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La infancia
de Teresa no fue sencilla, era hija natural de Cayetana Chávez y de Tomas Urrea. A los
quince años, decide abandonar el hogar materno, para irse a vivir a la hacienda de su padre,
llamada Cabora. A partir de los doce años, Teresa comenzó a tener ataques de epilepsia y en
ocasiones permanecía en estado cataléptico. En el pueblo, se decía que poseía facultades
curativas que ejercía por medio de la hipnosis y sugestión.
La prensa nacional y regional la describía como una mujer de aspecto sereno, de tez clara,
baja de estatura, de rasgos delicados y cabello castaño rojizo; para otros medios informativos,
solo era una hechicera, que propalaba el culto a falsas deidades.
El consenso general era que, al salir de un trance, Teresa estaba transformada, hablaba de
cosas extrañas y realizaba curaciones milagrosas, que ni ella misma podía explicar.
Se le impuso el nombre de la “Santa de Cabora” por la hacienda en donde vivía y hasta donde
llegaban personas de lugares lejanos a curar sus males.
En 1892, los indios del río Mayo en Sonora, se sublevaron al grito de “Viva la Santa de
Cábora”.
Teresa sin tener nada que ver con la sublevación, fue arrestada y deportada junto con su padre
a Estados Unidos, y se estableció en Nogales, Arizona, convirtiéndose en “patrona” de los
indios de ese lugar, la prensa norteamericana la hacían ver como una mártir, mientras que sus
seguidores la colmaban de regalos.
Teresa fue bautizada en la Iglesia Católica, sin embargo, abandonó la fe católica por
influencia principalmente de su padre, liberal y anticlerical. Aunque compartía ciertas ideas
protestantes, finalmente se ubicó abiertamente en el campo del Espiritismo.