusive,
si era necesario, dormir en el otro lado.
Las personas alrededor de Thomas comenzaron a preocuparse debido a su peculiar situación,
el joven ya no salía nunca de casa, creyendo así sus más cercanos que este se encontraba
enfermo. Sus padres comenzaron a preocuparse, debido a que notaron que este pasaba
demasiado tiempo en la habitación de Iva, siempre llevando consigo un libro como excusa. En
más de alguna ocasión, el mismo Thomas les preguntó a sus padres acerca del sonido
realizado por el piano que solo Iva sabía tocar con maestría, pero la respuesta siempre era
negativa, era como si solo él fuese capaz de oír la belleza entonada por aquellos alargados y
frágiles dedos, como si aquella melodía resonara únicamente dentro de los solitarios confines
de su mente sumida en la imprudente fantasía de Iva. Sin embargo, a Thomas no le importó
nada de lo que pensasen los demás, él estaba dispuesto a dar todo por Iva, a hacer lo que fuese
necesario por ella, para no perderla jamás.
Thomas, por mero temor, decidió cambiar su dormitorio y hacer el que fue antes de Iva,
ahora suyo. El muchacho, por supuesto, no movió aquel espejo ni un solo centímetro desde
donde se encontraba, ya que este asumió que aquel instrumento había captado el alma misma
de Iva, aquel espejo – según Thomas – era ahora el contendor del alma de su hermana.
Después de un tiempo, las conversaciones entre Iva y Thomas comenzaron a hacerse
genéricas y rutinarias, ninguno de los dos tenía algo de lo que hablar, ya que sabían todo del
uno y del otro – o por lo menos eso era lo que creía Iva – , además, Thomas permanecía
demasiado en aquella habitación, llegando al extremo de no salir en ningún momento, debido
a un temor casi paranoico de que descubriesen el espejo, y sí alguien pásese a través de este,
no solo descubriría a Iva, sino que también acortaría el tiempo que la muchacha podría pasar
junto a él. Al paso de los días, el espejo comenzó a hacerse más y más pequeño, volviendo a
la vez a Thomas, más y más paranoico.
Una tarde, como cualquier otra, el inmenso parpado enrojecido del sol hacia arder al cielo,
invadiendo a la vez, las entrañas mismas del dormitorio que alguna vez perteneció a Iva y
ahora poseía Thomas. El muchacho se preparaba para su ida a aquel idílico mundo que solo él
y su hermana conocían. Sin embargo, un incesante golpeteo a la puerta interrumpió a Thomas.
- ¡Hijo, sal de ahí ahora mismo! – le gritó una voz ronca situada al otro lado – no estás
bien, es evidente que tienes un problema grave y no has superado la muerte de tu hermana.
Hijo, sal de ahí ahora mismo, he traído ayuda. Son personas que te pueden ayudar.
Aquellas palabras se volvían sordas para Thomas, el muchacho quitó la manta que cubría al
espejo, y apreció que únicamente quedaba un pequeño cristal del tamaño de una ventana
cuadrada promedio. Thomas sabía bien que le resultaría casi imposible entrar por aquella
ínfima abertura en el cristal, pero también sabía… que quizás no necesitase salir otra vez.
Con mucho esfuerzo y, olvidándose por completo del mundo exterior, Thomas entró por el
espejo. Del otro lado lo esperarían unos enormes y preocupados ojos de serafín.
Recuerdo a la perfección… mi muerte, recuerdo muy bien como sostenías con fuerza mi
mano, era como si no me permitieses partir, pero de nada sirvió. Recuerdo bien como mi alma
se desprendió de mi cuerpo, y lentamente comencé a ser absorbida por las fauces de este
espejo. Me mantuve inconsciente, o por lo menos creo haberlo estado, por varios días, hasta
que cuando finalmente desperté, me senté en mi piano para recordar el pasado con nostalgia,
pero no te imaginarás la alegría que sostuve al ver tu rostro en la oscuridad. Mi querido
Thomas, al comienzo me mantenía tan incrédula e ignorante como tú, por supuesto, sabía que
estaba muerta, pero no sabía porque permanecía en este limbo. Mientras me mantuve sola
comencé a pensar, y reflexioné acerca de todas las cosas que hice y no hice en vida, de las
cuales obré bien y mal. Pero de igual manera, pensé sobre todas las cosas de las cuales me
arrepiento, algunas fueron irrelevantes y son olvidadas facialmente, pero hubo algo en
particular, una acción en concreto que nunca tuve el valor suficiente de realizar, y fue
justamente esa la que me trajo hasta aquí, a este limbo entre la vida y la muerte. Thomas, sé
que desde pequeños yo te atraje. Te atraía, y lo sigo haciendo, más que una simple hermana,
sentías algo por mí, algo que los hermanos no deberían de sentir entre ellos. Por años, intenté
hacer como si ese sentimiento tuyo no existiese, no porque te odiase Thomas, no, eso jamás,
sino porque sabía bien que tú, como mi único hermano y mi más querido amante… sufrirías,
sufrirías incluso más de lo que yo si quiera puedo llegar a pensar. Quince años tenía cuando
acepté tus sentimientos, Thomas. No te habrás imaginado lo confusa que me encontraba. No
solo eras mi primer amor, sino que también eras mi hermano, ¿Cómo podría pensar en algo
así?, no temía por lo que las personas dijesen de nosotros, sino que más bien, temía por ti.
Como bien debes de recordar, Thomas, mi salud nunca fue la mejor, desde que tengo uso de
razón, medico tras medico intentaba tratar mi enfermedad, pero bien debes de recordar
también, que ninguno fue efectivo. Nunca te lo dije, Thomas, pero todos los médicos que me
trataban concordaban en lo mismo, todos decían que no superaría los veinte años, y vaya que
tenían razón. Mi querido Thomas… si supieses lo mucho que sufrí por no decirte lo que sentía
cuando estaba viva, y cuanto me arrepentí al momento de mi muerte. Por eso, te pido
disculpas, no como tu hermana, sino que como una mujer más, como tú más fiel y única
amante, simplemente como Iva Von Richthofen.
Thomas se mantuvo en silencio por varios segundos, ignorando completamente los gritos
provenientes del exterior. El muchacho se conservaba absorto en sus pensamientos, hasta que
finalmente respondió:
- Ya estaba preparada por si decías eso. Ten, bebe, para que así estemos juntos hasta el
danzante final de los años.
Thomas se dio cuenta de que aquello no era más que la moneda con que pagarle a Caronte,
su entrada al otro mundo, aquello simplemente… era veneno. El muchacho vislumbró como
unos majestuosos fanales azulados, injertos en inevitable desdicha, lo contemplaban como si
fuera la última vez. De manera impulsiva, Thomas vertió el líquido dentro de su garganta. Sus
ojos lentamente comenzaron a cerrarse, su cuerpo a adormecerse, hasta que cayó desplomado
en el dormitorio de Iva.
Thomas despertaba ahora en un hospital, con sus muñecas vendadas, y un gélido sudor
revestido en viejas añoranzas pasadas cubriéndole la plenitud de su cuerpo, sumergiéndolo así,
en un infinito mar de olvidadas lágrimas saladas.