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“Cómo aprendieron a viajar las palabras”

Hace mucho tiempo no existían las palabras, ni las letras, ni la lectura. Hasta que
por arte de magia surgió la primera letra en la cabeza de un niño y luego otra, y otra,
hasta llegar a 27. Las 27 hermanas estuvieron mucho tiempo encerradas junticas,
sin poder salir a conocer el mundo y todas las maravillas que este entrañaba.

Hasta un día en que las letras lograron convencer a la señora Boca para que las
dejara salir. La señora Boca sopló con fuerza hasta que escaparon cuatro letras, y
se escuchó en el viento la primera palabra “mamá”. Luego de esta palabra
aparecieron muchas más en la cabeza de aquel niño inquieto “papá”, “nené”, y una
a una las letras se escurrían por la señora Boca que se había convertido en su
amiga.

Así fue como aprendieron a viajar las palabras, que saltaban felices de las bocas a
las orejas de los demás niños. Muy pronto se dieron cuenta de que por mucho que
lo intentaban, no lograban llegar tan lejos como querían. Con un grito fuerte y el
viento a favor lograban avanzar algunos metros, pero no era suficiente si querían
viajar por todo el mundo.

Hasta que las palabras conocieron al señor Lápiz, un señor alto y muy delgado que
podía pintar cualquier cosa en cualquier sitio. Este les ayudaba a llegar a otros
lugares donde la señora Boca no podía, pero igual nunca encontraba buenos sitios
para pintarlas. Escribía sobre las rocas y los árboles que nadie podía mover, por lo
que las palabras quedaban atrapadas para siempre. O sobre la tierra que luego de
que llovía, las hacía desaparecer.

Ya las palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que no podrían viajar más
lejos, cuando conocieron al señor Papel. Era muy blanco y ligero, se movía con
facilidad por cualquier lugar y estaba dispuesto a ayudarlas.
Las palabras habían encontrado al fin una buena forma para viajar. El señor Lápiz
escribía sobre el señor Papel las palabras que le dictaba la señora Boca. Y así fue
como viajaron al otro lado del mundo en grandes travesías sin perderse, pudiendo
leerlas muchos niños más que ni siquiera las conocían.
“EL GATO QUE SOÑABA CON ALCANZAR LA LUNA”
Hace mucho tiempo existió un pueblo con casas de madera y calles de piedra,
donde vivían felices muchos gatos. Durante el día acompañaban a sus dueños que
los acariciaban y les daban de comer, y en la noche iban saltando de tejado en
tejado.

Había gatos de todos los tamaños y de las razas más extrañas, pero entre todos
ellos Fígaro era especial. Fígaro era un gato de pelaje muy blanco, ojos negros y
grandes bigotes. Mientras los demás felinos perseguían a los ratones o jugueteaban
sobre los tejados, él prefería contemplar la luna. Pasaba largas horas anonadado,
viendo cómo su reflejo plateado bañaba todo el pueblo.

-“Te vas a quedar tonto de tanto mirarla”, – le decían los otros gatos que no
entendían su interés.

Pero a Fígaro esto no le importaba. Aquella vida rutinaria de salir a cazar ratones lo
aburría. Aquella misteriosa y distante luna redonda lo hacía soñar. Soñaba con
alcanzarla, con abrazarla y con entender qué magia le permitía transformarse de
manera tan increíble.

Solo su amiga Calipso se preocupaba por él y trataba de que se olvidara de aquella


obsesión. Fígaro que disfrutaba hablando con ella le decía: -“¿No ves lo hermosa
que es? Hoy está más brillante y grande que nunca, pero también más lejos.
¿Podremos algún día llegar hasta donde está?”

Un buen día los gatos dejaron de hacerle caso e incluso Calipso se cansó de
escucharlo suspirar. Hasta que Fígaro desapareció de aquel pueblo y nadie fue
capaz de encontrarle.

-“Se ha ido a perseguir sus sueños. ¿Habrá alcanzado la luna?” – Se preguntaba


Calipso nostálgica.

Lo cierto es que en las noches de luna llena, si la miras con detenimiento, entre
algunas de sus manchas oscuras se distinguen unos bigotes alargados. Y hay
quienes dicen que incluso han visto una forma de gato. Pero no todos lo pueden
ver, solo aquellos que tienen alma de soñadores.
La cigarra y la hormiga

Durante todo un verano, una cigarra se dedicó a cantar y a jugar sin preocuparse
por nada. Un día, vio pasar a una hormiga con un enorme grano de trigo para
almacenarlo en su hormiguero.
La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió burlarse de la hormiga y le dijo:
—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a disfrutar.
La hormiga, que siempre veía a la cigarra descansando, respondió:
—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el invierno, te aconsejo que
hagas lo mismo.
—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la cigarra—, por ahora tengo
todo lo que necesito.
Y continuó cantando y jugando.
El invierno no tardó en llegar y la cigarra no encontraba comida por ningún lado.
Desesperada, fue a tocar la puerta de la hormiga y le pidió algo de comer:
—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba? —preguntó la hormiga.
—Andaba cantando y jugando —contestó la cigarra.
—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la hormiga—, sigue cantando y
jugando en el invierno.
Dicho esto, cerró la puerta.
La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a trabajar con disciplina.
El perro y su reflejo

Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá buscando algo para comer,
hasta que un carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso en el hocico, tuvo que
cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua creyó ver a otro perro con un hueso más
grande que el suyo, así que intentó arrebatárselo de un solo mordisco. Pero cuando
abrió el hocico, el hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la corriente. Muy triste
quedó aquel perro al darse cuenta de que había soltado algo que era real por
perseguir lo que solo era un reflejo.

El perro y su reflejo

Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá buscando algo para comer,
hasta que un carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso en el hocico, tuvo que
cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua creyó ver a otro perro con un hueso más
grande que el suyo, así que intentó arrebatárselo de un solo mordisco. Pero cuando
abrió el hocico, el hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la corriente. Muy triste
quedó aquel perro al darse cuenta de que había soltado algo que era real por
perseguir lo que solo era un reflejo.

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