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Griselda Gambaro
Información personal
Nacionalidad Argentina
Familia
Información profesional
1Trayectoria
2Teatro y novelas
3Recepción de sus obras
4Referencias
5Bibliografía
6Enlaces externos
Trayectoria[editar]
Una de las figuras señeras de su generación. Griselda Gambaro comenzó con la
narrativa y pronto la alternó con la dramaturgia. Casada desde 1955 con el escultor Juan
Carlos Distéfano. Durante la dictadura militar argentina se exilió en Barcelona entre 1977
y 1980 regresando luego a Argentina. La escritora figura en las listas negraselaboradas
por la dictadura en el año 1979.
Gambaro practica un "teatro ético", donde la preocupación por la condición humana (la
justicia, la dignidad, el perdón) es planteada no a través de interrogaciones abstractas
sino de las relaciones humanas. En sus textos, los vínculos tradicionales de la sociedad
(familia, amigos, patrones) engendran humillaciones, odios y rencores, pero también hay
lugar para la esperanza.
Participó del filme documental País cerrado, teatro abierto estrenado en 1990.
Su novela Ganarse la muerte fue prohibida por un decreto del dictador Videla cuyo
gobierno de facto la halló "contraria a la institución familiar y al orden social".1
En 2005 pronunció el discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro de Buenos
Aires «Del autor al lector». Fue la primera vez que la Feria (en ese momento en su
trigésima primera edición) fue inaugurada por una mujer. En 2010 pronunció el discurso
inaugural de la Feria del Libro de Fráncfort del Meno, Alemania, en nombre de los
escritores argentinos, en la edición en que la Argentina fue el país invitado de honor. En
2011 fue distinguida con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Nacional de las
Artes (UNA). Fue galardonada varias veces por la Fundación Konex, con un Diploma al
Mérito por Teatro en 1984 y 1994, un Premio Konex de Platino en 2004 y finalmente con
una Mención Especial por Trayectoria en 2014.
Decir sí es una obra dramática o pieza breve escrita por Griselda Gambaro que se estrenó en el
contexto de Teatro Abierto en el mismo año de su creación. La obra toma forma en una
peluquería y tiene dos personajes, que son el peluquero y el hombre. Se enfoca en el tema de la
relación del dominador y el dominado.
Índice
1Trama
2Personajes
3Escenario
4Temas
5Simbolismo
6Bibliografía
7Enlaces externos
Trama[editar]
El Peluquero hojea una revista mientras espera que llegue su último cliente del día. Una vez que
el cliente llega, el hombre espera que el peluquero lo atienda. Sin embargo, el peluquero actúa
indiferente hacia el hombre. La reacción del peluquero ante la llegada del hombre refleja la falta
de necesidad de clientela en la tal peluquería. El peluquero complace, el que nunca manda ni
pide, el que jamás tiene razón. Y hasta le corta el cabello al peluquero. Cuando el peluquero
finalmente invita al hombre a sentarse, sin usar ni una sola palabra, lo termina matando. Al final el
peluquero se quita la peluca que lleva y la tira sobre el hombre muerto.
Personajes[editar]
Ambos personajes muestran una actitud que no se espera de este tipo de relaciones.
El Peluquero—hombre de edad y dominante. No se da por vencido nunca. El peluquero rompe las
reglas de cotidianidad. Se muestra indiferente ante la llegada de su cliente. Controla todo lo que
pasa con su actitud y no habla mucho.
El Hombre—hombre joven y dominado. El hombre parece ser inmaduro, inseguro e indefenso.
Lamentablemente es incapaz de ir en contra de las órdenes del peluquero. Símbolo de la gente.
Escenario[editar]
La acción se desempeña en una peluquería. Los elementos presentes son: un espejo, un sillón
giratorio, utensilios de afeitar, pelo cortado por el suelo, unas revistas y una peluca.
Temas[editar]
Peluquería como espacio familiar: la obra toma lugar en una peluquería común y corriente. Esto
hace que el lector se relacione con ella de manera más fácil. La peluquería sirve como un espacio
cerrado donde el Hombre tiene solo dos opciones: irse o quedarse. El Hombre se queda para
seguir las órdenes del peluquero sin saber que esto le causará la muerte. La peluquería es un
espacio tan familiar que cualquier persona se puede identificar con ella. Sin embargo, esta
peluquería también sirve como símbolo de las pocas opciones que la mayoría de la gente tiene
ante el gobierno. La opresión del gobierno es omnipresente, alcanzando los espacios comunes y
corrientes, como representa la peluquería.
Roles invertidos: el peluquero rehúsa a servir al cliente. En vez de ser él el que le corte el pelo al
cliente, el peluquero hace que el Hombre sea el que lo atiende a él. Lo trata con tal indiferencia
que hace que el Hombre no tenga otra reacción más que seguir sus órdenes. El peluquero ordena
y el Hombre hace. La obra sirve de ejemplo de cómo los gobiernos tratan a la gente. El gobierno
está para servir a las poblaciones pero muchas veces las poblaciones terminan trabajando para el
gobierno quieran o no. Sin importar lo que la gente piense, el gobierno ordena y la gente debe
seguir sus órdenes.
La relación dominador/dominado: el peluquero domina al hombre sin decir muchas palabras, sus
acciones e imagen corporal son sus armas silenciosas. Su imagen corporal hace que el Hombre
cumpla sus deseos sin mucho esfuerzo. El peluquero nunca le pregunta al Hombre si él desea
cortarle el pelo o la barba, solo le ordena hacerlo. La palabra sí no se oye. En varias ocasiones el
Hombre dice no pero el peluquero lo mira detenidamente y el hombre dice “de acuerdo” o “está
bien” nunca se escucha sí.
El título: El significado del título Decir sí en la obra es irónico. Por parte del Hombre la palabra sí
no se oye en la obra. Las acciones de los personajes reflejan que no importa si las personas
están dispuestas a hacer lo que se les ordena. Al final, la gente siempre hace lo que las
autoridades deciden. Gambaro problematiza la actitud sí que demuestra la mayoría de la gente
frente al poder del gobierno.
Simbolismo[editar]
Decir sí fue escrita durante los tiempos de dictadura militar en Argentina. Al usar la
peluquería, Gambaro logra que los lectores se puedan identificar con su historia. Por esa razón
simboliza la relación entre el gobierno y el pueblo. El pueblo, como el hombre, es joven e
indefenso. Y por eso siente que no tiene otra opción más que seguir las órdenes del gobierno. El
gobierno sabe que puede ordenar lo que sea y que el pueblo lo va a seguir quieran o no y sin
poder cuestionarlas.
https://letralia.com/sala-de-
ensayo/2016/11/21/lenguaje-y-
gestualidad-la-violencia-del-absurdo-en-
decir-si-de-griselda-gambaro/
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Fotografía: Télam
Gambaro reconoce que el mundo que habita es absurdo; Argentina ha perdido toda
lógica, cada golpe de Estado, cada democracia fallida ha creado una pérdida de
significado.
El Teatro Abierto pasó debajo del radar del régimen hasta su estreno en el Teatro
del Picadero; hordas de espectadores, en su mayoría jóvenes, asistieron a la
primera semana de funciones en el Picadero; era tanta la gente que la dictadura lo
notó. El 6 de agosto de 1981, un día después de culminada la primera semana de
presentaciones, los militares incendiaron el Teatro del Picadero; sin embargo, la
solidaridad al movimiento era tan fuerte que diferentes escenarios abrieron sus
puertas al Teatro Abierto para que pudiera continuar su primer ciclo, que terminaría
el 21 de septiembre de 1981 (Dragún).
El Teatro Abierto se estrenó con Decir sí de Griselda Gambaro, una breve obra
sobre un peluquero que se rehúsa a cortar el pelo de su cliente, y un cliente que no
puede dejar de hablar.
Desde que el Hombre entra a la peluquería se presenta una situación que, por
cotidiana que parezca, se establece fuera del marco lógico de la interacción entre
peluquero y cliente. El Hombre entra a la peluquería y se enfrenta al Peluquero, que
no se preocupa por su cliente, no se inmuta a su llegada y no se interesa por
responder a sus saludos; el Peluquero se muestra molesto de tener un cliente… un
cliente que estaba esperando. La actitud del Peluquero lleva al Hombre a un estado
de shock que, a su vez, le fuerza a tomar el papel de conciliador.
Esslin, al hablar del Teatro del Absurdo, propone que “en un mundo que se ha vuelto
absurdo, el Teatro del Absurdo es el comentario más realista, la reproducción más
atinada de la realidad”2 (“Introduction” 14). Gambaro reconoce que el mundo que
habita es absurdo; Argentina ha perdido toda lógica, cada golpe de Estado, cada
democracia fallida ha creado una pérdida de significado, ¿qué mejor forma, pues, de
evidenciar esta pérdida que a través de lo que no tiene significación?3
Acorde a las características que define Esslin sobre el Teatro del Absurdo, cada vez
que se presenta el lenguaje emerge “devaluado, disuelto, desintegrado, sin sentido,
insuficiente y, finalmente, no comunica”5 (cit. en Malkin, 39). El Hombre enuncia sin
que sus palabras tengan efecto alguno, su lenguaje es invalidado por la contraparte
gestual del Peluquero, “el cliente habla, dice, pero sus palabras no le sirven”
(Trastoy); sin embargo, el Hombre no encuentra ninguna otra forma para restablecer
los presupuestos que el Peluquero ha transgredido.
El Hombre “frente al enigmático mutismo del peluquero, (…) asume todo el peso del
discurso” (Iribe), se ve forzado a llenar el vacío lingüístico creado por el Peluquero,
siempre intentando compensar las faltas del Peluquero mediante un monológico
completamiento del diálogo:
Hombre (intenta una sonrisa, que no obtiene la menor respuesta. Mira su reloj
furtivamente. Espera. El peluquero arroja la revista sobre la mesa, se levanta como
con furia contenida. Pero en lugar de ocuparse de su cliente, se acerca a la ventana
y, dándole la espalda, mira hacia afuera. Hombre, conciliador): Se nubló. (Espera.
Una pausa) Hace calor. (Ninguna respuesta) (…) Quería… (Una pausa. Se lleva la
mano a la cabeza con un gesto desvaído) Si… si no es tarde… (El Peluquero lo mira
sin contestar. Luego le da la espalda y mira otra vez por la ventana. Hombre,
ansioso.) ¿Se nubló?
La reacción lógica sería que el Hombre, tras el trato recibido, fuera en busca de
alguien más que lo atendiera y abandonara al Peluquero, pero el shock creado por la
violación de sus presupuestos lo fuerza a intentar restablecerlos. A lo largo de la
obra, el Hombre complace las demandas silenciosas del Peluquero, trastabillando
entre el orden y la sinrazón, “la palabra del Hombre se enreda ante la falta de réplica
hasta tornarse errática, incoherente, absurda” (Iribe). Las acciones del Peluquero no
tienen motivación, no hay razón alguna por la cual el Peluquero se rehúsa a cumplir
con su rol asignado, y es por esto que se crea la parálisis en el Hombre, pues para
él es difícil entender el comportamiento del Peluquero, pero además su sistema de
relaciones ha sido completamente violentado y el lenguaje le falla porque no se
puede completar.
Hombre: (…) Ya está. Más limpio. Porque si se amontona la mugre es un asco. (El
Peluquero lo mira, oscuro. Hombre pierde seguridad) No… ooo. No quise decir que
estuviera sucio. Tanto cliente, tanto pelo. Tanta cortada de pelo, y habrá pelo de
barba también, y entonces se mezcla que… ¡Cómo crece el pelo!, ¿eh? ¡Mejor para
usted! (Lanza una risa estúpida) Digo, porque… Si fuéramos calvos, usted se
rascaría. (Se interrumpe. Rápidamente) No quise decir esto. Tendría otro trabajo
(Gambaro, 2).
Cada vez que el Hombre cree atentar en contra del Peluquero, vuelve a la palabra
para intentar redimirse, pero cada nueva enunciación lo lleva a un mayor tropiezo.
Así es como el Hombre se posiciona como inferior, pues al querer decir lo correcto
acaba planteándose como el que debe complacer; el Peluquero adquiere poder
porque el Hombre pone en manifiesto, al hablar, su debilidad.
La palabra, sin embargo, es también el arma que tiene el Hombre para defenderse,
es mediante ella que puede resistírsele al Peluquero: “Hombre: Mire, señor. Yo vine
aquí a cortarme el pelo. ¡Yo vine a cortarme el pelo! Jamás afronté una situación
así… tan extraordinaria. Insólita…”; sin embargo, el Hombre reconoce que dentro de
esta peluquería el lenguaje falla y que, por más que intente reivindicarlo, no va a
valer ya nada.
Hombre: (…) Bueno, si usted quiere, ¿por qué no? Una vez, de chico, todos
cruzaban un charco, un charco maloliente, verde, y yo no quise. ¡Yo no!, dije. ¡Que
lo crucen los imbéciles!
Hombre: ¿Yo? No… Me tiraron, porque… (se encoge de hombros) les dio bronca
que yo no quisiera… arriesgarme. (Se reanima) Así que… ¿por qué no? Cruzar el
charco o… después de todo, afeitar, ¿eh? (Gambaro, 4).
La imposibilidad de oponerse a las demandas del Peluquero es, por otra parte,
consecuencia de una previa situación en la que enunciar la negativa fue inútil y
resultó en una peor consecuencia; entonces el Hombre dice que sí a las demandas
del Peluquero, se intenta defender tomando el papel que el Peluquero le ofrece.
Hombre: Usted manda. ¡El cliente siempre manda! Aunque el cliente… soy…
(Mirada del Peluquero) es usted… (Gambaro, 5).
Ahí donde el Hombre busca hablar, el Peluquero ignora el lenguaje y decide basarse
en la gestualidad para entablar una relación con el Hombre. Que la gestualidad sea
el recurso predilecto del Peluquero subraya la importancia de que esta obra sea de
carácter dramático y no narrativo, ensayístico o poético. Gambaro elige el teatro
porque necesita de elementos lingüísticos, no lingüísticos y paralingüísticos para
lograr su discurso, pues es principalmente mediante la gestualidad que se
desenvuelve la tensión entre los personajes del Peluquero y el Hombre. Y así como
en el contexto que vive Argentina, el poder del discurso reside en lo que no se dice.
A cada gesto del Peluquero el Hombre tiene una respuesta, pero su respuesta es el
resultado de una interpretación y conversión. El Hombre sólo puede entenderse
mediante la lengua, así que cuando se enfrenta al gesto del Peluquero debe
interpretarlo y convertirlo a su “idiolecto en un desesperado intento de reconstruir un
diálogo convencional y volver a las condiciones normales de enunciación” (Iribe); es
por eso que se responde a sí mismo, que se corrige a cada paso y que se presenta
como un ser inferior.
Hombre (tierno y persuasivo): Por favor, con el pelo no, mejor no meterse con el
pelo… ¿para qué? Le queda lindo largo… moderno. Se usa…
Peluquero (lúgubre e inexorable): Pelo.
Hombre: ¿Ah, sí? ¿Conque pelo? ¡Vamos pues! ¡Usted es duro de mollera!, ¿eh?,
pero yo, ¡soy más duro! (Se señala la cabeza). Una piedra tengo acá. (Ríe como un
condenado a muerte) ¡No es fácil convencerme! ¡No, señor! Los que lo intentaron,
no le cuento. ¡No hace falta! Y cuando algo me gusta, nadie me aparta de mi
camino, ¡nadie! Y le aseguro que… No hay nada que me divierta más que… ¡cortar
el pelo! ¡Me!… me enloquece (Gambaro, 5).
El esfuerzo del Hombre por interiorizar el discurso, y así evitar ser sometido, es
inútil; no logra complacerse en las demandas del Peluquero, sin importar cuánto
intente de convencerse, el Hombre siempre es vencido por el Peluquero.
El equivalente a la historia del charco para el pueblo argentino fueron los fallidos
intentos de restaurar orden desde que empezó el ciclo de dictaduras. Cada dictadura
vencida resultó en un intento fallido de democracia y otro golpe de Estado que
instauró, subsecuentemente, otra dictadura, así que Argentina se resignó a decir sí;
sin embargo, aceptar la dictadura llevó a desapariciones, encarcelamientos, exilios y
persecuciones.
Decir sí solamente tiene sentido como obra de teatro, más allá de la evidente
gestualidad, el poner dos cuerpos comunes en escena crea una tensión imposible
de recrear en los otros géneros; la maestría de Gambaro está en violentar esos
cuerpos sin dañarlos de manera física, utilizándolos para crear una imagen que, a su
vez, abre, mediante el gesto corpóreo, una multiplicidad de sistemas significantes
que se resemantiza por cada espectador. El espectador también se vuelve receptor
de esa violencia, no es capaz de escapar de la escena que se le presenta, el teatro
funciona como un reflejo vivo y dinámico que le presenta en carne y hueso una
situación análoga a la suya; en palabras de Griselda Gambaro, “la escritura
dramática es más directa que la prosa. (…) todos los actos de escritura son
insolentes, desvergonzados, pero especialmente el teatro, porque sabes que, a
través de los actores, vas a estar en el escenario. Es por eso que el teatro es más
agresivo. Muestra más. Es inmodesto”9 (cit. en Pottlitzer, 103).