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CAPÍTULO VI

La familia, ente promotor del hábito lector.

La educación es un factor determinante en el progreso y la transformación de las

personas y las sociedades, a través de ella, se transmite la cultura, la episteme, los valores,

los hábitos y los principios que caracterizan a los seres humanos en sus diversas

dimensiones. Sin embargo, en el presente Siglo XXI, educar se ha vuelto una tarea

sumamente compleja producto de la crisis humanitaria que se gesta en el mundo, y

convertida en un fenómeno de trascendencia y urgencia mundial.

La mayoría de la población, en especial los jóvenes, carecen de una formación sólida

en conocimientos y valores que limitan y retrasan el desarrollo óptimo de sus facultades

intelectuales y cívicas. La familia juega un papel importante en la educación de sus hijos,

la formación que se promueve en el hogar es determinante para la futura integración de

sus miembros en los diferentes ámbitos de la sociedad.

No obstante, hoy en día son varios los factores que circunscriben a muchas familias

dentro de la sociedad, se destaca la privación de una formación académica digna, producto

del precario nivel socioeconómico de sus miembros. De modo que, la transmisión de

valores y hábitos académicos dentro del núcleo familiar se ven acotados, puesto que los

intereses del hogar se centran específicamente en la obtención de un ingreso económico que

satisfaga sus necesidades básicas.

En consecuencia, los hábitos de estudio que se deben promover dentro de la familia

son insuficientes. Específicamente, la precariedad del hábito de lectura ha desencadenado

en la población una escasa interpretación, reflexión y crítica de la realidad, que se gesta en


prácticas perniciosas dentro de la misma, ya que, tanto en el hogar como en la institución

educativa, no se promueve la cultura intelectual como una prioridad inminente.

Dentro del contexto nacional esta tarea se torna aún más exigente, lo afirma Rolando

de Paz (2018) enfatizando que las familias guatemaltecas se encuentran en proceso de

desestructuración debido a factores como el divorcio, la migración, la violencia, la pérdida

de valores y la falta de cobertura en los servicios básicos. Datos que se complementan con

los resultados publicados por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF,

2016) donde se resalta que en Guatemala seis de cada 10 parejas se divorcian antes de los

cinco años de matrimonio, 8 de cada 10 familias son disfuncionales y 7 de cada 10 mujeres

sufren de violencia intrafamiliar. Cifras que revelan una lúgubre situación del país.

Ante esta realidad, la niñez y adolescencia carecen de una orientación y un apoyo

familiar sólido, por lo que promover una educación de calidad resulta mucho más

desafiante en un sistema cuyas tendencias neoliberales y tecnológicas los incitan a

consumir desmesuradamente los productos que ofrece el estilo de mercado globalizado. A

su vez, las “culturas juveniles” promovidas a través de los medios masivos de

comunicación que tienden al ocio y al hedonismo, son factores determinantes del abandono

que supone el esfuerzo académico-intelectual, por la distracción y el entretenimiento.

A esto se suma la deficiencia y el desfase del sistema educativo nacional,

específicamente los currículos vienen descontextualizados, alejados del mundo experiencial

de los estudiantes y con insuficiente capacitación, de parte de la docencia, para aplicarlos.

Santomé (2006) destaca:

“los docentes se preocupan más de hacerse obedecer, determinar un ritmo de

tareas, favorecer un memorismo de datos casi nunca comprendidos, sin atender a

que permitan la preparación de ciudadanos que puedan intervenir de manera


responsable, justa, solidaria y democrática dentro de la sociedad” (p.17).

En consecuencia, según los resultados obtenidos por el Ministerio de Educación

(MINEDUC, 2018), principalmente en relación con el hábito lector, demuestran grandes

carencias reflejadas en un bajo nivel y rendimiento académico, tanto de los estudiantes,

como de los docentes y padres de familia.

Ante tales razones, se enfatiza que la lectura es el instrumento por excelencia

utilizado para transmitir la cultura, y la familia es el primer ente promotor cultural en un

individuo cuya responsabilidad de fomentar, aperturar y compartir espacios lectores cómo

un hábito, es de suma trascendencia (Paredes, 2004). En este sentido, la formación del

hábito de lectura debe promoverse dentro de la familia en primera instancia, puesto que es

aquí donde el individuo recibe las primeras pautas y directrices de cómo encaminar su

proceso de formación lectora, sin embargo, dentro del contexto quetzalteco esta realidad se

encuentra ausente en la gran mayoría de los hogares.

Uno de los objetivos de la investigación fue analizar cuál es la influencia de la familia en la

falta del hábito lector y su implicación en el desarrollo académico de los estudiantes del

nivel básico, para identificar y evaluar sus causas. Se partió de una hipótesis establecida en

que los espacios de lectura que se comparten en el núcleo familiar influyen para que se

desarrollen o no dichos hábitos. Por último, después de analizar la información recopilada,

se presentaron los siguientes resultados:

6.1 La cultura de lectura en las familias quetzaltecas.

La familia tiene un papel y una responsabilidad irreemplazables en el desarrollo del

hábito lector de los hijos, al que se le podrá contribuir incentivándolo con buenas y variadas

lecturas que favorezcan la evolución de sus gustos personales y les ayuden a perfilar y
recorrer su propio itinerario lector (Corchetes e Iglesias 2007). En este sentido, al preguntar

a los estudiantes cómo son ayudados por su familia para desarrollar el hábito de la lectura

(ver gráfica no. 9), el 63% de jóvenes mencionó que sus familiares los incentivan; el 18%

manifestó que sus papás leen con ellos; el 15% dijo que sus mayores no les dicen nada, y

un 4% recalcó que sus progenitores los obligan a leer.

Profundizando ante estos resultados a través de entrevistas, los estudiantes que

indicaron que sus papás sólo los incentivan, mencionan que estos les hablan

constantemente sobre la importancia de leer, sin embargo, no poseen espacios de lectura

compartidos. Por otro lado, aquellos que sí comparten espacios de lectura con sus padres,

fueron iniciados en la infancia, pues les enseñaron a leer a través de la Biblia, como texto

fundamental, complementado por libros o periódicos. Quienes enfatizaron que se les obliga

a leer, es porque sus progenitores les exigen que estudien y hagan sus tareas. Y los que

recalcaron que sus papás no les dicen nada, es debido a la ausencia de ellos y la falta de

relación conjunta (ver cuadro no. 1).

Al respecto, una gran mayoría de padres de familia coincide con lo mencionado por

los estudiantes, pues estos son conscientes de la importancia que tiene la lectura en sus

hijos, sin embargo, debido a su nivel de escolaridad o su necesidad laboral no pueden

compartir espacios de lecturas con ellos y solo los incentivan para que lean y tengan un

mejor futuro, sin contribuir a la promoción de momentos conjuntos.

Otros padres recalcan que en la infancia sí leían juntos, pero ya de grandes son más

independientes y consideran que sus hijos ya tienen la capacidad de leer por sí mismos.

Algunos papás también mencionan que no les dicen nada a sus hijos, sino que los dejan

trabajar solos porque estos nos les hacen caso. No obstante, cabe resaltar que ningún padre
mencionó que les obliga a leer a sus hijos (ver cuadro no. 3).

Se infiere entonces que existen cuatro tendencias entre la información proporcionada

por los estudiantes con la de los padres de familia:

La primera tendencia corresponde a los hogares cuyos progenitores incentivan a leer y

comparten

espacios de lectura con sus hijos, estos en su mayoría desarrollan el gusto e interés

por leer, principalmente aquellos que recibieron un acompañamiento desde su

infancia, tomando en cuenta que, muchas veces, son los abuelos, hermanos o primos

quienes les inculcan este hábito (ver tema 7 del cuadro no. 4)

- A la segunda tendencia pertenecen las familias cuya relación con sus hijos es

impositiva, distante o

problemática, los estudiantes tienden a rechazar la lectura por aburrimiento,

desmotivación o desidia, realizando otras actividades que sean de su mayor interés

(ver

cuadro no. 1)

- En la tercera varios estudiantes que, aunque se les incentiva en el hogar a leer, no es

de su agrado porque sus atracciones son otras, la lectura les causa aburrimiento y

sueño (ver

cuadro no. 1)

- En la cuarta tendencia tenemos a estudiantes que sin recibir incentivación de sus

padres, leen

constantemente por gusto, interés y motivación personal (ver cuadro no. 1).

Estos resultados coinciden con las afirmaciones de Garrido (2014) quien enfatiza que “el
gusto por leer no nace, se hace y para ello, dentro de la familia se debe empezar a

desarrollar el gusto por la lectura, cosa contraria es la obligación, que inhibe el hábito lector

y genera aborrecimiento” (p.77).

Para suplementar los resultados, se tomaron en cuenta las entrevistas realizadas a los

docentes. Una parte considerable de los mismos, argumentaron que los padres son los

culpables de que los estudiantes no posean un hábito lector, puesto que no les exigen

académicamente y no les controlan el uso de aparatos tecnológicos. Argüyeron que hay

miembros adultos, en el hogar que no saben leer, y a menudo no les interesa la formación

de sus hijos. Los docentes entrevistados consideran que es en el hogar dónde se debe

fomentar este hábito, y es en la escuela dónde se brinda un acompañamiento (ver cuadro

no.2).

Esta información revela la brecha existente entre la escuela y el hogar, los docentes

responsabilizan a los padres como máximos encargados de la educación de los jóvenes, y

por su parte, los papás sostienen que por eso van sus hijos a la escuela, a aprender,

refiriéndose a los maestros como los encargados de formar académicamente a los

estudiantes (ver cuadro no. 2 y 3).

Sin embargo, tomando en cuenta las opiniones de los estudiantes en cuanto a la labor

de los docentes, también se evidencian grandes vacíos. Los maestros asignan pocas lecturas

para realizar en casa (ver gráfica no. 1); solo el 15% de jóvenes indicó que sus docentes los

incentivan a leer (ver gráfica no.7); los maestros no promueven muchas actividades de

acuerdo con las necesidades e intereses de los alumnos (ver gráfica no. 12); y, en su

mayoría, sólo realizan comprobaciones de lectura y resúmenes como actividades

académicas (ver cuadro no.1).

Los educadores, por su lado, mencionan que sólo pueden brindarles un


acompañamiento y un apoyo a los estudiantes, debido a que los planes de lectura

establecidos por los institutos no están bien organizados y son muy cortos de tiempo. No

cuentan con los espacios y materiales necesarios, las aulas están sobrepobladas, pero,

principalmente, resaltan que si los estudiantes no están interesados, es muy difícil promover

y despertar el placer de la lectura en ellos (ver cuadro no.2).

No obstante, la mayoría de los agentes educativos involucrados en la promoción del

hábito lector ignoran que el problema reside muchas veces en el qué y el para qué de la

lectura, más que en el cuánto. Al respecto Argüelles (2017) considera que los problemas

sociales, económicos, educativos y culturales del fomento de la lectura siguen siendo

prácticamente los mismos, Se necesita un trabajo arduo, un análisis amplio y una crítica

profunda sobre lo que se ha hecho y lo que no en la mediación pedagógica del aprendizaje

de la lectura, para que esta sea promovida consecuentemente.

Por consiguiente, pese a que todos los integrantes de la comunidad educativa son

conscientes de la importancia y valor que tiene la lectura (ver cuadros no. 1, 2, 3 y 4), no se

evidencia un hábito lector (ver gráficas no. 14,15,16). Por ello, “ lo importante es que los

padres de familia y los maestros trabajen en conjunto, pues deben brindar a los estudiantes

amplias oportunidades para hablar y ampliar sus perspectivas del contexto a través de la

lectura” (Dickinson, 2010. p.23), y la creación continua de estrategias y espacios lectores

acordes a la realidad con la que se sientan identificados y motivados.

Los estudiantes enfatizan que, dependiendo del tipo de lectura, esta les provoca emoción e

interés, o, por el contrario, no les motiva y prefieren no leer (ver cuadro no. 1). Sin

embargo, como recalca Torres (2016) asimismo es importante que “el estudiante lea para

conocer más, no porque el profesor le impone consultar, … debe leer para complementar el

conocimiento y no debe pasar por ellos la pereza mental” (p.88). Por lo tanto, más allá de
ser conscientes de la importancia de la lectura, los jóvenes deben desarrollarla como una

práctica pertinente en el desarrollo académico de sus vidas.

Por su parte, Moreno (2001) sostiene que los hábitos lectores se fundamentan en la

calidad del ambiente familiar y escolar en el que se desarrollan las personas durante su

vida, si no existe una convivencia, si no hay tiempo ni preocupación por pasar un momento

con los hijos no se puede promover el hábito de la lectura, puesto que, de determinada

manera, la lectura se ve reflejada en el ejemplo que los padres y maestros transmiten a los

jóvenes, por ello, es de suma importancia sembrar la lectura en el hogar y cultivarla en la

escuela.

Atwell (2016), resalta que “los lectores con dificultades, en la mayoría de los casos,

provienen de contextos en el que no se ha favorecido la lectura por diversas circunstancias,

entre las que se destacan el nivel socioeconómico o el tiempo que los padres comparten con

sus hijos. (pág 65). Por consiguiente podemos destacar que la influencia de la familia en

cuanto a la falta del hábito de lectura en los estudiantes, radica principalmente en dos

contextos: En el primero, el factor socioeconómico bajo y la falta de escolaridad de sus

miembros, determinan que las necesidades familiares se remitan a un interés de

supervivencia más que a una preocupación académica, por lo que promover hábitos de

lectura resulta mucho más complicado.

En el segundo contexto, aducimos que el ejemplo, la incentivación, la convivencia y la

constancia con relación al hábito de lectura por parte de los padres, a través de espacios y

momentos adecuados que contribuyan a la motivación de sus hijos, determina que estos

desarrollen una práctica lectora pertinente que contribuya a su formación académica

integral, no como una obligación, sino como un conjunto formativo placentero


6.2. Espacios familiares de lectura, una realidad ausente en la adolescencia.

Se conciben los espacios familiares de lectura como los lugares y momentos en los

que se aprovecha, se comparte y se promueve la lectura dentro del hogar. Compartir estos

espacios fortalece los vínculos afectivos entre los adultos que forman el hogar y los hijos,

asimismo, propicia el desarrollo óptimo del hábito lector. Al respecto, Dickinson (2010)

considera que leer de manera conjunta afianza el vínculo familiar y genera una convivencia

armónica.

Poseer un espacio específico para realizar lecturas en el hogar, requiere de un sitio en

el que los lectores se sientan a gusto para leer, con las características físicas esenciales de

ventilación, iluminación, y un lugar dónde escribir y sentarse cómodamente (Atwell, 2016).

Sobre el espacio físico, en el que los estudiantes se sienten cómodos para leer, estos

respondieron en un 52% que leen en su cuarto, un 25% en el jardín, otro 11% en la sala y

un 10% en el estudio (ver gráfica no.10).

Ahondando en estos resultados a través de entrevistas, la mayoría de los estudiantes

consideran que se sienten cómodos al realizar lecturas o estudiar en su cuarto, puesto que es

un lugar personal y en dónde cuentan con los materiales necesarios para realizar sus

lecturas. Por otro lado, varios estudiantes manifestaron un gusto por leer en un espacio al

aire libre, como el jardín y el patio, debido a que son lugares que les transmiten tranquilidad

para hacer sus lecturas y tareas. Por último, algunos jóvenes les gusta leer en la sala o en el

estudio porque en estos sitios no se distraen (ver gráfica no. 10 y cuadro no. 4 tema 7).

Se infiere entonces que la comodidad y tranquilidad que transmiten los diferentes

espacios del hogar, tienen un papel determinante en la práctica de la lectura. Sin embargo,
según los resultados obtenidos, en la mayoría de las familias, los diferentes miembros no

comparten esas áreas de lectura.

Los jóvenes, sienten cierta independencia de sus padres en cuanto a los hábitos de lectura y

es solamente, cuando tienen alguna duda, que optan por consultarles, de lo contrario, leen

solos (ver cuadro no. 1).

Al respecto, algunos padres mencionan que en el nivel básico académico no se

requiere de mucho acompañamiento de parte de la familia, la lectura sólo se comparte en la

infancia cuando aún están aprendiendo. Los progenitores aluden como referencia a su baja

escolaridad, la dificultad para compartir momentos de lectura con sus hijos, por ello, optan

por motivarlos únicamente con palabras más que con acciones conjuntas (ver cuadro no. 3).

En muchos de los casos, los estudiantes resaltan que sus padres les proporcionan objetos

materiales o dinero, entre otras cosas, pero no pasan tiempo con ellos (ver cuadro no.1). Es

asiduo que las familias se preocupen más por suministrarles las necesidades materiales, que

enfatizar los espacios para convivir y compartir con los hijos.

Ante tal situación, los momentos para la promoción de valores y hábitos familiares, se

ven limitados e incluso privados principalmente por esa falta de relación conjunta (ver

cuadro no. 3). Gil (2009) menciona que “los resultados de algunas investigaciones

confirman que los estudiantes que tienen mayor competencia lectora son los que tienen

padres con mejor actitud hacia la lectura y dedican más tiempo semanal a esta actividad”

(p.25).

A tal razón, la influencia de los padres es determinante, ya sea para crear buenos o

malos hábitos en la promoción de la lectura. Yubero y Larrañaga (2010) plantean “que el

comportamiento de las familias hacia la lectura será determinante sobre la actitud de los
hijos hacia la misma: los hábitos lectores de los padres generaran los hábitos lectores de los

hijos” (p.47). Los padres o en su defecto, los adultos de la familia, son el elemento de

influencia primordial, para la creación del hábito lector, siendo completado con el espacio

específico común para su promoción.

6.3 Familia, educación y lectura, bases del desarrollo académico.

La familia es el vínculo más fuerte que existe en la sociedad, Enkvist (2016) explica

que “lo salutógeno es vivir una estructura familiar con fuertes lazos de amor, una red

familiar que permita juntar todos los recursos personales y económicos de la familia para

vivir consecuentemente” (p.15). Si no se tiene un vínculo familiar fuerte, es muy probable

que no se desarrollen valores y hábitos pertinentes.

En base a los resultados obtenidos, muchos estudiantes reflejan una carencia en cuanto al

hábito de lectura y su desenvolvimiento académico. Según las actividades realizadas a

través de los grupos de enfoque, se denotan limitaciones en cuanto al conocimiento del

contexto, crítica de la realidad, contundencia del discurso y la expresión con propiedad (ver

cuadro no. 4). En la mayoría de los trabajos y cuadernos se evidencian faltas de ortografía

y mala redacción, así como mucha información pegada literalmente del internet (ver cuadro

no. 6). No obstante, también se observaron estudiantes cuyo nivel de léxico, expresión,

redacción, comprensión lectora y ortografía, entre otros aspectos, sobresalen y son bastante

elevados (ver cuadro no.

Añadimos que“el fracaso escolar, suele venir explicado en primer lugar por el poco

esfuerzo del alumno, en segundo lugar, la poca colaboración de la familia con la escuela, y

en tercero, la escasa preparación de los docentes” (Enkvist, 2016. p. 27). Por ello, es una

responsabilidad conjunta: de la familia en fomentar el hábito de lectura, de la institución


educativa en generar variadas estrategias, momentos y metodologías que lo refuercen, y de

los estudiantes en esforzarse y cultivar su intelecto pertinentemente.

En este sentido, como enfatizan Moreno (2001) y Bernal (2011), los hábitos lectores

en tanto que son actitudes y valores que las personas portan y moldean durante su vida,

tienen su fundamento en la calidad y tipo de ambiente familiar, escolar y social en el que se

han desarrollado. Por lo tanto, el fomento del hábito de lectura implica generar un apego

tanto afectivo como intelectual por medio de estrategias, actividades, espacios y momentos

que incentiven a los estudiantes a proseguir leyendo y enriqueciéndose de los diversos

contenidos que un libro puede ofrecer.

Por su parte, Coello (2015) menciona que un componente clave para la promoción y

motivación de la lectura es enseñar que esta es una actividad placentera, amena y

enriquecedora. Si la lectura es obligatoria, la esencia de leer para aprender desaparece,

puesto que la lectura no se convertirá en una experiencia significativa, sino en una actividad

más que cumplir.

Por consiguiente, se concluye entonces que los hábitos de lectura desarrollan

capacidades humanas imprescindibles para el progreso del individuo a nivel personal,

profesional y social, así como la posibilidad de entender e interpretar correctamente lo que

un texto transmite, mejorar las habilidades de comunicación y, en definitiva, la oportunidad

de entender el mundo que los rodea para transformarlo.

Constatamos que la determinación y la motivación de los estudiantes en desarrollar un

hábito de lectura que esté apoyado, compartido y reforzado desde el ámbito familiar,

contribuirá a un resultado fructífero cuya misión será promover a futuros participantes de la

sociedad, independientes y críticos.


Por ello hay que prescindir de responsabilizarse unos a otros e involucrarse conjuntamente

en el desarrollo del hábito lector para fomentar el espíritu crítico y responsable de los

futuros adultos.

CONCLUSIONES

Los lectores con dificultades en la mayoría de los casos provienen de un contexto en el que

no se ha promovido la lectura desde la infancia, en el ámbito familiar. Principalmente, los

resultados evidencian que las características socioeconómicas de las familias y el nivel de

escolaridad de sus miembros adultos, determinan en gran manera la capacidad lectora que

desarrollan los hijos. Así mismo, los hogares en los que se obligó a leer a los niños, sin

compartir espacios y momentos conjuntos, generaron un resultado de rechazo y desidia ante

la lectura en los años posteriores. Contrariamente los estudiantes, en cuyo ámbito familiar

se motivó, compartió y promovió ese hábito, se obtuvo como resultado el seguir

dedicándose a la lectura por cuenta propia.

El apoyo, por parte de la familia, en fomentar ese hábito, es un complemento eficaz y

facilitador del trabajo en el proceso intelectual que le corresponde a la escuela


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