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WINIFREDA:

LA VIDA COTIDIANA EN EL CAMPO


*Prof. María Rosa BARABASCHI

EL SURGIMIENTO DE LAS COLONIAS

La historia del surgimiento de Winifreda y el espacio rural circundante se entrelaza


con hechos acontecidos a nivel mundial y nacional: la incorporación del país en la
división internacional del trabajo como proveedor de materias primas; la “conquista del
desierto” instrumentada desde el gobierno nacional para apropiarse de vastas
extensiones de tierra e incorporarlas a la producción, llevada a cabo mediante la Ley
947 de 1878 (Ley de empréstito) para su financiamiento; la Ley de Premios 1628 (por
la cual se efectuó un reparto de tierras a los militares participantes de la campaña según
su rango); la Ley 1532 (del año 1882) de remate público; y la gran oleada inmigratoria
de fines del siglo XIX desde Europa y Asia.
Este sería el contexto en el que surgen las colonias de campesinos que rodearon en
sus inicios a la localidad de Winifreda, en vastas extensiones de tierra arrendadas
(latifundios) en las que los suelos y el clima templado subhúmedo, (676 mm de pp.
anuales en promedio) resultaban propicios para las actividades agropecuarias.
Los dueños de los grandes latifundios, propietarios absentistas residentes en Buenos
Aires, Provincia de Córdoba o en el exterior del país, que utilizaban la propiedad de la
tierra como renta, fijaron condiciones muy duras para los colonos en sus contratos de
arrendamiento, cuyo cumplimiento efectivo era supervisado por un administrador que
vivía en la zona. Algunos testimonios recuerdan a Naval (Francés) en El Guanaco,
Naveira en el Lote XIII, Drysdale en Espiga de Oro (Con tierras arrendadas a Lerman
en primer lugar, que las sub-arrendó), José Marrón en El Destino, Di Carlo de Río
Cuarto en La Delfina. Fueron administradores, entre otros: en La Delfina: José
Seresuela, A. Cabrera, Ventura Telechea, Sebastián Iribaren. En Espiga de Oro Hiram
Gargiulo; Bajo de Las Palomas: Pedro Pianetti, La Paz: Lorenzo Solís, en El Guanaco,
Warper.
También Jose Ferrario administró en la década de 1930 a las colonias El Destino,
Bajo de las Palomas y La Paz.
Otros administradores fueron: el Sr. Antonio Torres, y Legnani.
Alquilaban parcelas de alrededor de cien, doscientas hectáreas a cada colono.
Algunos contratos, se establecían por seis meses, “Era una estafa. Se quedaban con
los campos sembrados” reflexiona en su testimonio Ema Falletti de Barabaschi.
Así se fueron instalando los primeros pobladores con sus familias en Colonia Espiga
de Oro, La Paz (Lote XIII), La Delfina, Bajo de las Palomas, El Guanaco, El Destino.
Inmigrantes ruso-alemanes, alemanes, italianos, españoles, portugueses, de origen
árabe entre otros, que llegaban luego de un largo derrotero, en la mayoría de los casos,
desde sus países de origen a Brasil, Buenos Aires, interior del país (Santa Fe, Provincia
de Buenos Aires) para recalar finalmente en estas tierras, con el sueño de progresar,
consolidar una familia, mejorar su calidad de vida. Dejaban detrás, la pobreza, la falta
de trabajo, la obligación de cumplir con el servicio militar de los varones, pero también,
su tierra natal y parte de sus familias. Tendrían por delante, años de esfuerzo, sacrificio,
luchas.
Muchos, vivieron añorando el regreso, que les quedó como un sueño incumplido.
Otros, no quisieron regresar nunca aún pudiéndolo haber hecho.

FOTO I.

Nada les resultaría fácil al menos, por dos generaciones. Muchos eran analfabetos,
desconocían el idioma y además, en una especie de Torre de Babel cada familia
inmigrante hablaba en su lengua de origen. De allí la tendencia a instalarse donde ya lo
había hecho algún paisano1. En una entrevista realizada en 19882 a Otilia Brendle de
Richter, queda plasmada la importancia no menor sobre este tema. Ella refiere en la
misma, que su abuelo procedente de Kiev, Rusia, (lugar de donde emigró junto a su
abuela, su mamá que tenía entonces 9 años y una tía de 4 años), se instala en la Espiga
de Oro. Luego un Sr. Brendle quien al enterarse que en la Espiga de Oro “había
muchos rusos”3 se vino a vivir a la colonia, porque hablaba ese idioma, y por ello fue
muy bien recibido. Allí se casó con Olga Strok, cuya familia tenía el mismo origen.
También, en la entrevista realizada el mismo año a Elizabet Wiertz4, relata que su
padre, siendo analfabeto, firmó contratos en Huelen donde residían, motivo por el cual
huyeron de noche hacia esta zona, instalándose primero en La Carlota y luego en la
zona rural de Winifreda, en el año 1913, cuando aún había solo chacareros trabajando
los campos bajo arrendamiento. A muchos chacareros les tocó esta misma suerte.
Unificar el idioma, fue la gran tarea de los maestros rurales, que recibían a los hijos
de los inmigrantes que desconocían el idioma nacional.
Francisco Alfonso reflexiona en su testimonio: lo más difícil para los maestros en
esa época era enseñarles el castellano, porque cada uno hablaba el idioma de origen.

IMPLICANCIAS DE LA PRECARIA TENENCIA DE LA TIERRA Y MODOS DE VIDA

Los testimonios y los relatos de los antiguos pobladores, reflejan una vida nómade
bajo condiciones muy duras. Al no poder acceder a la propiedad de la tierra, y con las
condiciones de los contratos de arrendamiento, los colonos chacareros se veían
imposibilitados de realizar mejoras, por lo cual ni siquiera plantaban árboles para tener
sombra, y si lo hacían, muchas veces los sacaban, enojados, cuando eran desalojados.
De hecho, estos primeros colonos, fueron quienes transformaron la tierra prístina en
parcelas de cultivo sin recibir a cambio ningún beneficio, y los contratos establecían qué
debía sembrarse sucesivamente en los campos hasta el vencimiento, en que se exigía a
veces, la restitución con pasturas (Alfalfa). Principalmente, se sembraba trigo, centeno,
cebada, algo de maíz, muy poco para consumo.
Si el alquiler estaba pautado en porcentaje del cereal obtenido, lo cual ocurrió
durante los primeros tiempos, no estaba permitido tener animales salvo los caballos que
eran empleados como fuerza de trabajo, en un potrero reservado para éstos. Allí, se
podía tener alguna lechera y algún cerdo u oveja para consumo familiar.
Las precarias viviendas, se construían primero con chapas, de modo tal que si era
necesario abandonar la tierra, (“chacra”, como la llamaban) en muchos casos,
desalojados por los dueños o su administrador, desarmaban la misma, cargaban en las
chatas las chapas y demás pertenencias escasas, por cierto, y partían buscando nuevos
rumbos, en general, guiados por familiares o amigos ya instalados en el lugar de
destino.
María Gruber de Guinder testimonia en una entrevista realizada en 2014, el desalojo
de trece familias de campos alquilados en Bajo de las Palomas. Ema Falletti de
Barabaschi, recuerda de familias que luego se instalaron en el Lote XIII, que habían
sido desalojadas de La Carlota.
Por la misma razón, (su condición de ocupación transitoria de la tierra) no existían
los campos alambrados, o bien algunos solo tenían dos hilos de alambre, por lo cual,
los animales se boyereaban (cuidaban) para que pastaran, y luego se encerraban por la
noche en corrales. Esta actividad quedaba reservada a los boyeros, en general, niños
desde temprana edad, quienes lo hacían soportando bajas y altas temperaturas, muchas
veces, sin calzado por no poseerlo.
La mayoría tampoco instalaban molinos de viento y en algunos casos, escaseaba el
agua potable, por la presencia de agua salada. De allí que la obtención del agua para el
consumo humano (para beber, cocinar, higienizarse) y de los animales, fuera también
una tarea extra que demandaba tiempo y esfuerzo. Si era potable, era extraída de pozos
manualmente, por medio de un sistema de rondanas con cadenas o sogas que sostenían
un balde volcador de grandes dimensiones (podía ser de 70 litros) o pelotas de cuero5
tirados por caballos (malacate) una vez en el exterior del pozo, se le iba dando el
destino de uso final: consumo humano, o de los animales (tanques, bebidas, y hasta el
riego de las quintas). Sino, se juntaba del agua de lluvia y se almacenaba en aljibes,
mediante un sistema de descarga desde los techos.
Bajo esas circunstancias y condiciones, vivieron en el campo las primeras familias
compuestas de inmigrantes, en su mayoría, muy numerosas. (Algunas llegaron a tener
veinte hijos).
Otras viviendas se construirían de chorizo (palos enterrados que eran rodeados con
alambres de los cuales se colgaban pastos puna y se revestían de barro), más tarde, de
adobe, una especie de ladrillos de barro pero de tamaño mayor, que los propios colonos
y su familia fabricaban con moldes. Se seleccionaba un bajo con buena tierra, se hacía
un redondel, se mojaba para que se hiciera un barro que luego se mezclaba con rastrojo
y estiércol de caballo o vaca, luego se pisoteaba con caballos y esa preparación se
esparcía en moldes de madera hechos previamente (había dos tamaños, uno más grande
y uno chico) se emparejaba bien la mezcla con la pala y se dejaban secar cinco o seis
días. Luego se desmoldaban, se apilaban para terminar el secado hasta su uso. Hacerlos
requería además, observar el tiempo, dado que no debían avecinarse lluvias porque si
llovía, se deterioraban en el proceso.
Una vez secos, se empleaban en la construcción de las viviendas, unidos y revocados
con barro.
Los pisos del interior de las casas eran de tierra, realizados con una mezcla de tierra
y estiércol de vaca para que resultara más firme, era rehecho periódicamente, cuando se
aflojaba.
El techo se montaba sobre tirantes de madera que se cubrían con chapas de zinc, que
del lado interno se pintaban con esmalte sintético, y arriba, en el exterior, se cubrían con
rastrojo de las cosechas para que resultara más fresco en verano.
Las aberturas (puertas, ventanas) muchas veces eran construidas por algún miembro
de la familia con maderas. Era común que la puerta de ingreso a la casa tuviera dos
partes, una inferior y otra superior.
Algunos muebles que oficiaban de aparador también eran de fabricación casera.
Posteriormente, las mismas casas fueron revocadas con material (cemento) y se les
colocó piso de ladrillo. Además, no tuvieron baño inicialmente, solo un retrete
construido a varios metros de la misma.
Al llegar la noche, las viviendas se iluminaron primero con candiles, más tarde con
las lámparas a kerosene, que daban una luz tenue, a pesar de lo cual las mujeres tejían o
cosían, y los niños hacían sus tareas escolares. Luego llegó el farol a kerosene.

FOTO III
Cuando la luz comenzaba a amainar, debía dársele bomba con el pequeño inflador que
el farol tenía incorporado, o bien, si era muy amarilla, debía desarmarse para su
limpieza.
A este farol, le sucedió el de gas, una pequeña garrafa a la que se le colocaba la
cabeza del farol. Este fue todo un adelanto junto con la plancha a gas.
Se cenaba muy temprano, se iba a dormir también temprano, porque al día siguiente,
las tareas comenzaban antes de la salida del sol.
Los primeros tiempos, no existía la radio, menos aún televisión.
Las noticias de familiares y vecinos de otros lares, llegaban por correo postal.
Muchos inmigrantes mantenían correspondencia con la familias que había quedado en
su país de origen, con una demora de alrededor de un mes para que la carta llegara a
destino. Así, cuando ocurría el fallecimiento de algún familiar, incluyendo los propios
padres, se enteraban un mes después de esa noticia, transmitida por carta manuscrita por
algún otro familiar.
No existía la radio, ésta llegó años más tarde, con la radio a transistores y
alimentada por baterías, que se recargaban en el pueblo. Eran de gran tamaño, con un
mueble de madera. Tampoco, la televisión, a la que se comienza a acceder hacia la
década de 1980, con el mismo sistema: televisores en blanco y negro, alimentados con
una batería y con una gran antena en el patio, que se hacía girar para ver los únicos dos
canales de aire (Canal 3 y un canal de Tranque Lauquen). Se reservaba la carga de la
batería, para escuchar o ver algunos programas específicos, entre ellos, escuchar
algunas radio-novelas (Santos Vega, Hormiga Negra). Seguramente, muchos recordarán
todavía cómo se podía escuchar Radio Colonia de Uruguay.
Más adelante, irían cambiando estas condiciones de vida con la introducción del
alambrado y los molinos de viento, que aliviaron el trabajo.
Alrededor de la década de 1950 en adelante, se produciría en la zona el acceso a la
propiedad de la tierra. Como ejemplo, se puede mencionar que el campo de 91 Ha que
fuera de propiedad de Cecilio Barabaschi, en Colonia La Paz, Lote XIII fue comprado
el tres de enero de 1958 en Santa Rosa a los Sres. Naveira, a seiscientos cincuenta pesos
m/n la Ha.
La propiedad de la tierra primero y la llegada de la electrificación rural después,
significarían un salto cualitativo que acercó el modo de vida rural al urbano.
Con ella, llegaron a los campos muchas de las comodidades de las que disfrutaba el
habitante del pueblo: televisión, teléfono, heladeras, y motores que fueron
reemplazando el trabajo manual.

LAS TAREAS PROPIAS DEL CAMPO

El trabajo en el campo se iniciaba a hora temprana, a veces estando aún oscuro6 o ni


bien aclaraba con la luz solar, aún con las bajas temperaturas del invierno y se realizaba
manualmente.
Requería mucha mano de obra, dado que las duras tareas no estaban mecanizadas, y
se realizaban en su mayoría a mano, empleando la mano de obra de los miembros de
toda la familia, y a veces, contratando peones y boyeritos.
Por esta razón, tal como expresa Antonio Clara en su testimonio, los niños “se
hacían grandes” a los trece o catorce años, aunque ya a más temprana edad se les
asignaba algún trabajo: juntar los huevos, encerrar los terneros, entrar la leña, boyerear
los animales. Ayudar en la casa era común, recuerda Francisco Alfonso.
El caballo tuvo un rol muy importante en estos tiempos, dado que al no existir
maquinaria con motor a explosión, era la fuerza utilizada para movilizar arados,
sembradoras, trilladoras, chatas para cargar y transportar bolsas. Pero también, por
emplearse para la movilidad ya sea montado sobre él, para los sulkys, o las “chatitas
rusas”. En estos vehículos se movilizaban los campesinos y sus familias para visitarse
entre sí, concurrir al pueblo, mandar los hijos a la escuela; o las chatas playas, utilizadas
fundamentalmente para el transporte de las bolsas con cereal.
De allí que en cada campo, se apreciaba un buen número de ellos, preparados
(amansados) específicamente para cada función: de andar, de tiro.

FOTOS VII - IX

Trabajos Agrícolas:

Las tareas agrícolas se realizaron primero con arados mancera, tirados por un solo
caballo y dirigidos desde atrás por personas mediante un sistema de varas, luego, con
arados de dos rejas al que ya se incorporaba la fuerza de cuatro caballos que tiraban de
él y sobre el que el trabajador rural iba sentado pudiendo regular la profundidad de
arado del suelo mediante palancas.
La siembra, con el arado mancera, se realizaba “al voleo”, las semillas se colocaban
en un morral y se esparcían sobre el surco con la mano.
Luego, con sembradoras tiradas por caballos.
Ya avanzados los años, se incorporaron los tractores: como relata Antonio Clara,
algunos, marca CASE (los primeros, con sus ruedas de hierro) y otros como los
SOMECA, los JOHN DEERE. Y las trilladoras fueron reemplazadas paulatinamente
por las máquinas cosechadoras.
En tiempo de cosecha, se necesitaba mucha mano de obra. Inicialmente, la
recolección del cereal se realizaba con una máquina espigadora, (Mc Cormick,
Deering) a la par, marchaba un carro con un catre7 donde ésta volcaba las espigas del
cereal que un pistín8 acomodaba.
Luego, se llevaba cerca de la casa y se hacía una parva. Posteriormente, venía una
trilladora que separaba el grano de la espiga. Este se guardaba en bolsas de arpillera,
que una vez llenas, se cosían con una aguja e hilo especiales para ello.
Una vez cosidas, las bolsas se desplazaban por una plataforma hacia el suelo, donde
se apilaban para su posterior recolección por medio de las chatas, se trasladaban hacia
los galpones donde se almacenaban algunas para comida de los animales (aves, engorde
de cerdos, caballos) , se reservaban para la siguiente siembra (semilla), algunas bolsas
de trigo, se llevaban al molino harinero de Heipp9, a quien se le dejaban bolsas de trigo
o de harina como pago (cuyas instalaciones aún están en pie, como depósito municipal)
para hacer la harina para el consumo familiar, y el resto, se trasladaba al pueblo para el
acopio en los galpones del ferrocarril de propiedad de las firmas de ramos generales:
Zamarbide, Larco, Mirochnik, Fernandez y luego proseguían su camino en tren hacia el
puerto de Buenos Aires.
Del molino harinero, se llevaba también el afrechillo que se utilizaba, mezclado con
leche o suero, para dar de comer a los patos y pollos.
Pero previo a este proceso, y si el alquiler estaba pactado de ese modo, cuando las
bolsas estaban aún en el campo del arrendatario, venía el administrador del propietario
con un calador. Mediante esa herramienta, procedía a verificar la calidad del cereal, y
marcar con un sello las bolsas que le correspondían como parte de pago del alquiler del
campo (generalmente el 15 o 20 % de lo recolectado). Estas bolsas debían luego ser
entregadas por el arrendatario en el lugar que el administrador disponía, en el pueblo.
Los últimos años, los arrendamientos se pactaban en dinero. Ema Falletti de
Barabaschi recuerda que alquilaban la chacra del Lote XIII a cinco pesos la hectárea, y
que en ese tiempo un kilo de carne valía veinte centavos. También, el Director de la
Escuela de El Guanaco tiene registrado en sus apuntes el precio del alquiler, que ronda
los tres pesos la hectárea.
Las bolsas de arpillera que iban quedando vacías, se guardaban para la próxima
cosecha. Si tenían roturas importantes, por las cuales se podía perder el cereal, se
remendaban con pedazos de bolsa vieja pegados sobre las roturas con engrudo. Esta
tarea solía estar a cargo de mujeres y niños.
El chacarero, en general sacaba fiado todo el año en el almacén de ramos generales, y
con la cosecha, el almacenero se cobraba la cuenta de la libreta y volvía a iniciarse el
círculo, si el año venía malo, las finanzas del chacarero se complicaban, y por ende,
también del comerciante. (Esto fue lo ocurrido en el año 1937 en la zona, en que la
sequía asociada a los grandes vientos, provocó la pérdida total de las cosechas, la
imposibilidad de que los chacareros pagaran sus deudas, dando como resultado el éxodo
de muchos colonos a otras provincias del país, y también de los comerciantes de
Winifreda.)
De a poco, estas tareas fueron cambiando. A la trilladora, (que en Winifreda poseía el
Sr. Tonelli, contratista) le siguió la máquina cosechadora, primero tirada por caballos, y
luego, la automotriz, aunque continuaba embolsándose el cereal.
Las bolsas de arpillera y las chatas, fueron reemplazadas paulatinamente, por los
camiones que transportan los cereales a granel. La cosecha a granel fue disminuyendo
la demanda de mano de obra.
La mecanización de las tareas del campo, fue una de las causas del despoblamiento
rural. Según una guía comercial de 1945, Winifreda tenía en su área rural 962
Habitantes. Según el censo 2010, el total de población rural del ejido es de 554
habitantes.
Este despoblamiento, iría cambiando paulatinamente la vida cotidiana, de las
instituciones y las costumbres de los campesinos.

La esquila

Hacia la llegada de la temporada estival, una tarea a desarrollar era la esquila de las
ovejas en aquellos campos que poseían este tipo de ganado. En principio, la esquila se
realizó de modo manual, mediante tijeras especialmente diseñadas para ello. Los
esquiladores se ubicaban en los corrales, desplegaban sus tijeras, la piedra para afilarlas,
los baldes con agua, los lienzos de bolsas de arpillera. Iban esquilando y colocando la
lana en los lienzos que luego se ataban. En algunas familias esta tarea la hacían ellos
mismos, en otras, contrataban personal que lo hiciera. María Gruber de Guinder,
recuerda a un esquilador de la zona, el Sr. Castillo.
La lana obtenida, tenía varios destinos: la confección de colchones y almohadas, se
hilaba para tejer prendas de vestir, y se vendía en las barracas, o también, a los
ocasionales compradores que pasaban por los campos.
Más tarde, se emplearon máquinas esquiladoras.

La economía doméstica

Todo se hacía en casa. Cada familia tenía sus vacas lecheras, que se encerraban todas
las noches en los corrales, separadas de sus crías (terneros) con la ayuda indispensable
de los perros, enseñados para la tarea en general, a cargo de los niños. Así, podían ser
ordeñadas a hora temprana al día siguiente, a veces, cuando había bebés, se acudía al
corral a ordeñar en plena noche para darle la leche. Una vez obtenida la leche, se le daba
distintos usos: para beber (café con leche, mate cosido, leche con cascarilla de cacao); o
se procesaba para hacer queso casero, se desnataba para obtener crema y también para
hacer los panes de manteca a partir de la crema: ésta se batía hasta que se ponía cada
vez más espesa y cambiaba de color: del blanco al amarillo, luego con las manos se
apretaba y se le iba quitando el suero, hasta lograr el pan de manteca. Cada una de estas
tareas, requería del conocimiento de una técnica y la colaboración del grupo familiar
incluyendo los niños y niñas.
Todos estos productos, se utilizaban para el consumo familiar y eran además
empleados por las mujeres en la elaboración de recetas típicas de los países de origen:
Strudel, Kartofeel Kleiss, Krebel, Riwel Kuche, “Pastasciutta”, tallarines, ñoquis,… y el
pan casero, (Brott para los alemanes) en el horno de barro. También, solían
comercializar el excedente en el pueblo, al igual que los huevos de gallina.
En ninguna chacra faltaba la quinta donde se cultivaban verduras, y la huerta para
obtener melones, sandías, zapallos. Esta última, en general, se hacía más alejada de las
viviendas, en una parte que se dejaba sin sembrar de alguna parcela cultivada, por
ejemplo, con maíz.
En el Lote XIII, se destacó por sus huertas con sandías, Germán González. Las había
redondas, ovaladas, y rojas o amarillas en su interior. De todo tamaño y tipo y en
cantidad abundante. Regalaba a sus vecinos, y solía venderlas en el pueblo.
La vida cotidiana era sacrificada, y austera. Como testimonia María, no había dinero,
y no se gastaba “como ahora”.
Además de las tareas propias de cada chacra, muchos salían a trabajar afuera para
“hacer un peso”, colaborando en tareas de arreo, siembra, de cosecha, juntando maíz
(esta tarea se realizaba a mano: las personas juntaban las mazorcas de maíz arrastrando
entre sus piernas, por el surco, la maleta que sostenía mediante un cinto a su cintura.
Este trabajo lo realizaban tanto mujeres como hombres, y hasta los niños).
En estas circunstancias, a veces las mujeres quedaban solas con sus hijos pequeños
en las chacras, hasta tanto terminaban las tareas en las que se había “conchabado” el
esposo. También, solían nacer los hijos mientras el padre se encontraba ausente
trabajando afuera (así relata su nacimiento Antonio Clara, ocurrido en La Delfina en
1927)
Al pueblo, como llamaban los habitantes de las colonias a la localidad de Winifreda,
iban generalmente los hombres cada quince días o más, utilizando las chatitas rusa, los
sulkis o de a caballo, para traer lo que no se producía en la propia chacra: alguna fruta
de vez en cuando, vino, tabaco, alguna otra bebida, retirar las cartas de la estafeta
primero y del correo después, algún medicamento cuando ya estaba instalada la
farmacia (Una de las primeras, la de Goluboff) , alguna herramienta para el trabajo en el
campo o utensilio para el hogar. Las mujeres rara vez iban al pueblo. Permanecían en la
chacra, cuidando los hijos, y los animales.
Debe señalarse, el rol desempeñado por los mercachifles, una especie de vendedores
ambulantes que recorrían las chacras vendiendo todo tipo de mercancías. Llegaban con
sus carruajes cargados, recorrían las chacras, compraban (huevos, aves, cueros) y
vendían (yerba, azúcar, bebidas, tabaco, golosinas) a la vez que se quedaban a pernoctar
en alguna de las chacras mientras realizaban el recorrido. Uno de ellos de apellido
Fanfliet, que solía recorrer los campos de La espiga de oro, otro, de apellido Rafo
pasaba por el Lote XIII.
Para conservar los alimentos, existían diversas técnicas. Una de ellas, era guardar la
carne en la fiambrera, una especie de jaula con un tejido igual al utilizado hoy en los
mosquiteros, de modo tal de protegerla de las moscas y otros insectos, generalmente,
envueltas además en bolsas de tela blanca que se reutilizaban (bolsas de harina, de
yerba, etc.)
Estas bolsas también se usaban para hacer repasadores.
Si se carneaba un animal para el consumo (cerdo, cordero, aves) se los limpiaba y
luego, se colgaban al sereno durante la noche. Incluso, los animales más grandes se
colgaban en la parte más alta de los molinos, para que se enfriaran. El resguardo de las
altas temperaturas, se hacía bajando la carne al pozo del molino durante el día, por ser
un lugar más fresco. También al pozo del molino, se bajaban en baldes las bebidas que
se consumían para conservarlas más frescas, o bien, se preparaban botellas a las que se
les cocían bolsas de arpillera alrededor, se enterraban en la tierra y se mojaban para que
estuvieran más frescas.
Algunas familias, tenían un sótano en la vivienda, que era un lugar más fresco.
Allí se guardaban las facturas (chorizos, jamones, bondiolas) los quesos, las
conservas que se hacían en la casa.
Más tarde, se incorporaron las heladeras que funcionaban con kerosene, un gran
adelanto para la época, que permitía mantener más tiempo los alimentos, y refrescar las
bebidas.

Las carneadas
Las carneadas tenían algo especial. Una, por la fecha. Se realizaban en pleno
invierno, en días y noches muy frías, duraban dos o tres días y reunían a familiares y
vecinos que colaboraban entre sí y recíprocamente en esta tarea.
Los cerdos destinados a la faena, eran encerrados un tiempo antes y se alimentaban
especialmente para ello, con maíz o cebada para obtener una mejor calidad de la carne
que luego sería procesada.
Eran jornadas de trabajo intenso, donde se pasaba mucho frío, pero además, con un
toque festivo, dado que se reunían, comían juntos, abundaban las masas hechas por las
mujeres, en algunos casos, se hacía alguna ronda de naipes.
Una vez que se carneaban los cerdos, había una suerte de división del trabajo. Las
mujeres en general, hacían las morcillas a partir de la sangre de los animales, y con
ayuda de los niños, les tocaba limpiar los intestinos de los cerdos carneados, que eran
luego los que se utilizaban para embutir chorizos, morcillas.
Para esta limpieza se requería dominar la técnica de vaciado, y lavado.
Se utilizaban todas las partes de los animales, no se tiraba nada.
Se obtenía la grasa de cerdo, que se empleaba luego durante el año para cocinar; los
jamones; las bondiolas; pancetas; chorizos; salames; morcillas; el queso de cerdo; los
chicharrones que se usaban para las tortas; los huesos que se conservaban en sal y luego
se hervían.
Cada producto tenía una técnica para su obtención, que difería: si se cocinaba o no, el
prensado, los días en sal, colgarlos en el lugar adecuado. De ello, dependía la calidad y
la posterior conservación, ya que los embutidos se conservaban de año a año.
Los chorizos, una vez que comenzaban a endurecerse demasiado, se ponían en grasa
para poder seguir consumiéndolos.

Las yerras

Cuando los chacareros pudieron comenzar a criar animales en sus campos, o cuando
accedieron a la propiedad de la tierra diversificando las tareas agrarias, se comenzaron a
llevar a cabo en las colonias, las yerras.
Al igual que las carneadas, tenían una mística especial. Eran esperadas por los
vecinos, que eran invitados a participar con sus familias en el evento. No eran tiempos
de teléfonos, ni de redes sociales, la invitación se hacía personalmente, de casa en casa.
Era un día en que los hombres trabajaban con los animales, demostrando sus dones
de pialadores, y en los que se quitaba la cornamenta a los animales, se castraban,
marcaban. Más tarde, también se los vacunaba en esa jornada.
Las mujeres preparaban masas para la ocasión (pasteles, riwel kuche, kleiss, tortas,
bizcochuelos) y los hombres hacían el asado.
Cuando amainaba el trabajo de la yerra, como recreación, solía jugarse a los naipes, o
a la taba.

EL ROL DE LA MUJER CAMPESINA

Las mujeres tenían roles muy distintos a los actuales. También la mirada de la
sociedad sobre ellas, era diferente, y diferentes las costumbres. Era esposa y madre, y
tenía reservadas algunas tareas propias de las amas de casa (lavar, planchar, cocinar).
Tareas que se llevaban a cabo empleando los artefactos domésticos de esa época: el
lavado se hacía a mano, en bateas de cemento o fuentones de zinc para toda la familia,
numerosa en su mayoría.
Mucha ropa se almidonaba y luego se planchaba absolutamente toda, con la plancha
de hierro primero (se calentaba sobre la cocina a leña) luego a carbón, progresando
después a la plancha a nafta y a gas.
Madres y abuelas confeccionaban la ropa para la familia, el ajuar y pañales de tela
para los bebés, que eran higienizados y vueltos a usar y la ropa blanca, que muchas
mujeres bordaban a mano. También, remendaban pantalones, camisas y demás prendas
cuando se rompían.
Tejían a mano con lana sus pullovers y sacos de abrigo, además de las medias con
cinco agujas.
Pero además, las mujeres colaboraban en las tareas rudas del campo a la par de los
varones. Tal como relata Maria Gruber de Guinder, siendo mujer le tocó hacer adobes,
levantar una casa junto con su madre, además, como relata Ema Falletti de Barabaschi,
“hombreaban” bolsas, hacían tareas de a caballo, sacaban agua con el malacate, hacían
quinta, ordeñaban, hacían queso, crema, criaban aves.
Las mujeres campesinas también pintaban las paredes internas de la casa, con pintura
a la cal. En general, lo hacían de noche, a la luz de la lámpara a kerosene y con moldes
con los cuales decoraban las paredes con dibujos de flores. Así relata María Gruber de
Guinder que lo hacía su mamá, y recuerda haberlo hecho Ema Falletti de Barabaschi. Y
arreglaban el piso de barro de las habitaciones para mantenerlo firme.
Tenían una especial habilidad para, con papel de diario recortado con las tijeras,
diseñar una especie de carpetas que colocaban en los estantes de los aparadores. Era
común verlos en todas las casas de campo de la época.
También, hacían flores de papel crepe a los que daban distintos usos: decorar la casa,
regalar para los cumpleaños y hasta para llevar a velorios o al cementerio.
En época de cosecha, les tocaba cocinar no solo para la familia sino para quienes
venían a realizar los trabajos, y en las yerras, si bien los hombres hacían el asado, las
mujeres proveían los pasteles y las tortas para toda la jornada.
Para cocinar, (también para tomar mates, calentar agua) utilizaban la cocina a leña o
económica como la llamaban. Esto requería tener una provisión de leña, cortada con el
hacha, en la cocina. En alguna ocasión, por escasez, algunas familias utilizaron estiércol
de vaca seco para alimentar el fuego.

FOTO II

La cría de aves

Especial habilidad, poseían las mujeres campesinas para echar las gallinas culecas en
el tiempo justo, controlando todo el proceso durante los veinte días aproximadamente
hasta el nacimiento, para proteger los nidos y las aves recién nacidas de los predadores,
como las comadrejas, habituales visitantes no deseadas de los gallineros, para que las
gallinas no abandonaran el nido y demás secretos propios de esta tarea.
Las mismas habilidades y cuidados, se repetían para la crianza de pavos, con el
agravante que éstos solían ser muy caminadores, yéndose las pavas y sus crías a la
chacra de algún vecino, que muchas veces… no retornaban a su legítimo dueño todos
los que habían llegado de visita.
Las mujeres y niños se encargaban de alimentar las aves, esparciendo en el patio el
cereal en hilera. Era, en general, el momento en que con un gancho de alambre, se
agarraban los pollos o pavos que se destinaban al consumo. Para ello, se palpaba el
peso y el tamaño del buche. Si pasaba la prueba, se lo carneaba, pelaba y despanzaba
para el consumo. Sino, volvía a la fila y a la vida libre hasta completar su crecimiento, y
hasta que le tocara nuevamente en suerte el gancho de alambre.
De las aves, también se aprovechaban los huevos, que meticulosamente se juntaban
todos los días, incluso dos veces por día en verano para que estuvieran frescos (las altas
temperaturas los descomponen fácilmente) tanto para el consumo familiar como para la
venta, que generalmente se realizaba en el pueblo.

La elaboración de conservas

Alguno de los productos de las quintas, eran envasados en conserva para prolongar
su durabilidad y posibilidad de uso. Así, se hacían salsas de tomate, ajíes, cebollas,
zanahorias en vinagre, también escabeches.
En general, esta actividad era llevada a cabo por las mujeres.
En el Lote XIII, durante la década de 1960 cumplió un rol fundamental el INTA
Anguil en muchas de estas tareas, mediante extensión.
Periódicamente, concurrían “el ingeniero” y “la asesora” (así se los recuerda)
quienes reunían a los vecinos en el club y los asesoraban, precisamente, sobre tareas
agrícolas a los hombres, crianza de aves y demás a las mujeres.

LA ATENCIÓN DE LA SALUD

Al principio, los hijos nacían en las propias casas del campo, con la ayuda de
vecinas avezadas de oficio en la tarea: las comadres de la zona, que oficiaban de
“parteras”. Entre ellas, quienes han brindado su testimonio recuerdan a Pascuala de
Lej (la mamá de Cándido Lej) quien ayudó en el nacimiento de Ema Falletti de
Barabaschi en el año 1925, y a Bárbara Hollman de Manifior. Muchas veces, las
mujeres quedaban solas porque sus esposos estaban trabajando en otros campos, y se
producía la llegada de los hijos, con la ayuda de otras mujeres (tal como relata su
nacimiento Antonio Clara).
Los médicos se afincarían años más tarde en la zona, en el espacio urbano, y a ellos
acudirían desde las chacras circundantes cuando fuera necesario. (Dres. Smith -1922-,
Alemán, Bernechea, Herrera Vega, Armengol, Bhastron, Litvinov, Baldovino, Davor ,
el primer dentista llegado al pueblo en 1926, Dr. Francisco Navarro, y luego en tiempos
ya más cercanos a los actuales, el Dr. Curino, dentista Carnicero)
Hasta tanto esto ocurrió, y en simultáneo también, eran las “curanderas” las
encargadas de aliviar males y dolores, que con sus dones transmitidos de generación en
generación y mediante cintas, medían y curaban empachos, las “ojeaduras” con platos
con aceite y agua, los esguinces en platos con agua y granos de trigo. También, se
asistía a ellas cuando los animales “se agusanaban”. Una de ellas, la Sra. Bartel de
Colonia El Destino y doña Ana Campana en el Lote XIII.
Se utilizaban además, remedios caseros: el unto sin sal (grasa de cerdo seleccionada
y guardada para la ocasión) que tenía diversas aplicaciones, una de ellas, las infecciones
en heridas o las causadas por alguna espina. Cataplasmas, ventosas (suerte de vasos de
vidrio que se impregnaban con alcohol, se encendían y se colocaban en la espalda, de
modo tal que atraían hacia afuera los males que aquejaban al enfermo), el té de ruda
para los parásitos, los sapos colocados sobre la zona para aliviar el dolor de muela…
son algunos de los recordados.
Las primeras farmacias a las que podían acudir tanto pueblerinos como campesinos,
fueron: Goluboff , Chiarvetto.

LA VIDA SOCIAL

Los colonos vivían austeramente, pasaban privaciones, pero eran muy solidarios. Se
ayudaban entre sí en los quehaceres, se prestaban las herramientas y a veces hasta
dinero, sin mediar entre ellos pagarés ni contratos, porque tenía valor la palabra
empeñada.
Las familias eran muy unidas, en muchas vivían incluso los abuelos integrados en
los hogares. Pero no se privaban de diversiones. Una de ellas, era juntarse en alguna
casa, jugar a los naipes, y bailar al compás de la vitrola, muchos recuerdan que cuando
se les rompía, alguno movía los discos con el dedo para seguir bailando.
Se desplazan de a caballo, en sulkys, o en las chatitas rusas. No faltaban los chistosos
que preparaban alguna “sorpresa” para los visitantes a la hora en que tenían que regresar
a sus hogares: aflojar el recado del caballo, para que al intentar montarlo, el jinete se
cayera; dejar un zapallo agujereado previamente prendido fuego adentro en alguna
tranquera del medio para asustar, y anécdotas por el estilo.
Más tarde, y producto de las buenas cosechas, algunos chacareros pudieron acceder a
los automóviles Ford A, Ford T. Angel Cordone, quien se instaló en Winifreda durante
los primeros años y tuvo desde 1923 la agencia Ford, testimonió este hecho en sus
apuntes, registrando la venta de cuarenta autos durante la cosecha 1923/24 (muy buena
y a buen precio) y de cincuenta autos nuevos en la cosecha 1925/26.

FOTO XII
Dos instituciones marcaron la vida de los habitantes de la colonia, surgidas por la
iniciativa propia de los vecinos que las motorizaron, crearon sus instalaciones y le
dieron vida durante muchos años: la escuela rural, y el club, con una característica: en
general una estaba construida frente a la otra (Lote XIII, El Guanaco).
Las escuelas surgen en el espacio rural muchas hacia fines de la década de 1920 por
la iniciativa propia de los colonos, que hicieron los adobes, levantaron las paredes, y
luego se ocuparon de peticionar ante las autoridades del Consejo Nacional de
Educación, por la llegada de los maestros. Así surge la escuela de Bajo de las Palomas
(1921) cuya Directora fue Argentina Barzola; Escuela del Lote XII (1921) con su
Director José Quiroga; la Escuela Nacional Nro. 173 del Lote XIII (23-5-1922), su
Director fue Aquiles Buey Moradillo (de esta escuela, se recuerdan con mucho afecto
también a los maestros Baretta quien falleció en ella, la Sarita Directora Angélica Otero.
Y la última Directora Sra. María Angélica González, hija de vecinos de la colonia),
también se recuerda a David Torres y su señora de La Delfina. Más tarde, se crea la
Escuela Nro. 295 de El Guanaco, cuyo primer Director fue Rafael Benjuya.
Es de destacar el rol de estos maestros y maestras, que vivían en el seno de la
comunidad, en la casa que tenía la propia escuela, o en la casa de alguno de los
chacareros.
Muchos han quedado en la memoria de sus ex alumnos y sus familias, y conservan
hacia ellos un gran cariño.
La escuela tenía una cooperadora, que en forma mancomunada con el club,
desarrollaban actividades.
Se recuerdan los actos patrios; las obras de teatro (En el Lote XIII y en La Delfina).
A ellas, asistían numerosos niños, que llegaban aproximadamente a cien en algunos
años, lo cual da idea de la cantidad de habitantes de la zona rural y el número de hijos
en las familias. Eran escuelas multigrados, donde uno, dos o tres maestros, enseñaban
de primero a sexto año. No todos culminaban la educación primaria, llegaban a veces a
hacer tercer o cuarto grado, y luego abandonaban la escuela para ayudar en el trabajo de
la chacra, esto le ocurría a niñas y niños.
Para asistir los alumnos y alumnas recorrían largas distancias: una legua (5 Km), dos,
diariamente, desplazándose a caballo, en sulkys o chatitas rusas, en general iban varios
hermanos de la misma familia.
Con el correr del tiempo y el despoblamiento rural, muchas de estas escuelas fueron
desapareciendo, como la Escuela Nro. 173 de Colonia La Paz, Lote XIII cerrada durante
la década de 1990. Hoy solo queda parte de su estructura, muy deteriorada, y la
impronta en la memoria de quienes transitaron por ella, a veces, dos o tres generaciones
de una misma familia.

FOTOS IV- X

Los clubes, cumplieron un rol central en la vida social. A ellos se asistía


asiduamente, los días domingo a jugar fútbol, a las bochas, a los naipes.
Concurrían tanto los hombres como las mujeres y los niños, cada grupo participando
en lo propio: los niños jugaban a la mancha, la escondida, la rayuela. Las mujeres,
desarrollaban largas tertulias donde intercambiaban noticias sociales, recetas,
instrucciones para hacer algo, consejos para la crianza de los niños, alguna partida de
chinchón, y los hombres al fútbol, a las bochas y largas partidas de truco y dados. En el
club del Lote XIII también las mujeres conformaron en un momento, un equipo
femenino de fútbol.
Desarrollaban campeonatos de futbol y de bocha en el que competían entre clubes.
Ese día era una gran fiesta, las familias y los jóvenes se trasladaban de un club al otro,
incluso utilizando camiones.
Durante los aniversarios, se organizaban fiestas con todo tipo de actividades: carreras
de embolsados, fútbol, bochas, carreras pedestres.
Una mención especial para los bailes. Una vez organizado el baile con las orquestas
que llegaban desde Santa Rosa, Barón, u otros lugares, había todo un ritual familiar y en
la vecindad para su asistencia. Las orquestas recordadas son: Lovera de E. Castex;
Pablo Kisner y Pedro Yicarean de Colonia Barón; Galende de Trenel; José Cambareri y
Alfredo Parasaco de Santa Rosa.
Las familias asistían al baile acompañando a las jóvenes mujeres. Los varones iban a
los bailes de traje.
Los primeros acordes eran, en general, de paso doble. ¡Y ahí se llenaba la pista!. Hay
una anécdota cuando surge el Club D.F. Sarmiento del Lote XIII: este club, construido
por los chacareros de la zona con adobes, una vez que tenía levantadas sus paredes y
faltaba el techo, fue cubierto con bolsas de arpillera vacías desplegadas en el mismo
para poder ser utilizado. También, como tenía al principio piso de tierra, luego de la
primera presentación y del movimiento de los bailarines, se levantaba polvareda, por lo
cual cuando paraba la música, se regaba la pista para acondicionarla y seguir bailando.
Al baile se concurría en sulkys, chatas rusas o de a caballo primero. Luego harían su
aparición en escena, los Ford A, los Ford T, los Chevrolet y Ford de la década de 1930,
más tarde, las estancieras, las F100.
Y acá tampoco faltaban las sorpresas a la salida, cuando se debía regresar a las
chacras: intercambio de caballos de un sulky al otro, soltarle los tiros de los caballos
del sulky o de las chatitas, aflojarle las cinchas a los caballos, entre las más leves.
La invitación a la pista la realizaban los caballeros a las damas, mediante una seña
con la cabeza. Si ésta era respondida afirmativamente por la dama, ambos salían hacia la
pista, donde se tomaban con los brazos para bailar paso doble, tango, milongas,
rancheras.
En ocasiones, solían ocurrir percances en este momento: que dos caballeros invitaran
a la misma dama a bailar sin advertirlo, y al llegar a la pista de baile uno tenía a su
compañera y el otro pasaba un “papelón”, también que concurriera a la mesa a invitar a
la joven a bailar y fuera rechazado. Y quedabas como lechuzón arriba de un palo, como
dice Antonio Clara en su relato.
De allí surgían en muchas ocasiones, los noviazgos que terminaban después en
casamiento.
Cuando un caballero estaba interesado por una dama, comenzaba a frecuentar su
casa, especialmente los días domingo.
Si el noviazgo culminaba en casamiento, se organizaba una gran fiesta, que en
ocasiones duraba dos o tres días. Estas fiestas se organizaban en la casa de alguno de los
novios, donde se armaban carpas en el patio para agasajar a los invitados.
Los vecinos se visitaban frecuentemente entre sí, se quedaban a comer y a conversar
mientras se almorzaba o cenaba, y jugaban alguna partida de naipes luego de la comida
y además, los varones solían concurrir a carreras de caballos (cuadreras), a juegos de
azar como la taba o de naipes, de los que solían ser corridos por la policía por su
prohibición y clandestinidad, ya que se apostaba dinero.
En ocasiones, las familias campesinas recibían en sus chacras, visitas inesperadas:
los crotos o linyeras, trotamundos que aparecían con sus líos de lienzo o bolsas de
arpillera, pedían permiso para quedarse unos días, y proseguían su viaje a pie.
Otra de ellas, alguna pasada de Juan Bautista Vairoletto, que supo recorrer la zona.

LA INFANCIA: Juegos, trabajo y educación.

La infancia de los niños y de las niñas que vivían en el espacio rural, transcurría
entre la concurrencia a la escuela rural para dar cumplimiento a lo establecido en la Ley
1420 y para satisfacer las ansias de superación de muchas familias que así veían la
posibilidad de que sus hijos tuvieran un futuro mejor que el de ellos ; las tareas que se
le asignaban , dado que comenzaban a colaborar en el trabajo rural a temprana edad, ya
sea encerrando las vacas lecheras, juntando los huevos, dando de comer a las aves entre
otras; y los juegos.
Todos los juegos apelaban a la creatividad. Así, los huesos de los animales muertos
en el campo, se transformaban en muñecas para ser vestidas con ropitas confeccionadas
por las niñas, o servían para un juego muy similar al bowling, transformándose en
bolos para ser derribados.
Se confeccionaban muñecas de tela.
Un trozo de madera con cuatro rondanas viejas, se transformaba en un carro de paseo,
los tarros viejos de veinte litros de aceite de la maquinaria en bancos de escuela.
También, los sunchos redondos de las masas de rueda, se hacían girar con un alambre
largo.
Otro juego era el de la payana, con pequeñas piedras, y los tradicionales: escondida,
mancha, rayuela, fútbol, jugar a la casita, a la maestra y a la enfermera, el ta-te-ti,
algún juego de naipes (escoba, chinchon).
Eran común los desafíos a la hora de la salida de la escuela: a ver quién salía
primero, o quién ganaba las breves carreras de caballo que se hacían cuando el maestro
o la maestra rural perdía de vista a sus alumnos.

Palabras finales:
La vida cotidiana de los colonos ha estado siempre ligada a la localidad de
Winifreda, principal centro proveedor de servicios de los chacareros, sobre todo durante
los primeros años. Y viceversa. Los colonos, dieron vida a la localidad.
El espacio rural se ha transformado a la luz de los cambios tecnológicos, sociales, en
el modo de vida. Las familias ya casi no viven en los campos, y por ende, han
desaparecido las instituciones sociales que, creadas y sostenidas por los propios
campesinos, habían surgido en otros tiempos.
Así ha ocurrido con los clubes y las escuelas. Hoy el propietario del campo, vive en
el espacio urbano, y si trabaja la tierra, se traslada diariamente desde el pueblo, atiende
las tareas y regresa.
O bien, alquila la tierra que en un proceso inverso al de origen, quien la arrenda es
quien posee otros campos y los medios necesarios para su explotación económica.
Pero es indudable, que todo el camino recorrido, las vivencias, los recuerdos, las
anécdotas, las tristezas y alegrías, han dejado una impronta que perdura al llegar a estos
cien años de vida, tantos y tan pocos.
Los pioneros, aquellos hombres y mujeres que llegaron desprovistos de todo,
vivieron austeramente, trabajaron en el campo desde que salía hasta que entraba el sol, y
nos dejaron un legado no escrito, pero sí presente, merecen ser recordados aunque no se
han nombrado en su totalidad. A ellos, a sus descendientes, y a quienes están ligados
afectivamente a este suelo y a este pueblo, van destinadas estas páginas.
FUENTES
Testimonios de:

 ALFONSO, Francisco (Toay, 2013)


 BARABASCHI, Cecilio (General Pico, 1997)
 CLARA, Antonio (Winifreda, 2014)
 FALLETTI de BARABASCHI, Ema (General Pico, 2015)
 GRUBER de GUINDER, María (Winifreda, 2014)

BIBLIOGRAFÍA
 BARABASCHI María R. “Pampa gringa: los que debieron irse” Revista del Museo
Año 2 N° 7. Winifreda, 2000.
 BENJUYA, Rafael. Apuntes Inéditos
 Boletín Oficial de la Gobernación, 1948
 CORDONE Angel. Apuntes Inéditos (1946)
 Guías comerciales 1939 y 1945 (Sin datos de editor)
 MOLINS W. Jaime . “La Pampa”, Buenos Aires, Establecimiento Gráfico Océana,
1918.
 VISBEEK, Claudia. “Hilvanando recuerdos” Revista del Museo Año 1. N°. 4,
Winifreda, 1998
Prof. María Rosa BARABASCHI

(Con la colaboración de Andrés Ricardo HERLEIN)

Santa Rosa, Marzo de 2015.

ANEXO- (FOTOS)

FOTO I
Guía comercial donde se aprecian los nombres de las colonias adyacentes a Winifreda, sus
administradores y los agricultores (1945, Pág. 858)

FOTO II
Plancha de hierro, a carbón y a nafta (Conservadas por María Rosa BARABASCHI)
FOTO III

Lámpara y farol a kerosene. (Conservados por María Rosa Barabaschi )


FOTO IV

Alumnos de la Escuela Nacional Nro. 173 del Lote XIII., tomada en el predio de la escuela
Fecha aproximada: año 1935. La nena que está sola en el frente, es la hija del maestro. La
primera niña parada a la izquierda, es Ema Falletti de Barabaschi, cuando iba a 4to grado (el
último año que concurrió a la escuela primaria)
Foto cedida por Ema Falletti de Barabaschi
FOTO V

Bochófilos del Lote XIII: Al centro, pisando la bocha: Cecilio Barabaschi. A su derecha:
Avelino Lobos, Víctor González, Sr. Arguello. A la Izquierda: Juan Sereno (el resto se
desconoce)

FOTO VI

Equipo de futbol del Lote XIII: a la Izquierda agachado, Cecilio Barabaschi.


FOTO VII

Foto en un sulky, en un camino vecinal de la zona. Haciendo la venia: Cecilio


Barabaschi

FOTO VIII

Casa de adobe en la chacra (Obsérvese la escasez de árboles)


Familia Falletti-Barabaschi

FOTO IX
Foto de miembros de FAA sección Winifreda, y carruajes con bolsas en la estación del
Ferrocarril.
FOTO X

Chacareros de la zona, impulsores de la creación de la escuela Nacional Nro. 173 del


Lote XIII (Verdaderos pioneros) De I a D: Germán González (P) Bautista Perlo, María
Eusebia Peralta de González, Bautista Falletti (el ultimo, se desconoce)
Foto tomada durante un Aniversario de la escuela.
FOTO XI

Construcción del Club D.F. Sarmiento del Lote XIII (Colonia La Paz) Año 1949

FOTO XII
Auto comprado por la Familia Hollmann-Falletti (Década de 1930)
Automotriz de Falleti Hnos, década 1960
Despedida de la Directora de la escuela Nro 173 del Lote XIII, Sra Angelita Otera,
realizada en el Club del Lote XIII
Carrera pedestre damas, Club del Lote XIII Año aproximado 1971/72. Las damas de la
foto son: Ema Falletti, Regina Frederich, Maruca de Gonzalez, Cata Sereno, Esther (no
recuerdo apellido). Detrás, Domingo Miola.

Tareas de campo.-
1
Así se llamaba a las personas que tenían el mismo origen
2
No se tienen datos de la autoría
3
Que son en realidad, ruso-alemanes o “Alemanes del Volga” (Alemanes instalados en la zona del Río
Volga desde la segunda mitad del siglo XVII invitados a colonizar esas tierras por edictos de la
Emperatriz Catalina La Grande de origen alemán)
4
Sin datos de su autoría
5
Especie de balde esférico hecho con el cuero de vaca cocido y con la boca abierta mediante un aro de
madera o alambre.
6
Testimonios de María Gruber de Guinder, y de Ema Falletti de Barabaschi.
7
Una chata con una especie de jaula de tejido alto
8
Así se llamaba a la persona que acomodaba el cereal en el catre
9
Dato del apellido del dueño proporcionado en testimonio por Francisco Alfonso

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