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2019: INICIO Y CONTINUIDAD DE LA GESTIÓN DE LA DECEPCIÓN.

CENTRO, VOZ Y RECURSOS EN LA “CUARTA TRANSFORMACIÓN”.

Ricardo Caballero de la Rosa

A pesar de los desatinos y torpezas de las decisiones del gobierno federal, como el
desabasto de gasolina en varios estados del país y sus “explicaciones” a nombre del
combate al robo de combustibles, cuyas consecuencias e impacto económico sobre las
industrias y el consumo, la inflación y el crecimiento no se harán esperar, la prensa ha
documentado a través de varias encuestas el respaldo a estas medidas por parte de la
gente (en alguna de ellas 86 de cada 100 personas apoyaban las medidas).

Uno se pregunta por qué la gente, no obstante este panorama desolador y crítico en
varios ámbitos como el de Pemex y sus fatídicas decisiones, continúa apoyando estas
medidas tan controvertidas. Una de las posibles respuestas parece estar en el papel que
la decepción juega actualmente y que fue factor determinante en la contienda
constitucional del año pasado.

En la campaña electoral de 2018 el hoy presidente López logró canalizar la decepción


de millones de mexicanos y alimentarla con una idea general y abstracta de que su
propuesta sería en beneficio de un “gobierno del pueblo”. Si algo ha hecho bien el nuevo
gobierno es mantener entre las personas esta forma ideológica y simbólica de un poder
que está constituido merced a un inédito arreglo con lo que “el pueblo” desea. El
gobierno federal con López a la cabeza “es” el auténtico representante del “pueblo”.

Seguir con éxito este despertar de la “esperanza de México” requiere un fino manejo de
los poderes hacendarios, políticos, técnicos, ideológicos y discursivos. La respuesta
organizativa que ofrece el gobierno es lo que llamo la gestión de la decepción. Así, en el
fondo subyace una constante empresa de mantenimiento y reproducción de esta
decepción, la cual se busca evitar que opere bajo otras circunstancias que no sean los
designios de la “cuarta transformación”.

Comienza a operar un estilo de gobernación que nosotros proponemos caracterizar


como de gestión de la decepción, en cuanto a que el gobierno del presidente López
persigue a toda costa seguirse percibiendo como la alternativa a toda otra forma de
gobernar —la que no goza del favor del “pueblo sabio”, según el propio presidente
López, cualquier cosa que ello signifique—.

El gobierno de López será funcional al México contemporáneo en la medida en que


mantenga viva en las personas que lo apoyan la idea de que colmar la decepción con la
búsqueda del bienestar por una vía de poder distinta a su figura, partido, gobierno y
simbolismo, es y será un error de juicio, un error de decisión individual, el yerro de toda
una generación, el error de percepción.
Varios aspectos parecen amalgamarse con esta gestión de la decepción en la medida en
que el presidente López se entiende como el eje de la voz y el distingo de la balanza
política, el jerarca de las decisiones y palero de un gabinete gris y sin oficio público y
político, el “dueño” de los recursos del gobierno, el portador y dador de vida de estados
y municipios, así como el jefe de la tropa, el generalísimo de la represión.

Una primera variable es la concentración del poder en sus manos, en las manos
presidenciales, no sólo como titular del poder ejecutivo, el jefe de Estado, el jefe de la
burocracia que ahora se ufana en mostrar como curada de corrupción, sino como
armonizador de las decisiones del gabinete, presentador y orador eterno, como vértice
del poder, como principal accionista del gobierno federal.

Una segunda variable es el protagonismo presidencial como figura personalísima de la


voz, del discurso fuerte y dicotómico. Aunque sus conferencias de prensa no resultan
del todo adecuadas como esquemas complejos de comunicación de política pública con
lo que el presidente López llama “el pueblo de México”, sí está en éstas un latente
embrión autoritario, un espolón perenne apuntador, una puya que se mantiene sobre
millones de conciencias advirtiéndoles acerca de lo que pueden y no opinar.

Otra variable está en la entrega de manera personal y simbólica los recursos a quienes
resultan beneficiarios del gasto público (ahora personas de la tercera edad y jóvenes),
en los anuncios de medidas concretas, en ir cubriendo la brecha entre lo que se
prometió y lo que quiere cumplir.

Un cuarto factor está constituido por los representantes delegacionales en los estados
y la presencia en los distritos electorales, cuyo esquema organizacional, más allá de las
atribuciones y facultades que la ley les confiere a los funcionarios, está en el céfiro
proveniente del “maestro” presidente, de la disposición política presidencial, del centro
donde emana el dicho y la frase coloquial.

También está un orden castrense que se buscó fraguado bajo un manto militar a través
de la propuesta de integración de la guardia nacional, propuesta que ha sido rechazada
por diversas voces por considerarla atentatoria al régimen federal mexicano y antesala
del virtual fortalecimiento político del poder militar mexicano que, aunque
históricamente ha mostrado un desempeño institucional y obediencia a la autoridad
civil, esta circunstancia no impediría su fortalecimiento real y efectivo, por lo menos
merced a su capacidad de influencia en decisiones estratégicas.

Otro elemento es el mitin, la plaza pública, el paseo y la fiesta, cuya función es mantener
un estilo propagandístico permanente que evite la decepción, que si no desaparece la
realidad de las decisiones y el peso de la realidad, al menos mantiene la “esperanza”, el
dicho popular de un gobierno que ideologiza y convierte cada climas y manifestación
en un bestiario de indirectas, adjetivos, responsos y oraciones políticas.
En todo 2019 veremos cómo se va orquestando esta administración de la decepción,
tendiente a que la resaca aún patente no se pierda en los laberintos de una propuesta
política diferente a la cuarta transformación.

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