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Capítulo 5
Nuevos elementos en el siglo XXI que podrían tener un impacto en la naturaleza e historia de
“nación y nacionalismo”:
Hosbsbawm dice que las relaciones entre globalización, identidad nacional y xenofobia se ven
en el fútbol. Los jugadores nativos son minoría en muchos países, y para grandes jugadores,
sus equipos son más importantes que su país. A su vez, se advierte el aumento de los
comportamientos xenófobos racistas entre la hinchada.
Las identidades de los grandes estados-nación se desmoronan. A su vez, todo esto es el reflejo
de la pérdida de legitimidad del estado nación a ojos de quienes ocupan su territorio. Los
estados ya no pueden confiar en que los ciudadanos se alisten masivamente para morir por su
patria en el campo de batalla.
Bauman
Bauman plantea que la economía se desplaza lo suficientemente rápido como para mantener
un paso de ventaja sobre cualquier gobierno territorial. El capital no tiene domicilio y los
movimientos financieros están fuera del control de los gobiernos nacionales.
La superestructura política de la era del Gran Cisma, afectó principalmente el papel del Estado.
Luego del fin de esa superestructura, las tres patas del “trípode de soberanía” aparecieron
dañadas. La autosuficiencia militar, económica y cultural, incluso la sustentabilidad del Estado,
dejaron de ser una perspectiva viable. A fin de conservar su poder de policía para imponer la
ley y el orden, los Estados tuvieron que buscar alianzas y ceder porciones crecientes de
soberanía. A su vez, aparecieron nuevos Estados, que lejos de verse obligados a entregar sus
derechos soberanos, buscaban cederlos. Viejas o nuevas naciones que escapaban de las jaulas
federalistas en las cuales la recién fenecida superpotencia comunista las había encerrado
contra su voluntad, ahora buscaban la disolución de su independencia política, económica y
militar.
Paradójicamente, surgen nuevos Estados (luego del derrumbe del bloque socialista) en el
marco de la desaparición de la soberanía de Estado.
Las tres patas del trípode de la soberanía están rotas. Los mercados imponen sus leyes y
preceptos sobre el planeta. La globalización no es sino una extensión totalitaria de la lógica de
los mercados a todos los aspectos de la vida. Como consecuencia de la globalización, al Estado
sólo le queda lo mínimo: el poder de la represión.
Debido a las normas de libre comercio, el movimiento de capital y las finanzas, la economía se
libera de todo control político. Al Estado no se le permite entrometerse en la vida económica.
Ante cualquier intento de hacerlo, los mercados mundiales responden con medidas punitivas
inmediatas y feroces. La única tarea económica que se le permite al Estado y se espera que
este cumpla es mantener un “presupuesto equilibrado” al reprimir y controlar las presiones
locales, toda intervención que tienda a mejorar las condiciones de vida de la población o a
establecer controles en la administración de la economía.
Las instituciones interestatales y supralocales ejercen presiones coordinadas sobre todos los
Estados para que destruyan todo lo que pudiera desviar y demorar el movimiento libre del
capital y limitar la libertad de mercado. Abrir las puertas de par en par y abandonar cualquier
intención de aplicar una política económica autónoma es la condición necesaria para poder
recibir ayuda financiera de bancos y fondos monetarios mundiales. Los Estados débiles son lo
que necesita el desorden mundial (o nuevo orden).
Glocalización: proceso de concentración no sólo del capital, las finanzas y demás recursos de la
elección y la acción efectiva, sino también de libertad para moverse y actuar.
Se profundiza la Polarización en términos de riqueza. La globalización les da a los
extremadamente ricos nuevas oportunidades para ganar dinero de manera más rápida.
El espectáculo de los desastres según lo presentan los medios también apoya y refuerza la
indiferencia ética cotidiana en otro sentido. Toda la información que viene de “allá afuera” se
refiere a guerras, asesinatos, drogas, hambre, saqueos, a algo que nos amenaza.
Por último, Bauman hace hincapié en que con la pobreza, aparecen las migraciones en busca
de mejores oportunidades.
Los problemas que han debido sortear los primeros turnos de gobiernos democráticos se han
reproducido en las alternancias. La transición de un régimen autoritario al sistema
democrático conlleva un sinnúmero de cuestiones a resolver por el nuevo régimen. El gobierno
inicial debió asumir la difícil tarea de reparar las causas que provocaron el final del modelo
autoritario anterior y construir las fortalezas para su propia gestión y el sistema en sí. La
transición democrática requiere de convencimientos en la opinión pública, de dirigentes
consustanciados y de cuadros políticos capaces de administrar y de diseñar políticas para la
nueva etapa. En términos generales, estos dirigentes gozan de la ventaja de construir
prácticamente desde su inicio las estructuras de la administración pública, el sistema judicial y
el proyecto económico de nación.
La elección para su difusión pública de índices comparativos que sustenten las falencias del
anterior y los logros propios, es la práctica habitual.
Por otra parte, existe intencionalidad en lo que un gobierno deja pendiente para el próximo.
Una cuestión de Estado que queda irresuelta puede mostrar un gesto de atención al próximo
gobernante para que éste lo resuelva de acuerdo a sus principios, pero, puede también ser un
problema generado por una administración para condicionar a la próxima.
La transición del PRN al primer gobierno democrático del período tiene tres componentes que
afectaron a toda la sociedad: Una guerra perdida a pesar del triunfalismo que exhibieron los
medios, el conocimiento de las atrocidades de la represión, y un clima económico poco
propicio luego del plan de Martínez de Hoz. La transición encabezada por Alfonsín debió
afrontar desde 1983 la tarea de reorganizar toda la administración pública, las fuerzas
armadas, estabilizar el país económica y políticamente. Una infinidad de individuos debieron
aprender rápidamente los vericuetos administrativos y reglamentarios de los organismos
estatales en un clima de positivo desafío y entusiasmo con altas expectativas sociales.
Mientras, el resto de los sectores políticos observaba, azorados, el monto de oportunidades
que una transición implicaba, tanto para beneficio propio como para la estructura de un
partido político, el bronce fundacional para el recuerdo histórico y las ilimitadas posibilidades
de conformar estructuras prebendarias que asegurasen el sostén político.
Esa transición fue el modelo que desataría el efecto de demostración de lo que caracteriza a la
transitoriedad: efecto fundacional e ilimitada capacidad para sostener estructuras políticas,
con un ejercicio de poder discrecional otorgado por la emergencia de la reconstrucción tras la
debacle del gobierno anterior.
Alfonsín se vio inmerso de falta de gobernabilidad, y roto el principio de autoridad con las
variables económicas fuera de control, surgió la hiperinflación que obligó a la temprana
asunción de Menem quien buscó su reelección pactando con Alfonsín (Pacto de Olivos). Esta
elección comenzó con mayor normalidad hasta que las huestes peronistas se mostraron
descontentas porque vieron “traicionada” la candidatura de Duhalde. A su vez, el gobierno de
De la Rúa también terminó en un clima de convulsión social en 2001. El vacío de poder, las
órdenes cruzadas y la ausencia de directivas políticas se tradujeron en represión
indiscriminada. Luego asumió Duhalde quien elegido por su supuesta capacidad para
encaminar la convulsión social y frente al fracaso en esto, puso fecha anticipada al final de su
mandato. Por último asumió Kirchner con un ballotage inconcluso que lo obligaba a asumir con
un 22% de los votos.
En retirada, los estamentos tanto militares como civiles que tuvieron a su cargo la conducción
de la administración pública y de los organismos dependientes del poder ejecutivo nacional,
como así también de las provincias, no propiciaron un orden completo y responsable para el
traspaso de los asuntos públicos a la siguiente administración.
A su vez, las mismas debilidades que representaron aquellas carencias podían transformarse
en oportunidades para el acto fundacional de una democracia. La oportunidad consistía en
moldear un Estado dándole una impronta propia de las características del partido político que
asumía tal tarea y de su propio ideal de sociedad. Se trataba de dejar su impronta histórica en
la economía, la política y la cultura. Todos los beneficios posibles de una situación de
reorganización tras una crisis son parte central de la condición de transitoriedad.
A lo largo del período 1983-2007, en cada alternancia, puede haber sido necesario sostener
aquello que venía funcionando aceptablemente bien, especialmente si hubo una crisis previa,
continuar con la tarea y la organización tal como venía desempeñándose hasta entonces en el
ideal de los casos o reestablecer su funcionalidad si hubo algún tipo de “catástrofe” política
que desarticuló la burocracia.
Todo ello, en un contexto histórico de uso del empleo estatal para amortiguar el desempleo
generado por diversas circunstancias de la evolución económica del país.
En su conformación se encuentran capas sucesivas de funcionarios, elegidas políticamente por
el gobierno de turno como una forma de tener un reaseguro de lealtad política y de
perduración cuando el partido o el líder mueran desplazados del poder.
Por estas características, la burocracia estatal muestra una profunda dependencia del orden
político para actuar, debido a que su funcionamiento muestra no estar todo lo automatizado
que sería deseable.
En especial al inicio del período, pero también cuando la alternancia se dio con sectores
políticos inexpertos en el manejo cotidiano de la “cosa pública”, pocos partidos tienen cuadros
militantes preparados, que hayan tenido experiencia, que cuenten con relaciones dentro del
aparato burocrático, que tengan afinidad con los gremialistas del personal del Estado.
En el poder judicial, la transición tiende a generar una revisión de la titularidad de los juzgados
de determinados fueros y de los miembros de la Corte Suprema de Justicia designados por el
gobierno militar en retirada. Por otra parte, la práctica política del período muestra que ha
sido importante, mientras se detenta el poder, asegurar buenas relaciones con jueces que
pueden, luego, ser quienes llevan las causas que seguramente la oposición o el próximo
gobierno intentará llevar adelante en la justicia.
Como otra cuestión más de transitoriedad, asegurarse la lealtad del personal de inteligencia,
asegura contar con información y no ser objeto de operaciones de inteligencia.
Herencias y Legados
Otra de las condiciones básicas de la transitoriedad es la cuestión de las herencias que recibe
cada nuevo gobierno y su contraparte, los legados que se le traspasan al siguiente.
Ha sido una constante que cada gobierno legue al anterior cuestiones devenidas en serios
problemas para el Estado y que condicionan al menos los primeros pasos de una nueva
administración. Lo que se recibe del anterior a modo de presente intenta condicionar la
gestión del oponente o sucesor. El traspaso de cuestiones de Estado devenidas en problemas
al gobierno siguiente es otra de las constantes verificables en las alternancias.
Los legados, aquello que se dejó como legado al nuevo gobierno, tienden a ser destructivos, en
ellos prima la cuestión de la intencionalidad.
Tratar de destruir todo tipo de herencia ha sido una tarea de cada alternancia. Con dos
objetivos: el de destruir la imagen a dejar en la sociedad por los predecesores, y el de cambiar
la percepción de los factores de decisión respecto al nuevo gobierno para mostrarse con
autoridad.
Las intenciones y las posibilidades de los gobernantes de producir cambios en lo que para la
opinión pública funciona bien, pero que muestra fisuras hacia el futuro, tienen un
impedimento: una gran transformación socioeconómica a mitad de un período presidencial, lo
cual es visto como electoralmente inoportuno; por eso, esos cambios sólo son llevados
adelante como situaciones de crisis y de urgencia.
Las herencias y legados más importantes pueden ser clasificados como:
*Económicos: Tienen que ver con los niveles de reservas monetarias en el Banco Central, la
programación de vencimientos de deuda externa e interna, los atrasos en el tipo de cambio,
cuestiones referidas al manejo monetario, cuestiones pactadas e incumplidas con organismos
financieros internacionales.
*Judiciales: El más tradicional es el de las diversas formas de autoaminstías. Otra de las formas
judiciales con que suelen despedirse los gobiernos es el cierre de causas aprovechando la
influencia que aún conservan sobre jueces amigos. La respuesta de quienes asumen con
ambiciones fundacionales es la de judicializar a políticos, economistas y funcionarios del
gobierno anterior. También juegan un papel importante las cuestiones de imagen frente a la
opinión pública. Las estrategias más usadas para destruir la imagen del antecesor o del posible
rival se centra en “pasearlo” por los tribunales en juicios sobre temas variados, con cobertura
televisiva
La mayor necesidad, a veces explícita, a veces implícita, de los gobiernos de las Jóvenes
Democracias, fue la de alcanzar las condiciones de estabilidad para su mandato en particular y
para el sistema en general.
El gobierno que llevó a cabo la reinstalación de la democracia en Argentina y aquellos que los
sucedieron en el período 1983-2007 le dieron diferente relevancia a la estabilidad a largo
plazo.
La gobernabilidad tiene, dos aspectos. Por un lado, una misión que los gobiernos debieran
asumir ante la sociedad que es la de comprometer a la opinión pública y a los tomadores de
decisión en tal idea de respeto al orden democrático. En este sentido, lo habitual del período
ha sido la diatriba contra la oposición por no apoyar a ciegas y sin discusión los proyectos del
Ejecutivo o la asunción de posiciones autoritarias. Por otro lado, la gobernabilidad debe ser
entendida como la generación de condiciones y de recursos de poder para minimizar la
oposición. Es notable que todos los gobiernos desde la restauración democrática hayan
elaborado planes para sostenerse en el poder más allá del período en curso.
Además, dado el valor que tiene la opinión pública, cualquier política de medios de difusión
incluye la necesidad de formadores de opinión “comprados” que no critiquen ni ridiculicen. A
su vez, misma preocupación desestabilizadora despierta el sindicalismo. Una tercera cuestión
que influye sobre la estabilidad de gobernabilidad son las relaciones exteriores.
La estabilidad sistémica
Más complejo ha resultado para los gobernantes que así se lo propusieron, difundir la idea de
que la estabilidad democrática es un bien a preservar por todos para el futuro. En la mayoría
de los gobiernos del período, la búsqueda de la estabilidad sistémica quedó opacada por las
urgencias de la gobernabilidad, o fue desatendida por el desinterés respecto a lo que ocurriera
más allá de su propio período. Transcurridos 24 años de democracia, la capacidad de
confrontar con actores sociales proclives a la desestabilización, ha ido en aumento
demostrando la fortaleza alcanzada dentro del sistema democrático.
Además, es importante considerar el clima social proclive a la democracia como mejor forma
de convivencia y para la resolución de conflictos. Por ello, surge la necesidad de comprometer
al convencimiento popular y de política interna, en la que cumplen un rol fundamental los
medios de
comunicación.
Los países de América Latina que regresaron a la democracia recurrieron a las privatizaciones
dando lugar al reacomodamiento de los actores económicos de cada país. A su vez, se generó
un nuevo clima de negocios internacional. Las Jóvenes Democracias se transformaron en
destinos receptores de inversiones con la fuerte apertura a capitales extranjeros recomendada
por los organismos financieros. A su vez, contaron con la ayuda de los centros económicos
internacionales entusiasmados por la explosión mundial del capitalismo y libre mercado. Por
otra parte, estas nuevas democracias gozaron, en la opinión pública de una estabilidad
sistémica devenida del recuerdo de atrocidades pasadas.
Principio de incertidumbre
La incertidumbre que se genera en la población frente a los cambios de gobierno es uno de los
rasgos más característicos de las Jóvenes Democracias. El simple hecho de introducir una
modificación de personas o equipos introduce una distorsión en las políticas. Los procesos
económicos, políticos, sociales y culturales de una Joven Democracia son incógnitas que
variarán sin seguir un patrón determinado en las alternancias. Estos rumbos erráticos
introducen una gran incertidumbre en la sociedad. Esta incertidumbre se manifiesta como
temor al futuro, tanto inmediato como mediato.
Capacidades delegadas
La inserción internacional de una Joven Democracia cuya economía puede ser catalogada
como “emergente”, queda comprometida a la adopción de un entero modelo de desarrollo.
Con la particularidad de estar sujeta, por su endeble desarrollo, a los cambios bruscos de su
política internacional pero también de la organización económica mundial y a la selección de
actividades productivas privilegiadas en función de los mercados globales.
El proceso político
El sistema federal adoptado por el país fosilizó, las principales problemáticas del sistema
político y económico, atenuándolas pero sin resolverlas: la distribución de impuestos y los
resabios de relaciones sociales feudales de las provincias.
Hay dos grandes cuestiones: Por un lado, qué tipo de decisiones del poder político fueron
capaces en otro contexto histórico de generar inestabilidad política, y por el otro, cómo el
nuevo marco internacional y local le permitió al sistema político rehacerse una y otra vez.
Los dirigentes políticos y sociales aprendieron a hacer sus “negocios” dentro del régimen con
una fuerte inclinación a reiterar el ciclo crisis-dramatismo-emergencia-discrecionalidad-nuevos
negocios políticos. Lo que antes se hacía entre golpes y restauraciones democráticas aprendió
a hacerse en el marco republicano.
Por otra parte, la perdurabilidad democrática se facilitó por la relación entre gobiernos y
empresarios, teniendo en cuenta que las Jóvenes Democracias reasignaron la propiedad
privada e intentaron crear “nuevas burguesías” en sintonía con las nuevas repúblicas que
intentan fundar.
Cuando se desató la crisis de diciembre de 2001 parecía que todo un sistema político llegaba a
su fin. La consigna “que se vayan todos” con los cacerolazos de fondo permitía formular
hipótesis acerca de si se trataba de un problema de representación política o de un conflicto
terminal de la estructura de los partidos políticos argentinos.
Los partidos políticos argentinos tienen un alto costo de mantenimiento, se trata de asegurarle
a cada dirigente o puntero una cuota de empleo estatal, injerencia sindical, conexión con obras
sociales y con planes asistenciales gubernamentales, cargos políticos para el dirigente,
recursos para solventar la infraestructura necesaria para la actividad política persuasiva y
generadora de identificaciones.
Sistema federal y sistema de partidos
A la vez que se expone a los votantes a figuras pulidas por publicistas como producto que se
ofrece a un mercado, las lealtades políticas también forman parte de una negociación propia
de esta dinámica política pero que adquirió ribetes escandalosos con la llamada Borocotización
(maniobras de compra de votos y compra de lealtades a través de planes sociales, y de cargos
para concertaciones).
Otra de las maniobras propias del cálculo electoral fue la de acomodar los calendarios
electorales según las expectativas que transmiten las encuestas.
El objetivo de cualquier partido político es alcanzar el poder para llevar adelante su plataforma
y su visión del mundo. En el juego republicano y democrático, está implícito el rol de sostener
aquellos ideales y valores haciéndolos presente en cada momento histórico.
La permanente emergencia de los discursos del poder ejecutivo, dejaron a la oposición sin
espacio ni argumentos para discutir. Con ello, el Poder Ejecutivo es usado como herramienta, y
una y otra vez en el período se solicitaron poderes extraordinarios, delegación parlamentaria
de facultades (DNU, etc), a fin de atender a intereses superiores.
Además de actuar con el sindicalismo, la política y el Estado procuraron una especial relación
con el empresariado nacional. La alta burguesía argentina ha tenido una relación dinámica con
todos los gobiernos; no sólo por la influencia que pudiera ejercer en la determinación de los
lineamientos macroeconómicos, sino por el tratamiento particular y directo que cada
administración pudiera brindarles. Negocios financiados por el Estado, regulaciones e
impuestos negociables, protección frete a competencia externa, son herramientas estatales
que dependen más del favor oficial que de políticas nacionales de largo plazo. En
contrapartida, las empresas y sus dueños aportaron al financiamiento de las campañas
electorales.
En los inicios de la transición, la participación política tuvo altos niveles tanto en el interés
demostrado por la población en general, como por los inusuales niveles de afiliación a partidos
políticos y por la concurrencia a los comicios. A lo largo del período se notó que la
participación comicial decayó en las elecciones de renovación parlamentaria y volvió a mostrar
sumo interés en las presidenciales.
Debe considerarse que ciertas actitudes y decisiones de la clase política alimentaron estas
conductas de los votantes. Con la estabilidad económica alcanzada, el imperio del mercado y el
marketing vaciaron de contenido, de ideas y propuestas a las contiendas electorales.
El síndrome fundacional
La lucha política en la argentina busca obtener el control del Estado para beneficio partidario y
personal.
Nada de lo anterior, de lo que les viene dado, les parece útil. Nada de eso constituye la base a
partir de la cual se pueda seguir construyendo. En esa compulsión a inaugurar nuevas eras
parece necesario denigrar el pasado y reinventar la historia.
Cada estilo de conducción de los asuntos del país, cada descripción de la realidad y del pasado,
cada enunciación de la obra en curso de su presidencia, hace de cada Presidente un buscador
de nuevas fundaciones.
Las prácticas del período 1983-2007 han mostrado que tanto el oficialismo como la oposición
entienden el juego político desde una perspectiva de confrontación tendiente a la aniquilación
en busca de un pensamiento único.
El halago colectivo al individuo que encabeza cada intento de movimiento fundacional se
cumple con la liturgia de “llenar la Plaza de Mayo”. A la inversa, la plaza opositora es el peor
fantasma para el ego y la ambición fundacional. Si no es la plaza, al menos se ha buscado tener
un buen tratamiento por parte de la prensa. Como se trata de un derecho establecido
constitucionalmente, no hay posibilidades en esta democracia de establecer una censura
pública, pero existen otros mecanismos: la ausencia de información, la escasez de contacto
con la prensa, el uso de off the record, la presentación de datos estadísticos recortados de la
realidad, los contenidos de la publicidad oficial, etc.
Reelecciones
Más o menos explícitos, todos los presidentes del período ensayaron alguna forma de
reelección, de prolongación o perpetuación en el poder. La justificación podría expresarse en
relación a la necesidad que han demostrado, al momento de manifestarse el síndrome
fundacional, de continuar la obra iniciada, de no interrumpir lo que se comenzó a construir, de
no interferir con los supuestos deseos populares.
Basualdo
PRÓLOGO
Basualdo afirma que en el último cuarto de siglo el ingreso per cápita se redujo un 8 por ciento
a la vez que se incrementó casi cinco veces la brecha entre los que más y los que menos tienen
y se fugaron del país unos 140 mil millones de dólares.
Afirma que esta degradación (Neoliberalismo), que se inició con la dictadura más sangrienta,
clasista e ideologista de la historia nacional no concluyó con ella. Por el contrario, recién
asumió su forma definitiva a lo largo de tres distintos gobiernos electos por el voto popular, en
los que estuvieron representados los cuatro principales partidos políticos del país, desde el
centro radical y peronista hasta el centro-derecha cavallista y el centro izquierda del Frepaso.
INTRODUCCIÓN
La dictadura militar que comienza en 1976 rompe el comportamiento económico y social que
regía el funcionamiento de la sociedad argentina. Hasta ese momento, la producción industrial
era el eje fundamental de su dinámica económica. Se trataba de una industria orientada al
merco interno con un significativo grado de concentración económica donde el capital
extranjero era predominante tanto por su incidencia dentro de las grandes empresas como por
su ritmo de crecimiento.
Por otra parte, el nuevo patrón de acumulación trajo aparejado un claro predominio del capital
sobre el trabajo, que se expresa en una manifiesta regresividad de la distribución del ingreso
en un gran nivel de exclusión social. Estas tendencias fueron el resultado de la convergencia de
un aumento en el nivel de explotación de los trabajadores con una sostenida expulsión de la
mano de obra, dando como resultado altas tasas de desocupación y subocupación.
Basualdo resalta que es muy llamativo cómo estas medidas neoliberales que se impusieron
durante la dictadura, se hayan consolidado a lo largo de los gobiernos constitucionales que le
sucedieron desde 1983 hasta la actualidad. Él cree que en esas condiciones, la construcción de
una nueva hegemonía tendría que haber implicado la inclusión económica y social de algunos
sectores.
CAPÍTULO 1
Según Basualdo, el aporte fundamental que hace la dictadura a los sectores dominantes es el
“aniquilamiento” de buena parte de los cuadros políticos que hacían posible la organización y
movilización de sectores populares, abortando la lucha social por medio del asesinato y el
terror.
Por otra parte, al análisis del transformismo argentino se le incorpora otro elemento también
material, que son los elevados salarios relativos que perciben los cuadros orgánicos. Este
elemento ha sido vital en el proceso de integración de los cuadros políticos a los sectores
dominantes, y en el consiguiente descabezamiento de las conducciones de los sectores
populares, pero no menos importante ha sido su influencia en la incorporación al bloque de
poder de los intelectuales supuestamente “independientes”, desligados del sistema político.
Svampa
Según la teoría clásica, las clases obreras son el sector social en posición desventajosa en la
estructura productiva ya que están obligados a vender su fuerza de trabajo. A esta noción
estrictamente económica, se le suman la cultural (modelos de socialización y estilos de vida) y
la política, que incluye las formas de organización y la acción colectiva. Los sectores
subalternos constituyen un conglomerado amplio y heterogéneo.
Asimismo, la condición dependiente de las sociedades periféricas en relación con los países
centrales complejiza el carácter de este sector. Las luchas suelen ser multidimensionales. Esto
es, no están determinadas únicamente por el conflicto de clase sino también por la integración
nacional y contra la dominación extranjera.
Por un lado, la definición por oposición condujo a una polarización política entre peronismo y
antiperonismo, desembocando en una fuerte esencialización de las identidades sociales. Se
trata de una identidad laxa, definida a la vez por lo político (la identificación con el peronismo)
y por el consumo, la vinculación con el estilo de vida de las clases medias. Esto hizo improbable
la primacía de la conciencia clasista sobre las otras dimensiones.
La lógica igualitaria encontró eco en las clases trabajadoras integradas, las cuales tendieron a
autoposicionarse dentro del colectivo heterogéneo de los sectores medios. Asimismo, la
inmigración extranjera y la usencia de verdaderas familias obreras, no permitieron su
verdadera consolidación. Además, una importante movilidad geográfica y social impidió el
nacimiento de una verdadera comunidad popular, la constitución de un grupo social cerrado y
altamente combativo.
Por último, presentaba dos vías heterogéneas pero complementarias de integración social: una
apoyada en la figura del trabajador, al tomar a los sectores obreros como fuerza social
nacional y la consolidación de valores; y la otra apuntaba a la figura del pobre, desposeído, por
medio de las políticas compensatorias. Esto ponía en ejercicio activo los derechos del
trabajador y el seguro social, como el mantenimiento de principios asistencialistas y
clientelares. Sin embargo, la segunda era una extensión del pueblo trabajador dado que allí
donde el Estado no llegaba, la beneficencia emergía para colmar los vacíos sociales. Pero
mientras el Estado sea el mecanismo impersonal de redistribución, la beneficencia tenía un
carácter personalizado y discrecional. La posterior crisis de las bases industriales potenciaron
los elementos asistencialistas.
El peronismo permitió desactivar la verticalidad del vínculo social. Sin embargo, durante los 90,
el mismo dejó de ser el principio de articulación entre una identidad obrera, un sentimiento
nacional y una conciencia popular. Cada uno fue debilitándose y desasociándose: la identidad
obrera entró en crisis con la transformación del mercado laboral, la precarización y la
inestabilidad. El sentimiento nacional se diluyó en tanto las demandas no encontraron
correlato en un programa de políticas públicas. La conciencia popular se desdibujó con la
heterogeneidad social, la desigualdad y la reducción de las divisiones ideológicas. En fin, el
peronismo fue perdiendo la capacidad de articular las diversas dimensiones de la experiencia
social y política. De esta manera, dejó gradualmente de ser un mecanismo activo de
comprensión de los social para reducirse a un dispositivo de control y dominación política de
los sectores populares.
Desde un punto de vista objetivo, la descolectivización arrancó con la última dictadura militar
por trabajadores excluidos del mercado formal que se desplazaron a actividades propias del
sector informal, por cuenta propia o en relación de dependencia. Este proceso de
pauperización se ilustra mediante las tomas ilegales de tierras, expresando la emergencia de
una nueva configuración social. Una de las principales consecuencias es que el barrio surge
como el espacio natural de acción y organización y e el lugar de interacción entre diferentes
actores sociales reunidos.
Por último, en 1995, hubo una tercera ola que terminó por acelerar el proceso de expulsión de
mercado de trabajo y el aumento de la inestabilidad laboral al igual que la emergencia de
nuevas formas de resistencia colectiva, dando origen a un conglomerado de organizaciones de
desocupados.
Por otro lado, la desinstitucionalización produjo una fuerte crisis de las identidades políticas,
sumadas las consecuencias que tuvo la expansión de las industrias culturales como portadoras
de nuevos modelos de subjetivación anclados en la identificación con nuevas pautas de
consumo.
La experiencia de los jóvenes pone de manifiesto la desaparición de los marcos sociales y
culturales que definían al mundo de los trabajadores urbanos y la emergencia de nuevos
procesos, marcados por la desregulación, la inestabilidad y la ausencia de expectativas de vida,
así como por la difusión de la nuevas subculturas juveniles, producto de la globalización y la
influencia de los medios. Las identidades remiten a nuevos registros centrados en el primado
del individuo, en la cultura del yo y en los consumos culturales. El resultado son las identidades
culturales más volátiles y débiles, menos definidas por la pertenencia si bien marcadas por una
matriz conflictiva.
Los jóvenes son el sector más vulnerable de la población pues sufren tanto de
desinstitucionalización (crisis de escuela y familia) como de la desestructuración del mercado
de trabajo. Asimismo, a la falta de calificación laboral se le suma la ausencia de oportunidades
educativas, reflejando una integración más lejana y teniendo como resultado altos niveles de
deserción escolar.
Este nuevo mundo laboral solo ofrece vulnerabilidad. Por ello, la juventud presenta escasa
resistencia y falta de organización político-sindical y son el target ideal para la flexibilización y
la precariedad laboral.
En fin, la época es una de debilitamiento del peronismo coexistiendo una afirmación de una
cultura de masas comandadas por un mercado globalizado. El escenario es de incertidumbre e
inestabilidad, ambas naturalizadas, que impulsa a los jóvenes de los sectores populares a
desenvolverse como verdaderos cazadores en una ciudad caracterizada por la multiplicación
de fronteras sociales, en la cual el individuo debe procurarse recursos para sobrevivir, sin
posibilidad de planificación reflexiva de la vida.
Los efectos de la nueva política empresarial se ven a través de las fábricas automotrices y los
supermercados. Ambos dificultan la emergencia de una subjetividad popular anclada en la
identificación con el mundo del trabajo.
El sector automotor, rama de la metalúrgica, se constituyó como el eje central del peronismo.
Pero, frente a las nuevas condiciones, los jóvenes suelen definirse a distancia de los tres ejes
de la identidad del trabajador tradicional: distancia política (peronista) y sindical
(desprestigiado) al tiempo que se distancia del trabajo mismo, con el cual mantienen una
relación instrumental. Así, la fábrica deja de ser el lugar en el cual se inscriben las expectativas
de vida y se desvaloriza el espacio laboral como fuente de dignidad y orgullo.
Según un estudio de caso sobre una fábrica, la masa despolitizada, apática y difusa tampoco se
identifica con el colectivo “trabajadores”. Por ello, el sindicato busca proyectar un modelo
identitario definido por la adhesión al peronismo, el orgullo de ser metalúrgico y la apelación al
legado sindical. Así, las estrategias de persuasión y discursos pedagógicos giraron en torno a
los derechos del trabajador. No obstante, el desajuste entre el discurso normativo y la realidad
laboral es tan grande que no se lo puede seguir.
Por otro lado, el neoliberalismo parece haber borrado los resultados de esa edad de oro
peronista. Los jóvenes tienden a reorganizar su subjetividad en función de otros ejes,
obteniendo una mayor sensación de realización personal, por ejemplo, la identificación con un
tipo musical. Asimismo, desarrollan una solidaridad expresiva, que demuestra la importancia
de los lazos afectivos. En suma, la acción expresiva de los jóvenes señala un abismo entre dos
universos sociales y culturales, manifestando la profundidad del cambio vivido, pues
desaparecieron los marcos sociales y culturales que definían al mundo de los trabajadores
urbanos.
La figura más acabada del nuevo modelo laboral es ejemplificada por los supermercados,
donde la individualización llegó a su máximo. Esto trajo aparejada la caída del pequeño
comercio y una creciente concentración del mercado. El mismo es más flexible y poco
organizado, facilitando la implementación del nuevo modelo. Asimismo, coloca en el centro
del dispositivo de control al consumidor, quien permite ampliar la dominación social del capital
sobre el trabajo. Se le agrega también la tradición pragmática y empresarial del sindicato para
explicar la dificultad de la emergencia de una identidad colectiva al igual que las escasas
posibilidades de una subjetivación positiva.
Esto es más importante si se tiene en cuenta que los jóvenes han sido socializados en un
medio urbano ya que sus demandas de consumo se asemejaran a las de los que tienen
mayores oportunidades de vida. Sin embargo, pese a esta homogeneización producto de la
difusión transversal de los consumos, los modos de apropiación son diferentes y dependen del
grupo de pertenencia.
Sin duda, la oposición a la policía es una experiencia común de persecución y rechazo. Tiene su
origen en la última dictadura pero encuentra continuidad en las fuerzas policiales. Su rechazo
posibilita una identificación de base entre los jóvenes, más allá de la diversidad de los orígenes
sociales o de los círculos de pertenencia.
Entre los dos polos establecidos por los adaptados al nuevo modelo de relaciones laborales y la
población sobrante, se define el límite de la inserción y el horizonte de la exclusión,
configuradas en la naturalización de la situación alterna, el rechazo a los políticos y la
precariedad duradera.
A partir del año en que Antonio Cafiero asumió se multiplicaron las formas de intervención
políticas en el mundo popular, que se expandieron con Menem. La asistencia alimenticia fue
seguida por una política más sistemática de ayuda social, incluyendo la salud y la infancia. La
política en los barrios tendió a recluirse en su dimensión más asistencial, despojándose de sus
lazos tanto con la militancia como con lo sindical.
El nuevo modelo de gestión se basa en tres presupuestos centrales: la división del trabajo
político por medio de la profesionalización de las funciones, la política de descentralización
administrativa y la focalización de la ayuda social. Así, el pasaje de la fábrica al barrio se
articuló entre la descentralización administrativa, políticas sociales focalizadas y
organizaciones comunitarias, lo que reorientó las organizaciones locales, fuertemente
dependientes del Estado. En rigor, muy pocas organizaciones contaban con los instrumentos
necesarios para insertarse dentro del nuevo campo político-social.
La nueva figura de mediador era el militante social. La nueva división de trabajo terminó por
ampliar y reproducir los efectos desmovilizadores. Así mientras que el trabajo específicamente
político quedaba en manos de los “profesionales”, la acción del nuevo “militante social”, de
carácter asistencial, quedaba encapsulada en el territorio.
Sin embargo, desde arriba, la política de focalización fue acompañada por una recentralización
de la ayuda social.
Con Duhalde como gobernador del Conurbano, se decretó una ley que estipulaba que el 10%
de la recaudación del impuesto a las ganancias fuera destinado al fondo de financiamiento de
programas sociales en dicho territorio. Estos fondos, controlados por un ente autónomo,
dependiente directamente del gobernador, se destinaron a la realización de obras públicas.
Así, el FRHCB se convirtió en el productor de intervenciones estatales.
El Partido Justicialista, por intermedio de las nuevas estructuras de gestión y de los viejos
estilos centralizados, comandó la reorientación organizacional del mundo popular. Así, el
mundo se caracterizó más por un conjunto de redes y organizaciones territoriales, con formas
de clientelismo afectivo. Éste, entendido como un tipo de relación que expresa la convergencia
aleatoria entre la dimensión utilitaria de la política y la dimensión afectiva, manifestada en la
identificación con los lideres. Se convirtió en un vinculo político desde abajo en el periodo
populista. Éste triunfó donde el peronismo fue debilitándose a partir del abandono de políticas
públicas integradoras.
Por otro lado, la segunda brecha, también de orden socio-cultural, fue introducida por las
religiones alternativas. Desde sus orígenes, el peronismo estuvo asociado a los valores de la
cultura católica, más allá de los enfrentamientos. En primer lugar, la represión desarrollada por
los gobiernos hacia los sacerdotes fue seguida de una embestida institucional, realizada por el
Vaticano. La Teología de la Liberación, caracterizada por su opción por los pobres, fue
perseguida y sus principales teólogos disciplinados, coincidiendo con la llegada de Menem al
poder.
El trabajo territorial fue adquiriendo una autonomía relativa respecto del sindicato y la
militancia política tradicional. El discurso oficial apuntó a proyectar que el nuevo militante
social ofrecía un perfil más profesional, menos contaminado por el mundo de la política. Así, se
dio el predominio de las mujeres. La figura del militante social tenia la ventaja de ser una
despolitizada y menos problemático, en un contexto de transformaciones del peronismo desde
arriba y de creciente empobrecimiento desde abajo.
A mediados de la década del 90, se genera un nuevo ethos militante, protagonizado por las
organizaciones de desocupados. En el origen, cobra relevancia el carácter abusivamente
clientelar y manipulador, así como la escasez de recursos, en un contexto de descolectvización
y pauperización masiva. En ese escenario, se muestra la convivencia entre un sistema
clientelar múltiple, impulsante de las conductas oportunistas y un discurso anticlientelar que
se difundía en el ámbito barrial y que apuntaba al Partido Justicialista.
Finalmente, la redefinición vendría de la mano de los militantes de izquierda, quienes
encabezaron las primeras marchas junto con las mujeres. Erigieron un escenario de
confrontación a la vez que uno de reconocimiento y negociación, con los punteros barriales del
Partido Justicialista y las nuevas estructuras de gestión del Estado. Las organizaciones
reconocen como fuente originaria el trabajo territorial sobre un modelo de representación,
sintetizado en la figura del delegado de base o dirigente comunitario.
En un doble registro, la acción barrial, ligada a las necesidades básicas, se irá dotando de
significación política. Continuidad: porque la militancia social va a consumir buena parte de la
energía de las agrupaciones. Ruptura: la politización del modelo de intervención territorial
hará surgir la emergencia de un nuevo ethos militante, cuyas marcas serán la acción directa, la
autoorganización y la dinámica asamblearia.
Ahora bien, los nuevos planes conllevaron un fortalecimiento de la matriz asistencial del
modelo neoliberal. Por una parte, la entrega de subsidios compensatorios muestra una
continuidad con las políticas anteriores, pues tiende a fijar su inclusión como excluidos. Esto se
complementa con el otorgamiento de subsidios para los emprendimientos productivos, que
exige la autoorganización de los pobres, lo cual complejiza y transforma el modelo de
ciudadanía asistencial-participativo.