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Tuvo otro objetivo más espiritual como fue cristianizar a la clase patronal de
nuestro país y para ello fundaría con empresarios afines la Asociación
Cristiana de Empresas. Entre los cofundadores tenemos a personajes como
Carlos Llorente, Hernando Campos, Miguel Nougués, Jorge Pérez Compang,
Fernando Torquinst y muchos otros.
Su meta en este mundo fue siempre ser útil al prójimo para lo cual
constantemente estuvo perfeccionándose y entre otros concurrió a la
Universidad de Harvard con la finalidad de cursar la carrera de dirigente de
empresa en Administración Superior. A su regreso y ya graduado se le
ofrecieron diversos cargos directivos en varias empresas, entre ellas, Ernesto
Tornquist y cia., FERRUM S.A., Banco Shaw, Pinamar S.A. y varias más. Pero
su empresa amada, donde ejerció full time lo que más le gustaba, el
empresariado cristiano, siempre fue su querida Cristalería Rigolleau.
Opinaba de los obreros: "No hay que olvidar que el obrero no es solo un
productor de riqueza, un instrumento de la empresa, o un engranaje de la
industria, sino un ser espiritual, cuya dignidad y valores humanos han de
estar siempre en el pensamiento de aquellos que administran las riquezas de
la tierra."
Por todo esto, está de más decir del gran amor y estima que todos sus obreros
le profesaban y que se hizo evidente cuando la cruel enfermedad se
generalizó y Enrique necesitó de sangre para sus frecuentes transfusiones. Un
día que se requirió voluntarios dadores, se presentaron 260 obreros de la
fábrica, incluidos los del sindicato de orientación comunista. El médico
responsable de las extracciones se maravilló de lo que veía y quiso saber
quien era el destinatario de tanto amor y fue hasta su casa a conocerlo. Y
Enrique expresó que ahora era feliz ya que por sus venas correría sangre
obrera. Y los obreros lo visitan en su hogar, donde manifiestan a su Esposa
que su Patrón, Enrique, supo derribar los muros que siempre habían separado
a ellos de los empresarios. Fue profundamente respetado y amado por sus
queridos obreros quienes en el momento de la muerte se lo hicieron saber y le
agradecieron su simpatía, amistad, honradez y hombría de bien.
Su pensamiento sobre el trabajo era que cada ser humano debía tener uno
interesante, que le gustase, que lo gozase para realizarse como persona,
dando lo mejor de sí sin exceso de cansancio, ni frustración, que le permita
tener el tiempo necesario para disfrutar de su familia.
En una de sus reflexiones escribió en su diario que es muy difícil que una
generación comprenda a otra, pero en mi caso particular no solo comprendo a
Enrique SAG, no solo lo admiro, no solo no quisiera que su obra quedase en el
olvido, quisiera que nuestra generación principalmente los empresarios de
este liberalismo salvaje supieran de su obra, de su existencia y se reflejasen
en las enseñanzas de este cristiano excepcional.
Enrique Shaw no tiene una calle, no tiene una plaza, no fue designado
ciudadano ilustre de Buenos Aires, pero no tengo la menor duda que la Iglesia
Católica algún día hará lugar al pedido de Beatificación.
http://www.argentinidad.com/info/biografias/shaw.htm