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España no cuenta con tradición en la defensa de los valores del paisaje, por más que en su
legislación ambiental, urbanística y sectorial abunden las referencias al asunto, y que su
política de conservación de la naturaleza tenga, desde sus orígenes, objetivos y figuras
específicas para la protección de paisajes naturales valiosos. Desde los argumentos
paisajísticos que inspiraron la primera ley de parques nacionales de 1916 (MATA OLMO, 2000)
hasta las normas promulgadas en los dos últimos decenios por las comunidades autónomas
sobre espacios protegidos, el paisaje aparece como una constante de la política
conservacionista del estado y de las regiones, si bien es verdad que con un nivel muy modesto
de concreción y con ausencia de un concepto claro y compartido sobre la figura de “paisaje
protegido”, presente en la ley 4/89 y trasladada con algunos matices interesantes a la mayor
parte de las normas conservacionistas autonómicas.
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La Ley de 1985 no habla de paisaje y sí de “entorno”; pero esta última noción tiene un claro
alcance paisajístico referida a monumentos, conjuntos y sitios históricos o zonas
arqueológicas, y pone de manifiesto que “la noción de patrimonio cultural ha seguido una
evolución expansiva que ha ido desde la protección del monumento aislado a la del entorno
urbanístico, y de ahí a la protección de los bienes culturales dentro del ordenamiento del
medio ambiente” (MARTÍNEZ NIETO, 1993, 35). El tratamiento del entorno y con el entorno
del patrimonio histórico-artístico, tanto en medio urbano como rural, constituye pues una vía
muy interesante de actuación paisajística, como puede comprobarse en multitud de
emplazamientos, fachadas y siluetas de núcleos monumentales, o de zonas y monumentos
arqueológicos bien integrados y hasta caracterizadores del paisaje, como ocurre, por
ejemplo, con la cultura talayótica en la isla de Menorca. Se está avanzando por esta vía llena
de posibilidades para la salvaguarda de los bienes culturales y del paisaje como un todo
patrimonial (AMORES CARREDANO, 2002). El Plan de conservación y restauración integral de
iglesias románicas y entornos (énfasis nuestro) en la antigua Merindad de de Campoo
(Cantabria) constituye un buen ejemplo al respecto (FUNDACIÓN CAJA MADRID, 2002).
Tanto las disposiciones sobre conservación de la naturaleza como las de defensa del
patrimonio cultural hasta aquí comentadas se refieren a ámbitos o a elementos singulares del
espacio geográfico. Sin negar sus potencialidades en materia de actuación paisajística, lo
cierto es que poseen un campo acotado de intervención, desbordado por la concepción
territorial de paisaje que inspira estas páginas, y que demanda política paisajística para todo
el territorio, desde sus configuraciones más notables a las banales, desde las bien conservadas
a las deterioradas. Por eso mismo las normas urbanísticas y de ordenación del territorio, y los
instrumentos que las desarrollan, son hoy un marco adecuado para la incorporación de
1
Entre los muchos ejemplos disponibles de Plan de Paisaje en los parques naturales regionales, con
métodos de estudio, objetivos, propuestas y acciones, puede verse PARC NATUREL RÉGIONAL DES
BALLONS DES VOSGES (1998): Réussir un plan de paysage. Munster, Parc Natural des Ballons des
Vosges, 24 pp.
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Nos hemos ocupado ya en otra ocasión de las posibilidades que para la ordenación del paisaje
ofrece la legislación urbanística (MATA, GÓMEZ Y FERNÁNDEZ, 2001, 31-32), desde la primera
Ley del Suelo de 1956 a los textos reformados posteriores y a los que en los últimos años han
aprobado las comunidades autónomas. Se trata de normas de aplicación directa y de
planificación especial (MARTÍNEZ NIETO, 1993), que en general han dado poco juego hasta la
fecha2, pese a que uno de los objetivos de los Planes Especiales es justamente “la protección
del paisaje, para conservar determinados lugares y perspectivas”, y a que el paisaje se señala
también en la normativa estatal y autonómica entre los criterios para la clasificación de
suelos rústicos o no urbanizables de especial protección.
Menos se ha hablado hasta ahora de las virtualidades que para la defensa del paisaje
presentan las disposiciones de ordenación del territorio, de las que se han dotado ya todas la
comunidades autónomas (algunas en segunda generación, como Navarra), y del desarrollo de
las mismas. En este terreno es preciso diferenciar entre el contenido paisajístico de las
normas generales que regulan la planificación territorial, y las determinaciones de los
instrumentos que las desarrollan. Resulta imprescindible atender a estos últimos, pues el
legislador ha decidido en todas las comunidades autónomas atribuir a dichos instrumentos el
grueso de la capacidad de ordenación.
Las referencias al paisaje en las leyes de ordenación del territorio de las CC.AA (o de
ordenación del territorio y urbanismo, más recientemente) son, cuando se producen,
genéricas y poco precisas, e incluidas siempre dentro del capítulo general de criterios
ambientales y de conservación de la naturaleza y de los recursos. Con contadas excepciones,
como la recientemente aprobada Ley de la Comunidad Valenciana de Ordenación del
Territorio y Ordenación del Paisaje o el texto refundido de Canarias (de las Leyes de
Ordenación del Territorio y de Espacios Naturales de Canarias, aprobado por Decreto
Legislativo 1/2000), las normas regionales de planificación territorial no han contribuido a
superar el estado de indefinición jurídica que afecta al paisaje, ni han concretado tampoco
objetivos específicamente paisajísticos para los instrumentos de ordenación. La fórmula más
extendida es la que utilizan, por ejemplo, las leyes de Aragón o Illes Balears, en las que los
“factores”, “elementos” o “riqueza paisajística”, junto a “valores ambientales, ecológicos,
socioculturales e histórico-artísticos” (Ley de Aragón, 2.c) constituyen criterios para la
indicación de zonas o áreas que merecen ser sustraídas de la urbanización y reguladas de
acuerdo con los valores que se pretenden salvaguardar. En ese sentido, la técnica jurídica
apenas difiere de la que es propia del urbanismo para el suelo no urbanizable, con la salvedad
de que en el caso de la ordenación del territorio la defensa de los valores ambientales –y
específicamente paisajísticos- debe concretarse en instrumentos de ámbito regional y
subregional, una escala, como se ha dicho, adecuada para la ordenación y puesta en valor del
paisaje.
2
La planificación especial ha constituido, no obstante, la vía para la formulación de los instrumentos de
ordenación y gestión (Planes Especiales) de áreas protegidas en Cataluña (véase en esta obra el artículo
de Carles Castell) y las Illes Balears (ANEI), declaradas a partir de la legislación urbanística.
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Los estudios previos de las Directrices de Ordenación Territorial de las Illes Balears (DOTIB),
aprobadas por ley del Parlament en 1999, están ciertamente impregnados de paisaje, asunto
al que se dedica un capítulo completo, con un método de análisis que combina los aspectos
morfológicos y los visuales, en relación con las panorámicas desde las principales carreteras.
Sin embargo la formulación normativa de las DOTIB no trasluce la sensibilidad paisajística
que sustenta los citados estudios previos. Cierto es que las Illes Balears cuentan desde la
aprobación de la Ley de Espacios Naturales de 1991 con una figura, la de Áreas Rurales de
Interés Paisajístico, de alto potencial para la defensa y gestión de los valiosos paisajes rurales
del Archipiélago. Pero las DOTIB no han ido más allá, de modo que la declaración de paisajes
rurales protegidos debe hacerse conforme a lo que establece la citada norma de 1991.
Veremos a continuación que los Planes Territoriales Insulares (concretamente el de Menorca),
sobre los que recae buena parte de la capacidad de planificación, han otorgado al paisaje un
peso sensiblemente superior al de las DOTIB.
3
Véanse los casos de Francia, Alemania, Reino Unido, Holanda y Suiza, a cargo de M.A. Breda, P.
Mazzoli, P. de Dono, A. dal Sasso y A. Canzzani, en la obra Polotiche e Cultura del paesaggio.
Esperienze internazionali a confronto (2000), editada por L. Scazzosi.
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Por su parte, en Canarias, como desarrollo del texto refundido de las leyes de Ordenación del
Territorio y de Espacios Naturales Protegidos (Decreto Legislativo 1/2000, de 8 de mayo), las
Directrices de Ordenación General y las Directrices de Ordenación del Turismo de Canarias
(DOGyDOTCa), aprobadas en 2003, y algunos Planes Insulares de Ordenación, adoptan
también figuras específicas de ordenación paisajística, como las Directrices de Ordenación del
Paisaje para todo el Archipiélago (Capítulo II de las DOGyDOTCa) y los Planes Territoriales
Especiales del Paisaje, para ámbitos insulares o supramunicipales, como el que recientemente
adjudicó para su redacción el Cabildo Insular de Tenerife de acuerdo con las determinaciones
establecidas en el Plan Insular de Ordenación del Territorio de la isla (PIOT). La Región de
Murcia, por último, ha optado también por la elaboración de estudios y propuestas de
Directrices de Paisaje para cada una de sus comarcas, con la intención de incorporarlas
después a los instrumentos reglados de ordenación del territorio para esos mismos ámbitos.
Los plurales sentidos del paisaje, sus distintas escalas y la diversidad de objetivos de los
análisis y proyectos paisajísticos explican el carácter muy abierto de la metodología del
paisaje y la variedad de instrumentos, explícita o implícitamente paisajísticos, destinados a la
ordenación de sus valores y de sus transformaciones. Es difícil marcar con precisión la
frontera entre los aspectos teóricos y metodológicos, y entre éstos últimos y los
instrumentales y operativos, cuando el conocimiento del paisaje se concibe como parte de un
proceso prospectivo que debe conducir a la acción. Mis consideraciones sobre métodos e
instrumentos de ordenación del paisaje se sitúan, pues, en el ámbito de la investigación
aplicada comprometida con la acción, y son consecuentes con el concepto de paisaje
territorial e integrador (en su contenido y en la convergencia de saberes que lo abordan) que
he planteado en la primera parte de este libro.
Es ya un lugar común iniciar un ensayo como éste sobre metodología del paisaje aludiendo a
su polisemia y a la variedad de enfoques disciplinares. Esta circunstancia se considera incluso,
desde el punto de vista de la intervención política, una fortaleza del concepto, como
expresión de la complejidad del territorio y de los múltiples agentes e intereses que
intervienen en la arena territorial. No obstante, cuando el tratamiento del paisaje ha de salir
del ámbito académico y del estimulante terreno de la investigación y la especulación
disciplinares, para satisfacer una demanda social de calidad paisajística asumida
políticamente, es necesario construir un método que responda con intencionalidad y rigor a
los objetivos buscados; unos objetivos que, tras la aprobación de la Convención Europea del
Paisaje, se refieren no sólo a la protección de los sitios excepcionales o muy valiosos, sobre lo
que se cuenta ya con cierta práctica, sino también, a la gestión de los paisajes habituales y
cotidianos, y a la recuperación o a la creación de nuevos paisajes en determinadas
circunstancias.
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eso lleva necesariamente, por una parte, a un esfuerzo de interdisciplinariedad en las tareas
de conocimiento y valoración del paisaje, y por otra, a la formulación de un proyecto
pedagógico y técnico de naturaleza eminentemente prospectiva que, sin negar otro tipo de
aproximaciones, aborde la explicación de la materialidad del paisaje y de sus
representaciones culturales como parte de un proceso que debe terminar en la acción.
Van siendo algunos documentos de ordenación del paisaje de los pocos elaborados hasta
ahora en España, y otros desarrollados en países de nuestro entorno con más tradición
paisajística, las iniciativas que manifiestan mayor voluntad de convergencia metodológica y
de plantear el proyecto paisajístico como un camino que conduce del carácter y de los
problemas del paisaje, a la propuesta, en sus plurales dimensiones de defensa, gestión y
creación. Pareciera que la demanda de política de paisaje suscita la interdisciplinariedad y la
elaboración de un saber de saberes paisajísticos, que hasta ahora, sin el acicate del
compromiso con la intervención, han manifestado escasa voluntad de convergencia. Se trata
de un proceso de aprendizaje a partir de lo que han hecho otros, que no excluye, sino al
contrario, mejoras e innovaciones, pero que debe construirse y avanzar sobre la experiencia
adquirida, evitando en lo posible esa imagen muy extendida en los foros paisajísticos de que
todo está siempre por hacer, una imagen que debilita la acción, que desmoviliza a quienes
tienen la responsabilidad política y técnica de abordarla, y que perjudica en última instancia
a la salvaguarda de los valores del paisaje.
Estas páginas se nutren, por ello, de la experiencia paisajística de agencias públicas que
aúnan análisis y acción, como ha ocurrido en los últimos decenios en el Reino Unido con The
Coutryside Agency y Scottish Natural Heritage (SWANWICK, 2003a; SCOTTISH NATURAL
HERITAGE-THE COUNTRYSIDE AGENCY, 2002) o Coutryside Council for Wales. Resultan
también provechosos los resultados que comienzan a conocerse del magno proyecto
“Politiques Publiques et Paysages. Analyses, Évaluation, Comparaisons”, puesto en marcha
por el Ministerio de Ecología y Desarrollo Sostenible de Francia entre 1998 y 2003
(LUGINBÜHL, 2004). Como no es menor tampoco la experiencia italiana (CLEMENTI, 2002;
CANEVARI y PALAZZO, 2001), holandesa (SASSO, 1999) o suiza (OFEFP, 2003) en materia de
planificación paisajística. Las enseñanzas de esos trabajos han inspirado algunos documentos
de ordenación del paisaje de escala subregional que hemos tenido ocasión de elaborar en los
últimos años y a cuyos métodos e instrumentos nos referiremos más adelante, junto a
documentos similares realizados por otros equipos en distintas comunidades autónomas.
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Son estos instrumentos, tanto los territoriales como los específicamente paisajísticos, los que
requieren métodos de análisis y diagnóstico capaces de producir propuestas no sólo para la
protección de lo más valioso, sino para la gestión de la generalidad de los paisajes que
definen la identidad del territorio, y para la recuperación y creación de aquellos
especialmente deteriorados o degradados. Esa necesidad de intervenir en todo el paisaje,
aunque con objetivos y procedimientos diferentes según su estado, y de incorporar además la
percepción y las aspiraciones de la población, está conduciendo hacia un método de estudio
cada vez más interesado en conocer el carácter del paisaje y sus dinámicas, y cada vez menos
preocupado por el mero ejercicio de cuantificar su valor para proteger lo más valorado,
prescindiendo del resto, de lo aparentemente banal, corriente o deteriorado. Lo hemos dicho
ya; todo el territorio requiere política de paisaje y por eso es fundamental un análisis
detenido de su carácter, del que pueda derivarse la toma juiciosa de decisiones.
La experiencia británica en ese sentido a lo largo de los últimos tres decenios es reveladora.
Durante bastantes años, especialmente durante los setenta, en el Reino Unido se centró la
atención en la idea de la “evaluación del paisaje” (landscape evaluation4), en la medición de
aquello que hace a un paisaje mejor que otro. El énfasis en las aproximaciones
supuestamente objetivas, “científicas” y a menudo cuantitativas para la determinación del
valor del paisaje (landscape value), que llegaron a estar muy de moda5, provocaron un alto
grado de desilusión con este tipo de trabajos y fueron muchos los que consideraron
inadecuado reducir algo tan complejo como el paisaje a una serie de valores numéricos y
fórmulas estadísticas (SWANWICK, 2003b). Los cambios en la forma de hacer de la Coutryside
Commission se advierten ya en la década siguiente, de modo que a mediados de los ochenta
se formula la herramienta del landscape assessment con un conocido estudio piloto en Mid
Wales Upland y otros posteriores, en los que adquiere un creciente protagonismo la tarea de
descripción y clasificación del carácter del paisaje (landscape character), es decir, de lo que
hace a un área distinta o diferente de otra (y no necesariamente más valiosa que otra). La
experiencia adquirida en esos años se concretaría en un documento metodológico y práctico
en Escocia (COUNTRYSIDE COMMISSION FOR SCOTLAND, 1992) y en otro algo posterior de la
Countryside Commission inglesa (1993).
- El interés por el “carácter del paisaje” (de cada paisaje), es decir, por lo
que hace a un paisaje diferente de otro, y la necesidad de su estudio en
profundidad.
- El establecimiento de relaciones estrechas entre el carácter y la
dimensión histórica del paisaje.
- La vinculación del estudio y caracterización del paisaje a la emisión de
juicios y toma de decisiones, aunque con plena autonomía de la primera
fase analítica del proceso.
- El énfasis en el potencial de uso del paisaje a diferentes escalas.
4
En el sentido de cantidad de valor de algo, en este caso el paisaje, distinto del concepto de assessment,
que se impondrá años después (Oxford Advanced Dictionary, 2003, pp. 428 y 61).
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Se convirtió en una referencia obligada el Manchester Landscape Evaluation Study. ROBINSON et alii
(1976).
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Un método ajustado a la escala de estudio del paisaje y coherente con los objetivos de
acción paisajística
En los instrumentos de acción paisajística, el método de estudio del paisaje, más allá de
enfoques disciplinares, no puede ser ajeno a los objetivos del proyecto de actuación y a la
escala a la que éste se plantea. Para territorios regionales y, sobre todo, subregionales y
locales, cuando el estudio forma parte de instrumentos de ordenación o planeamiento, o de
directrices específicamente paisajísticas, el método debe implicar:
Un diseño coherente con el concepto de paisaje asumido, con los objetivos de calidad
paisajística que se pretenden y con el alcance normativo y el nivel de detalle que
hayan de tener las propuestas.
Un proceso continuo que va del conocimiento de la diversidad paisajística a las
determinaciones y regulaciones en materia de paisaje, y que ha de pasar
necesariamente por las fases de (1) identificación y caracterización de la diversidad
del paisaje, (2) diagnóstico y evaluación de la calidad paisajística, (3) formulación de
objetivos y estrategias y (4) establecimiento de directrices, líneas de actuación y
medidas concretas, con la concreción normativa que en cada caso proceda.
Un tratamiento integrado de los componentes que configuran la identidad de cada
paisaje, de modo que la información paisajística supere el estadio de los inventarios
compartimentados de elementos ambientales, socioeconómicos y culturales, que aún
es fácil encontrar en los pliegos de condiciones de técnicas de los estudios de paisaje,
para convertirse en un análisis intencionado de los componentes auténticamente
estructurantes del carácter de cada paisaje.
Un procedimiento capaz de relacionar e integrar las configuraciones de la diversidad
paisajística y la visión del paisaje, en su doble vertiente de acceso a la contemplación
del paisaje y de evaluación de su fragilidad.
Un camino para la integración de la materialidad constitutiva del paisaje y sus
representaciones sociales y culturales, tanto en la fase de caracterización como en la
de atribución de valores.
Un proceso continuo de participación pública, mediante distintos métodos ajustados
a la extensión, la estructuración social y los recursos del proyecto, pero que en todo
caso debe incorporarse a todas las fases de desarrollo del documento, desde las de
caracterización dinámica y el diagnóstico a la de planteamiento de objetivos y
propuestas de actuación.
El compromiso con la acción, la experiencia acumulada en ese terreno en los tres últimos
decenios y el relativo consenso en torno a un concepto del paisaje territorial y perceptivo,
integrador y participativo como el que tras diez años de trabajos ha formulado la Convención
de Florencia, permite dibujar un método que nos atrevemos a calificar de “convergente”, y
que es preciso seguir formalizando como fundamento de la acción pública y privada sobre el
paisaje.
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La metodología territorial del paisaje, es decir, aquella que pretende una lectura
comprensiva de la diversidad de configuraciones del territorio para la tutela de sus valores y
la gestión de sus cambios (por encima de énfasis ecológicos, geográficos o perceptivos), sigue
en la actualidad un proceso explicativo que pasa sucesivamente por tres fases:
- Una primera de identificación y caracterización del paisaje, que se ocupa tanto del
significado de sus elementos constitutivos o estructurantes 6, como de su expresión en
fisonomías diferenciadas, a las que tiende a denominarse “unidades de paisaje”, o
expresivamente “character areas” en el proceder de la Countryside Agency británica,
o simplemente “paisajes”. Dependiendo de la escala y de los objetivos, la tarea de
identificación y caracterización suele dar lugar a tipologías y taxonomías, con el
establecimiento de agregaciones de paisajes en “tipos”, “grupos” o “conjuntos”, o a
la división de la “unidades de paisaje” en “subunidades”.
Los métodos de estudio del paisaje para la acción paisajística, tanto los dedicados a la
ordenación y gestión de sus valores, como los de naturaleza más proyectiva o de diseño –
tradicionalmente asociados a la arquitectura del paisaje- coinciden hoy en la necesidad de
leer y entender el carácter de cada paisaje. La lectura comprensiva se lleva a cabo a través
del conocimiento de los componentes y las reglas que rigen su materialidad evolutiva –reglas
históricas en muchos casos-, y mediante la identificación y caracterización de las
configuraciones que expresan, a diferentes escalas, la diferencia de un paisaje respecto de
sus vecinos.
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Esos elementos estructurantes del paisaje equivaldrían a las structures paysagères de la Ley del paisaje
francesa de 1993.
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El énfasis en el carácter del paisaje como objeto de la acción paisajística, de todo aquello
que hace a cada parte del territorio distinta de otra, al margen de su calidad o valor, está
promoviendo estudios sistemáticos de caracterización del paisaje. En este aspecto la escala
condiciona grandemente la naturaleza del estudio paisajístico, más allá incluso del alcance
operativo de sus posibles determinaciones. A escalas pequeñas, para el tratamiento de
territorios medios y grandes, los métodos están dirigidos, preferentemente, hacia la
identificación, caracterización y expresión gráfica y cartográfica de la diversidad paisajística
del territorio. Por su escala, son estudios habitualmente realizados por equipos de
especialistas, basados sobre todo en el conocimiento experto, en el manejo de bases
cartográficas y de datos, y en el trabajo sistemático de campo, pero con dificultades obvias
para incorporar la participación pública e, incluso, para un tratamiento exhaustivo de las
dinámicas y de la calidad del paisaje.
En estas páginas y en este libro interesan sobre todo, como ya se ha señalado, los trabajos de
caracterización que forman parte de iniciativas de acción paisajística. Sin negar la
conveniencia de estrategias de paisaje para grandes territorios, sobre la base de estudios de
escala casi siempre superiores a 1:100.000, la atención se centra ahora en ámbitos y en
proyectos subregionales o comarcales que para sus determinaciones suelen trabajar a escalas
entre 1:50.000 y 1.25.000. Esa es también la escala pertinente para los estudios de
caracterización, sin perjuicio de que en determinadas circunstancias y en relación con ciertos
elementos o paisajes singulares convenga trabajar con mayor detalle.
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Por todo lo dicho, el “índice” del estudio de elementos configuradores del paisaje debe
decidirse en cada caso, de acuerdo con la naturaleza de cada territorio y los objetivos que se
persiguen. En la propuesta metodológica de identificación del paisaje llevada a cabo en Italia
dentro del convenio suscrito entre el Ministero per i Beni e le Attivitá Culturali y la Sociedad
Italiana de Urbanistas para el desarrollo de la CEP, los elementos se entienden como
“recursos identitarios” del paisaje de la comarca o área de intervención; se organizan en
“recursos físico-ambientales”, “recursos histórico-culturales” y “recursos sociales y
simbólicos”, interesando tanto su caracterización individualizada, como las relaciones
funcionales entre ellos, en un intento de ofrecer una panorámica de la “personalidad” del
paisaje del conjunto territorial (CARAVAGGI, 2002:312-316).
La información procedente del proceso de participación pública resulta muy útil en esta fase
de caracterización, orientando y enriqueciendo el análisis; la gente en general o los expertos
seleccionados no suelen tener dificultad a la hora de señalar los elementos más
característicos del paisaje de su comarca o de su municipio, sobre todo cuando el territorio
considerado tiene cierta unidad e imagen paisajística, como ha ocurrido en el trabajo llevado
a cabo en el Área Metropolitana de Murcia. Cuando el ámbito de estudio supramanicipal es
más extenso y diverso, la experiencia nos indica que los elementos caracterizadores del
paisaje en opinión de la gente suelen referirse al propio municipio o al territorio más
cercano, de manera que la encuesta del paisaje resulta ser también una buena vía para medir
el nivel de pertenencia comarcal y el grado de conciencia de comarca que la población tiene.
Eso es lo que se concluye de la encuesta llevada a cabo en la comarca del Noroeste de de la
Región de Murcia, dentro de la elaboración de sus directrices de paisaje (véase en este mismo
libro, FERNÁNDEZ MUÑOZ).
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En la primera fase del proceso de consulta pública, la respuesta a la pregunta sobre “los
elementos que permiten caracterizar el paisaje” dio lugar a la siguiente lista, ordenada de
mayor a menor, que guarda una relación bastante estrecha con los asuntos del índice del
documento de elementos estructurantes del paisaje 7. La única discrepancia significativa se
refiere al papel del relieve en el paisaje, que lo tiene y mucho a juicio del estudio técnico,
pero que ha sido escasamente destacado en la consulta pública, quizás porque la planitud de
la llanura aluvial y el contraste con los escarpes perimetrales es una realidad que por lo
obvia, no suscita atención especial, o por el hecho muy extendido (lo hemos comprobado en
otros procesos de consulta) de que la llanura es la falta de relieve.
7
Información más detallada sobre este particular en la contribución de Santiago Fernández Muñoz en esta
misma obra.
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Independientemente del interés que merezca cada unidad de paisaje por su calidad, una vez
asumido el principio general de que sólo en circunstancias excepcionales una unidad podrá
dar lugar a clasificación directa de suelo, la cuestión es si las propuestas de protección y
gestión han de plantearse o no por unidades de paisaje. En nuestra experiencia de los últimos
años hemos procedido de las dos formas. Por ejemplo, en el PTI de Menorca, las directrices y
acciones directa e indirectamente paisajísticas se han referido a todo el territorio o partes de
él, y a elementos paisajísticos relevantes, pero no a cada una de las 23 unidades de paisaje
que fueron identificadas y caracterizadas en la fase de análisis territorial 8. Por el contrario,
en las directrices de la Región de Murcia, probablemente porque el documento es
específicamente paisajístico y no cuenta con las sinergias de iniciativas sectoriales propias de
un plan territorial, se han planteado objetivos y propuestas diferenciadas atendiendo al
carácter y estado de los tipos de paisaje comarcales. Esa es la opción de algunos planes
italianos de coordinación territorial, como el ya mencionado de Siena, en el que la definición
de unidad de paisaje se incorpora a la normativa del Plan9, junto a una relación de las mismas
y el establecimiento de objetivos generales y de criterios de gestión por unidad de paisaje,
tras su caracterización sintética, incluida también dentro del articulado. Se trata de una
manera de proceder coherente con el protagonismo que va adquiriendo el carácter del
paisaje como objeto de la acción paisajística; puesto que la diversidad del paisaje se
manifiesta en el carácter, la dinámica y la calidad de cada una de sus unidades constitutivas,
es lógico que se actúe de modo diferenciado sobre cada una de ellas o sobre los tipos que las
agrupan. Esa es también la tendencia en Inglaterra y Escocia en los LCA y la más previsible
con el afianzamiento del concepto territorial de paisaje que preconiza la Convención de
Florencia.
8
No obstante, el Consell Insular consideró pertinente incluir el mapa de las unidades de paisaje y las
fichas de caracterización, dinámica y valoración de las mismas entre los anexos del Plan, constituyendo
así parte sustantiva del mismo (art.º 4 de la Normativa), como prueba de la fundamentación paisajística
del PTI.
9
“Art. H13. La unidad de paisaje: aspectos definitorios. La unidad de paisaje son ámbitos territoriales
complejos y articulados por la morfología y formas de uso del suelo, dotadas de una específica identidad
histórico-cultural y caracterizadas por problemáticas específicas en orden a la gestión y a la
reproducibilidad (reproducibilitá) de los recursos naturales y antrópicos en ella presentes, así como a los
asuntos de recualificación del sistema de asentamientos y del desarrollo sostenible” (PTC SIENA, 2000:
51).
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Mediante formas de tratamiento diversas, entre las que ganan peso los Sistemas de Información
Geográfica paisajísticos (THE COUNTRYSIDE AGENCY-SCOTTISH NATURAL HERITAGE, 2003)
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En el proceso fundamental de diagnóstico del paisaje, que implica conocer su estado y valorar
su calidad, es muy importante atender a las dinámicas y a las tendencias paisajísticas. La idea
de cambio y la de diacronía son, como hemos señalado ya en otras páginas de este libro,
consustanciales a la noción de paisaje. El paisaje es dinámico y cambiante, porque dinámicas
son también las relaciones entre sus componentes y porque cambiantes son las miradas y los
filtros culturales de quienes lo contemplan; de ahí la necesidad de considerar el tiempo,
histórico y reciente, en la compresión de la diversidad paisajística y en las propuestas para su
gestión.
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Fuente: Análisis, diagnóstico y propuestas sobre el paisaje del Área Metropolitana de Murcia
(Comarcas de la Huerta de Murcia y de la Vega Media). Consejería de Turismo y Ordenación
del Territorio de la Región de Murcia (2001-2002), 3 vols. II, pp. 37-68.
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Otro aspecto que admite distintas opciones es el momento de proceder al análisis de las
tendencias del paisaje. Está bastante extendida la práctica de abordar las dinámicas
paisajísticas tras el estudio de los elementos estructurantes y la identificación de las unidades
de paisaje. Los procesos y las tendencias formarían parte de un momento posterior dentro del
gran capítulo de la valoración o evaluación del paisaje, que precede a la toma de decisiones.
Así se hace, por ejemplo, en el proyecto metodológico sobre “Il caso Camerino”, de la
Sociedad Italiana de Urbanistas, en el que la carta dei procesi (el mapa de los procesos) sigue
a la de los elementos (risorce identitarie), las unidades (contesti paesistici locali) e incluso a
la de los valores (carta dei valori). Pero por nuestra experiencia en paisajes muy dinámicos,
el conocimiento de las tendencias cabe también plantearlo en la primera parte del análisis,
en la del estudio de los elementos configuradores del paisaje y de sus unidades, porque el
cambio forma parte del propio paisaje y ayuda a entender su carácter.
El cruce de la calidad del paisaje con las presiones que gravitan sobre el mismo y los impactos
producidos o previsibles conducen al tratamiento de la fragilidad del paisaje. Es un asunto de
interés para la ordenación paisajística, tanto para el establecimiento de áreas de protección
y criterios de integración, como para la indicación de ámbitos con capacidad de acoger usos
del suelo -incluidos los desarrollos edificatorios- sin impactos apreciables. En la experiencia
de la Countryside Agency del Reino Unido se han utilizado las nociones de “capacidad” y
“sensibilidad” (capacity & sensitivity), en ocasiones empleadas como sinónimos, para
significar (SWANWICK, 2003b), por una parte, el grado en el que un tipo o unidad de paisaje
puede acoger cambios sin efectos significativos en su carácter (capacity), y, por otra, la
mayor o menor vulnerabilidad a la pérdida de carácter de un paisaje (de algunos de sus
elementos constitutivos o del conjunto) como consecuencia de determinadas presiones
(sensitivity).
En los proyectos de ordenación del paisaje en España el uso de la noción de “fragilidad” y los
métodos para su estimación se han asociado a las aproximaciones más visuales (ESCRIBANO y
otros, 1987), de modo que “fragilidad” podría entenderse casi como sinónimo de la idea de
visual sensitivity, ampliamente experimentada en diversos Landscape Character Assessments
en Inglaterra y Escocia. No obstante, la propia experiencia británica, y en cierto modo
también la acumulada en Francia, Suiza u Holanda en materia de vulnerabilidad del paisaje,
aporta hoy un cuerpo de conocimientos y de método que, aunque no cerrado, resulta útil para
el tratamiento de un asunto ineludible en la acción paisajística, tanto en las de carácter más
estratégico, propias de documentos de ordenación subregionales, como en las que han de
abordar los efectos de un determinado uso o implantación sobre un paisaje concreto.
En ese último sentido son de interés las precisiones que diversos trabajos de The Countryside
Agency y de Scottisch Natural Heritage han planteado en torno al concepto de Landscape
Sensitivity11 –insistimos, el más próximo en España al de “fragilidad del paisaje 12”-. Aunque es
evidente que las nociones de “sensibilidad” o de “vulnerabilidad” del paisaje tienen una
dimensión claramente visual, se ha considerado oportuno diferenciar, dentro de los estudios e
instrumentos que atienden prioritariamente a la salvaguarda del carácter del paisaje, entre la
“sensibilidad general del paisaje” y la “sensibilidad” en relación con un tipo específico de
cambio o de presión. A su vez, dentro del primer tipo de “sensibilidad” o “fragilidad” –y esto
es importante- debe distinguirse la “sensibilidad del carácter del paisaje” (landscape
11
Hay que tener presente que en el Reino Unido, la cuestión de landscape sensitivity y landscape
capacity es abordada específicamente, además de por Landscape Character Assessment Guidance, por el
documento Guidelines for Landscape and Visual Impact Assessment, difundidos casi al mismo tiempo.
12
En el sentido de que “puede deteriorarse con facilidad” (segunda acepción del diccionario de la RAE).
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character sesitivity), es decir, la que tiene que ver con la configuración del paisaje como un
todo, con su calidad e integridad, con la vulnerabilidad al cambio de cada uno de sus
elementos constitutivos y de su aspecto estético, de la “sensibilidad visual” (visual
sensitivity) del paisaje, que afecta a su visibilidad y a su capacidad potencial para mitigar los
efectos visuales de cualquier cambio que pudiera tener lugar. La visibilidad, como bien
sabemos, estará en relación con la forma y disposición del relieve y, en detalle, con la
capacidad de apantallamiento de la cubierta vegetal, pero también con la cuantía de la
población que previsiblemente percibirá los cambios del paisaje, es decir, con lo que hemos
denominado nivel de frecuentación del paisaje, tanto por razones de visita como de
desplazamiento habitual.
La tarea de determinar la calidad del paisaje es delicada y compleja, pero necesaria en las
iniciativas de ordenación paisajística; compleja porque son numerosos los factores que
intervienen en la configuración y en el uso de cada paisaje y, por tanto, numerosos también
las propiedades que permiten juzgar su valor; delicada porque, en la medida en que el
paisaje resulta de la percepción de las fisonomías del territorio, la atribución de valor está
cargada de imágenes y de filtros culturales, cambiantes en el tiempo y en el espacio, y según
13
De esa forma procedimos, por ejemplo, en la redacción del Plan Especial de antenas de telefonía móvil
de Menorca (CONSELL INSULAR DE MENORCA, 2002), considerando, además de la fragilidad
general del paisaje (méritos intrínsecos y visibilidad del paisaje), los ámbitos de mayor accesibilidad en
relación con las carreteras más frecuentadas y las implantaciones ya existentes con capacidad de acoger,
sin impactos significativos, las instalaciones de la red.
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Por la experiencia adquirida en los últimos tiempos en Europa y por la nuestra propia, el
asunto de la valoración debiera además tener presente tres cuestiones principales:
En primer lugar, que los valores que se atribuyen al paisaje no son universales, sino
que se identifican y asignan en cada contexto territorial, es decir, atendiendo a la
realidad de cada lugar, al carácter e integridad de su paisaje, y a las formas de
aprecio y uso social del mismo; quiere eso decir que, al margen de paisajes
especialmente significados y reconocidos, que requerirían un tratamiento específico
más propio de las políticas de conservación que de las territoriales, la valoración
paisajística cabe para todo tipo de territorios, rurales o periurbanos, turístico-
litorales o de montaña.
En segundo término, que la determinación de la calidad tendría que considerar los
aspectos específicamente paisajísticos del territorio, es decir, todo cuanto el paisaje
incorpora a la realidad territorial, en la que están también presentes otras
propiedades merecedoras de valoración e intervención. Queremos decir con ello que
el proceso de calificación14 del paisaje, especialmente dentro de instrumentos de
ordenación globales, no debería convertirse en un cajón de sastre en el que se
consideren todos los aspectos ambientales, culturales y hasta productivos presentes
en el territorio (como se hace, por ejemplo, con las denominadas “unidades
ambientales” o “unidades territoriales de síntesis”), sino prioritariamente aquellos
que definen el carácter de la configuración de paisaje, su estado y su visión.
Por último, que esta manera de abordar la calidad del paisaje, atendiendo ante todo
a su carácter y al estado de conservación del mismo, es, a nuestro modo de ver, la de
más clara proyección en los objetivos y en las propuestas y medidas de los proyectos
territoriales del paisaje.
Por todo ello, sin ignorar otras formas de proceder y sin entrar en el detalle de los atributos
valorables, nos parece que para la determinación de la calidad del paisaje como carácter e
imagen del territorio, cuatro son los aspectos o grupos de aspectos que requerirían mayor
atención:
(2) En segundo lugar, lo que denominamos coherencia del paisaje, es decir, el grado
de adecuación de la forma paisajística, su funcionamiento y su gestión a las
condiciones geoecológicas y a la evolución histórica del territorio 15; es el aspecto más
próximo a la idea de carácter, y tiene la virtud de integrar las dimensiones natural y
cultural del paisaje y de hacerlo funcionalmente;
(4) Por último, los aspectos estéticos y los visuales o escénicos del paisaje.
14
En el sentido de apreciar y determinar las cualidades del paisaje (DLE).
15
Coherencia en castellano significa (primera acepción del Diccionario de la Lengua Española, DLE)
“conexión, relación o unión de unas cosas con otras”, sin implicar valoración alguna. En lengua inglesa,
coherence define la situación en la cual todas las partes de algo se acomodan o se disponen bien
conjuntamente (the situation in wich all the parts of something fit together well). Ese es el sentido de
coherencia, incoporado por la Agencia Europea del Medio Ambiente entre los criterios de valoración de
la calidad del paisaje, que aquí adoptamos; es una noción relativamente próxima a la de armonía
(“conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras” en la primera acepción del DLE),
utilizada también en la valoración del paisaje
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Estos factores –insistimos- son, a nuestro juicio, los que de mejor manera definen la calidad
del paisaje en relación con su carácter. No obstante, se consideran también otros aspectos
que tienen más que ver con el aprecio social, con la identidad o con determinadas imágenes
culturales que con la propia calidad del conjunto paisajístico en términos ecológicos,
históricos, visuales y estéticos. Se valora positivamente, por ejemplo, la presencia de
elementos patrimoniales construidos en el paisaje (un molino, una presa histórica, un
conjunto arqueológico, un edificio religioso, etc.); asociados con frecuencia a esos elementos
patrimoniales o a acontecimientos históricos, algunos paisajes se cargan también de valores
religiosos, mitológicos y simbólicos, al margen de cual sea la calidad del conjunto; y, por
último, es habitual también que en la valoración de los paisajes se considere tanto la
representatividad, o sea, la capacidad de un componente paisajístico o de un paisaje de
expresar de modo muy fiel el tipo de paisaje al que pertenece, como la rareza o singularidad,
es decir, la presencia de rasgos y elementos raros en el paisaje o de un paisaje extraño como
conjunto.
Sabemos bien por trabajos realizados que la calidad y la atribución de valores al paisaje, en
los términos que acaban de señalarse, no siempre son coincidentes, y plantean por ello la
necesidad de integrar y complementar, para la acción paisajística, las contribuciones de la
participación pública y del juicio experto. En ocasiones los niveles más altos de aprecio y
valoración social coinciden con los de calidad paisajística estimados por los expertos. En
otras, por el contrario, el alto valor otorgado socialmente a un paraje, a un elemento o a un
paisaje como conjunto recae sobre áreas fuertemente degradadas, que han perdido
coherencia y valores estéticos.
Sin salir de la Huerta, los denominados Rincones del Segura, unidad de paisaje configurada
dentro de los profundos meandros del río antes de su encauzamiento, expresiva del más viejo
tejido huertano y coherente con el proceso histórico de modelado del paisaje de la llanura de
inundación, es un paisaje de calidad en el contexto comarcal por su genuino carácter y
aceptable estado de conservación, que goza al mismo tiempo de alta valoración social. La
coincidencia de calidad y alto valor recomiendan para este paisaje acciones de conservación
activa, que mantengan (protegiendo) y realcen (mejorando) sus valores.
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La política catalana del paisaje parece optar también por esta vía, mediante la incorporación
con carácter normativo de las denominadas Directrices de Paisaje a cada uno de los siete
Planes Territoriales Parciales, así como a los Planes Directores Territoriales, a partir de los
resultados analíticos y proposititos de los llamados Catálogos de Paisaje; los Catálogos son
definidos por el artículo 9 de la Ley de 2005 como “documentos de carácter descriptivo y
prospectivo que determinan la tipología de los paisajes de Cataluña , identifican sus valores y
estado de conservación y proponen los objetivos de calidad que han de cumplir”. Lo
interesante y lo positivo de la opción catalana es que se garantiza la coordinación y la
integración del instrumento paisajístico –el Catálogo- en la figura reglada de planificación
subregional –el Plan Territorial Parcial- en forma de Directrices de Paisaje; se le reconoce
especificidad a la ordenación del paisaje, pero dentro de y a la misma escala de la
planificación territorial integral, con una proyección muy necesaria también hacia las
políticas sectoriales de incidencia territorial a través las recomendaciones paisajísticas para
los Planes Directores Territoriales.
Los trabajos llevados a cabo en distintas comarcas de la Región del Murcia como propuesta de
directrices paisajísticas cumplirían, en principio, los mismos objetivos que el instrumento
21
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- Criterios de ordenación varían en detalle en función de las zonas, pero en todos los
casos comprenden (resumen):
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16
El Cabildo Insular de Tenerife ha iniciado los trabajos para la elaboración de un Plan Territorial
Especial de Ordenación del Paisaje, para toda la isla, utilizando una figura de ordenación que se recoge en
las Directrices de Ordenación General y las Directrices de Ordenación del Turismo de Canarias (Ley
19/2003, de 14 de abril, Directriz113. Paisaje natural y rural).
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La normativa del PTI incluye entre sus “objetivos generales”, la salvaguarda, gestión y mejora
del paisaje, y la “utilización prudente de los recursos paisajísticos”. Asumido este objetivo,
un plan de ordenación del territorio integral como el de Menorca desarrolla dicho objetivo a
través de dos vías: (1) mediante determinaciones de ordenación sectoriales de incidencia
paisajística, que asumen el compromiso con los valores del paisaje, y (2) a través de
directrices y líneas de actuación específicamente paisajísticas. A diferencia, pues, de otros
instrumentos de ordenación del paisaje que plantean, con diferente alcance normativo,
criterios y medidas paisajísticas para ser incorporadas a la planificación territorial (por
ejemplo, a las Directrices de Ordenación del Territorio de ámbito comarcal en el caso de la
Región de Murcia o a los Panes Territoriales Parciales en Cataluña) y a las políticas sectoriales
(agraria, forestal, industrial, energética, de infraestructuras, etc.), el Plan incluye ya la
defensa de la calidad del paisaje en sus propuestas de carácter sectorial, con sinergias
positivas entre modelo territorial y paisaje. Se recogen a continuación algunas de las
propuestas de repercusión más clara sobre la calidad del paisaje.
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Por la experiencia con la que vamos contando, la consideración de la calidad del paisaje
como criterio de protección de determinadas áreas del territorio (unido con frecuencia a
otros), no está reñida, sino al contrario, con directrices e iniciativas para la gestión de sus
valores y de sus transformaciones. La calidad del paisaje como objeto y elemento de
protección del no urbanizable tiene, por una parte, la capacidad de excluir de la urbanización
áreas del territorio que puedan no contar con otros méritos de conservación al uso y sí con
unos paisajes expresivos del carácter del territorio; por otra parte, los valores del paisaje
tienen también la virtualidad de reforzar otros criterios de protección (como los agrícolas,
ganaderos o, incluso, forestales, habituales en la legislación urbanística), debilitados en
territorios sometidos a fuerte presión urbanizadora.
En el caso de PTI se han establecido, como ha quedado dicho, unas “Áreas de Interés
Paisajístico” (AIP) dentro de los suelos rústicos de especial protección. Este tipo de suelo
requiere una aclaración para comprender su real significado en el contexto más amplio de los
suelos rústicos protegidos del Plan y su relación con otras iniciativas paisajísticas.
Leídas fuera de contexto, las AIP podrían hacer pensar que sólo ellas integran los suelos con
méritos paisajísticos de conservación desde el punto de vista territorial. Y nada más lejos de
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la realidad. El PTI, además de asumir las denominadas Áreas Naturales de Especial Interés
(ANEI, establecidas desde 1991 por la legislación balear), ha creado un tipo de suelo rústico
protegido al que ha denominado “Áreas Naturales de Interés Territorial” (ANIT), que
desempeña el fundamental papel de conexión de ANEI, de protección urbanística de sus
entornos y de mejora de sus límites originarios. Esas ANIT albergan a un tiempo notables
valores ecológicos y paisajísticos, por lo que, como se destaca en la memoria y normativa del
Plan, los méritos del paisaje (si se quiere, aquí en su dimensión más ecológica) están
presentes en la determinación de las mismas.
El PTI ha tratado específicamente como “Áreas de Especial Interés Paisajístico” (junto a las
ANIT), sobre todo algunas configuraciones rurales de notable calidad y aprecio social,
emplazadas al norte de la isla y que no contaban con otros méritos ecológicos para su
salvaguarda. Pero, insistimos, eso no supone negar, sino al contrario, méritos paisajísticos en
otras partes del territorio. Por eso, en el mismo artículo que define las AIP, se señala que “la
clasificación en la categoría a que se refiere el párrafo anterior (AIP) se entiende sin perjuicio
de la tutela de los valores paisajísticos concurrentes en los terrenos de la misma clase
incluidos en Áreas Naturales de Especial Interés y Áreas Naturales de Interés Territorial”
(artículo 61.1).
La propuesta del Plan en esta materia, dentro de sus posibilidades y teniendo muy presente la
carga paisajística que presentan ya otras de sus determinaciones sectoriales, se han dirigido
sobre todo a la gestión y mejora de ámbitos concretos o elementos de alto significado
paisajístico, a la indicación de criterios para la integración de determinados usos
(concretamente de infraestructuras de telefonía y energéticas), y a fomentar el acceso al
paisaje. Sintéticamente tales propuestas, que figuran en la Memoria y la Normativa del Plan,
se resumen como sigue:
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Esta es una manera de aprovechar las potencialidades de un plan territorial para velar por los
valores del paisaje e integrar sus cambios en el carácter del territorio. La ordenación de los
procesos y de las formas no se excluyen, sino que se refuerzan en el común objetivo de
proyectar un territorio de calidad.
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