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Bernardo Esquinca

Bernardo Esquinca nació en Guadalajara, México, en 1972. Ha escrito novela, cuento y ensayo.
Carretera perdida. Un paseo por las últimas fronteras de la civilización (Nitro-Press, 2001), es un
libro de ensayos que en palabras de Sergio González Rodríguez resulta “un corte exacto de las
obsesiones de su generación”. Bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, publicó la novela
Belleza Roja. En opinión de Rodrigo Fresán, “es una perversa historia de amor, un policial donde el
detective es quien menos sabe o se atreve a saber”.

Su libro de cuentos Los niños de paja (Almadía, 2008) fue elegido por la SEP para ingresar al
programa Libros del Rincón en 2009. Con motivo de la aparición de este volumen.

La novela Los escritores invisibles (FCE, 2009) fue elegida por el diario Reforma entre los mejores
libros del año de su publicación.

En 2011 publicó La octava plaga, que dio inicio a la saga del periodista de nota roja Casasola.
Alejandro de la Garza opinó sobre ella que "parece conjugar en un solo cuerpo literario las
obsesiones de Esquinca". Esta serie continuó en 2013 con la aparición de Toda la sangre, de la que
Rodolfo JM escribió: "Es la confirmación de una saga que sigue las pautas de los mejores thrillers
contemporáneos; pero también es la confirmación de un autor a la alza". Carne de ataúd (2016)
que conformó el tercer volumen, al que se agregó en 2017 Inframundo.

En 2017, Bernardo Esquinca obtuvo el Premio Nacional de Novela Negra por el libro Las increíbles
aventuras del asombroso Edgar Allan Poe. Liliana Blum, parte del jurado, opinó que "Esquinca
logra algo inusual en la narrativa actual mexicana: una historia fantástica protagonizada por un
personaje histórico".

Los niños de paja


(Fragmento)

Dos noticias: l) Hoy voy a hablar con mi esposa, tras dos años de no hacerlo. 2) Mi esposa está
muerta. Falleció hace dos años, en extrañas circunstancias. Es mi día de descanso y la cita es hasta
la noche, así que aprovecharé el tiempo para estar en la playa. A Lucía le encantaba el mar. No se
metía a nadar, le tenía mucho respeto. Pero daba largas caminatas por la orilla y disfrutaba
dejando que las olas le lamieran los pies descalzos.

Curiosamente, en una ocasión me dijo que cuando muriera, el último lugar al que le gustaría que
arrojaran sus cenizas sería el mar. Una noche soñé que me moría y lo único que hacía era nadar y
nadar en la oscuridad del fondo del océano, como un pez ciego. No le puse mucha atención en ese
momento —nadie toma con seriedad a una persona sana cuando habla de su muerte— pero
ahora lo recuerdo mientras meto unas latas de cerveza en la hielera y tomo un libro para
tumbarme a leer bajo el sol.

Soy entomólogo forense. Me dedico a estudiar los insec-tos que invaden cadáveres y que
proporcionan pistas para atrapar asesinos. A los bichos les gusta dejar sus huevos en el rostro, los
ojos o la nariz de las víctimas. La clave es relacionar los ciclos biológicos de los insectos con las
etapas de descomposición del cuerpo, lo que permite aproximarse al momento en que ocurrió la
muerte. Funcionan, en pocas palabras, como un reloj. Incluso se puede determinar si el cadáver
fue trasladado de un lugar a otro.

A los insectos también les gusta alimentarse de la carne putrefacta. Algunos de ellos son moscas,
escarabajos, arañas, hormigas, avispas y ciempiés. Y son voraces: los restos de un adulto humano
expuestos al aire libre pueden ser devorados rápidamente. Los entomólogos llamamos a la fauna
necrófila escuadrones de la muerte.

Mi caso más famoso hasta ahora es el siguiente: una familia se muda de casa. A los dos meses,
descubren y reportan el cadáver de un niño asesinado en el sótano. La policía los señala como los
principales sospechosos. Sin embargo, al analizar los insectos que habían colonizado el cadáver,
pude determinar que el crimen había sido cometido antes de que dichas personas se trasladaran a
vivir a esa residencia.

Entonces se acusó a los anteriores inquilinos —una pareja de ancianos, que resultaron ser los
abuelos del niño— auténticos perpetradores del asesinato. Una familia entera salvó el pellejo
gracias a un puñado de ácaros. Hace seis meses, mi amigo Leonardo me dijo que conocía a un
médium. Me aseguró que no era un estafador y que podía comunicarme con mi esposa. Lo
escuché con respeto, pero me negué: pertenezco al mundo de la ciencia, al mundo racional.
Además, he visto suficientes atrocidades y cuerpos vejados de maneras insospechadas, como para
creer que existe un dios y, mucho menos, un más allá.

El mal campea por todos lados y no hay nada que sea capaz de detenerlo. Mejor que no exista vida
después de la muer-te, porque es muy probable que el mal continúe reinando allí. Él insistió: Nada
pierdes con intentarlo. Y si funciona, resolverás las dudas que te atormentan. Yo te pago la sesión.
No consiguió convencerme. Fue hasta hace tres meses, cuando decidí tomar en mis manos el caso
de Lu-cía, que comencé a pensar seriamente en esa posibilidad.

Demonia
(Fragmento)

Usted sabe doctor para la mayoría de la gente las moscas son sólo eso: moscas. Algo que espantar
con la mano cuando ronda nuestra cabeza o un plato de comida. Pero se equivocan. Son seres
superiores capaces de fornicar mientras vuelan y con decenas de ojos que nos vigilan desde
cualquier ángulo. Usted no lo sabe pero esos bichos han estado en guerra con nuestra especie
desde el principio de los tiempos. Con cada nuevo insecticida que promete acabarlas ellas se
vuelven más resistentes. ¿Le doy un dato para contar en la próxima cena de trabajo o con amigos?
Aunque le advierto no es agradable y talvez provoque un silencio incómodo en la mesa. Adoro los
silencios incómodos ¿usted no doctor? Todo lo que implican. Llenan el vacío con la fuerza de las
palabras no dichas. Porque lo que no se dice a veces es más inquietante.

Pero me desvío del tema... Este sofá están cómodo que permite las divagaciones debería pensar
en cambiarlo. El dato: las moscas han matado más seres humanos que todos los conflictos bélicos
juntos. Estamos en guerra le decía y no hay manera de que la podamos ganarnos llevan millones
de años de experiencia. Cuando nuestros ancestros las pintaron en las cuevas de Las caux las
moscas ya eran dueñas de la Tierra... ¿Sorprendido? Todo el mundo aprecia los bisontes ciervos y
caballos registrados con maestría primigenia en las paredes de la gruta francesa pero también hay
bichos. Eso fue en el paleolítico. Desde entonces no hemos hecho más que mantenerlas a raya. Y
eso es un decir porque en realidad las convocamos permanentemente a nuestro lado. Ochenta
por cierto de la población mundial vive en medio de sus propias deyecciones... Me gusta esa
palabra: deyecciones.

Es magnética ¿no le parece doctor? Lo cierto es que no hemos abandonado la Edad Media. Las
moscas aman la mierda y esta ciudad huele a mierda.Nolehablarédelaspilasdebasuraqueamonto-
namosencadaesquina ni de los desechos que se acumulan en mercados parques y aceras.
Hablemos de mierda. ¿Me creería si le dijera que una mañana vi correr sobre la Alameda un
nausea bundorío de excrementos? Se deslizaba de una alcantarilla interior hacia el arroyo de la
calle y sólo había dos opciones: sortear los automóviles que pasaban por la avenida Hidalgo o
esquivarlos mojones flotantes. Ésas son las alternativas a las que esta urbe no sorilla doctor. Las
moscas florecen en la mierda. O y nosotros les hemos sembrado un jardín de veinte millones de
intestinos.

Cinta
Por supuesto que les doy caza doctor incansablemente. Desde niño aunque entonces no era
consciente de su poder y de sus nunca mejor dicho negras intencines. ¿Sabe lo que hacía? Iba por
la casa con una pistola de ligas y les daba muerte como un eficaz pistolero del Viejo Oeste. Mis
padres veían un insano entretenimiento en ello pero yo sentía que cumplía una misión. Por
fortuna nunca me lo prohibieron aunque sospecho que mi conducta era motivo de
conversaciones en voz baja en su cama después de que apagaban la luz. Mis hermanos todos
mayores que yo estaban muy ocupados en sus trabajos o preparando agotadores exámenes
universitarios y no le dieron mayor importancia a la obsesión que crecía en mí.

Los hijos menores los llamados benjamines estamos más expuestos a las peligrosas fantasías que
germinan en la soledad. Eso usted lo sabe bien. Tan poca atención y en cambio demasiadas
ocurrencias que se van acumulando... Como un frasco lleno de moscas. Curiosa metáfora ¿no le
parece? He matado muchas de ellas más que cualquier otro ser humano que no se dedique a ello
de manera profesional. Y sé que mi aportación en esta guerra perdida es inútil. Pero dígame una
cosa: si un ejército enemigo.

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