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1. Los habitantes de Nazareth eran incapaces de elevarse mediante una mirada de fe, y en
Jesús sólo reconocían al hijo del carpintero. Sin fe, nuestra mirada es miope, corta, se queda en la
superficie. Esos hombres se entusiasman, es cierto, ante los milagros. Corren rápido detrás el
Señor, pero al escuchar su doctrina, se alejan entristecidos. Lo vemos en la multiplicación de los
panes y de los peces. Muchos se reunieron en aquella ocasión, pero al escuchar a Cristo que decía:
Mi Carne es verdadera comida, mi Sangre verdadera bebida (Jn 6, 55), se alejaron
escandalizados, y ya no andaban con Él.
El cristiano está llamado a tener una mirada de fe. Todo lo debe juzgar con esa eminente
óptica divina. Así como el agua es el elemento en el que vive el pez, así el cristiano debe vivir en
el elemento sobrenatural. Dios, la Santísima Virgen, los ángeles, los santos, la gracia, todo ello
es tan real como las cosas que vemos con nuestros ojos y que tocan nuestras manos. Y debemos
vivir con la gozosa certeza de que esto es así, que no estamos en un mundo vacío de Dios, sino
con la seguridad de la real y sustancial presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.
2. En este domingo, vemos a nuestro Señor comenzando su vida pública. Jesús predica en
la sinagoga. Al principio, sus palabras llenas de sabiduría son recibidas con agrado. Todos lo
elogiaban por las palabras admirables que salían su boca (Lc 4, 22), dice el Evangelio de hoy.
Pero Jesús no vino a buscar popularidad, no confunde el amor con la adulación. Vino a traer la
salvación, y no a conquistar honores y alabanzas. Por ello, anuncia siempre la verdad, aunque eso
le acarree incomprensiones y hasta la misma muerte.
Y, a los pocos instantes de haber sido tan bien acogida su predicación, vemos que la
persecución se levanta contra Nuestro Señor. Lo quieren despeñar desde la cima del monte donde
se edificaba la ciudad. Su presencia ya no es amable, porque de su boca escuchan la Verdad y no
una justificación de sus malas vidas; no adultera la doctrina, no evapora lo que importa. ¡Habla
claro!
Ya desde estos inicios de su vida pública se asoma la contradicción, aparece la cruz que al
ser ungida con su preciosa Sangre, nos obtendrá la salvación.
3. Así, todo verdadero discípulo de Cristo está llamado a dar testimonio de la Verdad que Él