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Intitucion Educactiva Parroquial

“La Inmaculada”

Informe de investigación
DESCUBRIMIENTOS EN LA ÉPOCA DEL VIRREINATO

Docente: Dora Apaza


Estudiante: Sebastian Oscar Barrios Rosario

5to “B” - 2019


DESCUBRIMIENTOS EN LA ÉPOCA DE VIRREINATO
Concepto
El: Virreinato del Perú fue una entidad territorial situada en América del Sur, integrante
del Imperio español que fue creada por la Corona Española durante su dominio en el Nuevo
Mundo, entre los siglos XVI y XIX.
El inmenso virreinato abarcó gran parte de Sudamérica, incluida Panamá y algunas islas
de Oceanía. Quedó fuera de él, también como bien realengo, Venezuela, así como la costa
atlántica de Brasil, que pertenecía al Imperio de Portugal.4

Aportes científicos:
Conviene destacar la contribución que el descubrimiento de América aportó a las ciencias
europeas. La naturaleza americana y sus productos, las costumbres de los indios y sus técnicas
serán conocidas en Europa a través de los relatos de los conquistadores y de los cronistas.
Entre estos últimos merecen especial mención Gonzalo Fernández de Oviedo, José de
Acosta, Bernardino de Sahagún, el inca Garcilaso y Antonio Vázquez de Espinosa. En las
sociedades iberoamericanas se produjo una convergencia entre el conocimiento tecnológico
y científico de la sociedad europea y la contribución de las sociedades indígenas y, en algunos
lugares, las aportaciones africanas.
Los progresos tecnológicos introducidos por la sociedad criolla aseguraron la supervivencia y,
a veces, promovieron la aportación de la tecnología indígena. Ésta adoptó poco a poco el uso
del hierro y la rueda, además de nuevas especies de plantas y animales. Los criollos, por su
parte, aprovecharon los avances indígenas en las técnicas agrícolas necesarias para el cultivo
en la selva y en el semidesierto del altiplano.
Algunas obras aprovechan los conocimientos indígenas respecto a las virtudes medicinales de
ciertas plantas. Así constatamos, por ejemplo, que la segunda edición (México, 1592) del
libro Tractado breve de anathomía y chirugíade Agustín Farfán, que fue médico de Felipe II,
aconseja varios remedios inspirados en la terapéutica india. Nicolás Monardes (1507-1588),
en su Historia medicinal, aprovechó la información de los indios sobre plantas medicinales. El
mismo Consejo de Indias, en una encuesta que inició en 1570, incluyó varias preguntas que se
refieren a las plantas y los medicamentos empleados por los indígenas. El médico de Felipe II,
Francisco Hernández, por indicación de aquel, recorrió Nueva España de 1571 a 1577,
recogiendo, entre otras investigaciones de historia natural, numerosas informaciones de
los aztecas. Otro médico de Felipe II, N.A. Recchi, consultó estos trabajos y, a su vuelta a Italia,
publicó un resumen de los mismos en latín (Roma, 1628) con el título Rerum medicarum
Novae Hiaspaniae Thesaurus. El médico indio Martín de la Cruz, en un manuscrito traducido
al latín por uno de sus condiscípulos indios del colegio de Tlatelolco, aporta también
interesantes noticias.
El complejo fenómeno histórico conocido como la revolución científica se produjo en Europa
a lo largo del siglo XVII, coincidiendo con el periodo de declive de la monarquía hispánica. Pero
no podemos entenderla plenamente sin tener en cuenta el despertar de la curiosidad
investigadora de nuevas realidades que despertó el descubrimiento del Nuevo Mundo. No
olvidemos que la nueva ciencia surgió en un proceso dialéctico en el que se enfrentó con la
ciencia tradicional vigente en el Occidente europeo durante la Baja Edad Media y el siglo XVI.
Por otra parte, la revolución científica nos resultaría incomprensible si no prestamos atención
al impacto que el descubrimiento del Nuevo Mundo, la cuarta parte del mundo, a la que el
monje alemán Martín Waldseemüller inscribe por primera vez en un mapa del mundo y la
llama América. Bien lo advierte Leoncio López-Ocón Cabrera: «La tensión entre elementos
modernos y tradicionales fue habitual en las universidades hispánicas, foco de un nuevo
humanismo científico que depuró el conocimiento del legado greco-latino».[1] Humanismo
que contribuyó a consolidar en la sociedad española del siglo XVI actitudes relacionadas con
la nueva ciencia que emergía en la Europa occidental: la preeminencia de la experiencia sobre
los criterios de autoridad (promoción y perfeccionamiento del método de la «autopsia») y un
insaciable afán de saber cosas nuevas, que pudo desplegarse a sus anchas en el Nuevo Mundo
recién descubierto.
Un gran número de observadores contribuyó a enriquecer con gran cantidad de nuevas
informaciones el conocimiento de la naturaleza y de las culturas humanas, y a realizar análisis
comparados de la descripción física de la tierra, que rectificaron los mapas hasta entonces
existentes. Aunque no puede negarse la participación de los misioneros en la desarticulación
y destrucción de las culturas amerindias, algunas tan notablemente desarrolladas como la
azteca y la inca, debemos aceptar, a la vez, que ellos y otros españoles o europeos, se
convirtieron en agentes de una transmisión intercultural de conocimientos y prácticas
científicas entre Europa y América, especialmente en el campo de la botánica y de sus
aplicaciones terapéuticas. La flora americana fue estudiada sobre todo en dos épocas: en el
siglo XVI, inmediatamente después de la conquista, y en el siglo XVIII, cuando llegaron varias
expediciones científicas procedentes de Europa. La botánica europea se enriqueció con
numerosas plantas: la quina, la coca, el tabaco, el árbol del caucho, el maíz, el cacahuate, el
tomate, el cacao, la patata, etc. Algunas de ellas habrían de revolucionar la vida económica
del mundo. Consideremos simplemente, por ejemplo, lo que aún supone la patata en la
economía alimenticia de muchos países europeos.
En el siglo XVIII volvió a suscitarse un renovado interés por la flora americana. Se organizaron
numerosas expediciones científicas a América del sur. Signo de ese interés y de las
investigaciones que suscitó son los escritos de Antonio de Ulloa, del jesuita chileno J.I. Molina
y del alemán Alexander von Humboldt, junto con el francés Aimé Bonpland.
El conocimiento de la flora de América del sur, que atrajo durante el siglo XIX a muchos
científicos extranjeros, despertó un movimiento de interés por su investigación en los nuevos
Estados sudamericanos. Argentina fundó en 1823 un Museo de Historia Natural y una cátedra
de botánica en la universidad de Córdoba, junto a otras iniciativas. En México capital se fundó
en 1866 el Museo Nacional, y en 1911 la primera cátedra de botánica en su universidad.
Debemos reconocer, sin embargo, que las universidades americanas fundadas antes de la
Revolución Científica, como casi todas las Universidades europeas, sólo lentamente se fueron
abriendo a las nuevas ciencias. Éstas surgieron y se desarrollaron, hasta el siglo XX, sobre todo,
fuera de la Universidad, promovidas por otras instituciones: sociedades científicas, revistas,
etc. Es lo que aconteció en el virreinato de Nueva España. En los últimos años, antes de la
independencia, comenzó el proceso de creación de una red institucional dedicada a la «ciencia
moderna»: la Real Escuela de Cirugía (1768), la Academia de las Nobles Artes de San Carlos
(1781), la Real Escuela de Minería (1792), etc. A fines del siglo XVIII, la enseñanza matemática
impartida por la Escuela de Minas supera a la de la Universidad e incluye nociones de cálculo
infinitesimal.
Alguien puede extrañarse de que apenas haya aparecido Brasil en esta exposición. La razón es
que, antes de su independencia, hubo poca actividad científica en este país, debido a la política
colonial portuguesa, que tendía a suprimir toda actividad intelectual en la colonia. No tuvo
Universidad ni imprenta hasta fines del siglo XVIII. Salvo la investigación tecnológica del jesuita
brasileño Bartholomeu Lourenço (1685-1724) y el centro de cultura científica promovido por
el holandés Mauricio de Nassau en el siglo XVII, sólo pueden anotarse algunos estudios sobre
la flora y la fauna tropicales llevados a cabo por varios científicos extranjeros: W. Dampier,
L.A. de Bougainville, P. Commerson y J. Banks. A fines del siglo XVIII se desarrolla una
renovación científica consecutiva a la modernización de los estudios en Portugal y al
renacimiento de la Universidad de Coimbra bajo la influencia del marqués de Pombal.
Uno de los principales factores que favorecieron la aparición de una generación que sentía
interés por la ciencia moderna, tanto en la América de tradición española como en la de
tradición portuguesa, fue la labor educativa llevada a cabo por la Compañía de Jesús en los
muchos colegios que organizó y dirigió antes de su expulsión. Las razones de esa influencia las
resume bien Perla Chinchilla: «Esta congregación contribuyó a la difusión del humanismo
clásico –opuesto a los postulados de la escolástica ortodoxa–, así como a la propagación de
algunos aspectos de la nueva filosofía, como la teoría atómica, y de ciertos descubrimientos
científicos como la gravedad universal, el proceso germinativo, el tamaño del cosmos, etc.
También fueron responsables de que se concediera una mayor importancia a las culturas
indígenas, a los mestizos y a su papel en la fundación de la sociedad mexicana».[2] Lo cual
habría sucedido de modo semejante en los otros pueblos de América, incluido Brasil, en que
desarrollaron su actividad los jesuitas.
Su expulsión frustró en gran parte el que pudiera darse en Iberoamérica una ilustración de
tipo católico. Poco después de su expulsión se fue abriendo camino una ilustración con
tendencias anticlericales, que se acentuó en algunas repúblicas después de la independencia.
Se quiso desactivar a la Iglesia Católica como un resto del antiguo régimen que había que
eliminar, por reaccionario: opuesto al progreso científico-técnico.
A veces se percibe en algunos historiadores iberoamericanos una cierta frustración porque
parece que nuestra tradición católica ha posibilitado una asimilación de las nuevas ciencias y
tecnologías peor que la tradición protestante. Advirtamos, frente a esa actitud, que la ciencia
y la tecnología, por su propia peculiaridad metodológica, no saben de creencias religiosas. Las
causas del retraso hay que buscarlas en otras circunstancias que no se identifican con la
auténtica doctrina católica. Galileo se sentía tan católico como el cardenal Belarmino, aunque
difiriera uno del otro por su manera de juzgar la nueva astronomía copernicana en relación
con la verdad católica.

Fuentes:
Breve historia de la ciencia española, Planeta, Barcelona, p. 24-25
Mesoamérica», en Historia de la Humanidad, vol. 6, Planeta, Barcelona, 2004, p. 422
http://peru-cristiano.blogspot.com/2017/05/ciencia-y-tecnologia-en-la-historia-de.html

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