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Shaw empresario.

“Estando en el país del norte le llegó la noticia que se le había otorgado la


baja (de la marina) solicitada y daba comienzo a una vida de pobreza, dada su
profunda decisión de convertirse en un obrero. De su padre no podía recibir
ayuda económica ya que no pasaba un buen momento y su suegro estaba
abocado a la construcción de Pinamar. Unos clérigos canadienses le habían
sugerido ejercer funciones empresarias con el fin de cumplir el apostolado
deseado y así convertir al cristianismo a los obreros, que tendían a ser ateos.

Y es aquí donde emerge, según sus propias palabras, la providencia divina, y


un tío de Cecilia, dueño de Cristalerías Rigolleau S.A. le ofrece un puesto en
la empresa. Bajo su supervisión trabajarían 3.400 obreros, lo que entusiasma
a Enrique ya que podría ejercer su anhelado apostolado cristiano, que tanto le
interesaba. En el año 1958 llegaría a ocupar el cargo de Director Delegado de
la organización. Al evolucionar en dirigente de empresa supo que debía
trabajar para la paz social, y que esto significaba la buena relación entre
patrones y obreros y este fue el norte de su vida, de su actuación en todos los
ámbitos.

Tuvo otro objetivo más espiritual como fue cristianizar a la clase patronal de
nuestro país y para ello fundaría con empresarios afines la Asociación
Cristiana de Empresas. Entre los cofundadores tenemos a personajes como
Carlos Llorente, Hernando Campos, Miguel Nougués, Jorge Pérez Compang,
Fernando Torquinst y muchos otros.

Enrique definía al empresario como aquel que invierte su tiempo, dinero y


capacidad convirtiéndose en el factor más importante de la producción,
debiendo conocer y dirigir a los obreros para inspirarles la confianza necesaria
para alcanzar el objetivo final que es el producto terminado de excelente
calidad. Pero sin olvidar jamás su verdadero objetivo, que era llevar la
palabra de la Iglesia a los que más la necesitan.

Opinaba convencido que el trabajo es un derecho natural y cristiano, anterior


al Capital y a su beneficio, que el ser humano no debe proponerse como meta
poseer abundantes bienes y que la riqueza no debe ser un ideal en sí mismo ni
llevarse una vida mundana llena de vanidades, frivolidades y egoísmo
Obviamente muchos de sus colegas no lo escucharon y ni siquiera conocen su
trayectoria.

Debido a su fe religiosa enfrentada con el gobierno, especialmente a partir de


1954, tuvo problemas con el régimen peronista que lo detuvo dos veces,
liberándolo la primera vez en forma inmediata por falta de méritos y la
segunda de ellas a los 10 días. En estas circunstancias dio pruebas de su
caridad cristiana, ya que al serle llevado por su familia un colchón lo cedió a
un compañero que no tenía. Este hecho me fue confirmado en su oportunidad
por mi padre ya que un amigo de la Acción Católica, Amalio Fernández,
compartió esos días en la cárcel con Enrique.
Mi padre en conversaciones que manteníamos asiduamente me refirió que
cuando sucedieron los fusilamientos del General Valle y los del basurero de
José León Suárez, y algún tiempo después, en una de las reuniones que
mantenían en la Acción Católica, mi papá le comentó su beneplácito por la
decisión del gobierno de Aramburu. Enrique con toda su paciencia y amor de
cristiano le reprochó su rencor explicándole que nadie es dueño de la vida de
sus semejantes y que toda muerte venga de donde venga es Pecado y es
estéril.

Su meta en este mundo fue siempre ser útil al prójimo para lo cual
constantemente estuvo perfeccionándose y entre otros concurrió a la
Universidad de Harvard con la finalidad de cursar la carrera de dirigente de
empresa en Administración Superior. A su regreso y ya graduado se le
ofrecieron diversos cargos directivos en varias empresas, entre ellas, Ernesto
Tornquist y cia., FERRUM S.A., Banco Shaw, Pinamar S.A. y varias más. Pero
su empresa amada, donde ejerció full time lo que más le gustaba, el
empresariado cristiano, siempre fue su querida Cristalería Rigolleau.

Opinaba de los obreros: "No hay que olvidar que el obrero no es solo un
productor de riqueza, un instrumento de la empresa, o un engranaje de la
industria, sino un ser espiritual, cuya dignidad y valores humanos han de
estar siempre en el pensamiento de aquellos que administran las riquezas de
la tierra."

La empresa era su casa, donde llevaba asiduamente a sus hijos enseñándoles a


amar y respetar a los obreros, a quienes conocía por sus nombres y recordaba
sus problemas, preguntándoles cuando se cruzaban en la fábrica, si éstos
estaban solucionados o se interiorizaba por su familia. Hacía de la austeridad
un estilo de vida, no tenía chofer, sus autos eran una Estanciera IKA y otro
auto viejo. Concurría a la Iglesia del Pilar donde escuchaban la misa en
familia, explicándoles a sus hijos el significado de cada rito en la misma.
Luego iban a una quinta familiar de San Miguel donde pasaban el día en
familia, cantando y alabando a Dios. Esa era toda su actividad de fin de
semana. Detestaba ir a alguna reunión social, a donde era invitado, sin
contenido sustancial. Inculcó esta manera austera de vivir a sus hijos, a
quienes nunca les faltó nada, pero sin permitirles derroche superfluo. Sus
actividades deportivas se limitaban a correr y a la natación. Cuando
veraneaban en Pinamar les enseñaba a sus hijos a nadar más allá de la
rompiente.

En una conferencia de la Acción Católica expresaba: "Los encargados con la


responsabilidad de dirigir las empresas tienen una importancia fundamental
pues sino cumplen con su función tampoco logran que las empresas obtengan
el éxito necesario tanto para los patrones como para los obreros."

Alguna vez y ante cualquier circunstancia llegará el instante en que el Ser


Humano deberá enfrentar la muerte y sus padecimientos. Hay dos maneras de
hacerlo, con serenidad o con desasosiego. Este momento llegó a la vida de
Enrique siendo muy joven, 41 años y teniendo aun mucho por dar y de más
está decir que lo asumió con serenidad cristiana considerando Enrique a este
hecho, solamente como el traspaso de una vida a otra, el sufrimiento es la
puerta del Cielo, según sus profundas creencias religiosas. No perdió en
ningún instante la alegría ni abandonó sus tareas. Pensaba que la otra vida
estaba llena de actividad, de plenitud y que se encontraría con su madre a la
cual no conoció.

A su regreso de Harvard se le detectó una mancha que tenía en el dedo pulgar


y consultado a un médico amigo y análisis mediante, se le detectó un Cáncer
de Piel. Se le amputó dicho dedo, pero la enfermedad siguió su avance
inexorable. Convivió con este cruel sufrimiento durante casi 5 años, sin
abandonar jamás su fe ni sus empresas, es más, solo le preocupaban sus
obreros. Muestra de este profundo principio cristiano rector de toda su vida se
daría durante el año 1961 cuando la Cristalería Rigolleau se vendió y las
acciones pasaron a manos de capitales Americanos y los nuevos dueños
tomaron la decisión de dejar cesantes a 1.200 obreros de la planta que la
empresa poseía en la localidad de Berazategui dando como excusa la mala
situación económica por la que atravesaba en ese momento Rigolleau. Enrique
se opuso terminantemente a esta trágica medida que dejaba en la calle y sin
subsistencia ni medios de vida a 1200 familias. Ante esta grave situación viajó
a los EEUU a debatir con los nuevos accionistas donde expuso con sus
argumentos humanos los motivos porque no hacerlo y proponiendo soluciones,
para que desistieran de la medida y siguieran trabajando todos los obreros.
Fue escuchado y se suspendió la nefasta medida, nadie fue despedido. Véase
el año, 1961, uno antes de su muerte, con un cáncer de 4 años, peleando por
sus queridos obreros. Enrique había logrado que nadie sea despedido mientras
durase su buena conducta.

Había fundado en el año 1952, en pleno gobierno peronista, una mutual de


obreros con el objetivo de brindar a sus socios servicios médicos, subsidios por
enfermedad y préstamos para urgencias en casos de casamiento, nacimiento o
fallecimiento. Es de hacer notar que esta mutual se financiaba con fondos de
los propios obreros, pero cuando era necesario, Enrique de su propio bolsillo
aportaba préstamos para alguna urgencia.

Por todo esto, está de más decir del gran amor y estima que todos sus obreros
le profesaban y que se hizo evidente cuando la cruel enfermedad se
generalizó y Enrique necesitó de sangre para sus frecuentes transfusiones. Un
día que se requirió voluntarios dadores, se presentaron 260 obreros de la
fábrica, incluidos los del sindicato de orientación comunista. El médico
responsable de las extracciones se maravilló de lo que veía y quiso saber
quien era el destinatario de tanto amor y fue hasta su casa a conocerlo. Y
Enrique expresó que ahora era feliz ya que por sus venas correría sangre
obrera. Y los obreros lo visitan en su hogar, donde manifiestan a su Esposa
que su Patrón, Enrique, supo derribar los muros que siempre habían separado
a ellos de los empresarios. Fue profundamente respetado y amado por sus
queridos obreros quienes en el momento de la muerte se lo hicieron saber y le
agradecieron su simpatía, amistad, honradez y hombría de bien.
Su pensamiento sobre el trabajo era que cada ser humano debía tener uno
interesante, que le gustase, que lo gozase para realizarse como persona,
dando lo mejor de sí sin exceso de cansancio, ni frustración, que le permita
tener el tiempo necesario para disfrutar de su familia.

Cuando fue nombrado presidente de la Acción Católica impulsó reuniones que


fuesen provechosas, a las que mi padre concurría con alegría y donde
aprendió a apreciar a Enrique. Según mi padre nunca jamás volvió a haber
otro presidente igual en la Acción Católica. Un día en una de estas tantas
reuniones mi padre le había pedido alguna donación para la parroquia de
productos de la Cristalería Rigollau. Enrique no solo mandó a la Iglesia una
importante partida de productos sino que le regaló a mi papá una fuente que
aun está en poder de mi mamá. Este ser excepcional fue Enrique Shaw.

Su leal y sincero pensamiento eran que la función del empresariado argentino,


tenía que ser de honestidad para la empresa, para los obreros y para con el
Estado. Con respecto a Éste opinaba que había que colaborar evitando
situaciones de privilegios de cualquier tipo. La primera y esencial función del
empresariado son crear fuentes de trabajo.

En una de sus reflexiones escribió en su diario que es muy difícil que una
generación comprenda a otra, pero en mi caso particular no solo comprendo a
Enrique SAG, no solo lo admiro, no solo no quisiera que su obra quedase en el
olvido, quisiera que nuestra generación principalmente los empresarios de
este liberalismo salvaje supieran de su obra, de su existencia y se reflejasen
en las enseñanzas de este cristiano excepcional.

Durante su sepelio, Monseñor Dr. Octavio N. Derisi, manifestó las siguientes


palabras, entre otras, durante el discurso de despedida de sus restos
mortales: "Vivió para los suyos, para su hogar, para sus empresas, pero no en
el sentido material sino para brindarse incluso a sus propios obreros, que lo
querían no ya como a su patrón sino como a un amigo. Enrique Shaw puso
todo su amor en las obras que emprendió, nunca supo decir que no para el
bien, siempre encontró tiempo en su vida tan llena de trabajos, para
prodigarse y darse a los otros sin medida. .... Pocas veces un hombre será
recordado con tanto afecto, un hombre de tanta limpieza en su conducta, un
hombre que fue un testigo de Cristo y un testimonio de vida cristiana."

Discurso profundo, lleno de admiración, pero quedó en el olvido, sus


enseñanzas no trascendieron en la medida necesaria, los empresarios
contemporáneos hacen una creencia casi religiosa del dinero, de la frivolidad,
de la acumulación de Capital. Esto último no sería malo en sí mismo si llevase
como finalidad crear más fuentes de trabajo, pero indudablemente no es así,
en esta sociedad de consumo, la acumulación significa tener más para mostrar
más y sentirse poderoso. Quiero expresar una última de las muchas
reflexiones de Enrique, que pensaba y así lo dejó escrito en su diario que
dice: es bueno dar limosna al hambriento pero es mejor que no hubiera
hambrientos.

Porque este hombre de conducta ejemplar, y sin analizar sus creencias


religiosas, no tiene el sitial que le correspondería para que muchos de sus
semejantes supieran de quien tomar el ejemplo que nos llevase a disfrutar de
una sociedad más justa, más sana, más cristiana, sin desnutrición, sin
desocupación. Enrique no podría tolerar los niveles económicos actuales,
hubiese salido a dar de comer al hambriento, a dar de beber al sediento, pero
seguramente su lucha se hubiese centrado en la creación de más fuentes de
trabajo. Establezco dos clases de empresarios, los que conducen las empresas
durante el día, a la par de los obreros y empleados, dando ejemplo de vida
cristiana y aquellos que contratan gerentes profesionales y ellos viven durante
la noche en los lugares de moda. Si la empresa quiebra no les interesa, es un
número menos en su declaración jurada de ganancias. La generación de
empresarios que siguió a Enrique no se reflejó en su ejemplo y es por ello que
no hay en nuestro país una clase empresaria seria, abundan los políticos
corruptos y una opinión pública tendenciosa, que elogia o critica a personajes
mediáticos.

Enrique Shaw no tiene una calle, no tiene una plaza, no fue designado
ciudadano ilustre de Buenos Aires, pero no tengo la menor duda que la Iglesia
Católica algún día hará lugar al pedido de Beatificación.

Mi evocación y amor profundo de cristiano para este Argentino de conducta


tan ejemplar y cuya actuación está tan poca difundida en una sociedad donde
la maldad, la pornografía y la usura son las enseñanzas diarias que reciben
nuestros hijos.

Hoy con 50 años, recuerdo a aquel niño de 9 años que acompañando a su


padre despedía sin saberlo al más honesto de los empresarios que hubo en
nuestro país, y siento nostalgia y un sinsabor de no haber tenido el raciocinio
necesario de comprender que estaba viviendo un hecho histórico, estar
despidiendo a un gran ser humano de personalidad virtuosa, de estar en
presencia de un Santo.”

Pedro Eugenio Avellaneda.

http://www.argentinidad.com/info/biografias/shaw.htm

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