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I-a República

Independiente
de Miranda

EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES
. .
"¡l

ENRIQUB LIHN

Justamente el gobiemo de Miranda, convencido por


don Rudecindo Valledor de la necesidad de actuar,
apoya su candidatura a la gobernación con volantes y
carteles de plástico y con algunas p¡omesa¡¡.
En nombre del Estado, hay instructores que pro-
mueven la autoconstrucción de casas flotantes entre
Pan Ew
los más pobres, extendiéndoles, si se incorporan a ese
trabaio honrado, una autorización del Presidente de la
República para emplear como materiales los que ten-
gan marcado carácter de desechos.'
El sampán chino es un óptlmo precedente de la vi-
da seca en el agua, un modelo ideal que oponer a la
incertidumbre y a la pereza de los anfibios humanos
por una parte y, por la oúa, a la subversión de los
húmedos que se sienten con derecho a todo.
.n

En el día intemporal de la muerte de tanta Eva: Eva


de Perón, Ave Eva Dall, EI/a Braun (Maria) y otras, sería
iusto nombrar a una Eva üva. Haré, si puedo, el
epitafio de su inmortalidad sobre una nueva lápida. Ia
de Alcides Lima Busch, mi único amigo. Su muerte
sería otra de sus obras inéditas si no lo hubiera, como
se dice, sorprendido. Me pregunto si Eva estará infor-
mada de ese óbito. A menos que esta mala nueva no
haya conseguido martillear el yunque en los oídos de
una anciana seguramente incapaz de retener ya un
dato más de la üda social en su memoria agotada.
Dicen que Eva está algo ciega y medio sorda.
Empezaria a familiarizarse, gagá y filosofante, con el
silencio. No está bien que lo rompa. Voy a hablar en
su nombre, instigado por una revlst¿ de moda.
Pensábamos que el gusto de la figuración iba a ser el
último en quitársele. Probabilidad inquietante: por
muy extraordinaria que a algunos le pareciera pen-
sada, siempre fue -es al menos mi opinión- una
cabeza de páiaro.
Que el recuerdo del artista no sea, pues, maculado
con las declaraciones de su musa a la prensa. Y que él
encuentfe \aqul, en estas llneas, un último refugo
contra la segunda muerte. Iá del nombre.
Aconseio retener este acertijo: Alcides Lima. Tiene
que tener algrln sentido. Con él desaparece un precur-
sor chileno del body-an. Autor de una obra escasa,
demasiadb incorporada a su cuerpo como para sobre-
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5ó ENRIQUE LIHN PAPW\ EVA 5'7

üvirlo. Profusa, en cambio, en desechos verbales v en terminaría en la novela con¡rgal, en el realismo crítico.
documentos fotográficos que esperamos sean deb¡da- Hasta ese día Alcides había corteiado a Consuelo
mente evaluados, con el tiempo y Ia pelecha, por una con una sospechosa indolencia. Durante la fiesta, ape-
institución seria. De preferencia extraniera. nas vio por primera vez a Eva, olüdó ese rol hasta la
Vengo del Cementerio General donde, después de descortesía. El, que era tan british para sus cosas, Se
una tensa espera, me fue entregada -por la voluntad pasó la noche entera en el :lngulo menos frecuentado
escrita del difunto- la urna que contiene sus cenizas. de la teraza, el meior alumtrrado, en lo que parecla
Esta. Pero es horrible pensai lo que debo hacer con un estado de éxtasis, iunto a su nueva amiga. Con su
las sales alcalinas y térreas: espolvoreadas sobre la smoking blanco é1, y ella como un témpario de raso
cabeza de Eva. Bañada con ellas a mansalva, si nuestra y piqué. Una espiral de nieve. Un helado de caramelo.
común amiga se me resiste- ¿Qué será preferible: Por ese entonces le llamaban el loco Lima. Su con-
luchar con ella o descansar en su complicidad? En tal ducta en la Deutsche Schule, en el estadio alemán, en
caso tendrla que untar su cuerpo desnudo del residuo la Universidad, no dejaba nada que desear.
grisáceo de la combustión del cuerpo del anista Como otros muchos jóvenes de su generaciór¡ había
mezclado con una crema de base. Emplasto de Adán: recibido con amatgura la noticia de la caída del Can-
restitución a Eya, a través del maquillaie, de esa came ciller de Hierro. Estudiaba Derecho y era uno de los
que quiso ser parte de la suya, en una común consa- prirneros santiaguinos iniciados en el conocimiento de
gración a la diosa del barro original, la Afrodira Bar- las artes marciales. Lo hablan tomado por cobarde en
buda. el Colcgio, pero se hizo tcmer, desafiando Ia autori-
Yo no soy mzls que jefe de producctón de lo im- dad de los nraestros ocullos, al actuar como guerrero
posible. Ia tarea inhibe mi pensamiento. Me toca en dos o tres ocasiones contra pobres matones pro-
trazar la llnea divisoria enffe el crepúsculo y el ano- fanos que lo habían puesto fuera de sí y de las reglas
checer, a la caida de la tarde, con un poco de humo. del iucgo iniciático, tcrrible herencia de los iaponeses.
Constituirme, por la persuasión o la üolencia, en el Muy luego se üo que no despilfarraria la fortuna de
repfesentante de un muerto ante una moribunda, su padre, representante en Chile de una fábrica ameri-
untando dc piel la ceniza y de ceniza la piel. Sospechó cana de chocolates. Pero que sus estudios no lo
que voy a limitarme a la labor de punto áe la meiroria. ayr.rdaían a incrementarla. El amor al arte lo desterró
No se me pida más. También yo soy un candidato a Paris, desde donde se escribió, por espacio de siete
seguro a la ancianidad. años, sólo con Eüta Maria y conmigo. Pero no regresó
Recuerdo. Eva Montes de Ramírez y Alcides üma se para pedir su mano. Tampoco para hacerse cargo de
conocieron en casa de mi familia hace cosa de medio la herencia. Su padre, casi centenario, lo sobrevive. A
siglo. Con opornrnidad del estreno en sociedad de mi la vuelta de esa dificit iuyentud tenlamos entre no-
hermana Consuelo. Fue entonces cuando dataron una sotros a un hombre que podía hablar en cualquier
alianza que no se expondría a las congestiones del po- salón de todo, aterciopelada, imperiosamente, en tres
loleo; que no pasaría por el misticismo del noviazgó ni idiomas.
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En cuanto arquitecto regresó decepcionado del triun- tendía ser, segrln Alcides, un triunfo de la voluntad
fo de los constructores de ciudades. De su paso por la contra lo posible y que se fue conürtiendo en su obra
Escuela de Vasarely, conservaba el gusto por los efec- maestra desconocida.
tos bidimensionales de espacialidad. preferia obtener- Ia noche en que me hizo su primera comunicación
los del natural y no en Ia tela, haciendo trabalar sobre la obra estaba en pañales. A ml me pareció que se me
un telón la sombra de los espectadores, eI desconcier- podda haber insinuado en otra forma. Pero, al mismo
to o el aburrimiento de esos fantasmas que entraban tiempo y para desgracia del precursor a quien tomé,
y salían de la pantalla en una como respiración del en ese entonces, por un vulgar travesti, la inocencia de
espacio, deiando o trayendo estelas. su performance -inocencia a la que renunciada por
Y pasaron años. los teoremas- habría sido en el día de hoy su mérito
Cuando cumplía los treinta y tres, la noche del día mayor.
en que -según los más-, cansada de esperado, Eva Vestido esa noche del cincuenta y ocho, en la
consintló en c¿[iarse con Paco Ramirez, Alcides me semipenumbra de la casa abandonada, en el fundo
comunicó su determinación de pensada ..con el cuer- materno, con el trale que Eva Montes había lucido
po y el alma". Fueron sus primeras palabras. Luego se trece años antes en el baile de mi hermana, se ade-
apoyó desaprensivamente en la autoridad de Stéphane lantaba a muchas de las acciones de arte que tendían
Mallarmé. Lo citaba en una carta: lugar un cuarto de siglo mels tarde. Es bueno que lo
sepan los imitadores que lo ignoran, Yo puedo confe-
"Desde hace tiempo muerta, una írntigua idea se ve sar mi perpleiidad de antaño, pues tampoco ahora me
tal cual es, iluminada por la luz de la quimera en que las doy de artista. Soy réstaurador -algunos dicen
agonizó su sueño; se reconoce por el inmemorial ges- falsificador- de Ia pintura chilena.
to vacante con que se inyita, para teffnin¿rr con el an-
tagonismo de ese sueño polar, a entregarse con él y la -Eva l,Álria -dije, atranzando hacia esa Euridice. Se
habia convertido en estatua por mirar, sin pestañear,
claridad quimérica y el texto nuev¿unente cerrado, al en mis ojos, el pasado. Los suyos, recién bañados en
Caos de la sombra abonada y de la palabra que lágrimas, brillaban por cuatro. Se pusieron incandes-
absolutizó la Medianoche." centes.
Creo que quería lucirse conmigo, Su proyecto era -No soy Elra Montes de Ramírez -retrucó-. Soy su
soporte y ella es mi idea.
complicado, pero de otra manera. Tengo una hipó Ni el tono ni el timbre de lavoz; fueron el estilo del
tesis: queria ser Eva y prohibírselo a la yez. A eso le pensamiento y la sintaxis las que me hicieron recono-
llamaba pnsarla. Todo el mundo había esperado que
cer -a tanto llegaba la effcacia del simulacro- en Eva
se casara con ella, no que la pensí¡ra. Sólo muy len- a mi amigo, su pensador.
tamente algunos sospecharon años después que ese De esa noche en que, ay, éramos muy jóvenes
matrimonio se había consumado a su modo. Unicamente todavla, data nuestro pacto. A lo meior fui timorato. Le
yo supe de esa unión conyugal abstracta que pre- hice jurar que no iria, en suma, tan leios con los dem¿ls
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como conmigo. Mantendrla el secreto de su obra ocho. Debla restituida a la realidad pero como obra
mientras no la perfeccionara en la oscuridad, librándola de arte, baio la especie de un,a imago de carne y
de todas las impurezas que se prestaran a malos hueso. El serla el autor de ese fantasma y su reencar-
entendidos por parte del prlblico. A cambio de ello nación. Eva tal cual él la habla üsto, completada por su
acepté ser el testigo solitario de su desar¡ollo. propia mirada como un valor incorporado.
En esas horas de aparente inteligencia mutua, creo Segrln una precisión ulterior la obra pertenecía,
que, en realidad, me esforzaba por eviade el escándalo
modestamente (en esto no era visionaria), al género
y lo creía chiflado. Anos después tuye motivos para del retrato. Remitía de la noche en cuestión a los
cfeer que, temiendo a ese esc¿lndalo tanto como vo. minutos que había demorado Alcides en concebida.
había iugado con mi credulidad para ,.n.*. '.,
Mucho menos que los años que demoraría en con-
"
disposición. Hoy acepto que, en arte, lugarse el todo cluirla o pensar que esto hacía con unos toques de
por el todo es lo rlnico razonable, y 1a locura el ceniza fiinal.
cumplimiento de una condición básita para lograr Supongo que, dado el género de la obra, su autor
aunque sea eI más módico resultado. podia prescindir de las acn¡alidades de Eva: una exis-
Asl, por eremplo, volviendo a la urna, acabo de tencia que iba de Ceca en Meca. Preferia el saber a la
arrancarle a Eva Maúa por interpósita voz, telefó- eüdencia de los sentidos. Eütaba un téte á téte con su
nicamente, la resignada promesa de recibirme en su corresponsal, defraudándola cada vez que ella in-
ülla en una fecha que fijamos, sobre la que pareció tentaba salvar la distancia de la escritura.
inclinarse llena de dudas, estertorando... ¿no? Eva se cansó, por otra parte, de mis mentiras. No
El retrato de Eva hecho de Alcides y no de materia- quiso creer en la verdad cuando, iugándome el todo
les inertes fue un trabaio que eiecutó su autor de por el todo, decidi decírsela y exorcisar así una rup.
modo intermitente. Sus numerosos viaies al extranjero tura inminente. Estaba al tanto de mis encuentros con
nada tenlan que yer con el tema. Á regresar,- me Alcides en los últimos quince aflos, de los dlas y
apremiaba: "Bueno, veamos dónde estábamos". lugares precisos; pero cuando le hablé de la obra, me
No sé si su distanciamiento de la sociedad local fue negó la entrada a su casa. Consegul que derogara este
algo querido de su pane, una exigencia del proyecto decreto una sola vez, ofreciéndole, a cambio, la lec-
o, más simplemente, el resultado casual del desprecio tura de algunas de las cartas que mi amigo me habla
que le inspiábamc todos. Aunque seguía escribiárdce
escrito, en los rlltimos dieciocho años, desde París, de
con su modelo, dejó de veda el dla en que me mostró puño y letra de la interesada, firmadas incluso por Eva
su prlmera prueba de artista. Necesitaba de la chfuhara Monte§, y ciertas fotograffas de la misma tomadas en
ac¡tafizad,a de ella y mia sobre ella
-decla- para
activar el sufrimiento creador. Nuestra informaiión
su ausencia en la Costa Azul.
Ella reconoció su propia letra, pero declaró que yo
negativa lo confirmaba en la creencia de que la ver_ le habla sustraldo esas cartas a ml hermana Consuelo.
dadera Eva había existido sólo para é1, gracñs a éI, no Eran las que ella, Eva, le había escrito a mi hermana
para el mundo, una noche de verano del cuarenta y diez años antes, mientras recorrla Europa en un üaie
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ENRIQUE LIHN PARA EVA

de iuventud. En cuanto a las fotograffas, y estaba en la claro, un gran maestro no se habria valido de las
razón, sólo cori una voluntad de oro se podla aceptar proezas telepáticas y de las ilusiones ópticas. pero
que en ellas apareciera alguien y no una mancha con cierta insuficiencia de la obra las iustificaba. Después
faldas. de todo ¿era tan grave el que yo lo confundiera, de
Asi deiamos de vernos, malgré moi, creo que en tarde en tarderlisa y llanamente con ella?
el 63. Iá copia debía desalojar al modelo de la realidad y
En cambio, Alcides me permitió que le mintiera. A él la obra ser a Ia vez u¡a muier y una idea. Olüdé a la
la verdad lo tenía sin cuidado. Fue coherente. Uni- Eva de carne y hueso; pero la idea de esa tipa, en lugar
carnente me necesitaba pafa mostfarme sus resultados de elevarme a la fascinación me hundia en la repul-
que no se atrstTa a editar. Admitla que yo le diera sión, casi en el terror. Alcides y yo nos encontrábamos
noticias de segunda o tercera mano, puro capucheo en relación a ella en los polos opuestos. Mala manera
social. Y material me sobraba. Eva habla roto el pacto de encontrarnos.
de clase. Por el solo hecho de tener amantes se sentla Durante dos decenios he sido complaciente en
en la obligación de desacreditar escandalosamente el recopilar los episodios penosos de ese detestable
matrimonio. novelón que ha sido la vida de Eva. Menos por en-
Se declaraba orgullosa de tener hiios de tres padres cargo de mi amigo que por iniciativa propia. Se me
distintos y arln -declan- de un amigo íntimo, ocurre que la detesto porque sólo Dios satre cómo me
Alcides se la ingeniaba para que coincidlera el hubiera gustado verlo casado con mi hermana Con-
escándalo con la performance con una precisión tal, suelo; dedicado, en mi taller, a la restauración, la copia
que llegué a creer que entre unos y otros habla una o el plagio de antiguos retratos, antes que perdido en
relación de implicación mutua. Europa en la fabricación de la prótesis, con su propio
Para la primera ruptura matrimonial, en 1957, me cuerpo, de un fantasma artificial.
pidió que le retransmitiera telepáticamente lo que veía Una vida contrariada y airada. Prostituida no, como
ante mí y le dife: te veo. lo sugieren sus enemigos, algunos matones rencoro-
sos, Para no ser menos que ellos, Eva, la üperina, se
-Ves a quién -insistió-.
Tuve el lapsus de su deseo, porque se me confun- abstuvo de echar tierra al rumor. Hasta el dia de hoy
dió la mirada. -A Eva María -le dije. hay gente que cree que el bello Alcides trabajó como
Paia la segunda ruptura, me dljo: ballarina en un café de Aleiandrla, rebaiándose hasta
-¿Y quién soy yo ahora que estoy en tu casa? el pedigueñe en los fumaderos de opio.
-Eva María -repetí. Prefiero no discutir estas invenciones con otras,
-Mira bien -ins¡stió-, saks muy bien que soy tu atenerne a lo que se sabe y a lo que el conocimiento
amigo Alcides.-Habla desistido, en esa época, de toda permite conieturar, No triunfó en el extranjero. EI
imitación material. fracaso lo empujó al alcohol y a las drogas. pudo
-Lo sé muy bien -le diie-, pero la veo a ella, ocurrir a la inversa. Para el caso es lo mismo.
Tales fueron los meiores momentos de su arte. Es I"a última vez que estuvo en Chile, poco después de
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ENRJQUE LII{N
PARA EVA 65

su mafimonio con Ludmila Koppf, coreógrafa de Pink mayores de todos los matrimonios, prósperos pro-
and Green Ballet de Londres, Alcides se veia muy fesionales jóvenes. Un hogar feliz, en suma.
envejecido y el maquillaie lo traicionaba. Tanto como A pesar de lo ocupada que está como dueña de
a Eva el suyo, si no es demasiado decir. Se emborra- casa, Eva me hace entrar a sus habitaciones de agoni-
chó en nri casa iunto con su muier y algunos andrógi- zante y coge, como si se tratara de anidada entre las
nos e insistió en exhibir, por primera vez, su retrato suyas, la mano que le tiendo.
de Eva. Fue desastroso. Hizo concesiones al público, Rodean el lecho los solícitos varones de la casa.
que no entendía nacla. El maduro galán se puso el Uno de ellos quiere desembarazarme del vaso como si
traie vieio de Eva. No hizo más que caricaturizar a una fuera un paraguas. A todos parece ponerlos en estado
meritante de la sociedad chilena de los años cin- de alerta mi negatir¡a a desprendérme del extraño
cr¡enta. obieto.
Era la liquidación, a vil precio, de la otrra. Terminó Trato de decirle a Eva algo al oído, y le deslizo el
llorando a moco tendido. No Io volví a ver nunca más. nombre de Alcides. Uno de los indiüduos me advier-
Al dla subsiguiente -mientras él volaba a Europa- te, con cara de palo, que la mujer está sorda. Ella
recibí los desechos de su trabajo, más la cláusula pregunta con una ternura afectada por mi hermana
testamentaria que me obligaba a continuarlo como ya Consuelo. Destapo el vaso y alcanzo a levantarlo sobre
lo he indicado. Y ocho aflos después -ayer- la noticia la cabeza de Ilva -un brindis por el dios desconoci-
de su muerte. do-. Ella se sienta en la cama como para auxiliarme
Ia urna. Me corresponde ahora simular que actúo, con su pcrple,idacl. Illlos me cogen por la espalda, de
terminando mi relato en el presente del indicativo. los brazos y cle la cinturary me arrastran fuera de esta
pieza. Dejo en el suelo un reguero de cenizas. I-a única
Como si en lugar de escribi o estuviera ahora
forceieando con Eva en su boudoir en el cumpli- señal de tu paso por la tierra, Alcides.
miento -amigo mío- de tu última voluntad. Daré,
mejor, el episod¡o por concluido y lo narraré en
pasado.
A Alcides no le importaba ponerme en una situación
imposible. Se limitó a imaginada sin ninguna conce-
sión a la realldad. Pensó que yo podria encontrarme a
solas con E como en el laboratorio subterráneo de
un c¿¡stillo gótico abandonado. Y que ella, inmoüli-
zada sobre su lecho cllnico, se encontraría voluntaria
o involuntariamente a mi disposición.
Ni él ni yo pensamos que t(rcarla a la puerta de una
gran casa llena de gente bien educada: el rlltimo de los
amigos de Eva, dos de sus maridos y algunos hiios

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