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“La pelada de la Cañada”

Hace bastante tiempo, Córdoba todavía no era tan grande como ahora y todavía se alumbraba
por las noches, con farolitos a gas de carburo de calcio. La gente de la ciudad era muy religiosa,
tanto que se acostaba con murmullos de rezos y se despertaba con el sonido de las campanas
de sus iglesias.

Era una época de duendes y fantasmas. La superstición de los habitantes y la creencias en


cuestiones “del más allá” eran muy importantes. En las reuniones familiares se comentaban
estas cuestiones llegando a atemorizar las mentes de los chicos.

Por lo tanto la gente estaba muy alerta ante cualquier cuestión “sobrenatural”.

En cada baldío o zanjón la imaginación de aquellos habitantes creaba un fantasma y uno de los
lugares más aprensivos por lo sombrío del panorama solía ser La Cañada, culpable también de
las inundaciones traicioneras.

Fue justamente, en el trayecto desde Las Cinco Esquinas hasta su desembocadura con el río,
que empezó por aquellos años a aparecer un fantasma que durante largo tiempo provocó el
temor de muchos cordobeses, para después convertirse en una leyenda.

Según los comentarios de aquellas personas que la vieron, la aparición era movediza, tenía una
lustrosa pelada, vestía de blanco y crecía y sé encogía con facilidad. Le comenzaron a decir La
Pelada de la Cañada. Se aparecía cerca de la Capilla del Niño Dios como por las inmediaciones
de la vieja fábrica de porcelana, por la calle Rioja. También dicen que se aparecía como un
bulto de baja estatura que perseguía a cualquiera que anduviera por la noche.

Asustó a mucha gente, incluso un vendedor Turco también fue víctima de sus sustos.

Se comentaba que para salvarse debían huir hacia una zona concurrida o con iluminación.

Ya sea por la cantidad de gente, por la cantidad de luces o por la modernidad de la ciudad, la
Pelada no volvió a aparecer.

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