Sei sulla pagina 1di 8

por el ayuno, el cuerpo está sometido al alma.

por la oración, el alma está unida a Dios.


Por la caridad, el hombre está unido al hombre, y a través del hombre a Dios
siempre y cuando lo hicieras por uno de esos mat 25,40

Los Siete Fundadores de los Servitas

Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo
sepultados en una misma tumba y —hecho único en la Historia— venerados y canonizados en
conjunto.

Plinio María Solimeo

La Edad Media fue, con mucha propiedad, llamada “la dulce primavera de la fe”. Sus magníficas
catedrales, auténticos encajes de piedra y de vitrales, aún hoy atraen a turistas de todo el mundo.
En su apogeo, vio florecer una pléyade de santos, como Santo Tomás de Aquino y San
Buenaventura, que ilustraron para siempre a la Santa Iglesia. Entre los santos medievales,
emperadores, reyes, príncipes y grandes señores que anduvieron por la senda de la virtud fueron
elevados a la honra de los altares.

La Edad Media tuvo también la inusitada gloria —que muestra cómo la santidad era entonces
común— de ver a siete de los más prominentes ciudadanos de la República libre de Florencia
abandonar su situación privilegiada y de riqueza para seguir más fielmente los consejos
evangélicos. Son ellos los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, cuya fiesta
conmemoramos el día 17 de febrero.

Nos situamos en la primera mitad del Siglo XIII, en que contemplamos el nacimiento de tres
Órdenes Religiosas con un marcado carácter netamente mariano, y que son: a) La Orden de los
Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, esto, los Carmelitas, cuya
primera Regla de vida fue dada por el Patriarca de Jerusalén, Alberto, en los años comprendidos
de 1206 a 1214;
b) la Orden de Santa María de la Merced,, o Mercedarios, que nace en 1218, aprobada el mismo
año por el Papa Honorio III;
y c) la Orden de los Siervos de María en 1233.

Tradicionalmente se ha venido aceptando la fecha del 15 de Agosto de 1233, como la de la


fundación de la Orden de los Siervos de María.

De la riqueza a la pobreza de la vida religiosa


Con la intención de alabar más especialmente a la purísima Virgen María, algunos jóvenes del
patriciado de Florencia —todos ellos comerciantes de lana, según parece— habían fundado una
cofradía de laicos con el nombre de Laudenses.

El día 15 de agosto de 1233, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, siete de sus miembros más
destacados estaban reunidos en una capilla para cantar las glorias de la Santísima Virgen, cuando
Ella se les apareció, recomendándoles que renuncien al mundo y se dediquen exclusivamente a
Dios. Buonfiglio dei Monaldi (Bonfilio), Giovanni di Buonagiunta (Bonayunta), Bartolomeo degli
Amidei (Amadeo), Ricovero dei Lippi-Ugguccioni (Hugo), Benedetto dell’Antella (Maneto),
Gherardino di Sostegno (Sosteño), y Alesio de Falconieri (Alejo), los siete escogidos, vendieron
así todos sus bienes, distribuyeron el producto a los pobres y, después de haber consultado al
obispo de Florencia, Ardingo Foraboschi, se retiraron a una vieja casa en La Camarzia, en las
afueras de la ciudad, junto a una ermita de la Virgen. En el monte Senario, la Santísima Virgen se
apareció a los siete fundadores, mostrándoles un hábito negro y recomendando que lo lleven en
memoria de la Pasión de su Hijo

En un período de dos años, siete jóvenes florentinos –miembros de las familias más importantes
de la ciudad- se asociaron a la Confraternidad de la Santísima Virgen –popularmente conocidos
como los "Ludesi" o los alabadores-, en una época en que Florencia estaba acosada por alborotos
políticos y perturbada por la herejía.

El día de la Epifanía de 1234, dos de ellos, Bonfilio y Alejo, salieron por primera vez a las calles
para pedir limosna. Así fue que las bellas calles y plazas de la orgullosa Florencia comenzaron a
presenciar este espectáculo no raro en aquellos tiempos de fe: dos miembros de opulentas
familias, habiéndose despojado de todas las pompas y distinciones de su clase por amor de Dios,
y vestidos con una pobre túnica, pidiendo pan de limosna para su diario sustento.

Lo más sorprendente fue que los niños, incluso a los de pecho, comenzaron a señalarlos con el
dedo y a decir: “He ahí a los siervos de María”. Entre ellos estaba uno de cinco meses, que
después sería San Felipe Benicio, futuro Superior General de la congregación naciente, y que la
desarrollaría de tal forma que es considerado su octavo fundador.

A raíz de tal prodigio, el obispo Ardingo aconsejó a los religiosos no cambiar el nombre que les
había sido dado tan milagrosamente. Así, hasta hoy son conocidos como los Siervos de María.

La Santísima Virgen les concede el hábito y las reglas

Los siete santos permanecieron un año en La Camarzia. Pero, como eran muy solicitados,
resolvieron buscar un lugar más aislado para vivir, con la anuencia del obispo.

Éste puso a su disposición un terreno junto al monte Senario, a dos leguas de Florencia. Allí
construyeron un oratorio y, a su alrededor, pequeños cuartos de madera. Se entregaban a la
oración y penitencia, viviendo de hierbas que nacían en las faldas del monte, meditando
continuamente la Pasión de Cristo y las amarguras de María Santísima.

Escogieron al mayor de ellos, Bonfilio, como superior. Él, viendo que no podrían vivir siempre
así, incluso porque las hierbas escaseaban, mandó a la ciudad a Alejo y a Maneto, a fin de pedir
limosnas para el sustento de la pequeña comunidad.

Alejo Falconieri, hijo de uno de los principales miembros de la República —el más conocido de
los siete fundadores— no quiso después, por humildad, recibir la ordenación sacerdotal cuando
sus compañeros obtuvieron autorización para ello. En su larga vida de ciento diez años,
permaneció siempre como hermano lego en la orden que había cofundado. Por más que
quisiese librarse de las honras, su personalidad lo ponía en evidencia, y sería el más recordado
cuando se hablase de los siete santos servitas.

En el monte Senario Nuestra Señora se volvió a aparecer a los siete fundadores, mostrándoles
un hábito negro y recomendando que lo llevasen en memoria de la Pasión de su Hijo. Les dio
también las reglas de San Agustín, que debían seguir, fundando así una nueva orden religiosa. Los
siete santos hicieron los votos de obediencia, pobreza y castidad, y comenzaron a recibir
candidatos. En memoria de esa aparición, que tuvo lugar el Viernes Santo del año 1239, los
religiosos servitas acostumbraban hacer, en ese día, una ceremonia a la que llamaban Los
funerales de Jesucristo. El Sábado Santo, otra que llamaban La coronación de la Santísima
Virgen.

El fin particular de esta nueva orden era, primero, la santificación de sus miembros; y después,
la de todos los hombres, a través de la devoción a la Madre de Dios, especialmente en su
desolación durante la Pasión de su divino Hijo. Para eso los servitas predicaban misiones, tenían
la cura de almas y enseñaban en instituciones superiores de educación.

El milagroso cuadro de la Anunciación

En un principio los religiosos iban a Florencia y volvían todos los días. Sin embargo, debido a la
distancia y a las intemperies, recibieron permiso para abrir una especie de albergue en la ciudad,
donde los frailes que salían para limosnear pudieran pernoctar y acoger también a los peregrinos
que recibe Florencia. Más tarde, cuando se pensó en una fundación en la ciudad, utilizaron aquel
hospedaje.

Bonfilio y Alejo tuvieron la idea de mandar a pintar en la capilla el gran misterio de la


Anunciación. El piadoso pintor que contrataron, al no juzgarse con la suficiente habilidad para
reproducir los trazos de la Santísima Virgen en esa escena, pidió a los religiosos que uniesen sus
oraciones a las suyas, para que Nuestra Señora lo ayudara en la empresa. Según las crónicas,
ocurrió un hecho maravilloso: mientras el pintor dormía, un artista celestial completó lo que él no
osaba realizar. Así nació el cuadro milagroso, que hizo célebre la basílica de la Annunziata, pues
comenzó a atraer multitudes. El pequeño oratorio no tenía capacidad para tanto y fue necesario
pensar en una iglesia mayor, lo que las abundantes limosnas de los fieles hizo posible.

Habiendo estos santos varones agregado a sí a muchos compañeros, comenzaron a recorrer las
ciudades y aldeas de Italia, principalmente de Toscana, predicando a Jesucristo crucificado,
serenando las guerras civiles y atrayendo a muchos desorientados hacia las sendas de la virtud.

En 1243 el dominico Pedro de Verona (San Pedro Mártir), Inquisidor General de Italia, por sus
relaciones familiares con aquellos santos y por una visión de María Santísima, recomendó la
nueva fundación al Papa. Pero fue sólo en 1249 que la primera aprobación oficial de la orden
sería obtenida del cardenal Rainiero Capocci, legado papal en Toscana. Por aquel tiempo, San
Bonfilio obtuvo permiso para fundar la primera rama de su orden en Cafaggio, fuera de los muros
de Florencia. san peregrino

Monte Senario, cuna de la Orden de los Siervos de Santa María

En 1267 San Felipe Benicio fue elegido prior general. Sin embargo, en 1274 el Concilio de Lyon
suprimió todas las órdenes religiosas aún no aprobadas por la Santa Sede. En consecuencia, el
Papa Inocencio V, en carta de 1276, comunicó a San Felipe que la Orden de los Servitas estaba
abolida. El santo fue a Roma para defender su causa, pero el Papa falleció. Finalmente, a
instancias de San Felipe y con la opinión favorable de tres abogados consistoriales, el Papa Juan
XXI decidió que la orden continuara como antes. La aprobación final sólo vino en 1304, con la
bula “Dum levamus”, del Papa Benedicto IX. De los siete fundadores, sólo vivía San Alejo.

En efecto, entre 1257 y 1268 habían fallecido cuatro de ellos. En 1282, al morir Hugo y Sosteño,
de los siete primitivos fundadores restó solamente San Alejo.

En 1270 San Alejo tuvo la dicha de ver nacer milagrosamente a la hija de su hermano Clarencio,
ya septuagenario, la futura Santa Juliana Falconiere, que fundaría un ramo femenino de la
Orden de los Servitas, las Mantelatas.

Otro santo cuya fama de santidad contribuyó mucho para la expansión de la obra de los Servitas
fue San Peregrino Laziosi, nacido en 1265, recibido en la Orden en 1283. Su humildad y paciencia
eran tan grandes, que fue llamado “el segundo Job”. Su cuerpo permane incorrupto hasta
recientemente.

Los siete fundadores fueron sepultados en el mismo sepulcro. Simbólicamente, sus cenizas se
mezclaron.
En uno de los números de las Constituciones de la Orden, dice así: Para servir al Señor y a sus
hermanos, los Servitas se han dedicado desde sus orígenes a la Madre de Dios, bendita del
Altísimo.

A Ella se han dirigido en su camino hacia Cristo y en su compromiso de comunicarlo a los


hombres. Del <<FIAT>> de la humilde Sierva del Señor han aprendido a acoger la Palabra de Dios
y a escuchar con atención las indicaciones del Espíritu; la participación de la Madre en la misión
redentora del Hijo, Siervo sufriente de Yahvé, les ha llevado a comprender y aliviar los
sufrimientos humanos…

He aquí un testimonio de primera mano sobre los orígenes de la Orden:

«Hubo en la ciudad de Florencia siete hombres, dignos de mucha reverencia y estima, a Ios cuales
nuestra Señora unió para iniciar, por la vida común y la concordia de Ios ánimos, la Orden de sus
Siervos.

«Cuando ingresé en nuestra Orden aún vivía fray Alejo, único sobreviviente del grupo de los siete.
Plugo a nuestra Señora conservar en vida hasta nuestro tiempo a fray Alejo, para que de su boca
pudiéramos conocer el origen de nuestra Orden. La vida de fray Alejo era tal que, como lo pude
comprobar con mis propios ojos, no sólo arrastraba con su buen ejemplo a los que con él vivían,
sino que era también una garantía de su propia perfección, de la de sus compañeros y de su
profunda religiosidad.

«Cuatro aspectos pueden considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete Fundadores
antes de que se congregaran para dar origen a nuestra Orden.

«En primer lugar, el estado con relación a la Iglesia: algunos de ellos se habían comprometido a
guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían unido en matrimonio; otros ya
estaban casados, y otros habían enviudado.

«En segundo lugar, el bienestar y condición social: aquellos siete varones comerciaban con las
cosas de este mundo, según las reglas del arte mercantil; pero cuando descubrieron la perla
preciosa o, por mejor decir, cuando conocieron que esta perla quería producirla nuestra Señora
por medio de la unión de sus vidas, entonces para comprar dicha perla, es decir, nuestra Orden,
no sólo vendieron todos sus bienes y los distribuyeron entre los pobres, según el consejo
evangélico (cf Mt 13, 45-46), sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias vidas.

«En tercer lugar, su reverencia y honor para con nuestra Señora. Existe en Florencia, desde muy
antiguo, una sociedad fundada en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la
santidad de sus numerosos asociados, había conseguido una cierta relevancia sobre las demás y
el título de Sociedad mayor de nuestra Señora. A ella pertenecían, antes de reunirse, los siete
Fundadores corno insignes devotos de nuestra Señora.
«En cuarto lugar, el estado de perfección espiritual: amaban a Dios sobre todas las cosas y a Él
ordenaban todas sus acciones, como exige el recto orden, honrándolo así con todos sus
pensamientos, palabras y obras.

«Cuando, por divina inspiración, ya estaban decididos a vivir en común, a lo que les había
impulsado de un modo especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos,
dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo el resto entre los pobres. Finalmente, se
dirigieron a hombres de consejo y de vida ejemplar y les manifestaron su propósito.

«Así, pues, subieron a Monte Senario, y en su cima levantaron una pequeña casa, adecuada a sus
necesidades, a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a caer en la cuenta de que
se habían congregado no sólo para alcanzar su propia santificación, son también para admitir a
nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado
sirviéndose de ellos. Por tanto, empezaron a recibir a nuevos hermanos y, así, fundaron nuestra
Orden, cuya principal artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la
humildad de los frailes, edificada por su concordia y conservada por su pobreza.» (Monumenta
OSM, 1, pp. 71 ss.)

Santa Juliana de Falconieri , 19 de junio, Año 1341, Fundadora

Esta santa tuvo la dicha de ser sobrina de un santo (San Alejo Falconieri, hermano de su padre) y
de ser dirigida espiritualmente por otro santo (San Felipe Benicio).

Nació en Florencia en el año 1270. Su padre era riquísimo y había construido por su propia cuenta
un templo en honor de la Sma. Virgen de quien era sumamente devoto.

Los papacitos habían suplicado por muchos años a Dios que les concediera descendencia y al fin
consiguieron que les diera esta hija que iba a ser su gloria y su alegría.

De joven era tan virtuosa, que San Alejo le dijo a la mamá de Juliana: "Dios no sólo te dio una
hija, sino que te regaló un verdadero ángel".

De niña acostumbraba pasar largos ratos rezando en el templo, por lo cual la mamá le repetía: "Si
no concedes más tiempo a la costura y a la cocina, no vas a encontrar marido". Pero aquella
amenaza no le producía ningún temor, ya que sentía una inmensa inclinación hacia la virginidad.
Habiendo muerto su padre cuando ella era muy pequeña, la mamá y el tío le prepararon un
honroso matrimonio, pero ella los llamó aparte y les dijo que había tomado la decisión
inquebrantable de quedarse soltera y dedicar su vida a la oración, a la meditación, a la caridad y
al apostolado. Tenía apenas 15 años.

Bien preparada por su tío, San Alejo (fundador de los Siervos de María) recibió del gran apóstol
San Felipe Benicio el distintivo de Terciaria de los Siervos de María. Este distintivo era un manto
sobre la cabeza. Ella siguió viviendo en su casa con la mamá, pero observando una conducta tan
religiosa y tan santa como la de una fervorosa religiosa. A otras les agradó este modo de practicar
la vida religiosa (quedándose con sus familiares, pero observando una conducta como la de una
santa monja) y siguieron su ejemplo. Todas llevaban como distintivo un manto sobre la cabeza,
por lo cual la gente las llamaba: las muchachas de la pañoleta.

Creció mucho el número de las jóvenes Terciarias y tuvieron que conseguir una casa para
reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su asociación tomó el nombre de
"Siervas de la Virgen María". Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a esta
piadosa asociación, llevándola a un alto grado de perfección.

Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por semana, y a veces
pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo
que se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal
enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo.
Los sábados a pensar y leer acerca de la Santísima Virgen (de quien fue supremamante devota
desde sus primeros años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios
más humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy superior a ella
(cumpliendo lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás como superiores en todo a
vosotros)."(Filip. 2,3).

Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices
(Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma era la más exacta en cumplir cada
uno de los artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas.

Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su caridad, su amabilidad y su
inclinación a buscar el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al
recibir las demostraciones de su afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de
ayudar a los que necesitaban de su colaboración.

Los sacerdotes decían que a los pecadores les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta
sencilla religiosa seglar, que los sermones de los mejores predicadores. Muchos pecadores se
convirtieron de su vida de maldad, después de tener una charla con Juliana, la de la "pañoleta".

Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban para siempre la paz, cuando
la santa se dedicaba a volverlos otra vez a la amistad.

Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo. A quien le
preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le respondía: "Es para alejar las
tentaciones".

Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento más.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la
ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se
encomendaban a sus plegarias.

En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía ningún alimento.


Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y esto
constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia. Y sucedió que en la última
visita que le hizo el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no
podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel
la Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada desapareció y nadie
la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y su
estómago no le permitía, pero su fe le consiguió el prodigio de poder comulgar. Después de
muerta encontraron sobre su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran
cortado para que pasara una Hostia.

En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado del corazón, una
medalla donde está grabada una Santa Hostia.

Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció, Juliana, con una
expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor
hacia Nuestro Señor.

En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan grande santa que nos
obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos con todo el fervor posible
la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo Santísimo de Cristo.

San Peregrino Laziosi (Pellegrino Laziosi, también llamado Pellegrino da Forlí) nació en Forlí
(Italia) entre 1265 y 1266, falleció el 1 de mayo de 1345.
En sus años de juventud 17 años, ingresó en un movimiento que se oponía al papa Martín IV.
Durante los enfrentamientos conoció a san Felipe Benizi, cabeza de la Orden de los Servitas. Se
cuenta que el mismo Peregrino abofeteó a Felipe Benizi cuando llegó a la ciudad de Forlí. Pero
posteriormente, Peregrino cambió de actitud e inició un proceso de conversión. Entró a los
treinta años en la misma orden que San Felipe: la Orden de los Servitas, en la ciudad de Siena.1
Según la tradición, una de las penitencias especiales que eligió fue el estar de pie en tanto no
fuere necesario estar sentado. No se sabe si será por este motivo, pero lo cierto es que al cabo de
unos años, desarrolló venas varicosas y después cáncer en un pie. La noche antes de la cirugía
para amputarle la pierna, pasó mucho tiempo en oración. Se durmió y cuando se despertó las
llagas estaban curadas al igual que su pie y su pierna. No fue necesario amputarle ni el pie ni la
pierna. Por esta razón, es considerado oficiosamente por algunos como patrón de los enfermos
de cáncer, pero es necesario señalar que la Iglesia Católica no lo ha proclamado en ningún
momento de esa manera.
Murió en Forlí en el año 1345 y actualmente, su cuerpo se conserva incorrupto en la Iglesia de los
Siervos de María en Forlí.2 Peregrino fue canonizado por el papa Benedicto XIII en el año 1726.

Potrebbero piacerti anche