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Gracias a cada una de las personas que han formado parte de este proyecto,

por su excelente voluntad, compromiso y celeridad, cada una de ustedes ha


sido responsable de la culminación de el segundo libro de esta saga…y del
resultado final.

Igualmente a las lectoras y lectores, que con su entusiasmo nos dan el ánimo
necesario para seguir trabajando en nuevos libros.

Un agradecimiento especial a Kaia por el apoyo prestado en la realización


del primer libro de esta saga.

Si tienes la oportunidad y los recursos compra los libros de nuestros autores


favoritos, para seguir disfrutando de todas estas historias que nos
conmueven el corazón.
Apolimy, Esti, Kaia, Kyra, Nemesis, Rhyss, SophieD,
UsaguiSama, Xeras

Maia, Rhyss

Maia y Rhyss

Amy, Catleya, Maia, Maxiluna, Nyx, Rhyss y Yomiko

Maia y Rhyss
SEGUNDO LIBRO DE LA SERIE THE FALLEN (CAIDOS)

POR CYNTHIA EDEN

Sammael, le llaman Sam, fue un Ángel una vez. Un Ángel de la Muerte. Pero
esa cosa desapasionada, de observar desde arriba, no funcionaba para él,
cuando significaba observar a los malvados torturando almas inocentes cada
día. Puede ser que le haya costado sus alas, pero actualmente, él podía
castigar directamente a los chicos malos. El problema es, qué lo que está
complicando su vida es una chica mala…

Seline O ‘Shaw necesita protección, y con los perros del infierno pisándole los
talones, ella no va a objetar demasiado acerca de dónde pueda obtenerla.

La virtud de Sam es cuestionable, pero es increíblemente sexy, tiene un


enorme poder, y le debe un favor.

¿Y qué si de paso ella consigue una pequeña muestra de la lujuria del ángel?
Hay algunos pecados malditamente mortales malditos que merecen la pena
arriesgar el pellejo…
Agradecimientos ................................................................................ 2
Staff .................................................................................................. 3
Argumento ......................................................................................... 4
Prólogo ............................................................................................. 6
Capítulo 1 .......................................................................................... 12
Capítulo 2 ........................................................................................ 29
Capítulo 3 ........................................................................................ 43
Capítulo 4 ......................................................................................... 61
Capítulo 5 ........................................................................................ 85
Capítulo 6 ....................................................................................... 103
Capítulo 7 ....................................................................................... 123
Capítulo 8 ....................................................................................... 142
Capítulo 9 ....................................................................................... 157
Capítulo 10 ...................................................................................... 184
Capítulo 11 ....................................................................................... 199
Capítulo 12 ......................................................................................220
Capítulo 13 ..................................................................................... 237
Capítulo 14 ......................................................................................258
Capítulo 15 ..................................................................................... 274
Capítulo 16 ...................................................................................... 291
Capítulo 17 ....................................................................................... 311
Capítulo 18 ..................................................................................... 326
Capítulo 19 ..................................................................................... 345
Epílogo .......................................................................................... 355
Continua con: ..................................................................................358
Traducido por Rhyss
Corregido por Rhyss

L a muerte podía ser buena o podía ser cruel. Esta noche, se sentía

malditamente cruel.
Las oscuras alas de Sammael aleteaban detrás de él mientras observaba
a su presa. El hedor de la sangre y el sudor se aferraba a los hombres. Habían
luchado dura y largamente durante ese día. Habían matado a tantos, hombres,
mujeres y niños. Sammael había tomado las almas de los cuerpos rotos. Lo
habían visto venir, sólo los que se deslizaban del mundo mortal verían a un
ángel de la muerte, y sus ojos se habían llenado de terror.
Tantos muertos en tan poco tiempo. Había observado la matanza. Dado
un paso atrás mientras le rogaban y gritaban.
Su trabajo era sólo tomar las almas. Él les daba la paz después de tanto
sufrimiento. Él sólo servía. No hacía preguntas.
Hasta ahora.
No había ninguna razón para que estuviera en este bosque. No había
razón para que mirara a estos hombres. Ellos no estaban en la lista de la
muerte, no esta noche de todos modos.
Estaban riendo y bebiendo. Ellos no lo percibían. Nadie lo hacía, no
hasta que era demasiado tarde.
La sangre todavía manchaba sus manos.
Observar, esperar y tomar las almas cuando llegaba el momento. Ese era
su trabajo, y era el trabajo que había hecho durante siglos.
Los ángeles no sentían emociones. No sentían lujuria o amor o rabia.
No, los ángeles no tenían que sentir. Pero nunca había encajado en ese
molde perfecto. Últimamente, había estado sintiendo demasiado, y no podía
apagar la furia.
Sammael aterrizó en el suelo. Sus alas se cerraron detrás de él. Para
matar, para tomar un alma, solamente necesitaba un toque. Sólo uno.
Sonrió a los hombres. Algunos estaban rígidos y mirando a su alrededor,
como si le detectaran.
Ellos sólo lo verían cuando estuvieran al borde de la muerte.
Sammael tocó al primer hombre. La muerte estuvo a la mano para él.
Un toque y el humano cayó al suelo con una expresión de agonía retorciendo
su rostro. La risa se detuvo, y el olor del miedo se arremolinó en la nariz de
Sammael.
Sus alas negras se extendieron detrás de él, poderosas y fuertes.
Cuando los otros comenzaron a correr y a gritar, su sonrisa se extendió.
Basta de observar.
Otro toque y otro cuerpo cayó al suelo. Una y otra vez. La risa llenaba
el aire, era su momento. Él tenía el poder, y no tenía ganas de ser amable con
los mortales que lo rodeaban. Los gritos de “diablo” y “monstruo” llenaron el
aire. Los gritos eran casi insultantes, pero no esperaba que estos tontos
reconocieran a un ángel.
Lo veían ahora porque su suerte había cambiado. Ahora, estaban
marcados por la Muerte. La muerte se acercaba, no podrían luchar contra él.
No habría escapatoria.
Cuando corrían, volaba justo detrás de ellos. Atrapaba a los hombres,
los levantaba en el aire, y luego arrojaba sus cuerpos muertos de regreso a la
tierra.
— ¡Por favor... misericordia! — El grito desesperado de un hombre.
No tendría piedad.
Tocaría y mataría... hasta que ya no quedara nadie.
Cuando la neblina de furia desapareció de sus ojos, los muertos lo
rodeaban. La sonrisa aún se elevaba en sus labios cuando el viento comenzó a
azotar el cuerpo de Sammael. El viento aullaba, gritando como los muertos,
no, como esas mujeres habían gritado ese mismo día, cuando habían sido
sacrificadas. Al igual que los niños habían gritado cuando él sólo había estado
de pie allí, viendo el ataque de los bastardos.
No observaría más.
Él tenía el poder. Él lo tomaría, y mataría a cualquiera que quisiera.
El cuerpo de Sammael se sacudió en el aire. Voló, alto, más alto, mucho
más allá de las nubes y de nuevo al dominio de los ángeles. Pero no regresó al
cielo por su propia voluntad. Le llevaron de regreso.
— Sammael, — retumbó la voz de su hermano mientras Sammael caía
en el suelo de mármol, — ¿qué has hecho?
Sammael se levantó lentamente y dejó que sus alas se extendieran detrás
de él. Sus hombros rotaron mientras miraba a Azrael. Él no tenía que
responder ante el otro ángel. En la jerarquía de los ángeles de la muerte,
Sammael estaba en un nivel superior. Todos los demás debían someterse a él.
Todos ellos debían aprender esa lección.
— No te atrevas a hacerme preguntas. — Él era poderoso. Ya era hora
de que comenzara a utilizar ese poder.
Pero su hermano se limitó a sacudir la cabeza rubia.
— Los tomaste. Y no era su tiempo.
— Hice que fuera su tiempo. — No se disculpó. Su mirada recorrió la
habitación.
Pesadas y gruesas columnas blancas. Las paredes adornadas con oro.
Perfecto. Opulento.
Una prisión.
Sammael dio media vuelta y se dirigió hacia las puertas doradas.
Az apareció en su camino y le cerró el paso. El otro ángel siempre había
sido rápido.
Yo soy más rápido.
— No juzgamos, — dijo Az, con voz plana. — Entregamos a los que
nos son asignados. No debemos interferir en la vida de los seres humanos. Tú
lo sabes.
Ah, su hermano debería tener más cuidado. Casi sonaba como si una
emoción se hubiese deslizado en su voz.
— Sé que tenemos el poder de matar, — le dijo Sammael. — Así que
maté. — Y por primera vez, se había sentido... bueno. Quería más.
— No, los castigaste.
Tal vez. Pero esos hombres habían merecido un buen castigo. Ojo por
ojo, y muerte por muerte.
— Hay otros encargados de impartir castigo, — continuó Az, su mirada
azul brillante parecía arder directamente sobre Sammael. — Uriel es…
— Yo sólo serví a los principios de Uriel esta tarde. — Uriel y la banda
de ángeles castigadores que servían bajo sus alas. Ira. Destrucción.
Aniquilación.
¡Oh, cómo les envidiaba!
Envidia. Uno de los siete pecados capitales. Los ángeles no se suponía
que pecaran. Sólo los hombres podían pecar y ser perdonados. A los ángeles
no se les permitía ese lujo.
Ellos eran torturados y asesinados.
¿Qué hay de mí?
— Ellos habrían encontrado su castigo en las manos de Uriel tarde o
temprano, — dijo Sammael con un gesto desdeñoso. No retrocedería ante su
hermano. Él nunca lo haría. — Yo sólo aceleré el proceso.
Az negó con la cabeza, y su cabello le rozó los hombros. — Tú
desobedeciste.
Sammael estaba cansado de fingir. No era perfecto.
— Y voy a hacerlo de nuevo. — Dejó que una sonrisa sombría curvara
sus labios una vez más. — Los seres humanos no tienen el poder. Nosotros lo
tenemos. Yo lo tengo. — Comenzaría a usar su poder de ahora en adelante.
Los seres humanos aprenderían que debían temer.
— ¡Ese no es el camino!
— Lo es para mí. — Empujó a su hermano a un lado. — Las reglas
están cambiando. Los que se interpongan en mi camino... temerán, y morirán.
— Porque él no iba a quedarse sólo observando, nunca más.
— Hermano... — Suspiró Az después de él. — ¿Sabes lo que has
hecho?
Las puertas de oro no se podían abrir. Sammael las agarró y las empujó
tan fuerte como pudo, pero no se movieron. El viento aulló de nuevo y un
doloroso grito llenó sus oídos.
Los ángeles no sentían dolor. Pero el rugido del viento le hacía daño.
El viento levantó el cuerpo de Sammael y lo llevó por los aires.
Se quedó suspendido, batiendo sus alas sin poder hacer nada y con el
cuerpo tenso, mientras Az caminaba lentamente a su alrededor.
— Todavía hay tiempo, — murmuró Az, uniendo las cejas. — Pide
perdón, hermano. Cambia de actitud y podrás… — Observar por una
eternidad. Escuchar los gritos y no hacer nada. Ver la sangre y sólo conocer
el olor de la muerte.
Sammael mantuvo la sonrisa en su rostro. — No pediré nada. A partir de
ahora, solamente tomaré. — Vidas. Almas. Todo.
Los ojos de Az se estrecharon. — Entonces morirás.
Con esas palabras, cayó. La elaborada habitación desapareció mientras
Sammael caía del cielo. El viento azotaba a su alrededor, mordiendo su carne
mientras caía, rápido, más rápido, y… la agonía atravesó su cuerpo. Un fuego
al rojo vivo lo consumía, lo quemaba...
— Az…
Pero su hermano no lo ayudaría. Nadie lo ayudaría. Caía y se quemaba.
Sus alas que siempre fueron la parte más sensible de su cuerpo, ardieron por
completo, cada vez más calientes.
Él gritaba y gritaba y parecía que iba a caer para siempre.
Cuando golpeó el suelo, esperaba la muerte. Az le había prometido la
muerte.
Pero Sammael no estaba muerto. Roto, sangriento, y quemado, pero no
muerto.
Todavía no.
Y ese fue sólo el comienzo del infierno por venir.
Traducido por Rhyss
Corregido por Rhyss

E l diablo le debía un favor, y ya era hora de que Seline O ‘Shaw

se cobrara la deuda.
— Bueno, bueno... — Sammael, Sam, porque había abandonado hacía
mucho tiempo la versión más formal de su nombre, la estudió con su brillante
mirada azul mientras ella caminaba a través del atestado club de Nueva
Orleáns, y se dirigía a su lado. — ¿Has venido para otro baile? — Su voz
profunda cortó fácilmente a través de la risa y susurros que flotaban en el aire.
Baile. Los ojos de Seline se estrecharon.
— No esta noche. — No, esta noche ella estaba haciendo su turno en el
Sunrise y usando uno de esos vestidos negros diminutos en que todas las
camareras estaban obligadas a enfundarse antes de cada turno de trabajo.
Afortunadamente, no tenía programado salir al escenario otra vez. Era
demasiado peligroso. Sólo había bailado dos veces, y no tenía intención de
subir hasta allí de nuevo. Seline arriesgó una rápida mirada por encima del
hombro. — Tengo que hablar contigo, — dijo mientras su voz decaía.
Sam no estaba solo. Pero bueno, él era un chico malo de los grandes en
la ciudad, por lo que por lo general tenía compañía. No exactamente guardias.
¿Por qué iba a necesitar guardias? Si las historias eran ciertas, Sam podía
matar con un toque. El hombre no era un ser humano, ni nada parecido.
Así que no, los demonios a su alrededor no estaban para protegerlo,
pero sabía que estaban allí dispuestos a actuar. Al momento en que les
susurrara una orden, los demonios atacarían como perros de presa.
— Adelante — invitó suavemente, su voz grave y retumbante, — habla.
Directo.
Ella no iba a desnudar su alma con dos demonios matones a su lado. Y
Seline sabía que los hombres a cada lado de Sam eran demonios. La mayoría
de la gente probablemente habría pensado que eran humanos, seres humanos
de aspecto muy peligroso, pero no demonios.
Seline no era la mayoría de la gente, y ella sabía muy bien reconocer a
un demonio cuando lo veía. Después de todo, había nacido con la maldición
especial de ser capaz de ver a través del glamour de un demonio. No podía
permitirse el lujo de fingir que los monstruos no eran reales.
Veía monstruos todos los días.
Y cada vez que se miraba en el espejo.
—Solo. — Se aclaró la garganta porque la palabra salió demasiado
ronca. Ella realmente tendría que cuidarse de eso. No estaba tratando de
seducir a Sam, al menos no todavía. — Tengo que hablar contigo... — Dejó
que su mirada lanzara dardos a los matones — a solas.
Sam hizo un gesto con la mano derecha, y los demonios se levantaron.
Desaparecieron entre la multitud como buenos lacayos mientras Sam se
apartaba de la mesa y se acercaba a ella.
Ella no dio marcha atrás. Seline inclinó la cabeza para que pudiera
reunirse con su mirada azul. El tipo era grande, tenía por lo menos uno
noventa o tal vez uno noventa y cinco de musculosa y muy sexy altura.
También era el más mortífero hombre al que nunca había conocido. No
te olvides de eso. Recuerda quién es, lo que es. La muerte.
Extraño. Ella nunca había pensado que la muerte sería particularmente
sexy. Él lo era.
Sus ojos eran del azul más brillante que jamás había visto. Sus mejillas
eran altas, con la mandíbula dura y fuerte, y sus labios sensuales, pero con un
infaltable dejo de crueldad.
Sam la tomó de la mano.
— Ven conmigo.
Un escalofrío se deslizó sobre ella ante su toque. No había esperado
reaccionar así con Sam. La primera vez que lo había visto, ella lo había...
deseado y esa no era la manera en que se suponía que las cosas funcionaban
en su mundo. Ella era la deseada. Él el que la deseaba.
Esa era la forma en que habían sido las cosas. Puede que a ella no le
gustara la vida que le había tocado, pero no perdería el tiempo quejándose y
gimiendo por ello.
Seline no podía controlar lo que era, pero podía usar su poder.
Sam la llevó a través de la muchedumbre hasta una pequeña puerta en el
lateral del club. Una habitación privada. Sí, ella conocía el lugar.
Había estado trabajando en el Sunrise desde hacía un tiempo, y había
aprendido las reglas. Esta habitación era para los VIP. Un lugar para que
tuvieran sexo rápido, ejecutaran algún negocio, o fueran de fiesta toda la
noche. Todo sin tener que preocuparse por las miradas curiosas.
A menos por supuesto que desearan ser vistos, porque sabía de algunas
personas en el Sunrise a las que les gusta eso.
El guardia de seguridad en la puerta inmediatamente dejó entrar a Sam.
Supuso que tendría acceso instantáneo porque ella sabía que en ese momento
Sam era el VIP más importante en el lugar.
El miedo tenía una manera de hacer a ciertas personas muy, muy
importantes.
La puerta se cerró detrás de ella con un suave clic. No miró atrás.
El corazón de Seline brincó demasiado rápido cuando Sam se dio la
vuelta y cerró su mirada en ella.
— ¿Mejor ahora? — le preguntó con un gesto en sus labios. Sus sexys
labios. — Soy todo tuyo. — Cruzó los brazos sobre el pecho y la miró con esa
mirada que siempre parecía ver demasiado.
Oh, maldita sea. Ella tragó saliva. Juega el juego. — Yo…yo... estás en
deuda conmigo, Sam.
Alzó sus oscuras cejas que coincidían con su melena de color
medianoche.
— ¿Lo estoy? — Su voz sonó descuidada, pero vio la intensidad de sus
ojos.
Seline asintió rápidamente.
— Te ayudé antes. Te dije sobre el coyote cambiaformas que te quería
muerto. — ¿Quién no quería verlo muerto? Pero hace unas semanas, le había
informado a Sam sobre un coyote cambiaformas muy peligroso que había
esperado cazarlo. Esa información debía darle ese cierto poder de negociación
que necesitaba en estos momentos.
Tenía la cabeza inclinada. — Lo hiciste. — Su mirada rastrilló su
cuerpo, y esa mirada azul caliente se demoró demasiado tiempo en sus pechos
y sus muslos.
La parte superior de su uniforme se hundía justo entre sus pechos, y la
falda apenas rozaba la parte superior de sus muslos. Se movió un poco por
debajo de su mirada, pero rápidamente se contuvo. —Ahora estás en deuda
conmigo, Sam, — le recordó.
Eso llevó sus ojos hacia ella.
Su rostro, ese rostro perfecto que no debería pertenecerle a alguien tan
peligroso, se inclinó para estudiarla.
Sam podría tener la reputación de ser el diablo, pero el rostro del
hombre y su cuerpo eran pura perfección. Todo en él era tentador.
A veces se sentía como si todo en aquel hombre fuera una mentira.
Sin embargo, para ser justos, ella era bastante buena en engañar,
también.
Ella lo presionó. — Pagas tus deudas, ¿verdad? — Será mejor que lo
hagas.
— Depende de la deuda.
Esa no era la respuesta que quería.
Sam bajó los brazos y se acercó más, hasta que sólo unos centímetros de
espacio separaba sus cuerpos. La puerta se cerró detrás de ella, y cuando él se
inclinó, Sam apoyo las palmas de sus manos a ambos costados de la estructura
de madera, enjaulándola entre sus brazos. — ¿Qué es lo que necesitas, Seline?
No le sorprendía que supiera su nombre. La había visto con bastante
frecuencia en los últimos dos meses. En primer lugar, la había visto en el
Temptation. Entrar como bailarina había sido la única manera que conocía
para acercarse a Sam, y ella tenía que acercarse.
Pero cuando algunos imbéciles habían quemado el lugar, había tenido
que recurrir al plan B rápidamente. Como sabía que Sam pasaba mucho
tiempo aquí, había aceptado un trabajo de camarera en Sunrise. Todo para
estar cerca de él.
Sólo un tiempo después se había enterado de que Sam en realidad era el
propietario del Sunrise.
— Seline — Su aliento acariciaba ligeramente sobre su mejilla, — ¿qué
quieres de mí?
Levantó su barbilla, pero mantuvo las manos a los costados.
No lo toques. Protégete.
Sus cejas se levantaron.
— No voy a mentirte, Sam. — Sí, de hecho, lo haría. Mucho. — No he
estado viviendo exactamente una vida pura e inocente. — Bien, esa línea era
cien por ciento verdad. — Yo... cometí un error hace un tiempo, y ahora hay
gente por ahí que quieren verme muerta.
— ¿Por qué?
La puerta estaba cerrada. Estaban completamente solos. Ella podía
confesarse con él. — Porque maté a un hombre. — Las palabras parecían caer
en el espeso silencio de la habitación. — Yo no tenía intención de hacerlo…
fue un accidente.
— ¿Lo fue?
Sus manos se apretaron en puños. Ah, me atrapó. — No, no lo fue. —
Una vez más, esta parte era cierto. Las mentiras sólo vendrían después. — Él
era un idiota que disfrutaba lastimando a las mujeres. Usaba sus puños ante
cualquier oportunidad que tenía, y yo no iba a ser el próximo cuerpo puesto en
una caja. — Ella no sería saco de boxeo de ningún hombre.
Sus ojos la estudiaron. — ¿Tenías miedo? — Sólo a un par de cosas en
este mundo. — ¿Es por eso, — continuó en voz baja, — que siempre vas
armada?
¿Él lo sabía?
— Con un arma de fuego cerca de ti, escondida en tu bolso o... — Sus
dedos se deslizaron hacia su muslo. Arriba, arriba, acariciando su piel hasta
que encontró la funda de su cuchillo, escondido justo en el interior de su
muslo.
— ¿O la razón de que guardes un cuchillo atado a tu muslo?
— No se puede ser demasiado cuidadoso, — susurró ella, su cuerpo
rígido porque él seguía tocándola y le gustaba. No podía. Era demasiado
peligroso. Querer a Sam podía hacerla débil, y la lujuria era una debilidad que
no podía permitirse en ese momento.
Por desgracia para su especie, la lujuria era como kriptonita. Cuanto
más cerca de la tentación, más fuerte era la debilidad.
— Por lo que necesitas protección. — Su mirada se estrechó sobre ella.
—Exactamente, ¿qué significa eso? — Hizo una pausa. — ¿Necesitas un
guardián? ¿Alguien que cuide de ti? O... — Su mano izquierda se levantó. Sus
dedos se curvaron bajo su mejilla y su pulgar rozó sus labios. Se quedó sin
aliento, y su corazón se aceleró en su pecho. — ¿Quieres que mate a alguien
por ti, Seline?
Matar sería fácil para él. A veces, le preocupaba que pudiera llegar a ser
demasiado fácil.
— Yo no sé qué hacer. Me he estado escondiendo, y pensé que estaba
segura, pero me encontraron.
— ¿Ellos? — Su mano derecha todavía sostenía el muslo y parecía
quemar su piel.
— Sus amigos. Ellos saben lo que hice, y no son del tipo de hombres
que simplemente se alejan. — Dejó que el miedo se filtrara en su voz. Era
mejor sonar débil. A los hombres les gustaba que las mujeres los necesitaran,
¿no? — Ayúdame. Son peligrosos, Sam, y tienen una gran cantidad de poder.
Su mirada buscó la de ella. Entonces su boca cayó cerca de la de ella.
Seline dejó de respirar. Iba a besarla y sus hormonas se volverían locas. Ella
tenía que mantenerse controlada.
No la besó. Sólo sonrió. Y maldita sea, ella en realidad se había puesto
de puntillas para acercarse a él.
El rubor tiñó sus mejillas. No se ruborizaría. Pero lo hizo, o mejor
dicho, había empezado a sonrojarse desde que conoció a Sam. Él la hacía
sentir muy incómoda.
— ¿Qué te hace pensar que soy la clase de hombre que ofrece
protección?
Ella no creía que fuera a darle protección. Ella no era una tonta. No era
del tipo protector.
Era del tipo que mataba.
Se humedeció los labios y sintió la tensión arremolinarse en su cuerpo.
— Sé de qué clase eres. — Verdad a medias. Sabía lo que él no era. Aún
estaba trabajando en el resto. De mil posibilidades, había reducido las
opciones a una lista de las cinco primeras, y nada en esa lista era bueno.
— Y, ¿qué clase sería esa?
Ahora bien, esta era la parte peligrosa. Si había calculado mal, podría
atacarla. Menos mal que no era muy fácil de matar.
— No eres humano. — Esto lo sabía con absoluta certeza.
Los demonios no jugaban a ser perros guardianes de los humanos. La
cadena alimenticia no funciona de esa manera.
Ningún cambio de expresión cruzó su rostro. Pero su cabeza se acercó a
ella y sus labios… ¿por qué ese borde cruel tenía que ser tan sexy?
Presionados contra su boca. Ella esperaba que el beso fuera duro y áspero.
¿Qué más? Pero cuando su boca tomó la de ella, fue simplemente... un placer.
Su lengua le lamió los labios y acarició el interior de su boca. Lenta.
Fácilmente. Como si la estuviera probando.
Su lengua se deslizó para cumplir con la suya. Para degustar. Querer.
Sam.
Cuando él se retiró, tuvo que luchar para mantener sus manos fuera de
él. O, mejor dicho, tuvo que luchar para no tirarlo hacia atrás y tomar mucho
más de él.
Peligroso.
Él la observo durante un momento, y apenas se atrevió a respirar. —Yo
no soy humano, — aceptó finalmente, con la voz en un estruendo profundo.
— Pero tú tampoco, cariño. Tú tampoco.
Era cierto. Ahora bien, esta era la parte arriesgada. Un poco de medias
verdades, medias mentiras. — Ya sabes que soy un demonio. — Sí, y punto
para ella, pudo admitir la verdad sin vacilar y sin sentir vergüenza.
— Estamos en las mismas, — murmuró. — Cierto, ¿verdad?
Correcto. En el mundo de los paranormales, los Otros podían reconocer
a su propia especie. Tal vez era la forma en que la madre naturaleza se
aseguraba de que los Otros no se desvanecieran en la niebla. Si uno reconocía
a su propia clase, seguro que acoplarse con su propia especie sería más fácil.
Los demonios podían ver a través del glamour mágico que protegía a su tipo
de la atención humana. ¿La forma más fácil de saber si estás tratando con un
compañero demonio? Míralo a los ojos.
Los verdaderos ojos de un demonio eran de color de negro. El
cristalino, la esclerótica, todo era negro. Pero gracias al glamour que incluso el
menos poderoso de los demonios podía crear, los seres humanos nunca veían
esa mirada reveladora. Bueno, no a menos que los demonios quisieran que la
vieran. En ese caso... adiós, humano. Porque cuando se veía esa oscuridad, la
muerte se acercaba.
La oscura mirada de Seline estaba envuelta en un glamour, las
veinticuatro horas del día los siete días a la semana. Para ella, era tan natural
como respirar. Cuando los seres humanos la miraban a los ojos, veían una
mirada marrón cálido, no ese escalofriante negro…
Pero Sam... Sus ojos eran diferentes. Había visto su verdadero color de
ojos una vez. Sólo una vez, cuando el Temptation había estallado en llamas, y
se había quedado atrapada en el fuego. Su mirada azul brillante se había
desvanecido a negro entonces. Casi se había perdido ese cambio a causa del
maldito fuego a su alrededor.
Un resbalón le había mostrado su verdadera naturaleza. Pero el
problema era que ella debería haber sido siempre capaz de ver el negro de sus
ojos. Él no debería haber sido capaz de mantener un escudo contra ella. Sam
no era el demonio promedio. En realidad, ella no estaba convencida aún de
que fuera un demonio, porque había otra cosa poco habitual en él. Cuando ella
lo miraba con suficiente intensidad, el tiempo suficiente, Seline podía ver la
imagen oscura y sombría de... alas en su espalda.
Los demonios no tenían alas.
Claro que había oído de algunos muy, muy viejos demonios que tenían
colas y un chico con los pies hendidos, ¿pero alas? No era una cosa habitual
en los demonios.
Yo sé lo que eres. Así que esa era la mentira número uno para ella.
Cuando se trataba de Sam, ella no lo sabía. No sabía lo que realmente
importaba.
— Así que la gente detrás de ti... — Dejó caer su mirada y retrocedió. A
Seline no le gustó esa mirada calculadora con que la recorrió. — ¿Son ellos
demonios?
— No. Son seres humanos.
Él gruñó. — Entonces no deberías tener ningún problema en deshacerte
de ellos. — Frío e impávido, exactamente como ella había esperado.
— Soy un demonio de bajo nivel, — admitió ella, y bajó los ojos
porque la mayoría de los demonios podría sentirse avergonzado de admitir
esto. Ella no era como la mayoría. — Apenas un cuatro en la escala de poder.
— Esa perversa escala de poder de los demonios que había arruinado la mayor
parte de su vida. El poder de un demonio se clasificaba desde uno, poco más
que un ser humano en términos de poder psíquico, a un diez. Un diez tendría
el poder suficiente para mover los bloques de la ciudad.
No estaba tan mal. Mierda. Sus puntos fuertes residían en otras áreas.
Sus manos apretadas en puños. — Ellos me matarán. He estado
huyendo de ellos durante casi un año, pero siempre me encuentran. Quieren
venganza, y no se detendrán hasta que la consigan.
Él suspiró. — Seline...
Pronunció su nombre de la forma en que un hombre se lo diría en la
cama. Ardiente como el infierno, continuó en el mismo tono seductor que casi
le provocaba dolor. — ¿Qué te hace pensar que me importa?
Ella parpadeó. — ¡Pero... pero yo te ayudé! — Esto no estaba
ocurriendo de la forma en que lo había imaginado.
Él negó con la cabeza. — Yo no necesitaba tu ayuda con un
cambiaformas. No, un coyote nunca sería capaz de derribarme.
— Si tú no me ayudas, me van a matar. — ¿Se había perdido esa parte?
Creyó haberlo destacado notablemente bien. Tal vez debería pensar en
derramar una lágrima o dos.
— No estoy aquí para salvar al mundo, — le dijo, y luego acercó a ella
nuevamente. Espera… el imbécil no estaba tratando de abrazarla, se estaba
marchando. Luego abrió la puerta y le dijo: — Cariño, yo sólo estoy aquí para
verlo arder.
Y Sam la dejó allí, con la boca abierta. En realidad la dejó
completamente sacudida.
Mierda. Hora para el plan B y el plan B iba a doler.
Observó a Sam desaparecer entre la multitud. Sus matones cerraron un
circulo a su alrededor, y les susurró algo. Sus ojos se achicaron. Oh, ella le
haría pagar. ¿Era realmente tan cruel que no iba a ayudar a una maldita
damisela en apuros? ¿Acaso no se veía lo suficientemente angustiada para él?
Sus ojos estaban realmente generando lágrimas, ahora estaba segura de que
había visto esa parte. ¿Y el gemido entrecortado que había dado cuando él la
besó? ¡Ese gemido había sido sólo a medias fingido!
Bien. Seline respiró hondo. Una de ellas, luego otra, y dejó que las
lágrimas se acumularan. Podría ser una demonio de bajo nivel, pero también
era una actriz semi talentosa. Con el fin de adaptarse a los humanos, lo había
tenido que ser.
Sus hombros temblaban mientras ella se abría paso entre la multitud.
Seline se aseguró de apresurarse lo suficiente para pasar a Sam y sus
demonios mientras sollozaba, lo mejor para preparar el terreno para su
próximo plan.
Su mano se estrelló contra la puerta trasera del club, y ella salió. El aire
caliente la golpeó como un puño mientras se apresuraba hacia adelante. Ella
levantó la mano y señaló al hombre que sabía iba a estar esperándola.
Había tratado de hacerlo de la manera fácil, pero Sam no había
cooperado. Lástima. Tendría que llorar de verdad.
— Vas a tener que usar el cuchillo, — dijo, mirando por encima del
hombro. Sam ni siquiera salió detrás de ella. Seguro que no parecía estar
corriendo a su rescate. Pero tal vez cuando ella comenzara a gritar, él habría
llegado a jugar al caballero blanco.
El hombre del pasamontañas negro asintió con la cabeza.
Seline exhaló. Que así sea.
Ella no podía alejarse de Sam. Tenía un trabajo que hacer, y ella siempre
hacía su trabajo. Incluso aunque tuviese que sangrar para ganar su sueldo.
Y ella estaría sangrando porque ese cuchillo estaba a punto de cortarla...
El primer corte de la hoja era siempre el peor.
Sam se quedó mirando la puerta de salida cerrada. — Seline tiene un
problema, — dijo a los demonios, Marcus y Cole, a su lado. ¿Por qué me
importa? No debería importarle un bledo. — Echen un vistazo. Si es legítimo,
entonces asegúrense de que su problema sea eliminado.
Cole asintió.
— ¿Alguien la está molestando? — La voz de Cole tenía un borde
afilado. Al demonio nunca le había gustado que alguien molestara a las
mujeres en el Sunrise. Sin duda, un tipo con una debilidad por las mujeres,
incluso por las peligrosas.
— Parece que ella tiene un pasado que no se quedará muerto. — Tal vez
debió hablar más con Seline, ofrecerle protección a cambio de unos minutos
en la oscuridad, pero tenía otras cosas en su agenda.
Su propio pasado no se quería quedar muerto. Su hermano estaba de
vuelta, y si Sam se salía con la suya, estaría poniendo al bastardo en la tierra
muy, muy pronto.
Una guerra se acercaba. Sam podía sentir cómo se reunían las nubes de
tormenta.
Aunque fuera con la deliciosa Seline, no tenía tiempo para
distracciones. El virtuoso Azrael había conseguido finalmente que su blanco
culo fuera expulsado desde el cielo y era el momento para un enfrentamiento.
O para el Armagedón. Sea lo que fuera lo que llegara primero. Sam no
tenía preferencias.
Demasiados ángeles estaban cayendo. Los demonios estaban cada vez
más inquietos. Un juego de poder se avecinaba.
Y, por supuesto, él quedaría atrapado en medio del infierno.
— Averigua quién la está molestando, — ordenó, porque él no le había
pedido detalles a ella. Si hubiese averiguado más, infiernos, habría matado a
los hijos de puta él mismo, y eso no podía suceder. Tenía que patear el culo de
un ángel en primer lugar. La muerte por placer tendría que esperar para más
adelante. — Asegúrense de que no tenga que preocuparse de nuevo.
Entonces, su deuda se pagaría porque le debía Seline. Nadie había
intentado salvarlo antes. Sobre todo porque él no necesitaba ser protegido.
Pero ella lo había intentado, a su manera.
Así que a pesar de sus palabras, lo había ayudado y tal vez un día,
cuando la sangre fuera lavada de alguna forma, lo miraría como un héroe y
dejaría que la sexy Seline le agradeciera adecuadamente.
Cole asintió con la cabeza y se mezcló con la multitud. El demonio
probablemente iría a hablar con algunas de las otras camareras para poder
conseguir ayudar a Seline y sus problemas.
Sam hizo caso omiso y Marcus se dirigió a la salida. Ya había dado
órdenes a Marcus antes. Si el chico escuchaba aunque fuera un susurro sobre
Azrael, Sam lo sabría.
Empujó la puerta abierta del club hacia atrás y aspiró el olor persistente
de jazmín en el aire. El olor de Seline. Su polla se contrajo al recordar la seda
suave de sus labios bajo los suyos.
Ella no había actuado con inocencia. No Seline, la mujer que se
desnudaba y bailaba en su tiempo en el Temptation, revelando y después
ocultando al instante su cuerpo, no, ella no era inocente.
Ella sabía a pecado, y el pecado que era un afrodisíaco para él.
— ¡Ayúdenme!
El grito lo hizo girar la cabeza hacia la izquierda, y Sam vio el destello
de las piernas largas de Seline mientras corría por el callejón. Seline no estaba
sola. Un hombre con un pasamontañas negro estaba acarreando su culo detrás
de ella, y el hijo de puta tenía un cuchillo.
El cuchillo se levantó y hundió la hoja brillando hacia la espalda de
Seline.
No.
Sam se movió en un instante, usando la velocidad preternatural de su
especie. Se abalanzó sobre el pavimento, y su cuerpo se estrelló contra el de
Seline. El cuchillo se clavó en su hombro cuando él y Seline cayeron al suelo.
Asesinar. Destruir.
Sam empujó hacia arriba y apenas sintió el dolor de su herida. Se dio la
vuelta hacia el atacante, dispuesto a rasgar el alma del hombre directamente de
su cuerpo.
— Sam — Seline lo asió y lo sostuvo con fuerza. Los pasos del atacante
hicieron un ruido sordo mientras salía corriendo, pero los ojos de Sam estaban
en Seline. Ella lo miró fijamente. Sus ojos marrones nadaban en lágrimas. —
¿Cómo hiciste eso?... ¡Estás sangrando!
La sangre le corría por el brazo en arroyos profundos. El idiota había
dejado el cuchillo en el hombro de Sam.
El chico se había ido también. El chirrido de los neumáticos ralló en los
oídos de Sam. Infiernos. Apretando los dientes, Sam extendió la mano y tiró el
cuchillo de su carne. La hoja se hundió directamente en el hueso.
Pagarían por esto.
La sangre salpicó a su alrededor mientras él quitaba el cuchillo y Seline
gritó: — ¡No, no, vas a empeorar las cosas!
Lo dudaba. Ella no entendía con qué estaba tratando.
— La herida se curará. — Dentro de unos momentos, el flujo sanguíneo
se detendría, y la piel que arreglaría por su cuenta.
Arrojó el cuchillo al suelo y la miró.
El espeso cabello rubio de Seline caía sobre sus hombros. Su rostro
estaba pálido, muy pálido, y el miedo llenaba sus ojos oscuros.
Definitivamente pagarían por esto.
Le apartó el pelo hacia atrás, con cuidado de no mancharla con su
sangre.
— Pensé... — Se humedeció los labios con un golpe rápido de su lengua
rosada y susurró: — Pensé que no te importaba. Que te daba igual.
Seline no era una mujer de belleza clásica. Ni perfecta porcelana.
Pero era sexy. Malditamente sexy. Tenía unos labios llenos, los cuales
estaban haciendo un puchero y sus ojos profundos y oscuros estaban rodeados
por gruesas pestañas.
Un poco de mole dulce descansaba cerca de la comisura de sus labios,
quería lamer ese lugar. Sus mejillas eran altas y el mentón un poco afilado,
dándole un aspecto un tanto exótico.
Y el cuerpo de la mujer... cuando la había visto a su paso por el
Temptation, no había sido capaz de apartar la mirada. Sus piernas se extendían
por kilómetros y sus pechos eran altos, redondos y perfectos. El cuerpo de la
mujer fue hecho para el pecado, y probablemente podría hacer a un hombre
mendigar.
Si él fuera del tipo que mendigaba. Sam nunca lo había sido.
— Vamos. — Él agarró su mano y levantó a Seline sobre sus pies.
— No, tu brazo — Cerró los dedos alrededor de sus hombros.
— Quiero un nombre, Seline.
Ella parpadeó esos ojos sexy sobre él.
— Dime quién es ese hijo de puta, y él estará muerto. — Simplemente
hecho.
El bastardo la había atacado y dejado un cuchillo en la carne de Sam. El
tipo no estaría entre los vivos por mucho tiempo. Sam se aseguraría de ello.
También se aseguraría de que sufriera hasta sus últimos momentos. Los días
de una muerte piadosa se habían ido. Sólo la crueldad se mantenía.
— Yo no lo sé, no le vi la cara — Así es. Se había dado cuenta de la
máscara. Sam respiró hondo.
— No era necesario que vieras su cara. Tú sabías que alguien iba a venir
por ti. Ya sabes quién envió a ese hombre.
Ella se estremeció y encogió los hombros. Se puso de pie, era alta,
probablemente tres o seis centímetros bajo el uno ochenta y dos de altura, pero
a pesar de sus curvas, sus huesos tenían una sensación delicada. — Sólo
quiero que termine.
— Lo hará, — prometió. La muerte era su negocio, y el negocio estaba
en auge.
Ella lo miró desde debajo del espeso velo de sus pestañas.
— Dijiste que no me ayudarías. — Su respiración se enganchó un poco,
y sus manos se apretaron en ella.
— Mentí. — Igual que lo había hecho la primera vez.
Tragó saliva, y sus labios comenzaron a encresparse.
— El nombre.
Seline le echó los brazos al cuello y se mantuvo aferrada con fuerza. Su
cuerpo se estremeció contra él, y sus pechos se aplastaron contra su pecho.
El aroma de jazmín se elevó sobre el mal olor en el callejón y llenó su
nariz.
— Gracias — susurró las palabras contra su cuello. Sus labios rozaron
su piel, y Sam estaba bastante seguro de haber sentido la rápida lamida de su
lengua contra él. Su cuerpo se puso rígido por la tensión sensual. Cuando ella
se movió, su mano se había desplazado de forma automática. Sus manos ahora
descansaban sobre la curva de su culo.
¡Qué culo tan dulce tenía!
Pero ahora no era el momento para el sexo. Era tiempo de matar, y
podía matar a un hombre con la misma facilidad con que acariciaba a una
amante.
Después de todo, para matar necesitaba un sólo toque.
— Por favor, Sam, sácame de aquí. — El miedo hacía que su voz sonara
temblorosa. — Te lo contaré todo. — Ella se echó hacia atrás e inclinó la
cabeza mientras lo miraba. — Llévame a tu casa. Sácame de aquí.
No era lo que quería. La sed de sangre y venganza era demasiado
intensa, pero no sabía la clase de ataque que podía esperar. Cuanto más pronto
la pusiera a salvo, más pronto tendría su diversión. Sam asintió con la cabeza
y sintió el nudo en su hombro. La herida ya estaba cerrando. El atacante
tendría que hacerlo mucho mejor la próxima vez. Él no era una presa fácil.
— Vamos. —Sam mantuvo su mano en la suya mientras la sacaba hacia
la orilla del callejón. Tuvo cuidado de mantener su cuerpo posicionado en
frente de ella. Si otro ataque se produjera, él estaría listo.
— ¿Cómo te moviste tan rápido? — Su pregunta fue seguida de un
silencioso susurro después de una pausa. — Estabas tan lejos...
La velocidad era sólo uno de sus muchos dones. — Yo no soy un
demonio promedio. — Abrió la puerta de su Jaguar negro y esperó a que
entrara.
— No, — le respondió su suave voz, —no lo eres.
Sam cerró la puerta mientras su mirada recorría la calle. En la misma
calle hacia la izquierda, una camioneta negra esperaba en las sombras.
Se quedó mirando la furgoneta, y luego sonrió.
Vengan por mí, hijos de puta. Casi torció el dedo en invitación.
Porque él no era un estúpido demonio, y podía oler una trampa a una
maldita milla de distancia. Incluso aunque estuviera envuelta en aroma a
jazmín y tuviera una sonrisa bonita.
No es fácil llegar a mí.
Se subió al coche y encendió el motor.
La hora de los juegos reales había comenzado.
Con un movimiento de sus dedos, bloqueó las puertas por dentro,
encerrándolos a Seline y a él.
— Mordió el anzuelo, — dijo Alex Graham mientras retiraba el
pasamontañas de su cara. — El tonto ciego se enamoró de ella al igual que
todos los demás lo han hecho.
— Eso parece.
Rogziel se recostó en el asiento y vio las luces rojas del Jaguar
desaparecer por la esquina. El rugido del motor se hizo eco de la calle. Había
esperado tanto tiempo para este momento, y ahora, por fin, el castigo de
Sammael estaba a la mano.
Le parecía apropiado que fuera un demonio quien enviara a los Caídos
al infierno.
Sammael siempre había tenido debilidad por las mujeres y por el
pecado.
Para el momento en que Seline hubiera terminado con él, no quedaría
nada de su viejo amigo.
Bien.
¿Listo para quemarte otra vez, Sam?
Seguramente el fuego ya estaba preparado para él. Las llamas lo habían
estado esperando, y ya era hora de que Sammael se enfrentase a su castigo.
El infierno.
Traducido por Nemesis
Corregido por Rhyss

S eline sabía dónde vivía Sam. Había vigilado su casa poco

después de llegar a Nueva Orleáns. Así que cuando condujo por el desvío que
llevaba al Cuartel, le empezaron a sudar las palmas de las manos.
— Nunca me dijiste el nombre del tipo. — La voz de Sam era baja, pero
tenía un tono de crispación que la hizo tensarse en el asiento de cuero.
— J-John Moorecroft. — Pensó que el tartamudeo era una buena
adición. Porque una mujer que había estado cerca de ser apuñalada, estaría
temblando y tartamudeando, ¿cierto?
La miró. — John Moorecroft está en prisión. Su red de narcotráfico se
rompió hace seis meses, y el tipo está pudriéndose en una celda porque mató a
un policía durante la redada.
Todo era verdad, y eran hechos que salieron en las noticias de Nueva
Orleáns. Sin embargo, había detalles que no habían aparecido en los
periódicos… — Podrá estar en la cárcel, pero todavía tiene mucho poder. —
Ella se lamió los labios. — Intentó asestarme un golpe desde la celda de la
prisión. Incluso dentro, aún tiene hombres listos para saltar por él. — Por un
precio razonable. — No te cruzas en su camino y escapas inocente.
Ahora estaban en la carretera interestatal, y él estaba conduciendo
demasiado rápido. Todo a su alrededor pasaba en un borrón.
— No tengo otros nombres, — admitió ella, manteniendo la voz baja.
— No sé quién vino por mí esta noche. Probablemente, sólo algún tipo
buscando cobrar la recompensa que hay sobre mi cabeza. Yo, yo sólo quiero
que todo termine. — exhaló con prisa. — ¿Cómo crees que supieron los
policías lo suficiente como para hacer esa redada? Fui yo quien los puso sobre
aviso.
— ¿Entonces mataste al amigo de John, y lo entregaste? — silbó bajo.
— Ahora tiene una gran necesidad de matarte.
No es como si fuera la primera vez. — Yo estaba… trabajando en un
bar. — La tapadera siempre funcionaba. Era bastante fácil para ella que la
contrataran en lugares como ese y trabajar con los dueños y el personal. —
Conocí a un tipo, su nombre era Philip Drew. Philip estaba…
Demente. La locura salía a la superficie tan fácilmente cuando bebía. Se
aclaró la garganta. — Él y John crecieron juntos. Eran amigos.
La ciudad se escondía detrás de ellos, y un reluciente rastro de luces
borrosas se reflejaba en el agua. Ella deslizó la mano por la manilla de la
puerta. — ¿Dónde estamos yendo?
La miró, y una ligera sonrisa curvó sus labios. — No te preocupes. Sólo
te llevo a un lugar seguro.
Intentó devolverle una débil sonrisa, porque sus palabras deberían haber
sido reconfortantes.
No lo eran.
Él retornó la mirada hacia la carretera ante ellos. — ¿Confías en mí,
Seline?
No. Ni siquiera por un instante.
— Me refiero a que, viniste a mí, a un hombre que no conoces
realmente, y me pediste que matara por ti.
Ella tragó saliva para aliviar la sequedad en su boca. — Te pedí tu
ayuda.
— Porque soy tan jodidamente bueno ayudando.
No exactamente. — Porque no tenía a nadie más a quién acudir.
Sam salió de la autopista interestatal, y el automóvil comenzó a bajar a
toda prisa por la carretera serpenteante y con recodos que conducía a los
pantanos. No había ninguna luz allí. Sólo oscuridad y depredadores esperando.
Un desasosiego le bajó rápidamente por la espalda. El plan había
funcionado justo como lo había planeado, pero…
Algo estaba mal.
Su profunda risa llenó el automóvil. — ¿Piensas que soy un idiota?
No, no lo hacía, y ese era el porqué estaba tratando de jugar el juego tan
cuidadosamente.
Ahora estaban fuera de la autopista principal. El auto se sacudía a lo
largo de una calle de tierra estrecha. Los faros señalaban el camino a través de
la noche negra.
Finalmente, finalmente, apareció una luz más adelante. Los árboles
encorvados se abrieron, y un camino de grava aguardaba.
— Voy a comprobar todo lo que me dijiste, — dijo Sam. El Jaguar frenó
frente a un descolorido hogar prebélico. Erosionado, pero todavía fuerte contra
el pantano. ¿Y qué demonios hacía ese lugar allí, con las luces
resplandecientes? Parecía espeluznante. Como algo salido de una película de
terror. Al ser lo que ella era, Seline debería amar las películas de terror.
No las soportaba. Había suficientes monstruos en su vida real. No
quería sentarse y verlos aterrorizar a personas en el cine.
— Compruébalo, — dijo ella, en voz muy baja.
Él apagó el motor, e inmediatamente, ella fue consciente del chirrido de
algo que sonaba como cientos de insectos. Sabía que en las sombras había
cocodrilos y serpientes al acecho. Esos eran los depredadores a los que no
temía, bueno, no tanto como a los Otros que podrían aguardar en la noche.
Sam giró la cabeza hacia ella. Cuando lo miró a los ojos, sólo pudo ver
oscuridad. — Si descubro que me estás mintiendo, si todo esto es alguna clase
de trampa…
Ella no se inmutó. — Necesito tu ayuda. Hay una sentencia de muerte
sobre mí.
Él le trazó el brazo con los dedos. — No soy un buen enemigo para
tener.
Tampoco yo. Ella trató de no estremecerse con su toque, pero sus dedos
eran ligeramente fuertes, y a ella le agradaba ese deje de fuerza y de peligro.
Ella también tenía un lado oscuro, uno que parecía despertarse demasiado
fácil.
— No te quiero como mi enemigo. Sólo quiero recuperar mi vida.
— Si me dices la verdad, te daré esa vida, — Hizo una pausa, — por un
precio.
Porque todo tenía un precio. Ella nunca había obtenido nada gratis en
este mundo. Incluso su nacimiento había sido por el precio de la vida de su
madre.
— ¿Qué quieres? — preguntó. — ¿Sexo? — Tomarla sería su error. El
sexo simplemente le daría poder a ella, y a él, un rápido viaje al infierno.
— Eventualmente. — Los dedos de él todavía estaban en su brazo, y el
interior del automóvil parecía pequeño y apretado. El aroma a cuero y a
hombre impregnaba el aire. — Pero por ahora, sólo comenzaré con un simple
intercambio.
Nunca nada era simple. Ahora fue su turno de ser mordaz.
— ¿Ahora soy yo quien parece una idiota? — Seline quería salir de ese
auto. Él parecía demasiado grande y fuerte, y allí mismo, la tenía con una seria
desventaja. Su poder estaba débil, y necesitaba una seria recarga, una recarga
que planeaba obtener de él en la primera oportunidad. — Cuando te pedí
ayuda la primera vez, tú… tú dijiste que no.
Él inclinó la cabeza.
— Ibas a dejarme morir. — Bastardo cruel. O lo hubiera sido, si la
historia hubiese sido cierta. Puesto que en realidad no había estado en peligro
de una muerte inmediata…
— No estoy aquí para salvar al jodido mundo.
Muy cierto. — Pero me salvaste en el callejón.
— ¿Lo hice? — murmuró él. — Supongo que eso es lo que parece.
Esto no estaba yendo del modo que había planeado en absoluto.
Usualmente, sus planes funcionaban muy bien. Él debería haberla llevado a su
casa, a ese lindo apartamento en el Cuartel, donde ellos podrían haber estado
bajo vigilancia, y a ella le estaría yendo bien al seducirlo.
No. Era. Bueno.
— Me desharé de este problema por ti, Seline, pero cuando llegue el
momento, necesitaré que me hagas un favor.
Ofrecer un trato, ¿no era ese el modo en que el diablo trabajaba?
— ¿Qué clase de favor? — No es que ella tuviera que cumplir su parte
del trato alguna vez, pero…
— ¿Acaso importa?
Ella alcanzó la manilla de la puerta. Trabada. — Lo hace. No voy a
intercambiar a un psicópata por otro.
Él se rió, y ella volvió la cabeza asombrada por el profundo y oscuro
estruendo. Maravilloso. Incluso su risa era sexy. El trabajo se volvía peor a
cada minuto.
— Se que no eres lo que pretendes ser, — dijo Sam, mientras se
inclinaba hacia ella. — No eres una stripper, a pesar de haber venido a
Temptation para bailar para mí.
Para mí. Ella había bailado dos veces. Dos veces. No había habido otra
opción. Había trabajado en Temptation durante dos semanas como camarera, y
el tipo ni siquiera había mirado en su dirección. Ella necesitaba su atención, y
el escenario había sido su única opción en ese momento.
Seline no había sido consciente de la bonificación que obtendría del
escenario. Sólo sabía cómo proteger su cuerpo y tentar, unos atributos innatos
para un demonio como ella. Pero cuando la multitud había concentrado toda
su energía en ella…
Poder. La corriente de energía que robó había sido increíble.
Y finalmente, captó la atención de su objetivo. Digamos que fue golpe
de dos por uno.
Pero Seline no había regresado al escenario. No porque fuera modesta.
La modestia era algo que había sacrificado hacía mucho tiempo. No había
regresado a ese escenario de madera con luces brillantes porque temía robar
demasiada energía de los humanos. Si lo hiciera, entonces Sam podría
empezar a sospechar la verdad sobre ella.
— ¿Realmente importa lo que soy? — le preguntó a él, con los dedos
todavía sobre la manilla.
Hubo un suave sonido seco cuando él liberó la traba.
— Todo importa.
Ella se apresuró a salir del auto. Sí, bien. Saltó y casi cayó. ¿Y qué?
Sólo una salpicadura de estrellas iluminaba el cielo oscuro, así que, tal vez, él
no había visto esa salida para nada grácil.
— La furgoneta negra no nos siguió.
Mierda.
— ¿Q-qué furgoneta? ¿Nos seguía alguien? ¿Por qué no dijiste…?
Él cerró la puerta de un portazo, y negó con la cabeza.
— Realmente tienes que hacerlo mejor que eso. — Luego comenzó a
caminar hacia la casa. La gravilla crujió debajo de sus pies. Seline se quedó
allí de pie por un momento, y supuso que no tenía otra opción que seguirlo.
— No sé de qué estás hablando. — Le agarró el brazo, forzándolo a
detenerse. — ¿Qué furgoneta?
Él se movió en un borrón, como lo había hecho en el callejón.
Precipitándose demasiado rápido para que viera todos los movimientos de su
cuerpo. En un instante, estaban parados a unos pocos metros del auto, y al
siguiente segundo, él la tenía en los peldaños de la casa, con la espalda contra
la pared y sosteniéndole firmemente los brazos con los dedos.
— La furgoneta oscura que estaba observándonos, cariño. La que sé que
tú también viste. Ahora, si quieres seguir mintiéndome… — Su aliento le
sopló la mejilla... — vas a cabrearme mucho.
Ella quiso hacerlo retroceder de un empujón. Pero no se movió, e
incluso había usado un poco de su fuerza mejorada. Bien, si quería jugar duro,
le mostraría la dureza muy pronto.
— No estoy tratando de cabrearte, — Apretó los dientes mientras
mantenía el mentón en alto. — Intento permanecer viva. Vine a ti por ayuda,
pero me dijiste que sacara el trasero de tu bar y me cuidara sola.
La luz de la luna le dejó ver su lento parpadeo.
— Me largué de Sunrise, y fui atacada en el callejón. — Se presionó
contra él de nuevo. Esta vez, él se alejó un poco. — Fuiste tú quien arremetió
fuera del club. No tenías que salvarme.
— No, no tenía que hacerlo.
Si ya no estuviese contratada para matar al tipo, realmente hubiera
pensado en hacerlo gratis en ese momento. Imbécil.
— Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Él se encogió de hombros. Se encogió de hombros. Era hora de la
venganza.
— Ha sido una noche realmente larga para mí. — Seline dejó que su
voz temblara. — Por favor, sólo quiero entrar y dormir un poco. —El
amanecer llegaría dentro de pocas horas.
Tal vez sólo uno de ellos lograría ver salir el sol.
Él bajó las manos.
— Sube las escaleras. Puedes tener la primera habitación a la izquierda.
— ¿Esta es tu casa? — La sorpresa en sus palabras era real. Nadie había
mirado esta ubicación. Un grave error por parte de ellos. Alguien del grupo
había sido descuidado.
— Le pertenece a un amigo.
¿Tenía amigos? Era dudoso.
— Me debía, y este lugar era parte del pago.
Sam se volvió y abrió la puerta. — Entra, Seline. Mis hombres
comprobarán tu historia esta noche, y si descubro que estás mintiendo, si estás
tratando de tenderme una trampa…
— ¿Pasa eso muy a menudo? — le preguntó Seline, mientras lo rozaba
al pasar. — ¿Las personas siempre te mienten?
— Sí.
Ella alzó la barbilla mientras más luces inundaban la casa. — Entonces
eso es triste. Deberías ser capaz de confiar en alguien en este mundo. Quiero
decir, ¿Ni siquiera tienes algún familiar que…?
Oh, sí. Fue un error decir eso. Miró hacia atrás y lo vio endurecer el
rostro mientras cerraba la puerta de un portazo detrás de ellos.
— Ve arriba.
Guau. Ese apenas fue un gruñido humano.
— Sabes, de veras deberías trabajar en tratar de ser cortés. Intenta
preguntar en lugar de espetarle a la gente todo el tiempo. El encanto puede
funcionar, honestamente puede. — Ella sacudió la cabeza y se dirigió hacia las
escaleras.
— Seline.
No se detuvo. Curvó la mano alrededor de la suave madera de la
barandilla.
— Mi hermano me quiere muerto. — Su estruendosa voz la siguió. — Y
el sentimiento es más que mutuo.
Está bien, ahora eso la hizo detenerse. Seline le lanzó una rápida mirada
sobre el hombro, frunciendo el ceño.
— Es una carrera, — murmuró él. — Veremos quién consigue ser
enterrado primero.
¿Qué se suponía que debía decir a eso?
— Lo siento.
Él le sonrió, y la visión no fue tranquilizadora.
— No lo hagas. Ha pasado mucho tiempo desde que me separé de Az.
El mundo será un lugar mucho mejor una vez que él se haya ido.
— ¿Por qué? — No debería preguntar, pero lo hizo de todos modos. —
¿Qué ha hecho? ¿Por qué te volverías contra tu propia familia? — Las
palabras de él le dieron donde más le dolía.
Volverte contra tu propia familia. Había estado allí, lo había hecho, y
tenía las cicatrices que lo probaban.
— Az me envió al infierno, — dijo él, con voz monótona.
Ella se rió de eso, un sonido áspero y nervioso.
— Ah, quieres decir que se sintió como si lo hiciera…
— No. El bastardo realmente me envió al infierno.
Se secó toda la humedad de su boca.
Sam la miraba fijamente.
— ¿Qué? ¿No crees que sea real? — Apretó los labios. — Noticias de
último momento. El cielo está allí, y también lo está el infierno.
El corazón le latía demasiado rápido y demasiado fuerte dentro del
pecho.
— ¿Con el diablo custodiando las puertas? — Ella trató de hacer que las
palabras sonaran indiferentes.
— No del todo. Ya no. Él ha estado fuera del infierno desde hace un
tiempo. — Inclinó la cabeza hacia ella. — Pero descubrirás la verdad muy
pronto. Al final, todos lo hacemos. — Él le sostuvo la mirada un momento
más largo, y luego exhaló lentamente. — Duerme un poco. Mañana nos
haremos cargo del bastardo que está tras de ti.
Ella miró su oscura cabeza. Mañana.
Seline se apresuró a subir las escaleras, y encontró la habitación vacía a
la izquierda. Cerró la puerta con un rápido empujón detrás de ella, e incluso
bloqueó la cerradura.
El bastardo realmente me envió al infierno.
El trabajo no estaba saliendo como había pensado. En absoluto. Pero
ahora no había vuelta atrás. Tu hermano no es el único que te quiere muerto,
Sam. Caminó hasta la cama, y se quitó la ropa. Si él te quiere, entonces puede
ponerse en la cola.
Porque Sammael era un hombre buscado, y cuando se trataba de los
asesinos que le seguían la pista, bueno, ella era de quién más necesitaba
preocuparse. La dejaría acercarse, y ese era un error que podría resultar fatal
para él.
Se subió a la cama, desnuda, y cerró los ojos. Tarde o temprano, Sam
tendría que encontrar una cama para él. Incluso un tipo duro todopoderoso
tenía que dormir alguna vez. Ella sabría cuando estuviera durmiendo, lo
sentiría. Y en el instante en que cerrara los ojos…
Eres mío, Sam.

— Cole, ¿cuánto has descubierto sobre Seline O ‘Shaw? — Sam


sostuvo el teléfono al oído mientras miraba hacia arriba de las escaleras. No
provenía ningún sonido desde la habitación de Seline, y el silencio parecía
presionarlo.
Sexy.
Cercana.
Peligrosa.
— Llegó al pueblo hace unos seis meses, jefe. Fue a trabajar al
Temptation… — La voz de Cole flotaba en la línea perfectamente. El tipo no
le estaba diciendo ni una sola cosa que no supiera. — Tiene un apartamento en
el Cuartel, y sus vecinos dicen que nunca recibe visitas.
Bien, eso lo detuvo.
— ¿Ningún hombre? — Una mujer tan sexy como ella tendría amantes,
probablemente muchos de ellos. Hombres dispuestos a matar por saborearla.
O quizás ese sólo soy yo.
— Ni uno solo.
Era extraño, pero algo bueno, porque él no era del tipo que compartía, y
eso significaba que no tendría que patear traseros mientras despejaba el
territorio. Sin embargo… algo estaba mal.
— Ella dijo que está escapando de John Moorecroft.
Llegó un silbido bajo desde la línea mientras Cole hacía la conexión.
— ¿El traficante de drogas? — A pesar de que era humano, Moorecroft
había sido capaz de poner nerviosos a algunos de los Otros. — ¿Qué ha hecho
para cabrearlo?
Mató a su mejor amigo y entregó a Moorecroft a los policías. Le tendió
una trampa y se marchó. Si su historia era cierta, Seline no jugaba
amablemente. Muy bien. Él tampoco lo hacía. Usualmente, amabilidad no
estaba en su vocabulario.
— Averígualo, y ve si la han marcado como objetivo. — En esta ciudad,
un demonio fuerte podía hacer hablar a cualquiera. Cole era fuerte, y muy
bueno en su trabajo. — Difunde la palabra de que soy yo quien busca la
información. — El mundo de los Otros se trataba de intercambiar favores, y
un montón de gente le debía
Les cobraré a todos. Siempre lo hacía, tarde o temprano.
— Anota esto, — ordenó Sam, y recitó el número de la tablilla de la
furgoneta negra que había divisado. — Quiero saber de quién es esta
furgoneta, y quiero saberlo antes de que salga el sol.
— Jefe, ¿qué demonios está sucediendo?
Su mirada todavía estaba sobre las escaleras.
— Estoy tratando de decidir si tengo a una víctima en mi casa. —
Víctima o…
Depredadora.
— Te llamaré de nuevo al amanecer. — La voz de Cole fue abrupta, y
Sam no dudó de la palabra del demonio. Cole todavía se rompía el trasero para
intentar demostrar cuán útil podía ser.
Demonios. Siempre dispuestos a probarse a sí mismos. ¿Cuándo lo
comprenderían? No importaba cuán “buenos” pretendieran ser, siempre serían
odiados. Siempre.
Los monstruos siempre eran temidos.
Y seguro como el infierno que no eran de fiar.
Sam finalizó la llamada y subió lentamente las escaleras. Tenía otra
habitación preparada enfrente de la de Seline. Era lo mejor para mantener un
ojo en ella. No se movería sin que la escuchara. Si decidía hacerle una visita
tarde por la noche, estaría preparado, ya fuera esa visita por sexo o por algo
menos placentero y mucho más siniestro.
No confíes en ella.
Sabía bien que no debía confiar en ningún demonio, especialmente no
en una incógnita desconocida como ella. Quizás debería haberla dejado morir
en ese callejón, pero…
No a ella.
Había visto a demasiadas mujeres en el suelo, con la sangre
esparciéndose como alas debajo de ellas. Cuando la había escuchado gritar, la
ira estalló dentro de él, y estuvo al lado de Seline antes de que siquiera se
diera cuenta de lo que estaba haciendo.
Había recibido el cuchillo por ella. Sangrado por ella. ¿Qué haría ella
por él? Lo descubriría.
Sam vaciló junto a la habitación. No podía escuchar ningún sonido
desde el interior. Ella no se había rehusado a ser traída a un lugar en medio de
la nada, pero entonces, si la historia era cierta, ella se estaba escondiendo de
un asesino. Quizás estar apartado con ella en medio de un pantano era justo
dónde ella quería estar.
Quizás no.
Cerró los dedos alrededor del pomo de la puerta. Lo giró suavemente.
Trabada. Sam casi sonrió. Como si una puerta cerrada con llave lo fuese a
mantener fuera. Si él quisiera estar en su cama, nada lo mantendría alejado.
Pero aunque sí quería a Seline, ahora no era el momento de follar.
Tirarse a un demonio con poderes desconocidos sería un gran modo de
conseguir que lo mataran. No, era mejor esperar hasta que supiera más.
Sólo unas pocas horas hasta el amanecer. Entró a su habitación, se
desnudó, y se echó en la cama. Tal vez tendría suerte y conseguiría dormir dos
horas. Quizás tres. Entonces comenzaría un nuevo día, y empezaría la caza, la
caza del hombre que iba tras Seline y, lo más importante, de su hermano.
Porque Sam sabía que Az estaba cerca. Después de siglos, Az
finalmente había conseguido que echaran a patadas su trasero blanco como la
nieve fuera del cielo. ¿Cómo se siente caer? La venganza sería un infierno. Él
se aseguraría de ello.
Sam cerró los ojos. Inspiró profundo, e intentó alejar el pasado. Por una
vez, le gustaría soñar con otra cosa además de muerte y fuego. ¿Era eso
demasiado pedir? Sólo una vez.
Soltó el aliento. Cuando se deslizó en el sueño, llegó el fuego.
Como siempre, ardía, quemándole las alas y chamuscándole la carne
mientras caía desde el cielo.

Con los ojos aún cerrados, Seline sonrió al sentir a Sam dejándose llevar
por el sueño.
Es hora de dar un paseo dentro de sus sueños. A diferencia de otros de
su tipo, la proximidad le importaba. Cuánto más cerca estuviera su presa, más
fácil sería que se deslizara en sus sueños.
Su ritmo cardíaco disminuyó. Estaba completamente concentrada en él.
Sam. Luego, lentamente, se hizo nítido en su mente.
El sudor le cubría la piel, la carne fuerte y desnuda, y él se revolvía en
las oscuras sábanas de la cama. Aparecieron unas líneas apenas visibles entre
sus cejas, y soltó un gruñido de los labios.
Parecía como si estuviera sufriendo. Pobre asesino. No estás teniendo
un buen sueño, ¿Eh, Sam?
— Puedo hacer que el dolor pare, — le susurró.
Él abrió los ojos. Unas llamas danzaron alrededor de ella por un
momento. Podía sentir el calor en la carne. Los de su tipo siempre tenían
sueños poderosos e increíblemente vívidos. Esta vez, el sueño no era
realmente suyo. Tampoco de él.
Nuestro.
Sin embargo, ella tenía el poder supremo aquí. Las cosas que ella viera
ahora, las cosas que ellos hicieran, estarían todas a sus órdenes.
Se subió a la cama. El colchón se hundió debajo de ella, y todo se sintió
real. Porque un viaje en los sueños, era real para el espíritu.
— ¿Seline? — La voz de Sam salió en un profundo y sexy estruendo.
— ¿Qué demonios…?
Le puso el dedo contra los labios.
— Es sólo un sueño. — Quizás decir esa mentira haría más fácil lo que
estaba por venir. Ella forzó una sonrisa mientras se inclinaba más cerca de él.
El rico aroma a hombre y el fuerte olor a fuego le llenaron la nariz. — Nada
puede lastimarte cuando duermes.
— ¡Mentira! — Entonces hizo algo que un hombre nunca antes había
hecho en un viaje en los sueños. Le quitó el control. Le agarró las manos, y
rodó tan rápido, que en un segundo, ella estaba debajo de él y atrapada debajo
de su poderoso cuerpo.
El corazón de Seline casi se detuvo. No, no.
— Los sueños pueden matarte, — murmuró Sam. Él bajó la vista hacia
ella con unos ojos que estaban demasiado conscientes. — Pero esta es una
forma de partir mucho mejor que con fuego. — Sam la besó con fuerza.
Traducido por Xeras
Corregido por Yomiko

S e sentía real. Demasiado real para ser un sueño. El cuerpo de

Seline era suave y sensual debajo de él, y el fuego se había ido. No, el fuego
estaba dentro de él ahora, quemándolo desde dentro mientras la lujuria
estallaba en su interior.
La quería.
Sam estaba acostumbrado a tener lo que quería. Una mirada al cuerpo
de Seline en ese estado era la tentación, y él la anhelaba. Pero no quería sólo
probarla. No estaba para sólo una muestra.
Sam se acercó para tomarla.
Reclamándola.
Si no fuera por el pendejo asesino de su hermano que había estado
vagando por las calles, Seline ya habría sido suya. Él cubrió los labios de
Seline y presionó su boca a la columna delicada de su garganta. Ella se
estremeció.
— Puedo ser tuya ahora mismo. — le susurró su voz, y el contacto
provocó su rigidez corporal. Había oído sus pensamientos. Se escuchó
demasiado real. Sus dedos se cerraron sobre su carne. Sus pechos se apretaron
contra su pecho, sus muslos se movían debajo de sus piernas, y el aroma de
jazmín le rodeaba.
No debería haber jazmines ahora. Sólo cenizas. Humo.
Él sólo soñaba con fuego y muerte. No con sexo, placer y carne sedosa.
Pero sus dedos se deslizaban alrededor de sus hombros, rozando su
espalda. Él sabía que iba a sentir las cicatrices pronto.
Las cicatrices gruesas y largas le cruzaban los omóplatos. Cuando había
caído, sus alas se habían quemado, y se había quedado sólo con el recordatorio
irregular de lo que una vez había sido.
Su aliento siseó cuando Seline tocó las cicatrices y... el placer cruzó a
través de él, un placer tan intenso que era casi dolor. Las alas de un ángel eran
la parte más sensible de su cuerpo, e incluso los restos fantasmales de sus alas
sentían su tacto.
Más.
Tenía la cabeza levantada. Su sabor era en su boca un dulce pecado, y él
quería mucho más. Los labios de Seline eran incluso más oscuros, más rojos,
quería sentir sus labios sobre los de ella.
Y su piel parecía casi luminosa, como si fuera brillante.
¿Había pensado antes que ella no era una belleza clásica?
La mujer era jodidamente perfecta. Tan preciosa que mirarla casi duele.
Sus labios se curvaron un poco.
— No vas a tener pesadillas esta noche. Tú tendrás únicamente placer.
Su pene estaba lleno y dolorido. Sus piernas se extendieron, y el paraíso
esperaba a pocos centímetros de distancia. Estaba mojada y arqueando sus
caderas hacia él.
Placer.
La primera vez había caído, se había emborrachado en el placer. Que los
ángeles no sentían era como una regla, pero una vez que había tocado tierra,
las sensaciones le habían abrumado, y él había ido como un loco sobre ellas.
El placer y el dolor eran sus sensaciones favoritas. Le hacían reaccionar más,
y le hacían sentir vivo.
Cuando habían pasado siglos en que sólo sintió la muerte.
Además, había aprendido que era muy bueno para repartir el dolor, y
cuando quería, sabía exactamente cómo dar placer a sus amantes.
Cuando quiero...
Las manos se levantaron entre sus cuerpos mientras empujaban sus
pechos hacia arriba. Sus pechos eran increíbles de ver. Completos y
voluptuosos con apretados pezones rosados. Sam inclinó la cabeza y le lamió
un pezón. Seline gimió suavemente cuando sus dedos se cerraron alrededor de
sus cicatrices
El pene de Sam se sacudió cuando la oleada de placer golpeó a través de
él. Ella arqueó la espalda y apretó su pecho más completamente contra su
boca. Chupó su carne y encontró que el sabor de sus pezones era tan adictivo
como su boca. Fresas dulces, como ella. Ella era tan suave. Dejó que sus
dientes ligeramente tomaran su carne.
— Sam... — Su susurro llenó sus oídos.
Por un instante, con los ojos cerrados. La tentación estaba ahí.
Podía tomar, tomar su placer, y al diablo con el mundo.
Pero...
Él le tomó las manos y las puso en su cuerpo incluso mientras se
forzaba a apartar su boca de su pecho. Entonces le enjauló las manos contra el
colchón, inmovilizándola con un agarre irrompible en cada muñeca.
Ella lo miró con ojos aturdidos.
— ¿No me quieres?
Demonios, sí, pero sabía ver una trampa cuando sentía una, e incluso
aunque el cebo era muy sexy no iba a empujarlo por el borde. Bueno, quizás
no más, apenas bastante cerca.
— Te quiero. — le dijo ella. Sus ojos prometiendo tanto placer.
Se agarró con fuerza a su control, incluso cuando sus instintos le exigían
que empujara duro y profundo dentro de su carne.
— Durante quinientos años, he soñado con el infierno. — El gruñido
salió de lo más profundo dentro de él.
Los labios de Seline se entreabrieron. Sexys labios que quería tomar.
Sus caderas apretaron un poco más a ella. Acercándola.
— Pero esta noche... ¿esta noche sueño contigo? — se preguntó.
Mierda.
¿Parecía él un tonto?
Ella parpadeó como si estuviera confundida, pero su piel mantuvo ese
brillo luminoso. Un resplandor que un ser humano o incluso un demonio de
bajo nivel no debía tener.
Acercó sus labios a su oreja y volvió a sentir temblar la luz que barría su
cuerpo.
— No te puedo matar en un sueño. — murmuró él, en un susurro suave
y tierno, como las palabras de un amante, que estaban aún tan de moda como
cuando él comenzó a arder en el vivo infierno.
Ella se puso rígida debajo de él. Ah, así que ella se dio cuenta de que
esta pequeña escena no iba según lo planeado.
— Pero… — continuó Sam, dejando que su lengua sólo le tocara la
punta de la oreja. — Supongo que puedes matarme aquí, ¿verdad, cariño?
La oyó contener su aliento y tuvo su respuesta. Los labios de Sam
presionaron ligeramente contra su nuca, luego más fuerte mientras chupaba su
piel. La había marcado, aunque sólo fuera en su sueño.
Cuando ella se acercó más a él, no trató de escapar, Seline sabía que
estaba en peligro de perder su propio control, algo que sucedía con muchos de
su especie.
— Una súcubo. — Él había sospechado dado el modo en que cautivó a
todos y mantuvo a todos los hombres tentados. Se puso de pie encima de ella,
pero la mantuvo encadenada con las manos. El control y la introducción en
jaulas eran sólo una ilusión. En un sueño, una súcubo sería la única con poder
real. Él estaba listo para el paseo. — ¿Estás aquí para seducirme y matarme,
Seline?
Ningún arma mortal podría matar a un Caído. Ellos eran demasiado
poderosos. Pero una súcubo no usaría un arma para matar. Ella simplemente
haría uso de la seducción hasta que vaciara a su presa y la dejara seca.
Sam negó con la cabeza, un poco arrepentido. El viaje habría sido
increíble, sin duda.
— No funcionará.
— Yo… yo no sé de qué estás hablando...
— Tu juego probablemente funcionó una docena de veces o más con
otros tontos, — Y no quería pensar en esas sacudidas en ese momento, — pero
yo soy más fuerte. — Aunque sólo tocarla podría haber valido la pena el
riesgo. Él sonrió y supo que no era un espectáculo agradable. — Acabas de
cometer un error peligroso. Y tan pronto como me despierte, — porque no
podía mantenerlo atrapado en el mundo de los sueños para siempre, — tu culo
realmente será mío. — En el mundo real, él era el que tenía el poder, y ella era
la presa…
Ella lo miró a los ojos y dejó caer la máscara. Ya no era la mujer
aterrorizada que había visto en el club esa noche.
En cambio, ella era el sexo personificado, una tentación tan seductora
con todo su cuerpo apretado por la lujuria, y la confianza de seducción en sus
ojos, que hacía que su control se agrietara.
Entonces ella sonrió.
— Promesas, promesas, Sammael... — Ella lo empujó hacia atrás con
una fuerza que no había previsto. Voló por el aire y se estrelló contra la pared,
su cuerpo tembloroso.
Gruñendo, se enderezó y cargó hacia la cama. Las manos de Sam se
acercaron a ella, sus manos se extendieron hacia ella, pero Seline se
desvaneció.
Él parpadeó y se encontró en la cama y enredado en las sábanas.
El aroma a jazmín flotaba en el aire, y su pene latía con excitación.
Una sonrisa inclinada se formó en sus labios cuando arrojó las mantas a
un lado. Ese culo será mío.
Oh, infiernos. Los párpados de Seline se abrieron de golpe, y ella saltó
de la cama. Tenía puesta la ropa en menos de dos segundos. Mientras ella se
lanzaba hacia la ventana, envió una línea de fuego bordeando hacia la puerta
cerrada. No el fuego que Sam quería.
— ¡Seline! — Su grito hizo erupción desde el pasillo.
La maldita ventana no se abría. Sus manos sudorosas no podían levantar
la cosa. A la mierda. Seline la rompió con su puño derecho e hizo añicos el
cristal. La sangre goteaba de los dedos, pero ella ni siquiera vaciló cuando
salió a la cornisa.
El fuego crujió detrás de ella, pero ella aún escuchó el estruendo de la
puerta ya que la madera se astilló.
Entonces el fuego detuvo su crepitar. O mejor dicho, alguien mucho
más fuerte que ella detuvo el fuego. Seline no miró hacia atrás.
Mantuvo los ojos en el suelo, sólo era una caída de un segundo piso, incluso si
se rompía una pierna, sanaría, y luego se dejó caer.
Simplemente no se dejó caer lo suficientemente rápido. Una mano dura
y fuerte la agarró de la muñeca derecha y el hombro se le dislocó mientras ella
se agarraba firmemente.
— ¿Vas a alguna parte? — preguntó Sam, su voz con un acento de burla
en la oscuridad.
No era su noche. Seline intentó enviar una ráfaga de fuego hacia él. El
control de fuego nunca había sido su punto fuerte, pero por lo general podía
hacer que se quemase una persona con bastante facilidad.
A medida que el fuego se acercaba a él, sólo farfulló lejos en plumas de
luz y de humo. El bastardo se rió mientras el humo derivaba por él.
Se rió.
Entonces él comenzó a levantarla. El cristal roto rasgó su brazo, y la
sangre corrió por su carne.
Trató de dar un tirón lejos de él, hubiera preferido un par de huesos
rotos a lo que se avecinaba, pero el control de Sam era irrompible. El corazón
le dio un vuelco en el pecho.
— ¿Importa... — preguntó ella mientras levantaba su tono más alto y
sus piernas pateaban inútilmente… — que yo no tuviera otra opción que
aceptar este trabajo?
Otra verdad para él. No es que él la creyera.
— Eso no importa en absoluto. — Sam la arrastró a través de la
ventana.
Por extraño que parezca, el hombre se aseguró de que no tuviera ningún
otro corte en su carne. Probablemente guardara toda la sangre para su entrega
personal.
Oh, maldita sea.
Luego la dejó caer en el suelo. Cuando empujó la espalda, el pelo le
cayó en los ojos, Seline lo fulminó con la mirada. Sus ojos no eran azules.
Eran de un negro demonio. Detrás de él, vio la imagen sombría de alas anchas
que no deberían estar allí.
Sentí sus cicatrices.
Los demonios no tienen alas, sin embargo, tenía los ojos de un demonio.
— ¿Qué eres? — susurró. Había barajado con cinco opciones... y en ese
mismo momento su mejor opción no era buena en absoluto.
Él sonrió.

— Joder. —Alex bajó los prismáticos y se volvió hacia el hombre a su


lado. — ¿Acabas de ver esa mierda?
El otro cazador, con el rostro pálido y los ojos, asintió con la cabeza.
Sammael había atrapado a Seline y la había arrastrado al interior de la
ventana del segundo piso.
— Va a matarla. — dijo Alex, jadeando con un suspiro.
Habían aparcado lo suficientemente lejos para que Sammael no los
viera, pero lo suficientemente cerca para que pudieran vigilar a Seline.
— Probablemente. — gruñó el hombre a su lado. Seline había sido su
mejor esperanza para la eliminación de Sammael. Cuando las balas y los
cuchillos no funcionaban, tenías que ser malditamente creativo acerca de sacar
la basura.
A Rogziel no le iba a gustar esto. El jefe había estado tan seguro de que
Seline podía manejar esta tarea.
— ¿Vamos tras ella? — se preguntó el otro cazador.
Alex levantó sus prismáticos una vez más. Todo lo que podía ver eran
los cristales rotos y el oscuro interior de la casa. No oyó ningún grito, no
todavía. Se había figurado a Seline gritando para el tipo.
Tal vez Seline sería capaz de trabajar un poco de su magia.
Puede que no.
No podía decir que él se preocupara sobre ello de cualquier manera. Un
demonio menos en el mundo.
— No, ella está sola. — Él asintió con la cabeza hacia el conductor. —
Ahora nos largamos de aquí antes de que Sammael venga a buscarnos. —
Porque Seline hablaría.
Habría rogado por su vida. Por la misericordia. Todo el mundo siempre
lo hacía.
Incluso el más fuerte se rompía bajo la presión adecuada, y Alex sabía
que a pesar de los poderes demoníacos de Seline, ella no era particularmente
fuerte. Usar el sexo… ¿cuánto más débil podría conseguirlo? Además, él
apostaría que Sammael sabía todo acerca de cómo aplicar la presión correcta y
el dolor.
Espero que sea rápido, Seline. Porque aunque a Alex no le había
gustado lo que Seline era, no la había odiado tampoco. Había tratado de luchar
contra sus instintos, y ella había cumplido con su deber en los puestos de
trabajo en los que habían trabajado juntos.
La camioneta arrancó y salió de la casa antes de que la guerra se
desvaneciera detrás en el pantano de espesor.
Alex sabía que nunca volvería a ver a Seline O ‘Shaw de nuevo. Otro
asesino sería enviado después tras Sammael. Tal vez este tendría mejor suerte
que los tres últimos. Sammael era un hijo de puta duro de matar.
Pero todo el mundo muere en algún momento.
Más pronto o más tarde, Sam se iría al infierno de nuevo.
Entonces él sería el que gritaría.

Sam estaba desnudo. Y despierto. Seline trató de retirar sus ojos de la


longitud de su miembro erecto, pero cuando levantó la vista hacia su rostro
furioso, hum, ese punto de vista no era precisamente bueno.
— ¿Quién te ha enviado? — No era una pregunta, era una demanda
furiosa.
Ella parpadeó y trató de parecer inocente. Claro, como si nunca hubiera
sido capaz de gestionar ese asunto. Gracias a su padre íncubo, jugar
inocentemente había sido siempre una técnica de su talento interpretativo.
— Mira, Sam, yo no sé de qué...
— Sé lo que eres. — Él la acechaba de cerca. Ella se puso de pie,
porque no sólo iba a arrodillarse en el suelo y esperar a que él la matara. Ella
no era una presa fácil. — Tu piel sigue siendo brillante, tus mejillas se
sonrojaron, y la habitación estaba casi crepitante con tu poder. — Sus ojos se
estrecharon a los chips de fuego negro. — ¿De verdad crees que no lo sabría
cuando había una súcubo vagando en mis sueños conmigo?
Bueno, ella esperaba que él no lo supiera. Los otros no lo sabían.
La mayoría de los chicos sólo pensaban que estaban en medio de un
sueño increíble. Sólo un sueño del que la gente no esperaba exactamente
despertar.
— ¡Seline!
Sus manos se apretaron.
—Yo no soy una súcubo. — Su voz sonó fuerte y clara, una cosa muy
buena. Estaba bastante orgullosa de ese tono. Pero su corazón todavía corría lo
suficiente para sacudir el pecho, y su mirada se quería meter por la amplia
extensión de su pecho.
Concéntrate. ¿Por qué tenía que poseer una debilidad? El miedo debía
ser su única preocupación entonces, no una persistente lujuria. Una vez más,
gracias, papá. Se preguntó si no escuchaba sus pensamientos en el infierno.
Probablemente no, pero nunca lastimaba enviar malas vibraciones.
— Mentirosa. — soltó Sam, y la palma de su mano rozó su mejilla. —
Lo sospechaba desde la primera vez que te vi en el escenario. Los seres
humanos se debilitaron mientras que tú sólo parecías brillar.
Brillar. Sí, ese era uno de los efectos secundarios. Cuando se absorbía la
energía suficiente, su piel adquiría un tenue resplandor. El brillo era relativo a
la cantidad de energía almacenada en ella. Cuanto más poder, mayor era el
brillo.
Sam habría sido una maravillosa fuente de energía. Toda esa energía
sensual esperando por ella. Ahora ella estaría iluminando como una bengala
humana.
Su cabeza se inclinó hacia ella, y sus labios rozaron ligeramente sobre
los suyos. Seline se negó a dar marcha atrás. En cambio, ella acababa de robar
más de su energía. Su error. Realmente debería dejar de subestimarla.
— ¿Sabías, — comenzó él, su boca se cernía sobre ella, — que te puedo
matar tan fácilmente cuando te beso?
Seline gruño. Y te puedo matar con un beso.
Su lengua susurró sobre los labios.
— Súcubo...
Sólo una mestiza. Es por eso que tenía que estar físicamente cerca para
soñar, caminar con él. Sus pestañas se levantaron, y ella le miró a los ojos.
Ojos asustadizos y oscuros que aún encontraba extrañamente convincentes.
Luego expresó la sospecha que había alimentado su corazón cuando ella dijo:
— Ángel — Las alas...
— Ya no es así. En estos días, soy un Caído.
Por un instante, su mundo pareció detenerse mientras el miedo le heló la
sangre. Caído… al igual que su madre. Un ángel como madre y un demonio
íncubo como padre. Oh, sí, ella había metido la pata desde el nacimiento, y
dado que sus padres habían terminado matándose uno a otro
antes de que pudiera caminar... Seline golpeó sus manos.
— Yo no quería este trabajo.
— ¿Ah? — Subió una ceja negra. — ¿Así que ya has terminado de
jugar a la víctima inocente que necesita ayuda?
— Nunca he sido inocente. — Era hora de dejar de actuar. Parcialmente,
de todos modos.
—Yo tampoco. — Su sonrisa era malvada.
Caído. Maldita sea. No había contado con eso, pero ahora tenía sentido.
No es de extrañar que Rogziel hubiera estado tan decidido con Sam.
¿Quién mejor que su jefe para derrotar a Sam? Había formado mucho
calor para enviar a Sam al infierno, y ahora ella realmente entendía por qué.
Su sonrisa de complicidad pronto se esfumó.
— Moorecroft fue una mierda. Una triste historia para acercarse a mí.
— No. — Ella negó con la cabeza. — Realmente me quiere muerta. Yo
he matado a su amigo, pero te prometo que el bastardo se merecía lo que le
sucedió.
— ¿Al igual que yo merezco la muerte?
Rogziel piensa así.
— ¿No crees? — Tiró de ella de vuelta. Esta era su trabajo. Nada fácil,
nada bonito. Sólo la muerte.
Castigo. Alguien tenía que detener a los monstruos por ahí, y ella era la
aberración perfecta para hacer el trabajo.
Pero esta es mi última asignación. Voy a salir. Voy a desaparecer.
Aunque ya no podría lavar la sangre de sus manos.
Había tratado de espiar los pecados del pasado, matando monstruos,
pero su sangre manchaba tan oscuro como la de cualquier otra persona.
Sam dio un paso atrás, dejando caer su mano. Él exhaló un suspiro
áspero.
— Alguien te envió a morir.
Es posible. Ella se mantuvo firme.
— ¿De verdad crees que puedes matarme?
Esa sonrisa maliciosa brilló de nuevo, y contuvo el aliento.
— Yo soy Sammael, cariño, puedo matar a cualquiera.
Él levantó la mano y se quedó mirando sus dedos.
— Yo soy el Ángel de la Muerte. Todo lo que necesito es un toque… —
Él miró a su manera. —Y puedo arrancarte el alma del cuerpo.
Ángel de la Muerte. La habitación parecía oscura. A diferencia de la
mayoría de los Otros, sabía bastante acerca de los ángeles. No tanto de los
Caídos, porque ¿quién querría caer desde el Paraíso? Aparte de mi madre.
Pero ella sabía de la tradición de los ángeles. Había tantos ángeles en el cielo,
miles de ellos volando por ahí.
Había ángeles de castigo, ángeles mensajeros, guardianes, y… los más
poderosos, los ángeles de la muerte.
Un ángel de la muerte era verdaderamente capaz de matar con un toque.
Con un sólo toque.
Rogziel le había enviado detrás de Sammael, y había olvidado decirle
una parte realmente vital de la información.
Se humedeció los labios.
— ¿Po-por qué has caído? — La mayoría de la gente no puede creer
realmente que un ángel pudiera caer, pero ella no era como los demás. Su
madre había caído porque había sido tentada por un íncubo. Erina había sido
débil, y ella había pagado por su crimen.
Y he estado pagando, también. El pago de toda su vida por los pecados
que nunca había cometido.
— Tengo un gusto por la muerte. — Su mirada se dirigió de nuevo a ese
azul engañoso, y esta vez, ella se sentía como si las palabras celebraran el
susurro de una mentira. — Así que empecé a matar a quien fuera y mandar al
infierno a quien yo quería.
Su mirada la sorprendió.
— ¿Quieres adivinar quién es el siguiente en mi lista?
No, ella no quería adivinar en absoluto. Seline suspiró. Las
probabilidades de supervivencia que estaba buscando eran realmente finas. —
¿Puedes… puedes al menos ponerte la ropa antes de matarme?
Él parpadeó y frunció el ceño un poco.
— ¿Una súcubo se preocupa por modestia?
Sus dientes se apretaron. — Te lo dije…
— Sí, pero casi cada palabra que dices es una mentira. Así que ¿por qué
debería creer cualquier cosa que digas?
Sus pies descalzos hicieron presión en el suelo de madera. Chorreando
sangre, ¿tal vez la suya? Ya había manchado el suelo.
— Porque tú me necesitas.
Se echó a reír, esa línea era divertidísima. Ja... ja…
— Me necesitas, — espetó ella, alzando la voz para hacerse oír por
encima de la risa, y luego jugó su carta de triunfo, — si quieres encontrar a tu
hermano.
Eso detuvo su risa. — Seline… — Su nombre era una advertencia. —
Tú no quieres que me enoje más de lo que estoy.
Ah, ¿era eso posible? Ella no se había dado cuenta. Estuvo a punto de
rodar sus ojos.
— Si quieres a tu hermano, — Infiernos, ¿cuál había sido el nombre
del tipo? ¿Azik? ¿Azra? Ella no podía recordar con seguridad porque sólo se
lo había oído a Alex una vez. Mejor acortarlo a algo seguro. — Si quieres ver
a Az, entonces te retirarás. — Ella le lanzó lo que sabía que era su propia
sonrisa maliciosa. — O nunca obtendrás la venganza que quieres.
Se formaron líneas alrededor de sus ojos apretados, pero Sam no hizo
ademán de tocarla. Bueno. No confiaba en su tacto.
Seline no bajó la guardia. Ella sabía que no debía relajarse cuando una
serpiente se acercaba a ella.
— No he venido sola. Tenías razón. Antes, estábamos siendo
observados. — Los chicos de la camioneta eran su respaldo.
Los ojos de Sam se estrechaban más, pensó que se rajarían.
— Tenemos que salir de aquí. — le dijo. — Si no lo hacemos, entonces
van a volar la casa con nosotros adentro. — Ella no mentía entonces.
Tan pronto como Rogziel se diera cuenta de que no había tenido éxito…
Quemar, cariño, quemar. La gente de la ciudad vería las llamas de esta
casa, ya que iluminaría la noche.
Sam hizo un gesto con la mano, y así de fácil, estaba vestido. Huh.
Interesante truco que nunca había sido capaz de manejar.
Él todavía no la tocó. Sam se limitó a mirarla con el suficiente calor en
su mirada para chamuscar la carne.
— Llévame a Az.
Ella asintió con la cabeza, más que lista para partir. Pero en primer
lugar…
— Promete que si lo hago, me dejarás en paz.
La agarró del brazo y voló por la ventana. Voló.
Más cristales se hicieron añicos a su alrededor. Seline apretó la boca
cerrándola, negándose a gritar. No oía el miedo. A algunos monstruos les
gustaba demasiado el miedo, otra lección que había aprendido de la manera
difícil. Ella se desplomó hacia abajo y ahogó un grito. Pero su cuerpo no
chocó contra la tierra implacable. Sam puso sus brazos alrededor de ella, y
cuando cayó al suelo, la protegió.
Seline parpadeó. — ¿Por qué tú...?
Se retorció y la arrastró a sus pies. Entonces se fueron corriendo. No
hacia su coche, sino hacia la oscuridad esperando en el pantano.
Inteligente. Si alguien en realidad seguía mirando, sus ojos se centrarían
en el Jaguar. No en el pantano infestado. Los insectos cantaban a su alrededor,
pero Seline se negó a tensarse. Odio los bichos. Odio las serpientes. El Caído
va a pagar por esto. Una vez que descubriera la manera de hacerle pagar.
Un muelle resistente esperaba más adelante. Una pequeña lancha estaba
atada cerca. Sam saltó en la barca y echó un vistazo a su vez. El muelle de
madera tembló bajo sus pies.
— Tú no me diste tu palabra. — le recordó ella tercamente mientras sus
manos se apretaron en puños.
— ¿Qué, realmente piensas que una promesa mía vale la pena? —
comenzó el motor con un tirón rápido que flexionaba sus músculos. El agua
negra rodaba en el barco.
— Tú no confías en mí. — susurró. — Y yo no puedo arriesgarme a
confiar en ti. — Pero ella quería. Su vida era un infierno, y ella estaba en una
misión de matar que no quería. Si Sam apenas podía salir de este lío…
Él es lo suficientemente fuerte. Él me puede darme la libertad.
O podría terminar y ganar su propia libertad.
Siempre y cuando, claro está, Sam no la matara primero.
Se volvió lentamente y fijó su mirada en su intención.
— ¿Quién te ha enviado a por mí?
— ¿Es importante? Estoy segura de que no soy el primer asesino que
ponen en tu camino.
— No eres la primera. — estuvo de acuerdo mientras el motor zumbaba
y escupía agua detrás del bote. — Pero tú eres la única que dejé vivir. — Su
cuerpo era una sombra grande y fuerte. La voz parecía hacer temblar el agua.
— No te iba a matar esta noche. — Se sintió obligada a señalar ese
hecho. No es que ella esperara ganar algún punto. — Debido a que no podía.
No, él no se dio cuenta de lo fuerte que era en realidad. Ella se había
quedado con él porque ella lo necesitaba. Pero por unos momentos allí, había
sentido el miedo de que su gran plan había estallado en la cara.
Tu culo es mío.
— Te voy a llevar a tu hermano, — dijo Seline, — pero tienes que
prometerme que me ayudarás una vez que lo tengamos. — ¿No podía ver el
hombre el beneficio de su oferta? ¿Había ella pensado seducir a su manera en
el beneficio de su oferta? Ella había pensado seducirlo a su manera para
conseguir su ayuda. Poner el tipo abajo, conseguir engancharlo y entonces
estaría segura de que él haría cualquier cosa por ella.
Incluso matar.
Pero parecía que el plan no estaba funcionando tan bien. Hora para el
plan de seguridad.
Sam volvió a moverse en esa mancha que parecía conocer tan bien y se
enganchó la muñeca.
— ¿Aun así llegaremos a un acuerdo? ¿No sabes que no debes negociar
con el diablo?
Su risa era amarga y débil.
— Lo sé. El trato con él es lo que me metió en este lío. — Ella dejó caer
el glamour, y supo que sus ojos serían tan negros como el agua que los
rodeaba. — Quiero ser libre, y tú eres el único que puede ayudarme. — Ahora
que sabía lo que era, Seline estaba aún más segura de que Sam era su billete a
la libertad.
La libertad debía tener un alto precio en estos días.
— ¿Otro recurso desesperado por mi ayuda? — se burló.
Ella consideraba que podría ser útil. Cierto. Al igual que un golpe le
haría daño. Ella probablemente le rompería la mano, y él no se inmutaría.
— Un acuerdo. Tú me ayudas, y te dejo vivir. — Debería saltar ante
esta oportunidad.
Pero Sam negó con la cabeza.
— No hay dados, cariño. Me llevarás a mi hermano. — Él la tiró al
bote. — Me llevarás a él o...
Seline lo besó. Apretó los labios contra él y aplastó su cuerpo contra el
de Sam. El beso fue cálido, profundo, salvaje, y cuando sus lenguas se
encontraron, la lujuria explotó dentro de ella.
Y dentro de él, porque podía sentir la necesidad de Sam florecer en el
aire. Hacerse más profunda, más fuerte. Más caliente.
Seline tomó esa necesidad, que absorbió con avidez mientras ella
frotaba su cuerpo contra el suyo. Oh, pero el hombre tenía poder. Tanto
maravilloso, el poder era tentador.
Poder que es mío ahora.
Tomar ese poder, absorber la energía le dio el empujón que necesitaba.
Ella no tenía que estar dentro de un sueño con el fin de tomar el control de él.
Podía vencer al hombre aquí en la realidad.
Pero dejó al beso quedarse. Sólo un momento más. Un minuto.
Dos. Sam sabía cómo besar, y su cuerpo prometía placer crudo.
Otra vez será.
Ella puso las manos sobre su pecho. Sam debería haberlo visto venir.
Seline lo empujó de nuevo tal como lo había hecho en el sueño. Sólo que esta
vez su tiro de un infierno lleno de mucho más fuerza.
Aterrizó en el agua con un chapoteo. Agarró el acelerador y embistió a
casa. El barco se sacudió hacia delante.
Sam la perseguiría. Ella lo sabía. Deshacerse de él no sería una tarea
fácil.
Por supuesto, en realidad no quería deshacerse de él. Ella sólo quería
traerlo más cerca a la base.
Ya sea que a Sam le gustase o no, iban a ser socios.
Él podría odiarla, podría desconfiar de ella, pero al final, él la
necesitaba.
Justo como ella lo necesitaba. Seline pasó una mano sobre su boca.
Todavía podía probarlo.
El sabor del hombre era increíble. Mejor que el sabor de un buen vino,
se sabía dar a desear.
— Seline. — envió su rugido, aves e insectos se dispersaron en el aire.
Ella sonrió. Sam estaba resultando ser exactamente lo que ella había
esperado. Matarlo hubiera sido una verdadera lástima. Algunos monstruos era
necesario que fueran sacrificados, es verdad, pero otros...
Otros sólo había que dejarlos fuera de las jaulas para que pudieran
atacar a los verdaderos bastardos por ahí. Cuidado, Rogziel. Esta vez, eres mi
destino.
El ángel nunca sabría qué lo golpeó.
Era tiempo para que él fuera castigado.
Traducido por Xeras
Corregido por Yomiko

L a oscuridad todavía envolvía la ciudad. Seline caminó lentamente

por la calle con el olor del río inundando su nariz. Sam no la había seguido.
Ella había mirado atrás demasiadas veces para contar, pero sólo había visto el
agua oscura.
Se encogió de hombros mientras se apresuraba hacia adelante. El hecho
de que no la había seguido, hasta entonces seguro, no significaba que no iba a
ver a su Caído pronto de nuevo.
Una ráfaga de viento sopló contra su rostro y su cabello voló hacia
arriba, bloqueando momentáneamente su visión. Su mano se levantó para
quitárselo, pero sus dedos se enredaron con…
Él.
— Hola, Seline.
Su cuerpo se tensó en ese estruendo ronco.
La mitad de la boca de Sam formo una sonrisa temeraria.
— No pensaste que te dejaría escapar tan fácilmente, ¿verdad?
— No. — Su mano cayó. — Estaba segura de que no lo harías. — Pero
empujarlo en esa agua helada se había sentido bien. Ella le ofreció su sonrisa.
— ¿Disfrutaste de tu baño? — No es que ella pudiera decir que incluso había
estado en el agua. Su ropa estaba perfectamente seca, estaba respirando con
facilidad y sin mirar a todos como si acabara de salir corriendo de la ciénaga
para encontrarse con ella en el almacén del nuevo distrito de Orleáns.
Su mano se apartó el pelo. Su toque era suave, amoroso, pero su mirada
ardía con una furia ardiente. Hmmm… tal vez no tan furiosa.
— Dime dónde está mi hermano.
Hizo caso omiso de la bola de temor arremolinándose en sus entrañas.
— Te pregunté sobre hacer un acuerdo, ¿recuerdas? Así que, o estás de
acuerdo… — Ella golpeó su mano a un lado y se acercó a su alrededor. Sigue
caminando y no mires atrás. Actúa como si tuvieras sola. — O hemos
terminado. — Tiró ella mientras miraba fijamente al frente.
Silencio.
Tenía los labios apretados, pero siguió sus pasos.

4 a.m. La ciudad estaba muerta. Pues bien, en su mayoría. El resto eran


no muertos.
— Podría hacer que me lo digas. — Él estaba frente a ella. Sólo así. Un
parpadeo, y bam, hola Caído.
Ella negó con la cabeza.
— Podrías intentarlo. —Ahora la risa llegó, pero tenía un borde duro.
— ¿De verdad crees que eres el primer culo malo que me he encontrado? Yo
no soy fácil de romper. —Golpear, sí, romper, no.
Sam inclinó la cabeza hacia la derecha mientras la estudiaba.
— ¿Quién te trató de romper? — tarareó con furia en las palabras.
Sólo eres una más que le gusta. Él se está quemando, y te quemarás,
también. Sólo yo puedo salvarte. Las palabras de Rogziel latían con fuerza en
su mente.
¿Cuántas veces le había dicho lo mismo? Maldad. Infierno.
Quemada.
Ella había estado atrapada con él durante todo el tiempo que podía
recordar.
— Yo sólo quiero ser libre. — susurró ella, y esta vez, ella le estaba
diciendo a Sam la verdad absoluta.
Sus ojos se estrecharon.
— Se suponía que debía matarte. — Ella podría darle mucho, aquí en la
oscuridad, sólos en la calle. — Pero no lo hice.
Él levantó la mano, la miró, luego lo miró a su vez. — Realmente no sé
lo que puedo hacer. — Entonces él se acercó más. — ¿Sabes cuántos ángeles
hay?
Cientos. Miles. Ella había absorbido con avidez cada pedacito de la
tradición ángel y la historia de la que ella nunca había oído hablar en los
últimos años.
Su mano se deslizó por su brazo, y un escalofrío patinó sobre su piel.
Ella era hipersensible a él. Tan consciente de su tacto, de su cuerpo.
Maldita sangre súcubo. A veces, sólo la hacía débil.
— Yo era un Ángel de la Muerte.
Ella no se movió. — Ya me habías dicho eso. — Nunca había conocido
a otro Ángel de la Muerte. La mayoría de la gente no lo había hecho. Sólo
miraba a un ángel de la muerte cuando era su tiempo de morir. La última visita
fue con la AOD.
— Un toque… — El dorso de la mano se deslizó sobre su piel. — Y
mato. — Bajó la cabeza hacia ella, pero no cometería el error de besarla.
Un beso y me puede matar.
— ¿Segura que quieres empujarme? — Su pregunta era poco más que
un gruñido.
No dejes que vea el miedo. Ella levantó la barbilla.
— Tú no me vas a matar. — Había tenido demasiadas oportunidades.
— Tú me necesitas. Ahora mismo, yo soy tu mejor apuesta para encontrar a tu
hermano. — Soltó otra carcajada libremente mientras miraba fijamente a los
ojos. — Así que me das tu palabra, Caído, y vamos a conseguir este
espectáculo en el camino.
Su mandíbula se endureció. — ¿Vas a llevarme a Az?
Ella asintió con la cabeza. — Y cuando llegue el momento, tú me
deberás un favor por lo que harás exactamente lo que digo. — El tener un
ángel de la muerte a su mandato sería perfecto. A ella le encantaría ver a
alguien intentar acabar con ese perro guardián.
— Bien. — rechinó él.
Su mirada cayó sobre sus labios.
— ¿Quieres cerrar el trato con un beso? — Él la estaba tocando, y ella
no estaba corriendo con miedo.
Sin duda, el gran demonio podía manejar un beso más de ella.
Sus manos se cerraron alrededor de sus hombros y la levantó sobre sus
pies. Su boca tomó la de ella con calor, lujuria y necesidad salvaje, y oh, era
exactamente lo que necesitaba. Un pico de potencia alimentó su sangre. Más.
Quería tocar su carne. Deseaba hundirse en él y dejar que el placer la llevara.
Había pasado demasiado tiempo desde que se había dejado ir con un
amante.
Cuando la lujuria mataba, hacia que siempre tuviera que mantener el
control en la cama.
Incluso cuando quería dejarlos hecho añicos.
La oscura cabeza de Sam se levantó. Vio la misma lujuria que sentía
reflejada en sus ojos.
Pero su mirada la dejó para mirar la calle del barrio.
— ¿Dónde está él?
Directo. Negocios antes que el placer.
— Cierra. — Ella comenzó a caminar, y Sam cayó en su lado derecho.
Rogziel tenía un centro de contención instalado en medio de la zona de
almacenes. Un lugar discreto en el exterior, pero que estaba bien asegurado y
era perfecto en el interior para el tipo de trabajo que Rogziel prefería.
Menos mal que ella sabía exactamente cómo conseguir llegar al interior
del almacén.
Se acercaron a las sombras descomunales hechas por los edificios.
Avanzaron en silencio mientras el camino se retorcía y giraba. Diez minutos.
Quince.
Cuando el almacén 609 apareció ante ellos, Seline se detuvo. Ella puso
su mano sobre el pecho de Sam.
— Esto es lo más lejos que puedo ir. — Su voz fue un soplo de sonido.
— Es el infierno. — Se balanceó hacia adelante, y sus músculos se
tensaron bajo su palma. — ¿Está ahí dentro, es él...?
Apuñó su mano en su pechera y tiró de ella. La tela se rasgó. Él la miró
parpadeando.
— No entres. — dijo, esta vez haciendo de sus palabras una orden. Su
mirada barrió la parte delantera del almacén. Parecía que dos guardias estaban
apostados afuera.
No eran los dos de los que tenían de qué preocuparse. Si Rogziel estaba
dentro... se desataría el infierno.
— Mi jefe podría estar ahí, él y una docena de guardias Otros que no
queremos ahora mismo. — A veces, había que escoger tus momentos. Yendo
en contra de Rogziel cuando tenía su pequeño ejército a su entera disposición
no era una idea buena. —Déjame ir y explorar la escena. Tu hermano estaba
aquí, pero podrían haberlo trasladado a un nuevo sitio ya. — O podrían
haberlo matado, ¿y justo dónde quedo yo? Sam miró hacia ella.
— Tenemos un acuerdo. — le espetó a él, pasándose una mano por el
pelo mientras trataba de suavizarse de nuevo. — No quiero entrar con armas
de fuego ardiente, ¿de acuerdo? — Porque ella tenía algunos amigos que
deberían estar en ese almacén. Bueno, semi amigos.
A los seres humanos generalmente no les gustaba acercarse demasiado a
ella.
— Vamos a tratar de mantener el recuento de cadáveres a un mínimo.
— ¿Qué importa? — Él parecía genuinamente confundido.
Bueno, mierda. ¿Qué? ¿Creía que una súcubo no podía sentir? Sentía
demasiado.
— Porque no quiero más sangre en mis manos. Yo ya tengo suficiente.
— Ella tomó una respiración profunda.
— Mira, puedo entrar al instante, puedo buscar en el almacén, y ver si
tu hermano está todavía allí — Bien, esta fue la parte arriesgada. — Voy a
servírtelo en bandeja de plata. Mientras te acuerdes de que tenemos un trato.
Él la miró fijamente. El tiempo pasó en silencio.
Ella cambió su peso a su pie derecho.
— Por Dios, mira, no tenemos todo el tiempo del mundo...
— Entra. — Sus hombros se elevaron. — Pero si tratas de cruzar, va a
ser el peor error que puedas hacer. Te lo prometo.
Sam cruzó los brazos y miró a Seline escapar. Él no confiaba en ella, ni
por un momento, pero…
La quería.
A pesar de que sabía que no debería querer a una súcubo. Hablando
acerca de un paquete letal.
Se acercó a los guardias. Debían haberla reconocido porque se abrieron
las puertas dobles y la llevó en el interior del edificio.
¿Estaría Az allí? Sus dientes estaban aun más apretados que antes. Estar
tan cerca de su venganza ahora. Tan cerca.
No me traiciones, Seline. Si lo hacía, si esto era sólo un montaje… Ella
iba a aprender lo doloroso que su contacto podría ser.

— ¿Seline? ¿Qué demonios?


Se volvió a la llamada y se encontró con Alex Graham caminando hacia
ella. Vestía todo de negro, y una funda de un círculo en los hombros.
Un ser humano, quien hizo de su misión cazar monstruos.
Y el que debería haber sido su apoyo esta noche.
Dejó que su rostro se endureciera con enojo porque ella tenía un papel
que desempeñar.
— ¿Se te olvidó que se suponía que estabas cubriéndome el culo? —
exigió.
Sus ojos se fijaron sobre ella, deteniéndose un poco en los cortes que
aún tenía en rodajas a través de la muñeca y el antebrazo. Se encogió de
hombros, el movimiento demasiado descuidado para su gusto. — Pensé que
estabas muerta. Vi a ese tipo agarrar y tirar de ti hacia adentro de la casa.
Oh, así que había estado observando. Luego, cuando las cosas se
pusieron calientes, había dado media vuelta y corrido. Caminando y dejando a
una mujer detrás.
— ¿No pensabas venir en mi ayuda? — Se suponía que para eso era un
equipo.
— Ese no era mi trabajo.
Dio el golpe de gracia y mantuvo la cabeza alta.
— Yo tenía que mirar. Se suponía que… bueno… — Sus labios se
torcieron, y ella captó el destello de disgusto en su rostro.
— Hicieras lo tuyo.
Su cosa. Como si no hubiera arriesgado su vida por este grupo una y
otra vez.
— ¿Está muerto? — Alex quería saber cómo se acercó a él. No estaba
demasiado cerca. Nunca se acercaba demasiado. Como si ser un demonio
fuera una especie de virus que no quería coger.
A ella nunca le había gustado el hombre. Seline trabajó con él porque
tenía que hacerlo, Rogziel no la dejaba hacer nada más.
Esto es todo lo que tienes, Seline. La voz Rogziel susurró en su mente.
¿Quieres redención, entonces lucha por ti. Tú matas por ello. Para ganarla.
El precio de la redención era demasiado alto. Ella sólo quería libertad.
— Sammael no está muerto. — Ahora podía mezclar la verdad y la
mentira para esta parte. — Tomé un poco de su poder... y logré escapar. —
Ella exhaló y negó con la cabeza. — Es más fuerte de lo que pensábamos.
Mucho más fuerte. Tengo que hablar con Rogziel...
— Él no está aquí. — Una breve pausa, luego Alex dijo: — Ha salido de
caza.
Bueno, perfecto. Entonces podría obtener información de Az y salir de
inmediato. Porque aparte de unos pocos guardias, el lugar estaba desierto.
— Él quiere trasladarse a un lugar más seguro. — añadió Alex.
Ah, eso explicaba la falta de personal.
— Vamos a transferir al último preso pronto.
— ¿El último? — Oh, vamos, que sea Az, que sea…
Alex se alejó.
— Es una verdadera pieza de trabajo. Un Caído. — Negó con la cabeza
y siguió caminando. — ¿Puedes creer que un ángel sería tan tonto como para
caer desde el cielo?
— He visto cosas más tontas. — Al igual que tú, que simplemente
caminas lejos de mí ahora, después de que admitiste que me dejaste morir.
Seline agarró el objeto más cercano que pudo encontrar una silla de metal que
levantó fácilmente y lo estrelló contra la parte posterior de la cabeza de Alex.
Bajó y se inclinó sobre él. — Tal vez eso te enseñará a dejar de mirarme como
si fuera un pedazo de mierda de perro pegado en el zapato. — Había visto la
mirada en sus ojos, en la mayoría de los ojos de los seres humanos que se
encontraban bajo el pulgar de Rogziel, y ella estaba cansada de ser basura.
Seline tiró las llaves de su cinturón. Alex siempre tenía las llaves de las jaulas.
Era de primer orden, lo que le daba acceso superior todo el tiempo.
Ella se levantó de un salto y corrió por el pasillo a la izquierda. No
habría mucho tiempo antes de que alguien encontrara su cuerpo.
Así que será mejor que moviera el culo.
Se dio la vuelta a la izquierda rápido, una a la derecha, y todavía no vio
a ningún otro guardia o personal. Ella sabía que los más peligrosos se
mantenían siempre en contención hasta que Rogziel emitía su juicio sobre
ellos. Esta área del almacén había sido reforzada para su contención. Otros a
prueba, por así decirlo. Jaulas de plata para los desplazadores, bloques
mágicos para las brujas y ahí... Apretó un código de tecla rápida y la puerta
para la habitación de contención 107 se abrió. Ella entró y vio… Él.
El musculoso pecho del hombre estaba desnudo. Su cabeza se hundía
hacia delante, con el pelo rubio ocultando su rostro. Las cadenas gruesas
ataban sus brazos, sosteniéndolo de forma segura, incluso mientras la sangre
goteaba de las heridas que tenía abiertas en sus brazos.
El chico apenas parecía respirar. Tal vez ya era demasiado tarde, maldita
sea. Ahora, ¿cómo se suponía que iba a negociar con Sam? No pagaría por un
cuerpo muerto.
Ella dio un paso hacia adelante, y sus zapatos se deslizaron sobre el
suelo duro.
Su cabeza giró hacia arriba.
— Ayuda... me. — Un grito desesperado se hizo eco de la atormentada
mirada azul.
Ella cerró la puerta detrás de ella y se apoderó de las llaves en la mano.
— Es por eso que estoy aquí. — Mentirosa, mentirosa... Eres mi billete
a la libertad.
Así que esto era Az. Ahora que su pelo se había deslizado hacia atrás,
ella podría obtener una visión mucho mejor de él. Cara perfecta. Pómulos
altos, nariz recta, la mandíbula fuerte. Piel dorada. Brillantes ojos azules.
Boca que parecía que debería estar sonriendo. En cambio, las líneas de
dolor formaban corchetes en los labios.
Sí, ella podría comprar su libertad siendo él un ángel. Mientras que Sam
sólo se veía más como el diablo.
— ¿Quién… — Su voz raspó fuera — eres… tú?
— Mi nombre es Seline. — Darle su nombre no tenía importancia y tal
vez sería la confianza que ella necesitaba ganar para hacer el trabajo de
escapar. Sólo tenía que sacarlo de esas esposas y luego deslizarlo para sacarlo
del almacén.
Sam podría tener el juego entonces.
Su ceño fruncido.
— No… te conozco… — Él sacudió su cabeza. — No te…
Dudó unos metros de él. Él respiró hondo. — ¿Quién soy yo? — Había
confusión en las palabras.
Ella parpadeó. — Uh... ¿ejecutar por mí otra vez? — Ella sí que no
esperaba ese tipo de respuesta por parte de él.
Su mirada se lanzó por la habitación. — ¿Por qué... estoy aquí? — Esa
mirada brillante volvió a ella. — ¿He hecho... algo malo? ¿Le hice... daño a
alguien? — Él dio un tirón a las cadenas.
Seline mantuvo la distancia. Si él era realmente el hermano de Sam, el
hombre frente a ella podría ser capaz de matar con un toque, también. Lo que
hacía que sacarlo de aquí fuera aún más difícil.
Su mandíbula se apretó.
— Por favor — rogó — ayúdame.
Era un tormento en su voz. Y el miedo. Las llaves se clavaron en su
mano. — Tu nombre es Az.
Él no se inmutó.
Está bien, no había reconocimiento. ¿No era la persona correcta?
Caminó un poco hacia la izquierda y trató de mirar sobre su hombro. No veía
la carne en su espalda, no con la forma en que estaba encadenado, por lo que
con el fin de averiguar si llevaba las mismas cicatrices que Sam tenía, tendría
que tocarlo. Seline respiró profundamente. — Yo te ayudaré, — le dijo ella, —
pero tienes que confiar en mí. — Ella levantó su mano izquierda para mostrar
que no estaba armada. — Tengo que tocarte.
Su mirada se clavó en ella y una tenue línea apareció entre sus cejas.
— Tengo que hacer esto para estar segura de que eres el hombre que
creo que eres.
Debido a que en estos días, no debía confiar en nada que le había dicho
Rogziel. No después de lo que había visto hacer en el último caso.
Sam no fue el primer ángel que había conocido. No, el primer ángel que
podía recordar era Rogziel. Pero él no era un ángel de la muerte como Sam.
En cambio, Rogziel estaba en la tierra para castigar. Castigar a los ángeles que
fueron alimentadas por la ira.
Sólo ella sabía que Rogziel tenía una idea retorcida de lo que constituía
la culpa. A veces, bastaba con tener un poco de sangre de demonio para
justificar el castigo en su mente.
Él no mataba rápidamente. Le gusta mucho el dolor.
La única vez que Rogziel parecía sentir cualquier cosa era cuando
estaba repartiendo su justicia. Luego sonreía.
Su sonrisa le helaba hasta los huesos.
Tragando saliva, Seline levantó el brazo y dejó que sus dedos se
arrastraran sobre la espalda de Az.
Expulsó una respiración fuerte ante su toque, él no se movió.
Sus dedos se deslizaron hasta su carne y encontró las cicatrices gruesas,
ásperas cerca de los omóplatos.
Tenía la cabeza inclinada hacia atrás y miró profundamente en sus ojos.
Sus pupilas se encendieron mientras miraba fijamente.
— Tú caíste — No era difícil confundir dichas marcas. Una vez que
sabía lo que eran las cicatrices era un indicador instantáneo. Sólo había tocado
las cicatrices de Sam en su sueño, pero ella nunca las olvidaría. Había tenido
alas… una vez. Así como las tenía a Az.
Erase una vez… hasta que el fuego llegó y cayó a la tierra.
Seline se aclaró la garganta y dijo:
— Caíste, y tus alas se quemaron.
Ni un atisbo de reconocimiento llenó su mirada. Él sólo miraba...
perdido.
— ¿Caí desde dónde? — preguntó sin comprender mientras parpadeaba
y sacudía la cabeza.
Ella se alejó, corriendo un paso atrás. Saliéndose de rango para tocarlo.
— Voy a salir de aquí, pero ¿a...?
— Me desperté en un… cementerio. Yo estaba en un sepulcro roto,
desnudo, yo estaba...
Voces gritaron en el pasillo. Oh, infiernos. No había más tiempo.
Agarró la cadena en la muñeca derecha y metió la llave en la cerradura.
— Eso no importa.
— Así es. — Él le tomó la mano en el instante en el puño se abrió.
Ahora fue el turno de Seline de congelar. Un toque.
Pero sus dedos apenas suavizadas por su piel.
— Tú eres… — Él rompió apagado y el azul de sus ojos pareció
desvanecerse un poco. — Peligrosa.
Oh, sí, ella era peligrosa para él, pero no estaba dispuesta a confesar
ahora.
Su agarre se apretó.
— Ten cuidado. El mal… está en la puerta.
¿Qué? De golpe se levantó en sus brazos.
A continuación, el olor a humo llegó hasta ella, ardor en la nariz, y la
cabeza de Seline dio media vuelta. Podía ver el humo espeso y oscuro
deslizante debajo de la parte inferior de la puerta de la sala de contención.
Humo y entonces la puerta explotó hacia adentro como una bola de
fuego irrumpió en la habitación. Seline grito y Az rió.
Se rió.
Su mirada voló de regreso a él, y se dio cuenta de que estaba sonriendo.
Oh, infiernos. Esa sonrisa le recordaba demasiado a Rogziel, era la
misma sonrisa que llevaba justo antes de que Rogziel se preparara para
castigar a un bastardo.
El jugar con los chicos grandes… ¿Realmente había pensado que Az no
sería tan peligroso como Sam?
El fuego lamió su brazo y ella gritó de nuevo.
Cuando el olor a humo llego hacia él por el viento, Sam se puso rígido.
Entonces los hombres armados salieron corriendo de la bodega, una de las
personas llevaba a un hombre inconsciente por encima de su hombro. Estaban
huyendo.
Seline, ¿dónde diablos estás?
El humo se espesó, y las llamas empezaron a crepitar. Sam corrió hacia
el almacén. Un guardia le vio retroceder y buscó su arma.
— Espera ¡detente! no puedes...
Sam voló hacia adelante y golpeó el chico a un lado. Sam abrió la
puerta del almacén con un pensamiento extraviado y se precipitó dentro.
Las llamas aumentaron, creciendo más y más. Empujado su poder hacia
fuera, y debería haber sido capaz de apagar instantáneamente el fuego, pero
las llamas no disminuyeron tanto cuando el parpadeo.
Az. Sólo otro ángel podría tener potencia suficiente para atizar el fuego
de esta manera.
Era hora de buscar a su hermano y darle un poco de amortización,
retorno que había tardado siglos en llegar.
Otro grito rasgó el aire. Este con un eco de dolor.
— Seline. — Él corrió tras ese grito que se desvanecía, sin sentir el
toque de fuego sobre su piel mientras saltaba a la derecha a través de las
llamas.
Y entonces la vio. En el suelo. Rodando mientras trataba de apagar el
fuego que quemaba su carne. Rugió su nombre y se abalanzó sobre ella.
— Sam... — Era su susurro ronco y tenía lágrimas, lágrimas cayendo
deslizándose por sus mejillas. Él la estrechó contra su pecho, y, a través de las
llamas, puso la mirada fija en su hermano.
Azrael. El segundo Ángel de la Muerte creado. Uno sin sentimientos.
Uno que existía sólo para matar.
Uno que por fin había caído.
El fuego se elevó más alto, más caliente y las llamas parecían venir
directamente detrás de Seline.
Sosteniéndola, acunándola a su cuidado, Sam dio un paso atrás.
Az estaba sonriendo.
— Bastardo. — gritó Sam mientras se retiraba unos pasos más de ese
fuego. El fuego no le haría daño, pero Seline era una historia diferente. Ella
temblaba en sus brazos, y podía sentir las olas de su miedo.
Una manilla bajó de la muñeca de Az. Sin dejar de sonreír, Az se
adelantó.
— Te voy a matar. — le prometió Sam.
Las cejas de Az se alzaron.
— No… No lo harás. — dijo Az levantado sus manos.
Las restricciones cayeron a sus pies, y Sam sabía el poder de su
hermano estaba a punto de estallar de nuevo y libre. — Ahora no. — Y Az
desapareció. En menos de un segundo, simplemente desapareció.
Sosteniendo firmemente a Seline, Sam envió una onda de su poder y
apagó la pared de la derecha. Corrió hacia adelante, sujetándola tan fuerte
como pudo.
El grito estridente de las sirenas llegó a sus oídos. Captó un destello de
luz roja. Un camión de bomberos estaba corriendo a la escena, llevando una
línea de coches de policía y una ambulancia. Sam vaciló.
Escuchó un áspero susurro
— No. — dijo Seline. — Los seres humanos... No dejes que me vean.
Ellos… no pueden ayudar.
Arriesgó una mirada hacia ella. Los rastros de lágrimas estaban todavía
en sus mejillas, y ampollas rojas cubrían su brazo.
Az, corrió... ejecutaría al maldito, rápido. Su hermano acababa de ganar
más dolor antes de su muerte.
— Por favor, — dijo ella, sosteniendo su mirada, — sácame… de aquí.
— Más lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
— Estás herida. Es necesario...
— Soy una súcubo. — Cerró los ojos, mientras un destello de dolor
tenía su cara endurecida. — La medicina no me va a curar.
No, no la medicina.
Le dio la espalda a la policía. Él mantuvo su dominio sobre ella, y él
sabía exactamente cómo ayudar a Seline.
La medicina no podía quitar el dolor de una súcubo, pero podría el
placer.

Rogziel vio el almacén quemado. Sus guardias habían escapado, y Alex


esperó detrás de él, maldiciendo y murmurando porque tenía un moretón en la
parte posterior de la cabeza.
Los seres humanos podían ser tan dramáticos.
— ¿Estás seguro de que Seline fue la que te golpeó? — preguntó
Rogziel otra vez, porque tenía que estar seguro.
— ¡Sí! Ella me golpeó, y tomó las malditas llaves. Fue después por el
Caído… — Alex apunto hacia adelante y señaló el edificio en llamas. — Y lo
hicieron.
¿Había quemado su camino hacia la libertad?
Quizás.
O tal vez sólo Azrael había quemado a Seline y la envió al infierno.
Su mirada se deslizó sobre el fuego. Había esperado la traición de
Seline. Había esperado que ella se quedara fiel a él, pero, en el fondo, lo había
sabido. Había sido sólo una cuestión de tiempo.
La sangre siempre lo decía. Pobre Seline tenía la sangre de los impíos
corriendo por sus venas. Había tratado de advertirle, pero no hubo suerte
cambiándola. Nunca hubo.
— Vamos a esperar hasta que las autoridades aseguren la escena. — Él
había aprendido a mantener un perfil bajo durante los siglos. Así que había
dejado a la policía hacer su trabajo. Dejó que los bomberos combatieran el
fuego que ya estaba disminuyendo, y una vez despejado el humo, vería si los
cuerpos fueron recuperados.
Si Seline de alguna manera se había deslizado fuera, entonces él la
encontraría.
Seline era de él, y él no la dejaría escapar. Debía verla muerta mucho
antes de que anduviera suelta en el mundo.
Porque sabía lo peligrosa que era en realidad. La cara bonita era una
mentira. En el interior, Seline era un monstruo que había estado luchando para
controlar desde el día en que la había encontrado.
Saltó lejos de un callejón.
Basura.
Maldad.
Y a los malos en este mundo tenía que ser castigados.

Sam llevó a Seline a una de sus casas de seguridad. La adquisición de


un automóvil no era difícil, sino que simplemente tomó el primero que vio y
condujo tan rápido como podía. En cuestión de minutos, tuvo a Seline en su
casa, bajo llave por dentro y en su cama.
Con cuidado, con una delicadeza que no se había dado cuenta de que
poseía, Sam le quitó la ropa quemada y manchada de ceniza, y le enjuagó las
lágrimas.
— No pude… — Sus dedos se cernía sobre su brazo herido.
Las quemaduras le molestaban y le daba ganas de rasgar a Az.
— No podía controlar el fuego en absoluto. — Un demonio por lo
general tenía cierta capacidad para manipular las llamas.
Sus pestañas se levantaron lentamente.
— Yo no lo soy… Soy un híbrido.
Híbrido. Mitad demonio. Mitad… ¿qué?
— Puedo hacer un poco de fuego como lo hice en el pantano, pero no
puedo controlar a los demás. No… soy lo suficientemente fuerte. — Lo último
sonó como una confesión avergonzada.
Él la miró fijamente, perdido, enojado. Le dolía, y su dolor lo puso
furioso.
— Ya sabes — Su voz era ronca, y sus ojos oscuros — que tengo que
curarte.
Él sabía cómo curar un súcubo, sí, pero…
— ¿Darme un beso? — susurró.
Apoyando sus brazos a cada lado de la cabeza y rozó sus labios con los
suyos. Luz. Suavidad.
— No. — gruño. — Necesito... más.
Sus labios se apretaron contra los de ella otra vez. La boca de ella se
separó de él, y su lengua se deslizó dentro de ella centrándose. Mojado.
Caliente. Ella gimió y él se quedó inmóvil, temeroso de que fuera un grito de
dolor.
Empezó a tirar de ella.
Entonces levantó sus caderas y empujó en contra suyo. Ella cogió el
labio inferior entre los dientes y le dio un bocado ligero.
Su miembro se endureció. La quería. Necesitaba...
— Yo no soy un ser humano — susurró ella, y ya su voz sonaba más
fuerte. ¿Sólo por un beso? — Esto es lo que necesito. — Una pausa. — Eres
lo que necesito.
A Sam no tenía que decírselo dos veces. La besó de nuevo. Sus pechos
empujaron contra su pecho, y podía sentir la presión firme de sus pezones. Él
no le había quitado el sujetador negro y sexy, pero quería que el encaje se
fuera. Él quería su pezón en su boca, y él quería saber que sus gemidos eran de
placer.
Pero puso un dominio absoluto sobre su lujuria, y en lugar de
despojarla, se tomó su tiempo con la boca. Sam acariciaba con su lengua y sus
labios, saboreando su sabor. Sus caderas se arquearon más, sus manos se
levantaron para tomarlo y ella le devolvió el beso con un hambre cruda que
tenía el ardiente deseo más caliente. Su cuerpo era una suave tentación debajo
de él, y la necesidad de profundizar en su interior aumentaba con cada
momento que pasaba.
Luego sus dedos empujaron entre ellos, facilitando el recorrido por su
pecho.
Sus dos manos. Pero su brazo derecho había sido quemado... Se retiró al
instante.
Su piel había adquirido una iluminación más débil. Sus ojos eran de
tono negro, sus labios gruesos y húmedos.
— Seline, tu brazo… — Él miró hacia abajo. Las ampollas se habían
marchado. La piel todavía parecía un rojo oscuro, pero la carne se veía
impecable ahora.
— Yo sano rápidamente — le dijo en voz baja — con la potencia
adecuada. — Su mirada se encontró con la suya. — Y tú — le dijo,
lamiéndose los labios como si estuviera saboreándolo todavía — tienes más
poder que cualquier otro que haya conocido.
Debido a que era mucho más peligroso que cualquier otro que hubiera
conocido. Pero mantuvo sus manos ligeras y fáciles en ella mientras acariciaba
su cuerpo.
— ¿Quieres que me detenga? — Estaría bien ahora. Incluso sin más
poder de él, ella no estaba en peligro por más tiempo.
Le había dado suficiente poder para sanar.
Sam sabía que su control no iba a durar mucho más tiempo, no con su
cuerpo pegado tan íntimamente a él y su sabor en la lengua.
Ella negó con la cabeza, y la pesada masa de su pelo se ondeó hacia
atrás sobre sus hombros. — No… — Sus dedos parecían arder a través de su
camisa. — Quiero más.
Esas palabras eran todo lo que necesitaba oír. En un instante, sus ropas
habían desaparecido y sus dedos presionaban contra su piel desnuda. La
lujuria bombeó a través de él mientras la besaba y la tocaba.
Quería conocer cada centímetro de su cuerpo y se tomó su tiempo para
hacerlo.
Arrojó su sostén fuera y vio sus pezones rosado oscuro.
Se había despojado de la etapa de la tentación, pero había sido tan
cuidadoso, ocultando su cuerpo mientras ella revelaba un trozo de carne. No
había visto sus pechos entonces, sólo la dulce curva de su estómago y la gran
longitud de sus piernas.
Ella quería. Llévala.
Le había puesto furioso que otros hubieran estado alrededor esa noche
en el Temptation. Normalmente, a él no le importaba que vieran a las
bailarinas, pero Seline era diferente.
Entonces ella había bailado de nuevo… En realidad había noqueado a
dos demonios y un cambiante en la segunda noche. Habían llegado demasiado
cerca del escenario, no, muy cerca de ella. Y si alguien había ido a tocarla…
Hubiera sido yo.
No, algunos tipos que, probablemente seguían sobándose los moretones
que les había dado.
— ¿Sam?
Le gustaba la forma en que dijo su nombre. Un susurro de sexo en la
oscuridad.
Ahora no había nadie más a quién mirar. La rabia y el hambre se
retorcían dentro de él, y Sam tomó a la mujer que él quería lo suficiente como
para caminar a través de las llamas.
Su boca se hizo cada vez más de ella. Su respiración se aceleró, y el
trueno frenético de su corazón se volvió más rápido en su contra.
Quería más. Sam besó un camino por su garganta. Por encima de su
clavícula. Sus labios se cerraron sobre su pezón. Dulce. Muy dulce. Lamió y
chupó de él y disfrutó de la subida rápida de sus caderas contra las suyas.
Sus dedos se deslizaron entre sus piernas. Sus muslos se separaron, pero
un trozo fino de seda cubría su sexo. La acarició a través de sus bragas, y el
tejido blando se humedeció rápidamente con su excitación.
Su piel había adquirido un resplandor de luz, y Sam sabía que estaba
absorbiendo la energía sensual que generaba. Sin embargo, él no sentía ningún
tipo de drenaje.
En cambio, él sentía… más hambre, por ella.
Sus uñas se posaron por su pecho, y él gruñó bajo en su garganta.
— No tienes que tener cuidado conmigo. — susurró. — Ahora no.
Bien porque su control se desvanecía con rapidez.
Así que se deslizó por su cuerpo. Empujando sus muslos más lejos y le
arrancó las bragas. Entonces Sam puso su boca sobre la de ella.
Ella jadeó su nombre y empujó sus caderas con más fuerza contra él,
incluso mientras sus dedos se hundieron en su cabello. Él trabajó su lengua
contra el clítoris, amaba el sabor más rico de ella y la forma en que su cuerpo
se estremecía contra él.
Cuando el primer orgasmo la golpeó, él sintió el murmullo contra su
boca.
Y siguió saboreándola.
Cuando el segundo orgasmo estaba llegando, se levantó rápidamente y
tensó su cuerpo, levantándose por encima de ella. Él guió su pene a su entrada
mojada y empujó dentro. Sus piernas se envolvieron alrededor de él. Largo y
suave. Su mirada se encontró con sus ojos tan negros, pero ardiendo de
necesidad.
Su pene descansaba justo dentro de su cuerpo, su calor y el
recubrimiento de crema de la cabeza de su carne excitada. El resplandor se
había profundizado en su piel, y se veía tan hermosa que casi dolía mirarla.
Con su lengua se limpió los labios, y lanzó bolas de profundidad dentro de
ella.
La cama crujió bajo sus pies mientras él empujaba. Más profundo, más
fuerte.
Lo encontró con ascensiones ávidas de su cuerpo. Peleando con él
mientras corría por el clímax.
Sus bocas se encontraron. Ella le quitó el aliento. Entregándose,
mientras su sexo lo sujetaba a su alrededor.
Ella vino con una liberación rápida que ondulaba a lo largo de su pene.
Se dirigió a ella de nuevo, levantando sus piernas para que él pudiera ir más
profundo en su apretado sexo.
Sus uñas se clavaron en las sábanas. Oyó el desgarro de la tela.
El aire parecía crepitar de energía. Aun así él empujó. Queriendo más de
ella. Queriendo tomar y tomar…
Cuerpos encontrados. Carne contra carne. El olor del sexo
extendiéndose en el aire.
Su poder llenó la habitación.
Sam empujó con fuerza una vez más, sintió la caricia sedosa de su piel,
y explotó. El clímax llegó a través de él, pareciendo quemar su cuerpo desde
dentro hacia fuera, pero esta vez, el fuego se sentía bien.
Mejor que bien.
El placer corrió a través de él, y se aferró a Seline más apretado de lo
que alguna vez se había aferrado a nada ni a nadie en su vida.
Y él lo sabía…
Más. Para él y Seline, esto sería sólo el principio del placer por venir.
Sam comenzó a empujar de nuevo.
Las llamas estaban fuera. El almacén ardía, pero el fuego ya no
iluminaba el cielo. Rogziel miró los penachos de humo a la deriva.
Seline no había perecido en el incendio.
Piedad. Hubiera hecho las cosas más fáciles para él.
Pero ella había escapado y por eso tenía a ese bastardo Caído, Azrael.
— Sé que ella me robó las llaves — espetó Alex detrás de él. El ser
humano, siempre tan impaciente y tan seguro de lo que sabía.
En realidad, los seres humanos sabían muy poco en este mundo.
Y Alex sólo sabía lo que Rogziel le decía. Rogziel echó un vistazo a su
perro guardián, porque eso es todo lo que Alex era. Un perro que solía cazar a
su presa.
Los humanos tenían algunos usos. Lástima que no fueran más durables.
— Ella me golpeó. — dijo Alex, frotándose la parte posterior de su
cuello. ¿Estaba todavía quejándose de ese bulto? El hombre actuaba como si
nunca hubiera conocido el dolor.
Cuando el dolor podría ser un compañero maravilloso.
— Ella me golpeó — dijo Alex de nuevo, con el rostro endurecido, — y
luego tomó mis llaves. ¡Ella ayudó a que el monstruo escapara!
Los ángeles no eran monstruos. El más leve rumor de lo que pudo ser la
ira se movió bajo la carne de Rogziel, pero luego se desvaneció el sentimiento.
Los sentimientos siempre se desvanecían de él.
Los ángeles no tenían que experimentar emociones. Sólo tenían
derechos, no deseos.
Su deber era castigar a los malvados.
Azrael era malo. Sammael había pecado demasiadas veces para contar,
y la pequeña Seline…
Ahora que me has traicionado.
Y después de todo lo que había hecho por ella. Años pasaron
desperdiciados, tratando de salvar su alma inmortal, sólo para que la entregara
en la primera vez que fue tentada por un Caído.
Había esperado que aguantara un poco más. Su madre no había cedido
tan fácilmente.
No importaba. Las elecciones habían sido hechas. Ahora tendría que
castigarla, también.
— Seline se ha ido. — susurró la voz de Alex, con él la furia de
Rogziel hacia los seres humanos llevaba cierto tiempo. — Y los observadores
que puso en el Sunrise no pudieron encontrar un rastro de Sammael.
Ahora las cejas de Rogziel se alzaron.
— ¿Crees que Seline trabaja con él?
— Creo que Sammael vio la oportunidad de volver a escuchar a uno de
sus hermanos y la tomó.
Pero Alex no entendía. Sammael no habría querido a Azrael libre. En
base a lo que Rogziel sabía, Sammael querría matar a su hermano. Tal vez lo
torturara y luego lo matara, pero no ayudaría a Azrael. Nunca. Sammael no era
del tipo que perdonaba.
Otro pecado yacía a sus pies.
Pero Rogziel comenzó a entender. Su mirada se desvió de nuevo a las
ruinas del almacén.
Sam, ¿subestimaste a tu hermano?
Azrael no era una presa fácil, aunque todavía era un recién Caído.
Azrael, Az, habían sido amigos una vez, tan cercano como los ángeles
podían ser amigos, pero Rogziel todavía planeaba castigar a los Caídos.
Él siempre cumplía con su deber.
Az con el tiempo vendría, después de que Rogziel se hiciera cargo de
Sam. Sam había estado en su lista durante siglos, pero era tan fuerte que el
trato con él no había sido fácil. Afortunadamente, la situación había cambiado
ahora.
Menos mal que tengo derecho al cebo.
Sam ni siquiera se daría cuenta de lo que estaba pasando, no hasta que
fuera demasiado tarde.
Nadie puede escapar del infierno. Ni Az, ni Seline, ni Sam, ni cualquier
Otro que pensaran que podían escapar de él.
Rogziel se aseguraría de ello.
Era hora de que pagasen.
El juicio estaba cerca.
Traducido por Kyra
Corregido por Amy

L a respiración de Seline se ahogó en sus pulmones. Su piel era tan

sensible que sólo el toque de la hoja en su contra la tensó.


Sam estaba a su lado, pero ella todavía podía sentirlo a lo largo de la
longitud de su cuerpo. Por dentro y por fuera.
Oh, hombre. Estaba en problemas. Serios problemas. Sus heridas habían
sanado, su escala de poder estaba a punto de explotar por las nubes, pero
estaba tan asustada en este momento, con un nudo en su estomago.
No esperaba eso.
No había sido sólo sexo. Había tenido relaciones sexuales antes. El sexo
no te hacía tan hambriento y salvaje que sólo querías tomar y tomar y tomar
hasta que apenas podías respirar, mucho menos moverte.
Eso era adicción.
Todo el mundo sabía que los demonios tenían un problema con la
adicción. Incluso un mestizo como ella entendía cuán letal podía ser la
adicción.
Nunca sospechó que un Caído sería la droga de su adicción.
Al destino seguro le gustaba jugar.
— ¿Por qué…? — Su voz sonó más bien como el croar de una rana.
Una forma de ser un súcubo sexy. Se aclaró la garganta y trató otra vez. —
¿Por qué me salvaste?
Él había tenido la oportunidad. Si quería atacar a Az, él podría haber ido
detrás del Caído y dejarla en llamas.
¿Y de dónde diablos vino ese fuego? Los espesores del techo no habían
dado la señal, y las llamas parecían realmente estar enfocándose en ella.
— Porque sé cómo se siente el fuego. — Se giró lejos de ella. Sus
manos se apretaron en puños, y las uñas mordían las palmas de sus manos
mientras ella luchaba contra el impulso de acercarse a él.
Ella podría jugar a ser tranquila, quizás. No es como si fuera su primera
escena post-sexo. Simplemente era la primera escena de sexo realmente
impresionante por la que casi se desmaya.
Él se levantó de la cama. Desnudo, fuerte, esos músculos flexionados
con sus movimientos. Qué buen culo. Totalmente comestible. Las cicatrices en
su espalda eran oscuras, seguían pareciendo de un color rojo claro, incluso
después de todo ese tiempo, y ella tenía la extraña urgencia de… lamerlos.
— Pensé… — Ella aspiró un suspiro y sabía a él. — Pensé que habías
dicho que estabas aquí para ver al mundo arder.
Sam giró a mirarla, y sus ojos azules brillaban.
— Tú no eres el mundo.
No, era sólo una súcubo mestiza que fue a por su cabeza. Tiró la sábana
hasta su pecho.
— Az se escapó.
— Azrael no irá muy lejos. — Una promesa que se reflejaba en su tono
mortal. — El hijo de puta puede correr, pero lo voy a encontrar.
Ella no lo dudó. Azrael. Bien, entonces ese era el nombre completo del
tipo.
Sus ojos se endurecieron mientras él la miraba fijamente.
— Pero tú no te interpondrás entre nosotros otra vez.
No era como si hubiera planeado meterme en medio de un incendio, o
en una guerra entre los Caídos.
— Quédate aquí todo el tiempo que quieras. — Sam agitó su mano,
vestido en un instante con su magia, y se dirigió a la puerta.
Le tomó tres segundos demasiado largos darse cuenta de que el tipo
estaba realmente dejándola desnuda, en su cama.
— ¡Espera!
Sip, esto nunca le había sucedido antes. Los hombres no suelen dejar a
una súcubo. Mendigan por más, seguro. Ofrecen algo para tener la
oportunidad de tenerla de nuevo. Bueno, ya que estamos ahí, hacerlo una vez
o dos…
Pero ¡alejarse sin mirar atrás! Eso era un insulto.
Y él realmente ni siquiera la había mirado. Sus hombros estaban tensos,
y su mano estaba en el pomo de la puerta.
— ¿A dónde vas? — Ella saltó de la cama y se dio cuenta de que sentía
las rodillas un poco tambaleantes, incluso mientras su poder enrojecía su piel.
El sexo con Sam había sido muy, muy bueno para ella. Pero como el
chico estaba apurado en salir de ahí, tal vez no hubiera sido tan bueno para él.
Entonces ¿porque había estado tan ansioso para seguir las rondas?
Seline mantuvo la cabeza alta incluso mientras aseguraba una sábana
alrededor de su cuerpo, al estilo toga.
— A cazar. — Llano. Él abrió la puerta. — Y lo hago solo.
No era como si ella se hubiera ofrecido para ir detrás del gran, gran
ángel iniciador de fuego con él. Pero…
— ¿Eso es todo? — ¿Por qué su voz sonaban tan perdida? Oh, esto no
era bueno. No era la forma de actuar confiada de un súcubo. Nunca había sido
tan confiada.
— ¿Sólo te estás yendo? — Ella apestaba con el dialogo pos-sexo
porque no podía lograr su yo-soy-una-súcubo-y-a-mí-me-importa-poco.
Tal vez soy demasiado parecida a mi madre. A su madre le habría
importado demasiado. Si a Erina le hubiera importado menos, todavía estaría
viva, y Seline nunca hubiera nacido.
Su columna vertebral se enderezó. Sam seguía sin mirarla. Infiernos. Se
lanzo hacia adelante y agarró su brazo. Le dio la vuelta y lo hizo mirarla.
— Tuvimos sexo increíble y entonces...
— ¿Pensaste que sería de otra manera?
¿Qué?
Sus labios apenas se curvaron, y sus ojos parecían brillar de un azul más
brillante cuando su mano se levantó. La parte posterior de sus dedos le rozó la
cara.
— Sólo para que sepas, eso fue sólo el comienzo. Voy a tenerte otra vez.
Su sexo se apretó. Su cuerpo estaba demasiado ansioso de él.
Abajo, súcubo, abajo.
— Pero primero, tengo que cazar. Si no lo saco fuera, Az vendrá a por
mí. — Los blancos dientes de Sam brillaron con una plena y muy letal sonrisa.
— Y le he debido patadas en el culo durante siglos.
Su mano cayó.
Ella tomó una profunda respiración.
— ¿Eso es todo? — No te distraigas con sexo otra vez. — ¿Sexo
caliente, luego te vas? Mientras que yo, ¿qué? ¿Me escondo aquí? — Seline
sacudió la cabeza con fuerza. — Esconderse no era el trato. Mira, yo te llevé a
Az. — Ella no lo había entregado exactamente, pero ese no era el punto. Hola,
fuego, mi caliente amigo. Había hecho todo lo posible. — Yo hice mi parte, y
ahora tú tienes que hacer tu parte del trato.
Un músculo se flexionó a lo largo de su mandíbula.
— Yo te salvé.
Sí, correcto, y eso contaba para conseguir grandes puntos extras, pero
ella tenía otro asunto mucho más urgente es ese momento.
— El tipo que tomó Az, él va a saber… — Ah, maldita sea. — Los
guardias me vieron atacar. Yo descerebré a uno con una silla, y mientras él
estaba fuera, robé las llaves de las cadenas de Az. Quemé los puentes. —
Desafortunadamente, esos puentes habían intentado quemarme de nuevo. Ella
se dio cuenta de que tenía los dedos en un agarre de muerte sobre la hoja. —
Cuando el humo se disipe, van a venir por mí.
Él lo haría. Rogziel tomaría su traición muy, muy personal. Para un tipo
que se suponía no debía sentir, seguro que tenía una vena vengativa.
El infierno no tiene la misma furia de un ángel traicionado.
— Quédate aquí, — le dijo. — Nadie te va a encontrar.
Tan confiado. Tan descuidado.
Luego trató de apartarla. No, no estaba pasando. Con ese aumento de
potencia, su agarre era bastante irrompible.
— ¡No me esconderé aquí para siempre! Además, — Su aliento
expulsado de prisa, — no conoces a Rogziel.
Él pareció convertirse en piedra bajo su tacto. Uh, oh.
— ¿Sam? — Su estomago se torció. Tal vez él sí conocía a Rogziel.
Tal vez conocía al chico demasiado bien.
En un abrir y cerrar de ojos, Sam cerró sus manos alrededor de sus
brazos y la arrastró de puntillas. La sábana se escurrió y se agrupó en el suelo.
— ¿Tú trabajaste para Rogziel? — Apretó los dientes.
Hasta aquí el resplandor post-sexo y el momento tierno.
— Él fue quien encontró a Az. Lo sabía porque...
— Porque es un maldito ángel del castigo.
— Ah… suponía que lo conocieras. — El mundo angélico estaba
compuesto por miles, pero parecía que su mala suerte se mantenía y Sam
podría conocer a Rogziel.
Sus manos se apretaron.
— Sé que es un idiota enfermo que debería haber sido quemado hace
mucho tiempo.
Sí, definitivamente sonaba como si conociera a Rogziel. Tal vez el
mundo de los ángeles era más pequeño de lo que sabía.

La caída desde el cielo le había dolido como una perra.


Omayo miró abajo en el bullicio de las calles. No recordaba cuánto
tiempo atrás había caído en realidad, porque el tiempo había perdido sentido
para él. No lo sabía, no le importaba.
Los seres humanos se congregaban calle abajo. Los miró, siempre los
había mirado.
El sol de la mañana se deslizó a través de la superficie del río.
Parejas caminaban de la mano. Los jóvenes enamorados se detenían a
besarse.
Los turistas replicaban fotografías. Risas y voces llenaban el aire.
Emociones.
Él podía oír todo a su alrededor, y, finalmente, podía sentir.
Placer. Alegría. Felicidad. No más mirar, ahora sentía todo. Al igual que
los humanos. No, más que los humanos. Él agradecía más cada momento
porque conocía lo que era vivir en el vacío y no sentir nada.
Se apartó del balcón y caminó de vuelta dentro de su departamento. Sus
hombros rodaron, y por un instante, sintió el aleteo de las alas que no estaban
allí.
Un pequeño precio a pagar.
Entonces se había quemado. Así que no habría más vuelo para él.
Las nubes perdían su atractivo después de los siglos de todos modos.
Habría caído. Habría follado. Habría amado. Habría reído.
Los seres humanos eran seres afortunados. Tenían el paraíso al alcance
de sus dedos, y no entendían su alegría.
Él entendía.
Se había quemado por esta alegría.
Un golpe sonó en la puerta. Él frunció el ceño pero caminó hasta allí.
Echó un vistazo por la mirilla, los humanos tenían invenciones tan divertidas,
y la sorpresa le había aflojado la mandíbula.
Saltó hacia atrás, demasiado tarde. La puerta se abrió hacia adentro, y la
pesada puerta de madera cayó sobre su cuerpo.
— Hola, amigo. — Una voz burlona rechinó mientras Omayo empujaba
la madera fuera de su cuerpo. Se puso de pie, más que listo para...
Un gruñido llegó a sus oídos. Bajo, amenazante.
Se quedó quieto hasta que el terror se levantó dentro de él, disparando
su sangre y haciendo estremecer su corazón.
— Sé todo acerca de ti, — dijo esa voz que él conocía demasiado bien.
Omayo vio lo que esperaba en la puerta. El edifico estaba vacío, sólo su
departamento de la planta baja y un garaje vacío. Nadie podía ayudarlo.
Como si los humanos pudieran luchar contra esto. Habrían sido
sacrificados en el instante en que lo intentaran. Nunca había arriesgado la vida
de un humano. No quería empezar ahora.
— Los miraste demasiado tiempo…
Omayo se tambaleó hacia atrás y envió una ráfaga de poder derecho a
su viejo amigo.
— ¡Fuera!
Pero el que había conocido durante siglos no se movió.
La explosión parecía no tener efecto.
— Querías sentir, Omayo…
¿Era eso tan malo? Sus manos se estrecharon en puños.
— Siglos de nada. Nada. Ellos lo tienen todo. Yo sólo quería...
El ataque se produjo en un instante. Los dientes mordieron su cuello.
Garras rastrillaron su cuerpo. Él trató de gritar, pero la sangre lo ahogaba. El
dolor devastaba su cuerpo. La furia y el miedo retorcieron su estómago… aún
cuando las garras arrancaron sus entrañas.
¡No!
— Espero que disfrutes de cada momento… — Esa maldita voz. —
Espero que te guste lo que se siente.
El frío recorrió su piel, y Omayo luchó. No, no, no había caído para
esto. No el dolor, no el infierno…
Los dientes torcidos se hundieron en su garganta y le robaron un grito.
— Vete al infierno, Caído. Mira cómo se siente.

Sam miró a Seline a la cara mientras un rugido llenaba sus oídos.


— Rog… ziel. — Él mordió el nombre con los dientes apretados. Su
ángel del castigo menos favorito. A Rogziel le gustaba demasiado su trabajo.
Hora para una limpieza arriba. Rogziel necesita caer, y yo necesito
desgarrarlo.
— ¿Cuánto tiempo llevas con él? — demandó.
Sus labios se abrieron, y él vislumbró su pequeña lengua rosada. A pesar
de que debería haber sido saciado, ¿cuántas veces la tuve?, su polla no recibió
el mensaje. Se sacudió y levantó ansiosamente hacia ella y ella estaba desnuda
y...
Él dejó su presa y retrocedió. Su codo se estrelló contra la puerta.
— He estado con él por casi treinta años.
¿Qué? — Imposible, tú no puedes...
— Cuando mi madre murió, él me acogió. — Sus hombros se
enderezaron. — Él me cuidó, me dio cobijo, y comida, y a cambio… — Una
breve vacilación mientras ella respiraba hondo, entonces dijo: — En cambio,
cuando tuve la edad suficiente, quería que yo le ayudara a cazar.
Él la miró fijamente. No se arriesgaría a tocarla nuevamente, no podía.
Sabía una mentira cuando la oía, y si la tocaba con furia, su control se
deslizaría. Cuando su control se caía, las personas morían.
— Tonterías. — ¿Estaba ella todavía provocándolo? ¿Esto fue todo un
truco para deslizarse bajo su guardia?
Sam capturó el leve estrechamiento de los ojos.
— Es cierto, — dijo Seline.
— Un ángel nunca tomaría a una súcubo. — Y seguro que no uno tan
mediatamente servil con las reglas como Rogziel. Rogziel era de la vieja
escuela. Sam había oído sus rollos montón de veces. Los demonios eran
abominaciones. Los ángeles no deben tener relaciones sexuales con los
humanos. Cumplan con su deber. Castigo a los culpables.
Blah, mierda, blah.
Ella agarró la sábana, y él perdió la vista cuando se cubrió.
— Para tu información, yo sólo soy medio súcubo.
Bien. Lo que planteaba la cuestión… — Entonces ¿cuál es tu otra
mitad?
Sus labios se fijaron juntos.
Bien. En realidad no le importaba. Ella podría ser algún nuevo tipo de
medio vampiro, medio demonio milagroso, y él no se sentiría diferente. Si el
pequeño híbrido no quería compartir, seguro que no le quitaría el sueño.
— Te retuvo durante treinta años. — Ahora esa parte realmente lo
cabreaba, más de lo que debería, y la rabia bombeaba más caliente.
— No me retuvo, ¿de acuerdo? Yo era un bebé.
Mierda, ¿tenía sólo treinta años? Hablando acerca de robar base. Una
súcubo fácilmente podía ocultar su edad, o no. Él nunca habría sospechado
que ella era tan joven.
Seline sopló un fuerte aliento.
— Yo ni siquiera lo sabía, — empezó, mientras el rojo teñía sus
mejillas.
— ¿Qué Rogziel era un sádico con su propio sentido de lo correcto e
incorrecto? — Ella había trabajado para él. Demasiado tiempo, suficiente
tiempo para que Rogziel la torciera. — Dime, ¿cuántos hombres has matado
para él? — No la toques. Él no podía tocarla cuando la furia le alimentaba. —
¿Cuántos hombres has seducido?
Ella se dio la vuelta y agarró su ropa. La sábana cayó, y él tuvo una
hermosa vista de su culo, entonces ella se vistió.
— ¡Qué te jodan!
Él levantó una ceja.
— Ya lo has hecho.
Obviamente, eso no era lo correcto para decir. Una ráfaga de poder
psíquico lo golpeó y lo arrojó al otro lado de la habitación. Cuando Sam se
levantó del suelo, la miró. La mujer era definitivamente más fuerte de lo que
había sido antes.
Pero, espera, si ella era más fuerte, entonces ¿no debía significar que él
era más débil?
Infiernos. Una súcubo sólo se hacía más fuerte cuando tomaba poder.
Él había estado tan ocupado bebiendo de ella que no se había dado
cuenta de lo que podría haber estado haciendo con él.
Si estaba tratando de provocarlo, le había dado la oportunidad perfecta.
El fuego… ¿si hubiera sido una trama? ¿Una forma de llegar a él? Se
había quemado y nunca olvidaría el dolor, por lo que no había podido
quedarse allí y ver el fuego asolando su piel.
Entonces ella le dijo que la energía sensual era la única manera de
sanarla…
— ¿Por qué me miras de esa manera? — le exigió Seline mientras
cruzaba los brazos sobre su pecho. — Te merecías el empujón. Tienes suerte
de que no te de golpes en la cabeza contra la pared.
El sexo igualaba su fuerza. ¿Debilitándolo a él?
Hizo un gesto con la mano.
Seline gritó y su cuerpo se levantó por el aire. Entonces el viento se
precipitó contra Sam cuando ella se defendió, pero esta vez, él estaba listo
para el impulso de energía.
En frente de la explosión psíquica, él no se movió. Interesante.
Así que ella no había tomado lo suficiente para debilitarlo, aún no. Una
razón más para dejar a la linda súcubo atrás.
Porque si se quedaba con ella, la tendría otra vez. No podía permitirse
ninguna debilidad.
Ella juró mientras se balanceaba en el aire. Él bordeó a su alrededor.
— ¡Sam! ¡Maldita sea, bájame! — Sus pies se acercaron para patear su
cara.
— No. — Lo haría, sin embargo, con el tiempo. Pero en ese momento,
tenía que cazar al hijo de puta de su hermano, y no podía tenerla
ralentizándolo.
Tampoco podía confiar en ella. No si había trabajado con Rogziel.
Entonces debía quedarse, por ahora.
Sam abrió la puerta.
— ¡No! ¡No puedes dejarme así!
Él levantó la mirada. Seline tenía la cara sonrojada por la furia. Sus ojos
no podrían haber quemado más oscuros.
— ¡No lo hagas! — gritó mientras se movía sin poder hacer nada en el
aire. — No...
— Lo siento, cariño, pero Az está ahí afuera. — Pero ya había perdido
demasiado tiempo, no había sido capaz de alejarse cuando ella lo necesitaba, o
cuando él la necesitaba. — Todavía está débil por la caída, pero no va a seguir
así por mucho tiempo. — Sam tomaría cualquier ventaja que pudiera para la
batalla que vendría. — Pero no te preocupes, voy a enviar a un demonio a
cuidar de ti.
— ¿Qué? — ¿Había miedo en el parpadeo de sus ojos? — No, Sam,
tú...
Él cerró la puerta. Sus gritos le siguieron. Igual que el ruido de los
muebles. La mujer debería estar utilizando su poder para destruir la
habitación. Si no tenía cuidado, se haría daño a sí misma, o más bien, gastaría
su poder.
Bien. Eso era justo lo que quería… A Seline más débil y más
controlable. Sam comenzó a silbar. Tiempo de cazar.

* * *
Él la había dejado colgada, literalmente. Seline se retorció y gruñó, pero
parecía que estaba suspendida colgando de corteses manos invisibles. El tipo
ni siquiera estaba cerca, pero todavía la atrapaba fácilmente. Hablando de una
central eléctrica.
Sólo, ¿qué podría pasar cuando un demonio viniera a “encargarse” de
ella? Contuvo su ira y tiró de su energía. No tenía sentido perder su poder
ahora. Bueno, sí, ya había roto dos sillas y un televisor, pero estaba bajo
control de nuevo ahora. Podía pensar más allá de la furia, y sabía que era
mejor conservar su poder para quién tuviera la mala suerte de entrar a la
habitación.
Así que esperó. Esperó.
El tiempo parecía arrastrarse mientras colgaba en el aire. Entonces
finalmente la puerta empezó a crujir abriéndose.
La oscura cabeza de Cole apareció. Se imaginó que Sam enviaría a su
lacayo demonio y mano derecha para hacerle frente. Cole la miró y levantó las
cejas. Luego se recostó contra el marco de la puerta, cruzó los brazos y en
realidad sonrió.
Gracias por darme una razón.
Ella maldijo al pelmazo.
El incendio del almacén estaba afuera. Ahora, todo lo que había era un
desastre empapado de negro que olía a cenizas. Unos pocos bomberos aún
estaban en el lugar, y Sam vio a varios policías y un chico con una insignia
como de un investigador de incendios escaneando la zona. Estaban tomando
notas, hablando entre sí con un aire preocupado. Esto estaba muy por encima
de la escala salarial.
A medida que el sol se elevaba en el cielo, Sam se puso a la sombra de
un edificio cercano y vigiló. Esperó.
Rogziel. Se había preguntado si el hijo de puta estaba al acecho
alrededor.
Sam había estado ansioso por arrancarle las alas a ese tipo durante
siglos.
Pretencioso pollazo.
¿Y Seline había pasado treinta años con él? ¿Su vida entera?
Hablando acerca del infierno. ¿Por qué un ángel caído tomaría a una
súcubo?
No tenía ningún sentido. Estar con ella… mantenerla observando todo
este tiempo.
¿Por qué Rogziel? ¿Qué le hizo desarrollar ese interés en Seline? Tal
vez esa era la otra mitad que le importaba.
Los frenos chirriaron cuando una camioneta familiar negra se detuvo
junto a la acera cerca de la ennegrecida bodega. Ah, se había estado
preguntando si la camioneta se mostraría de nuevo. Cole la había rastreado de
vuelta a un nombre y dirección falsos. Interesante… entonces Rogziel estaba
tratando de cubrir un poco las pistas.
Dos hombres salieron del vehículo, uno con el pelo rubio pálido y otro
con el pelo rojo oscuro. Hablaron con la policía. Gesticularon hacia la escena.
Parecían estar enojados y molestos. Esbirros humanos.
¿Qué pasó con los buenos tiempos? Los días en que los ángeles se
encargaban del trabajo sucio ellos mismos, sin necesidad de contratar a seres
humanos. A veces, realmente tenías que conseguir ensuciarte las manos
blancas con el fin de hacer el trabajo.
Sus manos se cerraron alrededor de los barrotes de la motocicleta que le
habían “prestado” más temprano. Miró a los dos hombres subir de nuevo en
la furgoneta, y cuando se fueron, él estaba justo detrás de ellos.
Ensuciarse las manos nunca había sido un gran problema para él.

— ¡Bájame de aquí! — gritó Seline.


Cole se levantó lentamente del suelo. Se frotó la mandíbula.
Ella había estado sintiendo SPM 1, así que había dejado al niño bonito de
cara a la puerta del baño con un golpe.
— No puedo hacerlo, ma’am2.
Oh, genial, y Texas fluía debajo de las palabras.
Seline expulsó el aire. Se agitaba como un pez raro.
— La magia del jefe. — Cole se encogió de hombros. Un encogimiento
de hombros de esos de yo no doy una mierda por nadie. — Yo sólo estoy aquí
para asegurarme de que no te hagas daño.
Fabuloso. Sam había azuzado a su perro de guardia con ella.
— Es más probable que te haga daño a ti.
El fantasma de una sonrisa levantó sus labios.
— Yo no soy el que te dejó colgada.

1
SPM: síndrome pre-menstrual.
2
Ma’am: señora.
Ahora su mirada se desvió por sus piernas.
— Yo no… ah… dejo normalmente a las mujeres de esa manera.
Ella se calmó. De ninguna manera este demonio casanova la golpearía.
Pero…
Todavía estaba volando alto con la energía que había tomado de Sam.
Nunca había tenido un estimulo igual en toda su vida. Por lo que sabía, podría
haber estado emitiendo algún faro súcubo.
Ven… tengamos sexo arriba.
Ella levantó las manos.
— Saca los ojos de mis piernas o vas a recibir otro golpe. — Como si
no tuviera suficiente con lo que lidiar en ese momento. — ¡Y bájame!
Él se cruzo de brazos otra vez, debía ser su pose favorita. Entonces,
cuando ella lo miró, Cole levantó lentamente los ojos y apoyó la espalda
contra la pared.
— Sólo Sam puede liberarte.
— ¡Entonces llámalo por teléfono y dile que me baje! — Entonces ella
podría ir y patear su culo. Cole sacudió la cabeza y consiguió parecer
excesivamente despreocupado. ¿Cuántas veces se había encontrado en el
dormitorio de su jefe con una mujer flotando? Su mandíbula se apretó con
tanta fuerza que sus dientes de atrás dolían. Bastardo. ¿Era una rutina
matutina normal?
— No puedo llamarlo ahora. Lo siento, ma’am, — Finalmente arrastró
las palabras. — Comprende… Sam no confía exactamente en ti.
Suficientemente buena para el sexo, no lo suficientemente buena para
confiar. Maldito sea.
Los ojos demoníacos de Cole brillaron negros y su hermoso rostro se
endureció.
— Él no confía en ti, y yo tampoco.
Bueno, hasta aquí ser un faro súcubo. En ese momento, el chico parecía
que fácilmente podría matarla.
* * *
Los seres humanos no condujeron a Sam hacia Az. En su lugar lo
llevaron a un cementerio.
Todavía era demasiado pronto para más turistas, él había notado que a
ellos les gustaba ir a los cementerios por la tarde o la noche, entonces el lugar
estaba desierto. Sam empujó abajo el pie de su motocicleta y esperó unos
segundos, luego siguió a los hombres más allá de las viejas puertas de hierro
forjado.
Había visto a los seres humanos agarrar una bolsa antes de entrar.
Sabía que no era el único de caza hoy.
Los turistas que llegaban a Nueva Orleáns estarían volviéndose locos
aterrorizados si supieran lo que realmente los esperaba en las criptas. Entonces
dejarían de hacer sus ofertas a la reina vudú y escabullirse en los
“encantados” tours.
Él sabía lo que se ocultaba en el interior de los ataúdes, pero no le
importaba lo suficiente para estar aterrorizado.
Vio como los hombres pedían abrir una puerta y luego se deslizaban en
una bóveda antigua. Una que había estado desde 1800.
Sam oyó el arrastrar de pasos y luego un grito repentino, un grito que
parecía a punto de estallar en la cripta. Sam se puso tenso, pero luego el
pelirrojo salió volando de la cripta.
Su grito. El grito terminó abruptamente cuando el chico golpeó el
monumento más cercano.
Sam supuso que los cazadores habían tomado una presa que no podían
manejar.
Si esa “presa” mató a la rubia antes que Sam tuviera la oportunidad de
hacerle preguntas… iba a perder tiempo valioso.
Él odiaba perder tiempo. Suspirando, rodó los hombros y salió adelante.
Acababa de llegar a la antigua entrada de la tumba blanca cuando una
explosión lo golpeó. El fuego corría a su alrededor, más puto fuego, y el
mundo desapareció en un remolino rojo.
Demasiado tarde, se dio cuenta de que había caminado directamente en
una trampa.

Seline cayó al suelo. Sus manos golpearon la dura madera mientras sus
rodillas heridas impactaban en el choque.
— ¿Qué diablos? — Cole se abalanzó hacia delante.
No lo bastante rápido. Ella levantó la mano y envió un rayo de energía
hacia él. La electricidad crepitaba en el aire, y se arqueó cuando le dio en el
punto muerto en el pecho.
Normalmente el poder de un demonio no funcionaba tan bien con otro
demonio. Pero entonces, ella no era un demonio. No realmente. No del todo.
Así que esas “reglas” no funcionaban cuando jugaba.
Ella se echó hacia atrás hasta sus pies incluso mientras un mal
sentimiento se asentaba en la boca del estomago.
— ¿Por qué soy libre?
Él gruñó y se frotó el pecho.
Seline levantó los brazos. No le gustaba la posibilidad de que la
ejecutaran a través de su mente. Le gustó aún menos cuando Cole le espetó:
— Eres libre… porque el poder de Sam acaba de tomar un mayor golpe.
Y Cole no iba a atacarla. Había saltado en sus pies, y estaba corriendo
fuera de la habitación, dejándola atrás.
La mano derecha demonio iba a proteger a su jefe.
Pero si Sam necesitaba protección…
Entonces mis planes irían al infierno.
Seline corrió inmediatamente después de Cole, consciente de que
todavía debería estar enojada con el Caído. Pero, en cambio, estaba
preocupada.
El poder de Sam debía haber tomado un gran golpe.
No, maldita sea, no.
Ella lo necesitaba demasiado para perderlo tan rápido.
Traducido por Maia, Rhyss y Kyra
Corregido por Rhyss

E l humo dirigió a Seline y Cole al cementerio. Era bastante difícil

perderse esa gigantesca nube negra de humo y los sonidos de todas las sirenas
que llenaban las calles.
Se empujaron a través de la multitud de los boquiabiertos espectadores,
y, oh, infiernos. Parecía como si algún tipo de bomba hubiese estallado. Los
viejos mausoleos fueron atacados ferozmente. Trozos de mármol se reunían en
el suelo, y sí, Seline estaba bastante segura de que había huesos diseminados
en torno al fuego.
— ¿Dónde está él? —susurró a Cole, manteniéndose cerca de él.
Cuando él había saltado a su camión, ella había brincado al interior y
apresurado al rescate. No era que ese demonio tuviera mucha más opción que
su compañía. Ella no había planeado ser dejada atrás.
Un cuerpo había sido cubierto en el suelo. No alguno de los más
antiguos residentes del cementerio, no, una de esas pobre almas tendrían que
ser buscadas durante días y reunidas pieza a pieza, pero a la vista de esas
cosas, el cuerpo cubierto era reciente.
No era Sam
Ella dio un paso atrás.
Cole agarró su brazo.
— No es él.
Entonces ella vio los mechones de pelo rojo derramándose sobre la
manta oscura.
Dejó salir el aire que no se había dado cuenta que había estado
conteniendo. Su mirada barrió la escena. Quizás Sam no había estado aquí.
Tal vez esto era sólo algo realmente jodido, la furgoneta de Alex.
Seline se tensó cuando su mirada se fijó en el vehículo que ella conocía
demasiado bien. Esto no es bueno.
— ¡El lugar era un infierno cuando llegué aquí! — La voz alzada de un
hombre la tuvo con los ojos volando hacia él. — ¡Y no estoy bebido! — Hizo
un gesto con las manos al policía que estaba de pie delante de él. — Te lo digo
por sexta vez, un hombre salió de ese fuego. ¡Sólo jodidamente caminó fuera
de él!
Sam. Finalmente tomó una respiración profunda.
— Sus ropas estaban ardiendo, pero no fue así. — El chico, mayor,
vestido con una camisa blanca que ya había comenzado a mostrar su sudor,
sacudió la cabeza. — Parecía el maldito diablo.
Definitivamente su Sam. Nadie más encajaba en esa descripción como
él. El policía suspiró y miró a su compañero. Ella captó las cejas levantadas y
supo que no estaban ni siquiera cerca de comprarle la historia del tipo.
No importaba. Ella estaba dispuesta a comprarla.
Seline esperó hasta que los policías se alejaban e iban a entrevistar a
más testigos, probablemente la gente que esperaban que fuera más fiable.
Luego cogió a Cole y se dirigió al hombre que estaba haciendo la señal de la
cruz sobre su cuerpo.
— Uh, perdón, señor... — comenzó Seline.
Él se volvió hacia ella, con los ojos entrecerrados.
Ella intentó una sonrisa.
—No pude evitar escuchar...
— ¡Yo no soy puto loco! — El sudor corría por el lado de su cara.
Los bomberos estaban disparando corrientes gigantes de agua a las
llamas restantes.
— No, por supuesto que no — le tranquilizó ella. — Pero, podría usted
decirme... el hombre que vio, — el hombre que no veía por ningún lugar
ahora, — ¿dónde se fue?
El testigo parpadeó con sus ojos azul claro.
— ¿Tú me crees?
Ella le dio un rápido asentimiento.
— ¿Dónde se fue?
Un suspiro se levantó del hombre mientras se limpiaba la frente con la
mano.
— Corría tras otro.
Ella mantuvo su expresión en blanco, pero era Cole quien demandó:
— ¿Un Otro?
— Ese chico rubio. — Él miró las manchas de suciedad en su camisa.
— Traté de ayudarlo, pensé que podría haber sido herido en el incendio, pero
el tipo me empujó y salió corriendo. — Su mirada se dirigió a la derecha y al
callejón que serpenteaba detrás del cementerio. — Pobre tonto. El diablo le
estaba siguiendo.
— No es el diablo, — murmuró Seline. No del todo.
— Muy parecido, — dijo Cole al instante.
Eso hizo que el testigo los mirara con la mandíbula floja.
Era hora de irse.
Se apresuraron hacia el callejón. Rubio. Bueno, había dos posibilidades
para la identidad del varón rubio. Opción uno... Alex. Su furgoneta estaba
aparcada cerca y el cementerio todavía ardía, ¿había tendido una trampa a
Sam?
Rogziel no renunciaría su presa tan fácilmente, y que había visto a Alex
usar su rutina de come y sigue antes. Atraía a la presa, luego atacaba con todo
lo que tenía.
Pero si Sam lo había perseguido, nada había sido suficiente esta vez.
O si no era Alex, entonces podría ser Az. Su segunda opción era mucho
más aterradora que un humano que pensaba que era fuerte.
Seline y Cole siguieron por el callejón que serpenteaba lejos del
cementerio y la multitud. El hedor de la basura la rodeaba mientras saltaba
sobre cosas en las que en realidad no quería pensar demasiado.
Doblaron otra esquina, y ella se detuvo en seco al ver la escena que
tenía delante.
Alex permanecía con la espalda presionada contra una pared de ladrillo
sucio.
Tenía las manos hacia arriba y los ojos muy abiertos. Oscura ceniza le
cubría la cara y la ropa. Respiraba con dificultad, los sonidos irregulares
llenando el aire, y sonaba como si pudiera estar... ¿rogando?
Sam estaba de pie frente a él. Sin ropa quemada. Con ropa perfecta otra
vez. Ni una pista de hollín o cenizas en ella. Escasos centímetros separaban a
Sam de Alex.
— Seline — Alex la vio y gritó su nombre. — ¡Dile a tu perro que se
aparte!
No era su perro. Sam no cambió su mirada a ella.
— Mantente alejada, Seline, — dijo.
Pero los ojos desesperados de Alex estaban sobre ella.
— ¡Él me va a matar! — gritó mientras la saliva volaba de su boca.
—Sólo porque es justo. — La voz de Sam mantuvo un tono burlón. —
Trataste de matarme hoy.
Seline se arrastró hacia adelante. Cole dio un paso atrás, esperando.
— Aquí está un consejo, — dijo Sam, y mientras Seline rodeaba a los
hombres, captó el destello de su sonrisa. — Tú no eres lo suficientemente
fuerte como para matarme. Tus armas no son lo suficientemente fuertes. Lo
único que logras hacer es cabrearme. — Él levantó su mano. — ¿Sabes qué
sucede cuando me enojo?
Alex se presionó de nuevo aún más contra los ladrillos. Parecía que el
chico estaba tratando de encogerse.
— Te hago daño. — Sam se movió con esa demasiado rápida falta de
definición también. Alex gritó y agarró su mano izquierda. Uh, su mano estaba
mirando en la dirección equivocada. Los huesos se había roto en un abrir y
cerrar de tiempo.
Ella tragó saliva.
— Sam...
Él no la miró.
— Deberías haberte quedado en la casa de seguridad.
Ella se puso tensa. ¿Ahora iba a hablar de eso?
— ¡Ella está en esto! — Más saliva voló de la boca de Alex mientras
acunaba su mano lesionada. — ¡Ella está jodidamente metida en esto! Haz tu
trabajo, Seline, ¡mata a este hijo de puta! ¡Drénale como se supone que debías
hacer!
Seline no se movió, ni siquiera un centímetro.
¿Se endurecieron los hombros de Sam? Era difícil de decir. Ningún
cambio de expresión cruzó su rostro.
— Seline — gritó Alex.
Ella echó un vistazo por encima del hombro. Lo bueno es que esas
sirenas seguían sonando. De lo contrario, habrían tenido compañía. Pero las
sirenas gemían, y ella sabía que estaban cubriendo los gritos de Alex. — Ya no
trabajo para Rogziel.
Alex se rió.
— ¿Esa es la historia que estás contando? — Él dejó caer su mano.
— Sí, — dijo ella en voz baja, y tomó una respiración profunda. —
Alex, ¿dónde está Az?
Sus labios se tensaron en una fina línea.
— Sólo dime...
— ¿Cómo diablos voy a saberlo? ¡Tú eres la que lo dejó ir anoche!
No del todo.
Ella miró por encima de su hombro una vez más. Esta localización no
era buena. No deberían quedar expuestos de esta manera. — Tenemos que
salir de aquí. — Si Sam quería, podía traer a Alex con él, pero en ese
momento, tenían que dividirse. — Vamos a tener compañía pronto. — Porque
los equipos Rogziel nunca trabajaban solos. Había siempre un grupo de apoyo
al acecho.
Y no todos los otros equipos dejarían a Alex a su destino, de la forma en
que él me dejó.
— Que vengan. — Sam se encogió de hombros.
Cierto. Bueno, si ella fuera una Caída todopoderosa que hubiera
caminado a través del fuego sin una quemadura, podría estar encogiéndose de
hombros también. Y pensar que en realidad había creído que él podría
necesitar su ayuda.
Delirios. Al parecer, ella los tenía.
Sin embargo, un fuerte chasquido llenó el aire, como un petardo
explotando, y Cole lanzó un grito de dolor. Su mirada voló hacia él, y Seline
vio que se había cogido del hombro. Su hombro sangrante.
Disparos. No petardos, nada tan inocente.
Más balas cubrieron el callejón. Sam no se inmutó, pero Seline se
agachó para cubrirse incluso cuando una bala volaba directa a ella.
¡Demasiado cerca!
Las balas granizaron a su alrededor. Sam la agarró y retorció,
protegiéndola con su cuerpo. Ella levantó la vista hacia él. Oh, espera, allí
estaba, siendo de nuevo amable. Pero probablemente era un truco;
probablemente acabara dejándola sola en el aire de nuevo en unos minutos una
vez que el fuego se detuviera.
Una ráfaga de viento llenó el callejón. Los pasos de Alex resonaron
mientras corría junto a ellos. Oyó gritos distantes, rápidamente sofocados, y
supo que Sam había utilizado su poder para llegar a los pistoleros.
Supuso que el equipo de apoyo no iba a venir después de todo.
— ¿Cole? — espetó Sam. — ¿Estás bien?
El demonio estaba de rodillas, sangrando, pero su cabeza se elevó y le
dio un saludo con la mano izquierda.
Sam dio un paso atrás y se volvió hacia él.
Alex estaba escapando. Seline salió tras él. Sus piernas se movieron
rápido y saltó por los aires.
— Seline. — El gruñido Sam.
Ella abordó Alex. —No vas a escapar tan fácil. — Se estrelló contra el
pavimento.
— Jodida perra demonio. Traidora. — Él rodó y salió rápidamente.
— Tú sí que no tienes escapatoria — Y el cuchillo que había agarrado
en su mano derecha fue a la garganta de ella.
Antes de que pudiera tocarla, Sam le tocó.
Todo el cuerpo de Alex se sacudió como si hubiera sido golpeado por
una descarga eléctrica. Sus ojos se pusieron en blanco y un grito silencioso
distorsionó su cara.
Se estremeció, y luego, un momento después cayó al suelo con su
cuerpo congelado. Muerto.
La mirada de Seline se elevó a la de Sam. El latido de su corazón
parecía demasiado alto. Él le había dicho lo que podía hacer, ella había sabido
lo poderoso que era, pero al verlo, también...
Él acababa de matar con un toque.
Muy, muy aterrador.
Le tendió la mano a ella.
Ella tenía miedo de él. Sam podría ver todo menos su miedo. Seline se
subió a la motocicleta de Sam, y tentativamente puso sus brazos alrededor de
su cintura. Con movimientos lentos, cada movimiento tan vacilante, como si
estuviera preocupada de que tocarlo fuera letal para ella.
— Más fuerte, — ordenó él mientras daba una patada para alejarse de la
acera. Tenían que largarse de allí lo más rápido que pudieran. Incluso los
policías humanos no pasarían por alto el estruendo de los disparos.
O el cuerpo sin vida que habían dejado atrás.
Pero en el momento en que el humano que Seline llamaba Alex había
levantado el cuchillo he ido a por su garganta, el tipo había sido un hombre
muerto.
Alex apenas tuvo que esperar unos segundos preciosos del tacto de Sam
para hacer que su corazón se detuviera.
La muerte podía ser lenta. La muerte podía ser rápida. Y cuando él
quería, Sam podría hacer que esos últimos momentos fueran muy dolorosos.
Alex no había tenido una muerte fácil. La prueba estaba en la expresión de
tormento que se retorcía su rostro.
Las manos de Seline se apretaron alrededor de Sam. La motocicleta
corrió hacia adelante, y el cuerpo de metal pesado vibraba bajo ellos.
Seline todavía no estaba lo suficientemente cerca.
Debido a su puto miedo.
¿Por qué? Ella había sabido lo que era antes. Él le había dicho.
Trabajaba para Rogziel. Ella tenía que saber lo peligroso que eran los de su
tipo.
Pero sus ojos se habían vuelto tan amplios cuando Alex se dejó caer al
suelo. Sus labios habían temblado, y cuando Sam había llegado hasta ella,
Seline se habían alejado.
Ella había rogado por su toque apenas unas horas antes. Ahora se
apartaba de él. Su toque le provocaba demasiado miedo.
Sus manos se apretaron alrededor del manubrio.
El viento empujó contra ellos mientras barrían las calles.
¿Más de los matones de Rogziel los seguían? ¿Por qué el Angel de
castigo repentinamente tenía una fijación por él?
¿Nada durante todos estos años, y ahora Rogziel decidía centrarse en
él?
¿Inmediatamente después de la caída de Az? De ninguna manera podía
ser una coincidencia. Pero si Rogziel quería jugar...
Ven a por mí.
Le encantaría arrancar las alas del viejo Ziel.
Sam llevó a Seline lejos de la ciudad. Corrió a través de unas antiguas
vías de tren y se deslizó debajo de unos puentes caídos que parecían como si
el tiempo se hubiese olvidado de ellos. Cuando salió de la carretera, Seline
jadeó y se aferró a él con más fuerza.
Finalmente.
No se detuvo hasta que los sonidos de la ciudad ya no existían.
Luego, cuando estuvo seguro de que podía ver a cualquier cazador que
viniera detrás de él, apagó el motor.
El pantano lo rodeaba de nuevo. Árboles torcidos, calor intenso.
Ella inmediatamente se apartó y saltó de la moto. Apretando la
mandíbula, él la siguió.
Seline puso una buena distancia entre ellos.
—Tú... tú...
Su mano hizo un gesto en el aire, y ella parecía luchar por encontrar las
palabras. Él no le ayudaría. Él sólo miraba y esperó a que la ira creciera en su
interior.
Le asustaba tocarme.
—Es cierto, — dijo finalmente, un surco débil entre sus cejas. —
¿Puedes ser realmente…?
—Eres un súcubo. Utilizas tu cuerpo como señuelo para drenar el poder
de los hombres. —Hizo deliberadamente que sus palabras sonaran duras, y
ella se estremeció.
—Maldita sea, eso no es…
—Trabajas para un Angel de castigo que pasa sus días repartiendo
venganza. Sabías que yo era un caído. —Caminó hacia ella.
Ella retrocedió un paso.
Sus ojos se estrecharon. ¿Estaba tratando de molestarlo aún más?
—Todo lo que sé, todo lo que has visto...— Él pinchó. — ¿Qué?
¿Pensaste que estaba mintiendo?
Ella tragó saliva y sacudió la cabeza lentamente.
—N-no. — El sol se derramó detrás de ella, iluminando su cabello,
haciéndole brillar la piel y dándole un aspecto aún más hermoso. —Nunca he
visto... —Su voz era ronca y flotó ligeramente sobre su ingle. — Lo mataste
con sólo un toque.
Y él sabía que los demonios eran lo suficientemente fuertes como para
matar con un pensamiento. La evolución además los había hecho más fuertes,
y para algunos, incluso demasiado difíciles de matar. La muerte podía ser un
desafío algunos días.
Su barbilla se levantó.
— ¿Por qué no me has matado?
Él se lanzó hacia adelante, sabiendo que el movimiento se vería con
falta de definición ante sus ojos. Un lado práctico de ser un Caído era el
efecto de la súper velocidad. No es que eso compensara a sus alas quemadas y
arrancadas, pero...
Sam la agarró del brazo y la atrajo hacia sí. La tensión llenó su cuerpo.
Más miedo. Odiaba el miedo en los ojos de una mujer.
—Yo no caí ayer. — No, tantos siglos atrás... —He aprendido cómo—
él acercó su cara a la de ella—controlarme a mí mismo. — Concluyó Sam con
sus labios a unas pulgadas de los labios de ella.
La caída fue brutal. Se había despertado, desnudo, desgarrado, y con su
mente rota. Le había costado semanas recordar lo que era.
Sin control.
No en ese momento.
Al principio, él había sido como un animal herido. Más que listo para
arremeter contra cualquier persona o cosa que se acercara demasiado.
Pero había aprendido a enfocar sus poderes. Poco a poco,
dolorosamente.
—Puedo traer la muerte con un toque. — Sus labios rozaron los de ella.
Ella no se inmutó. Él lo tomó como una señal de progreso. —O puedo dar
placer. — Era todo una cuestión de qué era lo que quería.
Con ella, él quería el placer.
— ¿Todavía me tienes miedo, Seline? — Le preguntó, mientras sus
dedos se hundían en su cabello. Él inclinó la cabeza hacia atrás.
—Sí. — Él sabía que decía la verdad desnuda. Podía verlo reflejado en
sus ojos. — ¿Cómo sé —se lamió los labios y él quería que esa lengua lo
lamiera a él, —que no te volverás contra mí?
Ahora esa era una pregunta interesante.
— ¿Y cómo sé que la próxima vez que nos jodan, no intentarás
matarme?— Debido a que no habría una próxima vez. Había encontrado algo
que él quería, y él no tenía intención de dejarla escapar.
Él captó un débil destello de negro en los ojos. Sí, él estaba frotando su
cuerpo contra el de ella, dejando que sus dedos jugaran con el punto sensible
que había encontrado en la parte posterior de su cuello. La fuerza de un
súcubo era su pasión, pero esa pasión podría ser utilizada en su contra.
Si, su amante sabía lo que estaba haciendo.
Sí, cariño. Él no estaba por encima de la manipulación.
—Tienes que confiar en mí, — dijo.
Ella exhaló un suspiro suave.
— ¿Y tú confías en mí?
Todavía no. Tal vez algún día.
—Rogziel vendrá detrás de ti, — dijo Sam rotundamente, pero no la
soltó. — ¿Crees que serás lo suficientemente fuerte para detenerlo?
— ¿Y tú?— Ella respondió enseguida.
Lo miró con ojos calculadores y le dio a Sam un momento de pausa.
Bueno, bueno.
— ¿No era eso lo que querías desde el principio?— Cuando ella había
estado tan dispuesta a encontrar a su hermano y abandonar su alianza con
Rogziel
—Quiero mi libertad. Eso es todo lo que siempre quise.
Pero la había atrapado y utilizado.
—Siempre he sabido que Rogziel nunca me dejara ir. — Sus labios se
torcieron en una sonrisa sin humor. —Él piensa que soy demasiado peligrosa
para estar libre.
Sus curvas se apretaron contra él. Sus labios carnosos tentando su boca.
Y él dijo con certeza:
—Tú lo eres.
Seline sacudió duramente de su cabeza.
—No, en lo que respecta a la escala de poder, yo no soy nadie, no como
tú.
Entendían poco sobre los súcubos. Había todo tipo de poder en este
mundo. Algunos eran sutiles, pero todavía malditamente peligrosos.
—Cuando seas libre de Rogziel, — y ella sólo sería libre cuando ese
hombre estuviera muerto, — ¿qué vas a hacer?
—Desaparecer, — dijo con leve nostalgia. —Voy a dejar esta ciudad.
Iré a un lugar con una playa de arena blanca y aguas cristalinas. No voy a
pensar en la muerte o monstruos... ni nada, sino en la vida.
Ella no lo entendía. Cuando eras uno de los Otros, no llegabas a cerrar
los ojos y pretendías que los monstruos no eran reales. No cuando los seres
humanos en el mundo pensaban que eras el monstruo. Pero no rompería su
pequeño sueño, todavía no.
Él la necesitaba. Si él le dijera que su sueño era una mierda, la mujer
podía fácilmente decirle que fuera a la mierda.
— ¿Todavía mantienes tu oferta?
Su mirada la sostuvo. No era oscura, pero esa mirada de ella, de un falso
color castaño, podía parecer tan cálida y confiada.
—Sí.
—Entonces te quedaras conmigo. — Porque él había estado diciendo la
verdad. Rogziel vendría por ella, más pronto o más tarde. —Atrapemos a Az,
entonces me aseguraré de que consigas liberarte de Rogziel.
Pudo ver la esperanza iluminar su rostro. ¿Los demonios tenían
esperanzas? Sí, lo hacían. A veces tenían más esperanza que los ángeles.
Pero entonces sus pestañas parpadearon.
—Yo no sé dónde está Az. No puedo ayudarte.
Ah, la honestidad. La confianza podría llegar muy pronto.
—Sí, puedes. — Él la soltó y dio un paso atrás, porque si seguía
tocándola, estarían follando pronto.
Ahora no era el momento para follar, no importaba lo tentadora que
fuera. Era tiempo de cazar.
—Rogziel atrapó a Az, — dijo.
—Uh, sí, lo sé.
— ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo supo él dónde encontrar a mi querido
hermano? —Él levantó una ceja, porque ya sabía la respuesta. —Rogziel
siempre puede encontrar a los de su lista de castigo, ¿no?— Esa era la forma
de los Ángel de castigo. Pero no había necesidad de perder tiempo en busca de
tus presas, no cuando tenías incorporado un dispositivo de rastreo para ellos.
Pero Seline negó con la cabeza.
—No, no, siempre tenemos que cazar a los objetivos de Rogziel.
Sam no dejó que la sorpresa oscilara en su rostro. Esa no era la forma en
que el juego funcionaba. Seline no lo sabría, y sin embargo, los humanos a los
que Rogziel mantenían atados, no entenderían cómo funcionaba su poder de
castigo.
—Encontrar Az fue casi un accidente.
Sam inclinó la cabeza.
—Algunos dicen que no hay accidentes. No hay coincidencias. Todo
sucede de la manera en que fue destinada a ser. —Si se guiaba por esa
filosofía, había nacido para caer, y matar.
Seline se encogió de hombros, pero el movimiento no tenía un aspecto
descuidado.
—Rogziel tenía en la mira a otro caído, un tipo llamado Omayo.
Sam no dejó que su expresión se alterara.
— ¿Y qué sucedió?
—Antes de que pudiera moverse para capturar a Omayo, Az
literalmente cayó en nuestro regazo. Se podría decir que nuestro foco de
ataque cambió entonces.
La caída de Az había sido reciente. Él todavía debió de haber estado
débil cuando Rogziel lo atrapó. Qué golpe de suerte para el Angel de castigo.
— ¿Quieres que te ayude? , entonces te quedaras a mi lado y me darás
cada pedazo de información que quiera Rogziel y ese grupo que le ayuda.
Ahora ella se deslizo hacia atrás. El miedo no parpadeaba en su cara,
pero vacilo seguro.
— ¿Qué vas a hacer con ellos?
¿Por qué ella se preocupaba por los humanos allí?
—Alex era un idiota, no me malinterpretes. — Un idiota que había
intentado matarla. —Pero los otros… ellos solo estaban tratando de hacer lo
correcto. Ellos han perdido personas que amaban. Ellos saben que el mal debe
ser castigado y…
Y él estaba aburrido. Ella sonaba como un alumno recitando la lección
que ella había aprendido en la escuela, un mantra que no tenía duda, Rogziel
le habían enseñado. Una buena manera de lavar el cerebro de los reclutas que
serian buenos pequeños asesinos.
—No te preocupes, — él dijo, levantando sus manos y manteniéndolas,
con las palmas arriba, hacia ella. —No los voy a tocar. — Todavía. —Solo
dame la informaron que tú sabes, ayúdame a encontrar a Az, y me asegurare
de que te den lo que más quieras en el mundo.
Su mirada lo juzgo. Un momento. Dos. Entonces ella le dio una sonrisa,
de mala gana. Bien.
Él no se permitió mostrar la satisfacción de su rostro. Incluso si ella no
estaba de acuerdo, él no planeaba dejarla ir. El acuerdo no era realmente sobre
Az o Rogziel.
Yo solo la quería a ella.
Él se dio la vuelta, sabiendo lo que vendría a continuación. Él se subió a
la moto y acelero el motor.
—Nosotros necesitamos ver a Omayo. — Él le daría al ángel mensajero
un manos-arribas. Después de todo, Omayo nunca había hecho nada para
enfurecerlo.
Omayo había deseado demasiado a los humanos. No era por sus
cuerpos, pero si por sus emociones.
Entonces él había caído y había sido golpeado con cada sentimiento que
él posiblemente podía querer.
Dándole a Omayo una advertencia de que él estaba en la lista de
Rogziel le parecía justo. Además, Sam también sabía que Omayo todavía tenía
alguna relación con unos cuantos Ángeles. Los mensajes siempre tenían que
ser cambiados, e incluso los Caídos podían manejar algunos trabajos.
Él debía advertir a Omayo, y como pago, Sam iba a ver si él podía
obtener un mensaje enviado a alguien que lo llevaría a Az. Corre, hermano,
corre rápido, porque voy a ir por ti.
Seline se deslizo en la motocicleta detrás de él. Su vacilación fue breve,
apenas un segundo, pero él todavía la sentía, y luego sus suaves manos se
deslizaron lentamente por la cintura.
Él dio la vuelta alrededor de la motocicleta, levantando una nube de
polvo, y se dirigió de vuelta a la ciudad. Mientras ellos viajaban, sus manos se
apretaron más alrededor de él y se cuerpo se presiono cerca.
Él sonrió. El súcubo no se daría cuenta de cómo realmente ella encajaba
en sus planes, no hasta que fuera demasiado tarde. Para entonces, no habría
esperanza de libertad para ella.
Tú no puedes hacer un trato con la Muerte.
Seline se alivio en la moto. Ella todavía podía sentir la vibración de sus
muslos. Sus pasos eran un poco inestables mientras ella corría por la acera.
El departamento de Omayo esperaba a menos de una cuadra de
distancia.
— ¿Cómo sabias que él está aquí?— ella le pregunto a Sam.
Él la miro, levantando una ceja.
—Omayo me encontró después de caer. — Un hombro rodó en un gesto
de luz. —Solo digamos que él vino a mí club en busca de Tentación.
Oh, cierto. Ella había estado de guardia en el departamento de Omayo
un par de veces. Por lo que ella lo había visto a él y las damas, a él le había
gustado mucho la Tentación.
Ellos caminaron en silencio por un rato, luego se relajaron en el lugar de
Omayo.
Con un gesto de sus manos, Sam envió volando la puerta principal del
edificio de Omayo. Ellos entraron, y la mirada de Seline fue a la escalera de la
derecha. El nivel inferior era solo un viejo garaje, pero ella sabía que ellos
iban a encontrar a Omayo arriba. Seline se apresuro hacia delante.
Sam la agarró la mano.
—No.
Ella se congeló. El lugar estaba tan silencioso como una tumba, y olía
un poco, también. Su nariz se arrugo.
Sus fosas nasales se abrieron al mismo tiempo, y su mirada se oscureció
hasta un negro medianoche.
—Omayo.
Entonces él se fue. No, había desaparecido, él podía correr
increíblemente rápido, y cuando ella lo vio otra vez, él ya estaba en la parte
superior de la escalera. Seline corrió detrás de él.
— ¿Sam?
La madera se astillo y se estrello, y ella oyó el grito de Sam que envió
un escalofrió a través de ella.
Entonces ella estaba encima del descanso. Seline corrió hacia el
departamento, pero después de solo unos pocos pasos, la vista de ella se
paralizó.
Sangre, tanta sangre. Por todos lados. En las paredes. En el piso. Incluso
en el techo.
Sam se inclino hacia el cuerpo roto que yacía tendido en el piso. Él
apenas se movió, y ella vio la cara de Omayo. Ella quería cerrar los ojos y
mirar hacia otro lado porque había tanto terror y dolor en sus rasgos
congelados.
Los puños y la cabeza de Sam se volvieron, muy lentamente, hasta
encontrarla.
— ¿Es esto lo que tú has estado haciendo durante toda tú vida?
Ella apenas oyó las palabras. Su mirada estaba en la garganta de
Omayo. No, lo que quedaba de ella. Su garganta había sido desgarrada.
Su mano de levanto para cubrir su boca mientras el hedor de muerte y
sangre casi la ahoga. Demasiado peor que la tumba.
Sam se puso de pie y camino hacia ella.
— ¡Él no se merecía eso! Omayo nunca hizo daño a nadie ni a nada. ¡Él
enviaba jodidos mensajes! Él entregaba mensajes, hizo su trabajo durante
cinco mil años, y el hijo de puta solo quería una oportunidad para sentir. Él
tuvo su Caída, y él no le estaba haciendo daño a nadie.
No, no, Omayo no había herido a nadie.
Cuando la noticia le llego pensando que era un posible Caído, ella había
sido enviada para vigilarlo. A pesar de lo que ella había visto, ella nunca había
llegado muy cerca de él. Todo había sido desde una distancia prudente.
Demonios, ella ni siquiera se había dado cuenta de las alas, o mejor dicho, la
imagen oscura que siguió a Sam.
Después de unos días, se había convertido rápidamente claro que, lo que
él fuera, Omayo no estaba en la cuidad para herir a nadie. Él se había
guardado para sí mismo, apenas se comunicaba con nadie excepto las damas
humanas que parecían gustarle, y seguro él no había buscado problemas.
— ¡Tú equipo hizo esto!— Sam estaba justo frente a ella ahora. Su
poder parecía rodearla, atrapándola en su lugar. — ¿Es esto, es este el tipo de
mierda retorcida que tú le has hecho a los Otros?
Ella negó con la cabeza mientras sus palabras finalmente se hundían.
— ¡No!— ella agarro sus brazos. —Tú no puedes pensar…
Pero su cara había sido tallada en piedra.
—Es tú trabajo sacar a los culpables. ¿No? Por cualquier medio
necesario. — Él sacaría al culpable, ¿cierto? Por cualquier medio necesario.
Él miro hacia atrás a Omayo. —Los Caídos no son fáciles de atar. Así que
supongo que, a veces, las cosas se ponen un poco… desordenadas.
Sus uñas se clavaron en su piel.
—Esta no es la manera en que nosotros operamos.
La matanza era fresca. Ese olor… ella trato muy duro de no inhalar. Su
mirada voló por la habitación. La sangre goteaba en riachuelos por las
paredes.
—Esto fue…
— ¿Una masacre?
Si. Ella asintió.
—Las muertes son limpias y rápidas, y sólo para aquellos que Rogziel
tiene…
—Pero Omayo estaba en su lista ¿verdad? Otro caído por caer.
—Él solo debía ser vigilado, ¡no asesinado! Maldita sea, ¡no asesinado!
Sam se aparto de ella y saco fuera su teléfono. Pulso la pantalla y
levanto el teléfono a su oído. Una pausa, luego él ladro,
—Cole, maldita sea, te necesito con un equipo de limpieza donde
Omayo, y necesito el equipo ahora. — Él se paso una mano por el pelo. —
Nosotros no lo dejaremos así.
Ella se dio la vuelta, sin querer mirar el cuerpo. Pero la sangre estaba
por todas partes. Tanta y su corazón golpeo su pecho. La sangre en la pared
izquierda… alguien había escrito con esa sangre.
Las cartas estaban goteando, convirtiéndolo en inclinado y retorcido,
pero ella todavía podría distinguir la palabra.
Caído.
—Sam. — Ella dijo su nombre suavemente. Él todavía estaba gruñendo
en el teléfono. Ella se dio la vuelta. — ¡Sam!
Él se dio vuelta para mirarla. Ella levanto una mano y señalo la pared.
—Creo que tenemos un problema.
Sam marcho a su lado. Él se quedo mirando las letras en la pared.
Después de un momento, él pregunto, con una voz mortalmente suave,
— ¿Rogziel tenía a otros Ángeles Caídos siendo observados?
Ella trago saliva para aliviar la sequedad del desierto en su garganta.
— ¿Otro además de ti?— ella preguntó, esperando desesperadamente
estar fuera de ese departamento. —No es como si él incluso me haya dicho
que tú eras un Caído. — No, él solo la dejaba andar a ciegas con esto. —el
tipo no está exactamente compartiendo confidencias conmigo.
Los ojos se Sam todavía estaban en la pared con sangre.
Ella tenía que salir de allí. Seline se apresuro hacia la puerta, casi
corriendo porque ella no podía quedarse en el departamento con el cuerpo otro
momento. Ella había hecho un montón de cosas que lamentaba en sus treinta
años, pero ella nunca había visto algo como esto. Sam estaba en lo cierto. Esto
fue una masacre.
¿Había ido tan lejos Rogziel antes que esto?
Ella estuvo a punto de volar por las escaleras. Seline estaba desesperada
por conseguir un poco de aire que no tuviera sabor a muerte. Ella empujo para
abrir la puerta principal del edificio. Las luces la golpearon, demasiado
brillantes, pero el aire estaba limpio. Ella tomo profundas respiraciones,
tragando y se alejo tambaleándose.
Oh, mierda, ¿Rogziel había hecho esto? Ella había tratado de ponerlo
frente a Sam, pero ella había visto lo que Rogziel hizo en su última cacería.
Su ataque no había sido rápido y fácil, y ella ni siquiera estaba segura de
que su presa había estado marcada para ser castigada.
Fue entonces cuando supe que tenía que alejarse de él. Ella quería su
libertad desde hacía años, pero no había sido hasta ese momento que ella
realmente pensaba… si no voy lejos, estoy muerta. Sus dedos tiraron su pelo
mientras ella aspiraba otro desesperado trago de aire fresco.
Si él hubiera hecho esto… y, oh, Dios, ¿lo había ayudado? Porque ella
había sido la que encontró primero a Omayo. Ella había sido la que lo
mantenía en control y daba esos puntuales informes ridículos a Rogziel. Yo
podría haber solo atado un gran lazo rojo para Rogziel. Si… si Rogziel había
sido el que lo mato.
Otro profundo respiro. Tal vez un trago más y sus manos podrían dejar
de temblar. Seline no podía respirar. Una mano la golpeo en la boca,
bloqueándole el aire y ahogando el grito que se construyo en su garganta.
Traducido por UsaguiSama
Corregido por Maxiluna

E n el instante siguiente, Seline fue empujada contra la pared del

edificio. Los ladrillos magullaron su carne mientras miraba al hombre que la


había atacado.
No era como si ella alguna vez olvidase esos helados ojos azules.
Azrael le devolvió la mirada y, oh, maldición, oh, no… él estaba cubierto de
sangre.
Ahora estaba cubierta de sangre. Su cuerpo se estrelló contra el de ella,
y pudo sentir la húmeda mancha de sangre en su pecho. Y, por favor, que no
hubiera sangre en su mano, con la que cubría la boca de ella. No dejes que
sea…
—Ángeles… Caídos… — susurró él. Su voz sonó un poco
distorsionada y hueca. Intentó llevar la cabeza hacia atrás y alejarse de esa
mano, pero no había ningún lugar al que ir.
— Queman, — murmuró. — Ellos… caen.
El tipo no estaba diciendo nada que no supiera ya.
El azul de sus ojos se desvaneció lentamente al negro, y Azrael miró la
mano con la que le cubría la boca.
— Ellos… sangran.
Ella chocó su rodilla en su entrepierna. Tan duro como pudo.
Él no la soltó, pero su rostro se endureció aún más.
— Yo… te conozco. — Ahora sonaba acusador.
Su estómago se anudó. No la atacaba con su poder, porque estaba seca.
¿Dónde diablos estaba Sam?
Hola, ven y atrapa a tu gran y malvado psico-hermano, ¡él está aquí!
Ella golpeó a Azrael. El golpe dejó sus nudillos magullados, pero no le hizo
nada. Az frunció el ceño, y cogió sus dedos en un apretón que le hizo daño con
su mano izquierda.
Herida, pero no muerta. Si él podía matar con un toque, ¿por qué estaba
todavía respirando? ¿Qué estaba esperando?
¿Y por qué había atacado a Omayo? Si Az había ido tras él, no habría
habido necesidad de torturarlo, no cuando un ligero toque haría el trabajo.
— Te conozco, — dijo de nuevo, pero las palabras eran más fuertes
ahora. — Erina.
Seline dejó de luchar mientras su sangre se convirtió en hielo. Erina
había sido el nombre de su madre, bueno, al menos eso era lo que le había
dicho Rogziel.
— Vas a morir, — dijo Az, su voz áspera y un poco triste. — Los
Caídos… todos ellos morirán.
Pero ella no era una Caída. Trató de negar con la cabeza mientras
murmuraba desesperadamente detrás de su mano.
— ¡Sam! ¡Mueve el culo hasta aquí!
Az elevó su mirada al edificio detrás de ella. No, al balcón encima de
ella.
— Uno menos, — susurró, — pero el infierno quiere más.
Su mirada era tan oscura ahora. Demasiado oscura.
— Mira, — susurró y se inclinó hacia delante para que su frente tocara
la de ella.
El dolor desgarró a través de ella, una agonía que arrancó, retorció y
quemó con llamas de repente a su alrededor. Llamas blancas, rojas y naranja
oscuro que crujieron cuando quemaron la piel de su cuerpo. Las llamas
estaban por todas partes y el fuego era tan caliente que ampollaba sus
pulmones.
Infierno. De alguna manera, esto era…
— ¡Seline!
Ella gritó y sus ojos se abrieron de golpe. Estaba en el cemento y Sam
se inclinaba sobre ella.
Sus manos estaban en sus brazos y él estaba temblando.
— A… Az… — Su garganta dolía y realmente podía saborear la ceniza
en la lengua.
Los ojos de Sam se estrecharon.
— ¿Qué?
— A…aquí… — Sus ojos querían cerrarse y caer de nuevo, así que ella
se lo permitió. A la mierda. Sam estaba allí. Él podía manejar más a Az.
No quería el infierno.
— No, cariño, no hay nadie más aquí.
No podía abrir los ojos. En ese momento, todo le dolía demasiado.
— Él… dijo que… moriría. Todos los Caídos… van a morir.
Sus labios presionaron los de ella. El beso fue caliente, duro y su
lengua empujó bien dentro de su boca. La ceniza se desvaneció, el recuerdo de
las llamas retrocedió y Seline sólo supo de él. Sus manos se levantaron y se
enroscaron alrededor de los hombros de Sam. Su cuerpo se estremeció contra
él.
Gracias. Ella tomó su poder, bebiendo ávidamente cuando el miedo se
desvaneció. No dejaba de besarla, besos lentos y largos.
Sam.
Después de un momento, la cabeza de Sam se levantó.
— ¿Está bien?
No, pero ella estaba allí.
— Az estaba contigo, — dijo. No había duda.
Ella asintió con la cabeza y, sí, ella se inclinó un poco más a él. Cuando
un Caído intentaba matarte por segunda vez era lógico tener como compañero
al tipo más duro de la ciudad.
— ¿Esa sangre es tuya? — exigió mientras su mirada se apoderó de
ella. Miró hacia abajo.
— No lo sé… Creo que sí. — Seline quería despojarse de esas ropas
ensangrentadas en ese momento.
Los ojos de Sam se estrecharon.
— Omayo, — le dijo ella, con la voz todavía ronca. — Creo que es de
Omayo.
— Mierda
Si.
— Az dijo… Los Caídos morirán. — Y, realmente, él quería decir eso.
Era lo último que recordaba antes de que el fuego tuviera a Az tocando
su frente. Había estado segura de que él acababa de enviarla al infierno. Que el
fuego había sido inconfundible. Así que...
— ¿Por qué sigo respirando? — preguntó ella en voz baja, consciente
de que sus dedos temblaban.
Sam se levantó y se alejó de ella. Su mirada recorrió la calle.
Con movimientos mucho más lentos, Seline se levantó también. A pesar
de la infusión de poder que le dio, las rodillas de Seline parecían un poco
como gelatina. Miró a la izquierda, luego la derecha. No vio a nadie.
— No había tanto fuego.
Su cabeza giró hacia ella.
— ¿Dónde?
Se frotó la frente. Casi podía sentir el tacto de Az todavía en su piel.
— Yo… yo creo que estaba en el infierno. No podía dejar de quemarme.
Una SUV plateada bajaba como un cañón por la calle. Ella se puso
tensa.
— Sam… — Sus manos lo sujetaron alrededor de su brazo.
Manteniéndolo cerca.
— Tranquila. — Sopló su aliento contra su pelo. — Es sólo Cole.
Otro SUV azul esta vez lo seguía. Los vehículos pararon abruptamente,
y las puertas se abrieron.
Cole se abalanzó sobre ellos. Nunca hubiera pensado que le habían
disparado ese mismo día. El demonio estaba segura sanaba rápido.
— Sácala de aquí, — ordenó Sam.
Cole parpadeó. Los chicos detrás de él, todos eran demonios; podía ver
a través de su glamour, vaciló.
— ¿Pero qué pasa…? — comenzó Cole.
— Llévala a la salida y asegúrate de que los guardias se queden con
ella. Nadie entra ni sale de ese lugar sin mi permiso.
Cole la alcanzó. Espera, ese no era el modo en que se supone que esta
escena debía terminar.
— No, Az está aquí, él quiere…
— Él me quiere, — dijo Sam, un músculo flexionándose en su
mandíbula.
— Soy un Caído y él piensa que va a hacer que me queme. Tú eras mi
mensaje.
¿Así que torturarla un poco era una forma de darle una sacudida a
Sam? Az era un sádico cabrón.
Los dedos de Cole se cerraron alrededor de su brazo. Ella miró a Sam.
Sus rodillas estaban temblando todavía, y esto era incómodo porque ese
pequeño viaje al infierno había hecho un número en ella. Su energía se había
desplomado y aunque Sam le había dado un poco, los besos no habían sido
suficientes para fortalecerla plenamente.
Necesitaba mucho más, pero admitir este hecho en frente de este grupo
de demonios no era exactamente su plan.
— Sam… — Nunca parezcas débil. Los demonios se alimentan de la
debilidad.
Ella lo hacía con la suficiente frecuencia.
Pero Sam se había alejado. Él y algunos de los demonios estaban
desplegándose en la calle. Buscando a Az.
Otros se dirigían al edificio para atender a Omayo.
O lo que quedaba de él.
— Sam… — Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo. —Necesito…
Todavía no la había mirado. Su objetivo general estaba en analizar la
escena.
Buena suerte con eso. Sabía que Az había desaparecido. Una vez más.
Sacudiendo la cabeza, Seline subió a la camioneta plateada. Cole cerró
la puerta detrás de ella.
Y a medida que el vehículo se alejaba de la acera, se preguntó por qué
su espalda todavía le dolía, justo debajo de los dos omóplatos. Su espalda
quemaba y le dolía, y sintió como si hubiera perdido... Algo en el fuego. Un
fuego que sólo había estado en su mente.
Cuando Sam finalmente llegó al Sunrise, dos demonios estaban
custodiando la puerta. La tensión mantenía su cuerpo tenso y la rabia
continuaba bombeando a través de él.
Cuando cerraba los ojos, podía ver a Omayo. El ángel mensajero nunca
había hecho daño a nadie. Él no se merecía terminar así.
Sam se abrió paso entre los guardias y corrió dentro del club. El lugar
estaba desierto, por supuesto, es por eso que había pedido a Cole que llevara a
Seline allí. Nadie en realidad venía al amanecer cuando el sol estaba alto. Y no
se preocupaba de que personas no invitadas entraran en el club. Los demonios
en la parte delantera mantenían el lugar seguro. Eran mucho más fuertes de lo
que parecían.
Su mirada se desvió alrededor de la barra. No había señales de Seline o
de Cole.
Recordó en un flash la cara pálida de Seline. Sus manos habían
temblado cuando había hablado del fuego.
Maldito Az. Aunque había tratado de no mostrar ninguna reacción, Sam
sabía exactamente lo que su hermano había hecho. Az había dado a Seline una
probada del infierno. Pronto tendrás una degustación del infierno, hermano.
El más leve murmullo de voces llegó hasta él. Levantó la vista. Él tenía
un pequeño apartamento allí. Sólo un dormitorio y un baño, un lugar para
dormir cuando las noches se complicaban.
Se dirigió hacia las escaleras metálicas. Tenía que averiguar
exactamente lo que había dicho Az a Seline porque ya tenía una oscura
sospecha, que no presagiaba nada bueno para los Caídos en la zona.
Hacía unas semanas, Az había tratado de matar a otro Caído, pero
Keenan había sido demasiado fuerte para el ataque de su hermano. Bueno,
Keenan y su amante vampiro, quién había luchado tan ferozmente al lado de
su hombre.
Si Az ya había intentado matar a un Caído y la sangre de Omayo había
estado en sus manos… todavía estaba tratando de jugar a ser Dios, ¿Az?
¿Incluso después de la caída? ¿Crees que eres el que debe enviar almas al
infierno?
Abrió la puerta de su apartamento y le tomó demasiado tiempo registrar
la escena ante él.
Seline tumbada en la cama, vestida con una túnica blanca de gran
tamaño, mientras que Cole se inclinaba sobre ella.
¡Qué… mierda…!
Ella había sido atacada, debilitada, por lo que había estado necesitada de
energía… No le di suficiente. ¿Así que había recurrido a Cole? Un gruñido
salió de los labios de Sam.
¡Qué... mierda…!
Sam se lanzó al otro lado de la habitación y agarró Cole.
Seline lo vio. Se levantó de un salto y golpeó la parte trasera del
demonio antes de que Sam pudiera tocarlo.
— Maldita sea, Seline, no tenías por qué — Cole se calló cuando
recibió una mirada de la cara de Sam. Entonces los ojos del demonio se
lanzaron de Sam a Seline. — Supongo que tenías un por qué. — Un largo
suspiro escapó de sus labios. — Estoy muy jodido, — murmuró.
La ropa de Seline estaba tirada en el suelo.
— Sí, — dijo Sam muy claramente, — lo estás.
Pero Seline se interpuso entre ellos antes de que Sam pudiera hacer
desear a Cole la muerte.
— Cálmate, Sam. Esto no es lo que piensas.
Dudoso.
— ¿Entonces qué es esto? ¿No estoy mirando a una súcubo que ha
decidido conseguir un poco de poder… y a un demonio cachondo que está a
punto de aprender un nuevo significado de la palabra “daño”?
— ¿Súcubo? — repitió Cole, y dio un suspiro bajo. — Sí, eso explicaría
algunas cosas.
Las mejillas de Seline se sonrojaron. Sam no estaba seguro de si era de
rabia o vergüenza, y, ¿por qué quería hacer sentir bien a una súcubo en ese
momento?
Él vaciló.
— Mi ropa estaba cubierta de sangre, — le espetó ella. — Estaba
cubierta de sangre. Me duché, y no tenía nada que ponerme. No iba a
ponérmela de nuevo. — Señaló la pila de ropa manchada de sangre.
Era poco lo que podía comprar, pero ¿por qué había Cole estado lo
suficientemente cerca como para tomar un bocado de ella? Sam lanzó una
mirada dura hacia el demonio.
Cole tenía sus manos en alto.
— Tranquilo. Había un poco de sangre en su mejilla. Yo estaba
simplemente limpiando. — Había un trapo en su mano derecha. Cole levantó
la barbilla. — Aunque no voy a decir que no estuve tentado.
¡Bastardo!
A medida que se miraban, los ojos de Cole se estrecharon y se
difuminaron hasta el negro. — Si sabías que era una súcubo, entonces sabías
lo que necesitaría. La próxima vez, será mejor que cuides de ella o lo haré yo.
Sam apretó los dientes. Podía ver el mensaje en la mirada de Cole. Una
de las razones por las que le gustaba el demonio era porque Cole era uno que
no se asustaba fácilmente.
También amaba a las mujeres, demasiado.
— No te preocupes, — logró decir Sam. — La tengo. Y mantente
jodidamente lejos de una puta vez y de aquí en adelante. — Sam sabía que su
mensaje estaría muy claro en su mirada, también.
— ¿Uh, perdón? — interrumpió Seline, agitando las manos cerca de su
cara. — No tenemos nada. — Todavía estaba pálida, pero su cuerpo no estaba
temblando.
Ella todavía lo necesitaba.
— ¡Fuera, Cole! — ordenó Sam sin rodeos.
Cole se encogió de hombros. Echó una mirada a Seline y luego se
dirigió a la puerta.
Sam empujó sus… ¿qué demonios? ¿Eran realmente celos armándose
un camino a través de su estómago? Y le ofreció su mano a Seline.
— Deja que te ayude. — Besarla no era exactamente una dificultad.
— ¡Tú, hijo de puta!
Él parpadeó.
— Vienes aquí, actuando como un idiota, listo para atacar a Cole. Y, sí,
vi tus ojos, así que sé lo que estabas planeando. ¡Te pasarías por aquí, harías tu
rutina de Hulk, y entonces ¿realmente crees que voy a saltar a tus brazos?
Ese habría sido el mejor escenario para él, sí.
— Para que lo sepas. — Su túnica se arremolinó alrededor de su cintura
con más fuerza. — Yo no necesito tu ayuda. Lo que tu hermano hizo, fue
temporal. No hay daño permanente, por lo que no se siente como que tienes
que sacrificar ese cuerpo caliente tuyo por mí.
No había sido exactamente un sacrificio. Sam la miró y decidió ser
honesto. Ella se lo merecía.
— Te dio una demostración del infierno.
Sus labios se separaron.
— ¿Uh, vamos, otra vez?
— Viste el fuego, ¿cierto? Apuesto que llamas de casi todos los colores,
y eran brillantes y hambrientas y parecía que se alimentaban de tu carne. —
Había estado allí, hecho eso, y nunca olvidaría el viaje. — Es un truco que
algunos ángeles pueden manejar. Es una ilusión, nada más, pero vamos a decir
que es una herramienta que es realmente eficaz para que algunas personas se
arrepientan.
Ella enderezó los hombros.
— Seguro que se sentía real. Aún puedo saborear la ceniza.
Eso era porque Az era poderoso. Con un ángel menor o uno Caído, la
ilusión no habría sido tan consumidora.
Sam dio un paso hacia ella.
Ella se puso rígida.
— Dije que no necesitaba ningún poder. Estoy bien ahora.
Pero sabía que estaba mintiendo. Podía ver las tenues líneas de tensión
alrededor de sus ojos y boca.
— Tal vez esto no es sobre ti. Tal vez es por mí.
Ella parpadeó y lo miró fijamente. La confusión era fácil de ver en su
rostro.
Él eliminó lo que quedaba de distancia entre ellos. Su mano se levantó
lentamente, y sus dedos acariciaron su mejilla. Ella no se movió lejos de él,
pero Seline se mantuvo inmóvil mientras él la acariciaba.
— Te quiero. — Era franco. Pero justo así es como él era.
— Me tenías, —le dijo. Esos ojos sexys y oscuros de ella se
estrecharon, — entonces saliste y me dejaste colgada.
Literalmente. Él ni se inmutó en hacer una mueca de dolor, pero
pensaba que podía darle un poco de su confianza para pagar por su falta.
— No confío en mucha gente en este mundo. — Quizá dos.
Posiblemente tres.
— Ni yo, — replicó ella de vuelta y él sabía que ella le había dicho la
verdad, también.
Su piel era como la seda bajo sus dedos.
— Tal vez es hora de que ambos lo intentemos un poco más.
Su risa ronca le tomó por sorpresa.
— En realidad, ¿quieres que confíe en ti? ¿Después de que me dejaste?
— Estaba tratando de protegerte. —Otra verdad, no lo podía creer. Él
frunció el ceño y dijo en voz baja: — Cuando se trata de confiar, ¿tienes otra
opción? Rogziel sabe que estás involucrada conmigo. Odio tener que
decírtelo, pero tu nombre ha sido mencionado por las noticias. La policía
encontró el cuerpo de Alex, y un testigo que estaba en la escena del crimen te
identificó. — Un testigo que estaba seguro de que trabajaba con Rogziel.
Estaban haciendo saber al mundo que estaba siendo cazada.
— Tiene a otros rastreándote, — le dijo. — Quédate conmigo, confía en
mí, y yo te ayudaré a salir de esto.
Sostuvo su mirada.
— ¿Y cuándo se acabe? ¿Dejarás que me vaya?
— Si eso es lo que quieres. — Una agradable mezcla de mentira y
verdad.
Expulsó su aliento en un suave suspiro.
— Pero tienes que dejar de actuar como un imbécil celoso, ¿me
entiendes? Voy a estar cerca de otros hombres.
Directa. Súcubo. Eso es lo que ella…
— Pero no voy a tener relaciones sexuales con nadie... más que tú.
Lo tuvo casi lanzándose sobre ella entonces. Su confesión tenía a su ya
impaciente polla hinchándose aún más por ella. ¿Se daba cuenta de la mujer
tan sexy que era?
Los dedos de ella acariciaron su pecho.
Probablemente.
— La cosa es que, — confesó mientras sus dedos patinaban sobre sus
pezones, — no quiero a nadie más.
Llevaba mucha ropa. Y esa túnica que llevaba… se tenía que ir.
Pero antes de que pudiera empujar la bata fuera de su camino, Seline
dio un paso atrás. Levantó sus manos, y se quitó la bata. Cayó al suelo con un
suave susurro. Se puso de pie delante de él, completamente desnuda. Piel
pálida y perfecta. Los pezones apretados y rosas.
Sexo…. esperando.
— No quiero besos suaves y dulces palabras, — le dijo mientras
enderezaba los hombros. — No quiero promesas o mentiras. Sólo te quiero a
ti. Y te quiero ahora.
¿Podría ser más su tipo de mujer?
Se quitó la camisa.
— Cariño, soy tuyo.
Su sonrisa podría haber hecho que un hombre más débil rogara. Hizo
que Sam se abalanzara sobre ella. Un hombre sólo puede contenerse por un
tiempo.
En un instante, estaban en la cama. No comenzó con la boca. No
comenzó con esos pechos deliciosos. En su lugar, ella se extendió por debajo
de él en la cama. Sam tomó su tiempo para dejar que sus manos se deslizaran
por sus muslos, y luego, cuando los tuvo listos y separados, inclinó la cabeza y
probó su gusto.
Mejor que el vino.
La acarició con la lengua. Trabajó su carne dulce, disfrutando de cada
ronco gemido que escapaba de sus labios. Sus dedos se deslizaron dentro de
ella. Los labios como plumas sobre su clítoris.
Ella sacudió sus caderas. No para huir, sino para estar más cerca de su
boca.
Degustó, tocó, lo hizo, una y otra vez, y ella se apretaba más contra su
boca mientras jadeaba su nombre.
Sus uñas se clavaron en sus hombros. Sintió un impulso de energía, y la
habitación pareció rodar sobre él. Levantó la vista y se dio cuenta de que
estaba sobre su espalda.
Seline le sonrió, luego se inclinó y tomó su carne excitada en su boca.
Caliente. Tiesa. Y su lengua…
Sus dientes traseros chocaron cuando rechinó su nombre.
Pero Seline no se detuvo. Lo tomó más profundamente y tragó. Chupó.
El sudor alisaba su piel mientras luchaba por aferrarse a su control, el control
que desesperadamente quería romper.
Luego levantó la cabeza y se lamió los labios.
Un gruñido brotó de su garganta.
Seline estaba a horcajadas sobre él, y el núcleo caliente de su sexo
presionaba sobre toda la longitud de su pene. Se inclinó hacia delante, colocó
la cabeza de su erección en la entrada de su cuerpo, y luego se levantó por
encima de él, sus pechos demasiado tentadoramente cerca de su boca.
Sus labios se cerraron alrededor de su pecho justo cuando ella empujó
sus caderas. Su polla se deslizó en su interior, y su sexo caliente y apretado se
apoderó de cada centímetro de él.
La follada perfecta.
Ella se levantó de nuevo. Se deslizó hacia abajo.
Lamió su pecho. Chupándole el pezón. Haciéndole sentir la puntuación
de sus dientes.
Empujó hacia abajo. Se levantó.
Su control se hizo añicos. La agarró, envolviendo sus manos con fuerza
alrededor de su cintura. Él rodó y supo que estaban destrozando la cama. Sus
caderas se impulsaron hacia abajo y empujó tan profundo en ella como pudo.
Duro. Profundo.
La cama se sacudió. Sus uñas rasparon su espalda. Sus manos se
anclaron en la cintura de ella. Su polla se hundió dentro de ella.
De nuevo y otra vez.
Sus ojos estaban cerrados. Eso no estaba jodidamente bien.
— Mírame, — gruñó.
Sus pestañas volaron, y el tono de color negro de sus ojos se encontró
con el suyo. La oscuridad nunca había ardido tan brillantemente.
Sí.
Ella se vino mientras lo miraba fijamente. Vio el destello de placer pasar
a través de su rostro mientras sus músculos internos se apretaban alrededor de
su pene. Las ondulaciones de su liberación acariciaron su longitud, y él entró
en erupción dentro de ella.
La abrazó cuando los temblores lo sacudieron. El placer estalló a través
de él, caliente y largo.
Ella lo abrazó también, su apretón tan fuerte, casi como si tuviera miedo
de que se alejara. Ella no tenía por qué preocuparse. Él no estaba dispuesto a
dejarla ir.
Su mirada seguía siendo la de ella, y se preguntó lo que había visto en
ese instante salvaje cuando sólo había sabido de... ella.
Su piel brillaba. Sus mejillas se sonrojaron en un color rosa claro. El
negro de sus ojos se desvaneció a unos tibios color chocolate mientras lo
miraba fijamente a los ojos.
Ella se veía hermosa, sexy, y... vulnerable.
Un paquete engañoso.
Lentamente, se apartó de ella. El roce húmedo de carne contra carne
tuvo a su polla dura de nuevo.
Pero por mucho que quisiera tomarla una vez más, una y otra vez. El
peligro estaba por llegar.
Él bajó la mirada hacia su cuerpo. Si... Sin condón. Su mirada se elevó
de nuevo a ella. No había usado un condón antes, tampoco, y...
— Está bien, — le dijo en voz baja. — Estoy protegida.
No, no lo estaba. Ninguno de los dos tenía que preocuparse por las
enfermedades, las que no se extendían entre los Otros, ¿pero protegida? No,
estaban muy lejos de ser el tipo seguro.
Así que había “confianza” entre ellos, pero ambos habían seguido
mintiéndose.

* * *
Cuando entró en su casa, Anthea Johnson escuchó el suave susurro de
pasos. Sonrió, sabiendo que su marido ya estaba en casa. Ella y Ron habían
planeado escaparse el fin de semana. Saldrían hacia la pequeña cabaña junto al
lago que a Ron le encantaba tanto y disfrutarían de un fin de semana de sexo
sin parar.
— ¿Ron?
Tal vez hubiera suerte y volvía a quedar embarazada. Oh, eso sería…
Vio a Ron sentado en una silla de la cocina. Corrió hacia adelante.
— Hola, cariño, voy a estar lista en cinco minutos… — Su voz se
desvaneció al darse cuenta de que algo andaba mal con el ángulo de la cabeza
de Ron.
No su cabeza. Su cuello.
Muy mal.
Su grito resonó a su alrededor e hizo añicos los cristales. Ella se lanzó
hacia delante y agarró su camisa.
— ¿Ron?
Se dejó caer contra ella.
Y fue entonces cuando oyó la risa suave que venía de detrás de ella.
Sam había encontrado ropa para que se pusiera. O más bien, Sam había
enviado a Cole a encontrarla. Los pantalones vaqueros y camiseta encajaban
perfectamente, e incluso las botas eran del tamaño adecuado.
Nunca subestimes a un demonio.
O a un ángel.
Vestida y semi preparada para afrontar el mundo, Seline respiró hondo y
dijo:
— Tu hermano me quiere muerta. — La lujuria se había enfriado, y su
energía había vuelto, por fin. Una chica sólo podía fanfarronear un tiempo, y
ahora era el momento de poner todas sus cartas sobre la mesa.
— Él me quiere muerto, también.
Sí. Lo hacía.
— Az me dijo que todos los Caídos iban a morir. — Ella estaba bastante
segura de que el tipo había querido decir por su mano.
— No es fácil matar a un Caído, — murmuró Sam. — El Toque de la
Muerte no funciona en nuestra propia especie.
Bueno, eso era interesante. Ella guardó el dato en su mente.
Sam se puso un par de pantalones vaqueros, nada más, y sus ojos
querían alejarse de la extensión de su musculoso pecho mientras lo miraba.
Seline se aclaró la garganta.
— Pero los Caídos pueden morir. — Pero no por cualquier arma
humana, según decían la leyenda y los rumores. Ningún arma mortal. Ni el
Toque de la Muerte. Ahora que seguro se planteó la pregunta... ¿cómo había
matado Az a Omayo? La garganta del chico se veía como si un animal se la
hubiera abierto.
— Esta no es la primera vez que Az ha ido tras los Caídos. — Las
palabras retumbantes de Sam hicieron que su mirada volara hacia su cara.
— ¿Ha atacado a alguien más?
Los labios de Sam se curvaron en una sonrisa que le puso piel de gallina
en sus brazos. — Antes de que cayera su blanco culo, Az se encargaba de
otorgarle justicia a los Caídos.
Justicia. No le gustaba por dónde iban las cosas.
— Me dejó con vida deliberadamente, — dijo Seline. No sólo fue un
gran golpe de suerte de su parte. Az había querido que viviera para que
pudiera entregar su mensaje. — Iba a ir tras los Caídos. — No le extrañaba
que hubiera escrito Caídos en la pared, el tipo tenía que estar marcando,
reclamando su presa.
— No creo que él vaya a parar hasta que estén todos muertos.
Su mirada la midió.
— ¿Hay más Caídos en la ciudad? — Seline no conocía a ninguno, pero
tal vez Sam lo hacía. El tipo sabía todo sobre los Otros en New Orleáns. — Si
los hay, creo… creo que Az irá tras ellos.
La mirada de Sam todavía estaba fija en ella, y se dio cuenta de que sí,
que conocía a más Caídos. Sólo que no sabía si podría decirle acerca de ellos.
La ira azotó por su sangre.
— Maldita sea, Sam, la confianza, ¿recuerdas? ¡No te lo estoy pidiendo
porque quiera hacerles daño! Quiero ayudarlos. Si podemos llegar a los
Caídos antes que Az, podemos detenerlo. — ¿No veía que esta era su
oportunidad?
— Podemos matarlo.
Seline asintió.
Tenía la cabeza inclinada hacia la derecha mientras la estudiaba.
— No hay más que otro Caído en Nueva Orleáns.
Su corazón comenzó a un ritmo el doble de tiempo. — ¿Dónde está? —
Pero ella ya se dirigía hacia la puerta mientras hacia la pregunta. — Vamos a
llegar a él, ahora.
— No es él, — murmuró Sam. — Es ella.

La cabeza de Anthea se alzó lentamente, y se quedó mirando al hombre


que caminaba delante de ella. Su marido había muerto. Sus ojos de color verde
y vacíos la perseguirían siempre.
— ¿Por qué? — La pregunta fue arrancada de ella. — Ron nunca ha
hecho daño a nadie. Él no estaba destinado a morir todavía, él no estaba…
— No estabas destinada a estar con él. — Frío e insensible, y las
palabras avivaron la ira que poco a poco iba haciéndola trizas.
— ¡Era el único que estaba destinado a mí! — El dolor, el ardor, la
caída... todo había sido por él.
— Tenías un deber. Los ángeles sirven. — Sus ojos eran árticos. —
Ellos no caen.
Tuvo que forzar sus manos lejos de Ron. Ya no estaba más ahí. Su
cuerpo se mantenía allí, pero su alma se había ido. Ron había sido un buen
hombre. Leal. Verdadero. Habría tenido un paraíso esperándolo.
— Si los ángeles caen, — continuó el bastardo, — el infierno les espera.
Ella se puso de pie.
— ¿Valió la pena? — Él echó una mirada despectiva a Ron. — ¿Con
todo lo que podrías haber tenido, realmente él valía la pena del sacrificio?
— Sí, — susurró. — Él era todo lo que valía la pena. — Y atacó.
El lento gruñido llegó a sus oídos demasiado tarde, y Anthea se dio
cuenta de que sólo había sido su cebo. Ajustando la trampa, distrayéndola...
Ella, a su vez, gritó tanto de miedo como de cólera.
La bestia saltó sobre ella y sus garras afiladas fueron directas a su
corazón.
Traducido por Apolimy
Corregido por Maxiluna

L a moto rugió por la carretera, haciendo zig zag dentro y fuera de la

fila de coches. Los brazos de Seline se curvaron alrededor de Sam y, con cada
kilómetro que la moto se comía, él maldecía entre dientes.
Anthea no había contestado el teléfono, ni su celular, ni el de su casa.
Ella era la única de los Caídos en la ciudad en ese momento. Keenan, un
Caído con el que Az había cometido el error de enredarse antes de que se
encontrase con su pequeña vampira. Para estar seguros, Sam había hecho una
llamada rápida a Keenan y advertido al hombre para que vigilase su culo.
Pero Keenan siempre lo hacía.
Anthea… dulce y gentil... ella nunca veía las amenazas en el mundo. No
hasta que era demasiado tarde.
Giró la moto en el tranquilo barrio que Anthea había utilizado como su
refugio. Pequeñas flores esperaban cerca de la entrada, balanceándose
suavemente con la brisa, dando la bienvenida a los dueños de la casa y sus
invitados. Él había estado en la casa de Anthea sólo una vez. Había venido
para asegurarse de que estaba a salvo, pero ella no había querido su
protección.
Ella sólo había querido al humano que estaba a su lado. Un hombre al
que llamaba esposo, un hombre que Sam sospechaba que no tenía ninguna
pista real sobre el pasado de su mujer.
Ella cayó por amor.
Anthea no habían sido la primera en perder su corazón por un ser
humano. No sería la última.
Su casa de ladrillo esperaba ordenada al final de la calle. Más flores
rodeaban los lados de su casa.
Y su coche estaba estacionado en la entrada. Su coche y un Jeep negro.
El vehículo de su marido.
Sam había hecho su investigación antes de deslizarse fuera de la vida de
Anthea. Ron, su marido, había sido investigado. Un ser humano cariñoso que
estaba loco por su bella esposa.
Sam apagó el motor y saltó de la moto. Seline corrió detrás de él o lo
intentó. Él estiró un brazo para bloquearla.
― Déjame ver primero. ― Porque él sabía lo que podía encontrar y no
quería que ella entrase dentro de otra habitación empapada de sangre.
― No. ― Alzó la barbilla. ― Puedo manejar esto.
Ella no era tan dura como quería hacer creer. La sangre le afectaba
demasiado. Extraño para un demonio.
― Además, la última vez que me dejaste… ― Seline lanzó una rápida
mirada por encima del hombro hacia la línea de perfectas casas en el lado
opuesto de la calle. Casas perfectas, perfecto mundo humano. ― Tu hermano
me asaltó. De ahora en adelante, donde vayas, voy yo.
Apretó la mandíbula, pero ella tenía razón. Az podría estar cerca y Sam
no arriesgaría a Seline de nuevo. Le cogió la mano y se apresuró hacia
adelante.
La puerta estaba cerrada con llave. Levantó su puño izquierdo, listo para
abrirla con una buena explosión.
― ¡No! ― Seline frunció el ceño hacia él. ― ¿Y si están solos en el
interior, tomando un café o algo? ¡No podemos reventarla sin más!
Pero entonces oyó un débil sonido. No fue un gemido, era más un jadeo.
Uno lleno de dolor.
Los ojos de Seline se abrieron como platos. Lo había oído, también.
― ¡Echa esa puerta abajo!
La puerta se rompió y corrieron adentro. El olor lo golpeó como un
puñetazo. Sangre fresca y muerte.
El jadeo se repitió, ahora era aún más débil y saltó al otro lado de la
habitación. La sangre se acumulaba en el suelo, profunda y oscura, y se
extendía bajo el cuerpo de Anthea.
Su pecho estaba abierto con la sangre saliendo a borbotones. Sus
oscuros ojos estaban muy abiertos y llenos de dolor. Las lágrimas se filtraban
por sus mejillas hasta la sangre que goteaba de su boca.
Y su corazón ya no estaba.
Ella debería estar muerta, ella moriría, pronto.
No había manera de que pudiera sobrevivir. Ella estaba agonizando,
luchando por seguir adelante, capaz de gestionar estos últimos momentos sólo
por su sangre de ángel.
― Anthea. ― dijo su nombre con furia. Pagará. El bastardo pagaría.
Ella no lo miró. Sus ojos estaban muy abiertos hacia la izquierda. Sam
siguió su mirada y vio el cuerpo de Ron.
― Oh, Dios, ― susurró Seline.
Dios no haría algo como esto.
Él colocó su cuerpo entre Anthea y Ron, obligándola a verlo. Él no la
tocó, no todavía.
― ¿Quién hizo esto?
Más lágrimas. Más sangre.
― ¡Sam, ella está sufriendo! ― Seline lo agarró. ― Ayúdala.
Los dos sabían que sólo había una manera de ayudarla.
― ¿Por qué todavía está viva? ― susurró Seline. ― ¿Por qué no se
dejaba ir?
Las pestañas húmedas de Anthea bajaron un poco. Su mirada parecía
centrarse en Sam. Eso parecía.
― Infierno…
Su cuerpo empezó a temblar. Grandes y duros estremecimientos que
contribuían a que su sangre bombease más rápido. Tenía cortes en los brazos,
en las piernas, su cuello. Y ese agujero en el pecho...
― ¿Fue Az? ― preguntó, con la mano tan cerca de su mejilla.
Más estremecimientos. Más sangre.
― ¡Ayúdala! ― gritó Seline.
Pero no había nada que hacer.
El cuerpo de Anthea se quedó inmóvil. Un lento susurro de aliento se
deslizó de sus labios mientras ella se entregaba a la muerte.
Los dedos de él se levantaron y presionaron ligeramente contra sus
párpados. No había ninguna otra cosa que tuviese que ver en este mundo.
― ¿Sam? ― La voz vacilante de Seline.
Él se quedó mirando a Anthea. Los rastros de lágrimas y la sangre
parecían infames contra su piel café claro.
― Ella se enamoró de un humano y eligió caer. ― “Sé que es el amor,
Sam. Finalmente sé lo que se siente”. Hizo a un lado el recuerdo de su voz. ―
Todo lo que ella quería era vivir con él.
Vivir con él. Morir con él.
Ella lo había hecho.
Sam miró las marcas en su cuerpo, obligándose a sí mismo a ver más
allá de la furia.
Los profundos surcos y cortes parecían de alguna manera... familiares.
― No se merecía esto, ―susurró. De todos los Caídos que había
conocido, Anthea había sido la más amable. No había merecido la muerte en
lo más mínimo.
Voy a buscarlo. Le haré pagar.
Anthea sería vengada. La muerte no llegaría fácilmente al asesino de
Anthea. No había sido fácil para ella.
― Sam, el cuello del chico está roto. Quienquiera que haya hecho esto
hizo que su muerte fuera rápida.
Él se levantó y dejó construir su rabia.
― Debido a que Ron era un ser humano. Un daño colateral. Con el fin
de hacerle daño a Anthea, tomaron su corazón… pero no era el único que latía
en su pecho.
El rostro de Seline estaba pálido cuando su mirada se lanzó por la
habitación.
― Juro que esas marcas parecen haber sido hechas por un
cambiaformas.
Sus hombros se pusieron rígidos.
― Fui enviada tras un cambiante lobo una vez. ― Ella acomodó hacia
atrás su cabello y tragó. ― Había sido Lone. Había matado a cinco mujeres. En
cada ataque, él fue directo a sus gargantas. El tipo sólo… las rasgó para
abrírselas.
Su mirada regresó a las marcas en el cuerpo de Anthea. Las marcas de
garras eran demasiado grandes para que fueran de un lobo.
Pero otro cambiante… tal vez. Si bien ningún arma mortal podría matar
a un Caído, las garras de un cambiante, seguro que serían capaces de hacer el
trabajo.
Excepto que Az no era un cambiante.
Sam cuidadosamente rodeó el cuerpo de Anthea. Cuando oyó la
inhalación aguda de Seline, supo que ella había visto las letras escritas con
sangre en el suelo.
Caído.
― ¿Hay más? ― preguntó Seline, frotándose los brazos. ― ¿Hay más
Caídos cerca? Maldita sea, sabes que esto es un patrón de ataque. ¡Los está
eliminando! Cualquier caído por aquí es presa de él.
― Soy un Caído. ― Él la tomó del brazo y tiró de ella hacia la puerta.
No iba a dejar el cuerpo de Anthea tirado y roto como estaba. A la mierda el
equipo de limpieza. Manejaría las cosas a su manera. Nadie la tocaría de
nuevo.
― Sí, pero no estás exactamente por debajo del nivel de poder.
No, él no era como los dos ángeles mensajeros muertos, Omayo y
Anthea habían sido ambos mensajeros... Los Mensajeros no podían tocar y
matar. Ellos no podían obligar a los seres humanos. No podían castigar a su
antojo. Ellos sólo se aseguraban de que las órdenes se llevaran a cabo. Un
último deseo concedido. Dar paz a los difuntos. En lo que se refería a la presa
de los Caídos... los mensajeros nunca tuvieron una oportunidad.
Sus dedos se enroscaron con los de Seline.
― Hay una regla sobre los Caídos... ― Una regla que no conocían
muchos.
Seline frunció el ceño mientras caminaban lentamente hacia fuera.
A unos diez metros de distancia de la entrada de la casa de Anthea, Sam
dio la vuelta y se quedó mirando la casa. La casa de al lado de Anthea estaba
vacía. No había coches, nadie que escuchara los gritos de Anthea. Él sabía que
ella había gritado. Anthea no se habría ido sin luchar.
― ¿Qué regla? ― Recorrió con una mirada preocupada la calle.
― Si matas a un Caído, obtienes sus poderes. ― Un pequeño agradable y
apremiante bono que podía ser muy adictivo para algunos.
¿Había Az descubierto aquella adicción?
Algunos vampiros estaban enganchados a la sangre de ángel, porque
podían probarla rápidamente. Y para aquellos que mataran a un Caído, no
había nada como la explosión psíquica para amplificar su poder. La explosión
golpeaba a la persona más cercana a los Caídos en el momento de la muerte.
El que había atacado a Anthea se había visto obligado a abandonarla
antes de que el trabajo estuviese terminado. ¿Debido a que nos había oído
llegar?
Sí, apostaba el culo a que estaba cerca, observándolo y maldiciendo el
hecho de que Sam era el que tenía el poder de Anthea. Poder que él no quería.
Sacó a Seline hasta la acera. Luego se quedó mirando la casa.
Adiós, Anthea.
La casa explotó en una bola de llamas.

Rogziel estaba encaramado en lo alto de la casa de ladrillo, con la


mirada en los camiones de bomberos y los seres humanos que pululaban
abajo. Había seguido los camiones de bomberos y los coches de policía. Había
sospechado que lo llevarían a su presa.
No muchos se atrevían a iluminar el cielo de esta manera. El humo del
infierno se alzaba alto, tan alto, hacia el cielo. Como un puño gigante negro
golpeando el cielo.
Habría que tener cuidado o el cielo devolvería el golpe.
La casa se había ido, encendida en llamas que eran demasiado calientes
para un incendio normal. Sin embargo, a pesar del calor, el fuego no se
extendió a ninguna de las otras casas.
Porque ese no había sido el plan.
Rogziel barrió con una mirada la multitud. Allí. Sam estaba en su
motocicleta, mirando el fuego y sin importarle que los policías humanos
estuviesen a sólo unos pies de distancia de él.
Seline estaba a su lado. Ella debía saber que no debía estar tan cerca del
fuego.
Mientras observaba, Seline se inclinó aún más cerca del Caído. Ella le
susurró algo al oído y la vio frotar los labios contra su mejilla.
De tal madre, tal hija embustera.
Seline se subió a la moto detrás de Sam. Después de un momento, la
moto se alejó por una curva.
Los seres humanos eran tan ciegos que ni siquiera levantaron la vista.
Pero tal vez ese era el poder que Sam trabajaba. Había estado caminando por
la tierra durante siglos. Si alguien podía manipular a los seres humanos, sería
él. Sam debería haber sido quemado. De hecho había sido quemado, pero, de
alguna manera, se había escapado del fuego del infierno.
El cuerpo de Seline se abrazó al suyo al salir del barrio.
Rogziel se irguió en toda su estatura. Los seres humanos no podían
verlo. No, a menos que él quisiera que fuera así. Sus alas se extendieron detrás
de él, poderoso, fuerte, no con horribles cicatrices de quemadura como Sam.
Todavía tenía el poder. Lo suficiente como para derribar a los Caídos y
al demonio mestizo que había demostrado finalmente sus verdaderos colores.
¿Cuál iba a morir primero? ¿Realmente importaba? Él sonrió y saltó
en el aire.

Sam no los llevaría de vuelta a Nueva Orleáns. Seline enredó su cuerpo


contra el suyo y se aferró a él. No sabía a dónde iban, pero tal y como se
estaban poniendo las llamas detrás de ellos, ella no iba a hacerle preguntas en
ese momento. Así que ella aguantó y las millas iban quedando ligeramente
atrás. El sol se puso y el cielo de la oscura noche los cubría.
Se detuvieron sólo el tiempo suficiente por gasolina y para que Sam
hiciese algunas llamadas telefónicas. Probablemente, alertando a sus hombres.
Y a un tipo llamado Keenan.
Se quedó dormida en algún momento. Sus sueños estaban inquietos,
llenos de sangre y fuego y cuando la moto frenó hasta detenerse, Seline abrió
los ojos de golpe.
― ¿Don…dónde estamos?
Oscuridad profunda y total.
― Laredo.
Espera.
― ¿Laredo? ¿Como en Laredo, Texas?
Él gruñó.
― Vamos a dormir unas pocas horas y luego cruzaremos la frontera
mañana.
Y alcanzarían México.
Ella vio que en realidad había una luz más adelante. Un pequeño motel
con una señal de vacante parpadeando. Sam se dirigió hacia esa señal. Ella lo
agarró del brazo y se dio cuenta de que tenía las piernas como gelatina
después de la conducción.
― ¿Qué hay en México? ― exigió.
― Más Caídos.
Seline exhaló lentamente. No serían los únicos que se dirigiesen al otro
lado de la frontera.
― Pero esta vez, vamos a llegar primeros a la presa, ― dijo Sam.
Él la agarró del brazo y tiró de ella hacia el motel. Ella esperaba que el
tipo tuviese razón, porque estaba cansada de llegar a la fiesta sólo para
descubrir que la muerte los estaba esperando.
El empleado del mostrador apenas les echó un vistazo y les tiró una
llave. Por lo menos, murmuró:
― Suite de luna de miel, ― pero ella notó el sarcasmo cuando lo oyó.
Ella gruñó y se dio cuenta de que probablemente se veía como el infierno de
caliente.
Se dirigieron al exterior, todas las habitaciones tenían acceso desde el
exterior. Las doce. Se dirigieron hacia la última habitación de la derecha. Sam
abrió la puerta.
― Suite de luna de miel, mi culo, ― murmuró ella, mirando a su
alrededor. Estaba bastante segura de que la cama era del tipo que vibra cuando
le insertas un cuarto de dólar. Una cama hundida, una silla raída, y eso era
todo, pero por lo menos el lugar tenía un cuarto de baño. Ella mataría por una
ducha en ese momento. La puerta no se había cerrado detrás de ellos cuando
ella comenzó a desnudarse.
― Espera...
Ella miró por encima del hombro.
Él tenía el ceño fruncido, un ceño que le gustaba levantar cuando la
estudiaba.
― Por mucho que disfruto cuando te quitas la ropa, creo que será mejor
que la mantengas por ahora. Vamos a tener compañía pronto.
¿Compañía, allí?
Sus labios se torcieron y no era una sonrisa calurosa.
― He pasado mucho tiempo en México. Un infierno peor del que tienes
en Nueva Orleáns.
Pero él había estado en la ciudad casi constantemente durante semanas.
Ella sabía que había estado observándola durante la mayor parte de ese
tiempo.
― Tengo... un amigo... que se detendrá para unas palabras cuando le
llegue la noticia de que estoy aquí.
¿Tenía amigos? ¿No sólo los esbirros? Tenía las manos en la parte
inferior de su camisa. Ella dejó caer la prenda por encima de su estómago.
― ¿Cómo va a saber que estás aquí? Si sólo vamos a quedarnos unas
horas...
― El recepcionista era un encantador.
Ella sabía que él no se estaba refiriendo a las habilidades sociales del
tipo.
Los encantadores eran psíquicos, algunos podían comunicarse con los
animales. Algo así como encantadores de serpientes más poderosos. Podían
hablar con cocodrilos, tigres y caray, una vez ella había conocido a un chico
que pasaba las noches hablando con ratas. De todos los seres paranormales,
los encantadores eran generalmente sus favoritos. No les brotaban colmillos y
garras, lo que consideraba puntos positivos para ellos.
― Benny sabe quién soy, ― dijo Sam, ― por lo que va a asegurarse de
que sólo las personas adecuadas se den cuenta de que estoy en la ciudad.
Bueno, bueno, la gente adecuada sonaba mejor que los incorrectos.
― Así que no tenemos que preocuparnos acerca de gente disparando por
ti.
Su mirada se endureció.
―Los Otros en México y a lo largo de la frontera me conocen mejor.
Ella apostaba que lo hacían. Un toque, juego terminado.
Sus labios se apretaron.
― Sabes, yo no siempre he disfrutado de la tortura. ― Se dirigió hacia
ella con pasos lentos y deliberados. ― No importa lo que tu jefe te haya dicho.
Ella se preguntó qué había mostrado en su expresión. Tenía que
mantener mejor resguardada sus emociones.
― No creo en todo lo que Rogziel me dijo. ― A pesar de que le había
dicho algunas verdades durante años. Su padre había sido un demonio
mentiroso que había asesinado a su madre. En cuanto a su madre, bueno,
había sido débil. Eso es lo que pasaba cuando te enamoras de la persona
equivocada. Seline sabía que ella estaba mirando a un hombre que podría ser
muy, muy malo para ella. Se aclaró la garganta. ― Ah... ¿qué pasará cuando
tu amigo llegue? ― le preguntó, el aire pareció hacerse más espeso entre ellos.
Sam suspiró suavemente.
― No te va a gustar.
La patada en su estómago le dijo que esto iba a ser malo. ¿Otra cosa
nueva?
― Confianza, eso es lo que pedí, ¿no es así?
Ella asintió con la cabeza, consciente de que su corazón latía demasiado
rápido y que sus manos habían empezado a sudar.
― Pero ya ves, mi gente está muriendo. No es tan fácil matar a un
Caído.
― Az...
― Az no es un cambiante.
Oh, no.
― Y Az no es el único que hay a quien le gustaría castigar a los caídos.
A medida que sus palabras hacían eco en ella, su mandíbula casi cayó.
― Espera, aguanta eso, estás diciendo…
― Estoy diciendo que tu Rogziel podría estar repartiendo su castigo.
― ¡No, no, aquel último Caído ni siquiera estaba en la lista!
― ¿Alguna vez has visto su lista? ¿Esta lista mágica, mítica que los
castigadores han recibido?
No, no lo había hecho. Seline negó con la cabeza.
― Antes de que te lleve a encontrar más Caídos, antes de que te deje
acercarte más a mí…
Ella estaba de pie a menos de tres centímetros de él. Habían tenido sexo
tan intenso que todavía podía sentirlo dentro de ella y ¿él estaba preocupado
por ella acercándose ahora? Demasiado tarde, amigo.
―... Me temo que vas a tener que pasar una pequeña prueba para mí,
Seline.
Ella parpadeó y sacudió la cabeza.
― Me estás tomando el pelo. ― Era un mal momento para que su
retorcido sentido del humor se mostrase.
― No, no lo estoy. ― Su mirada sostuvo la suya. ― El recepcionista ya
ha convocado al hombre que necesito para este trabajo. Benny sabe que
cuando traigo a alguien aquí conmigo, es porque quiero hacer una prueba.
Más con la prueba. Ella siempre había detestado las pruebas.
Sam se frotó la parte de atrás de su cuello.
― Hace dos días, viniste a matarme.
Bueno, es cierto, que había sido su misión, pero...
Sus dedos se deslizaron por sus mejillas y aliviaron la tensión en su
cuello.
― Entraste en mis sueños y has intentado llevarte mi poder.
Poder que de buena gana le hubiera dado a ella cuando tomó su cuerpo.
― Ahora los Caídos están muriendo alrededor nuestro. Dices que
Rogziel está después de ti…
― Es él. ― Al igual que ella mentiría acerca de tener un ángel castigador
tras su pista.
― Entonces, ¿por qué deja que te lleve conmigo?
Ahora estaba perdida.
― ¿Qué?
― Rogziel llegó al lugar después que los bomberos. Se apoyó en la casa
de enfrente de la calle de Anthea y él sólo nos miró. ― Su boca se apretó con
disgusto. ― Cuando nos fuimos, así lo hizo. No atacó, todavía no... Él sólo nos
siguió.
Ese era el miedo que le comía el corazón.
― ¿Él sabe que estamos aquí?
― No.
Sus hombros se hundieron. Oh, Dios, por un minuto...
― Dejé que nos siguiera al principio, sólo para ver lo que el bastardo
iba a hacer, pero después que salimos de Nueva Orleáns, estuvimos
encubiertos.
Oh, está bien. Ella no sabía lo que quería decir con el encubrimiento,
pero ella pensó que era otro rasgo de la magia práctica que poseía y ¿cuántos
de esos rasgos tenía el hombre?
― No sabía que podías hacer eso.
― Hay muchas cosas que no sabes de mí.
Vio la ondulación de alas oscuras sobre sus hombros. Sombras. No alas.
― Y hay muchas cosas que no sé de ti.
Ahora estaba empezando a enfadarse. Sus ojos se estrecharon.
― Bueno, supongo que es por eso que lo llaman confianza, ¿no? ― Él
había sido quien había estado escupiendo sobre la confianza antes, ahora él
quería…
Un golpe sacudió la puerta. No le gustaba esto.
Sam se apartó de ella.
― No te preocupes. Si no tienes nada que esconder, esto terminará en un
momento.
Ella le agarró la mano.
― ¿Qué pasa si yo tengo algo que ocultar? ― Porque, maldita sea, ella
no había sido sincera con él, no del todo. Y ella todavía no quería serlo.
Su mirada brillaba hacia ella.
― Entonces yo diría que tenemos un problema.
Sí, lo tenían. Ella lo tenía.
― Los demonios no pueden mirar en la mente de otros demonios. ― En
caso de que su plan maestro fuera traer a uno de nivel ocho o nueve para
hurgarle en la cabeza. No funcionaría. Su sangre de demonio no mantenía
ningún tipo de mojo psíquico fuera de su mente.
― No voy a tirarte a un demonio.
Seline trató de no dejarle ver su alivio. Probablemente podría manejarlo.
Por lo general podía manejar casi cualquier cosa. Por lo general.
― No estoy en busca de tu pasado, ― le dijo. ― El pasado ya pasó. Y no
importa.
¡Mentira! El pasado hacía a los monstruos de hoy y de mañana.
Los ojos de Sam parecían ver demasiado.
― Necesito saber el futuro, tanto para el bien de...
Oh, no, no, él no querría mejor decir...
Sam se apartó de ella. Él abrió la puerta. Seline no estaba segura de lo
que esperaba, pero seguro que no era el tipo alto, tatuado con la sonrisa
diabólica.
No era un demonio. Entonces... ¿qué?
Vestía todo de negro y se deslizó fácilmente en la habitación. Su cabeza
afeitada inclinada hacia Sam. Había tatuajes tribales que se deslizan sobre el
cuero cabelludo. Le preguntó, con voz retumbante:
― ¿Ella es la elegida?
¡Mierda! ¿La qué?
― Sí, Mateo. Tengo que ver qué va a pasar con ella.
Sam se cruzó de brazos. El tipo, Mateo, sacó un cuchillo.
Luego se acercó a ella con el cuchillo.
Oh, diablos, no.
Traducido por UsaguiSama
Corregido por Nyx

C uando parecía que Seline giraría hacia Mateo, Sam se lanzó hacia

adelante. Él agarró su muñeca derecha, luego la izquierda y la abrazó con


fuerza.
Ella lo fulminó con la mirada.
— Estás cometiendo un gran error aquí.
No, él sólo estaba haciendo lo que tenía que hacer. Había sido engañado
por una cara inocente antes. Erase una vez, él había pensado que estaba
enamorado, entonces ella había descubierto exactamente lo que era. Incluso
las damas distinguidas en 1880 podrían tener un lado muy oscuro.
Helena le había drogado con láudano, entonces encendido el fuego
mientras él dormía. El fuego había quemado a través de su piel. La droga
había embotado su poder para que no pudiera controlar las llamas. Él estuvo
quemándose, durante horas...
Cuando Helena vio que no iba a morir, había traído a todos los hombres
que pudo encontrar de la ciudad. El buen predicador lo había llamado diablo,
y los hombres lo habían apuñalado. Sus músculos se habían reducido, sus
huesos cortados... y todavía había vivido.
La tortura podía venir en muchas formas.
Cuando la droga finalmente desapareció, él les había mostrado lo
mucho que un demonio podía hacer.
Helena no había sido el primer o el último humano que le traicionase,
pero en estos días, él era mucho más cuidadoso.
— ¡Mantén al tipo y su cuchillo lejos de mí! — dijo Seline, alzando la
voz.
No era posible.
— Él necesita tu sangre.
Sus ojos se abrieron.
— ¿Vampiro? — Un susurro, que él estaba seguro de que había oído
Mateo.
Sam negó con la cabeza.
— Brujo.
Ella palideció aún más. Al parecer, ella sabía que los brujos podrían ser
mucho más peligrosos que los vampiros. Bien por ella.
Lo miró por encima del hombro, pero mantuvo su dominio sobre las
muñecas delicadas de Seline. Mateo había puesto su espejo de
escudriñamiento en el suelo.
Su negra superficie brillaba hacia ellos. El brujo cantaba en voz baja.
No era fácil para un brujo mirar hacia el futuro. Muchos lo
consideraban prohibido.
Menos mal que Sam y Mateo no estaban dentro de la categoría de “lo
prohibido”.
— Dame el cuchillo, — dijo Mateo.
Mateo levantó la vista hacia él.
— Siempre te ha gustado ensuciarte las manos.
Seline daba a Sam patadas en la espinilla.
— No sé lo que piensas que va a pasar aquí. — Mateo se levantó y cerró
la distancia entre ellos. — Voy a tomar unas gotas de tu sangre. Entonces voy
a dar un pequeño vistazo al futuro. — lo dijo llanamente y con sólo una leve
insinuación de su acento español. El chico parecía que cortaba a mujeres todo
el tiempo para asomarse a su futuro, porque eso era exactamente lo que hacía.
Sólo otra noche normal para él.
— Una visión nos mostrará dónde está tu lealtad y si mientes a Sam —
lo dijo porque era la parte que realmente importaba. El número de muertos se
elevaba. Az y Rogziel estaban acercándose, pronto llegarían y eso no era sólo
una amenaza, eran dos. Cuando llegara el final, ¿podía confiar en ella para
tenerla a su espalda? ¿O le entregaría a sus enemigos para que poder
salvarse?
He estado allí, he hecho eso.
— ¿Esperas que sangre por ti? — exigió ella, con la voz aguda.
— Sí.
Estrechó los ojos.
— Entonces tú también sangrarás por mí.
Ahora él vaciló.
— Uh, ¿jefe? — murmuró Mateo. — Yo no sé nada acerca de tomar
su…
— Sangrarás, — dijo ella, dejando al descubierto sus dientes en una
sonrisa maliciosa. — Yo sangraré. ¿Quieres saber lo que me deparará el
futuro? Bueno, yo quiero saber qué va a pasar contigo. Quiero asegurarme de
que cuando las cartas estén echadas, no me dejarás.
Así que la confianza era realmente una mentira para los dos.
Él la soltó y dio un paso atrás.
— Está bien, pero las damas primero.
Ella lo miró. Pero, después de una ligera vacilación, lo rozó y tomó el
cuchillo de Mateo. Mateo le tocó ligeramente en el hombro, y Sam vio al
brujo inhalar una respiración fuerte.
Sus ojos se encontraron con los de Mateo.
Súcubo. Mateo movió los labios e hizo una mueca.
Mateo había sido quemado, literalmente, por una súcubo una vez.
— ¿Cómo funciona esto? — El cuchillo brillaba en la mano de Seline.
Mateo se aclaró la garganta.
— Sólo necesito unas gotas de tu sangre. Párate sobre el espejo y las
dejas caer sobre el vidrio.
Seline hizo un gesto sombrío. Ella movió las piernas y se acercó un
poco más al espejo. Mateo se agachó cerca del cristal y susurró la última parte
de su hechizo.
— Ahora, — ordenó Mateo.
Seline respiró hondo, luego se cortó la punta de su dedo índice
izquierdo.
— Apenas unas gotas, ¿no? — La sangre goteaba sobre el espejo.
El cuerpo de Mateo se sacudió. Sus ojos quedaron ciegos cuando él
gritó.
Luego empezó a temblar. Los duros temblores sacudían su cuerpo. Una
ráfaga de viento se arremolinaba a través de la habitación y una profunda
grieta corrió por el techo.
Seline miró a Sam con los ojos muy abiertos.
— ¿Se supone que esto es lo que sucede?
— No.
Tomó el cuchillo.
— ¡Mateo!
El brujo cayó hacia atrás. Mateo tomó grandes bocanadas de aire. Sam
vio las profundas marcas de garras en los brazos y en la espalda.
A veces, tenías que pagar un precio para ver el futuro.
Con este trabajo, la deuda de Mateo a Sam por fin se pagaría por
completo. Sam había matado por el brujo. Acabado con cuatro hombres
coyote.
Ahora era el turno de Mateo de hacer frente a la oscuridad.
Sam envolvió su mano izquierda alrededor de los hombros del brujo.
— ¿Qué viste?
Seline comenzó a moverse furtivamente hacia la puerta. Sam levantó la
mirada y la inmovilizó.
— ¿Vas a algún lugar?
— ¿Qué? — Ella se encogió de hombros. — Mira, lo que sea que haya
visto, no puede haber sido bueno.
¿Así que ella se preparaba para huir?
— No vas a ninguna parte.
— ¿Sí? Pues bien, necesito…
— Az viene por ella.
La voz ronca de Mateo detuvo a Seline.
— Él la quiere ahora, — dijo Mateo, con la voz débil, mientras trataba
de enderezarse. — No se detendrá hasta que la encuentre.
Bueno, bueno. — ¿Por qué?
Mateo levantó la vista hacia él.
— La muerte.
— Él ya me ha prometido un dulce trato, — dijo Seline, sonando muy
preocupada. — Te dije eso.
— No se detendrá, — murmuró Mateo, apretando los ojos cerrados
mientras se mecía adelante y atrás. — Nada lo detendrá... vendrá... a por ella.
La mirada de Sam se clavó en Seline.
— Interesante. — La palabra fue un gruñido.
Seline sintió escalofríos.
— En realidad no. Saber que tengo un acosador psicópata no es
exactamente lo que yo llamaría interesante. Terrorífico, tal vez. Interesante,
no.
— ¿Por qué ella? — exigió Sam, y sintió una pizca de rabia alzase en su
sangre.
Los ojos oscuros de Mateo se abrieron.
— No sé el por qué, sólo sé lo que será.
— ¿Él lo conseguirá? — preguntó Sam, con voz plana.
— Sí. Me gustaría saber eso también. — Seline llevó su mano a los
labios y rápidamente se chupó el dedo índice desangrado.
La lujuria sacudió Sam.
La sangre y el sexo. Por lo general, la única combinación que
funcionaba para los vampiros.
Su boca.
Ella bajó la mano.
— Dijiste que no se detendría. ¿Eso quiere decir que cuando miraste en
el espejo, viste cómo me matará? — El miedo hacia que sus ojos estuvieran
muy abiertos.
Sam sabía que el brujo le daría a Seline la verdad, tanto si ella realmente
quería oírla o no. — Te vi cubierta de sangre, — le dijo el brujo.
— Tal vez fue sangre de otra persona. — Ella sonaba petulante, pero
Sam vio el temblor de la mano. — Puedo patear tu culo, también, ya sabes.
Sam tomó el cuchillo.
— ¿Estás listo? — Ella no iba a morir. Si Mateo hubiese visto su
muerte, lo habría dicho.
Mateo no era el tipo de endulzar, incluso para una dama.
Especialmente para una dama.
Podría haber sido herida, pero en la visión de Mateo todavía había
estado respirando.
Me aseguraré de que ella continúe con vida.
A diferencia de Seline, Sam no se hizo un ligero corte en el dedo. En su
lugar, se cortó el brazo derecho por encima de la muñeca, y la sangre salpicó
en el espejo.
Mateo tomó una respiración profunda. Sam le oyó murmurar: — Yo no
quiero ver esta mierda.
Demasiado tarde.
El cuerpo de Mateo comenzó a tener espasmos. Se inclinó hacia el
cristal. Entonces gritó.
Un instante más tarde, Mateo se desplomó en el suelo, completamente
inconsciente.

Se suponía que los ángeles no podían sentir lujuria. Se suponía que no


codiciaban. Se suponía que no deseaban.
Se suponía que debían proteger, mirar y no interferir.
Sí, muchas reglas.
Tomas nunca había sido especialmente bueno en seguir las reglas.
Supongo que por eso caí. Estiró los hombros y sintió la quemadura de
las cicatrices que nunca se desvanecían.
Salió de la cantina. Las voces y las risas le siguieron, a la deriva, a su
paso. La noche esperó, oscura y profunda, con las estrellas brillando por
encima de su cabeza.
No miraba mucho hacia el cielo en estos días. ¿Cuál era el punto?
Sabía que si miraba, los tipos de arriba no le concederían ningún favor.
Tomas corrió por el callejón estrecho. Tenía que descansar en su motel y
salir a la carretera por la mañana. Era hora de ir a otra ciudad.
Más cantinas. Más bebidas. Más mujeres para tratar de hacerle
olvidar… olvidarla.
Un suave crujido sonó detrás de él. Podría haber sido otra cosa. Podría
haber sido una rata. Un pedazo de basura rodando por la brisa.
Pero Tomas se detuvo por el sonido y un escalofrío helado de
conciencia patinó sobre él. Desde que había caído, había aprendido mucho
acerca de la supervivencia. Regla número uno... nunca ignorar tus instintos.
Cuando se sentía perseguido, era probable que lo fuera.
Miró hacia atrás y no vio otra cosa que las sombras.
Regla número dos... siempre hay más en la noche de lo que ves.
Sus fosas nasales se dilataron mientras bebía de los olores que había a
su alrededor.
Regla número tres... lo que no puedes ver, es probable que lo puedas
oler. Todo tenía un olor. En ese momento, él olía... a azufre.
Infierno.

Cuando el brujo se cayó, Seline sabía que era una señal muy, muy mala.
Pero Sam agarró al chico, lo arrastró a sus pies y lo sostuvo con un
fuerte apretón. En ese momento, Seline echó una mirada a los brazos de
Mateo y a la parte posterior de la camisa. La sangre la empapaba y unas
profundas marcas de garras habían arrancado parte de la camisa y la carne de
Mateo.
Él no había estado sangrando cuando entró en la habitación.
Ella le había visto la espalda cuando él dejó el espejo. En aquel
momento había estado bien.
Ella avanzó lejos de ellos.
— Mateo. — gritó Sam el nombre del brujo y le levantó la barbilla
caída. — Mateo, despierta.
Las pestañas del brujo empezaron a revolotear. Seline no se atrevió a
moverse.
Tanto, para unas horas de descanso. Su corazón latía tan rápido que
apenas podía respirar.
— ¿Qué pasó? Maldita sea, ¿qué viste? — exigió Sam.
Seline no quería saberlo. Ella nunca había querido saber su futuro.
¿Por qué alguien iba a querer saber si cosas malas le estaban esperando a la
vuelta?
Las manos de Mateo volaron y agarraron las muñecas de Sam.
— El infierno... detrás de ti.
Eso era lo que no quería oír.
— No se puede escapar de él. — La voz de Mateo se hizo más fuerte.
— No es posible una vez que tenga tu olor. No se puede hacer. Él te
encontrará. No puedes matarlo… no eres lo suficientemente fuerte.
Um, ¿Sam no era lo suficientemente fuerte como para matar a alguien?
¿A quién no podría destruir el Ángel de la Muerte?
Tiene que ser lo suficientemente fuerte como para derrotar a Rogziel.
Sam era el más fuerte de los Caídos, ella lo sabía. Mateo tenía que estar
equivocado. Lo mejor sería que estuviera equivocado.
— Días… — dijo Mateo, — sólo te quedan unos días.
Sam no parecía tener miedo a nada y la sonrisa que se torcía en sus
labios era viciosa.
— Nunca he tenido miedo del infierno.
Ella no podía decir lo mismo. Estaba aterrorizada, por eso se había
quedado con Rogziel. Él le había dicho que ella se quemaría debido a lo que
era, a menos que se ganara la redención.
Ella acababa de llegar, y ya había sangre y muerte.
Los hombros de Sam rodaron.
— Yo no soy del tipo que huye.
Una vez más, no tanto como ella. Seline estaba tentada a huir entonces.
— Él va a venir a por tu garganta. Deberías temerlo, — prometió
Mateo. — Lo harás…
Sam empujó al brujo lejos de él.
— Esto él. . . ¿tiene un nombre?
— Demasiados nombres.
— Genial, — murmuró Seline, arrastrándose la mano por el pelo.
— Necesitábamos la Oz que todo lo ve, y nos dieron un maldito
Acertijo.
¿Por qué el chico no podría acabar de responder a una simple
pregunta?
— Ey, amigo, por aquí. — Ella chasqueó sus dedos y llamó la atención
a su manera de Mateo. Ella no iba a ver a su carne desgarrada.
— ¿A quién viste venir a por Sam? ¿Su hermano? ¿Rogziel?
¿Algún otro sobrenatural del que tenía que empezar a preocuparse?
— Ellos vienen, — dijo Mateo, y la fuerza desapareció de su voz. Ahora
sólo veía y sonaba igual. — Es hora de un ajuste de cuentas.
Rayos. Un ataque desde todos los lados. Estamos tan jodidos. Mateo se
agachó y recogió su espejo.
— ¿Hemos terminado? — Las manos de Sam estaban en un puño, pero
asintió.
Los dedos de Mateo se apretaron alrededor del espejo.
— Entonces, la deuda está pagada.
¿Cómo? Espera, el tipo había mirado hacia el futuro, ¿porque se lo
debía a Sam? Seline se balanceó sobre sus talones, y, sin poder hacer nada, su
mirada se lanzó a las heridas de Mateo. Podía oler su sangre y ver el dolor en
su rostro. Preguntó, porque tenía que hacerlo:
— ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo conseguiste esas marcas?
— Cuando nos fijamos en el mundo de los espíritus... — El espejo
desapareció en una bolsa negra desteñida enganchada cerca de la cintura de
Mateo. — Los espíritus también quieren ver.
Escalofriante.
— Y, ¿te tocan? — Más bien lo rasgaban y mordían.
— Sí, — dijo rotundamente.
Así que de buena gana dejaría que su cuerpo fuera atacado salvajemente
porque se lo debía a Sam. Su mirada derivó hacia su silencioso Caído.
— ¿Qué tipo de deuda fue esa? — Tenía que ser algo grande ya que
estaba de acuerdo en usar su cuerpo para que un fantasma lo atacara arañando
la bolsa en algún loco acuerdo.
Sam no respondió.
Mateo lo hizo.
— Él cortó las cabezas de cuatro cambiaformas que querían extraer
toda la carne de mi cuerpo. — Inclinó la cabeza hacia Sam. — Algunos
rasguños parecían un buen pago para mí. — Entonces abrió la puerta y salió a
la noche.
Seline siguió y cerró la puerta. Porque no quería más sorpresas, empujó
el bloqueo en su lugar. Hizo un suave clic.
Seline se quedó en silencio por un momento. Luego, por dos minutos,
porque realmente no estaba segura de lo que debía decir. Por último, cuando el
silencio se hizo demasiado espeso, se aclaró la garganta y preguntó.
— Um, ¿estás esperando más huéspedes de los que necesite estar
informada esta noche?
¿Había alguien más que vendría a difundir pesimismo?
Su mirada se deslizó lentamente hacia ella.
— Esta noche no.
Ella exhaló un poco de aire.
— Eso es algo. — Bueno, primero… una ducha y después a dormir.
Esta noche esperaba no tener pesadillas que involucraran fuego y
sangre.
Bien, buena suerte con eso. Teniendo en cuenta la semana que estaba
teniendo, Seline estaba bastante segura de que su vida real sin duda la
perseguiría en sus sueños.
Cuando se movió, rozó a Sam. Él bloqueó su camino.
— ¿Tienes miedo?
Recapitulemos. Tenía un psicópata Caído en su camino, uno que al
parecer no iba a dejar de perseguirla hasta que ella estuviera muerta.
Le había dado la espalda a Rogziel, y el chico no era exactamente del
tipo de perdonar. Y, la guinda, ahora parecía que Sam estaba en peligro de
desmembramiento grave.
— Maldición, soy realista.
Porque ella no estaba segura de que sobreviviera a la próxima semana.
— No es que el brujo hubiese dicho que viviríamos felices para siempre
detrás de alguna valla blanca, Sam.
Un surco débil apareció entre sus cejas.
— ¿Tú… quieres vivir conmigo?
Sus labios se separaron. Sus palabras habían salido mal.
— Mira, tenemos que tener miedo. Ambos. Ese tío no dijo que te las
arreglarías para salir ileso.
— Pero él no dijo que muriera, tampoco.
Um, no.
— Tampoco ha dicho que vivirías. ¿Es como si hubieras perdido ese
punto?
Sam se encogió de hombros.
Ella gruñó y se dirigió a su alrededor.
— Estoy demasiado cansada para esta mierda. Me voy a duchar y luego
voy a tirarme en la cama, y entonces, — dijo por encima del hombro, —
cuando llegue la mañana, vamos a averiguar cómo patearle el culo... y que no
nos pateen los nuestros.
Agarró el pomo de la puerta del baño.
— No tienes que preocuparte, no voy a dejar a Az hacerte daño.
— Claro. — Fácil de decir. En ese momento, ella todavía podía saborear
la ceniza. Cerró la puerta del baño detrás de ella sin responder.
La habitación era una caja de cerillas, pero era mejor que nada. Ella dio
un paso hacia delante y tiró de la ducha. El agua tronó, al menos funcionaba
bastante bien. Se desnudó, se metió en la ducha, el agua cayó sobre ella en
ráfagas calientes, ásperas, y se preguntó qué diablos iba a pasar.
Ella soñaba con fuego y sangre. Y con la caída, más rápido, más rápido,
cayendo en picada desde el cielo mientras su cuerpo se quemaba. No, no era
su cuerpo.
Eran sus alas.
Seline trató de gritar, pero un sólo gemido se escapó de sus labios. Su
cuerpo temblaba, y cayó. El suelo se acercaba rápidamente debajo de ella, y
sabía que iba a chocar contra la superficie que no perdonaba.
Ardiendo y cayendo.
Sus párpados se abrieron de golpe.
— ¡No!
Y ella ya no estaba cayendo. Ella estaba en una cama llena de bultos en
el motel. Las sábanas estaban retorcidas alrededor de sus piernas, y Sam
dormía a su lado.
Se pasó la mano por el cabello enredado, no solía tener pesadillas, pero
después del día que había tenido, no le extrañaba que hubiese estado soñando
con la muerte.
Sam gimió junto a ella. Sus ojos se clavaron en él. Sus facciones
estaban tensas, con la mandíbula apretada, y, espera… ¿había dolor en su
cara?
Él se apartó de ella, y a través de la luz del sol que entraba por las
persianas, obtuvo su primera visión verdadera de su espalda.
Unas cicatrices gruesas cortaban directamente a través de sus
omóplatos. Exactamente donde las alas habrían estado. No, exactamente
donde habían estado.
Seline se dio cuenta de lo que había estado sucediendo. El fuego y la
Caída no había sido su sueño. No, había sido él, o bien, en realidad no.
Debido a que no había sido un sueño en absoluto.
Recuerdo. El recuerdo de Sam, en el que él estaba atrapado en ese
momento.
La mano de Seline llegó a trazar las marcas gruesas que atravesaban su
omóplato izquierdo. Las yemas de sus dedos rozaron su piel caliente.
Sintió el repentino silencio que apretó su cuerpo.
Se acercó más a él, y posó sus labios sobre la carne como plumas.
— Seline… — Su nombre parecía arrancado de él.
Su aliento soplaba contra su piel, posó una serie de besos suaves contra
las marcas. Primero en una cicatriz, luego en la otra.
Estaba tan caliente debajo de sus labios. Todo su poder atrapado, a
punto de estallar.
Su boca se detuvo en su piel, saboreándolo. Él había soportado tanto
dolor había perdido sus alas… ¿Qué era peor para un ángel?
— Lo siento, — susurró. Ella no sabía por qué había caído, pero
obviamente había sido un precio terrible por cualquier delito que hubiese
cometido.
Ya había sido castigado. Rogziel debía dejarlo solo.
En un instante, Sam rodó hacia ella. Sus ojos eran de color negro sólido.
— No necesito tu compasión. — Y en ese profundo estruendo oyó una
mezcla de ira y... ¿lujuria?
La besó entonces, aplastando sus labios con los de ella, y, oh, sí, eso era
lujuria, probó su lengua. Este beso era diferente a todos los que le habían dado
antes. Salvaje, caliente.
Demasiado tarde, se acordó de un susurro más acerca de los ángeles...
Las alas son la parte más sensible de su cuerpo.
¿Incluso las cicatrices? Eran…
Sam se alzó sobre ella. De un tirón, a distancia, le arrancó las bragas.
Sus rodillas se hundieron en el colchón a ambos lados de su cuerpo, la amplia
cabeza de su polla totalmente excitada empujando en su entrada.
Su mirada brillaba en la suya.
Mirándolo directamente a los ojos, sintiendo el calor de su propia
excitación en la sangre, Seline empujó con las caderas y lo llevó tan profundo
como pudo.
No fue lo suficientemente profundo. Sus manos se sujetaron en las
caderas, y él comenzó a moverse, más fuerte, más rápido. El colchón se
rompió por debajo de ellos. La cama golpeó contra la pared.
Y todavía él empujó más duro.
El poder llenó el aire, la prisa dulce y salvaje que ella sólo recibió de él.
Era como nada más... nada.
Ella quería tomar y tomar. Para absorber cada pedacito de su energía
sensual y perderse por completo con él.
Se había aferrado a la orilla de su control antes. En el pasado, siempre
había tenido que contenerse con sus amantes. Si dejaba de lado el control,
podían suceder cosas muy malas.
— Seline. — Esta vez, su nombre fue un estallido, — ven conmigo.
Se lanzó hacia arriba, y Seline se encontró boca arriba en las sábanas
enredadas. Su boca tomó la de ella, su lengua empujando contra ella. Ella
envolvió sus manos alrededor de sus hombros y se bebió esa maravillosa
energía. Tomando, tomando como ella nunca se había atrevido antes.
Sus dedos se deslizaron por su espalda y acarició las cicatrices.
Él empujó más rápido. Aún más duro. Sus caderas se arquearon contra
él.
Su sexo estaba húmedo y sensible por lo que él se deslizó profundo y
fácil, empujando justo sobre su clítoris mientras empujaba dentro de ella.
Luego sus dedos estaban allí, empujando entre sus cuerpos y el roce justo
donde ella...
Su clímax se estrelló a través de ella, consumiéndola en su calor, y tan
intenso que el último hilo de su control se rompió.
Ella tomó toda su fuerza sensual, tirando de él directo a su interior.
El placer la atacó una y otra vez, y ella sólo pudo susurrar su nombre.
A medida que su sexo se ondulaba alrededor de su pene, él se vino. Ella
sintió su liberación, en realidad sintió el estallido que barrió el placer a través
de su cuerpo.
El empujón de energía psíquica que latía en él era tan intenso que la
habitación desapareció por un momento. Ella se aferró a él, aguantando,
incluso mientras trataba de agarrarse a su control. No, no, no se puede tomar
demasiado... no se puede.
Había tomado demasiado una vez, mucho antes y casi mata a su
amante.
Muerte.
¡No Sam! Las manos con que ella le había sostenido con tanta fuerza lo
empujaron bruscamente hacia atrás.
Pero, al parecer, él no estaba de humor para ser empujado.
El cuerpo de Sam era como granito.
— Mírame, Seline.
Había cerrado los ojos un segundo antes, tenía miedo de lo que iba a
ver. Ahora, con el aliento ahogándola, Seline lentamente levantó sus pestañas.
Sam la miró. Sus manos sostenían con fuerza. Seline sacudió la cabeza
y dijo:
— Lo siento. — La disculpa llegó porque por un instante, recordó otro
momento. Otro hombre.
Ella no había entendido entonces su poder. Rogziel no le había dicho lo
rápido que la lujuria se basaría en su interior y cómo la había de tomar.
No, Rogziel no le había advertido, no hasta después de que él había
encontrado el débil cuerpo de su amante.
Nunca debía perder el control. Podría haberlo matado. La voz crítica de
Rogziel sonó en el pasado. Toma sólo un poco. Tienes que sobrevivir con
probadas. Pequeños sorbos de placer. Eso es todo. No más. Nada más.
— ¿Estás pidiendo disculpas de nuevo? ¿Por qué? — demandó Sam.
Todavía estaba en el interior de su cuerpo, y endureciéndose de nuevo.
¿Pero era la hinchazón de su polla por lo que realmente la quería? ¿O
porque ella había dejado demasiado de su poder fuera y él no tenía el control
ahora?
— Tienes que dejarme ir, — le dijo ella, y odiaba que su voz sonara tan
ronca. No podía permitirse el lujo de ser débil con todos los peligros
acechándolos. ¿Cómo podía haber corrido un riesgo tan tonto? Tenía que
estar a plena potencia,
— Tienes que decirme por qué tienes miedo de mirarme a los ojos.
¿No podía sentir eso? Se obligó a mirar a los suyos.
— Porque he tomado mucho de ti. — Su nivel de energía era tan alto
que se sentía como si pudiera volar a través del techo.
Sus dedos se deslizaron una vez más sobre sus cicatrices, era lo menos
que podía hacer.
Se estremeció bajo su tacto.
— Te lo di.
Ella parpadeó.
— Cuando te viniste… — Inclinó la cabeza hacia la de ella y sus labios
rozaron los de ella. — Cariño, me golpeó con una poderosa explosión de
energía. No tienes que preocuparte. — Sí, lo había hecho. Su sangre
bombeando, y su energía crepitando en el aire. — Me diste una oleada de puro
poder, y es la cosa más malditamente erótica que he sentido nunca antes.
Ella parpadeó, su vista se había puesto borrosa.
— Eso no es posible. Rogziel, él dijo que yo no podría traspasar el
poder. Que si no tenía cuidado, tomaría demasiado de mis amantes... Lo único
que puedo hacer es tomar, y si tomo demasiado… — Su voz se encogió... —
mato.
Sam empujó su carne excitada profundamente en su sexo ansioso.
— Los ángeles son buenos para torcer la verdad.
Ella se quedó sin aliento.
— Yo no soy débil. — Su mirada casi parecía arder. — Nunca seré
débil, no importa lo mucho que tomes.
Él no era humano. No era un chico de dieciséis años que había
forcejeado con ella en la oscuridad y conseguido una experiencia cercana a la
muerte por su trabajo.
— No se me puede drenar, pero, cariño, no lo estás intentando
incluso… tú…
Él se retiró. Entrando más profundo. Sus piernas estaban alrededor de
sus caderas mientras empujaban contra él.
— Dámelo, — rechinó él, — me haces más fuerte…
Ella lo hacía más fuerte. Cada toque. Cada beso.
Sus labios se encontraron con los suyos en un beso con la boca abierta.
Su lengua se deslizó en su boca.
La tensión llenó su cuerpo una vez más a medida que avanzaban juntos.
No eran tan salvajes en este momento. Lento y constante, tan profundo.
Su sexo, sensible por su clímax, se cerró con entusiasmo alrededor de su pene.
— Vamos, — le dijo. — Toma, dame… haz lo que te dé la gana
conmigo. No me hará daño.
Un amante que podía manejar. Tragó saliva y lo abrazó con más fuerza.
Y tomó.
Cuando el clímax los golpeó, el placer se precipitó a través de sus
cuerpos e inundó su ser. Tomó el placer, trabajando por instinto, y se lo dio de
vuelta.
La liberación que sentía entonces era tan poderosa que le robó el
aliento. Su corazón casi estalló en su pecho, y se aferró a Sam lo más fuerte
que pudo incluso cuando las ondas del clímax se acunaban entre ellos.
Cuando pudo aspirar una bocanada de aire completo, probó el poder y el
placer.
Y sabía, como había sospechado desde el principio, que había
encontrado una adicción.
Sam.
Esta vez, él la abrazó. No dijo nada, sólo envolvió sus brazos alrededor
de ella, y ella oyó el trueno fuerte del latido de su corazón debajo de su oreja.
El corazón le latía con tanta rapidez. Un golpe potente. No como antes,
con el chico al que había hecho daño hace tanto tiempo.
— Yo no soy humano. — La voz de Sam vibró bajo sus pies. Ella no lo
miró, pero su mano presionó más fuerte contra su carne. — ¿Sabes? Significa
que las reglas habituales no se aplican a mí.
Ella tuvo que tragar otra vez porque sentía la garganta reseca.
— Es decir, si fueras humano, te habría hecho daño. — Porque eso fue
lo que hizo. Lo que pasó a los dieciséis años había sido un accidente, pero
cuando se había hecho mayor, Rogziel la había enviado deliberadamente a
fuera para atraer a los demás.
Ella no había matado por el drenaje, pero sabía que había sido un riesgo.
— ¿Quién era él? — Sam deslizó los dedos por su espalda, y la piel de
gallina subió a su toque. Para ser alguien tan peligroso, también podría ser
increíblemente amable a veces.
— Él era el primer chico que besé. — Para ella era más fácil contar la
historia sin mirar a los ojos de Sam. — Y también el primer chico que casi
maté. — Los besos se habían convertido en toques. La necesidad se había
construido en su interior. Un hambre nueva. Ella no se había dado cuenta de
que algo andaba mal con los sentimientos que había experimentado, no hasta
que Patrick se había derrumbado.
— Sólo tenías dieciséis años, no sabías lo que hacías, y luego tu novio
casi deja de respirar.
Eso habría dejado una cicatriz en cualquier chica. Había estado segura
de que era mala.
— Rogziel me dijo lo cerca que llegué a estar de matar a Patrick. No era
mi intención, yo ni siquiera sabía entonces que podría matar a alguien de esa
manera.
Matar con un beso. A los dieciséis años, había aprendido justo el tipo de
monstruo que era.
Sam se quedó en silencio, sólo... esperando. Así que Seline siguió
hablando para llenar ese vacío. A ella nunca le había gustado el silencio. Hacía
que los fantasmas que la rodeaban parecieran demasiado reales.
— Al principio, Rogziel estaba furioso. Fui a pedirle ayuda. — Una risa
triste escapó de sus labios. — Yo no tenía a nadie más a quién recurrir.
Su mano se enredó en el pelo.
— Ahora sí.
El voto feroz de Sam atrajo sus ojos hacia él. Ella le quería creer,
especialmente con sus cuerpos todavía calientes, pero ¿qué sucedería cuando
el peligro se haya ido? Ella no lo tendría a su lado nunca más.
No, entonces ella tendría su libertad.
— Cuéntame el resto, — gruñó.
Ella nunca se lo había explicado a nadie antes, pero en ese momento, le
pareció correcto decírselo.
— Unos años más tarde, Rogziel se dio cuenta de lo muy útil que podría
ser. Cuando quería acercarse a una de sus marcas, me dejaba hacer el trabajo
sucio por él. — No había jodido a los hombres. ¿Eso importaba? Los había
seducido, los había encantado, pero ella nunca había tenido relaciones
sexuales con las marcas que eran sus tareas. Ella nunca había cruzado esa
línea.
Hasta Sam.
— ¿La historia de Moorecroft fue real? — Ninguna emoción se
insinuó en su voz, y su mano todavía se enredaba en su pelo.
Ella asintió con la cabeza y sintió el tirón en contra de su muñeca.
— Eso es todo. Maté a tu amigo. No hubo elección. — El bastardo casi
le había roto la mandíbula. Si hubiera sido humana, él la hubiera hecho añicos.
— Cuando tuviera la oportunidad, realmente iba a venir detrás de mí.
— No lo creo, — murmuró Sam, y le liberó lentamente el pelo.
Ella parpadeó y sintió un dolor en el pecho. Él no la creía. La primera
vez que había intentado desnudar su alma, y Sam pensaba que estaba jugando
con él.
— Es verdad, ¡lo juro! Philip Drew era un imbécil que usaba sus puños
sobre las mujeres cada vez que podía. Al no tener relaciones sexuales con él,
empezó a pegarme. Y para un mortal, él había sido muy fuerte. — Una vez
más, su respaldo, Alex, no había venido en su ayuda. — Philip me tenía en el
suelo. Siguió golpeando mi cara y dándome patadas con sus botas de
campaña. El hijo de puta me rompió dos costillas. — Ella había estado
tosiendo sangre.
— Entonces es una buena cosa jodida que esté muerto. — Una suavidad
letal había entrado en la voz de Sam. — Está muerto, y ahora su compañero
Moorecroft se unió a él en la tumba.
Le tomó un momento para que sus palabras se registraran.
— ¿Qué? ¿Moorecroft está muerto? ¿Cómo?
— Alguien lo apuñaló con un cuchillo en su bloque de celdas. — Su
mirada brillaba. — Supongo que molestó al demonio equivocado.
O al ángel equivocado, que tenía conexiones con los demonios en el
bloque de Moorecroft. Ella se estaba dando cuenta de que los llamados seres
celestiales podían ser más peligrosos que cualquier otro ser en la Tierra.
— Así que no te preocupes por que Moorecroft venga por ti. No te hará
daño, o a cualquier otra mujer, nunca más.
Seline no podía apartar la mirada de él. Sintió la oscuridad a su
alrededor. Esta noche, ella sintió la oscuridad más que nunca.
— ¿Alguna vez quieres volver? — Probablemente no es lo que debería
haber dicho, pero la pregunta se le escapó. — ¿Quieres negociar con que te
has convertido, o sólo irte?
— He entregado a la muerte mi vida entera. Moorecroft no era más
que otro eslabón en la cadena para mí.
Pero eso sonaba triste y mal.
— ¿No quieres más muertes? — ¿No lo querían todos? Ella sí que lo
hacía.
Sus dedos se deslizaron por la curva de su hombro.
— No siempre podemos tener lo que queremos.
— A veces podemos.
Su mano se cerró sobre ella.
— Traté con el bocado mortal, intenté el amor, el erase una vez….
Ahora, ¿por qué estaba sintiendo ese pico duro de los celos?
Porque lo quiero. — ¿Qué pasó?
— Cuando se enteró de lo que realmente era, trató de matarme.
— Lo siento. — Las palabras parecían triviales. Y lo que parecía era
mucho decir. Tenía los labios apretados.
— Cuando ya no pudo matarme, Helena trajo al resto de la ciudad.
Pasaban horas apuñalándome, cortándome y quemándome.
Sí, ella podía ver por qué podría estar negando el amor.
— Ella me quería un día, y al otro quería enviarme al infierno. — No
cambió la expresión de su rostro.
— ¿Qué hiciste cuando fuiste libre?
Una tenue línea apareció entre sus cejas.
— ¿Quieres decir si la maté?
Ella esperó.
— ¿Qué piensas? — Su cabeza se acercó a ella. — ¿Crees que maté a la
mujer que pensaba que podía amar? Ella sí que se esforzó lo suficiente como
para matarme.
Seline negó con la cabeza.
— No, no lo hiciste.
— ¿Qué te hace estar tan segura?
Ella levantó la mano y los dedos trazaron los labios.
— Debido a que hay más en ti que la muerte.
Sus labios se separaron y su dedo se deslizó en su boca. Él chupó el
dedo, y su lengua raspó sobre su piel.
Seline sintió el deseo oscuro que comenzaba a elevarse dentro de ella
otra vez. Con él, era tan fácil querer.
Una vez más lamió, y se apartó de ella.
— No estés tan segura de mí. Soy muy bueno en el negocio de la
muerte. — Su mirada se había calentado con una furia que no había visto
antes. — ¿Ni siquiera vas a preguntar... por qué me quedo?
— No. — Ella no lo quería saber.
Tal vez tenía miedo de averiguarlo.
Debido a que ya había comenzado a cuidar a Sam. A pesar de la
oscuridad que le cubría y el peligro que llevaba como un sudario, se le había
deslizado por debajo de su guardia. Cuando estaban juntos, ella era más
abierta con él de lo que nunca había sido con nadie más. Le ofreció la libertad.
Le ofreció la esperanza.
La hacía querer más.
Amar. Vivir. ¿No era eso lo que la gente normal tenía?
— ¿Asustada, Seline?
Sus pestañas bajaron.
— ¿Hace cuánto tiempo que caíste?
— Siglos.
Exactamente lo que había pensado.
— ¿Y eres el mismo hombre ahora?
Silencio. Ella levantó la vista y leyó la sorpresa en su rostro.
— ¿Lo eres? — apretó.
— No.
Seline asintió.
— No lo creo. — Todos hemos hecho cosas que lamentamos. El pasado
no se puede cambiar. Sólo importa el presente. ¡Y no pienses en el futuro! No
pienses en ello y ¡mantén a ese brujo lejos de mí!
Ya era bastante difícil seguir adelante algunos días sin saber que un
futuro ardiente esperaba.
Empujó a Sam a su lado. Seline lo tomó del brazo y lo envolvió
alrededor de su cuerpo. Él encaja bien con ella. Mejor que cualquier otro
hombre con el que jamás había estado. Dentro de sus brazos, finalmente se
sentía segura.
Su respiración se alivió y salió lentamente, los minutos pasaban, por fin
el sueño tiró de ella y comenzó a caer en sueños.
Entonces oyó su susurro en su oído.
— No me arrepiento de caer. Si tuviera que hacerlo de nuevo, todavía
los mataría a todos.
Con sus ojos cerrados era aún difícil.
— ¿Acaso ellos eran inocentes?
— No, pero hubo mujeres y niños que fueron sacrificados. Confía en
mí, esos hijos de puta merecían exactamente lo que tuvieron.
Y, envuelta en su abrazo, se preguntó lo que ella merecía.

* * *
Tomas cerró con llave la puerta de su habitación del motel. El sudor
corría por su espalda. Estaba siendo cazado.
Se asomó por las persianas caídas. Los primeros rayos de sol cruzaron
el cielo, por lo que los cielos se veían de color rojo sangre.
No se suponía que el cielo sangrara. Cosas malas se acercan.
Comprendía el presagio.
Agarró el teléfono de la mesita de noche. Él sabía lo que tenía en la
cabeza.
Joder, ahora.
Un ring. Dos. Sólo había una persona que podía ayudarlo.
Siempre y cuando, claro estuviera, si el bastardo no estaba con el ánimo
de dar un paso atrás y verlo morir. Después de su último encuentro, uno que
había terminado en puños y fuego, no estaba realmente diciendo que no.
Pero Sammael contestó su teléfono.
— ¡Sam! Estoy en problemas… — No es que Sam por lo general se
preocupara por eso, ni por nadie, pero…
Voy a hacer un trato con él.
— ¿Tomas? — Hubo un murmullo en el fondo. Sonaba como la voz de
una mujer. Se imaginó que los Caídos estarían malditos.
Yo estaría atornillado, también, si no tuviera alguien apuntando a mi
cabeza.
— Sí, sí, soy yo… — Él echó un vistazo fuera de las ciegas otra vez.
No vio a nadie, sin embargo. Pero probablemente no lo vería venir. Los
buenos cazadores nunca se mostraban hasta que estaban listos para hacer la
matanza.
— Tengo un problema, y realmente no me importa lo mucho que tenga
que pagar, pero necesito algo de ayuda. — Tomó una respiración profunda. —
Yo, yo estoy siendo perseguido.
Había habido algunos cambiaformas coyote que habían ido tras él
después de la caída, antes, o más específicamente, tras su sangre ángel.
Debido a que era tan puro, su sangre era muy, muy poderosa.
Pero esto era diferente. Había cogido el olor, y él lo sabía.
— Es uno de los nuestros, — le espetó a Sam — Uno de los nuestros
viene por mí.
— ¿Dónde estás? — Sam no parecía sorprendido o preocupado.
Nada nuevo. Las emociones era lo que se suponía que hacía que los
ángeles cayeran sobre la tierra, pero Tomas se había dado cuenta de que Sam
no había sentido mucho, excepto el aburrimiento.
— Anáhuac. — Él había estado pecando su camino a través de la
mayor parte de México. ¿Cuál era el punto de caer si no podía disfrutar de
algún pecado? —Varado en un motel a tres millas de la cantina principal.
¿Estás en Nueva Orleáns?
— Estoy en Laredo. Puedo estar allí para reunirnos en un par de horas.
Algo dio un vuelco a su puerta. Algo muy duro y muy grande.
Su mano se cerró alrededor del teléfono.
— No creo que tenga tanto tiempo.
La puerta comenzó a abrirse.
— No tengo tiempo para nada. — El diablo ya estaba en la puerta. La
línea se cortó. Sam se quedó mirando el teléfono. Había conocido Tomas
cuando estaba en México, pero los Caídos no avanzaban exactamente con los
tiempos. Tener un teléfono celular habría sido demasiado pedir de Tomas...
Quizá la próxima compres un teléfono para que puedas avisar cuando
un hijo de puta psicópata te está desangrando.
Si había una próxima vez.
Echó un vistazo a Seline.
— Tenemos que irnos.
El delicado rostro de Seline estaba tenso.
— ¿Otro Caído?
Sam asintió con la cabeza.
— Y Tomas sabe que está siendo perseguido.
Lo que significaba que no tenía mucho tiempo. A juzgar por la forma en
que la llamada había terminado, no mucho tiempo en absoluto.
Se vistió y corrió hacia la puerta. Sam soltó sólo una mirada a los cielos
por encima de él. De color rojo sangre.
Los marineros pensaban erróneamente que ese signo significaba que
una tormenta que se avecinaba.
Realmente significaba que un ángel estaba muriendo. Siempre se podía
ver la sangre en el cielo antes de caer al suelo.
Saltó sobre la motocicleta. Seline envolvió sus brazos alrededor de él.
Ya voy, Tomas.
Pero temía que no sería lo suficientemente rápido.
Traducido por Apolimy
Corregido por Nyx

M ás demonios se reunieron con ellos en Anahuac. Un hombre y

una mujer, ambos con expresiones sombrías a juego grabadas en sus caras.
Sam entró en el polvoriento parking del motel. El tipo parecía tener
conexiones en todo México, conexiones que utilizaba sin la más mínima
vacilación. Los demonios les habían guiado hasta el motel. Parecía que habían
oído gritos, pero habían llegado demasiado tarde.
Demasiado tarde.
El lugar parecía abandonado, probablemente no era una buena señal. No
había otros coches en el parking, y la puerta de la entrada principal del motel
se balanceaba como borracha con la brisa. Parecía incluso que el
recepcionista lo había notado y echado a correr.
Seline caminó lentamente hacia la habitación 12. La puerta se había roto
hacia abajo. Fragmentos de madera cubrían el suelo. Pasó por encima de la
madera y se deslizó justo dentro de la puerta de entrada. La habitación en sí
era un desastre total. Los muebles destrozados, la cama volcada y el colchón
cortado.
Pero no había ningún muerto, ni Caídos.
Ningún Caído en absoluto.
— ¿Crees que se fue voluntariamente? — preguntó uno de los demonios
detrás de ella.
Seline clavó su mirada en todo el caos de la habitación.
— Lo dudo, — murmuró. Pero esta no era como las otras escenas.
Las víctimas no habían sido eliminadas. Habían sido sacrificadas donde
se encontraban.
Sam había entrado en la habitación segundos antes de ella, y ahora se
puso en cuclillas junto a la ventana. Sus dedos estaban acariciando lo que
parecían ser profundos surcos en el suelo.
Ella se acercó más a él. Los surcos eran muy profundos. El tipo de
ranuras que se harían cuando algo arañaba el suelo.
Lo mismo que había agarrado a las otras víctimas.
— Un Caído no pudo hacer eso, — dijo.
Él la miró con una mirada velada.
— No.
— ¿Un cambiaformas? — Su mejor suposición.
— Sólo uno con garras muy grandes.
Qué garras tan grandes tienes... Para rasgar y abrirte mejor.
Ella tomó una respiración lenta. ¿Quizás la gente se daría cuenta algún
día de que el viejo cuento de Caperucita Roja se basaba en la realidad? Un
lobo hambriento había ido un día detrás de Caperucita. No importa lo que
dijese el cuento, ella no había llegado a la casa de la abuela de una sola pieza.
— ¿Un oso? — Sí, los osos tenían grandes garras. Ella frunció el ceño
ante las marcas de garras. Se habían hundido profundamente en la madera y
eran tan anchas. — ¿Un tigre?
— Tendría que ser algo más grande.
Eso no era algo que gustase escuchar.
Sam caminó hacia la puerta abierta. Los demonios retrocedieron por
seguridad, asegurándose de darle mucho espacio. Demonios inteligentes. La
luz del sol cayó sobre él, arrojando sombras a su paso. Sus manos subieron a
sus costados, y se extendieron a lo lejos, parecía que estuviese tratando de
percibir...
— Él no se ha ido muy lejos.
Los demonios se miraron el uno al otro. Seline los ignoró y se acercó a
Sam. Le tocó el hombro, teniendo cuidado de no dejar que sus dedos
alcanzaran sus cicatrices.
— ¿Cómo lo sabes?
Volvió la cabeza, y su mirada encontró la de ella.
— Antes de caer, Tomas era un guardián. Los Guardianes siempre dejan
un rastro distinto a su paso.
Un ángel guardián, aquellos debían ser de los buenos.
Lástima que nunca había tenido un tutor a su lado.
— ¿Realmente ves este camino? — Ella se levantó sobre sus pies y
miró por encima de sus anchos hombros.
— No, lo siento. — Él le cogió la mano y le dio un rápido beso en el
dorso. — Quiero que te quedes aquí mientras voy a buscarlo.
— Mal plan, — dijo ella de inmediato con un movimiento duro de su
cabeza. — Donde tú vayas, yo voy, ¿recuerdas?
Él le devolvió la mirada, con determinación.
— No voy muy lejos, y no te quiero a la intemperie mientras cazo.
Aún así, malo.
— Pero yo no quiero ser un blanco fácil, — Az iba tras ella. ¿Y si se
decidía a aparecer de nuevo mientras que Sam no estaba? Ya había utilizado
anteriormente la técnica de separar y atacar. No quería darle otra oportunidad
con ella.
Sam señaló con el pulgar hacia los demonios.
— Van a ser tus guardaespaldas.
Como si ella confiara en ellos. Nunca confíes en un demonio del que no
sabes su lema. E incluso entonces... hay que tener cuidado. Desde que tenía
sangre de demonio, sabía cuán difícil podía ser llamarlos hermanos y
hermanas.
— Quiero ir contigo. Puedo....
— ¿Reducir mi velocidad?
Franco y brutal, bonito. Ella logró no estremecerse, pero estaba bastante
segura de que sus mejillas se calentaban.
— No estoy sin poder, ya lo sabes.
— Pero no puedes acercarte a la lucha contra los que cazan por ahí.
¿Necesitaba algún golpe más para su orgullo herido? Tal vez sólo
debería llamarla inútil. Claro, su escala de potencia demoníaca no podía ser
mejor, pero podía luchar de otra manera. Como si no hubiera pasado los años
luchando. ¿Tenía inepta escrito en la frente? Le soltó la mano.
— Me tengo que ir. Tomas podría estar por ahí, herido y necesito
encontrarlo.
Firme. Tenía que aguantar y hacer frente a la situación. Ponerse los
pantalones de chica grande.
— Ve. Yo...yo no quiero retrasarte. Ayúdalo.
Sus ojos se estrecharon un poco, pero luego su atención se desvió lejos
de ella mientras señalaba a los demonios.
— La protegerán con sus malditas vidas... o de lo contrario me
aseguraré de que la pierdan.
Unos ojos negros muy abiertos asintieron con la cabeza rápidamente.
Luego se fue.
Seline se frotó las palmas de las manos sobre sus muslos cubiertos por
unos pantalones tejanos. Un demonio inmediatamente tomó posición junto a la
puerta. Seline miró al chico. Por favor. Ella podía tomarlo. No había ningún
tipo de protección allí. Pero al menos había tres de ellos en la habitación. Tres
contra... Bueno, todo lo que pudiera venir.
Se dio la vuelta y dejó que su mirada barriese la habitación una vez más.
Tal vez encontrase un arma o algún tipo de pista. Algo en sus zapatos
acolchados, en los arañazos profundos.
Sam no fue a cazar. O, mejor dicho, él no abandonó el motel, aunque
podría haber ido corriendo al otro lado de la ciudad detrás de Tomas.
No le había mentido a Seline, no realmente. Incluso los Caídos nunca
podían mentir. Había sentido el ligero cambio en el aire cuando le dijo al
guardián que había pasado, pero no tenía ni idea de dónde estaba ahora.
Esa no era la manera en que funcionaba.
Por lo general, la única manera de saber si un ángel estaba cerca... era el
olor. Los que no se habían caído y quemado olían a malditas rosas. Siempre se
puede olerlos antes de verlos. Pero Tomas ya no llevaría ese olor, y Sam no
estaba seguro de qué tipo era o incluso si Tomas aún vivía.
La amenaza estaba cerca, él lo sabía. Tomas podría haber escapado.
Esperaba que el tipo lo hubiese hecho. Pero de cualquier manera, era el
momento para hacer saltar la trampa.
Así que se alejó de Seline. Él la dejó abierta y vulnerable en esa
habitación del motel sin garantía, porque sabía que Mateo había dicho la
verdad acerca de lo que vio. El brujo no podía mentir acerca de las visiones
que salían de su espejo de adivinación.
Az estaba obsesionado con Seline, por la razón que sea. Sam no era de
los que pasaban sus días corriendo, así que él no iba a agarrar a Seline y poner
distancia de por medio.
Apretó la mandíbula mientras esperaba en las sombras y observaba el
motel.
Él no estaba en funcionamiento, pero, maldita sea, iba a utilizar a Seline
como cebo... porque tenía lo que su hermano quería.
Entonces ven jodiendo leches por ella, Az.
El cebo no podía ser más tentador. Ahora sólo tenía que esperar que el
bastardo de su hermano hiciese su movimiento.
Entonces, te tendré. Y cualquier cambia formas que hubiese sido tan
tonto como para unirse con su hermano entraría en el baño de sangre.
Una rama crujió tras él. Sam sonrió.
— ¿Tratando de acercarte sigilosamente a mí?
Eso no iba a….

Seline oyó el retumbar de un trueno en la distancia. Ella estaba de


rodillas cerca de la cama. Una Biblia yacía en el suelo. Una vieja y gastada
Biblia que parecía como si se hubiera leído muchas veces. Sus dedos se
cernían sobre ella cuando el rumor se desvaneció.
Entonces se produjo el ataque.
El demonio macho voló por el aire y dio un vuelco en la pared de la
derecha. Seline se puso de pie mientras la mujer, Rosa gritó.
Y huyó.
¿En serio? ¿Ella huyó?
No se puede confiar en un demonio.
Rosa saltó por la ventana y cayó de culo. Pero cuando Seline obtuvo
una buena mirada del hombre en la puerta rota, alto, rubio, fuerte, y con la
imagen oscura de las alas negras que se extendían tras su cuerpo, pensó en
correr, también.
Pero al instante siguiente, Az estaba frente a ella, y Seline sabía que no
iría lejos.
Está bien, Sam. Ahora es el momento para que sientas mucho el no
estar aquí.
Porque ella sabía ver las complicaciones cuando se acercaban.
No era estúpida, y había conseguido ser bastante buena leyendo las
medias verdades de los Caídos.
Ella alzó las manos y envió una ráfaga de poder directa a Az.
— ¡No me toques!
Su poder se estrelló contra él, y se tambaleó hacia atrás. Recto.
Toma eso. Ella realmente no era débil. Si la gente quería ser tonta y
creer que lo era... sería su funeral.
Ella le atacó de nuevo. Una vez más. Retrocedió unos pocos pasos
torpes. Un surco apareció entre sus cejas y levantó el brazo.
— ¡Te dije… no me toques! — Otra ráfaga de energía. Más dura. Más
fuerte y Az cayó al suelo esta vez.
Le temblaban las manos. Sam podría darse prisa de una puta vez.
Porque Az ya estaba levantándose de nuevo. Se quedó de pie, mirando
directamente hacia ella, y dijo:
— Ayúdame.
Ella parpadeó.
— ¿Qué? — Sus manos estaban todavía en el aire.
— Ayuda... me. — Su mirada azul ardía con intensidad. Levantó la
mano, pero fue en un gesto suplicante, no uno que pareciese un movimiento
de ataque.
— Tú estás aquí para matarme, — susurró ella, evitando dar un paso
hacia él. ¿Él realmente parecía ingenuo?
Él negó con la cabeza.
— Aquí... te he seguido aquí... para protegerte.
Ella necesitaba un arma más poderosa que, um, ella misma.
Date prisa, Sam. ¿Dónde estás justo ahora?
— Me desperté... — Az se frotó la cabeza. — No sabía quién era yo. —
Las palabras salieron más fuertes. — No sabía dónde estaba. — Su mano
esperó entre ellos, seguía abierta hacia ella. — Entonces me salvaste.
Técnicamente, había estado a punto de servir a Sam, pero Seline no se
molestó en señalar ese molesto detalle.
— Has estado matando a los ángeles.
Una vez más él negó con la cabeza.
— Yo no he matado a nadie.
Lo más loco es que ella realmente quería creerle.
Huy, tal vez no era tan buena en la comprensión de los ángeles y sus
verdades a medias.
— Yo ni siquiera sabía mi nombre, — le dijo Az, — no hasta que lo
dijiste. — Y se acordó de la confusión en sus ojos.
Pero también recordaba el fuego.
— Buen intento, imbécil. Pero me quemaron en ese almacén.
— Yo no. — Negó con la cabeza. — Yo no atizo el fuego.
— Entonces, ¿quién lo hizo?
El trueno retumbó de nuevo. Más fuerte. Más cerca.
— Ayúdame, y te daré lo que quieras, — susurró.
— ¿Puedo ayudarte? ¿Cómo se supone que debo hacerlo? — El ángel
delirante, psicótico quería su ayuda. Imagínate. A veces, se sentía como si
tuviera un faro para los locos. Eso explicaría lo de Rogziel.
— Mi hermano es el asesino. No yo. Lo sé porque me acuerdo de lo que
ha hecho.
Seguro que se sentía como si alguien le hubiese dado una patada en el
estómago en ese momento. Que siguiera hablando. Porque mientras estuviese
hablando, él no la estaría matando.
Ella no tomaría a Az para una multitarea.
Tampoco tomaría a Sam por asesino en este caso.
— He estado con Sam, y él no ha matado a nadie.
— ¿Has estado con él a cada instante?
No, no todos pero....
— Ha matado antes. — Eso es lo primero que recordaba. Mató a tantos.
La mano de Az se cerró en un puño. — Tengo que detenerlo. Tú me puedes
ayudar.
Ayudar al hombre a matar a Sam. Justo eso.
— Lo que sea, cualquier cosa... te lo daré si me ayudas.
Así que era por eso por lo que la había estado siguiendo. Él creía que
sería la herramienta perfecta para ayudar a eliminar Sam.
Hmm. Cualquier cosa, desde un potente Caído. Tentador.
Pero, no.
— Lo siento, amigo, no estoy...En venta.
Sus palabras fueron ahogadas por el rugido de Sam. Por Dios. Apareció
finalmente totalmente enloquecido. Entonces vio a Sam correr hacia la puerta
rota. Sam y su ensangrentado pecho. ¿Qué demonios? Había recibido
disparos, una y otra vez.
No eran truenos. El sonido que había oído habían sido disparos.
Y aun así había vuelto a por ella. Sin duda eso era impresionante.
Malditamente cierto que no iba a volverse contra él.
— ¡Aléjate de ella! — gruñó Sam mientras avanzaba sobre ellos.
— Yo no estoy aquí para hacerle daño, — dijo Az, cuadrando los
hombros. — Estoy aquí para enviarte al infierno.
Sam sonrió, y no era un espectáculo agradable.
¿Dónde quieres estar cuando dos Caídos van él contra el otro?
No ahí. Seline trató de avanzar hacia la ventana abierta. Pensó que a
Sam le gustaría eso. Sería mejor que lo hiciera.
Acababa de llegar a tocar el cristal de la ventana cuando la sala explotó.

* * *
Rogziel sonrió, al punto, cuando el cuarto explotó. Los explosivos
habían sido tan cuidadosamente colocados después de que Tomas fuera
atrapado. Los dispositivos habían sido bien escondidos, y se activaban con
sólo pulsar un botón.
Los seres humanos podrían ser muy útiles y muy inteligentes con sus
juguetes.
Él sabía que la explosión no mataría a los Caídos. Al igual que sabía
que las balas que su hombre había disparado en el cuerpo de Sam no frenarían
al chico por mucho tiempo.
No mucho, sólo unos pocos momentos preciosos. Ese retraso, que lo
debilitaría era justo lo que necesitaba.
Era hora de acabar con dos pecadores.
El humo se elevaba, y Rogziel caminó hacia el motel.
Los únicos seres humanos de alrededor trabajaban para él. Su
compañero de equipo al que había ordenado buscar refugio en los bosques
cercanos. Todos los inocentes se habían ido.
— Dejad, que los pecadores, sufran.
La explosión había hecho volar a Sam fuera de la habitación del motel.
Se quedó en el estacionamiento con parte de su carne desgarrada. Sus ropas
quemadas, se puso en pie por sus propios medios. Se quedó mirando los restos
y gritó:
— ¡Seline!
Interesante. Otra manera de castigar.
Rogziel voló hacia adelante.
— Ella no se va a ir lejos de aquí. — No una Seline débil.
La cabeza de Sam se lanzó contra él. El humo y el fuego había
encubierto el olor de Rogziel, justo como lo había planeado, y Sam ni siquiera
había sido consciente de que la verdadera amenaza estaba tan cerca. Rogziel
vio la furia en los ojos del Caído, y dijo:
— Ella no se irá, y tú tampoco.
— ¡Que te follen!
Sam tiró una bola de fuego contra él. La pelota se marchitó, se convirtió
en humo antes de que pudiera tocar la piel de Rogziel. Él esperaba otro ataque.
En cambio, Sam se giró y corrió hacia ese edificio en llamas. Rogziel frunció
el ceño. ¿El pensamiento del Caídos era salvar a alguien? Eso era
sorprendente. No había previsto este sacrificio. Lástima que ya fuese
demasiado tarde para que Sam expiara sus pecados.
Antes de que Sam pudiera precipitarse directamente a las llamas, Az
apareció en el humo. Sus brazos acunaban una Seline demasiado quieta.
Perfecto. Él debería haber sabido que Azrael la mataría.
Sam gritó y se abalanzó sobre su hermano. El Caído no entendía que la
rabia lo hacía débil, así como lo hacía su pequeña y hambrienta mascota. La
bestia estaba cerca. A pocos minutos de distancia. Pronto iba a estallar libre y
hambrienta.
Seline tosió.
Rogziel dejó de sonreír.
El humo la ahogaba, y los brazos a su alrededor la apretaban demasiado.
Seline parpadeó.
— Cálmate, Sam. Estamos fuera, está....
Sam no la estaba sosteniendo. Alguien estaba gritando. El fuego
crepitaba y Az la sostenía en sus brazos.
— Estás a salvo, — susurró, y se dio cuenta de que su ropa estaba
ardiendo.
En el instante siguiente, ella ya no estaba en sus brazos. Sam la había
tomado. Sí, gracias por el rescate pero llegó demasiado tarde. Sam la empujó
detrás de su cuerpo.
— Huye, — ordenó, mientras se enfrentaba contra Az.
Ella miró a su alrededor. Ella no se había quemado porque Az la había
protegido con su cuerpo.
— Él me salvó. — Eso simplemente no iba con la historia que le habían
contado. Un psicópata loco no se preocuparía por su protección.
— ¡Sam, espera!
Algo estaba muy mal. Dos ataques de fuego, y estaba segura de que no
habían venido de Az.
Sam envió una ráfaga de energía contra Az, y el Caído voló de nuevo al
fuego. Sam le echó un vistazo breve sobre su hombro.
— Rogziel está aquí, hay que correr.
Ella se tambaleó hacia atrás. Su mirada recorrió el estacionamiento.
No vio a Rogziel, pero como el bastardo podía volar, podía estar en
cualquier parte.
Az le tiró fuego de cañón a Sam. El poder crepitaba en el aire, ya que
se lanzaban ataques psíquicos entre sí. Ellos se colocaron en el suelo, y una
profunda grieta apareció debajo de ellos.
El exceso de energía. Un rayo se estrelló entre ellos. Algo no estaba
bien.
— ¡Alto! — Ella no estaba escapando. ¿Dónde iba a correr? Si corría,
ella probablemente correría directamente hacia Rogziel.
Sam y Az no la oyeron. O si lo hicieron, simplemente la ignoraron. Sam
tenía sus manos alrededor de la garganta de Az, y levantó a su hermano en lo
alto, entonces lo arrojó a unos seis metros.
Las llamas parpadearon. El olor a humo le quemó la nariz.
Humo y... espera. Ese no era el olor normal del fuego. Ese olor era más
como...
Brimstone.
Una vez que olías al demonio, nunca se te olvidaba.
Ella se dio la vuelta. El ligero aroma de las flores enredadas con el
azufre. Ella sabía lo que quería decir ese perfume ligero de bajo contenido
sulfuroso. Un ángel estaba cerca.
Rogziel había aparecido en medio de la plaza de estacionamiento. Sus
alas, negras, fuertes y poderosas, se extendían detrás de él.
Él no estaba solo. A su lado, un monstruo maldito, realmente vivo y
agachado. No era un lobo. Era más grande. Triplicaba el tamaño de cualquier
cambiaformas lobo que jamás hubiera visto. Su pelaje era espeso, negro y
enmarañado. Una larga mancha de pelo blanco cortaba a través de su ojo
derecho. Sus colmillos eran más largos que sus manos. Sus garras eran como
cuchillos de carnicero, gruesas clavadas en el suelo, y sus ojos, los ojos fijos
en ella, no en Sam, eran de color rojo sangre.
Más rojo que cualquier fuego del infierno.
Rogziel dio unas palmaditas a la bestia en su espalda. Entonces Rogziel
levantó uno de sus dedos huesudos y señaló derecho a Sam. No.
— ¡Sam! ¡Detrás de ti!
Él se dio la vuelta, y ella supo que había captado la vista de la criatura.
Su cuerpo se tensó, y ella estuvo segura de que él dijo: “Mierda”, pero luego
resultó que Rogziel volvió el dedo huesudo hacia ella. No... No, ¡él cambió la
orientación hacia ella! Diciéndole a la extraña bestia que...
— Ataca. — La orden que gritó Rogziel ahogó todo lo demás.
La bestia cargó contra ella. Se movía tan rápido que sus piernas se veían
borrosas. Se dio la vuelta y trató de correr, pero el fuego esperaba delante de
ella.
Giró a la izquierda. Había bosques en ese camino. El suelo estaba
realmente temblando mientras la bestia golpeaba detrás de ella.
— Seline, — Sam estaba allí. La agarró del brazo y la empujó detrás de
él, usando su cuerpo como escudo. Demasiado tarde. La bestia lo agarró. Los
gruesos colmillos del animal se hundieron en el brazo de Sam, luego, con ese
agarre doloroso, el perro lanzó a Sam fuera como si fuera una especie de
muñeco de trapo. La sangre estaba esparciéndose por el suelo a su paso.
— ¡No! — gritó Seline. ¿Qué demonios estaba pasando?
¿Qué era esa cosa?
La atención de la bestia estaba en Sam. Sam se puso en pie. Los cortes
en el brazo recorrían todo el camino hasta el hueso.
Ningún arma mortal puede matar a un Caído. Pero ella no estaba
mirando un arma mortal, y Rogziel reía. El castigador lo había planeado muy
bien. Una confabulación. Desde el principio. Una gran confabulación.
La criatura se abalanzó sobre Sam otra vez. Sus dientes se dirigían
directamente hacia la garganta de Sam. Sam lanzó una bola de fuego a la
bestia. Las llamas golpearon al animal, pero se disolvieron directamente en su
piel oscura.
Entonces el animal se hizo aún más grande.
— ¡Que te follen, sabueso del infierno!, — gruñó Sam.
¿Sabueso del infierno?
La bestia estrelló sus patas en el pecho de Sam.
Seline se quedó allí de pie como una reina y gritó asustada. Ella agarró
la cola del sabueso y tiró tan fuerte como pudo.
El sabueso aulló y lo mordió, alejando esos dientes mortales de la
garganta de Sam.
Rogziel sólo la miraba y reía.
— Déjalo en paz, — gritó ella. ¿Dónde estaba Az? No se atrevía a mirar
a otro lado del sabueso, no con esos dientes tan cerca de morderla.
Las manos de Sam salieron volando. Él agarró el cuello del sabueso y lo
rompió. Ella sabía que el crack significaba que el cuello del sabueso se había
roto. Saltó hacia atrás cuando el pesado cuerpo se derrumbó.
Sam empujó al sabueso en el suelo.
— No tenemos mucho tiempo, — le dijo a la vez que su mirada volaba
sobre la parcela. Ella vio que la detuvo en algo a la derecha. Siguió su
mirada... Az. Levantándose lentamente, frunciendo el ceño.
Un gruñido bajo retumbó cerca de sus pies. Seline miró hacia abajo. De
ninguna manera. El sabueso no estaba muerto.
— Vas a tener que hacerlo mejor que eso, — se burló Rogziel.
Los huesos rotos volvieron de nuevo a su lugar. La bestia se levantó
lentamente, girando su cuello a su posición con un chasquido que le heló la
sangre.
No se puede acabar con él.
Sus garras salieron hacia fuera y rasgaron el costado de Sam.
La bestia se volvió y el fuego del infierno miraba a través de ella.
— Más te vale correr, Seline, — la llamó Rogziel. — Esta vez, mi
mascota va a por ti. Prepárate para ver a tu papá, pequeña demonio.
Lo que vio fue su muerte, fuego en los ojos del sabueso.
Ella no tuvo tiempo de moverse. La bestia se levantó de un salto, y sus
patas se estrellaron contra su pecho. El sabueso la tumbó en la tierra,
atrapándola con su enorme cuerpo. Sus colmillos se dirigían bruscamente
hacia su garganta. Podía oler el azufre, las cenizas y la muerte.
— ¡El infierno te espera, Seline! — gritó Rogziel.
Y en los ojos del sabueso, vio lo que era el infierno.
Traducido por Esti
Corregido por Catleya

S eline metió las manos contra el cuerpo de la bestia. Era pesado y

caliente y...
Este la lamió.
Ella jadeó cuando la presionó contra él. No podía conseguir que esa
cosa se moviera. Era demasiado grande. Su aliento olía a muerte, y ella sabía
que esa cosa le rasgaría su garganta en cualquier momento. La bestia la lamió
otra vez. Entonces gimió bajo en su garganta.
¿Qué?
El perro no la estaba atacando. Ni rasgando o arrancando su garganta.
La risa de Rogziel se había detenido. Ahora él gritaba, llamando a la bestia
para que la matara, pero el perro no le estaba haciendo daño.
¿Por qué?
La cabeza del perro se levantó y la miró fijamente. Su aliento era
horrible. El rostro de la criatura era como una pesadilla, pero la miró como,
como si fuera su mascota.
Un sabueso del infierno.
Susurros y cuentos casi olvidados flotaban en su mente.
— Suéltame, — dijo a la bestia en voz baja. — Se un buen sabueso,
ummm... y levántate.
La bestia lloriqueó, pero en realidad comenzó a cambiar su cuerpo
como si fuera a levantarse. Ella expulsó su aliento. Tal vez me parezco a mi
mamá. El sabueso voló por el aire... porque Sam acababa de agarrar a la bestia
por la cola y lo tiró lejos de ella. Quizás no.
Seline se puso en pie. Sam la agarró del brazo.
— Sammael, — Rogziel no era el que gritaba esta vez. Era Az. El caído
estaba corriendo hacia ellos.
Sam se la acerco más.
— No tengas miedo. — Demasiado tarde para eso. Ella tenía saliva del
sabueso del infierno en su cuello. Sam empezó a cantar. Sonaba como griego,
no latín. A continuación, el humo se arremolinaba a su alrededor,
encerrándolos con más fuerza, con más fuerza, aumentando...
Seline gritó.
Y el mundo desapareció.

* * *
— ¡No! — gritó Rogziel cuando Sam y Seline desaparecieron.
El Caído no debería haber sido capaz de escaparse, no sin magia. Sus
ojos se estrecharon. Seguramente Sammael hizo un trato con las brujas. Pero
al menos aún tenía un pecador para castigar.
Az tropezó a una parada en el centro de la tierra carbonizada. El perro
se puso de pie.
Rogziel dijo:
— No es nada personal, Azrael. — Había conocido a los Caídos durante
siglos. — Pero el trabajo tiene que ser hecho, entiendes eso.
Az parpadeó lentamente.
— Rogziel.
— Sabías que iba a venir por ti, tarde o temprano. — No hace mucho
tiempo, Azrael había sido un ángel poderoso. Ahora no era más que otro Caído
en el camino al infierno. Rogziel suspiró. — Desafortunadamente, tu muerte
no será rápida. No te ganaste esa misericordia.
Az enderezó los hombros. No había alas. Piedad. ¿Esto es lo que
sentía? ¿Cuando eras despojado de todo lo que eras y te expulsaban?
Rogziel señaló al Caído. Las orejas del perro infernal se animaron a la
señal. Rogziel asintió con la cabeza y dijo:
— Presa. — El perro lo entendería y atacaría. La bestia lloriqueó.
Rogziel frunció el ceño. Miró al sabueso del infierno. — Presa.
El perro corrió hacia delante, pero no atacó. La bestia puso su nariz
contra el suelo carbonizado y olfateó. Entonces su cuerpo se puso rígido, y
miró a la derecha.
Ah, ahora Rogziel entendía. El perro había captado el olor. Sam y Seline
no habían desaparecido realmente. Sólo se habían movido demasiado rápido,
incluso para que sus ojos lo pudieran rastrear, pero el perro sería capaz de
seguirles la pista.
— Mátalo primero, — ordenó Rogziel, — luego cazaremos a los demás.
— El poder fluyó en su voz. Los sabuesos del infierno siempre obedecían a
sus amos.
El perro volvió la cabeza hacia Rogziel. El labio de la bestia se curvó
hacia atrás para revelar los dientes ensangrentados. Tomó una buena
mordedura de Sammael. No era extraño que la bestia atrapara el olor de los
Caídos con tanta facilidad. Pero entonces el perro saltó hacia arriba y salió
corriendo hacia el estacionamiento. Lejos de Azrael. Imposible.
— ¡No! ¡Vuelve! — El perro no podía alejarse demasiado o
desaparecería. Este desapareció en un destello de humo. Los sabuesos sólo
podían tener sustancia cuando estaban cerca de un ángel del castigo. De lo
contrario, sólo eran una pesadilla sin poder o forma.
El rugido de un motor llegó a oídos de Rogziel. Se dio la vuelta,
demasiado tarde. Az deslizó una motocicleta directamente sobre él. Golpeando
a Rogziel y estrellándolo contra el suelo. Az se alejó, lanzando grava a su
paso. Una oscura y fea rabia quemaba en las entrañas de Rogziel,
retorciéndose en su interior.
Todos ellos van a sufrir… van a rogar por la muerte, el infierno los
reclamará.

* * *
Cuando el humo se disipó, Seline seguía gritando. A Sam le dolían los
oídos, y la náusea entró a raudales en su vientre. La próxima vez que le
comprara un hechizo de transporte a Mateo, se aseguraría de leer todas las
etiquetas de advertencia.
— Estás bien, — dijo a Seline, — estás a salvo.
Ella dejó de gritar. Sus ojos se estrecharon, y ella le pegó. Tomó el
golpe en la barbilla, pensando que se merecía eso.
— ¡Me tendiste una trampa!
Cierto. Él probó la sangre en su boca.
— Necesitaba alejarte de Az.
— Bueno, lo hiciste, y casi morimos. — Ella se alejó de él. — ¿Dónde
demonios estamos?
No es seguro. Todavía no.
— El hechizo nos dejó a unos cincuenta kilómetros de distancia. — Sus
labios se torcieron. — Mateo llama a este hechizo “vete al demonio”. —Tal
vez lo usaría de nuevo. Quizás. El hechizo había conseguido liberarlos de
Rogziel. Era práctico. — ¿Estás herida? — le preguntó mientras la barría
fijamente con su mirada.
— No. Eso no me mordió. — Él frunció el ceño. El perro había estado
tan cerca de ella.
Ella le fulminó con la mirada exactamente como antes. — ¿Dijiste
“hechizo”? ¿Qué clase de hechizo?
— Un hechizo de transporte.
Sus ojos se estrecharon un poco.
— No me gustan los hechizos.
— Bueno, morir te hubiera gustado aún menos. — Podrían quejarse y
gemir todo el día, o podrían ponerse en movimiento. Ellos estaban en el borde
de un camino viejo y polvoriento. No había nadie a la izquierda, no había
nadie a la derecha. Nadie, nada.
Seline de repente se puso rígida. Ella miró por encima del hombro
izquierdo.
— ¿Has oído eso?
No había oído nada.
— ¿Qué?
— Sonó como… — Ella se acercó un poco más a él. — Un gruñido.
Joder. Sí, que les traería su siguiente orden del día, justo después de que
salieran de allí.
— Vamos. — Le tomó la mano, entrelazó sus dedos con los de ella, y
empezó a caminar. La sangre bombeaba de sus heridas, pero él ya podía sentir
el desgarro muscular y la piel comenzando a regenerarse. Una vez que
estuviera lejos del sabueso, él podría curarse.
Un sabueso del infierno. Rogziel sin duda había sacado las grandes
armas esta vez.
Sus zapatos crujieron sobre la grava que cubrían el lado de la carretera.
— Tú… dejaste a Az allí, — dijo ella, con voz vacilante.
Él gruñó.
— Pensé que él podría disfrutar de enredarse un poco con el perro
callejero. — Todavía ninguna señal de automóviles.
— Pero… — Él oyó la inhalación suave de su aliento. — Esa fue tu
oportunidad, ¿no? ¿Tu disparo para matarlo?
Su mirada fija se inclinó hacia ella.
— Me usaste como cebo. — Su voz sin inflexión. Su mirada estaba en
el camino que se extendía por delante. — Así podrías conseguirlo.
Sintió un nudo en el estómago. No, aquella torcedura extraña era
solamente de las heridas curándose, y no de cualquier clase de culpa. Las
garras habían raspado abajo su pecho y habían atacado su estómago. — Yo te
estaba observando todo el tiempo.
Ella dejó de andar, pero todavía no lo miraba.
— ¡Bueno, seguro que tomaste tu dulce tiempo para venir a salvarme!
— ¡Me dispararon! — Cuatro veces. — Vine tan pronto como pude. —
En cuanto el humano murió. Pero el tipo había sido un francotirador, y había
tomado unos preciosos momentos para conseguir estar cerca. Una vieja
camioneta traqueteaba por la carretera. Sí.
— Az no comenzó aquel fuego, — dijo Seline.
Sus palabras le molestaron.
— ¿Así que ahora lo estás defendiendo? — El camión se acercaba. Sam
se puso en el medio del camino. La mejor forma de parar el camión.
— Él me salvó. — Tranquila, confundida. Ella no lo siguió, sino que
esperó al lado, luciendo un poco perdida. — Si no hubiera sido por él, yo me
hubiera quemado.
Su mandíbula se apretó.
— La explosión me tiró. No lo hice. Yo no te abandone. — Él había
estado listo para correr de nuevo y luchar contra el fuego por ella, pero Az le
ganó la mano. Así que el bastardo había hecho una buena cosa. Ahora le debo
una por eso.
— ¿Por qué lo odias tanto?
El traqueteo del camión debería haber ahogado sus palabras. Pero no lo
hizo. Él la escuchó con demasiada claridad. Él la escuchó, pero él no le
respondió.
La camioneta estaba frenando. Sam vio al hombre que conducía. Viejo,
delgado, pelo canoso, los hombros redondeados.
Casi podía oler el miedo que imprimía al tipo. Pero entonces, el camión
del hombre estaba siendo bloqueado por un caído empapado en sangre. La
gente inteligente tendría miedo en esa situación.
— Az me dijo lo que hiciste. — La voz de Seline era tranquila. — Él
sólo dijo… masacrados. Eso fue por qué lo que caíste.
La furia se disparó, pero Sam levantó las manos y se centró en el
conductor.
Az, maldita sea, siempre retorciendo la verdad tan bien.
— Me dijo que caíste porque mataste, mataste y no te detendrías.
— Yo te dije la verdad ya. Cree en la mierda que quieras.
El motor del camión se paró. Sus voces habían sido demasiado bajas
para que el conductor escuchara. La puerta del lado del conductor chirrió
cuando el hombre bajó la ventanilla.
— No quiero “apuro”, hombre.
Sam asintió con la cabeza. El tipo estaba diciendo que no quería
problemas. Lástima que había encontrado uno. El tipo no era un demonio, y
tampoco tenía el aspecto de un cambiaformas. Él sólo parecía… humano.
Sam miró el camión.
— Te daré quinientos dólares americanos por el camión, — dijo en
español.
— ¿Tienes el dinero en efectivo? — El hombre disparó de vuelta, en
inglés.
Sí, por suerte, lo tenía. Una de las cosas que había aprendido era que el
dinero hablaba en el mundo de los humanos, así que Sam siempre se aseguró
de andar bien abastecido. Sacó su billetera. El cuero estaba un poco pegado
cortesía del fuego. Agitó los billetes en el aire.
— Justo aquí.
El hombre sonrió y levantó su mano derecha, la mano que sostenía un
arma.
— Entonces dámelos, cabrón3, y aléjate con la puta 4, o voy a poner más
agujeros en ti.
— ¿Me estás tomando el pelo? — espetó Seline.
El cañón del arma se deslizó hacia un lado y la apuntó. El hombre
estrecho aún más sus ojos.
— O tal vez ponga los agujeros en ti…
Sam cerró la distancia entre él y el bastardo en menos de un segundo.
— O tal vez no.
Sam dio un puñetazo en la mandíbula del hombre. Entonces agarró la
pistola y apuntó directamente en la sien del viejo en un movimiento veloz.
— Tal vez yo me quede con mi dinero, — gruñó Sam. — Quizás tome
tu camión, y te deje con unos cuantos agujeros para que me recuerdes. — El
idiota había escogido el incorrecto Caído para joder.
Pero el idiota sólo se rió y luego dijo:
— No tiene balas. Sólo te estaba jodiendo.
Jode esto. Sam le dio un cabezazo al tipo. El imbécil cayó sobre el
asiento del vehículo.
— ¿Está muerto? — preguntó Seline mientras se acercaba.
Sam subió a la camioneta y tiró la pistola a su espalda. Las balas no le
servirían contra Rogziel y su sabueso.
— A pesar de lo que Az te dijo, no mato a cada persona que encuentro.
— Solamente a la mayor parte de ellos. — Sigues respirando, ¿no es así? —
Él agarró el cuerpo del tipo y lo arrojó en el camino. Él se despertaría pronto.
No lo golpeó tan fuerte.
Ella abrió la puerta del acompañante y se deslizó en el asiento roto.
— ¿Estás diciendo que él se equivocó?

3
En Español en el original.
4
En Español en el original.
Sam aceleró el motor. El camión sólo chirrió. Como cuando los
vehículos escapaban, este era una mierda. Pero los mendigos no podían ser
unos jodidos exigentes.
— No. — Porque él no podía mentirle. — Quiero decir, cariño, Az no es
un lirio blanco cuando se trata de pecar. Sus manos están sucias.
— ¿Más sucias que las tuyas?
Él no respondió. Ella solamente tenía que seguir presionando. Si no era
cuidadosa, él la frenaría pronto. Sí, el lo consiguió, ella estaba furiosa porque
él la había utilizado como cebo, pero no se le habían dado un montón de
opciones.
El camión se precipitó hacia delante. El polvo giró en el aire. Sam miró
por el espejo retrovisor. El viejo ya estaba de pie, agitando los puños en el aire
y gritando.
— No creo que Az comenzara esos incendios, — le dijo ella, y esto era
el mismo verso que ella había estado cantando, uno que realmente lo estaba
cabreando. ¿Por qué la mujer seguía defendiendo a su hermano? — Creo que
Rogziel lo hizo, — siguió ella en una voz decidida de yo sé la verdad.
Ah, sí, no hay que olvidar que otro jugador podía encontrar diversión en
su jueguito. Ahora, cómo había podido Rogziel ser capaz de… El lecho de la
camioneta de repente cayó al suelo, como si algo muy grande hubiese saltado
sobre la parte posterior. El vehículo se desvió cuando Sam luchó para
controlarlo. Maldiciendo, se arriesgó a mirar por encima del hombro, pero no
vio nada.
Pero podía jurar que, a través de la ventana trasera rota, sintió el hedor
caliente de la respiración del infierno.
— ¡Sam! Sam, ¿qué está pasando?
El metal chirrió. Los pocos añicos de cristal que quedaban de aquel
parabrisas trasero se separaron.
— Dímelo tú, — gritó él, pero él sabía lo que estaba pasando.
Él se había enamorado de unos ojos mentirosos. Debería haber sabido
que la inocencia era un truco de un demonio. Se lanzó hacia adelante lo más
que pudo y piso el pedal del acelerador hasta el suelo mientras
deliberadamente sacudió el volante de izquierda a derecha, en un intento de
desalojar a su nuevo pasajero.
Sam sabía que un sabueso del infierno se había enganchado para un
paseo con ellos. Bastardo. Una súcubo no debería ser capaz de convocar a un
sabueso del infierno.
Garras invisibles atacaron su hombro, y arroyos profundos de sangre
rociaron en el aire.
— ¡Sam! ¿Qué está pasando? — El terror y el miedo parecían encubrir
las mentirosas palabras de Seline.
Él agarró su mano y la sostuvo con fuerza incluso mientras luchaba por
guiar con su mano izquierda.
— Deja de llamarlo, — le exigió él. Él sabía por fin lo que estaba
pasando. No era extraño que el perro no hubiera siquiera arañado la piel de
Seline… la bestia no podía.
Un sabueso del infierno nunca podría lastimar a su amo.
Se arriesgó un vistazo rápido a ella, aun cuando las garras lo rastrillaron
otra vez, pero él no liberó su mano.
— Deja de llamarlo, joder.
— ¿A qué dejo de llamar? — Ella no trató de liberarse. Sus ojos estaban
muy abiertos y asustados y negros como la noche. — ¡Allí no hay nada!
Nada de lo que se podía ver, todavía no, pero las garras de la bestia y los
dientes los podía sentir.
— Es tu perro. — ¿Por qué él no había visto esto antes? El había sido
tan indiferente con la “otra” mitad de Seline. Un híbrido... del infierno, había
estado tan ciego.
El perro no la había atacado.
La bestia la había encontrado demasiado rápido, y sólo había una
manera de que un perro pudiera seguir así de rápido. El sabueso del infierno
había apuntado a su amo.
Y las siguientes palabras tenían que ser dichas, porque ese golpe pasado
de las garras de la bestia había llegado demasiada cerca de su cuello.
— Deja de llamarlo… o te mato. — Si el amo de un sabueso no dejaba
de llamar a la bestia, entonces la única forma de detener a un sabueso del
infierno era matar a ese amo.
Sin el amo, el perro volvía al infierno instantáneamente.
— ¿Qué? — susurró.
Su agarre se tensó sobre ella. Podía oír los gruñidos de la bestia ahora.
Enojados gruñidos. El perro quería un alma para alimentarse. Es una pena. La
suya no estaba en el menú.
— Tira de la bestia de nuevo… o te irás al infierno con el perro. —
Traicionado. Todo había sido una trampa, y él había estado demasiado ciego
para ver la verdad. La lujuria le había vuelto estúpido.
Los gruñidos del sabueso siguieron retumbando en sus oídos, y tuvo que
esquivar más golpes de esas garras. El camión avanzó hacia delante más
rápido, más rápido, y él sintió dientes afilados como una navaja de afeitar en
la parte posterior de su cuello.
— ¡N-no sé de qué me estás hablando! — Ahora Seline luchaba por
liberarse de su agarre. — ¡Sam, me estás asustando!
Ella no iba a llamar a la bestia de nuevo. Maldita sea ella.
— El sabueso del infierno… — Aquellos dientes rasgaron en su
garganta. El fuego ardía a lo largo de la carne de Sam. — ¡Envía a la bestia
atrás, ahora! — Otra mirada rápida a ella.
Sus ojos eran enormes y filmados con el brillo de las lágrimas.
Lágrimas. Nunca la había visto llorar. El miedo había palidecido su cara, y él
sabía que ella entendió cuando se quedó mirando las heridas que se
propagaban en el cuerpo. Los gruñidos y gruñidos llenaron el camión cuando
el perro se fortaleció por la sangre de Sam.
— Yo-Yo no puedo. — confesó y se detuvo tratando de alejarse de él.
— Lo siento…
Así que era él. El poder bombeaba a través de él. Tenía que hacer lo que
fuera necesario para sobrevivir. El camión tronó más rápido, sus llantas lisas
bambolearon. Más rápido, más rápido…
Aquellos dientes invisibles lo intentaron morder otra vez. Sam clavó los
frenos. Su pecho se estrelló contra el volante, pero esos dientes afilados, esos
malditos dientes, se soltaron de él. Un enorme agujero gigante apareció en el
parabrisas hecho por el cuerpo del sabueso. Podía ver la imagen fantasmal de
la bestia luchando por tomar forma en el camino de tierra. La bestia sangraba,
y las patas traseras estaban rotas.
Seline se desplomó al lado de Sam. Su cabeza había golpeado el
parabrisas un instante antes de que la bestia hubiera pasado y rompiera el
cristal, pero ella no había sido lanzada del camión.
Sam todavía tenía su agarre en su muñeca, y su agarre era mucho más
inquebrantable de lo que cualquier cinturón de seguridad pudiera ser. Sus ojos
estaban cerrados. La sangre brotaba de la herida en la cabeza, y estaba
bastante seguro de que había dislocado su hombro cuando había evitado que
saliera fuera del camión.
La imagen fantasmal del perro comenzó a desvanecerse. Con Seline
inconsciente, el perro no podía reunir suficiente energía para enfocarse y
atacar de nuevo.
Los dedos de Sam se curvaron alrededor de la mano inerte de Seline. Él
miró a la bestia desapareciendo.
— Vete a la mierda, — gruñó, y condujo el camión directamente hacia
el sabueso. Así como el parachoques delantero llegó a la bestia, su imagen se
desvaneció por completo.

Su hombro dolía. Seline sintió el empuje de dolor palpitante en la


oscuridad que la rodeaba.
— Tenemos un gran problema. — La voz enojada de Sam.
Ella se tensó y se preguntó por qué no podía abrir los ojos.
— ¿Estás seguro de que ella lo llamó? — Una voz que no había oído
antes. De un macho. Profunda. No enojada como Sam, más… moderada.
Trató de levantar las pestañas. No podía.
¿Qué hay de malo en mí? Lo último que recordaba era que estaba en
aquel viejo y destartalado camión con Sam. Él le había dicho… Deja de
llamarlo… o te mato.
Entonces el mundo se detuvo. No, no el mundo, la camioneta de
mierda. El cristal había estallado y el rugiente grito de un sabueso había
llenado sus oídos.
Luego, nada.
— En el momento en que se desmayó, el sabueso del infierno
desapareció. La bestia no le hizo daño, ni siquiera una vez, pero seguro que
trató de tomar más de su libra de carne de mí. — Sam otra vez. Podía sentirlo,
sabía que estaba cerca.
Sam amenazó con matarme. La idea se edificó en rabia en su interior.
Ella le había salvado el culo, ¿y él en realidad había dicho que él la mataría?
Ella no había visto nada en la parte trasera de la camioneta. Sí, algo
había estado allí. Una vez que la sangre comenzó a fluir, no se puede negar ese
hecho. Pero ella no había convocado nada. Ella ni siquiera sabía cómo hacer
algo así.
¿En cuanto a matarla? Bésame el culo, Caído. Seline se había dado
cuenta, su trato había terminado.
¿Y porque esto se sentía como si Sam le hubiera arrancado su corazón?
Bueno, ella iba a encontrar una manera de lidiar con eso más tarde. Ella era
buena tratando con la decepción.
No debería haber confiado en él. Ella sabía que no debía confiar en
nadie.
Seline trató de hablar, pero sólo un gemido escapó de sus labios.
¿Qué me ha pasado?
— ¿Hasta cuándo vas a tenerla así? — preguntó aquella voz masculina
de nuevo. Sin ira, ni juicio. Sólo curiosidad.
Entonces comprendió lo que estaba sucediendo. Sam la había puesto
fuera de servicio. Maldito sea. Había utilizado sus poderes para atraparla
dentro de su propio cuerpo. Un cierre psíquico. Ella había oído hablar de que
esto antes, pero Seline nunca había pensado que podría sucederle.
O que él sería el que le hiciera esto a ella.
Bastardo.
Solamente cuando ella había comenzado a preocuparse, a pensar que,
tal vez, ella había encontrado un hombre que la entendía.
No se puede confiar en nadie en este mundo. O el siguiente.
Otro débil gemido escapó de ella. En cuanto ella pudiera moverse otra
vez, él sufriría.
Pero el recuerdo de ese camión llenó su mente. Su sangre había estado
por todas partes. Había sido atacado una y otra vez, por algo que ella no podía
ver.
¿Un sabueso del infierno?
Hablando de su pesadilla viviente.
— Ella… me es familiar. — El otro tipo nuevamente. — Su nariz, sus
mejillas... — Una inhalación aguda. — Juro que la he visto antes.
— Este sabueso del infierno… — ¿Y quién diablos estaba hablando
ahora? Una mujer con una voz suave y el toque del Sur se arrastraba por
debajo de las palabras. — ¿Va a volver si se despierta?
¡Estoy despierta ahora! Despierta, pero incapaz de abrir los ojos. O
hablar. O moverse en absoluto. Absolutamente paralizada.
¿Por qué se le había ocurrido que podía contar con Sam? Ella sabía las
historias sobre él, la lista de una milla de largo de los enemigos que tenía. Pero
aún había salido bien y pensó que sería diferente con ella. Obviamente, ella
estaba delirando.
— Si es la ama del perro, será capaz de convocarlo desde el infierno en
cualquier momento y en cualquier lugar. — La voz de Sam era plana, pero sus
dedos estaban en su mejilla, suavemente cepillando el pelo hacia atrás. El
toque ligero se sintió... extraño. Debería haberse sentido mal, pero no fue así.
Solamente… maldito sea.
— No importa dónde ni cuándo, ella tiene un perro de ataque a su entera
disposición, — concluyó Sam.
— ¿Un perro que puede matarte a ti y a Keenan? — preguntó la mujer,
e incluso Seline oyó el miedo en la voz de la chica, sobre todo cuando dijo: —
Keenan.
—Nadie me matará, Nicole, — El hombre que hizo la promesa tenía
que ser Keenan.
Algo crujió. Probablemente un piso. Que hizo tener una nueva
pregunta… ¿dónde estaba?
— El perro te puede matar, ¿no? — dijo Nicole. Su voz se había
elevado por el miedo.
— Un sabueso del infierno puede matar a cualquiera. — Fue Sam quien
respondió. — No importa lo fuerte que es el otro, un sabueso todavía nos
puede arrastrar al infierno.
— ¿Y ella puede llamar a uno de estos perros? — exigió Nicole.
No, no puedo. ¿Podría ella?
— Sí.
— Entonces, ¿por qué estamos perdiendo el tiempo? — Aquel acento
del sur se hizo un poco más grueso. — Vamos a matarla ahora.
Oh, no, la chica no había dicho eso. Mal plan.
— Nicole. — La voz calmada de Keenan. Sí, así es, retire a su perro de
guardia.
— Sólo tócala, y la amenaza se habrá ido. — Nicole estaba hablando
rápido. A Seline realmente no le gustaba esta mujer.
— Sam, ¿por qué no la has matado todavía? Si sabes que es tan
peligrosa, entonces ¿por qué ella sigue respirando?
Sam tocó la mejilla de Seline otra vez. Quería retroceder lejos pero no
podía moverse. Sin embargo, su toque no la mató. No le hizo daño en
absoluto.
— Porque soy adicto, — dijo, el retumbar de palabras, bajo. No era
exactamente una declaración de amor gigante allí.
— Ella no se parece a un ángel, — murmuró Nicole.
Si hubiera podido, Seline se habría reído. Ella sabía exactamente lo que
parecía. Pecado. Le habían dicho con bastante frecuencia en los últimos años,
tanto por los amantes que pensaron que estaban seduciendo y por los seres
humanos que pensaban que debería arrepentirse.
— Dijiste que era una súcubo. — Ahora Keenan estaba hablando de
nuevo. Un súcubo no puede controlar a un sabueso.
— Ella es sólo mitad súcubo, — dijo Sam. Sus dedos se arrastraron
hasta la garganta y se apoyó sobre el pulso que latía en la base del cuello. —
En cuanto a su otra mitad, bueno, no hay duda…
— Ella es ángel, — dijo Keenan.
Y allí estaba la vergüenza que había tratado tanto de ocultar. Era hija
mezcla de sangre de un ángel y el íncubo que la mató. Abominación. Pecado
viviente.
— Ella está llorando. — La voz de la mujer era suave ahora.
A Seline se le había escapado una lágrima de su ojo.
— Pensé que la tenías bajo control, — denunció Keenan, y por primera
vez, oyó vibrar enojo en su voz.
— Lo hice.
Más crujir de tablas.
— Ella está escuchando todo lo que decimos. — Nicole era la que
acababa de decir lo obvio. — Y no le gusta lo que oye.
— Ella es plenamente consciente. — La voz de Keenan había adquirido
una clara ventaja. — Los llamadores de los sabuesos del infierno no tienen
que ser capaces de hablar para convocar a sus bestias. Están vinculadas
psíquicamente. Si ella está gritando por la bestia en su mente…
— Entonces estará en la puta entrada, — gruñó Sam. Su mano se
deslizó bajo su pelo, y él inclinó la cabeza hacia arriba. — Seline.
Sintió un impulso de energía, y era como una cortina levantada de su
cuerpo. Sus ojos se abrieron. Ella parpadeó para alejar las lágrimas de su
visión borrosa.
— Dime que no llamaste al sabueso del infierno. Dime.
Su mano derecha se cerró en un puño. Ella se lamió los labios. Podía
mover todo de nuevo. Así que ella se movió y abrió el puño para él.
Pero él le cogió la mano antes de que pudiera golpearlo.
— Te di un tiro libre. No más, amor. — Él dejó caer su mano.
Bastardo.
Seline saltó de la cama sobre la que había estado tendida. Se abalanzó
hacia la puerta. Sólo para encontrar que era bloqueada por una mujer con la
piel pálida y el cabello negro.
— No tan rápido, — le dijo Nicole, y Seline captó el destello de sus
colmillos.
Vampiro.
No es de extrañar que la mujer hubiera sido tan rápida en el impulso de
matar. Los vampiros se hicieron de esa manera.
Seline cuadró los hombros y respiró hondo mientras se preparaba para
pelear y abrirse camino a través de la chica no muerta. Pero, antes de que
pudiera atacar, Sam le agarró la mano izquierda. El dolor robó el aliento de
Seline como la agonía que palpitaba abajo de su hombro. Por Dios… ¿que le
había sucedido a su hombro?
Sam la obligó a mirarlo.
— El perro se acerca.
Ella lo miró airadamente, sintiendo tanto enfado que ella esperaba que
su piel comenzara a quemarse.
— Yo confiaba en ti. — Había sido tan tonta. — ¡Luché por ti! — Había
querido matarla. Silencio en la habitación.— Eres un imbécil Sam. — Un
imbécil que… maldita sea… había roto su corazón. Ella en realidad había
pensado que él era diferente. Un hombre lo suficientemente fuerte para estar al
lado de ella, no importara lo que viniera. Nunca nadie se había acercado tanto
para hacerle daño así. Parecía como si ella se estuviera haciendo pedazos en el
interior. — ¡No me volví contra ti! ¡No te engañé. ¡Te ayudé!
Los otros, el vampiro hembra y el macho de mirada mortal con la
sombra de las alas negras en su espalda, no se movían.
— Nunca había convocado a un sabueso del infierno en mi vida. Yo ni
siquiera sabía que eran reales hasta que esa cosa salió y nos atacó. Nosotros,
de acuerdo, no sólo a ti. ¡El perro vino por mí también!
— Pero la bestia ni siquiera te rasguñó.
No, no fue así. El perro había estado a punto de arrancar su garganta.
Ella nunca iba a olvidar el olor de su aliento. Azufre y muerte. Pero se había
detenido. Ella parpadeó y luchó por recordar.
— Eso... me olió. — Entonces la bestia la había lamido. Y había dejado
de gruñir. Sam le miró con el ceño fruncido. — ¿Por qué no estoy muerta? —
le preguntó. Él la estaba tocando. Pensó que era una especie de puta
mentirosa. Y lo había sido, pero no con él. No desde que se habían convertido
en amantes. — Si piensas que te he estado engañando todo el tiempo, si crees
que azuzo a un sabueso del infierno contra ti, ¿por qué todavía estoy viva? —
Los dos se miraron fijamente. — ¿Porque te gusta follar conmigo? ¿Es por eso
que todavía estoy aquí de pie en lugar de pudrirme en el suelo?
Un músculo se flexionó a lo largo de su mandíbula.
— Eres adicto, ¿no? — La palabra ralló en la garganta. Sólo había sido
lujuria para él, pero había sido mucho más para ella. Había conseguido ser
débil con él y esperaba tener una oportunidad real de felicidad. Ridículo. A la
hora de la verdad, no se podía confiar en los hombres. Los seres humanos y
Otros eran todos iguales. Sam no estaba hablando, y eso la hacía enojar más.
La cabeza le palpitaba. Su hombro le dolía y le dolía el corazón.
— No hay ningún sabueso que rompiendo la puerta ahora mismo... —
dijo ella lo obvio. — Si yo fuera el amo de un sabueso todopoderoso, ¿no
crees que habría llamado a la bestia en este momento?
Los segundos pasaban.
— Es Rogziel. — ¿Por qué Sam no podía ver eso? — Él quiso que tú
dudaras de mí. Sabía que estábamos trabajando juntos, y él quería que nos
volviéramos uno contra otro. Él envió al sabueso detrás de ti.
— Rogziel es un ángel de castigo. — Keenan se había mudado para
estar al lado de la vampira. Seline miró en su dirección a tiempo para verle
asentir. — Sólo los ángeles de castigo puede llamar a los perros, ya lo sabes,
Sam.
El corazón de Seline se contrajo aún más con sus palabras. No. Oh, esto
no era bueno.
— Los ángeles de castigo puede caminar entre el cielo, la tierra y el
infierno, — continuó Keenan, y sus palabras parecían demasiado fuertes,
resonando en sus oídos. — Y cuando entran en el infierno, pueden devolver
algo a este mundo con ellos.
— Seline… — La voz de Sam sacó de su atención de vuelta a él. —
Háblame de tus padres.
Ella no quería decirle nada en ese momento. Quería salir corriendo.
¿Por qué no podría una chica escapar un par de veces en su vida? Correr
como si los sabuesos del infierno estuvieran en su camino. Pero un caído y un
vampiro estaban bloqueando la puerta. Y otro caído tenía sus manos sobre
ella.
Adicción.
Ella tiró lejos de él. Bien.
— Mi padre era un íncubo. Yo ya te lo dije.
— ¿Cuál era su nombre? — Keenan quería saber.
— Brion. — Así que ella lo había dicho. — Nunca lo conocí. Murió
justo después de que yo naciera.
— ¿Muerto? — Ahora Sam fue el que habló. Lo que sea. Así que había
que desnudar lo que quedaba de su alma. Tal vez entonces él la dejaría
alejarse, porque ella seguro necesitaba salir de allí. Se sentía como si se
estuviera ahogando en ese momento.
— Él mató a mi madre, por lo que, a su vez, fue asesinado. Por Rogziel.
Oyó silbar a Keenan.
— ¿Quién era tu madre? — Los ojos de Sam nunca habían parecido tan
oscuros.
— ¿No querrás decir… qué era? — Seline se echó a reír, pero no era
una risa de humor. — Ella era un ángel, una encargada de la tarea de castigar a
un íncubo que había estado seduciendo a mujeres humanas. — La vergüenza
estaba allí, tal como siempre que ella pensaba en su padre, y como él
realmente era.
Adicción.
— Pero en lugar de castigarlo... — Las palabras salieron rápidamente
ahora porque quería que esta historia sobre… — ella se enamoró de él. —
Literalmente. Su madre había cambiado el cielo por una noche en los brazos
de su demonio.
— Demasiado malo para ella, — susurró Seline. — Confió en el
hombre equivocado. Él la mató. — Al igual que yo confiaba en el incorrecto.
Un poco de azul sangró de nuevo en los ojos de Sam.
— Rogziel fue enviado por Brion entonces. Tuvo éxito en su trabajo. —
Y él la había mantenido con vida. Todos estos años… Rogziel siempre había
estado ahí. Observando. Supervisándola mientras crecía. La había colocado
con una familia, los humanos O 'Shaw que la custodiaban, que le informaban
directamente a él. Luego había venido por ella y empezó a entrenarla. Es hora
de castigar. Haz orgullosa a tu madre. Gana redención.
Al principio, ella había tratado por esa dulce promesa de redención.
Sólo más tarde, ella se dio cuenta de que los castigos de Rogziel no eran
siempre justos, y se había preguntado cuánto de su alma estaba robando lejos
con cada muerte.
Se miró las manos, esperando ver sangre. Hace dos meses, cuando había
encontrado a la mujer que había “castigado” su sangre había goteado sobre las
manos de Seline.
Ella miró hacia la vampiro. A diferencia de muchos del rebaño de
Rogziel, Seline no creía que todos los vampiros eran malos.
Y esa pobre muchacha que Rogziel había “contenido”… apenas había
tenido veinte. A-Ayúdame…
La niña había estado más allá del punto de ayuda. Seline sólo había sido
capaz de sostener su mano cuando la muerte vino.
— Ahora ya lo sabes, — le dijo a Sam, y se obligó a subir la barbilla. —
Yo soy la hija de un íncubo, hecho para el pecado, y la hija de un ángel que
cayó por su adicción. — Ella dio un paso hacia atrás. — No estoy controlando
a un sabueso del infierno. No te estoy traicionando. Todo lo que quiero, todo
lo que siempre quise, fue escapar de Rogziel y de mi pasado.
¿Por qué era mucho pedir?
Ella lo miró a los ojos.
— Nuestra alianza, que era lo que había sido, ha terminado. ¿Crees que
te estoy traicionando? ¿Que yo te voy a engañar? Luego, cuando me vaya,
supongo que no tendrás que preocuparte por eso, ¿verdad? — Sus labios se
torcieron en una sonrisa que ella sabía que no era bonita. — Me gustaría poder
decir que ha sido muy divertido, pero en realidad, creo que ha sido justo un
infierno.
Luego se volvió sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. La mirada
fija del vampiro se encontró con la suya. ¿Tendría que ella luchar su salida?
Sería difícil, sobre todo con el recuerdo de la otra vampiro debilitándola.
Pero la cabeza de Nicole estaba ligeramente inclinada hacia ella, y la
vampiro empujó al llamado Keenan a un lado, despejando el camino de
Seline.
Ella se fue, y no miró hacia atrás, incluso cuando ella oyó a Sam
susurrar su nombre.
Sí, ha sido un infierno, pero por un momento allí, ella estaba esperando
para ir al cielo.
Ella debería haberlo sabido mejor. Los demonios mestizos nunca
llegarían a vislumbrar el cielo. Ellos pasaron mucho tiempo saboreando el
infierno en la tierra.
Traducido por Esti
Corregido por Catleya

S am se lanzó hacia delante, sólo para encontrar su camino

bloqueado por Keenan. Le dirigió una mirada enojada al Caído. Los viejos
lazos sólo se unirían con el tiempo.
— No querrás interponerte entre Seline y yo.
— Ella quiere alejarse de ti.
— No siempre conseguimos lo que queremos.
La sombra de las alas negras de Keenan se extendía detrás de él.
Sam luchó por la paciencia, algo que en realidad nunca había tenido.
— Si ella sale sola, será un objetivo. Rogziel la va a encontrar, o Az irá
tras ella. Seline me necesita.
— Y una mierda, — dijo la pequeña vampiro quien tenía un posesivo
agarre de Keenan. — Creo que eres el que la necesita. Ella es tu adicción,
¿no?
Él casi se estremeció.
— Maldita elección de palabra de mierda.
— Si ella controla un sabueso... — Keenan rodó directamente sobre su
gruñido. — Entonces no creo que necesite que la cuide un Caído. — La puerta
principal se cerró de golpe.
Seline se había ido.
No esperaba realmente que lo dejara. Y ella estaba herida. Había hecho
todo lo posible para reparar su hombro y cuidar el corte en la cabeza, pero
todavía tenía que sentirse débil. Ella no podía estar paseándose arriba y abajo
de la ciudad de Monclova, sin esperar a llamar la atención. La mujer llamaba
la atención dondequiera que iba.
— Al menos que tú la estés utilizando como cebo, — murmuró Nicole.
Tenía la boca apretada, y era sin duda la culpa que lo mordía.
— Ah... — Asintió Keenan. — Ya has hecho eso, ¿verdad? Y ¿cómo
resultó eso para ti?
Peor que mis pesadillas.
— Az tuvo que sacarla de un motel en llamas.
Los ojos de Nicole lo rastrillaron.
— No es de extrañar que esté tan ansiosa por alejarse de ti. Yo también
lo estaría.
Pero Keenan tenía el ceño fruncido.
— ¿Az la salvó? Az no salva a nadie.
Ya basta de esta mierda. Sam empujó a Keenan fuera de su camino.
— No, sin un motivo ulterior, no lo hace. — Seline no habría ido muy
lejos. Estaba seguro de que ella estaba fuera de ritmo y cansada. Seline sabía
que lo necesitaba. Ella había dicho que no había ningún modo de que ella
fuera lo bastante fuerte para derrotar a Rogziel
Él dio una patada para abrir la puerta principal.
— Seline, maldita sea, seamos justos… — Calma. Ella no estaba allí.
La calle parecía desierta. No, de ninguna maldita manera podía desaparecer
tan rápido. Entonces vio unas luces traseras que desaparecían al final de la
carretera. Bastardo.
Una mano dura colgó en su hombro.
— He estado pensando en esto... — comenzó Keenan.
Él le iba a hacer daño al tipo.
— Piensa más tarde. Tengo que seguir a Seline. — Algo bueno era que
Keenan le había llevado una moto. Él había cortado a través de las estrechas
calles y callejones de la ciudad en poco tiempo.
No puede dejarme.
— No creo que Seline se dé cuenta de lo que puede hacer.
Las palabras de Keenan hicieron una pausa y Sam miró hacia atrás.
El Caído estaba apoyado en la pequeña entrada, con su vampira justo a
su lado. Típico. A Nicole siempre le gustaba mirar la espalda de su hombre.
— Ella dijo que el sabueso la olió.
Sam esperó, todo su cuerpo estaba tensó para el ataque. No, para cazar.
— Rogziel convocó a la bestia, pero a lo mejor Rogziel no era el amo
de ese sabueso en particular. Tal vez tu chica era su verdadero amo, y el
sabueso reconoció su olor. — Keenan se encogió de hombros, pero su mirada
desmentía la intención del gesto casual. — Eso explicaría porque el animal no
trató de comérsela.
Seguro como la mierda que lo hubiese hecho. Si Seline realmente no lo
sabía… He jodido esto.
Sam saltó sobre la moto y aceleró el motor.
— Es mejor ser cuidadoso, — le dijo Keenan. — Una vez que un
sabueso consigue el olor de su amo, no hay nada que pueda cortar ese lazo. Va
a seguir su rastro y destruir cualquier cosa o cualquier persona que trate de
hacerle daño.
Sam echó un vistazo a las marcas de garras que todavía no se habían
desvanecido por completo en su brazo.
— No voy a hacerle daño.
— Sí, lo harás. — La voz tranquila Nicole estaba segura. — Tal vez
deberías dejarla ir.
No era una opción. La moto rugió hacia adelante, y él persiguió las
luces traseras que desaparecían.

* * *
Conseguir un taxi había sido fácil. Demasiado fácil. Había tropezado
hasta el exterior, caminado a la derecha en la calle, y casi sido atropellada por
un jeep.
Por suerte, el conductor se había detenido en un instante. Entonces el
chico alto, moreno, con la sonrisa rápida le había ofrecido llevarla.
Sus ojos habían ofrecido más.
Ella había aceptado el viaje. En cuanto al resto… a pesar de que su
poder estaba bajo, no podía soportar la idea de tocar realmente a nadie en ese
momento.
No, sólo había un hombre que quería. Él era un idiota que no la merecía,
y él la había jodido en serio para lo demás.
— Sólo déjame en el bar más cercano, — le dijo a Javier. Javier
Martínez. Él hablaba un inglés perfecto con un ligero acento español. El tipo
realmente parecía llenar el interior del vehículo. Tenía la impresión de poder y
energía y… algo más. Un olor salvaje se aferraba a él, lo que le hacía sentir un
poco incómoda.
— ¿Por qué? — Él le lanzó otra sonrisa. — No vas a encontrar nada en
una cantina que no pueda darte, cariño.
Cierto. Pero en un bar, ella sólo podía absorber la energía sexual en el
aire sin tener que tocar a nadie.
Ella necesitaba un impulso, pero estaría condenada si tuviera que
seducir a fin de conseguirlo. La hija de un ángel… obligada a seducir y a
tentar con el fin de sobrevivir. Su vida entera había sido nada más que un
enfermo castigo.
Y el Capitán Caliente allí, conduciendo el Jeep, podría pensar que sólo
había encontrado pasar un gran tiempo con ella, pero no podía estar más
equivocado.
— Confía en mí, — murmuró, rodando su hombro para aliviar el dolor,
— no puedes conmigo.
Él hizo girar el Jeep a la izquierda y apagó el motor. Al instante se dio
cuenta del silencio espeso exterior… y notó que no había luces alrededor. No
había casas. Nada. La civilización había desaparecido en un instante.
Su noche realmente no podía ser mejor.
Garras salieron de las manos de Javier.
— Confía en mí, — gruñó él exactamente como ella lo había hecho. —
No voy a tener problema. — Sus colmillos se estaban estirando, afilándose
hacia arriba, mientras sus mejillas parecían vaciarse.
Ah, perfecto. Ella le había hecho autostop a un cambiaformas.
— ¿Coyote? — Lo adivinó porque había oído las historias de los
coyotes corriendo salvajes en México. Sin equipaje, sin nada. Siempre libres,
luchando por la supervivencia del más apto, y crueles.
Su sonrisa se ensanchó. No era una sonrisa amistosa ya no, ni siquiera
cerca.
— Seré muy cuidadoso… — Él se inclinó hacia adelante y sus garras se
deslizaron por sus brazos. — No te cortaré, demasiado.
¿No era un caballero? Seline respiró hondo y luchó por controlar su
ritmo cardíaco acelerado. Podría no gustarle lo que era, pero todavía sabía
cómo usar su fuerza para protegerse.
En lugar de tratar de alejar de él, dejó que su cuerpo se relajara mientras
se inclinaba hacia adelante.
— ¿Sabes lo que soy? — susurró, y utilizó lo último de su energía
sensual para atraerlo hacia ella.
Ella vio que sus ojos se abrían. Él lamió sus labios e inhaló
profundamente…
— Hueles al jodido pecado.
Porque eso es lo que era. Seline no se inmutó.
— Disfruto de hombres como tú, — le susurró, y dejó vagar sus dedos a
la altura de su pecho. Ella mantuvo los ojos abiertos para hipnotizarlo. Eso es
lo que hacía su especie, algo así como una cobra con su presa. Lo miras
fijamente y no lo dejas ir, no hasta que lances el golpe. Su corazón tronó bajo
su mano. — Los hombres que son fuertes y peligrosos.
— Tú eres… ¿no me tienes miedo? — La sorpresa puso áspera su voz,
como la lujuria ardía en sus ojos.
—No. — Esta vez, ella iba a dejar que la bestia se mantuviera en el
interior de su jaula. ¿Cuántas mujeres había recogido este bastardo y luego
usado sus garras en ellas? ¿Cuántas? Castigar. Rogziel le había enseñado
unas cuantas cosas, después de todo.
— Pero tienes que tener miedo de mí. — Entonces, antes de que pudiera
reaccionar a sus palabras, puso sus labios en los suyos. Ella le dio un beso, y
sus manos se apretaron en ella. Sus garras rasparon sobre su piel. No, coyote,
yo soy la que manda. Dejó que su precioso control se hiciera añicos. Ella tomó
su energía, tomó y tomó y se lo llevó.
Debido a que ella realmente podía matar con un beso.
El cambiaformas coyote le dio todo su poder. Demasiado débil para
resistirse, se deslizó justo bajo su hechizo. Cuando se quedó sin fuerzas,
levantó la cabeza y sonrió.
— Eso fue bueno, pero voy a necesitar más. — Parecía que no tenía
más que dar.
Cayó hacia atrás, y su cabeza chocó contra el volante. El bocinazo largo
llenó la noche. Seline lo empujó fuera del camino a la derecha fuera del jeep.
Su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo. Se subió al asiento del conductor,
arrancó la palanca de cambios en reversa, e hizo girar el Jeep alrededor. Grava
y polvo se levantaron en el aire. El cambiaformas no se movió.
— Ahora tengo que averiguar dónde demonios estoy, — murmuró
Seline. Porque ella sabía que el cambiaformas no sería la mayor amenaza a la
que tendría que hacerle frente a esa noche. Ni siquiera de cerca.
Él sólo había sido su calentamiento.
Javier se quedó mirando fijamente su Jeep. La grava se clavó en sus
palmas y rodillas. Había estado tratando de levantarse, pero la puta había
agotado su energía.
Con un beso.
Jodido súcubo. Él debería haberlo sabido mejor. Pero ella se había visto
tan sexy. Ojos perdidos. Labios temblorosos. Una maraña salvaje de pelo. Le
había parecido tan humana y débil.
Un aperitivo perfecto. O un juguete.
Zorra5. Puta. Todavía no podía levantarse. Su cuerpo entero se sentía
débil y moverse hacia que le doliera la cabeza. Él la encontraría. Si había una
cosa que sabía hacer, era cazar. Él la encontraría, y la haría pagar.
Un gruñido bajo salió de la oscuridad.
Javier se puso tenso. Lo último que necesitaba era un ataque en ese
momento. Estaba tan débil que sus garras ni siquiera podían salir.
Cuando la encuentre, voy a cortar cada centímetro de piel de su cuerpo.
Le haría rogar por la muerte, al igual que los otros lo hicieron.
Otro gruñido, pero este seguro que era mucho más cerca.
— ¡Vete a la mierda! — intentó rugir Javier, pero las palabras apenas
retumbaron de su garganta. Él inclinó la cabeza hacia atrás. De ninguna
manera iba a inclinarse ante otro cambiaformas. No había nadie allí.
Sus ojos se estrecharon. Su vista era cinco veces mejor que la de
cualquier otro coyote en la zona. Pero en ese momento, él no veía
absolutamente nada.
Pero huelo el fuego. Ceniza. Muerte. La tierra comenzó a temblar. El
miedo hizo que su corazón corriendo demasiado rápido y su sangre se enfriara
5
En Español en el original.
sus venas. Javier abrió su boca para rogar… Pero garras invisibles atacaron su
garganta

Sam contempló el cuerpo en el suelo. La sangre se encharcaba por


debajo del hombre, oscura y todavía tan fresca. El olor de la muerte colgaba
pesadamente en el aire. Lo mismo que el azufre. Seline y su sabueso habían
estado trabajando. Su mirada se deslizó sobre la tierra oscura. Él había
aprendido a rastrear hace mucho cuando estudió con un cazador americano
nativo que podía encontrar a alguien, en cualquier momento. Sam había
seguido el Jeep a ese lugar desolado y encontrado la muerte.
No era lo que esperaba.
¿Había estado protegiendo el sabueso a Seline otra vez? ¿Había
convocado ella la bestia? Se quedó mirando las marcas en el suelo. Seline
había girado el vehículo por aquí, entonces había conducido hacia el norte,
hacia las luces de la ciudad. Sus ojos se estrecharon mientras trataba de
averiguar cuál sería su próximo paso.
Si fueras una súcubo baja de energía, ¿a dónde irías?
Al más ruidoso y caliente bar que pudiera encontrar.
Segundos después, la motocicleta se precipitó hacia esas luces
brillantes.

El gorila no cometió el error de tratar de mantener a Sam fuera del club.


Sólo sabiamente se hizo a un lado, y Sam siguió a la música palpitante dentro
de El Diablo. Nombre apropiado. El lugar estaba lleno de Otros.
Cambiaformas, captó el destello de sus garras. Vampiros, dos estaban
bebiendo en la esquina trasera. Demonios de ojos negros llenaban la
habitación. Los seres humanos se mezclaban con ellos. ¿Conscientes? ¿O
simplemente ciegos? Tal vez ambas cosas.
Los bailarines se retorcían en jaulas que se elevaban por encima del
suelo de madera. Luces parpadeaban de una bola giratoria. Y él no vio a
Seline.
Joder. Él había estado tan seguro de que ella había venido aquí. Una
docena de clubes se alineaban en una fila. Había encontrado el jeep
abandonado, por lo que había creído que ella había venido aquí. Él no sabía
exactamente en qué bar se había metido una vez que había llegado a la calle.
La pareja de la derecha comenzó a arañar la ropa del otro.
El hombre y la mujer a su izquierda casi follaban en frente de él. Sam se
calmó. Maldición, estaba seguro de que había una gran cantidad de energía
sexual aquí. Un grado no natural, aún para los Otros.
Seline. Levantó la vista, de nuevo… y miró más a la mujer que apenas
había entrado en la jaula llena de barras de acero.
Estaba sola en la jaula. Los otros bailarines se habían desvanecido. Ella
no estaba bailando. Su largo cabello rubio colgaba sobre los hombros. Estiró
los brazos, y parecía estar tirando de la energía desde la multitud.
Debido a que lo estaba.
Él agarró la escalera que conducía a la jaula. La música seguía
bombeando detrás de él, y ahora podía sentir el poder sensual en el aire. No
era normal. Ni mucho menos… ella.
Ella. Había algo diferente esta noche en Seline. Él nunca había sentido
esta prisa particular de poder alrededor de ella. Su cuerpo de repente estaba en
el borde. Su corazón se aceleró demasiado rápido en su pecho. Él saltó en la
jaula. Ella no dio vueltas para afrontarlo. No hizo nada más que estar allí, con
los brazos hacia arriba. Así de cerca, él pudo ver que sus caderas se
balanceaban suavemente en un flujo sensual que le hizo doler.
Dio un paso hacia ella.
— Aléjate, Sam. — Ella habló de una manera que nunca había
escuchado antes. Sexo puro. Tentación. Pecado. Ella podría haberle ordenado
que se fuera, pero su cuerpo estaba decidido a quedarse.
— Seline, — Su nombre salió de forma cruda y hambrienta. La música
sonó más fuerte. Lentamente, muy lentamente, se dio la vuelta para mirarlo.
Ella lo miró… diferente. Ojos ahumados. Labios carnosos, más rojos, de piel
tan traslucida que brillaba. Él la miró y la quería.
Pero esa parte, bueno, el deseo no era precisamente nuevo para él.
— No voy a jugar esta noche, — susurró ella, pero fácilmente podía oír
a la multitud. — Esta noche voy a tomar todo el poder que quiera, y si te
acercas más, te drenaré el cuerpo hasta dejarte seco.
Este no era la Seline que él conocía.
— No drenas a la gente, ¿recuerdas?
Pero ella sonrió, una sonrisa malvada y nunca debería haber sido tan
sexy.
— ¿Por qué no buscas al cambiaformas que me dio un paseo y ves lo
que él tiene que decir?
Sam parpadeó.
— Ya he encontrado lo que quedaba de él. — Y no se lo esperaba.
— Él quería cortarme. — Su barbilla levantada. — Los coyotes siempre
mezclan la sangre y el sexo.
La furia disparó su poder e hizo balancear la jaula de la estrecha cadena
que la mantenía fijada al techo.
— ¿Entonces cortaste al bastardo a cambio?
Ella parpadeó, y un poco del brillo pareció oscurecer su piel. — ¿Lo
corte? ¡Y-yo no lo corte!
— Lo encontré con la garganta desgarrada.
El shock ondulaba sobre su rostro, y se tambaleó hacia atrás.
Ella no lo sabía. Eso definitivamente le daba un giro a las cosas, y le
hizo ver cómo Keenan había tenido razón.
— Yo no lo hice… — Ella sacudió la cabeza. — Yo sólo... le di un beso.
Un gruñido salió de los labios de Sam, y en un instante, estaba delante
de ella. Él la agarró por los brazos y la atrajo hacia sus pies.
— ¿Lo follaste?
— No tuve que hacerlo… no quise. Puedo drenarlo con un beso. —
Entonces ella se inclinó y le besó.
La lujuria rugió por su sangre. Su cabeza le daba vueltas con un
estallido de euforia. Quería, necesitaba, placer… el torrente de sensaciones
llenaba su cuerpo, y él la besó más duro, más profundo.
Ella se empujó contra él, sus pezones apretados, su cuerpo suave. Y
todavía seguía besándolo. Calientes besos, boca abierta, besos embriagantes.
Puedo drenar con un beso.
Él ya no podía oír la música. No podía oír los truenos de la
muchedumbre. Ella era lo único de lo que él que sabía. Lo único que él quería.
Su lengua se deslizó contra la suya. Él la quiso desnuda. Quería tenerla y
hacerle olvidar a cualquier hombre que la hubiera tenido antes. No habrá otro.
Él la agarró de las caderas y la levantó en su contra. Con sus piernas
envueltas alrededor de su cintura mientras la frotaba contra su miembro
erecto. No era suficiente. Ni siquiera malditamente cerca. El suelo se
balanceaba debajo de ellos. No en el piso… la jaula.
Los labios de Seline se separaron lentamente de él. Los ojos de Sam se
abrieron. Su boca estaba húmeda de la suya. La oscuridad de sus ojos
reflejaban la misma lujuria que él sentía pero… Sam vio la confusión en su
mirada.
Ella sacudió la cabeza y dijo:
— Tú… deberías estar débil.
Estaba tan caliente que Sam se sentía cerca de la explosión. Su pene
estaba tan lleno que le dolía. La quería. La necesitaba.
— Te estás desviando del tema, cariño. — ¿No se daba cuenta de lo que
le estaba haciendo? — Me has encendido. — Con lujuria, con poder.
Sus ojos se agrandaron mientras trataba de alejarse contra él.
— No, no, yo…
Una súcubo no siempre tenía que tomar el poder. Él lo sabía. También
sabía que una súcubo por lo general sólo compartía su poder con una
persona… Incluso sabía que una súcubo podía aparearse. De hecho, si quería
tener hijos, una súcubo tenía que encontrar a un compañero, un hombre con el
que podría compartir su poder. De lo contrario, no habría bebés para ella. La
reproducción no se trataba sólo de sexo con una súcubo, se trataba de
apareamiento. La vida, el amor, para siempre. ¿Seline sabría esto? Apostaba a
que Rogziel no había compartido aquella información con ella.
— ¡Suéltame! — Ella tiró hacia atrás, pero él la abrazó con fuerza.
— No, no escaparás otra vez. Vamos a resolver esto. — La ira y la
lujuria combatían en su sangre. — No lo harás…
Los gritos le llegaron entonces. Altos, lleno de terror. Rompiendo el
vidrio. Gritos. El estruendo de pisadas. A través de los barrotes, él miraba
hacia el club. El caos reinó cuando los humanos y los Otros se apresuraron
hacia las salidas. Entonces oyó los gruñidos. Olía el azufre. No era extraño
que los cambiaformas estaban en el frente de la masa huyendo. Ellos habían
cogido primero el olor.
— ¿Qué está pasando? — Seline lo miró fijamente.
Sam vio las señales de garras profundas que chirriaron a través de la
parte superior de las mesas. Mierda, mierda, mierda.
— ¿Tienes miedo?
— ¡Sí! — gritó ella inmediatamente mientras trataba de alejarse de él.
Sam dejó que sus pies tocaran el fondo de la jaula, pero se aferraba a su mano.
— ¡Algo viene hacia acá! — dijo Seline.
— No es sólo algo… Tu sabueso.
Ella se calmó y lo miró con ojos aturdidos.
— ¿Cuando nos estábamos besando, tenías miedo? — le exigió. —
¿Estabas asustada de mí?
Ella asintió con la cabeza, y fue como un puñetazo en el pecho. Miedo y
deseo. Ellos no deberían haberse combinado para ella. Para ellos. Lo habían
hecho, y ahora el infierno se avecinaba.
Las otras jaulas caían de los techos ahora. La mayoría de la gente ya
había huido de El Diablo. Algunos rezagados se escondían detrás de la barra o
en cuclillas debajo de las mesas.
Las marcas de garras se dirigían a Sam… hacia la jaula que se
balanceaba inestablemente de una cadena que parecía a punto de romperse en
cualquier momento. Demasiado poder en el aire.
— El sabueso te está protegiendo, — murmuró Sam mientras tomaba la
barra más cercana de acero con su mano izquierda y luchaba para
estabilizarlos. — Es por eso que fue detrás del cambiaformas y rasgó su
garganta. Es por eso que vino detrás de mí en el camión… el puto sabueso
piensa que te está protegiendo.
Un silbido de viento llegó a ellos. Algo, el jodido sabueso en cuestión,
se estrelló contra la jaula. La jaula se sacudió fuerte a la derecha, a la
izquierda, y luego la cadena se rompió. Ellos se cayeron al piso con un choque
discorde de huesos. Sam se retorció y trató de amortiguar el cuerpo de Seline
con el suyo.
Sus manos la sujetaban con fuerza. Estaba seguro de que si hubiera sido
humano, su espalda se habría roto cuando la jaula golpeó contra el suelo. De
todas formas, la caída dolió como una perra.
A continuación, los barrotes de la jaula comenzaron a romperse, el
sabueso los rompió. Seline miró fijamente alrededor con ojos amplios, y
asombrados. Sam se apresuró a ponerse en pie. Todavía tenía su dominio
sobre ella. De ninguna manera iba a dejarla ir.
— No sabes cómo enviar al sabueso de vuelta, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
— ¡Ni siquiera sé cómo diablos llegó hasta aquí!
Ella no lo sabía y sólo ella podría enviar la bestia atrás. Hablando de
estar jodido. Sam respiró hondo y trató de pensar en una manera de sobrevivir.
— ¿Vas a matarme? — susurró ella, y el miedo brilló en sus ojos de
nuevo.
Bastardo. Gruñó, y la atrajo aún más cerca. Aplastó sus labios en los de
ella. Él la saboreó, mantuvo su boca sobre la de ella, y bebió de ella, incluso
cuando las garras le rastrillaron las piernas.
— No, —prometió Sam, su voz áspera mientras levantaba la cabeza. —
Pero cuando salgamos de esto, voy a follarte otra vez.
Ella parpadeó. Habría dicho más, pero los dientes del sabueso se
hundieron en el tobillo y la bestia lo llevó a rastras. La imagen del sabueso
despacio entraba en su visión. Parecía una bestia hecha de humo en ese
momento. Piel pálida, borrosa, pero con dientes muy grandes. Sam pateó, pero
la bestia no lo soltó. El fuego no va a funcionar. Rogziel había tenido razón.
El fuego hacia a los sabuesos del infierno más fuertes. Las balas no
contendrían la bestia. Sam extendió la mano y agarró una de las barras de
jaula. El metal se rompió reventándose. Empujó la barra directamente hacia el
sabueso. La bestia gritó y retrocedió. Sam se puso en pie. Seline estaba detrás
de él.
— No le estoy haciendo daño, — le dijo a la bestia. Claro, como si
razonar con un sabueso del infierno fuera el modo a seguir. — Ella es mía,
¿entiendes? Así que será mejor que te acostumbres a verme…
El sabueso, aún con ese poste que le sobresalía de un lado, se abalanzó
sobre Sam. El aliento del infierno vino a él.
— ¡Alto! — gritó Seline, y ella empujó a Sam a un lado. Lo empujó con
ese poder que había absorbido del bar, a continuación, puso su cuerpo en
frente de él. — ¡Alto!
Se figuró que la mujer no sabía que nunca debía interponerse entre un
sabueso del infierno y su comida. Sobre todo una vez que el sabueso había
conseguido una muestra de sangre de su presa. El sabueso gruñó y trató de
embestir a su alrededor. No se veía tan fantasmal. La bestia de pelaje espeso y
enmarañado era una mezcla de negro y sangre.
Los dedos de Seline se hundieron en esa piel.
— Dije: ¡Alto! — Su voz se había elevado a un grito. — ¡No le hagas
daño!
El sabueso del infierno se detuvo. Su gran cuerpo se estremeció, como
si detenerse fuera un enorme esfuerzo. Sam estaba tan congelado como el
sabueso. Incluso los amos por lo general no podrían volver a llamar a sus
sabuesos una vez que los animales tenían el sabor de la sangre. Nada los
detenía, hasta que mataran a la presa.
Seline cogió la gran cabeza del sabueso en sus manos. Los dientes de la
bestia eran más largos que sus dedos, y el sabueso estaba demasiado cerca de
su garganta.
— Seline… — Él avanzó hacia ella.
El sabueso gruñó. Joder. Sam siguió acercándose a ella.
— Estás tan seguro de que soy su ama. — Su voz era tranquila ahora,
desprovista de cualquier emoción. — Vamos a ver si tienes razón.
La mujer, obviamente, no entendía las reglas sobre los sabuesos del
infierno. Sabían que ellos mordían las manos que los convocaron. Ellos nunca
podían ser controlados totalmente.
Razón por la cual siempre eran enviados de vuelta al infierno cuando su
trabajo estaba hecho. Esa era la primera regla con los sabuesos, siempre los
enviaban de vuelta rápidamente.
Los dientes del sabueso se quedaron juntos.
— Fácil. — Seline no pareció preocupada entonces. Ella frunció el ceño
mientras miraba al sabueso. — Eres un bastardo grande y feo, ¿verdad?
El sabueso parpadeó.
Bajo suavemente su mano al costado de este.
— Esto va a doler, — advirtió Seline. Agarró la barra y tiró de esta
hacia fuera. La sangre brotó y se pulverizó en el aire. Sin embargo, casi al
instante, la herida comenzó a sanar. Seline dejó caer la barra. El sabueso sacó
su lengua gruesa y áspera y lamió su hombro.
— Uh… no hagas eso de nuevo, ¿de acuerdo? — dijo Seline
suavemente. Esta vez, Sam captó el leve temblor en su voz y vio su mueca de
dolor. — Pero eres bienvenido.
La cabeza del sabueso comenzó a bajar. Sumisión. El reconocimiento de
que era su ama. Bueno, maldita sea. Seline miró a Sam.
— Yo no creo que sea tan malo. Sólo es un gran sabueso.
Y una mierda. Sam extendió la mano para tocar el hombro de Seline. En
un instante, el gran sabueso se lanzó hacia arriba y cerró sus garras en el pecho
de Sam.
— ¡No! — ordenó Seline. El sabueso se quedó congelado.
— Dile a la bestia que se vaya al infierno, — dijo Sam. Él lamentaba
que no entendiera cómo enviar un sabueso atrás, pero era un poder más allá de
él.
— Vete al infierno, — dijo Seline al sabueso al instante.
El sabueso no se desvaneció. De hecho, la bestia parecía estar cada vez
más grande, más fuerte. No era nada bueno. Cuando no estaban en el infierno,
los sabuesos sobrevivían bebiendo sangre y miedo. Ellos no eran unos jodidos
animales domésticos lindos. Eran los perros pitbulls del diablo.
Pero Seline estaba acariciando a la cosa ahora.
Sam arriesgó una mirada rápida alrededor del club. Los rezagados
corrían hacia la puerta. Inteligentes. Pero mientras esa gente era expulsada,
dos figuras familiares corrieron hacia adelante.
Keenan y su vampira.
Keenan le echó un vistazo al sabueso y se congeló. Agarró a Nicole y
trató de empujarla a sus espaldas.
Joder. Demasiado tarde.
A través de los siglos, los sabuesos habían desarrollado un gusto
particular por la sangre de vampiro. El sabueso de Seline se dio la vuelta y
saltó por los aires. El suelo tembló cuando la bestia se precipitó hacia su nueva
presa.
— ¡No! — gritó Seline, pero esta vez, la bestia no redujo la marcha. Las
garras golpearon cortando el pecho de Keenan, pero el caído no se movió.
— Corre, Nicole, — gritó, — corre.
Consejo equivocado. A los sabuesos le gustaba cazar. Keenan debería
saberlo. Keenan agarró las patas del sabueso. Sam corrió a ayudarle, con
Seline a su lado.
Con un aullido, el sabueso se sacudió de Keenan, y Sam vio que Nicole
no había escapado. Ella comenzó a patear y arañar a la bestia. Sus colmillos
estaban fuera, y ella le gritaba al sabueso que soltara a su ángel.
Antes de que Sam pudiera alcanzarla, el sabueso le abordó y los dientes
de la bestia fueron a su garganta.
Nicole dejó de gritar, pero la habitación entera vibraba con la súbita
oleada de furia salvaje que Sam sabía que venía de Keenan.
Sam y Keenan agarraron al sabueso. Lo arrastraron alejándolo de Nicole
a pesar de que el sabueso la pudiera destrozar un poco.
Entonces Seline estaba allí. Sus manos se cerraron alrededor del cuerpo
del sabueso.
— ¡Déjala en paz! ¡Aléjate de nosotros! — La furia endureció sus
palabras. — Solamente vuelve al infierno y aléjate de nosotros. ¡Vuelve al
infierno!
El sabueso lloriqueó. Inclinando su cabeza. Y la bestia desapareció en
un torbellino de humo. Ya era la jodida hora.
Traducido por Kaia
Corregido por Amy

S am no le había mentido. Seline se miró las manos y se dio cuenta

de que sus dedos estaban manchados de ceniza.


Acababa de enviar a un sabueso del infierno de vuelta al infierno. Ella
controlaba a un sabueso del infierno.
Oh, maldita sea.
— Bebé, ¿estás bien?
Levantó la vista al oír la voz, tan profunda y preocupada.
Keenan tenía a su vampiro en sus brazos. Seline podía ver la sangre que
brotaba de la garganta de la mujer. Estar bien no parecía la expresión correcta.
Más como llévame a un hospital inmediatamente.
— Bebe de mí, — dijo Keenan, sus manos tan suaves en la mujer.
La cabeza de Nicole cedió hacia atrás débilmente, y Seline vislumbró
sus colmillos. A continuación, los colmillos se hundieron en Keenan. Él se
estremeció. No con repulsión, sino con lo que ella estaba bastante segura de
que era placer.
— Ella va a estar bien. — La voz de Sam no tenía ninguna
preocupación. — La sangre de ángel, incluso si es de un ángel que ha caído, es
increíblemente fuerte.
Algo para recordar.
— ¿Cómo lo envié de vuelta? — Su mirada se precipitó al suelo. Hacia
las marcas de quemaduras y los surcos profundos que las garras del sabueso
habían dejado.
— Supongo que sólo tenías que estar lo suficiente desesperada, — dijo.
— Desesperarte tanto como para dejar que tu control se rompiese.
¿Romperse? Se había fragmentado allí en ese terrorífico momento. Si
no hubiera sido capaz de sacar al sabueso de vuelta, Nicole habría muerto
delante de ella.
— No quiero más sangre en mis manos. — No conocía a Nicole. Sólo
porque la mujer era una vampira, no significaba que se mereciese el infierno.
¿Quién lo hacía en estos días?
Sirenas gritaban a lo lejos.
— Humanos... en camino hacia el rescate, — dijo Keenan mientras
Nicole seguía bebiendo de él.
— ¿La tienes? — preguntó Sam con un movimiento de cabeza a Nicole.
— Siempre. — Fue la respuesta inmediata de Keenan.
Los labios de Sam se retorcieron.
— Entonces sácala de aquí. Reúnete conmigo al amanecer, en el sitio de
Pedro. — Las cejas de Keenan se alzaron. — ¿Confías en ese cambiaformas?
— Más que la mayoría.
Keenan asintió y se llevó a su vampira que se alimentaba hacia la puerta
trasera.
Seline no se movió. No estaba segura de a dónde ir o qué hacer. La
energía aún bombeaba a través de su sangre. Había tomado demasiado cuando
besó a Sam, sabía que lo había hecho, pero él no se veía débil.
Si el sabueso lo hubiera matado, la muerte de Sam hubiera sido su
culpa. Enderezó los hombros.
— Necesitas irte. Aléjate de mí. ¿Qué pasa si accidentalmente traigo al
sabueso de vuelta? Sólo... vete.
Una ceja oscura subió.
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Quedarte aquí y esperar a la policía?
Quizás. Tal vez merecía estar encerrada.
— ¿Dijiste que el cambiante coyote estaba muerto?
— No por tu mano. El sabueso lo mató.
Las sirenas eran más fuertes.
— Quería matarlo. Tomé tanto poder de él como pude. — Ya era hora
de que Sam se diera cuenta de lo oscuro que era su interior.
— Si él hubiera estado aún respirando cuando lo encontré, —dijo Sam,
— yo lo habría matado. — Su admisión ensanchó sus ojos. La mirada de Sam
se había reducido a la parte delantera de su camisa. — Puedo ver las marcas
que puso en ti.
Ella podía sentirlas.
— Sólo rasguños. Van a desaparecer. — Las puertas se cerraron
estrepitosamente en el exterior. Miró hacia la puerta de enfrente. — ¿Cómo
vamos a explicar esto? — Lo miró.
— No lo haremos. — No obstante no se movió. — Los policías dirán
que las personas que hablan de un monstruo que los ataca simplemente están
locas. Otros eventos siempre tienen una manera de ser cubiertos.
Sabía que muchos humanos sólo veían lo que querían ver.
— ¿Y el cambiante muerto? ¿Qué pasará cuando lo encuentren? — La
puerta se sacudió. Miró hacia arriba y vio las gruesas tablas que habían sido
colocadas en frente de la entrada.
Sam. No se había percatado de que había usado su poder para trancar la
puerta.
— No quedará nada de él en el momento en que sea encontrado. — De
nuevo, la forma de su mundo. Los animales reales serían un cambio. — Ven
conmigo. — Él ofreció su mano, pero no dio un paso más cerca.
Ella negó con la cabeza.
Su rostro se endureció.
— Los dos tenemos demasiados enemigos ahora. Me necesitas — dijo,
— y yo...
Seline dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta de atrás. Sus pasos
eran rápidos.
Salir.
— Lo sé, eres adicto a mí, ¿verdad?
Desafortunadamente, esa adicción quemaba en ambos sentidos.
Su padre había sido adicto, también. Tan adicto que una noche no había
sido capaz de dejar de tomar energía de su madre. Había tomado tanto que la
había matado.
Abrió la vieja puerta de metal enrejado, y miró a la izquierda, luego a la
derecha. Los policías no habían llegado al callejón sin embargo.
Seline se apresuró a salir.
— Es más que una adicción.
Ella siguió caminando.
Él la siguió. La almohadilla suave de sus pasos debería haber sido
tragada por las sirenas, pero ella la oyó. Siempre había sido muy consciente de
todo lo relacionado con él.
Sam la agarró del brazo y la hizo girar de nuevo hacia él. La apretó
contra el costado del estrecho callejón.
— No te muevas, — susurró su aliento sobre su oreja. — Los policías
están llegando.
Los policías pasaron retumbando más allá de la boca de su escondite.
Dirigiéndose hacia El Diablo, sin ni siquiera darse cuenta de la pareja en las
sombras. Pero Sam no la soltó cuando ya se habían ido. Ella era muy
consciente de la longitud de su cuerpo macizo y pesado y de la presión de su
erección contra ella.
Deseaba a Sam. Desde el primer momento en que lo había visto. Pero
¿él alguna vez realmente la había deseado a ella? ¿O tenía la parte súcubo
justo tirando de él en un instinto automático para adquirir esa explosión de
fuerte energía psíquica que era su núcleo?
— No voy a correr a causa de Rogziel, — dijo Sam. — No me importa
cuántos sabuesos tiene a su entera disposición. — Su boca rozó su mejilla.
Seline tragó saliva y trató de no quererlo tanto. Él no confiaba en ella. Había
amenazado con matarla...
— Me voy de caza, Seline. — Sus dedos se deslizaron debajo de su
mandíbula. Los policías se habían ido. Probablemente pululaban al interior
vacío de El Diablo. — Y te quiero a mi lado.
Las manos de ella se interpusieron entre ellos y se apretó contra su
pecho. Tenía tanto poder hirviendo en su interior, si quería podía haberlo
lanzado al aire y seguir camino.
El problema era que ella no quería irse. Había encontrado algo que
quería más que la libertad.
— No creí que confiaras en mí.
— Soy un gilipollas casi todos los días. — Ella sintió la caliente lamida
de su lengua en el borde de su oreja. Un escalofrío la estremeció. — Contigo...
algo me pasa. — Magnífico. Todavía no era la declaración que ella quería oír
— No confío en mí mismo cuando estoy contigo, — continuó Sam. — Te
necesito demasiado.
Necesitaba… más que necesidad. Había habido también muchos otros
hombres que la necesitaban.
Tenía que haber más.
Ella lo empujó hacia atrás. No era un cara o cruz en el aire, sólo un
empujón que le dio algunos preciosos centímetros.
— Soy una abominación. — Ella había sido llamada así antes. Escuchó
a Rogziel decirlo cuando no se había dado cuenta de que estaba cerca.
Pero ahora, sabía que Rogziel había tenido razón. Los poderes de una
súcubo y un ángel, todo dentro de su punto de ebullición.
— Sólo los ángeles del castigo pueden controlar a los sabuesos del
infierno. —Incluso ella lo sabía. — No soy un ángel. — Nunca lo sería. Las
alas y la dulce promesa del cielo no le habían sido ofrecidas.
Sus dedos estaban todavía bajo su barbilla.
— ¿Sabes cómo se hicieron los primeros demonios?
Ella sabía la leyenda.
— A partir de los Caídos. — De los primeros ángeles que habían pecado
y habían sido expulsados del cielo. — Ellos se aparearon con los humanos y
sus descendientes fueron maldecidos.
Él se rió de eso.
— Apuesto a que has oído de Rogziel contarlo, ¿no? — Sí. — Todo está
en cómo se mire, —murmuró. — Tal vez no fueron maldecidos, tal vez fueron
bendecidos... dándoles poderes que ningún mortal había tenido nunca antes.
Ahora era su turno para dar una risa áspera.
— Esa bendición mató a muchos de ellos.
— Y de estos se hicieron algunos reyes y reinas. Se les dio el poder y la
libre voluntad de usarlo como mejor les pareciera. — Él cerró la distancia
entre ellos de nuevo.
— ¿Me estás diciendo que estoy bendecida? — Más sirenas. Quería
salir de allí. Ese pequeño callejón la hacía sentir claustrofóbica. — No me lo
creo. — Se empujó lejos de él y se dirigió hacia la oscuridad que la esperaba.
— Estoy diciendo que eres mucho más fuerte de lo que pensabas, de lo
que Rogziel probablemente se diera cuenta. Pero ahora que sabe exactamente
de lo que eres capaz, va a acercarse a ti después, con todo de todo lo que tiene
a su disposición.
Ella lo sabía. Había apartado al sabueso del infierno de Rogziel. El
ángel lo habría visto como el último insulto.
— Puedes esperar a que venga... — Los pies de Sam palmoteaban en la
pasarela de piedra — O puedes cazarlo conmigo, y podemos patearle el culo.
Ese había sido el plan original. La oscuridad se espesaba a medida que
avanzaba por el callejón. Más barras la esperaban. Más risas de borracho. Más
sexo en la brisa que cosquilleaba en su cara.
— Cuando decidas que me he vuelto en tu contra de nuevo... ¿entonces
qué? — preguntó Seline porque no lo iba simplemente a olvidar. Había cosas
que nunca podría olvidar. — Vi tus ojos en ese camión. Estabas listo para
matarme.
— Si hubiera estado listo para matarte, estarías muerta. — Plano.
Brutal. Verdadero.
Otro club la atrajo. Se deslizó en el interior, dejándolo a él en las
sombras. Sólo necesitaba un poco de espacio. Seline fue al bar. Hizo un gesto
con la mano para tomar una copa. No le importaba lo que el camarero le diese.
Sólo necesitaba algo para llegar al borde de ese momento.
El chico de la derecha inmediatamente se deslizó más cerca. El hombre
de la izquierda se inclinó contra ella. Seline se miró en el espejo y apenas
reconoció a la mujer que le devolvió la mirada. Labios rojos como la sangre.
Ojos de pesados párpados. La piel de un tono del que ningún ser humano
debería ser.
Su parte superior se había desgarrado en la lucha, y sus pechos
empujaban contra la tela. No es de extrañar que los hombres estuvieran
acercándosele.
Creada por el pecado.
El chico de la derecha, un chico de fraternidad americana que se había
metido en el bar equivocado, le pasó los dedos por su brazo.
— Hola, sexy señorita 6, ¿dónde has estado toda mi...?
La imagen de Sam apareció detrás de ella en el espejo. Él agarró los
dedos del chico y los apretó.
— ¿Quieres que te los rompa? — le preguntó, con voz suave, pero ella
captó la furia llameando en sus ojos.
— ¡Mierda! Mierda, hombre, ¡no! ¡Ay!
— Entonces no la toques otra vez. — Sam empujó al muchacho a la
universidad. Miró al otro hombre. — Lárgate de aquí.
Ambos hombres lucharon por la salida. Seline tomó su vaso y se lo
bebió de un trago. Se quemó la garganta, y quería más.
— No puedes estar fuera ahora, Seline. — Sam colocó su cuerpo
demasiado cerca del de ella.

6
La frase en el original en español
Hizo un gesto para otro trago. Hija de un demonio. Hija de un ángel.
Hecha por el pecado. Se quedó mirando su imagen.
— ¿Y por qué no?
— Debido a que tus poderes están demasiado altos. — Él juró, luego
volvió la cabeza hacia la derecha. — Lárguense, joder, ella está conmigo. —
Otros dos hombres se alejaron. Su mano en un puño en la barra. — Estás
tirando de ellos, y ni siquiera te das cuenta.
No, ella se daba cuenta. No había nada que pudiera hacer para detener el
tirón.
— Me he acostado con tres hombres en mi vida. — Su confesión
parecía demasiado fuerte, incluso en el ruidoso bar. — Esto no es lo que yo
quería ser. — Pero tal vez nunca había sido una opción. Seducir. Matar.
¿Había estado en lo cierto Rogziel acerca de ella? Si pudiera verla
ahora...
Él se reiría, entonces la mataría.

La larga y retorcida casa en el bosque había servido para muchos


propósitos a través de los años. Almacenamiento de armas. Escondite. Retiro
de amantes.
Esta noche, era una prisión.
Rogziel miró al Caído que estaba arrodillaba en medio del hechizo de
retención. Él había aprendido con los años que incluso las brujas podían tener
su utilidad, y ciertamente se había asegurado de utilizar al brujo Mateo tanto
como pudo.
Algunos hechizos podían obligar a cualquier ser, incluso a los Caídos.
No para siempre, por supuesto. Pero él no necesitaba hacerlo para siempre.
Sólo necesitaba unas horas.
— ¿Listo para hablar, Tomas?
La oscura cabeza de Tomas se levantó. Él sonrió.
— Vete a la mierda, Ziel. No respondo ante ti.
Un gruñido retumbó desde las sombras detrás de Rogziel. Esta vez, él se
aseguró de llamar al sabueso que le pertenecía. Usar al sabueso de Erina había
parecido una venganza adecuada antes. Pero, obviamente, el plan había sido
un error.
No lo haría más.
— No estoy aquí para matarte.
Sus palabras hicieron parpadear a Tomas. Sangre seca cubría la parte
derecha de la cara del Caído.
— ¿No? Acabas de darme caza, enviaste ese sabueso a por mí, y casi
dejas que me arranque la cara... Pero no estás pensando en matarme. Por
supuesto que no. ¡Qué estúpido por mi parte pensar que era el objetivo final!
Poco a poco, Rogziel acechó por el círculo de contención.
— Sé por qué caíste.
Tomás se puso en pie y el dolor brilló en su rostro. Esos huesos rotos no
habían sanado todavía.
— Bésame el culo. No vas a juzgarme. Guárdalo para los humanos...
— ¿Qué tal si lo guardo para tu humana?
El corazón de Rogziel se aceleró un poco más cuando vio el flash de
miedo en el rostro de Tomas. Éxito. Rogziel ladeó la cabeza mientras
estudiaba al Caído.
— Ella fue la causa de tu caída. Te tentó, tú sucumbiste. Si alguien
necesita un castigo, entonces debería ser ella la que pague.
— ¡Deja a Sierra en paz! Mantente bien lejos de ella. — Tomas se
abalanzó hacia adelante y se estrelló contra el costado de la pared invisible
que lo sostenía. Se rompió la nariz y salpicó sangre.
Tanta sangre. No oscura. Roja brillante. Rogziel sonrió.
— La deseabas, caíste por joderla. Pero... ella no está contigo ahora.
Las manos de Tomas se apretaron en puños.
— ¿Qué quieres?
Rogziel frunció el ceño y se acercó.
— ¿Por qué lo haces? — Realmente quería saberlo. — Ardes por ella,
¿pero la dejaste ir? O tal vez... quizá no te quiso. — Eso sí que sería un buen
giro. — Una vez que se enteró de lo que eras, ¿se fue lejos? — Los humanos
estaban siempre tan asustados de las cosas que no entendían, y no entendían la
mayoría de las cosas.
— ¿Qué quieres?
— Tan emotivo. — Rogziel sacudió la cabeza. — Pero eso es lo que
sucede cuando se cae. Se siente demasiado.
— ¿Y crees que tú no sientes? — disparó Tomas de vuelta, pero tuvo
cuidado de no acercarse demasiado al polvo blanco que formaba un círculo
alrededor de sus pies. — Puedo ver en tu cara que te gusta lastimar a la gente.
Estás enfermo. Tienes la cabeza jodida.
Su corazón estaba latiendo demasiado duro.
— Sirvo. Hago mi trabajo. Castigo. — Sus labios se torcieron con
disgusto. — Tengo mis alas. Ellos no me las quemaron porque desobedecí.
— No siempre se trata de desobedecer, — murmuró Tomas, y luego
sonrió. A Rogziel no le gustaba esa sonrisa sangrienta. Tan cerca de la muerte,
Tomas no debería estar sonriendo.
Debería rogar.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado... — preguntó Tomas, levantando una
ceja, — desde que estuviste arriba?
Los ojos de Rogziel se estrecharon.
— Viajo entre el cielo y la tierra. Entre la tierra y el infierno. Tengo el
poder para...
— Sí, sí, — le cortó Tomas, rodando los ojos. — He escuchado la
perorata antes. — Tomas iba a morir. Pronto. Una vez que ya no fuera útil. —
Apuesto a que no puedes recordar la última vez que estuviste arriba, ¿puedes?
— presionó Tomas. — ¿Sabes por qué? Porque tienes la cabeza jodida. ¿Crees
que los humanos son los únicos que van mal? Los ángeles también lo hacen.
Me enteré de los Caídos que han muerto. Sé que fuiste tú. Y sé que te gustó
darles muerte.
El retumbar de su corazón llenó sus oídos. Rogziel se dio cuenta de que
el sudor corría lentamente por su espalda.
— Tengo mis alas. Estoy favorecido.
— Como el infierno lo estás. Trata de ir arriba. — Ahora Tomás se echó
a reír. — Apuesto a que vas a descubrir que han cambiado las cerraduras por
ti. Ellos no favorecen a nadie, y cuando Sammael se apodere de ti... estarás
quemándote.
Por un instante, la visión de Rogziel se puso roja. Su cuerpo temblaba
por el esfuerzo de contenerse. Quería abalanzarse hacia delante y rasgar a
Tomas en piezas.
¿Se atrevió a juzgarme? Durante siglos había castigado a los malvados.
Había visto lo peor que la humanidad tenía que ofrecer. Había castigado.
Y continuaría castigando. No necesitaría nunca más asignaciones. Podía
oler a los malvados. Ver el pecado.
Se apartó de Tomas.
— Le daré tus saludos a Sierra. — Cuando la deje sentir la ira que es su
castigo.
— ¡No!
Así de rápido, la arrogancia y la ira habían desaparecido de la voz de
Tomas. Pero Rogziel no miró hacia atrás. Tomas necesitaba una lección.
Cambiaron las cerraduras...
Una lección de sangre.
— ¡Déjala en paz! ¡Maldita sea, détente, Rogziel!
Pero Rogziel había planeado este momento. Abrió la puerta de la
habitación y encontró la conexión de presa esperando. Sus manos estaban
atadas a la silla detrás de ella. Una venda le cubría los ojos. La cinta adhesiva
sofocaba sus gritos.
Había estado trabajando en un sitio en México. Una arqueóloga,
escarbando en el pasado.
No es de extrañar que Tomas hubiera estado en el área. Algunos
pecados siempre atraen.
Cortó a través de las ataduras en sus muñecas, sabía que la hoja cortó la
carne cuando se filtraron lágrimas a sus ojos. La arrastró hacia arriba, sin
importarle que inmediatamente se echara hacia atrás la venda.
¿Qué importaba si veía su cara? No escaparía con vida.
La arrastró a la habitación con Tomas. Tomas... seguía gritando. Pero
cuando vio a Sierra, se congeló y sus gritos murieron en sus labios.
— Ahora, creo que puedes entender mejor tu situación, — dijo Rogziel.
Sus humanos le habían traído Sierra. Siempre tan dispuestos a agradar. Se
aseguraría de que fuesen recompensados algún día.
Al final, todo el mundo siempre tenía la recompensa que merecía.
Rogziel arrancó la cinta adhesiva de la boca del la humana.
— ¿Le reconoces? — le preguntó.
Sierra miró a Tomas. Frunció el ceño y sus labios temblaron. Luego,
lentamente, casi con tristeza, negó con la cabeza.
Rogziel rió profundamente, la risa bramando le sacudió el pecho.
— Caíste... cambiaste tus poderes... ¿y ella ni siquiera sabe quién eres?
— ¡Deja que se vaya!
Sierra temblaba en sus manos. Su cabello rojo rozó los dedos de
Rogziel.
— La voy a castigar. Hizo que un ángel cayera.
— ¡Estás loco, amigo! — Sierra se retorció contra él, pero Rogziel no
estaba dispuesto a dejarla ir. — ¡Loco! ¡No puedes hacer esto! Yo soy...
— ¿Qué quieres? — preguntó Tomás, la voz apagada y los ojos fijos en
Sierra.
Era la pregunta que Tomás había pedido dos veces antes, pero esta vez,
Rogziel sabía lo que Tomás estaba diciendo en realidad: Voy a hacer lo que
quieras.
— Quiero a Sammael. — Él era el problema. Era el que se merecía el
infierno. Sammael había destruido a Seline. Había ostentado sus
transgresiones durante siglos. Sammael era el que iba a ser castigado. Primero.
— Él cree que son... amigos, — le dijo Rogziel. El tonto de Sammael. — Vino
a salvarte.
La cabeza de Tomas se movió en un movimiento brusco que decía que
estaba de acuerdo.
— Ahora vas a asegurarte de que lo mate. — Corrió sus dedos por la
garganta de Sierra. — O vas a ver mientras la lastimo. Ojo por ojo...
— ¡Quítale las manos de encima!
— Dame a Sammael, y podrás tener a tu humana.
Sierra lo miró con los ojos muy abiertos.
— ¡Tienes a la mujer equivocada! Deja que me vaya, ¿de acuerdo? Por
favor, déjame...
Más risas brotaron de Rogziel. Tomas estaba dispuesto a cambiar su
vida por una mujer que ni siquiera lo conocíaía. No tenía precio.
— Caíste para nada, — dijo a Tomas, y el disgusto espesó sus palabras.
— ¿El cielo, por esto?
— No, —dijo Tomás con certeza. — Caí por todo. —Sus ojos ardían en
Rogziel. — Sácame de esta prisión, y te daré a Sammael. Lo juro.

Si otro hombre miraba a Seline como si fuera una especie de postre,


Sam iba a entrar en erupción. Se apretó más cerca de Seline.
— Tenemos que salir de aquí. — Olía como un afrodisíaco. Sedosa
mujer. Calor sensual. No era de extrañar que los chicos estuvieran echando
espuma por la boca. Agarró su muñeca. — Corrección, vamos a salir de aquí,
ahora. — Volvió sus ojos de alcoba en él. Sexy, pero... triste. Debido a que su
mirada se veía un poco perdida. La energía que bombeaba a través de ella era
obvia, pero Seline parecía asustada. Él envolvió su brazo alrededor de su
cintura. — Voy a cuidar de tí.
Una risa triste escapó de sus labios.
— Casi me matas.
La mujer no iba a dejar que lo olvidase. Hizo un gesto con la mano y
empujó a los otros hacia atrás, abriendo el camino a la puerta.
— Maldición, yo no te casi maté. Tuve que sacar al sabueso de mi
cuello. — Literalmente. — Detener el camión tan fuerte era mi única opción.
— Pero dijiste...
Había dicho un montón de cosas estúpidas. No siempre sabía qué decir
o qué hacer con ella.
— Pensé que me habías mentido. Que jugabas conmigo desde el
principio. — Así que se había vuelto un poco loco. Pero nunca la había tocado
y pensado en la muerte. Con Seline, siempre se trataba de la vida. Lo hacía
sentir más vivo de lo que nada ni nadie podría. La llevó afuera. Tres
motocicletas estaban esperando junto la acera. Tan premuroso por parte de
algunas personas. Saltó sobre la más nueva, la tenía caliente en tres segundos,
y le dijo a Seline: — Sube.
Tenían un encuentro al amanecer. Él se había cansado de correr. El
juego había cambiando, pero primero...
Primero necesitaba a Seline.
El lugar de Pedro era una posada, como otras, en las afueras de la
ciudad. No era para los humanos. Ellos rara vez vagaban tan lejos de la ruta
marcada. Pero, con los años, el lugar de Pedro había sido una casa segura para
las clases de paranormales. Desde que Pedro se había largado de la ciudad
hace unas semanas, Sam sabía que el lugar sería perfecto para moverse.
No hablaron mientras conducían por la ciudad. Sam era demasiado
consciente del cuerpo de Seline presionando contra el suyo. Su olor lo rodeaba
con cada aliento que tomaba y Sam juraría que ella lo sabía.
La antigua posada apareció a la vista muy pronto. Frenó y se aseguró de
ocultar la moto debajo de unos arbustos.
— ¿Es este un lugar seguro? — La voz de Selene era como una caricia
directa a su ingle. Quería hablarle de nuevo, tirarla hacia atrás. Pero ahora
sabía que ella no podía. Demasiada potencia, quemándola desde adentro hacia
afuera.
— Es lo suficiente seguro. — El edificio de dos pisos estaba oscuro, y
Sam no sintió ninguna otra presencia allí.
Todavía no. Keenan y su vampira llegarían pronto. Faltaba alrededor de
una hora hasta el amanecer.
Le cogió la mano, pero esta vez, entrelazó sus dedos con los de ella.
Sam sintió su vacilación. — Confía en mí, — le dijo, y realmente quería que
hiciera precisamente eso.
Ella lo miró fijamente con una mirada que poco a poco iba rompiendo
un corazón que no se había siquiera dado cuenta de que tenía, no hasta que la
había conocido.
Sam la llevó al interior y subieron las escaleras. Se preguntó si Seline
incluso notó las armas antiguas que se alineaban en las paredes... Armas que
podrían ser útiles más adelante. Pedro había sido un coleccionista de todo tipo.
No mencionó las armas. En ese momento, sólo quería centrarse en ella.
El dormitorio de derecha tenía una cama situada en el interior. Las sábanas
parecían limpias. No era perfecto. No era lo suficientemente bueno para ella,
pero tendría que valer.
Seline quemaba, tan caliente, tenía que ayudarla.
Le quitó la ropa lentamente, rozando sus dedos por su cuerpo. Pechos
perfectos. Tan lleno y dulces, con oscuros pezones rosados. Su estómago
curvado suavemente, sus piernas se extendían eternamente, y la suave carne
entre sus muslos le hizo arder.
Alargó la mano hacia él, pero le agarró las manos.
— No esta vez. — Esta vez, tenía que mostrarle algo diferente.
Las cejas de Seline se fruncieron.
— Pensé...
—Puedo hacer más que tomar. — Ella era más que una adicción. No
entendía lo que estaba pasando entre ellos todavía, no del todo, pero era más y
él se lo probaría.
La alzó sobre la cama y la extendió completamente en el colchón. Sus
piernas se movieron un poco, exponiendo más de su sexo, y él se sentía como
si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago.
Control.
Él lo tendría, por ella.
Su boca se apretó contra la suya. El más ligero de los besos, entonces...
más profundo porque tenía que probar más. Sus manos ahuecaron sus pechos,
sus pulgares como plumas sobre sus pezones. Ella lo vería esta vez, él no era
como los otros que había conocido.
Esta vez, todo sería para ella.
Colocó sus caderas entre sus piernas y comenzó a besar un camino por
su cuello. Con cada toque de su boca, con cada lamida de su lengua contra su
piel, él quería más.
Pero no lo tomaría.
El único sonido era la respiración de ella, la suya, que salía muy rápido.
Sintió el trueno de su corazón bajo sus manos.
Cuando Sam tomó su pecho dentro de su boca, ella gimió y sus manos
se enterraron en su pelo. Lo atrajo más cerca. La dejó sentir el fuego de sus
dientes en su carne.
Chupó.
Lamió.
Quiso.
No tomó.
Sam le besó el fondo de su estómago. Ella estaba temblando.
Susurrando su nombre. Su poder crepitaba en el aire y se frotó justo sobre su
piel.
Seline podría no darse cuenta, pero estaba dando también. Dando toda
esa energía poderosa derecha de nuevo a él.
Abrió más sus piernas y le acarició el sexo. Deslizó un dedo dentro de
ella, estirándola ligeramente. Luego otro dedo. Los empujó dentro de ella,
hasta los nudillos en su profundidad, y sus caderas se arquearon de la cama.
— ¡Sam! — No necesitaba. Demandaba.
Su pulgar empujó contra su clítoris, y metió sus dedos completamente
dentro de ella. Una vez más. Una vez más. Sus caderas se levantaron, tratando
de hacer que se moviese más rápido. Más duro.
— Ven... a mi interior... — susurró ella, y su voz era pura tentación. —
Te necesito.
Él la necesitaba. Todo su cuerpo se estremeció.
Sam retiró sus dedos, pero sólo para poder bloquear sus manos
alrededor de sus caderas y mantenerla exactamente donde la quería.
Él inclinó sus caderas y puso su boca sobre en ella.
El sabor de Seline... caliente y dulce... más, necesitaba más...
Llegó casi al instante. Una explosión fuerte que la tuvo jadeando y
arqueándose debajo de él.
Él no la dejó apartarse. Siguió lamiendo, besándola, metió la lengua
dentro de su cuerpo, porque quería más de ese dulce sabor.
Seline culminó una segunda vez. La energía lo golpeó, una ráfaga fuerte
de euforia que sabía que procedía de ella.
Pero no se detuvo. Amaba su gusto demasiado. Amaba sentir su placer.
Ella tenía los dedos en su pelo de nuevo. Sus piernas temblaban a su
alrededor.
Su polla empujó con fuerza contra la parte delantera de sus pantalones
vaqueros. Podía sentir la cremallera empujando contra su carne.
Pero no se detendría. Todavía no. No hasta que le hubiera dado todo el
placer que ella podía manejar.
Esta vez... para ella.
Su piel estaba húmeda y caliente. Sus dedos se deslizaron fácilmente en
ella, incluso cuando se inclinó para presionar su boca contra su clítoris. Su
cuerpo empezó a tensarse de nuevo. Sabía que estaba cerca de encontrar su
liberación una vez más.
— ¡No! — gritó sofocada Seline.
Se quedó inmóvil, luego, poco a poco, Sam se apartó y la miró.
— Contigo esta vez. — Ella se pasó la lengua por los labios. — Con...
tigo.
Él había querido sólo su placer.
Sam deslizó su mano derecha sobre el centro apretado de su necesidad,
y Seline se vino. Esta vez, gritó su nombre.

* * *
Su cuerpo estaba débil y tan saciado que Seline realmente no quería
moverse durante al menos una semana.
Los latidos de su corazón detuvieron lentamente su carrera frenética. La
cama chirrió cuando Sam la atrajo hacia sí. Sam.
Ella se volvió y lo miró fijamente. Los tenues rayos de luz empezaban a
derramarse a través de las persianas, pero la mayoría de la habitación estaba
todavía envuelta en tinieblas.
— Tú no... Tú no eres una adicción. — No había duda de la ronquera de
lujuria en su voz. — Tú eres... mía.
Ella no sabía qué decir.
Entonces se dio cuenta de lo que él había hecho. Sexo con una súcubo.
Pero sin placer para él. Sólo para ella.
Parpadeó rápidamente, temiendo hacer algo débil y humano como
llorar.
— Sam, te necesito.
Ella sintió el peso de su mirada.
— Tú no eres una abominación, — le dijo él, y ella oyó el eco de la ira
en sus palabras.
Menos mal que era de noche. No estaba segura de que quisiera que él la
viera ahora.
— No me importa quiénes eran tus padres... O qué eran, — dijo Sam.
A ella le importaba.
— Mi padre tomó mucho de mi madre. La drenó. — La mató.
— ¿Luego Rogziel lo mató?
— El castigo, — susurró, y su mano se presionó sobre el corazón de
Sam.
Él juró.
— ¿Cuánto tiempo ha estado jugando Rogziel a Dios?
Ella parpadeó.
— ¿Q-qué?
Él le tomó las manos. Más luz se filtraba por las persianas. El amanecer.
— No sabes mucho acerca de tu lado demoníaco, ¿verdad?
No. Ni de su lado demoníaco ni de su sangre de ángel.
— Una súcubo y un íncubo sólo pueden tener un hijo con una verdadera
consorte. Si pudieran tener hijos con cualquiera, ¿no crees que el mundo
estaría explotando con íncubos y súcubos justo ahora?
Sí. Podría, pero no había muchos de su especie.
— ¿Estás diciendo que nosotros tenemos... consorte? — ¿Como los
lobos cambiantes? ¿Como... para siempre?
— Estoy diciendo que sólo puedes tener hijos con la persona que elijas
como compañero de vida. Eso es para siempre. Esa es la unión. — Él exhaló.
— Y un consorte no tendría poder suficiente como para matar. Sin duda, un
íncubo podría drenar a otros, pero es realmente improbable, joder, imposible,
que hubiera drenado a la mujer que amaba.
Su cabeza empezó a palpitar. Un motor rugió fuera.
— ¿Qué me estás diciendo?
— Estoy diciendo que creo que Rogziel te alimentó con mierda. Tu
padre no mató a tu madre.
Se levantó de la cama y se vistió con manos que eran demasiado firmes.
Deberían estar temblando. Ella debería estar temblando.
— Entonces, ¿quién lo hizo? — Toda su vida, ella había pensado que su
padre había drenado a su madre.
— Cuando lleguemos a Rogziel, vamos a averiguarlo.
No, no, esto no era posible.
— Te equivocas. Mi padre la mató. Perdió el control y la drenó...
— Los consortes comparten su poder. No lo toman.
Seline parpadeó. Ella había compartido el poder con Sam. El miedo
apretó su vientre.
¿Significaba eso que él era suyo?
Pasos golpearon abajo. Sam estaba de pie ahora y en frente de ella. Él la
miró a los ojos.
— Pase lo que pase, recuerda... No me importa la mierda que te dijo
Rogziel, no eres una abominación. No eres mala. — Entrecerró los ojos. —
Pero, cariño, eres malditamente mía.
Ella tenía mucho miedo de que él pudiera ser suyo.
¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cuándo empecé volverme tan adicta a él?
¿Había estado tratando de unirlos desde el principio?
Había muchas cosas que no sabía. No, mucho de lo que no había sido
informada por Rogziel.
— Sam...
Pero él se puso rígido y su cabeza se sacudió hacia la puerta. Ella vio la
leve llamarada de sus fosas nasales.
— Ese no es Keenan y su vampira. — La cólera se apodero de su voz.
— ¿Sam?
Se lanzó hacia adelante. Seline corrió detrás de él.
Y desde lo alto de las escaleras, Seline vio quien los esperaba justo en la
puerta de la posada. Esperando con una sombría sonrisa curvando sus labios.
Az.
Traducido por Kaia
Corregido por Yomiko

—H ola, hermano — llamó Az, alzando las cejas. — Supuse

que te encontraría aquí.


Sam empujó la rabia y subió lentamente por las escaleras. Era
demasiado consciente de Seline detrás de él.
— Mi memoria se hace más fuerte cada día. — dijo Az, y Sam vio la
dureza de su mirada. — Me acordé de lo mucho que te gustaba esconderte
aquí. Ocultarte y cazar.
Sam llegó al pie de las escaleras. Atacar. Su control era tan estrecho.
— ¿Disfrutando de tu nueva vida? Ciertamente, espero que lo hayas
hecho… porque va a terminar pronto.
Seline no dijo nada, pero Sam oyó el suave susurro de sus pasos
mientras ella se deslizaba por la escalera.
La mirada de Az se desvió hacia ella.
— Vine por ti.
El tipo quería morir. Despacio. Dolorosamente.
Entonces Az levantó la mano y le dijo a Seline:
— Puedo ofrecerte seguridad.
Sam atacó. En un instante, él estaba al otro lado de la habitación. Su
puño se estrelló contra la perfecta cara de Az.
— Y yo puedo ofrecerte patearte el culo.
Az se tambaleó hacia atrás, pero no cayó. Su barbilla levantada.
— No puedes matarme. Me acuerdo de esa parte. El toque no funciona
en los ángeles, incluso los Caídos.
— Eso es correcto... — gruñó Sam, con los puños listos para atacar. —
Es por lo que tuviste que trabajar muy duro para tratar de matarme hace unos
meses.
Las cejas de Az bajaron.
— Oh, ¿qué? ¿No recuerdas esa parte? — Otro movimiento rápido de
su puño. Maldita sea, pero se sintió bien cuando Az retrocedió. Debilidad. —
Te asociaste con un cambiaformas coyote para poder matarme a mí y a
Keenan. Supongo que ser Caído era demasiado pecado para nosotros.
Az negó con la cabeza. La sangre goteaba de su labio.

— Rogziel… dijo… Los Caídos deben arder.


Por supuesto. Puto Rogziel.
— ¿Y estás listo y dispuesto a servirle a tu propio hermano a él?
Sam no vio venir el golpe, no hasta que fue demasiado tarde. Y Az no
dejaba de tirarle puñetazos. Sam saboreó la sangre en su boca, estaba bastante
seguro de que su hermano le había roto la nariz.
Menos mal que era un sanador rápido.
— ¡Has matado! — gritó Az, su rostro se ensombreció por la furia. Ah,
sí, la furia. Ahora que había caído, Az estaba sintiendo. Si no tenía cuidado,
esos sentimientos podrían romperle en pedazos.
Sam se aseguraría de que su hermano no tuviese cuidado.
Rompiéndolo.
— Tenías tus órdenes… se suponía que sólo debías tomar las almas
programadas para la muerte. — Una vez más, la mirada de Az se lanzó a
Seline. — ¿Sabes a cuántos mató? — La pregunta fue despedida hacia ella.
Sam no miró a Seline.
— Se merecían morir.
— ¿Quién te va a juzgar? Era la guerra, estaban luchando. No recibimos
el lujo de agujerear costados. Seguimos…
Agarró a Az y lo levantó en el aire.
— Tú no estabas allí. No los viste violando a las mujeres y matando a
los niños. No los viste sólo limpiarse la sangre fuera, como si eso tomase la
mancha de sus manos. Una y otra maldita vez… Y yo tuve que verlo.
Az no luchó.
— ¿Crees que eres el único que ha visto sufrir a inocentes? No
castigábamos...
— No, pinchar y retorcer como Rogziel, se supone que haga eso,
¿verdad? — A la mierda eso. — Esos hombres merecían morir.
— No hiciste sus muertes fáciles. — Más censura. ¿Qué más había de
nuevo?
— ¿Por qué habría de hacerlo? Ellos hicieron a sus víctimas sufrir, por
lo que los hice sufrir. — Bastante justo.
Los pasos de Seline resonaron a través del suelo.
— Y después de que caíste, no aprendiste a controlarte a ti mismo,
¿verdad? — Az lo estaba empujando, obviamente decidido a que Seline se
enterase de todos los pecados de Sam.
Su hermano no entendía. Había demasiados pecados para que ella
aprendiera alguna vez todos.
— No, no me detuve. Busqué a los que necesitaban castigo, y me
aseguré de que lo tuvieran.
No siempre con la muerte. A veces él había dejado a su presa viva, pero
con las cicatrices para recordarlo.
— Tú ves… — Az empujó contra él y aterrizó ágilmente sobre sus pies.
— Él no es realmente diferente a Rogziel. Loco de poder. Decidido a llevar su
marca de justicia. — Su mirada rastrilló a Seline. Se quedó a sólo un pie de
distancia ahora con su cuerpo tenso. — Te está utilizando. Vio lo que puedes
hacer con el perro, y él quiere...
El edificio temblaba a su alrededor.
— Az… — No podía usar su magia para matar a su hermano. Los
poderes habían sido realmente específicos acerca de las reglas de
enfrentamiento entre ángeles. El toque de la muerte no iba a funcionar… Sólo
funcionaba en los seres humanos y la mayoría de los Otros. Y ningún arma
mortal podía matar a un ángel. Esas armas no eran lo suficientemente fuertes.
Podía patear el culo de Az con facilidad, pero Az sanaría de cualquier
cosa.
Casi.
— Él no me puede matar, — dijo Az, y Sam vio la sombra de las alas
perdidas de su hermano pasar detrás de él. — Él no puede matar a Rogziel.
Pero tú… — Él le sonrió, y la vista enfureció a Sam. — Puedes matar a
cualquier Ángel o Caído que desees. Todo lo que tienes que hacer es llamar a
tu sabueso.
Las piezas del rompecabezas encajaron para Sam.
— Conocías a su madre, ¿no? — Hijo de puta. — Tú hiciste la conexión
en Nueva Orleáns. — Por eso Az estaba desesperado por conseguir a Seline.
Había encontrado un arma para usar.
— Ella se parece mucho a Erina — dijo Az, ladeando la cabeza para
estudiarla. — Los mismos pómulos, la misma nariz... mismos ojos.
Al diablo con su hermano. Sam envolvió sus dedos alrededor de la
garganta de Az.
— No la vas a usar.
— ¿Pero tú lo harás? — preguntó Az, la voz cerrándose. — Deja de
mentirle, hermano. No la habrías traído si no creyeses que podías usarla.
¿Qué? ¿Piensas que ella nos golpeara a mí y a Rogziel por ti? Tu arma
perfecta… lo que es una buena ventaja para alguien que le gusta pecar tanto
como tú lo haces... ella es una súcubo.
Sam lanzó su hermano a través de la ventana más cercana. Vidrio roto y
Az golpeó el suelo fuera con un gemido. Sam llevó la mirada por la
habitación, a ella.
— Sam… — La voz tranquila de Seline. — Está mintiendo, ¿no es así?
— Los ángeles son buenos para torcer la verdad. — Él forzó su mirada
lejos de ella, una vez más, su mirada barrió la zona. Había una razón por la
que había elegido esta casa de seguridad. Pedro tenía una colección bastante
interesante de artefactos en las paredes. Armas. Antiguas, nuevas y mortales.
Porque, a veces, los que buscan un refugio seguro necesitaban una manera de
protegerse.
Sam agarró la lanza que descansaba sobre la repisa de la chimenea. Una
lanza de madera, de construcción sencilla, que había viajado todo el camino
desde África.
Pero la punta de la lanza, tan afilada, en una curva mortal, más afilada
de lo que cualquier cuchillo pudiera ser, esa no era tan simple. La punta curva
era una garra de dragón finamente pulida, una garra que había sido tomada de
un Cambiador dragón justo antes del momento de su muerte.
Ningún arma mortal.
Seline le agarró del brazo.
— ¿Qué estás...?
— No tienes que matar a mis enemigos, — dijo, sonriendo torvamente.
Todo el lugar en esa habitación era un arma perfecta. Pedro había sacado fuera
más de unos pocos enemigos “inmortales” a lo largo de los años. — Puedo
hacer el trabajo yo mismo.
Luego voló a través de la ventana rota.
Pero Az no estuvo solo por más tiempo. Keenan estaba allí, frente a
frente contra su hermano, al igual que Nicole, y a pesar de la salida del sol,
ella no parecía particularmente débil.
No, ella parecía jodidamente furiosa.
La venganza será un demonio.
Él levantó la lanza, y todos ellos cercaron a Az.
Seline se movió después de Sam, con el corazón acelerado. Az conoció
a su madre. Oh, cielos, Az conoció a su madre.
Este era el gran momento de Sam. Venganza. Él había estado esperando
para atacar a su hermano, y ese momento finalmente estaba en las manos de
él. Pero. . .
Mi madre. No podía dejar que Sam matase a Az, todavía no. Había
demasiado que Az podía decirle.
— Sam, ¡para! — gritó, y se lanzó hacia adelante.
Ella no llegó a la puerta. Un hombre apareció ante ella. Alto, moreno,
con ojos azules y una cara que podría haber sido tallada en piedra.
Ella gritó y se sacudió lejos de él. Pero él la agarró de los brazos y
esquivó sus patadas.
Y Sam no la oyó gritar. Estaba demasiado ocupado luchando con Az.
— Lo siento. — dijo el hombre que tenía delante. No, no era un
hombre. Podía ver el contorno de la sombra de las alas. Caído. No es de
extrañar que acabara de aparecer frente a ella. Los ángeles tenían movimientos
rápidos que ella odiaba. — No hago... mi plan no era herirte.
Ella condujo su rodilla en la ingle. ¡No esquivarás eso!
— Es una lástima, porque si no me dejas ir, vas a estar en un mundo de
dolor.
Su agarre no se rompió.
¡Maldita sea! ¿Con qué tipo de Caído estaba tratando? Por favor, no,
un Ángel de la Muerte. Tenía muchos de aquellos con los que lidiar ya.
— El dolor sólo será por un momento. — Olvídate de eso. Dejó que su
poder saliese. Se hinchó, envolviéndolo alrededor de ellos. Ella lo haría rogar,
temblar… Él sacudió la cabeza con tristeza. — Eso no funciona conmigo,
súcubo.
Y ahora ella estaba asustada.
— ¡Sam!
Apretó su mano sobre su boca.
— No vas a morir. — La tristeza brilló en sus ojos. — A pesar de que él
lo hará.
Luego empezó a cantar. Las palabras en latín que ella había oído antes.
— ¡No!
El humo se arremolinó a su alrededor.
Cuando el mundo dejó de girar, Seline se encontraba en otra carretera
desierta. En el medio de la nada enloqueciendo.
El hechizo de vete al demonio.
— ¡Sam!
Pero él no estaba allí, y tampoco el Caído que la acababa de dejar en el
centro de México.

Sam tenía la lanza en la garganta de su hermano.


— ¿Alguna última palabra?
La sangre corría por el cuello de Az.
Sam podía ver la lucha en los ojos de su hermano. Rabia. Miedo.
¿Pesar?
— ¿Cómo se siente? — presionó Keenan. Se puso de pie a su lado. —
Porque tú estás sintiendo ahora, ¿verdad, Az?
Antes de que Az pudiera contestar, Nicole se puso rígida.
— Seline. — Ella miró hacia atrás. Se quedó mirando la casa en
silencio. — Pensé... ella gritó.
Cuando Sam miró por encima del hombro, Az se soltó y saltó lejos.
No, Az no podría escapar esta vez.
— Comprueba la casa. — dijo a Nicole, sin apartar sus ojos de Az.
— No hay necesidad. — vino una voz retumbando desde la izquierda.
Tomas salió de la maleza, sus pasos lentos, su rostro sombrío.
— Tu Seline no está dentro.
Az no se movía. Nicole y Keenan estaban mirando con recelo a Tomas,
y Sam... sus tripas estaban retorciéndose.
— ¿Cómo diablos sabes eso?
— Porque yo soy el que se la llevó. — Encogimiento los hombros. —
No deberías haber confiado en Mateo, ya sabes. Una vez que vio tu muerte,
pensó que era hora de aliarse con alguien más fuerte.
— ¿Tú? — Por el rabillo del ojo, Sam vio a Nicole correr en la casa.
Verificando si Seline todavía estaba allí. No había necesidad de eso. Los
ángeles, aunque Caídos, no podía mentir directamente.
— No. — Tomas torció los labios. — Yo sólo soy el chico de los
recados. Supongo que era mi turno para jugar al mensajero.
La sangre de Sam se enfrió.
— Rogziel te la hizo tomar, ¿no es así?
Un triste y pesaroso cabeceo de Tomas.
— No llegaste lo suficientemente pronto.
Sam podía oler la sangre que todavía recubría a Tomas. No podía ver las
heridas, pero sabía que estaban allí.
— ¿Por qué sigues viviendo? — Una pregunta brutal pero que tenía que
hacerle.
Nicole volvió a aparecer y negó con la cabeza. Seline no estaba.
— Rogziel quería que yo te engañase… para conseguir que vinieras
voluntariamente conmigo.
Sam esperó. Tomas sostuvo su mirada.
— Yo consentí.
— ¿Negociaste tu vida por la mía? — Y pensar, que una vez había
salvado el lamentable culo de Tomas. Un grupo de vampiros habían cercado al
Caído sólo unos días después de que él había tocado la tierra. La sangre de
ángel era a menudo un atractivo para los no muertos… El gusto los hacía
sentir vivos otra vez.
Debí dejarlo morir.
Pero él había estado con el ánimo de patear el culo a los vampiros
entonces.
— Algo así, — murmuró Tomas. Echó un vistazo a Keenan. — Hay que
salir de México, K. Fuera. — Su mandíbula se apretó cuando vio a Nicole. —
Y asegúrate de llevarla contigo.
Tomas no había tenido mucho interés real sobre vampiros desde su
ataque. Pero dijo.
— La última cosa que quiero hacer es dejarla sin protección.
Y Sam entendió. Lo que se dijo… y lo que no. Algunos ángeles ni
siquiera podía torcer la verdad, que bien.
Tomas era un ángel.
— Sabes que Rogziel cruzó la línea, — dijo Sam. Az todavía estaba allí.
No se estaba moviendo. Sólo viendo, esperando. ¿Porque él entendía lo que
era ser cautivo de Rogziel?
¿Porque necesitaba saber dónde estaba el bastardo tanto que podría
destrozarlo primero?
No en dados. Rogziel es mío.
— Sí, lo sé… — Tomas levantó la camisa, y Sam vio las profundas
marcas de garras que le atravesaban el estómago. — Dejó que su mascota
jugase conmigo por un tiempo.
— ¿El sabueso? — exigió Keenan. — ¿El sabueso está de vuelta?
— Él no sólo tiene un sabueso — le dijo Tomas, empujando su camisa
hacia abajo. — Él tiene dos. El segundo bastardo es aún más grande que el
que yo vi en el motel.
Eso no era bueno saberlo. Sam dio un paso hacia Tomas.
— ¿Dónde está Seline?
— ¿Dos sabuesos? — murmuró Az. — ¿Dos?
Matarlo. La lanza se encontraba todavía en la mano de Sam. Sería tan
fácil.
— Si quieres que ella viva, te vienes conmigo ahora.
Los ángeles podrían torcer la verdad…
— Todos vamos a ir — gruñó Keenan, y la sombra de sus alas ardió.
Pero Tomas sacudió la cabeza.
— Lo siento, no es así como funciona.
Luego se lanzó hacia delante y agarró a Sam.
— Cuando se trata de ángeles, siempre has sido demasiado confiado. —
Entonces un canto conocido llenó los oídos de Sam.
Mateo.
Sam no luchó. Podría haberse liberado. Pero si lo hiciese, entonces
Seline podía sufrir. En el instante de tiempo que tuvo, Sam rompió la cabeza
de la lanza y cerró los dedos alrededor de la uña. La madera cayó al suelo.
El rostro de Az se tensó y desvaneció. Keenan gritó su nombre.
Y el mundo se convirtió en un remolino de humo gris oscuro.
— Algo que debes saber, — gritó Sam mientras el viento aullaba en su
oído como demonios gritando.
Tomas gruñó.
— Mateo sabe que no debe vender mi culo. — Cerró la mano en el
pecho de Tomas. — Él es demasiado inteligente para eso.
El viento dejó de aullar. El humo se desvaneció. Sam y Tomas se
estrellaron contra el suelo. Pero en un instante, Sam estaba de vuelta en sus
pies. En sus pies, y con su arma presionada contra la garganta de Tomas. —
Obviamente, — dijo Sam al idiota, — tú no lo eres.
Tomas lo miró a los ojos.
— ¿Cómo demonios hiciste eso?
Él utilizó su mano izquierda para tirar del encanto alrededor de su
cuello... un amuleto que Mateo le había dado.
— Sólo lo llamo carta de libertad para salir de la prisión. Es realmente
útil para romper los hechizos. — Pasó la garra rebanando la garganta de
Tomas. — Tú me llevas a Seline, ahora, o mueres.

Seline miró por el camino largo y sinuoso. El sol se elevaba lentamente


en el cielo, y ella ya estaba cociéndose allí.
No había nadie en ese camino. Ese maldito Caído la había dejado en el
medio de la nada. No había teléfono. Ningún pueblo. Ni ayuda.
Ni Sam.
Y, oh, maldición, ella estaba preocupada por él. ¿Qué pasa si Az lo
mataba? ¿Qué iba a hacer entonces?
Tenía los hombros encorvados mientras inclinaba la cabeza hacia atrás,
y se quedaba mirando sin poder hacer nada hasta que se extendió estirándose
por el espacio del cielo azul.
— Por favor, — susurró, consciente de que su voz estaba tan cargada de
emoción que casi la ahogaba. Az había conocido a su madre. Sam podía estar
muriendo, — ayúdame.
Ella sabía por qué Rogziel había ido detrás de Sam. A pesar de su
fuerza, Sam no podía derrotar a los dos, a Az y Rogziel, y si Rogziel trajo a
sus sabuesos con él, no habría ni siquiera una oportunidad para Sam de
sobrevivir.
Cerró sus ojos fuertemente. Estaba perdida, no tenía ni idea, y Sam...
— Sam es más fuerte de lo que crees. — Una risa suave flotaba en el
aire. — Él es más fuerte que casi cualquier ángel en la tierra o sobre ella.
Poco a poco, Seline abrió los ojos. Una mujer se puso delante de ella.
Pequeña, delicada, con el pelo oscuro muy corto y un rostro delicado, casi de
duende.
La mujer vestía de blanco, un contraste brillante a la piel de color
marrón claro y las alas negras fuertes y poderosas detrás de ella.
A Seline le temblaban las rodillas. Rogziel solía mantener oculta sus
alas, un viejo truco de ángel. Esta mujer… no se molestaba con trucos.
Y tampoco estaba de pie delante de Seline. La mujer flotaba cerca de
treinta centímetros en el aire.
Alas negras… Rogziel tenía alas negras, también. Todos los ángeles del
castigo las tenían. Y, por Sam, sabía que todos los ángeles de la muerte las
tenían, también. Seline tragó su miedo.
— ¿Estás aquí para matarme?
La mujer miró a su alrededor.
— Um, no.
El aroma de las flores era fuerte. Rosas. La mujer olía a rosas.
— Entonces eres un ángel del castigo.
— Um…
Eso realmente no era una respuesta.
La mujer voló más cerca. Esas alas revoloteando detrás de ella.
— Te pareces mucho a Erina.
Seline se lamió los labios.
— Eso me han dicho.
La brillante mirada del ángel estaba rastrillándola.
— Es una lástima que nunca la conocieras.
Su garganta duele cuando lo justifica.
— Sí, lo es.
La mirada del ángel vio demasiado.
— ¿Por qué no me llamaste antes? — preguntó la mujer con suavidad.
— Todos estos años… seguro que te tomó un largo tiempo, Seline.
Ella se estaba perdiendo algo.
— ¿Qué?
El ángel señaló hacia el cielo azul.
— Si hubieras querido ayuda, deberías haber preguntado antes. — Un
suspiro escapó de sus labios. — Tal como está esto, casi esperaste demasiado.
— ¡Me estás tomando el pelo! — Una cólera caliente la atravesó
ardiendo en su vientre. — ¿Me estás diciendo que para parar esta pesadilla,
todo lo que tenía que hacer era pedirlo? — Enloquecedoramente estúpido.
— Pedid y se os dará. — le dijo el ángel con una leve inclinación de
cabeza. — Pediste ayuda y ahora está aquí.
— ¿Aquí para hacer qué?
Los pies del ángel tocaron el suelo. Sus alas acurrucadas detrás de ella,
y una expresión dura y feroz cruzó su rostro.
— Castigar.
— ¿Sí? ¿Quién es exactamente por el que estas aquí para castigar? ¿Yo?
¿Sam? ¿Azrael? ¿O a Rogziel loco por el poder? ¿Sabes lo que ha estado
haciendo?
— Yo no soy la que va a dar a Rogziel su castigo — dijo el ángel con
voz serena y clara.
— ¿Así que no vas a hacer nada? — exigió Seline, con la voz más
cercana a un chillido. — ¿Vas a estar allí y verlo matar ángeles?
Ninguna emoción pasó en el rostro del ángel.
— Rogziel no es el mismo ángel que una vez fue.
— ¡No me digas! Me lo imaginé que era la primera vez que lo vi cortar
y abrir un vampiro con una sonrisa. — ¿Pero cómo te alejas de alguien que
tenía el poder del cielo de su parte? — Pensé que dijiste que me ayudarías.
— Lo haré. — La mirada del ángel la recorrió. — Eres una mujer muy
afortunada, Seline.
No era así desde donde ella estaba. Ambos padres muertos. Criada por
un ángel psicópata. Destinada a vivir de la energía de los demás, al igual que
un vampiro psíquico. No era tan afortunada en eso.
— Puedes controlar un sabueso del infierno. — ¿Había un rastro de
admiración en la voz del ángel? Sí, un sencillo murmullo. — Eso significa
que puedes ser… más.
Seline no estaba segura de que le gustaba el sonido de eso.
— Más, ¿qué?
Esas alas negras extendidas.
— Toda tu vida, nunca te has sentido como si realmente pertenecieras,
¿verdad?
— Trata de ser un demonio mestizo en un mundo de humanos. No
lograrías pertenecer, tampoco. — Una gota de sudor se deslizó por su espalda.
— No tienes que vivir con ellos.
Seline se balanceó sobre sus talones.
— ¿Qué estás diciendo? — ¿No podría el ángel acabar de escupirlo
fuera? — Sólo quiero volver por Sam. Quiero...
— Él no puede matar a Azrael. — Plano, pero susurrando con el timbre
subyacente del poder.
Seline parpadeó.
— Um, bueno, entonces te sugiero que utilices esas alas y me lleves
volando, porque cuando me fui, parecía que estaba cerca de la hora de matar.
— Hermano contra hermano… — Las cejas del ángel se fruncieron. —
Ese camino conduce a la destrucción. Azrael no puede morir por la mano de
Sam.
— Si él lo hace… — Ella tenía que preguntar. — ¿Qué pasa?
— Su sangre está unida. Ellos estaban vinculados desde el principio de
los tiempos. — La cabeza del ángel se inclinó y ella parecía estar mirando a lo
lejos. ¿En el pasado? — Uno no puede vivir sin el otro.
El miedo en el vientre de Seline se torció más difícil.
— ¿Me estás diciendo esto ahora?
— Eran gemelos. Uno luz, uno oscuridad. Ahora ambos se están
convirtiendo en oscuridad. Tiene que haber un equilibrio. — Esos brillantes
ojos se clavaron en Seline. — Hay que darles equilibrio.
El viento comenzó a azotar detrás de Seline. Miró hacia atrás, esperando
ver un encubado coche hacia ella. No había nadie allí.
— Tú buscas la justicia. — le dijo el ángel. — Tú eres el instrumento.
No, no, no. La cabeza de Seline se dio bruscamente la vuelta.
— ¡Pensé que dijiste que me ayudarías!
— Lo haré… — El ángel se levantó en el aire. — Voy a ayudarte a
volver a casa.
Pero ella no tenía un hogar. Nunca lo había hecho.
— ¡Seline!
Saltó al grito de Sam. Se volvió y lo encontró detrás de ella. Él… y el
idiota que la había soltado en medio de la nada.
Pero los ojos de Sam no estaban en ella. Estaban por encima de ella. En
el ángel.
— ¡Delia! ¡Aléjate de ella!
Su rabia voló a través de Seline.
Con miedo ahora, ella miró por encima del hombro. Delia tenía una
espada en sus manos. La larga hoja brillaba.
— Detenlo — dijo Delia a Seline. —O serás enviada detrás de él. El
equilibrio se mantendrá, de una forma u otra.
Luego se levantó más alto en el cielo. Sus alas se extendieron, y
desapareció.
Seline finalmente tomó una respiración profunda.
— ¿Llamaste a un ángel castigador? — Fue el estúpido el que habló.
Sam tenía un férreo control sobre él, y una especie de pequeña hoja, parecía
más una mala garra aguda, estaba en la garganta del chico. — Debes tener un
serio deseo de muerte.
Seline lo ignoro. Miró a Sam.
— Yo estaba… — Preocupada. Asustada.
Sam asintió con la cabeza, y ella sabía que lo entendía. Luego su mirada
se dirigió al Caído.
— Es hora de que mueras, Tomas. — Él movió la mano, colocando el
arma justo contra la yugular de Tomas. — Nos vemos en...
— ¡No! — La cara de Tomas enrojeció. — ¡Él la matara!
— Nadie matará a Seline — bramó Sam.
Seline corrió más cerca de ellos. Quiero llevarte a casa. Sus dedos se
presionaron contra la espalda de Sam, justo sobre sus omóplatos, y ella sintió
la tensión instantánea de su cuerpo.
— ¡No a ella! — La garganta de Tomas estaba sangrando. — Sierra. Mi
Sierra. El bastardo la tiene. Si no te traigo de vuelta, sólo a ti, entonces está
muerta.
Traducido por Nemesis
Corregido por Nyx

A zrael miraba a Keenan y a su vampira desde el otro lado del claro.

La sangre se derramaba de sus heridas mientras Keenan no mostraba ningún


signo visible de debilidad. Qué mala suerte.
— ¿Piensas que vas a terminar lo que mi hermano comenzó? — No
podía creer que su hermano realmente se hubiera esfumado. Abandonó la
batalla… por una mujer.
Sam debería saber muy bien que no le convenía sentir lujuria por una
súcubo. Podían exprimir completamente a cualquier hombre, humano u Otro.
Una súcubo tomaba y tomaba hasta que no quedaba nada, y entonces arrojaba
la cáscara del ser, el cascarón vacío era todo lo que quedaba cuando ella
terminaba.
Azrael se rió, y esperó que el sonido no dejara ver lo débil que se estaba
volviendo.
— El sol está en lo alto. — Expuso lo obvio, pero quizás Keenan no se
había dado cuenta de la verdadera importancia de lo que estaba sucediendo allí
arriba. — Y tu vampira está empezando a verse terriblemente pálida.
El sol no quemaría a un vampiro. Esa era una idea equivocada de los
mortales. El sol simplemente volvía débil a un vampiro. Al nivel humano.
Como Az esperaba, Keenan dio un paso hacia su vampira como si
quisiera escudarla.
Aunque, esta vez, Azrael podía ver, y comprender, la emoción que
brillaba en los ojos de Keenan.
— Tú, realmente, la amas.
Emociones. Nunca las había probado hasta que ardió. Sam… él sabía
que su hermano nunca había sido como los otros ángeles. Los ángeles no
debían caer. Sólo se suponía que debían servir. Pero había visto el destello de
furia en los ojos de Sam demasiadas veces. Sabía que la Caída se avecinaba,
mucho antes de que Sam masacrara a esos hombres.
Fue mi culpa. Debería haberlo detenido.
Inicialmente, la Caída había borrado los recuerdos de Az, pero cada día
recordaba más de su pasado. Cuando pensó en Sam, la culpa le royó el pecho.
— Nunca la lastimarás, — le gritó Keenan.
La sangre de Az manchó el suelo.
— No quiero lastimarla.
Era toda la verdad. No quería hacerlo, ya no. Pero Keenan no olvidaría
lo que Az trató de hacerle a la vampira antes. No habría olvido, ni perdón de
parte de Keenan.
Keenan parpadeó, luego entornó los ojos mientras estudiaba a Az.
Una vez, él y Keenan habían sido… no amigos, pero casi. Habían
estado tan cerca de la amistad como los ángeles pudieran estarlo. Entonces
Azrael había intentado matar a la vampira de Keenan, la pequeña mujer que lo
miraba con tanta ferocidad por encima del hombro de su amante.
Un error.
Sólo que no había comprendido cómo se sentía Keenan, no entonces.
Incluso ahora, no lo comprendía completamente, pero aún así, pudo
reconocer al amor cuando lo vio devolviéndole la mirada.
— Pensaba que regresar al cielo era lo mejor para ti. — Az admitió su
arrogancia.
No había visto esa arrogancia, no cuando había estado en el cielo, pero
había estado allí, justo debajo de la superficie. ¿Cuándo comenzaron las
emociones a atravesar sus barreras? Como un veneno, habían trabajado
debajo de la piel, pero, de nuevo no se había dado cuenta, no hasta que el
fuego le quemó la carne. — Pensaba que sabía cómo salvarte.
— Pensaste mal.
La vampira no hablaba. Podía ver las líneas de tensión en su rostro.
Siendo nueva en el mundo de los no muertos, aún no se habría adaptado muy
bien a su debilidad diurna.
Su debilidad sería la de Keenan.
— Eso hice. — Azrael se alejó. Su batalla no era contra Keenan, ni
contra la vampira.
Sammael. Un verdadero hermano de sangre. Cuando cayó y se levantó
en ese cementerio, lo encontró una bruja. Le atendió sus heridas, lo alimentó y
le dijo que el infierno llamaría a su puerta.
Un hermano moriría.
Él ni siquiera sabía quién era entonces. Ella sí.
— Hola, Muerte. Te vi caer. — Sus manos sostenían fuertemente un
espejo oscurecido.
No había confiado en la bruja, con buenas razones. Ella había sido
quien lo entregó a Rogziel.
Te encontraré de nuevo.
Se aseguraría de que el infierno también llamara a la puerta de ella.
Az dio un paso hacia adelante y encontró su camino bloqueado por
Keenan.
— Tú no vas a ningún lugar.
No quería lastimar a Keenan.
— Tengo un milenio más que tú. No quieres meterte en mi camino. —
Con pérdida de sangre o no, todavía podía vencer a Keenan. No tenía que
jugar más siguiendo las reglas de los ángeles. Podía jugar tan sucio como
quisiera. Se estaba yendo. Incluso si tenía que atravesar a Keenan para
marcharse. — Rogziel está cazando Caídos. —Probablemente tenía a
Sammael ahora mismo. —Voy a detenerlo. — Soy el único que puede matar a
Sammael. Rogziel no conseguiría terminar con la vida de su hermano.
— Dices tanta mierda.
Az parpadeó por la grosería. Keenan realmente había caído bajo.
— ¿Piensas que creo una palabra de lo que dices? Sólo quieres
encontrar a Sammael y atacarlo.
Era un poco más complicado que eso… y no iba a explicarle sus planes
al Caído y a su vampira.
— Lo siento Keenan, pero tengo que irme. — E hizo estallar una llama
con su poder. No hacia Keenan. Una explosión de fuego que arremetió contra
la vampira.
Nicole gritó, y el sonido destrozó a Azrael por dentro. Keenan se lanzó
en su ayuda, saltando frente a ella para protegerla de las llamas.
Despejando el camino de Azrael. Dejó que el fuego los rodeara, pero no
permitió que le tocara la piel a Nicole. Después de todo, no quería lastimar a
la vampira. Ya no.
No es que esperara que Keenan le creyera en eso.
Keenan empujó las llamas con sus poderes, forzándolas a alejarse, y
Azrael sonrió cuando aumentó sus poderes y despareció.

Sam miró a Tomas, con la furia hirviéndole la sangre como ácido.


Un ángel del castigo había estado demasiado cerca de atacar a Seline.
Ella había estado sola, sin protección, y todo debido a este idiota.
— Por favor, — dijo Tomas entre dientes, y Sam supo que el ángel
nunca antes había suplicado. Ni siquiera cuando los vampiros lo sujetaron
contra el suelo y le rasgaron la yugular. — Sierra es humana. Ella ni
siquiera… ni siquiera comprende lo que está sucediendo.
— ¿Y quieres que muera por ella? — ¿A quién diablos se creía Tomas
que estaba hablando?
Tomas lo miró.
— Planeo matar por ella. Esperaba que tú también estuvieras dispuesto
a matar.
Sam vaciló cuando encontró la mirada de Tomas. A pesar de esas
palabras, Sam no confiaba en él.
— Eh… ¿Quién es Sierra? — La voz de Seline era baja detrás de él. Sus
dedos parecían quemarle a través de la camisa.
— Su asignación. — Sam no soltó el arma. — Antes de que cayera,
Tomas era un ángel guardián, y se suponía que debía protegerla.
— Ella es psíquica, — susurró Tomas. — Su destino… Sierra iba a ver
cosas. Cambiar el mundo. Yo debía protegerla.
Sí, sí, conocía la historia.
— Pero la querías demasiado, ¿eh? — Los guardianes siempre estaban
más cerca de caer que la mayoría de los ángeles. Todo ese tiempo estando
alrededor de los humanos y viendo las emociones.
Era tentador.
— Comprendes el deseo, ¿cierto? — preguntó Tomas, mientras
entrecerraba los ojos hacia Seline. — Tú dejaste que el enemigo se acercara
jodidamente demasiado.
— No, él no me dijo eso, — espetó Seline.
Sam sonrió.
— Debes querer morir. — Muy bien, él podría complacer al tipo.
Sam lo cortó con la garra. No muy profundo ni lo suficientemente fuerte
para matar, no aún, sólo lo suficiente para abrir la piel.
— Sálvala. — Tomas no estaba luchando. Interesante. Tomas era
poderoso a su manera. — Mátame, bien. Probablemente me lo busqué. Pero
sálvala.
— ¿Rogziel la tiene de veras? — exigió Seline, con los nervios
quebrando las palabras.
Tomas asintió, y el movimiento ensanchó el corte en la garganta. — Ni
siquiera sé… ah… vaya hombre, ¡relájate! Cómo la cogió, la está reteniendo
en esa casa hasta que yo regrese.
— ¿Me estás diciendo que Rogziel lastimará a un humano inocente? —
exigió Sam. No era típico de los ángeles del castigo. Al menos, no en aquellos
que todavía tenían alas.
— ¡No, no es eso lo que estoy diciendo! — La mirada de Tomas
destelló. — Estoy diciendo que la cortará en rebanadas, lo disfrutará, y no le
importará una mierda si ella es inocente o no. —Y sus ojos todavía estaban en
Seline. — ¿No es cierto?
Sam aflojó lentamente el agarre de Tomas. Miró a Seline. Ella estaba
bien. Había llegado a ella a tiempo. Entonces, ¿por qué todavía le dolía el
pecho?
Seline tragó saliva y asintió.
— No creo, no creí que los ángeles pudieran hacer las cosas que él ha
hecho. Había una vampira. Karen. — Sus labios temblaron. — Averigüé un
poco acerca de ella. No había matado a nadie, pero Rogziel había dicho que
Karen sabía dónde se estaba escondiendo su verdadera presa. Dijo que haría
que ella hablara. — Cerró los ojos con fuerza. — Para cuando llegué allí, no
había quedado mucho de ella. Todo lo que pude hacer fue sostenerle la mano
antes de que muriera.
Bastardo.
— ¿Ahí fue cuando decidiste escaparte? — preguntó Sam.
— Ahí fue cuando supe que vendría a matarme pronto. Le dijo a Karen
que era una abominación. Que merecía ese sufrimiento sólo por existir. — Su
sonrisa estaba quebrada. — Yo también encajaba en esa categoría de
abominación.
Y una mierda que lo hacía. Apretó los dientes, y dijo:
— ¿Y la verdadera presa?
— Resultó ser que eras tú, — susurró ella. — Pero hasta donde sé, ni
siquiera conociste a Karen.
Entonces una imagen encajó en su cabeza. Una joven vampira rubia,
recién convertida. Con manos nerviosas. Ojos grandes. La mujer había
querido volverse humana de nuevo. Había sido convertida por un monstruo en
un callejón oscuro, y sólo había querido recuperar su vida.
Ella no se había dado cuenta, no hasta que Sam rompió su corazón y le
dijo la verdad, que no había vuelta atrás. Para ninguno de ellos.
Había sido inocente, una persona lastimada por el mundo. Una que no
había merecido el castigo de nadie.
Rogziel, me suplicarás que te mate. Suplicarás.
— No le importa el daño colateral, — gruñó Tomas. — Usará a
cualquiera, hará lo que sea, para conseguir lo que quiere. — Tomas se puso la
mano en la garganta e intentó detener el sangrado. Su voz era áspera cuando
dijo: — Te quiere a ti, Sammael. Tu cabeza servida en una fuente.
Una abominación.
Sam tomó en sus manos la barbilla de Seline. Mientras Rogziel
estuviera vivo, Seline nunca sería realmente libre. La libertad era lo único que
ella quería.
Le daría cualquier cosa.
Justo como le daría a Rogziel lo que el bastardo quería.
— Entonces llévame con él.
Seline abrió los ojos con horror.
— ¡No!
Sam levantó la garra ensangrentada.
— No es un arma mortal. —Torció los labios. — Hecha de un
cambiaformas, por un cambiaformas. Con esto, puedo matar a Rogziel.
Seline soltó el aliento de golpe mientras lo miraba como si estuviera
loco.
— ¡O puede convocar a un sabueso para matarte! No puedes correr
hacia allí y enfrentarte a él.
— No temo a Rogziel. — Ahora acababa de ser insultado. — Él me
teme a mí. — Esa era la cuestión del asunto. La verdadera razón por la que
Rogziel había estado deseando fuertemente su muerte todos estos años.
Había visto el rastro de locura en la mirada de Rogziel hacía mucho
tiempo. No es como si los poderes de allí arriba fueran a escucharlo. Rogziel
todavía había sido el ángel “bueno” entonces.
Mientras que Sam había sido el que había masacrado a humanos.
— ¿Piensas que no va a estar preparado para ti? — Ella lo cogió de los
brazos y lo sacudió. — Mira, lo entiendo. Tú eres el Caído todopoderoso que
patea casi todos los traseros sobrenaturales, pero ¡no puedes detener a los
sabuesos del infierno!
— A menos que tengas a un ángel del castigo a tu lado, — murmuró
Tomas, — pero ellos no abundan en la tierra, exactamente.
Seline no miró al otro Caído, y al estar mirándolo directamente a él,
Sam vio la comprensión llenándole los ojos.
— Me tienes a mí, — susurró ella.
Hijo de puta.
— Puedo ayudarte. — Enderezó los hombros, e hizo un pequeño y
firme asentimiento. — Te ayudaré, porque no vas a ir a ningún lugar sin mí.
No, él no la dejaría. Una sonrisa comenzó a curvarle los labios.
— Oh, de ninguna manera, ¡de ninguna manera! — Tomas sujetó el
brazo de Sam.
Él golpeó al otro Caído y lo sentó sobre su trasero.
Tomas negó con la cabeza y se arrastró para ponerse de pie.
— Dijo tú, sólo tú. Si alcanza a ver a alguien más, Sierra está muerta.
Quizás. Quizás no.
— Entonces sólo tendré que asegurarme de que nadie alcance a verla.
Por suerte para él, conocía al brujo indicado para usar en un trabajo
como este. Qué bueno que el diablo no era el único que pasaba tiempo
haciendo tratos con los Otros.

Rogziel atravesó las nubes volando. El mundo pasaba rápidamente


debajo de él. Un borrón que apenas veía.
Tal vez cambiaron las malditas cerraduras.
Cerró los dientes con fuerza mientras la voz de Tomas sonaba en su
cabeza. El Caído estaba equivocado. Él podía entrar en el cielo, podía
deslizarse en el infierno, y podía caminar sobre la tierra. Castigaba a los
condenados, sin importar dónde estuvieran.
Vio las columnas blancas en lo alto. Esperándolo.
Su hogar.
Perfecto. Pacífico.
Abierto, como siempre lo había estado.
Abierto…
— No esta vez, Rogziel. — La fría voz de Delia lo detuvo.
Tocó el frío piso de mármol con los pies, y ella apareció
inmediatamente ante él. Las alas se desplegaron hacia arriba detrás de ella, del
modo en que las alas de un ángel siempre lo hacían antes de atacar.
Del modo en que sus alas se estaban desplegando ahora.
— Este lugar no es para ti, — le dijo con una fría voz ligera y
monótona.
Él la miró.
— No respondo ante ti, niña. — Eso era todo lo que ella era para él.
Una niña. Apenas tenía unos cientos de años de edad. No le importaba lo que
Delia quisiera. Lo que dijera. Era él quien tenía el poder.
Hasta dónde sabía, Delia nunca se había aventurado en el infierno.
Como muchos de los otros, tal vez tenía miedo de lo que pudiera encontrar
esperándola.
— No, no respondes ante mí. — Las puertas estaban detrás de ella.
Unas puertas blancas enormes que conducían al paraíso. — Sólo piensa en mí
como el mensajero. — No se cruzó ninguna expresión por su rostro. — Este
lugar no es para ti, — le dijo de nuevo.
Quería destrozarla. Hacerla gritar. Suplicar.
Arder.
Ella dio un paso hacia atrás. Ah, así que ella sentía su poder.
Pero negó con la cabeza.
— Adiós, Rogziel.
Él le cogió el brazo.
— No. — Porque una pizca de temor había impactado en su corazón. —
Soy un ángel. Aquí es donde pertenezco.
Delia lo miró.
— Pronto estarás donde perteneces.
Esos malditos Caídos. Él no había hecho su trabajo. No los había
castigado. Por lo que ahora estaba siendo castigado.
— ¡Los eliminaré! Limpiaré las abominaciones de la tierra…
Se giró y le dio la espalda. Él sabía lo que tenía que hacer. Todavía tenía
alas. No estaba desterrado. Estaba…
— No todas las abominaciones están en la tierra, — dijo Delia en voz
baja.
Se quedó inmóvil cuando entendió las palabras. La furia bulló entonces,
y lo rastrilló debajo de la piel como garras.
— ¿Te atreves a juzgarme?
— No. — Su voz todavía era tranquila. — Ese no es mi trabajo.
Sammael.
Era culpa de ese bastardo. Había movido la balanza. Había traído
demasiada maldad al mundo.
Castigo…
— El juicio está por llegar, — le dijo Delia. — Prepárate.
Entonces sus alas susurraron, y se alejó volando del paraíso.
En el instante en que desapareció, Rogziel embistió contra esas pesadas
puertas blancas, pero no se abrirían para él. No se abrirían. Las arañó. Golpeó.
Sus manos se rompieron, y sangró.
Pero las puertas no se movieron.
— ¡No! — gritó.
Apuesto a que cambiaron las malditas cerraduras.
— ¡Déjenme entrar! — chilló.
Nadie respondió a su llanto.
Las puertas permanecieron cerradas.
Había servido en el cielo. Castigado en el infierno y en la tierra.
Servido…
— ¡No!
Su sangre manchó las puertas.
Pero no se abrirían.
Sam sabía dónde encontrar a Mateo. Siempre lo hacía. Encontrar la
intersección más cercana, encender una cerilla, y susurrar un rápido conjuro,
entonces todo lo que tenía que hacer era esperar a que Mateo apareciera.
Mateo no era un brujo exactamente, sin importar cuánto intentara
afirmar lo contrario. Había más que sólo sangre de brujo corriendo por sus
venas.
Mateo también era un convocador, uno de un linaje muy largo y oscuro.
Convócalo en las encrucijadas, y él tenía que aparecer. Oblígalo, y él tenía que
cumplir tus órdenes.
— ¿Sam? — La mano de Seline estaba en la de él. — ¿Qué estamos
haciendo aquí?
— Llamando a un amigo, — le dijo. — Ahora retrocede. — Las cosas
iban a ponerse incluso más feas de lo que lo habían sido, pero no la dejaría
fuera. Ella estaría allí para el final del juego y la libertad que tanto quería.
Ella retrocedió un paso. Sus dedos se deslizaron y se soltaron.
Tomas caminaba nerviosamente cerca del borde del camino.
— No, hombre, no estás haciendo una convocación en una encrucijada.
¿No sabes que no puedes confiar en ningún engendro que acuda cuando haces
esta mierda? ¡Son monstruos! Escaparon del infierno, ellos…
Sam usó una cuchilla para cortarse la muñeca. La sangre cayó en el
medio de la intersección. Susurró el cántico de convocación una vez más, y
entonces, simplemente dijo:
— Mateo.
El cielo sobre ellos se oscureció. Un rayo golpeó el suelo con fuerza, y
con un grito, apareció Mateo.
Mateo encorvó los hombros. Resolló. Acudir a una intersección nunca
era fácil para un convocador. Un convocador tenía que salir del infierno cada
vez que las encrucijadas lo llamaban.
— Maldito imbécil… — masculló Mateo, levantando la cabeza para
mirar a Sam.
— ¡No! ¡Él no! — gruñó Tomas cuando reconoció a Mateo. — ¡Está
trabajando con Rogziel! Te lo dije, oh, hombre, ¡ahora estamos muertos!
Sam no miró a Tomas.
— Supongo que Rogziel se las ingenió para convocarte, ¿eh? — Su
sangre mixta era el secreto más íntimo de Mateo. Su madre, Aviana, había sido
un espíritu de las encrucijadas. Convócala y te concederá tu deseo. Una vez
que lo haga, te hará desear de nuevo, sólo que esta vez, desearás la muerte.
Los espíritus de las encrucijadas no tenían remordimiento. Ninguna
culpa. Con cada vida que tomaban, su fuerza se incrementaba.
Una vez, hacía mucho tiempo, un brujo macho había acudido a Aviana.
Quería un niño. Había obtenido uno.
Un deseo concedido…
Mateo levantó la cabeza. Sus mejillas estaban hundidas. Sus ojos fríos y
apagados.
— Rogziel no me convocó, no al principio. La llamó a ella.
Sam no tenía ninguna duda en cuanto a la ella en cuestión. No había un
espíritu de las encrucijadas más poderoso que la madre de Mateo.
— Supongo que ya sé cuál fue su deseo, — dijo Sam.
— ¡Yo no! — dijo Seline, y se precipitó hacia adelante. — ¿Qué quería?
— Un modo de atrapar a un Caído.
Tomas silbó.
— ¿Eres un espíritu de las encrucijadas? Oh, eso es malo.
— Obtuvo su deseo, — dijo Sam, estudiando a Mateo a la luz del sol.
Mateo siempre había odiado lo que era. Una abominación. Sí, así es como
Rogziel lo llamaría, y era el modo en que Sam sabía que Mateo se veía a sí
mismo.
Sam apretó los dientes con fuerza. Mateo no era malvado. No
completamente, de todas formas.
— Rogziel lo hizo, — reconoció Mateo. — Obtuvo lo que quería.
Aviana lo trajo a mí. Me hizo mostrarle los hechizos. — La furia bullía en su
voz. — Cuando Rogziel obtuvo su deseo, la mató. Como castigo por una
deuda atrasada, dijo. — Soltó una áspera carcajada. — Tan jodidamente cierto.
La perra merecía arder.
— También él. — Sam sostuvo la mirada destellante de Mateo. — Y
necesito que me ayudes a asegurarme de que eso suceda.
Pero Mateo se rió de nuevo.
— Vi lo que está por venir, ¿recuerdas? Rogziel no era quien se ahogaba
en su propia sangre.
Seline jadeó con eso. Entonces se metió justo en el medio de la
encrucijada. Movimiento equivocado. ¿No se daba cuenta? El centro de las
encrucijadas siempre era un mal sitio para pararse encima.
— ¡Sam no va a morir! ¿Lo entiendes? No va a…
Un rugido sacudió el aire. Sam sujetó a Seline y la empujó detrás de él,
alejándola de ese punto crítico de la encrucijada.
— Te dije que no te acercaras.
El suelo se torció debajo de ellos. Las encrucijadas eran entradas. No
estaban conectadas al cielo, sino que eran puertas al infierno.
Y la sangre castigadora de Seline era como una llave mágica para abrir
esa puerta.
Unas grietas abrieron la tierra.
— ¡Séllalo! — le ordenó Sam a Mateo mientras sujetaba con fuerza a
Seline.
Con un movimiento de la mano, Mateo apaciguó la tierra. Luego,
lentamente, caminó hacia Sam y Seline.
— Ella no puede controlarlo. —Una veloz expresión de arrepentimiento
cruzó su rostro. — Cuando llegue el momento, no tendrá el poder para
ayudarte.
— No necesitaré ayuda.
Mateo negó con la cabeza.
— No eres inmortal, sin importar lo que puedas pensar. — La mirada de
Mateo fue rápidamente hacia Tomas. —Tantos Caídos… ¿realmente piensas
que estás en lo más alto de la cadena alimenticia?
Sam no respondió. Tampoco lo hizo Tomas.
Pero no tenían que hacerlo, porque Mateo dijo:
— No, para ellos, — Señaló el agrietado suelo con la mano, — sólo eres
una sabrosa presa. Los sabuesos te abrirán en pedazos y arrastrarán tu alma
directamente fuera de esta tierra.
Y al infierno.
— Entonces me aseguraré de que cuando me arrastren… — Sam no
sintió temor ni siquiera por un momento. No por él. — Dame un agarre
irrompible sobre Rogziel. — El bastardo iría al infierno con él. Indicó con el
dedo a Mateo. — Quiero mi deseo.
Mateo parpadeó.
— ¿Q-qué?
— Te convoqué, y ahora quiero un deseo concedido. — Sabía cómo
funcionaba este trato. Incluso sabía que si Mateo quería rehusarse, el tipo no
sería capaz de hacerlo, no en una encrucijada. — Quiero amarrar a un ángel.
Necesito un hechizo para mantenerlo quieto.
— No puedes… — comenzó a decir Mateo sacudiendo la cabeza.
— Este es un mal plan, — dijo Seline al mismo tiempo. — Muy malo.
Sam volvió la cabeza para enfrentar su mirada.
— Confía en mí.
— Lo hago. — Fue inmediato. No era lo que había esperado. La miró
con los ojos entrecerrados, y se dio cuenta de que ella lo estaba mirando con
unos ojos que decían demasiado. Demasiado profundos. — Confío en ti, pero
no pienso dejarte morir. — Miró de nuevo a Mateo. — Si pudiera controlar a
los sabuesos, realmente controlarlos, podríamos eliminar a Rogziel, ¿cierto?
— Tendrías que tener alas y volar primero, querida, — le dijo Mateo en
un tono severo. — Los únicos con verdadero control… esos son los ángeles
del castigo.
— Pero mi madre era…
Él levantó una mano, deteniéndola.
— Eres una mestiza, como yo. Algunas veces conseguimos el poder, lo
suficiente para quemar a través de la piel, pero a veces, apenas tenemos
suficiente para agitar el viento. — Su mirada perforó la de ella. — Cuando
llegue el momento de la verdad, los sabuesos del infierno no vacilarán. Y si no
posees el control total, la bestia incluso puede volverse en tu contra. Entonces
serás tú a quien se lleven al infierno.
Una imagen de esos dientes muy afilados destelló ante los ojos de Sam.
— Todo esto es fascinante, pero Sierra podría estar muriendo, —
escupió Tomas. — ¿Vamos a quedarnos aquí, malgastando el día? ¿O vamos a
ayudarla?
Sam lo miró, y luego a Seline.
— Tenemos que ayudarla, — dijo ella, y la súplica en su voz derribó sus
defensas. — Ella es un peón, y a Rogziel dejó de importarle lo que les sucede
a los peones hace mucho tiempo.
Mirándola, Sam supo que no podía negarle nada. Así que inclinó la
cabeza, y luego se concentró de nuevo en Mateo.
— Quiero el hechizo de amarre que le diste a Rogziel.
— Hombre, te dije…
— Mi deseo, — dijo Sam encogiéndose de hombros. — Y ese es el
trato, ¿cierto? Lo que yo quiera…
La mirada de Mateo se movió rápidamente entre Sam y Seline.
— ¿Arderías por ella?
Sam sabía que su sonrisa tenía un borde cruel.
— Haré arder a cualquiera que intente lastimarla. — Una aproximación
mucho más efectiva. — Rogziel no la tocará. — Se aseguraría de ello.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Mateo mientras extendía la
mano. Sam tomó la mano ofrecida, y un trueno resonó sobre ellos.
— Te daré el hechizo, — prometió Mateo. — Maldito seas, lo tendré,
pero necesitaré algo de tiempo para conseguir reunir todos los elementos e
ingredientes. No es simple, y sólo para que sepas, es un hechizo jodidamente
oscuro.
Para amarrar a un ángel, no esperaría nada menos.
— Tenlo rápido, porque vamos a entrar.
Mateo abrió los ojos de par en par.
— No, sólo espera…
Pero fue Tomas quien contestó. — Si esperamos, Sierra muere. — Tenía
las manos apretadas en un puño a sus costados.
— Tengo suficiente sangre inocente sobre mí. — Sam dejó que su
sonrisa se extendiera con anticipación. — De ahora en adelante, estoy listo
para equilibrar esa balanza. Veamos qué tan rápido fluye la sangre de los
malvados.
Soltó la mano de Mateo.
— Porque apuesto a que Rogziel puede sangrar.
Traducido por Nemesis
Corregido por Maia

T omas los llevó al escondite de Rogziel. Había guardias

patrullando el perímetro del área. Tres hombres, armados con pistolas. Seline
nunca antes los había visto, pero Sam los miró una vez y murmuró:
— Humanos, — Y ella pensó que si alguien podía hacer esa declaración
instantánea, era Sam.
La mirada de Sam barrió la escena, e inhaló profundamente, luego dijo:
— Maldición.
Seline inclinó la cabeza y captó el ligero aroma a flores. La fragancia no
provenía del interior del recinto. No, en su lugar, parecía estar viniendo
desde… justo detrás de ellos.
¡No!
Seline se giró. Pero no era Rogziel esperándolos con sus fríos ojos.
Detrás de ellos, estaba Delia. En realidad, el ángel flotaba detrás de ella.
— Es hora de hacer tu jugada, — dijo Delia, mirando a Seline. —
Rogziel no está allí. Puedes sacar a la mujer.
Seline se lamió los labios y esperó que no fuese una mentira. Pero,
espera, los ángeles no podían mentir… sólo tergiversar la verdad para que se
adecuara a sus propósitos.
— ¿Estás ayudándome? — dijo Sam arrastrando las palabras. — Delia,
pensé que preferías verme arder, antes que levantar un ala para ayudarme
jamás.
— No estoy ayudándote. — Delia negó con la cabeza. — Esto no es por
ti. Sólo no creo que los inocentes debieran ser castigados. — Su mirada
finalmente se apartó de Seline para estrecharse en los dos Caídos. — Mejor
dense prisa. Alguien regresará muy, muy enfadado.
— ¿Regresará? — repitió Seline, con su voz volviéndose ronca.
— Em, eso parece… — Y Delia cortó con la mirada a Tomas una vez
más. — Rogziel finalmente se dio cuenta de lo obvio. Algunas veces,
simplemente no puedes regresar a casa.
Sus alas se extendieron detrás de ella. Se levantó en el aire a toda
velocidad y desapareció entre las nubes.
Sam se rió y miró hacia la casa.
Tomas le cogió el brazo.
— No puedes confiar en ella. Podría estar tendiéndonos una trampa para
castigarnos.
Los guardias no habían notado al ángel. Ella se movió demasiado
rápido. Y probablemente no se habían dado cuenta de que deberían estar
mirando el cielo. Su error.
— No confío en ella, — dijo Sam, — pero estoy jodidamente preparado
para atacar. — Entonces, él también desapareció. No, no desapareció, Seline
sabía que sólo se había movido tan rápido que fue un borrón, a la velocidad de
un ángel. El primer guardia cayó, desplomándose hacia atrás, y Seline sabía
que Sam lo había dormido.
El segundo guardia ni siquiera tuvo la oportunidad de jadear antes de
caer al suelo. Al tercero, Sam le arrebató la pistola de la mano y luego lo dejó
sin sentido con un puñetazo.
Sam cogió la puerta principal y la arrancó de los goznes.
Seline tenía que admitirlo, él era muy sexy.
Luego, Tomas la empujó hacia adelante y entraron corriendo a la casa.
Inmediatamente, se dio cuenta de que esos guardias de afuera sólo habían sido
el comienzo. Irrumpieron más hombres y mujeres, pero Sam los hizo
retroceder cuando liberó una explosión de fuego.
— No quieren joder conmigo, — les dijo.
Dos hombres escaparon. Seline supuso que no estaban de humor. Cuatro
guardias más abrieron fuego. Las balas golpearon el pecho de Sam con fuerza.
Seline gritó.
— Se los advertí, — dijo Sam, y más fuego se liberó de sus manos,
estallando más alto y persiguiendo ávidamente al equipo de Rogziel.
Tomas maldijo.
— ¡La estás matando! — Se alejó de ellos corriendo, y se apresuró por
vestíbulo serpenteante. — ¡Sierra!
Seline saltó hacia adelante y le asestó un gancho derecho al guardia más
cercano. Le arrebató el arma y giró a tiempo para golpear con ella la cabeza
del idiota que había estado tratando de agarrarla.
Pero entonces, Sam se rió. Esa risa fue espeluznante. Demasiado fría y
oscura. Se le erizaron los vellos de los brazos. Se arriesgó a mirarlo. Su
mirada era muy oscura.
— Se acabó el recreo, — masculló Sam. Agitó la mano. Todos los
guardias se levantaron en el aire. Se elevaron más, y más alto. Estaban
gritando, suplicando…
Sam los dejó caer.
Dejaron de gritar.
Seline respiraba agitadamente. Sus dedos tocaron la garganta del
hombre más cercano a ella. Incluso mientras miraba a Sam con los ojos
abiertos de par en par, sus dedos temblorosos buscaban el pulso. Buscaban…
— Todavía está vivo, cariño. — Sam parecía mofarse de ella. — Por
ahora.
Un ligero pulso latía debajo de las yemas de sus dedos.
Llegaron unos gritos desde el interior de la casa. Sam le tomó la mano y
la jaló a su lado.
— Quédate conmigo.
Sus ojos todavía estaban negros. El aire crujía con su poder. El borde
oscuro que ella siempre había sentido en él, nunca había estado más cerca de
la superficie. Peligroso. ¿Malvado?
No Sam. Ella creía en él.
— Intenta alejarme, — murmuró ella. — Intentalo.
Él la besó con fuerza. Salvaje. Hambriento.
Entonces las habitaciones avanzaron en un borrón mientras él la llevaba
al interior del laberinto de pasillos. Siguieron los gritos. Encontraron los
cuerpos. Más guardias. Algunos sangrando, algunos cojeando.
Allí estaba Tomas, justo adelante. Estaba lanzando el puño a través de
una puerta de metal y…
Y Seline olió azufre.
— ¡No, maldición! — rugió Sam. Ella sabía que él también había
captado el olor ácido. — ¡Tomas, detente!
Demasiado tarde.
La puerta cedió, y los gruñidos llenaron los pasillos, gruñidos que
inmediatamente fueron seguidos por el corpulento cuerpo del sabueso del
infierno cuando la bestia saltó sobre Tomas.

Azrael escuchó los gritos en el interior de la antigua casa. Vio los


cuerpos de los guardias en el exterior, desparramados por el suelo. El humo
iba en el aire a la deriva, un faro perezoso que lo había atraído.
El humo… y la sangre. Últimamente, la sangre siempre parecía atraerlo.
Había conocido a Rogziel durante muchos siglos. Lo había conocido,
observado, se había preguntado cuándo caería el bastardo.
Por lo que había sabido todo acerca de su pequeño escondite.
Su hermano estaba adentro. ¿Ya estaba luchando contra Rogziel? ¿Por
qué? ¿Para salvar a la súcubo?
La cabeza le estallaba mientras contemplaba las llamas. Ya no
comprendía lo que estaba sucediendo. A Sammael nunca le había importado
salvar a nadie. ¿Cierto?
No pido nada. De ahora en adelante, tomo. Las palabras de Sam,
cuando Az le pidió que buscara el perdón. Pero Sam se negó. Cayó en lugar de
arrepentirse.
— Un ángel muere hoy.
Az no se volvió al escuchar las palabras de Mateo. Sí, conocía a Mateo.
Había vivido demasiado tiempo y había visto demasiado para no conocer al
espíritu de las encrucijadas.
Cuando las personas querían burlar a la muerte, iban a las
encrucijadas.
Tontos. Nadie había sido capaz de engañarlo, jamás. Había sido
demorado antes, pero no detenido.
— ¿Lo viste en tu espejo? — exigió Az.
— ¿No vas a ayudarlo? — preguntó Mateo, en cambio. — Después de
todo, es tu hermano.
El humo se subía en espirales más densos. Ahora, podía escuchar el
áspero sonido de… gruñidos que provenían de la casa. Los gruñidos eran
demasiado profundos para ser de lobos o coyotes, y eran gruñidos que hubiera
preferido no volver a escuchar jamás.
— Alguien soltó a los sabuesos.
— Sam intercambiará su vida por la de ella, — dijo Mateo.
Ahora, eso hizo que Az lo mirara, pero la vista de Mateo estaba puesta
en el fuego.
— Sammael no intercambiará su vida por la de nadie. — Era un
sacrificio que su hermano no haría jamás.
— Moriría por ella.
Imposible. Sammael no podía…
— Incluso los poderosos caen, tarde o temprano.
Az recordó gritos. Mujeres, niños. Recordó a su hermano, abriéndose
camino a través de los muertos con los ojos oscuros como la noche mientras
mataba y mataba.
¿Castigando?
No, Sammael había perdido el control. La bestia dentro de su hermano
era demasiado fuerte.
— No se sacrificará por nadie.
— Ya lo verás. Él arderá. — Mateo avanzó lentamente hacia el humo
que crecía. — Un ángel muere…
Az lo observaba detrás de él, mirando, destrozado.
El corazón le latía demasiado rápido. Le sudaban las palmas. Sus
músculos se cerraron con fuerza.
Sammael.
¿Sacrificio?
No había comprendido las emociones que había visto en los ojos de su
hermano ese día lejano. Pero esas mismas emociones, habían destellado en la
mirada de Sammael cuando la súcubo desapareció más temprano.
Sammael siempre había sentido demasiado, y esas emociones habían
sido el problema.
Az apretó las manos en un puño. Ahora también son mi problema.
Porque no iba a quedarse atrás mientras Rogziel mataba a su hermano.
Az miró el fuego. Escuchó los hambrientos gruñidos, y susurró:
—Veamos si puedes conmigo, perro…
Este sabueso del infierno era incluso más grande que el anterior. Más
grande, más oscuro, con una boca de al menos el doble de tamaño que la de la
bestia que había venido por ellos. Sólo mirar al sabueso hizo que las rodillas
de Seline temblaran.
Este sabueso había hundido los dientes en el hombro de Tomas. La
sangre se derramaba debajo de él. Tomas intentó agarrar la cabeza del sabueso,
y casi pierde los dedos.
Pero Sam estaba allí. Ella miró mientras empujaba el pie hacia la cabeza
del sabueso, dándole una patada que hizo que la bestia aullara.
Tomas se puso de pie de un salto.
— ¡Regresa al maldito infierno! — rugió él, y levantó las manos. Le
lanzó fuego al sabueso.
— ¡No! — gritó Seline, pero el fuego ya había alcanzado al sabueso.
Este absorbió las llamas y sus ojos destellaron de un rojo más brillante.
Entonces el sabueso se volvió más grande.
Maldición.
— ¡Ayúdenme! — El grito de una mujer llegó desde el interior de la
habitación.
— Oh, no, esa mujer, Sierra, —¿había sido atrapada allí dentro con el
sabueso? ¿Y el monstruo no la había comido?
Tomas sacudió la cabeza con el llanto de Sierra, y se apresuró hacia
adelante, justo en el camino del sabueso.
Pero Sam quitó a la bestia del camino. Seline esperaba que el sabueso
arremetiera contra Sam, pero, en cambio, giró la cabeza, lentamente. Se lamió
los labios y concentró esa mirada encendida en Tomas una vez más.
— Rogziel le dio tu aroma, — espetó Sam. — Eres su presa. — El
sabueso golpeó a Sam con su cuerpo y lo quitó del camino.
Eres su presa.
Sam le había dicho que un sabueso no se detenía hasta que tomaba a su
presa.
El empujón de Sam envió a Tomas tropezando al suelo. El sabueso lo
rodeó ahora.
Esta vez, Seline corrió en frente de Tomas. Su corazón latía tan rápido
que su pecho se sacudía. Pero había detenido a un sabueso antes. Podía
hacerlo de nuevo.
¿Cierto?
— Regresa, — le dijo a la bestia entre dientes. Las llamas estaban
envolviendo el vestíbulo. Genial. Fabuloso. Justo lo que el sabueso quería,
más poder. — Aléjate de él. ¡Regresa al infierno!
El sabueso la miró con los colmillos descubiertos.
Ella enderezó los hombros.
— ¡Regresa al infierno! — Sus palabras estaban cerca de un rugido.
— ¡Seline! — gritó Sam.
El sabueso le saltó encima. Las poderosas zarpas se le clavaron en el
pecho, y ella golpeó el piso. Las garras del sabueso la empujaron y la bestia
pasó encima de ella, directo hacia Tomas.
Pero Tomas no estaba solo. Mateo estaba junto a él.
— Veamos qué tan bien puedes cazar, — le dijo Mateo a la bestia
mientras arrojaba una botella al aire, una pequeña botella que Sam atrapó con
la mano izquierda. Al siguiente instante, Mateo y Tomas desaparecieron.
El hechizo de vete al demonio. Seline sabía que el brujo lo había usado.
Hablando de buen momento…
El sabueso aulló y se apresuró por el vestíbulo, y Seline supo que el
monstruo estaba persiguiendo el aroma de Tomas. Soltó el aliento en un jadeo
de alivio. Eso había estado demasiado cerca.
Sam le cogió la mano y puso a Seline de pie.
— El sabueso los encontrará.
Sabía que tenía razón. El sabueso no se detendría. No hasta que los
tuviera. — Y-yo no pude detenerlo. — Lo había intentado, pero…
— ¡Por favor, Dios! ¡Alguien que me ayude!
— No puedes controlarlos a todos. — Sam la sostuvo de la mano y
llevó a Seline dentro de la habitación. — Sólo puedes controlar al que está
vinculado a ti.
Saber esa pequeña trivialidad habría sido útil antes. Antes de que saltara
delante del sabueso.
— Tienes que convocarlo, Seline. Tienes que controlarlo. Tienes que
traerlo para que patee traseros por ti.
Una mujer de cabello rojo oscuro esperaba en el medio de la habitación.
Seline intentó apresurarse hacia ella.
Sam la arrastró hacia atrás.
— No.
— ¡Por favor! — Los puños de la mujer golpearon contra algún tipo de
pared invisible. Las lágrimas corrían por sus mejillas. —Había algún tipo de
lobo aquí dentro conmigo. ¡Pensé que iba a comerme!
Sam señaló el suelo.
— Un hechizo la tiene encerrada. — Una fina línea de polvo blanco
rodeaba a la mujer en un círculo. — No creo que sea muy fuerte, pero no
podemos correr el riesgo de que sea una trampa.
— ¡El lobo podría volver! — gritó la pelirroja. — ¡Tienen que sacarme
de aquí!
— La bestia se ha ido tras Tomas. — Sam miró la línea con el ceño
fruncido. — No volverá hasta que él esté muerto.
La pelirroja parpadeó. Si era posible, su rostro palideció aún más.
— ¿Muerto?
Pero Sam no respondió. Empujó a Seline hacia atrás un poco.
—Puedo quemarlo.
Como si no hubiese suficientes llamas alrededor de ellos.
— ¿Quemar? — susurró la mujer. — Espera, no…
No se podía esperar. Las llamas ya estaban alrededor de ella, encendidas
en un círculo brillante, siguiendo el rastro de polvo blanco y rodeando a la
mujer.
Sam caminó hacia las llamas.
— Esto va a doler. — Se extendió a través del fuego. — Para salir,
tienes que caminar a través de las llamas.
La mandíbula de Seline cayó.
— ¡Es humana, Sam! ¡No puede!
El se volvió para mirarla con una ceja levantada. — Por eso es que va a
doler. — Su brazo estaba ardiendo con el fuego.
La mujer estaba sollozando.
— Toma mi mano, — ordenó Sam. — Tómala ahora, o estás muerta.
Seline apenas podía ver a través de las llamas. Pero pensó que la mujer
alcanzó a Sam. Al siguiente instante, la mujer estaba volando directamente a
través de las llamas. No, Sam estaba jalando a la mujer. Cuando la pelirroja
golpeó el suelo, Seline inmediatamente comenzó a palmear las llamas que
lamían a la mujer. Ignoró las ampollas que le quemaban su propia piel.
Yo puedo curarme. Ella no.
— Ahora, sal de aquí, — dijo Sam, mientras las llamas que le quemaban
la piel se extinguían.
Seline lo miró.
— ¿Y dejarte aquí solo? De ninguna manera.
— Delia estaba en lo cierto. Rogziel se ha ido hace rato. — Sus ojos
todavía brillaban negros. — Pero cuando regrese, lo estaré esperando.
No era una idea tan fantástica.
— ¡No puedes! Tú no…
Él levantó la botella que Mateo le había arrojado. Entonces, lentamente,
sacó la garra de su bolsillo.
— Voy a cortarle la maldita cabeza. — Sus ojos se precipitaron en
dirección a la mujer. Ella lo miraba como si fuese un monstruo. ¿No podía
reconocer a un héroe cuando lo veía?
Seline jaló a la pelirroja sobre sus pies. Era hora de enseñarle a esta
chica algunos hechos duros y rápidos.
— Un ángel arriesgó su vida por ti.
Sierra se quitó las lágrimas de las mejillas.
— Un… ¿ángel?
— Un sabueso del infierno está persiguiendo a Tomas porque él regresó
por ti. Eso no era un lobo, ¿está bien? Era un sabueso del infierno. — Ella
empujó a Sierra hacia la puerta rota. — Ahora se inteligente, y corre. Corre
realmente, realmente rápido.
Sierra la miró hacia atrás con los ojos aturdidos.
— G-gracias. — Y entonces corrió, muy, muy rápido.
Seline se volvió hacia Sam.
— Tú también tienes que correr, — le dijo a ella.
Probablemente.
— Quizás no pienso jugar esto con inteligencia. — Ella acortó la
distancia entre ellos. — No voy a dejarte.
Él negó con la cabeza.
— Quieres la libertad. Esta es tu oportunidad. Tómala.
¿No lo veía? ¿Todavía no lo entendía?
— Creo que te quiero más a ti. — La cruda verdad, y una que la había
asustado a muerte.
Sam abrió los ojos de par en par, y un estallido de color azul apareció
alrededor de la oscuridad de sus ojos.
— ¿Seline?
Sus labios comenzaron a levantarse en una sonrisa temblorosa.
— ¿Lo quieres? — exigió Azrael detrás de ella.
Aw, demonios. Los ángeles y su demasiado rápido…
— Entonces mira lo que obtendrás exactamente… — Antes de que
siquiera pudiera mirar sobre su hombro, Azrael la tocó.
Y Sam rugió.
Hola, Muerte.

Ella miraba a los hombres debajo. Podía escuchar la risa, pero no


podía comprender sus palabras. Sus ropas eran… diferentes. Viejas. Extrañas.
Otro tiempo, otro lugar.
Pero la Muerte estaba allí.
Seline vio a Sammael saltar desde el cielo. Sus alas, fuertes, negras, tan
poderosas, sobresalían detrás de él. Los hombres miraban con los ojos
abiertos, buscando alrededor.
Pero no podían verlo. No aún.
Entonces tocó al primer hombre.
El hombre de cabello rojo gritó, y el sonido heló la sangre de Seline.
Ella nunca había escuchado un llanto con tanto terror. El pelirrojo cayó al
suelo, con el cuerpo congelado, y la cara retorcida en agonía. Era el primero,
pero no el último. Lejos, muy lejos de ser el último.
Pronto, los hombres pudieron ver a Sam. Seline no comprendía cómo o
por qué, pero lo estaban mirando. Señalando. Gritando.
Él… ¿se rió?
Cayeron más hombres. Los eliminó directamente. Mató, tocó, hasta que
no quedó ninguno vivo.
Cuando los muertos cubrían el suelo a sus pies, Sammael inclinó la
cabeza hacia atrás, miró hacia los cielos, y sonrió.
Más.

— ¡Seline! — El rugido de Sam la trajo de vuelta al presente justo


cuando la alejaba de Azrael. Se dio cuenta de que había transcurrido sólo un
momento, apenas un segundo.
Se había sentido como una eternidad.
Sammael puso su cuerpo entre ella y Az.
— ¿Qué mierda hiciste?
— Relájate, — dijo Az, con la voz fuerte. — Está completamente ilesa.
Sabes que el toque no funciona en aquellos con sangre de ángel. La mayoría
de los demonios que corren sobre esta tierra tienen la sangre tan diluida, que
no importa, pero ella… es nueva.
Sus manos le temblaban. Seline miró la espalda de Sam y vio la sombra
de sus alas.
Y cuando él miró sobre su hombro, ella vio su furia. Seline se elevó
sobre sus talones, estirándose para ver sobre su fuerte espalda.
— Sólo quería que viera exactamente quién eres, — dijo Az mientras
cruzaba los brazos sobre su pecho. — ¿Ella piensa que te quiere? Bien,
necesita saber qué es lo que quiere.
La voz de Azrael le hizo daño a los oídos.
Sam también debe haber pensado que la voz del tipo hacía daño, porque
le dio un puñetazo en el rostro para callarlo.
— ¡No la toques, maldición!
— ¿Por qué? — Az no se había movido. La sangre manaba de su nariz.
— ¿Por qué no quieres que ella sepa lo que fuiste? ¿No quieres que ella vea
cuánto disfrutas al matar?
En un instante, Az estaba junto a ella.
— Esos hombres no estaban marcados para morir. Él decidió matarlos,
y lo hizo.
Sam gruñó. No había otra palabra para ello. Gruñó.
— Ellos habían asesinado una villa. Masacrado a los niños. Violaron a
las mujeres y luego las mataron cuando terminaron. Y tú querías… ¿Qué?
¿Qué ofreciera la otra mejilla? Diablos, no. Muerte por muerte. Ojo por… —
se detuvo, pareciendo finalmente darse cuenta de lo que Az le había dicho
antes. — ¿Viste? — repitió con calma, y su mirada encontró la de Seline. —
Él… ¿te lo mostró?
No sólo había furia en su voz ahora. Miedo.
Ella levantó la mano hacia él. El leve borde de crueldad todavía estaba
en su rostro. Probablemente siempre estaría allí, en la torcedura de su labio y
en la dureza de sus ojos. Pero él era más que crueldad y furia. Mucho más.
¿Por qué no lo había visto al principio?
— ¿Realmente puedes confiar en él? — murmuró Az, como el diablo
susurrando en su oído. — ¿No quieres dejarlo? Ahora es tu oportunidad,
súcubo, corre. Yo lo detendré. Ten tu libertad.
Sam se estremeció.
Muy, muy lentamente, Seline giró la cabeza para encontrar la mirada de
Az.
— Confío en él con mi vida. Y tú simplemente puedes irte a la mierda.
El techo tembló sobre ellos. Se abrieron rápidamente unas grietas por el
tejado hundido.
— Deberías haber corrido cuando tuviste la oportunidad, — le dijo Az
con lo que parecía ser una triste sacudida de la cabeza. — Ahora todos…
El techo se derrumbó, no, cayó hacia adentro porque Rogziel lo había
hecho estallar mientras se lanzaba hacia ellos.
— El infierno está esperando, — gritó Rogziel, elevando sus
ensangrentadas manos, y un rayo voló a través de la habitación. Uno estalló en
el pecho de Azrael. El otro golpeó la espalda de Sam. El aroma a carne
quemada llenó las fosas nasales de Seline.
Sangre quemada… y azufre.

Los dientes del sabueso estaban en su garganta. Tomas quiso levantarse,


pero se ahogó en su propia sangre. El brujo estaba clavando un cuchillo al
costado de la bestia, pero el sabueso no lo estaba soltando.
Ellos habían corrido. Usaron tantos hechizos como pudieron, pero cada
vez que aparecían, el sabueso del infierno estaba justo en sus traseros.
No puedes dejar atrás a un sabueso. No una vez que la bestia capta tu
aroma. El sabueso sólo se detendría por una orden de su amo, o cuando
derribara a su presa.
Tomas estaba en el suelo. Sin importar cuánto luchara, no podía
levantarse.
El latido de Tomas comenzó a disminuir. La luz del sol se desvanecía.
Esto era todo.
Él había caído, y ahora moriría.
Todavía podía escuchar los gritos de Sierra. Ella nunca había sabido…
El aliento del sabueso le sopló el rostro, pero entonces, el sabueso se
tensó. La bestia levantó su enorme y horrible cabeza, y aulló.
El triste aullido sacudió los huesos de Tomas.
El sabueso le lamió la garganta, bebiendo la sangre que salía de las
heridas abiertas de Tomas. Las manos de Tomas arañaron los ojos del sabueso.
El sabueso del infierno saltó hacia atrás. Aulló de nuevo, y luego se
volvió y corrió hacia el sol.
Tomas ya no podía sentir sus piernas. Ni sus manos. Y ese ruido sordo
en sus oídos, tan débil…
— Oh, mierda. — Mateo se paró delante de él. — Resiste, ángel. ¿Me
escuchas? Tu mujer está allí afuera. Tienes que ayudarla. No puedes ir a
ningún maldito lugar aún.
Sierra.
Sus pestañas estaban tratando de cerrarse.
Mateo comenzó un cántico. Vertió algo en sus heridas que le quemaron
y lo hicieron aullar como lo había hecho la bestia.
Sierra.
— ¿Por qué… — Las palabras salieron de su garganta en un susurro...
— se fue…? — No podía controlarlo más. Ni siquiera estaba seguro de que
Mateo entendiera su confusa oración.
— Aún estás vivo… — Creyó que el brujo murmuraba apenas, — por
lo que sólo la orden de su amo lo haría retroceder. — Hizo una pausa, y Tomas
lo comprendió, incluso antes de que Mateo dijera: — El sabueso del infierno
tiene una nueva presa.

Sam se puso de pie, sin quitar la mirada de Rogziel.


— Supuse que vendrías pronto.
La cara de Rogziel se puso de color rojo oscuro y sus ojos brillaron
negros.
— Y yo sabía que Tomas te traería ante mí.
— ¿Esa es la razón por la que tenías a tu pitbull esperándolo para
destrozarlo? ¿La muerte era el pago por encontrarme?
Sam deslizó el frasquito que Mateo le había lanzado y lo sostuvo en la
palma de la mano.
— No te preocupes… — Los ojos de Rogziel se cerraron por un
momento al inhalar profundo. — Mi pitbull está volviendo a casa. El sabueso
te destrozará a pedazos a ti también.
— Quizás la próxima vez. — Sonrió Sam. Azrael estaba en un rincón,
mirando, esperando. La misma rutina. Nunca actuando. Siempre mirando
simplemente. — Esta vez, pienso que yo te destrozaré en pedazos a ti. —
Arrojó el frasco a los pies de Rogziel. El vidrio se hizo añicos, y una fina capa
de humo blanco se elevó en el aire. Alto, más alto, envolviendo a Rogziel.
— ¡No! — El ángel del castigo gritó mientras intentaba arremeter hacia
adelante, pero no había ningún lugar donde pudiera ir. Estaba atrapado, en la
jaula que él mismo había creado primero. Los puños de Rogziel golpearon
contra una pared que no podía ver, pero era una que Sam sabía que podía
sentir muy bien. Sam sonrió y sacó el arma. — Te tengo. — Era hora de
apuñalar…
— No. — Rogziel dejó caer las manos. Tenía los labios torcidos en una
sonrisa burlona. — Yo te tengo a ti.
— Sam… — La voz preocupada de Seline. — Escucho…
Rugidos. Gruñidos. El rasguño de garras corriendo por el piso. El
sabueso del infierno estaba regresando.
Sam se volvió justo cuando el sabueso embistió en la habitación. La
bestia saltó directamente hacia él, con los dientes al descubierto para esa
mordida mortal.
Pero Az llevó su cuerpo hacia el sabueso.
— ¡Mátalo! — gritó Az mientras luchaba para contener a la bestia. Los
dientes se cerraban sobre él. Las garras le abrían el cuerpo. La sangre se
derramaba. — ¡Mata… a Rogziel!
El aroma a flores llenó la habitación. Flores… ángeles. Más ángeles
estaban llegando. No, no llegando, uno ya estaba aquí. Sam miró a la
izquierda y vio a Jeremian, con el pálido rostro estoico. Conocía a Jeremian.
Había trabajado con el ángel de la muerte durante siglos.
La mirada de Jeremian estaba sobre Seline.
— ¡No! — gruñó Sam. — ¡No la llevarás a ella! — Miró a esa fina
línea de polvo blanco sobre el piso. Una vez que la cruzara, no sería capaz de
salir, no hasta que Mateo lo liberara. Estaría amarrado allí dentro con Rogziel.
Ninguno de los dos podría liberarse.
Si quería matar al ángel del castigo, sólo había un modo…
Saltó por encima de la línea. Levantó la garra y dio una cuchillada. La
sangre de Rogziel lo salpicó mientras Rogziel contraatacaba. Torciéndose,
girando, soltando explosiones de poder que sólo estallaban en el pequeño
espacio.
Los gruñidos y gritos los rodearon. El sabueso estaba luchando para
liberarse del agarre de Az. Los dientes de la bestia estaban chasqueando, las
garras cortando el piso mientras trataba de llegar a Sam. Seline había abrazado
con los brazos a la bestia al intentar ayudar a Az a retener al sabueso.
Sam cortó la garganta de Rogziel con la garra del cambiaformas dragón.
La sangre llovió de la herida.
— No saldrás de aquí con vida, — le prometió.
— Seline, — susurró Rogziel, y el bastardo estaba sonriendo.
— ¡Nunca la tocarás! — Condujo la enorme garra al corazón de Rogziel
y sintió el chorro de sangre que le cubría los dedos. — Y no regresarás al
cielo.
Una larga gota de sangre se deslizó por la esquina de la boca de
Rogziel.
— Tampoco… — dijo ahogándose, — lo hará ella.
Sam parpadeó.
El cuerpo de Rogziel cedió.
— ¿No… lo sabías? Algunos ángeles… sin alas…
Apretando los dientes, Sam retorció la garra. Rogziel dejó de hablar. Un
desesperado borboteo se elevó en su garganta. Sam quitó la garra de un tirón.
Rogziel cayó al suelo. La sangre le empapaba las alas. Tenía los ojos
abiertos, mirando hacia arriba, pero el miedo había congelado su rostro.
El silencio lo golpeó entonces. Denso. Total. Se volvió rápidamente y
sintió que le daba un vuelco al corazón.
El sabueso ya no estaba en la garganta de Azrael. Az yacía en el suelo,
sin moverse, con el cuerpo desgarrado y aporreado.
La bestia estaba agachada sobre Seline, y tenía los dientes sobre su
garganta. Y detrás de ellos, con la mano extendida, esperaba Jeremian.
— ¡No! — Sam arremetió, pero golpeó contra la pared invisible que
había sido creada por el hechizo de contención. — ¡Mierda, no! — Soltó una
explosión contra la pared. Dejó que el fuego saliera de sus manos. Dejó salir
cada pulgada de su poder…
— ¡Seline!
Ella tenía la cabeza vuelta hacia él. Encontró sus ojos. El sabueso no le
había cortado la garganta, no aún. Quizás la bestia no lo haría. Quizás la
reconocería de algún modo, como lo había hecho el otro.
Rogziel, maldito bastardo. Sam pateó el cuerpo sin vida del ángel.
Había dicho: Seline, al final, porque le estaba ordenando al sabueso que la
matara. Cambiando la presa. Maldito fuera.
— ¡Aléjate de ella! — le gritó al sabueso. — ¡Ven por mí, sabueso!
¡Ven por mí!
Pero la bestia no se estaba moviendo. Jeremian no estaba tocando a
Seline. No podía. Su toque no detendría el tormento de ella, Sam lo sabía. El
toque de un Ángel de la Muerte no funcionaría en ella debido a la sangre de
ángel que corría por sus venas. El trabajo de Jeremian sólo era esperar… mirar
cómo el sabueso la mataba.
Justo como Sam estaba mirando.
— ¡No! — gritó Sam. — ¡Ven por mí, maldición!
Jeremian lo miró.
— Lo siento, — dijo. Seline no sería capaz de escucharlo, no aún.
Cuanto más se acercara a la muerte, más consciente sería del ángel en que se
convertiría.
Seline, ¿muriendo?
No, no, no era malditamente posible. Recién la había encontrado. Le
había prometido la libertad.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Seline. Esos dientes se estaban
hundiendo en su garganta, y ella estaba empujando a la bestia y todavía
mirando a Sam…
— Te… amo… — Los labios de ella susurraron las palabras mientras lo
miraba.
Sam negó con la cabeza. No, no, ella no podía amarlo. Él era la muerte.
Mataba. Destruía.
El dolor le retorció el rostro.
Él sólo podía mirar.
— ¡Seline! — La piel de sus manos se cortó mientras aporreaba las
paredes que lo contenían.
Los dedos de Jeremian estaban sólo a unas pulgadas de ella.
— No quieres que ella siga sufriendo… — dijo el ángel. — Es hora de
que esté en paz.
¿En paz? ¿Masacrada por el sabueso?
— ¡Te mataré! — rugió Sam, la promesa era tanto para el ángel que
sólo miraba, como para la bestia que estaba lastimando a Seline.
Jeremian negó con la cabeza.
— Lo dudo. Aunque puedes intentarlo.
Una neblina roja llenó la visión de Sam. Empujó la barrera con las
manos completamente, presionando con cada onza de su poder. Presionando,
presionando, empleando su energía, desesperado…
Seline abrió los ojos. Los dientes de la bestia le desgarraron la garganta
más profundamente. Sam vio sus labios intentando moverse. Otra lágrima
goteó de sus ojos, y formó su nombre con la boca.
— Sam.
Entonces, estalló una bola gigante de fuego, y Seline, Seline…
Todo ardió.
Traducido por ShopieD
Corregido por Maia

— ¡S am, es mejor que estés jodidamente vivo allí!

Sam oyó la voz. Hueca. Distante. Abrió los ojos, consiente de cada parte
de su cuerpo herido.
— Voy a sacarte de ahí, hombre aguanta.
No había nada a que agarrarse.
— Maldita sea. ¿Qué te has hecho?
Sam logró mirar fijamente hacia su pecho. La garra todavía estaba
incrustada en su carne.
— Quería… llegar a ella… — Si él hubiera estado cerca de la muerte,
si hubiera derramado sangre suficiente, entonces había pensado que tal vez el
perro vendría por él.
Ven por mí en su lugar. Había gritado esas palabras cuando el fuego
estalló y guió la garra a su propio pecho. Pero esas no eran las reglas. Sam
había tratado de romperlas, pero, no las reglas.
El perro del infierno se había cobrado su presa real.
Mateo cantó y arrojó las cenizas al aire y Sam cayó de su prisión.
No miró de nuevo al cuerpo de Rogziel. No tenía ninguna mierda de
sentido. Se lanzó a través del cuarto, deslizándose en la sangre que continuaba
saliendo de su cuerpo y empapando el suelo.
Debería haber sido yo.
— ¡Seline! — Las llamas quemaban bajo ahora, parpadeaban rojo y
dorado en los bordes de la habitación.
Az estaba en la esquina, con la piel quemada pero respiraba todavía.
Seline ya… se había ido.
Nada dejado atrás. Nada de sangre, sólo la nada.
— ¿Donde está la súcubo? — preguntó Mateo. Entonces sus ojos se
estrecharon. — El Caído se ve como una mierda.
¿Dónde estás, Seline?
Si hubiera muerto, ¿donde había ido? Sin el fuego, sin ella. No podía
estar en el fuego. Él no podría dejarla hacerlo. Se puso de pie y cogió a Mateo.
— Nuestro acuerdo. — Hablar era difícil. Demasiada rabia, miedo y
dolor se vertían a través de sus venas, más caliente que el fuego.
Seline.
Mateo lo miró con los ojos muy abiertos.
— ¿Qué estás...?
— Recibí mi deseo. Teníamos un trato. Ahora me enviarás al infierno.
Mateo parpadeó.
— No, tú no quieres...
— No voy a dejar a Seline allí. — Rogziel. Maldito bastardo, tuvo su
venganza. — Él azuzó a su perro contra ella. Ella fue la presa. Ahora se ha
ido. Y no la voy a dejarla quemarse allí.
Mateo trató de liberarse de su agarre. Sam no se lo permitió. Su
potencia máxima estaba ahora ardiendo. La única cosa que le había importado
se había ido.
No, no voy a dejar que se vaya.
— No se puede revivir a los muertos. — dijo Mateo con voz
retumbante. — Lo siento, no puedes...
— Mírame. — El infierno no podría tenerla.
— ¡No sabes en lo que te estás metiendo!
Te… amo...
Él era uno de los ángeles más antiguos. El más fuerte. Había caminado
por el cielo y el infierno mucho antes de que los hombres supieran temer a los
monstruos en la oscuridad.
— Ella no se está muriendo.
Ella ya está muerta, susurró una voz maliciosa en su mente.
— ¿Arderías por ella? — preguntó Mateo, sacudiendo la cabeza. —
Porque es eso lo que va a suceder. Vas a entrar, te quemarás y permanecerás
allí para siempre. Ya no tienes alas. Nadie va a tirar de tu culo.
Él era el único que podía conseguir sacar fuera a Seline. Podría
cambiarla por sacrificarse. Había salido una vez, podría hacerlo de nuevo.
— No es tan fácil. — espetó Mateo, tratando de saltar fuera de las
llamas que consumían sus pies. — Tengo que prepararme, encontrar el
hechizo correcto.
— Encuéntralo. — Se estaba rompiendo a pedazos por dentro. Sólo la
furia lo mantenía en una pieza.
— Incluso si estás allí, ¿cómo crees que vas a sacarla? ¡Ella no puede
salir! A pesar de esos poderes locos tuyos, sólo los ángeles de castigo pueden
salir de esa prisión.
Ángeles… sin alas.
Empujó lejos a Mateo y salió corriendo de la habitación. Buscó en cada
centímetro del lugar por Seline, pero ella no estaba allí. No podía olerla, no
podía sentirla, nada.
No era sólo que había muerto. Era más. Como si acabara…
Dejado de ser por completo.
Ángel… sin alas.
— Delia. — Sacudió el pasillo con su rugido. — ¡Delia, ven aquí,
ahora! — Estaba desesperado, tan desesperado que habría recurrido a un ángel
para pedir ayuda.
Él estalló fuera de la vieja casa. La noche oscura le devolvió la mirada.
Ninguna estrella brillaba. Sólo un cielo negro.
— ¡Delia! — El ángel no le dio respuesta. Estaba furioso pero ella no
apareció.
Mateo salió con el cuerpo de Az colgado al hombro.
— Tenemos que salir de aquí.
Ningún ángel, ningún cielo para él. Infierno… el infierno era ahora.
Seline, se había ido, ardiendo.
Él se quedó mirando a Az. Su hermano había intentado ayudarle. Eso
debería importarle algo.
Pero no podía sentir nada en ese momento. Sólo un entumecimiento
helado que le ahogaba.
— Yo… la vi morir en mi visión. — La voz de Mateo fue vacilante. —
Te lo dije. Estaba cubierta de sangre.
Ella se había ido.
— Sabías la forma en la que iba a terminar. — Pero no había simpatía
en la voz de Mateo. Había tristeza.
Sam se estremeció.
— Pensé que podría protegerla. — Su arrogancia. Su vergüenza. En
realidad había pensado que podría cambiar el futuro.
— No… lo que será, eso es lo que siempre llega. — Mateo dejó caer a
Az al suelo. — Ella estaba marcada por la muerte. Lo supe en el primer
momento en el que tomó la sangre. No pertenecía a este mundo.
Sin ella, él tampoco.
Sam agarró a Az. Lo levantó sobre su hombro. Su hermano, su carga.
Luego empezó a caminar en la noche. Un pie delante del otro.
Siguió caminando, caminando, y supo que ya estaba muerto.
Seline abrió los ojos a un mundo de color blanco. Puesto que lo último
que recordaba era un fuego tan caliente que quemaba su aliento, no había
esperado del todo… esto.
— Me estaba preguntando cuándo despertarías. — La voz de la mujer
era familiar.
Seline miró a la izquierda, Delia sonrió.
— Hola.
Seline se levantó de un salto. Había sido colocada en algún tipo de
cama. Algún tipo de cama blanca realmente de lujo. Todo el lugar era lujoso.
Con columnas grandes y blancas y vaya, ¿era eso un suelo de oro? Caminó
rápidamente lejos de la cama. Consciente de que su corazón latía demasiado
rápido.
— ¿Dónde estoy? — La primera pregunta en sus labios, pero… este
lugar… un vuelco en sus entrañas le dijo exactamente dónde estaba.
El cabello revoloteaba por encima el hombro de Seline. Ella lo empujó
hacia atrás. Pero… no era pelo. Algo más suave. Más terso.
Delia inclinó la cabeza.
— Bienvenida a casa.
Seline se echó la mano atrás por encima del hombro. Tocó sus alas.
Reales, alas reales hasta abajo.
— No. — Esto no puede estar pasando.
— Te dije que eras especial. — Ahora Delia caminó alrededor de ella y
estudió a Seline con una mirada apreciativa. — No suele suceder así. Los
ángeles son nacidos aquí, no en la tierra, y tú, ah, tu línea de sangre no era
exactamente pura.
¿La mujer simplemente la había llamado perra callejera? Seline la
fulminó con la mirada.
— ¿Dónde está Sam?
— Sammael está dónde debe estar.
Sí, eso fue una gran, gigante respuesta de nada.
— No te preocupes. — La voz de Delia era cuidadosamente modulada.
Ninguna emoción se deslizó en absoluto. — Tomará algún tiempo adaptarse,
pero pronto no extrañarás tu antigua vida en absoluto. — Un débil
encogimiento de hombros envió de sus alas a desplegarse en el aire. — Es
posible que ni siquiera lo recuerdes.
Había partes que de seguro quería olvidar. Como su garganta desgarrada
por el perro. Rogziel. Los amargos años que había pasado con él, pero había
otras partes…
El montar una motocicleta con Sam, el viento que soplaba hacia atrás su
cabello tanto que ella lo mantuvo apretado.
Escuchar el murmullo de su voz… sentir su latido del corazón debajo de
la oreja mientras yacían juntos en la cama.
No, no, había partes que no quería olvidar. Sam.
— Yo no pedí esto. — Las palabras la estremecieron.
Delia parpadeó.
— No, esta es tu recompensa.
Su mirada voló por la habitación. Tenía que haber una salida.
— Tu madre amaba a un demonio. Le dio la espalda a su deber por él.
Eso fue un crimen. — Las pisadas de Delia golpearon ligeramente el suelo. —
Pero nadie tenía que morir, caer, sí, pero no morir.
Seline miró fijamente.
— Mi padre no la asesinó, ¿verdad? — Una vida de odio había
endurecido su corazón. Sin embargo, Sam la había hecho dudar. — Fue
Rogziel. — Su voz era más segura de lo que ella sentía.
— Por lo que sé, la muerte de tus padres fue la primera vez que Rogziel
cruzó la línea y actuó por su cuenta.
Su furia tuvo una contracción intestinal.
— ¿Y qué? Tú... — Ella agitó sus manos para indicar la habitación de
lujo, y todos los ángeles que estaban probablemente detrás de las paredes. —
¿Le diste un pase libre porque era un íncubo y un Caído quienes sufrían?
Finalmente, se mostró cierta emoción en el rostro de Delia.
— No.
— Pero...
Las enormes puertas se abrieron. Un hombre se dirigió al interior. No,
no un hombre. Un ángel. Con las alas de media noche, el pelo rubio y la cara
de un amante.
— Déjanos, Delia.
— Uriel, ella no es...
— Déjanos.
La chica se fue. Muy, muy rápido. Seline enderezó su columna
vertebral. Era consciente de que ese Uriel tenía que ser alguien muy, muy
importante en la escala de ángeles de la vieja jerarquía.
No habló al principio. La rodeó, y su mirada la recorrió de la cabeza a
los pies. Después de unos momentos, se detuvo frente a ella y le dijo:
— Sientes demasiado.
Una risa ahogada escapó de ella.
— ¿Qué puedo decir? Soy una súcubo… los sentimiento son un poco lo
mío.
— No. — Monótono. — Fuiste una súcubo. Finalizaste con ello cuando
dejaste tu mortalidad atrás.
A ella no le gustó el sonido de eso. Saltó hacia a delante. No, tal vez ella
realmente voló. Extraño. Ella agarró sus brazos y lo miró.
— No quiero esto.
— ¿No quieres el cielo? ¿El Paraíso?
Sí, bueno, tal vez decir que no a eso sonaba un poco…
— ¿Y no quieres la oportunidad de castigar a los malvados? ¿Seguir los
pasos de tu madre? ¿Mostrar a los pecadores el error de sus caminos?
De ninguna manera. ¿Quién era ella para juzgar el pecado?
— He tenido suficiente castigo y venganza. Sólo quiero... — a Sam.
Ella no lo dijo, pero los ojos de Uriel se entrecerraron y se preguntó si el
hombre había leído su mente. Sobre todo cuando dijo:
— ¿Sabes lo que ha hecho?
Ella asintió con la cabeza.
— No puede ser removido. Su futuro ha sido anunciado. Un día traerá
el infierno a la tierra.
— N-no sabes eso.
— Sí. — Con certeza absoluta, — lo sé.
Sus rodillas se agitaron un poco, pero su determinación no vaciló.
— Yo sé lo que puede ser, Sammael no es malo.
— Ya veremos.
No le gustaba demasiado este ángel.
— Rogziel era el monstruo retorcido. ¿Por qué se alojaba en el cielo y
Sam cayó?
— Debido a que a Sam se le dio una oportunidad de rendición. Perdió
sus alas, pero conservó su vida. — Su mirada realmente parecía ver a través de
ella. — No hay tal concesión hecha para Rogziel. Él iba a morir, pero no en
manos de otro ángel.
— ¿Y qué? ¿Sammael fue su verdugo? — Consigue que un Caído lo
mate en vez de un ángel. Un buen camino eso de “otro ángel”. — Lo usaste
para matar por ti.
— Es lo que la muerte siempre ha hecho bien.
— ¡Él es más que la muerte!
Uriel exhaló lo que podría haber sido un suspiró.
— No esperes que tu transición sea fácil. — Una leve sonrisa curvo sus
labios, aunque sin emoción de brillo en sus ojos. — Aunque es la primera, los
ángeles son por lo general...
— Nacidos aquí, lo sé. — Ella agitó sus manos. — ¿Cómo llegué aquí?
— Delia sospechaba la verdad sobre ti desde el principio. Podía sentir el
poder en ti, y luego cuando te enlazaste con tu sabueso, pudimos ver las
posibilidades.
Oh, ¿“nosotros” pudimos? Las alas eran un peso ligero en la espalda,
que sentía extraño. Alas.
— Nos dimos cuenta de que o bien ibas a morir en la batalla final con
Rogziel o te gustaría evolucionar y convertirte en algo más cuando tu lacra
demoníaca dejara de serlo.
Espera. Retrocede.
— ¿Qué quieres decir con que deje de serlo? — No le gustaba el sonido
de eso.
Uriel sólo la miró con esa cara bonita.
— El toque del Ángel de la Muerte no funciona en los ángeles. Ni con
los ángeles alados y ni con esos que posean la sangre pura de los ángeles en
su...
— Tengo sangre de ángel — Y tuvo un flash mental de una habitación
llena de fuego. Un hombre se había inclinado a su lado. Piel pálida. Ojos
oscuros. El aroma de las flores había llenado el aire a su alrededor. El corazón
le latía fuerte en su pecho. — ¿Un Ángel de la Muerte vino por mí?
— Él vino por tu lado demoníaco. — Los labios de Uriel se apretaron,
entonces dijo: — Los que eran súcubos están muertos. El ángel que estaba
atrapado en ti… bueno, es libre ahora. El trabajo de Jeremian consistía en
cuidarte en tu último momento, y luego transportarte de vuelta a dónde
realmente perteneces.
Sus alas temblaron.
— No me siento como un ángel. — Demasiada rabia. Demasiada
urgencia. Las emociones la agitaron y lucharon en su interior.
— Los ángeles no sienten.
Sus alas se curvaron alrededor de ella, y tuvo la impresión extraña de
que estaban tratando de darle un abrazo.
— Esto no soy yo.
— Esto es lo que vas a ser. — Luego se volvió y se alejó con pasos
lentos y seguros. — Todo lo que necitas es tiempo para olvidar.
Las puertas se abrieron al instante para él, y luego se cerraron con la
misma rapidez a su paso.
— No quiero olvidar. — susurró Seline. Corrió hacia la puerta. No se
abrieron. Ni siquiera cuando las empujó con todas sus fuerzas.
No. Se. Abrían. Seline caminó de vuelta a la cama. Atrapada en el
paraíso. ¿Cómo podría incluso suceder? Este lugar tenía que ser perfecto. Sin
miedo. Sin preocupación. Sin dolor.
Pero ella quería el dolor. Ella quería cada trozo, bueno y malo, que vino
con su vida.
La súcubo en tu interior murió. ¿Cuánto tiempo había intentado sofocar
ese lado demoníaco?
Pero ahora, sin esa parte de sí misma, Seline se sentía… perdida.
Debido a que todavía puedo sentir. Ella no era como los ángeles de
aquí. Ella sentía, y sus sentimientos estaban cerca de desgarrarla.
¡Sam, te necesito!
Ella lo necesitaba y lo había tenido.
Tomando aliento, se subió a la cama. Seline cerró los ojos y respiró
profundamente. Tal vez los ángeles estaban equivocados.
Tal vez su lado demoníaco no se había ido, todavía no.
Por favor, no todavía.
Sam… Sam está allí.
Dejó su mente a la deriva y empujó fuerte para sacar el poder que no
quería manifestarse. Ella nunca había podido ponerse en contacto con alguien
a ese tipo de distancia antes, ni siquiera sabía a cuán maldita distancia estaba.
Pero ella nunca había estado tan desesperada antes, tampoco.
Buscó en su alma, tomó el poder que todavía podía sentir, débil, pero
no.
Su corazón se desgarró en dos, pero empujó y empujó…
Sam da un paseo conmigo.
En sueños.

Después de tres días, Sam durmió. No, él se derrumbó. Había buscado


en casi todo México, pero no había habido ninguna señal de Seline.
Mateo no había llevado a cabo su parte del trato. El brujo le había dado
más que el polvo de contención, pero hasta el momento había sido
jodidamente inútil. No hubo ángeles alrededor para contener.
No quiero ángeles. No quiero cielo. Mateo sabía exactamente lo que
quería.
Bastardo mentiroso. ¿Tan difícil era conseguir un billete al infierno?
El entumecimiento se lo llevó en primer lugar, volviendo más pesado el
cuerpo de Sam. Su pecho quemó a pesar de que la herida cerca de su corazón
había sanado.
Seline.
Cuando Sam cerró los ojos, las pesadillas vinieron. ¿Porque qué más
podría tener él, sino pesadillas? Soñó con fuego y una caída que jamás
terminó. Soñó con dolor, agonía, de alas que se quemaban y de una tierra
implacable que rompía todos sus huesos.
Entonces… ella.
La bestia estaba en la garganta de Seline. Sus ojos estaban sobre Sam.
Cariño…
¿Por qué? Trató de poner distancia a las imágenes. Le había fallado.
Había observado mientras ella moría. ¿Por qué demonios ella lo amaba?
El fuego quemaba más caliente. No podía ver nada. Sólo se veían las
llamas.
Sólo el fuego.
Entonces…
Nada.
Seline vuelve a mí.
— No puedo. — susurró ella.
La oscuridad se levantó un poco y él la vio en la cama. Las sombras la
envolvían.
— ¿Seline? — Esperanzado, saltó hacia ella.
Ella levantó sus manos hacia él. Su boca cayó sobre la de ella. Ella
sabía, oh, maldita sea, ella sabía a la vida. Cielo. Todo lo que siempre había
querido, pero nunca se dio cuenta que necesitaba. Su cuerpo temblaba contra
el suyo. Sus labios se levantaron, empujados sin poder hacer nada y gruñó:
— Pensé que me habías dejado.
— Lo hice. — El dolor en su voz rompió un corazón que era de ella.
Sus dedos se alisaron sobre su pecho. — Y no sé cómo volver. — Una lágrima
se deslizó sobre su mejilla.
Atrapó la lágrima con la boca. Probando la sal. Probándola a ella. Real.
— Cariño, vuelve y no voy a dejarte ir. Quédate. Sólo… Quédate. —
Tenía que hacer que se quedara. — Soy más… de lo que has visto. Podemos
tener una vida juntos. Podemos tener todo. — Porque él iba a darle cualquier
cosa.
— Quédate. — Su agarre se tensó en ella.
— ¡No sé cómo! — Su mano permaneció fría en su pecho.
Ella se apartó de él. Tenía la cabeza inclinada hacia atrás mientras lo
estudiaba.
Su cuello era liso sin arrugas. Sin cicatrices, sin sangre.
Y él supo que no era real. Mierda, no. Sólo otra pesadilla. Ella lo dejaría
y la realidad sería su infierno en la tierra.
— Te amo. — Sólo una pesadilla, pero lo diría de todos modos. ¿Por
qué no lo había dicho antes? ¿Por qué no se dio cuenta de la verdad? —
Daría mi vida por la tuya en este instante.
Algo susurró en la oscuridad, un susurró suave. El viento parecía un
pincel sobre su rostro. Se quedó en las sombras a su alrededor, consciente de
que su corazón había empezado a latir muy rápido.
— No puedo volver a ti. — Ahora tenía las manos en su cara. Sus dedos
por la mejilla, a lo largo de su mandíbula. Como si lo memorizara. — No
quiero olvidar.
— No lo harás. — Un juramento. — Yo no lo haré.
Pero ella se estaba desvaneciendo. Sus labios se apretaron contra él una
vez más. Probó el aliento. Vida. Amor.
Seline.
Ella desapareció. El fuego. El dolor. Las torturas. Pero él no olvidaría.
Su Seline había venido a él.
Ella había tenido alas negras de ángel.
Ella no había sido arrastrada al infierno. Su ángel había sido enviado a
los cielos.
Luchó a través del fuego en su pesadilla y abrió los ojos. Miró el techo
agrietado por encima de él.
— ¡No se la lleven!
Sam sabía que no tenía que luchar a través del infierno en su camino
para traer de vuelta a Seline. Pero tendría que derribar las puertas del paraíso.
Si quieres ver a un ángel, a veces hay que desatar un pequeño infierno.
Sam estaba en medio de una calle llena de gente, con la mirada en el cielo
oscuro por encima de él. El poder palpitaba en el aire a su alrededor.
— ¿Qué crees que estás haciendo?
La voz de Az. Muy lentamente, Sam volvió la cabeza a la derecha. Él
había alojado a Az en un motel tres días antes. No quería tratar con él.
Matarlo… bueno, mierda.
Az había tratado de sacrificarse para que Sam estuviera protegido.
Matarlo a él después de eso no le había parecido justo. Así que había dejado al
bastardo alejarse, con la cabeza todavía unida a su cuerpo.
Sólo que parecía que Az caminaba de regreso a él. El tipo debía tener el
deseo morir.
Sam lo hacía. Tenía que ser un rasgo familiar.
Sam sonrió y supo que su sonrisa destellaba maldad.
— Estoy a punto de hacer descender algunos ángeles.
Az parpadeó.
— Uh, ¿estás seguro de que es el mejor plan que tienes?
Esta era la parte más oscura de México. Los hombres y mujeres que
llenaban las cantinas en las calles en esta calle batida no eran humanos.
Cambiadores. Demonios. Algunos buenos, otros en el medio, algunos tan
viciosos que podía sentir el olor en el aire.
— Es lo único que tengo.
Az frunció el seño hacia él. — Mira, siento lo de la chica, ella está
muerta. Sacrificarte a ti mismo no la traerá de vuelta.
Una ráfaga de energía de Sam se estrelló contra su hermano y lo dejó
atrás unos diez pies. Huesos crujieron cuando Az aterrizó.
— Ella no está muerta. — Sam señaló el cielo. — Ella está
justamente… allí.
Az se levantó lentamente. Él chasqueó el hombro en su sitio y ajustó la
muñeca rota.
— Finalmente te volviste loco, ¿verdad? — dijo con un poco de tristeza.
— Siempre pensé que llegaría el día.
— Tal vez lo he hecho. No importa. — Apartando de nuevo la mano,
dejó una carrera de fuego por la calle. Las voces se levantaron. Los gritos
llenaron el aire. — Estoy a punto de hacer un fuego tan brillante que el cielo
tendrá que verlo.
Los gritos llenaron el aire. Los Otros se dispersaron mientras corrían
fuera de las llamas.
Pero él sólo derramó más poder. Más. No se detendría. El mundo no se
daba cuenta de lo peligroso que podía ser. Hora para mostrárselo.
Traerla de vuelta.
O él habría destruido todo, y quizá el mundo entero.
Traducido por Rhyss
Corregido por Amy

S am golpeó el suelo cuando fue abordado por detrás. Se dio la

vuelta y echó a su estúpido hermano a un lado. Esta vez, Az cayó de pie, y sus
huesos permanecieron en su mayoría en su lugar.
— No puedes matarlos, — gritó Az.
Las cejas de Sam se levantaron.
— ¿Desde cuándo te importa?
— ¡Desde que caí! — Az pasó una mano por su pelo. — ¡Esto no es
justo! ¡Maldita sea, no puedes!
El fuego no había tocado a nadie. Todavía no.
— Él podría, — dijo otra voz, esta vez fuerte y profunda, que venía
desde las sombras cerca de él, — pero no lo hará.
Una expresión de “¡oh mierda!” cruzó el rostro de Az, y Sam supo que
su hermano también reconoció esa voz.
Era la voz que más se escuchaba en sus pesadillas porque este ángel no
estaba allí para consolarte. No estaba allí para darte un mensaje. Ni para
guardarte o protegerte de los monstruos en el mundo.
Uriel era el líder de los ángeles del castigo. Si las historias eran ciertas,
una vez había estado a la diestra de Dios, pero un par de siglos atrás, había
sido puesto a cargo de los ángeles oscuros. Lo que vino después sólo era lo
peor de lo peor, y sus castigos habían sido conocidos por hacer al diablo llorar
de envidia.
Sus alas se plegaron detrás de él cuando Uriel salió de la oscuridad.
Miró a Sam, y él negó con la cabeza.
— Sammael, recoge tu fuego.
El fuego azotaba por las calles, serpenteando largo y duro, elevándose
alto, tan alto. No había tocado la carne de cualquier persona, pero podría
hacerlo, todo lo que necesitaba era un pensamiento y se inflamaría.
— ¿Es esto lo que ella querría que hicieras? — preguntó Uriel.
En un instante, Sam tenía al bastardo sujeto de su camiseta negra. ¿Y
desde cuándo Uriel llevaba una camiseta rota y pantalones vaqueros?
— ¿La has visto?
Uriel asintió.
— Ella es una de los míos.
— No, — gruñó Sam, ahogándose con rabia. — Ella es mía.
Az se acercó a ellos.
— ¿Hablas en serio? ¿Seline es... un ángel?
Uriel no parecía particularmente preocupado por el fuego o el férreo
control que Sam tenía sobre él. Pero, ¿cuál era la novedad? Uriel nunca estaba
preocupado. Es por eso que era tan bueno en su trabajo.
Y los ángeles del castigo que no eran tan buenos en ello terminaban
como Rogziel.
— A veces los ángeles caminan sobre la tierra. Errores son cometidos.
Tienen que ser... llamados a casa. — Uriel inclinó la cabeza hacia Sam. —
Gracias por hacerte cargo de Rogziel. Se había convertido en una molestia.
¿Qué carajo?
— Cuida de tu propia basura la próxima vez.
— Esa no es la forma en que funciona.
— ¿Cómo lo sabes? — disparó Sam de vuelta. — ¿Alguna vez te has
tomado la molestia de preguntar?
Los ojos oscuros de Uriel se entrecerraron.
— Rogziel recibió su castigo.
— ¡Sí, pero no gracias a ti! — Sam dejó caer su dominio sobre el ángel.
— ¿Qué? ¿Quieres que yo haga el trabajo sucio por ti? Y yo que pensaba que
disfrutabas impartiendo el castigo.
Había esperado que sus palabras rompieran la fachada helada de Uriel.
No funcionó. Debido a que no era una fachada. Así era Uriel.
— Ya conoces las reglas, — dijo Uriel. — Ningún ángel puede matar a
otro. No sin ganarse la condenación. — Él sacudió su camiseta. — No sólo
queríamos que Rogziel sufriera, queríamos que lo destruyeras.
Y así había sido.
— ¿Y los Caídos que ha tomado a lo largo del camino?
— Los Caídos eran los únicos que realmente tenían la oportunidad de
luchar contra él.
Ah, cierto. Desde que habían caído y habían perdido sus alas, no eran
exactamente angelicales por más tiempo, así que toda esa regla sobre un ángel
matando a otro no estaba técnicamente en juego. Los ángeles no habían
aprendido solamente a torcer la verdad a través de los siglos. Habían
aprendido a torcer el mundo entero.
— Desafortunadamente, — dijo Uriel con un suspiro, — el primer
Caído de los pocos que encontró, no era lo suficientemente fuerte como para
el trabajo.
— Muy lamentable, — se hizo eco Az, pero había emoción en su voz.
Ahora que el chico estaba en la tierra, estaba seguramente adquiriendo las
costumbres humanas rápidamente.
Me gusta más así. Az no era tan imbécil.
— Pero el trabajo está hecho. — Uriel apuntó con su mirada de nuevo a
Sam. — Es el momento para que puedas seguir adelante.
No.
— Quiero ver a Seline.
Uriel frunció el ceño.
— ¿Y yo hago lo que tú quieres, porque...?
— Porque si no lo haces, voy a incendiar por completo toda esta maldita
ciudad. — Él sonrió, mostrando muchos dientes. — No tengo nada que perder.
Voy a quemar, voy a pelear. — Sacó la botella que todavía estaba manchada
con la sangre de un ángel. — Y voy a matar.
La mirada de Uriel bajó al arma.
— ¿Realmente me estás amenazando a mí? — Había emoción en su voz
y en su rostro. Shock.
— Maté a un ángel. — Sam se encogió de hombros, y luego tiró la
botella que había recibido de Mateo. Brujo sabelotodo. El chico, sin duda, lo
había visto venir. No era de extrañar que se hubiese asegurado de que Sam
tuviera una gran reserva de ese polvo de contención. La botella explotó, y el
humo blanco surgió alrededor de Uriel, atrapándolo como había atrapado a
Rogziel. — ¿Cuánto más difícil puede ser matar a otro?
La mandíbula de Uriel cayó. Golpeó las manos contra la pared invisible
que le mantenía en su lugar.
— Yo no creo que él lo viera venir, — murmuró Az.
— Ángeles... — Sam negó con la cabeza. — A veces, son demasiado
malditamente arrogantes. Sólo porque están muy arriba en la cadena
alimentaria no quiere decir que no puedan todavía ser comidos.
Uriel gritaba, no, rugía, y sus alas se estrellaron contra su cristalina
prisión.
— Cuando te calmes, — El área estaba desierta. Los Otros,
inteligentemente habían huido, — vamos a hablar, y entonces tú me traerás a
Seline. — Sam se encogió de hombros. — O te cortaré las alas.
Seline estaba caminando a través de una nube de, bueno, de una nube.
Todo era hermoso. Precioso. Pero... sólo había otros ángeles alrededor, y no
eran exactamente habladores.
No había seres humanos. No había cambiaformas. No había brujas.
Delia le había dicho que cuando esos seres morían, iban mucho más allá de las
puertas. Sí, había habido un poco de nostalgia en las palabras de Delia. Por
eso, cuando la mayoría de la gente moría, obtenían un paraíso con su brillante
felices para siempre. Pero los ángeles tenían...
— ¡Tienes que venir conmigo!
Seline se giró. Bueno, vaya, las alas de Delia estaban todas erizadas.
— ¿Qué va mal?
— Sammael.
El corazón le golpeó en el pecho.
— ¿Le ha sucedido algo?
Delia miró a su alrededor, la mujer parecía preocupada. No era nada
bueno. Delia no se preocupaba.
— Si tú no lo detienes, algo muy malo va a suceder.
— Entonces, ¿por qué estamos aquí de pie? — gritó Seline mientras sus
propias plumas se erizaban. — ¡Llévame con él!
Delia le agarró la mano y tiró de ella fuera de la nube. Cayeron rápido y
duro hacia la tierra. Las nubes azotaban a su alrededor, y Seline podía
distinguir un mar de color azul y la densa oscuridad de la tierra y…
— ¡Usa tus alas!
Oh, mierda, claro. Seline comenzó a aletear.
Delia no le soltó la mano. La mujer voló hacia adelante, no hacia abajo,
y Seline luchaba por mantenerse a la par con ella.
El aire era frío en su rostro. Sentía como las gotas de lluvia le picaban la
piel. Más rápido, más rápido. Su entorno se volvió borroso. Perdió la noción
del tiempo.
Y entonces...
Oscuridad.
Sus pies tocaron el suelo.
— ¿Seline?
Roto, áspero, Sam. Sus ojos se abrieron. Él estaba allí. Alto, fuerte, pero
con las mejillas hundidas y los ojos salvajes, sombríos. El dolor grabado en las
líneas profundas de su rostro.
Corrió hacia él, y oyó a alguien, ¿Az?, murmurar: — Alas...— desde
algún lugar. No podía ver desde dónde, porque no podía apartar la mirada de
Sam.
Sus dedos temblaron cuando ella tocó la cara de Sam.
— Soñé contigo, — susurró.
Ella trató de sonreír. No podía.
— Y yo soñé contigo. — Su corazón latía tan rápidamente que dolía.
— Traté de salvarte. — Él sonó brusco, desgarrado.
Ella se echó hacia atrás el recuerdo del miedo y el dolor, y de sus ojos
en los de ella.
Miedo, enojo. Desesperación.
Seline se puso de puntillas y lo besó. Esto no era un sueño, era real
ahora, y ella necesitaba sentir su boca contra la de ella.
Sus dedos rozaron sus alas, y un escalofrío patinó por su cuerpo.
— Ella está aquí, ahora me dejarás salir, — gruñó Uriel.
Manteniendo los dedos de Seline entrelazados con los suyos, Sam dio
un paso atrás. Le dio una patada al polvo blanco que rodeaba a Uriel.
— ¿Qué es esto? — exigió Uriel. — Nada debería tener el poder de
retenernos, nada.
— Podemos hacerlo entre nosotros. Nuestras propias fuerzas pueden
bloquearnos. — Sam exhaló lentamente. — El polvo se hace de alas de ángel.
¿Qué diablos crees que sucede con las alas cuando caemos? Se queman, se
transforman en cenizas y en polvo, pero mantienen el resplandor de nuestro
poder.
Seline apretó los dedos alrededor de los suyos.
Sam la miró fijamente.
— Quisiera que fueras libre.
Y ella también lo deseaba...
— ¿Eres feliz? — le preguntó con su mirada enlazada en la suya. —
Dímelo, y me iré.
Los ángeles no tenían que mentir. Estaba aprendiendo las reglas, pero
no encajaba en absoluto.
— Te extraño.
Ella lo vio estremecerse. Luego inhalar.
— Cariño, hueles a rosas.
El aroma de los ángeles. Ya no el de ella, no más.
— Rosas y paraíso. — Apretó sus labios. — Echo de menos el jazmín.
Una cosa tan simple, pequeña. Ella había usado loción corporal de
jazmín, antes.
Ni siquiera me di cuenta de que lo había notado.
Seline sentía como si se estuviera rompiendo. Quería agarrarlo y
aferrarse a él tan fuerte como pudiera. Sólo necesitaba saber…
— Te amo, — le dijo él, las palabras retumbando como un gruñido. Eso
era lo que necesitaba. La atrajo más cerca. — Te amo. Tú llegaste a mí, Seline,
y no puedo… no puedo dejarte ir.
— No es una opción, — dijo la fría voz de Uriel. La tierra temblaba
bajo sus pies cuando Uriel se liberó de su contención. — Has ido demasiado
lejos hoy, Sammael. Nadie se atreve a encarcelarme.
Pero Sam no parecía asustado. Debería haberlo estado. Sólo se rió y no
miró al poderoso ángel de castigo.
— Por Seline, me atrevería a hacer todo.
La tierra se desgarró. Un humo se encendió, y un olor fuerte del azufre
llenó el aire. Seline no tenía necesidad de oír los pesados gruñidos para saber
lo que iba a venir.
— Hora de tu castigo, Sammael. — Uriel se dirigió hacia la abertura
que había hecho en la tierra. — Has hecho un trato con un espíritu de
encrucijadas, un acuerdo que me aseguraré de que mantengas, incluso si él no
lo hace.
Seline vio las garras primero, y se estremeció. Su cuello parecía palpitar
y sus gritos querían estallar en su garganta al recordar la muerte.
Sam la empujó detrás de él.
— Está bien. Te lo juro, no voy a dejar que te toque. Te lo juro.
— Sammael. — La voz de Uriel retumbó. — ¡La presa es Sammael!
El sabueso saltó desde el suelo y se lanzó directamente a Sammael.
Seline gritó. Az saltó desde las sombras.
Y Sam agarró a la bestia y le rompió el cuello en un rápido giro. El
sabueso se desplomó en el suelo.
— Bueno, bueno... — Uriel negó con la cabeza. — Sabes que no va a
ser tan fácil.
Cabello negro y espeso cubría el cuerpo del sabueso, y un mechón
blanco largo birlado a través de su ojo derecho.
Seline miró a la bestia y parpadeó, sorprendida. Espera, ese era…
Mi sabueso.
¿Uriel se había atrevido a levantar a su perro para venir detrás de
Sam? El bastardo. Sus alas se tensaron, luego se estiraron detrás de ella.
Los huesos rotos se reacomodaron bruscamente, y el sabueso meneó su
cuello lentamente. Luego inclinó la cabeza hacia atrás, y Seline pudo ver sus
dientes afilados que brillaban.
— No te preocupes, Seline, — le dijo Uriel en voz baja, — tu sabueso
conseguirá tu venganza.
No, no, no lo haría.
— ¡No quiero venganza contra Sam! — Claro, lo de que Rogziel
sufriera una muerte muy dolorosa estuvo en la parte superior de su lista de
tareas pendientes, ¿pero Sam? No. Él había luchado por salvarla. No debería
sufrir.
Todavía podía oír sus gritos atormentados en su mente. Había estado tan
desesperado por salvarla.
El sabueso se lanzó. Sus dientes se hundieron en el brazo de Sam.
Sam no emitió ningún sonido.
— No se puede matar a un sabueso del infierno, — dijo Uriel, y para
alguien sin emociones, las palabras sonaron como una burla.
— Podemos, seguro como el infierno, reducir a esa cosa. — Ahora se
trataba de Azrael. Tenía un cuchillo en la mano. Saltó hacia adelante y empujó
el cuchillo en el costado del sabueso.
El aullido de la bestia... la lastimó.
Seline quedó sin aliento. Vio la mirada del sabueso de regreso a ella.
Parecía perdido, confundido.
— Sammael, — espetó Uriel.
Seline trató de empujar hacia el sabueso.
Sam la bloqueó y se volvió para enfrentarse a la bestia. El sabueso le
arañó. Tajos profundos cortaban su pecho. Las garras se acercaron demasiado
a su corazón.
Seline empujó a Sam fuera de su camino y, vaya, Sam se precipitó en el
aire. Supuso que ser un ángel de castigo venía con un bono de fuerza.
El sabueso se quedó mirándola con la boca abierta, los mortales
colmillos goteando sangre, y le llevó a Seline toda su fuerza de voluntad no
dar la vuelta y correr.
Garras en mi garganta. Dientes rebanando. Excavando en mi carne.
¡Sam! ¡Sam!
Sam se puso de pie. Corrió hacia el sabueso. El sabueso clavó sus garras
en el suelo y se dispuso a saltar sobre su Caído.
— ¡Alto! — rugió.
Todo el mundo se quedó helado. Todo el mundo, incluso Uriel.
La cabeza del sabueso se volvió hacia ella. Seline se dirigió a la bestia,
un paso lento a la vez. Le tendió la mano, y sus dedos temblaban sólo un poco.
— Tranquilo. — Por favor no me comas. He estado allí, me han hecho eso, y
no quiero volver a pasarlo.
El sabueso bajó la cabeza y se quejó.
Este sabueso era más pequeño que el que había, ah, matado. Cicatrices
profundas marcaban su cuerpo. Tantas heridas. Tantas muertes.
¿Era un sabueso malvado? ¿O tal vez lo era el amo del sabueso?
Al igual que un pitbull. Entrenado para atacar. Pero tal vez, tal vez, la
bestia podría ser más.
— Protégelo. — Las palabras brotaron más fuerte de lo que había
previsto. Seline levantó su mano y sus dedos no temblaron más. — Protege a
Sammael, — le ordenó a su perro. No sería una presa. — Protégelo... siempre.
La cabeza del sabueso giró entre ella y Sam.
— No es la presa. No él, — dijo.
El perro se inclinó hacia adelante y lamió sus dedos.
Él no era una presa, y tú eres más que un monstruo.
— Bien, — murmuró. Porque había algo bueno en el sabueso, podía
sentirlo, luchando contra la oscuridad que parecía envolver tan fuertemente la
bestia.
En ese momento, el perro casi le recordaba a... Sam.
Sam, quien la miraba con esos ojos que amaba. Oscuros, no azul como
los de un ángel, porque la oscuridad se arremolinaba demasiado fuerte en él.
Siempre lo haría.
— ¡No puedes hacer esto! — Uriel llegó su lado y apenas miró al
sabueso. — Sammael debe ser castigado por lo que hizo.
Un rayo destelló del cielo, y este golpeó justo a los pies de Uriel. El olor
a azufre quemado explotó en la nariz Seline.
Una emoción real apareció en el rostro de Uriel entonces. Miedo.
— Creo que alguien está meando fuera del piso del jefe arriba, — dijo
Sam con su acento burlón. — Porque ese rayo seguro que no estaba dirigido a
mí.
Con los ojos muy abiertos, Uriel retrocedió.
— Un día, Sammael, serás castigado.
El lado derecho de la boca de Sam enganchó en una sonrisa triste
mientras miraba Seline.
— Ya lo he sido. He perdido lo único que hizo que esta vida valiera la
pena.
Pero él no la había perdido. Ella estaba de pie allí.
— Puedo quedarme contigo, — le dijo. No le importaba lo que Uriel
pudiera hacer. Sam estaba delante de ella. Le importaba. Sus manos
acariciaron al sabueso. Su piel era casi suave, una vez que superabas su
apariencia.
Los labios de Sam se abrieron, como si quisiera hablar, pero luego negó
con la cabeza.
— Sam, me puedo quedar. — Ella lo sabía. Otros ángeles habían caído.
Él había caído. Podía hacerlo, también. — Podemos estar juntos. — Él había
dicho que la amaba. Podrían tener un para siempre.
Apretó la mandíbula, y después de un momento, habló. — No sabes lo
que es eso. El dolor... No voy a pedirte que sufras por mí. No puedo. Nunca
por mí, ¿entiendes? Nunca.
— Ella ya ha muerto por ti una vez, — dijo Uriel, mientras agitaba sus
alas y comenzaba a elevarse en el aire. — ¿Qué es un pequeño viaje al
infierno entre amantes?
— ¡No! — gruñó Sam. — ¡Ella no va a sufrir más!
Seline sintió un tirón entonces, como una energía que se envolvía
alrededor de ella y la elevaba al cielo. Ella luchó, desesperada por quedarse
con Sam, pero no podía liberarse de esa atracción extraña.
— ¡No caigas por mí! — le gritó, con el rostro rígido. — ¡Maldita sea,
voy a encontrar otra manera! ¡Puedo conseguir la redención! ¡Puedo ir a ti!
¡No caigas por mí!
— Él nunca conseguirá la redención... — Parecía que la suave voz de
Uriel susurrara en su oído derecho, a pesar de que estaba a más de un metro y
medio de distancia de ella. — Algunos pecados no pueden ser perdonados.
Las lágrimas le escocían los ojos. Ella aún estaba elevándose, arrastrada
por una fuerza que no podía parar. Sam.
Su ardiente mirada negra la siguió. — ¡Voy a encontrar una manera,
Seline! ¡No caigas, promételo! ¡No lo hagas!
Luego se levantó muy alto, y ella ya no pudo ver ni oírle por más
tiempo.

— Él va a ir al infierno.
Seline levantó la vista al oír la voz de Delia. El ángel se acercó a ella,
sus pasos suaves sobre el suelo de mármol reluciente.
— Sam se reunió con Uriel otra vez, — le dijo Delia. — Sólo que esta
vez, Sam no lo inmovilizó.
Probablemente porque Uriel no se había acercado lo suficiente como
para que lo hiciera. Ella pensó que el gran jefe había aprendido de su error.
Un suave suspiro aliviado salió de los labios de Delia.
— Sam quiere ganar la redención. — La cabeza de Delia se inclinó
mientras miraba Seline. — Por… ti. Quiere volver a casa, y es todo gracias a
ti, ¿no es así?
Seline no habló. Infierno. No quería a Sam en el infierno.
— Uriel le arrancó la piel de la espalda. — Delia susurró. — Fue el
primer paso en el castigo de Sammael.
Su respiración salió mientras el terror la llenaba.
— ¿Por qué?
— Porque ahí es donde las alas estaban antes, por lo que la carne es más
sensible al placer o al dolor. Uriel quería que Sam sintiera el máximo dolor.
Su estómago se apretó. — No. — Se mordió el labio. Dolor máximo. —
¿Por qué Uriel quiere hacerle daño de esa manera?
— Ellos son viejos enemigos. — Delia se encogió de hombros. — Y
Uriel no disfrutó exactamente del hecho de que Sam fuera capaz de atraparlo.
Ahora todo el mundo sabe que el gran castigador estuvo a punto de morir por
la mano de un caído.
— Así que tomó su libra de carne. — No, Sammael había sacrificado su
carne, por ella. Seline tragó, tratando de tragar el nudo en la garganta. — ¿Qué
hay en el infierno?
— Lo verás muy pronto.
¿Era eso una amenaza? No había esperado una de Delia. Tal vez
debería haberlo hecho.
Los hombros de Delia hicieron una reverencia.
— Es parte de nuestro deber. Podemos viajar entre la tierra, el cielo y el
infierno. Vamos a donde nos lleva el castigo.
— ¿Así que voy a ser capaz de ver a Sam? — Sí, eso lo que esperaba.
— Verlo, — convino Delia, pero negó con la cabeza mientras decía: —
No hablar con él, no... tocarlo, mientras su sentencia no haya terminado.
— ¿Por cuánto tiempo durará su sentencia? — No le gustaba este plan.
No, en absoluto. Sus manos en un puño.
— Para su redención, Sammael tendrá que estar un millar de años en el
infierno.
Seline saltó sobre sus pies.
— ¿Qué?
Delia le devolvió la mirada.
— Ningún ángel ha regresado al cielo después de elegir a caer.
Sammael podría ser utilizado como un ejemplo.
— ¿Quién decidió eso, Uriel? Es un…
— Todavía vas a estar viva cuando la sentencia de Sammael esté hecha.
Él puede volver aquí, para ti.
Después de mil años en el infierno. Ella parpadeó para aclararse la
mirada borrosa.
— ¿Qué va a pasar con él allí?
— Tortura. Dolor. Pesadilla que no se detendrán.
Ya había tenido suficiente de eso.
— No merece ese castigo.
Las alas de Delia se agitaron un poco.
— En realidad no es un castigo. Es su elección. Está negociando el
tiempo que pasa en el infierno, el tiempo de agonía, con sus alas.
Sus manos se apretaron. Lo siento, Sam.
— No voy a dejar que lo haga. — Corrió hacia las puertas que no
estaban enrejadas ahora. No lo habían sido desde que había visitado el reino
de los mortales y visto Sam. ¡No te dejes caer por mí! Todavía podía oír su
voz, pero Seline estaba ignorando esas palabras.
— No sabes lo que es, ¿verdad? — llamó la voz de Delia detrás de ella.
— La caída, quiero decir.
Seline miró hacia atrás. — No, no lo sé, y no me importa. Iré de nuevo a
él. Él no va a quemarse. No va a sufrir por mí. No por mil malditos años.
— Hay una razón por la que te dijo que no cayeras.
¿Y cómo sabía eso Delia? Había pensado que el ángel había
desaparecido después de dejarla junto a Sam.
Los labios del ángel se elevaron, sólo por un momento. Casi una
sonrisa.
— Se corrió la voz. Había ojos viendo de los que no sabías nada, y
cuando Uriel fue inmovilizado... bueno, seguro eso era algo que querían ver
desde aquí.
— Tengo que estar con Sam, — dijo en voz baja Seline. — Cuando
estoy lejos de él, me duele.
— Te va a doler más si caes. — Delia no se movió hacia ella. — Tus
alas se quemarán y será un dolor diferente a cualquier cosa que hayas sentido
antes. — Sus labios se apretaron. — O al menos eso me han dicho.
— No tengo miedo del dolor. — Un sabueso del infierno le había
arrancado la garganta. Así que ¿qué se suponía que le haría un poco de fuego?
Si recordaba correctamente, una gigantesca bola de fuego la había rodeado
justo antes de que ella hubiese despertado en el cielo.
— No es por el dolor por lo que necesitas preocuparte.
Bien, ahora eso sonó un poco asustadizo. ¿Qué se suponía que tenía que
temer si no al dolor?
— Mira, yo no estoy hecha para ser un ángel. Simplemente no puedo.
— Tú sientes demasiado. Lo puedo ver. Todos podemos. Pero realmente
creemos que cuanto más tiempo estés aquí, menos... sufrirás.
Así que, dentro de mil años, cuando Sam estuviera volando con sus alas
de nuevo, ¿a ella ni siquiera le importaría?
— Me voy a casa. — A su verdadero hogar. El único que jamás había
tenido. Sam. Estaba en casa con él. Amor. Seguridad.
Suyo.
Seline se dio la vuelta, y sus manos empujaron contra las puertas.
Pero Delia seguía hablando. Ella advirtió:
— No vas a tener recuerdos. No de los cielos. No de Sam. No de la vida
que tenías antes. Todo será borrado con la caída.
Az no sabía quién era al principio, tampoco.
— La memoria de Az regresó. También lo hizo la de Sam.
Una pausa, luego Delia dijo:
— Con tal que sigas con vida, que los Otros allá afuera, desesperados
por sangre de ángel no te maten y drenen, entonces tu memoria va a volver.
Con el tiempo. Pero esa parte final es diferente para cada ángel. Podrían pasar
meses. Años. Vas a caminar por la tierra, pero sola, herida, pensando que no
tienes a nadie.
Así o ella caminaría sola por unos pocos años o Sam sufriría durante
milenios. Um... no era una elección difícil.
— ¿Por qué? — La voz de Delia era desigual, y Seline sabía que el
ángel se dio cuenta de que no cambiaría de opinión.
Seline empujó con todas sus fuerzas, y las puertas volaron
completamente abiertas. La luz se apoderó de ella.
— Porque lo amo.
Un soplo agudo.
— Eso es lo que dijo Erina.
Ahora ella arriesgó una última mirada por encima del hombro.
— Supongo que soy como ella. — Mucho más de lo que pensaba.
Entonces Seline inclinó la cabeza hacia atrás y sintió la cálida luz en su carne.
— Estoy lista para ir a casa. — Estoy lista para caer.
No por castigo. No porque hubiera pecado. Pero debido a que amaba.
Todo lo que tienes que hacer es pedir ayuda.
Sus ojos se cerraron.
— Por favor, — susurró Seline, y supo que sería escuchada, — quiero
caer.
El viento en los oídos. El suelo bajo sus pies desapareció. Su cuerpo se
desplomó. Rápido, más rápido...
El dolor vendría, lo sabía, pero en ese momento, lo único que podía
pensar era:
Sam.

La sangre goteaba por su espalda. Sam no sintió el dolor por más


tiempo. La piel ya no estaba. Despojado lentamente por un ángel sin piedad.
No importaba. La carne volvería a crecer con el tiempo.
— No puedes hacer esto, — dijo Az, caminando delante de él. — Este
plan es una locura. Siempre estuviste desesperado por bajar de las nubes, ¿y
ahora estás negociando por regresar?
Sam no dijo nada.
— Estás loco, — murmuró Az nuevo.
El ligero aroma de rosas cosquilleó en la nariz de Sam. Él se dio la
vuelta.
— ¡Seline!
— No. — Delia aterrizó a su lado. Juntó las manos delante de su
cuerpo, y su mirada se precipitó al suelo salpicado de sangre, y luego de nuevo
a él. — No tienes que sacrificarte. Ningún intercambio debe hacerse.
Y con sus palabras, el dolor regresó, sólo que esta vez se trataba de un
tipo diferente de dolor. Uno que parecía cortarlo directamente a través de su
corazón.
— ¿Seline?
Una breve inclinación de cabeza.
— Ella… cayó.
Su cabeza se hundió hacia delante mientras sus manos se apretaban en
puños.
— Bueno, maldita sea. — Az.
— ¿Cuándo? — exigió Sam. Seline.
— Hace instantes. Traté de detenerla, pero ella te quería demasiado.
El pecho le dolía.
— Conocía los riesgos, — Delia le dijo en voz baja, — pero siguió
prefiriendo caer.
Una sombra flotaba sobre el suelo, y Sam sintió la punta dura del viento
a su alrededor…
— ¿Estás listo, Sammael? — le preguntó Uriel, en voz baja. ¿Listo para
su sacrificio? Pero Seline se había sacrificado ya, y este bastardo no lo sabía...
Sam se volvió hacia él.
— Me temo que ha habido un cambio de planes.
Los ojos Uriel se abrieron como platos.
Sam apoyó los pies y se dispuso a atacar.
— Voy a tener que mandarte a la mierda ahora.
Uriel retrocedió un paso, y Sam vio un destello de miedo en sus ojos.
Una vez que un ángel había probado una emoción, incluso el miedo, el
sentimiento podría colarse de nuevo en su interior en cualquier momento.
— En realidad, — dijo Sam arrastrando las palabras lentamente, — creo
que podría obtener mi libra de carne y entonces enviarte a la mierda.
Antes de que Uriel pudiera escapar, Az lo agarró.
Az. Su hermano seguía sorprendiéndolo.
— Uriel... — Sam lo acechó. — Antes de repartir más dolor, creo que
puede que tengas que experimentar un poco por ti mismo.
Uriel gruñó y luchó contra la retención de Az.
— ¡Delia, Delia, ayúdame!
Ella negó con la cabeza.
— Lo siento, pero tengo mis órdenes. Y tú has hecho enojar mucho a
alguien allá arriba. El castigo se acerca.
Delia voló hacia el cielo.
Sam dio un puñetazo en la cara de Uriel. Los huesos se destrozaron.
— El castigo está aquí.

Ella golpeó el suelo y el dolor era todo de lo que sabía. Le dolía el


cuerpo, la garganta quemaba con sus gritos, contusiones y ampollas cubrían su
figura desnuda.
Se puso de pie. Se miró las manos... manos rotas que no reconoció. Un
cuerpo que no reconoció.
El peor dolor provenía de sus hombros, no, su espalda. Trató de tocar su
piel, y sintió crestas gruesas y duras debajo de sus dedos.
Lágrimas escaparon de sus ojos.
Quería acurrucarse. Hundirse en el suelo y llorar. Pero se quedó de pie.
El viento rozó su cuerpo. A lo lejos, ella sólo podía ver la luz del sol.
El amanecer.
Un nuevo día.
Comenzó a caminar hacia esa luz. Pasos lentos porque las rocas ásperas
cortaban sus pies descalzos y la sangre corría tras ella.
Se acercó y se preguntó...
¿Quién diablos soy? ¿Y por qué se sentía como si tuviera prisa?
Como si... como si alguien esperara.
Traducido por Rhyss
Corregido por Maia

L a multitud en el Sunrise era aún más ruidosa de lo que recordaba.

Seline caminó lentamente hacia la puerta de entrada de color rojo oscuro. Los
demonios estaban posicionados en las puertas, porteros con un glamour que
ocultaba su verdadera identidad.
Ella podía ver a través de ese glamour.
Hace dos meses, cuando había visto a su primer demonio, Seline había
pensado que estaba loca. Había huido de él, mientras él le gritaba: — ¡Si
regreso sin ti, Sam me va a matar!
Sam.
Un nombre que ella conocía... ahora. No lo conocía entonces, y se había
sentido aterrorizada de que ese tal “Sam” la localizara.
Seline se abrió paso entre la multitud que esperaba ansiosamente por un
lugar dentro del Sunrise, y se dirigió a las puertas rojas. Los gorilas la
miraron. Sus ojos se abrieron cuando la vieron.
— ¿Eres tú, mierda, eres tú...? — le dijo el de cabeza calva y tatuajes de
serpientes.
Seline se limitó a asentir antes de que pudiera terminar de hablar.
— ¿Está aquí?
El portero abrió la otra puerta.
— Sí.
Dejó que sus ojos parpadean en negro.
— Bien. — Todo su poder estaba de regreso ahora. Bueno, malo, e
intermedio.
Supongo que no pudieron matar totalmente mi lado oscuro. Tal vez este
hecho debería asustarla. No lo hizo.
A ella más bien le gustaba su lado oscuro. Sin él, probablemente no
habría sobrevivido a los últimos meses.
Mientras caminaba dentro del Sunrise, los humanos murmuraban tras
ella, sin entender por qué había conseguido su pase libre. Peor para ellos.
Cuerpos llenaban el interior de la barra. Bailarinas retorciéndose y
ondulado en el escenario. Y en jaulas... ah, las jaulas eran nuevas. Ellas le
recordaban a... bueno, una noche muy dolorosa.
Su mirada buscó en el club.
Ahí. Rodeado de sus demonios. Sam estaba cerca de la barra, alto,
fuerte, pero su perfil parecía más demacrado. Las arrugas de su rostro parecían
más profundas.
Sammael.
Mientras miraba, su puño se estrelló en la barra superior e hizo añicos la
superficie del espejo.
— ¡No quiero sus malditas excusas! ¡La quiero!
Seline se adelantó. Con cada paso que daba, su corazón se aceleraba
más rápido. Tan rápido que pensaba que la cosa iba a arrancar de su pecho.
Entonces, Sam miró en el espejo. Captó su reflejo. Lo vio negar con la
cabeza, como si negara lo que estaba viendo.
Ella sonrió.
— Hola, Sam.
Él se dio la vuelta.
— ¡Seline!
Antes de que pudiera respirar, él la tenía en sus brazos. Su boca se
aplastó sobre la de ella y, oh, eso era lo que ella quería, lo que ella recordaba
de esos sueños febriles que no la dejaban en paz.
Sueños que estaba segura que había estado compartiendo con él.
Los dedos de él la sujetaron con tanta fuerza que Seline sabía que le
iban a salir contusiones, pero no le importaba. Ella lo abrazaba tan fuerte. No
lo dejes ir.
La lengua de él se metió en su boca. Ella se puso de puntillas y apretó
su cuerpo contra el suyo. Más, más. . . ella lo necesitaba.
Los sueños se habían iniciado hacía un mes. Primero se había asustado a
muerte, descolocándola.
Había visto a un hombre alto y moreno. Sus ojos eran de tono negro
como la boca de un lobo. Él la había mirado con tal ansia que había temblado.
Había llegado a ella. Tomado su mano. Besó su palma y dicho: — Necesito
más que sueños, Seline. Vuelve a mí.
Entonces ella comenzó a encontrar su camino a casa.
Su cabeza se levantó, lentamente, y ella inmediatamente se perdió en su
toque.
— ¿Eres real? — preguntó él con voz ronca. — ¿No eres otro sueño?
— No, soy real. — Ella había ensayado su discurso cientos de veces,
pero ahora no estaba segura de lo que debía decirle.
Cuatro meses. Le había tomado tanto tiempo encontrar su camino de
regreso a él.
¿Qué eran cuatro meses en comparación con un millar de años?
Él la besó de nuevo. Había tanta necesidad en su toque. Un hambre
desesperada. Su sexo se humedeció al instante.
— Tú caíste, — gruñó él contra su boca. — Maldita sea, Seline, yo no
valía la caída. Deberías haberme dejado tomar el dolor. Iba a encontrarte.
Habría…
Ella puso sus dedos sobre su boca. — Tú vales la pena. — Ella no iba a
lamentar cualquier elección que había hecho.
Él le agarró la mano y la condujo fuera de la barra. Ella vio la expresión
de asombro de Cole dar paso a una sonrisa rápida.
— Malditamente a tiempo, — dijo el demonio.
Sí, lo estaba.
Los gorilas cerca de la sala privada tropezaron en su prisa por abrir la
puerta para ellos. Sam tiró de ella al interior. La puerta se cerró de golpe detrás
de ellos…
Entonces él estaba con ella. La apretó contra la pared, enjaulándola con
sus manos y su boca tomó la suya. Los labios, la lengua. Salvaje,
consumiéndola, el hambre quemaba demasiado ardiente, y sólo podía jadear
contra su boca y aguantar.
Su poder sensual llenó la habitación. Tanto deseo. Todo por ella.
— No me vuelvas a dejar nuevamente. — Él subió la falda. —
Promételo.
— Trata de mantenerme lejos. — Tenía las manos en la parte delantera
de sus pantalones. Desabrochó el botón, deslizó la cremallera. — Inténtalo.
Tiró las bragas lejos y los arrojó al suelo. Entonces él la levantó
deteniéndose sólo el tiempo suficiente para decir:
— No va a ser fácil. No esta vez. He estado muriendo de hambre por ti.
Sammael. Su Sammael.
— ¿Cuándo he querido algo fácil?
Se echó a reír, y luego se quedó inmóvil, mirándola con los ojos
perdidos en ella.
— Te extrañé.
Esa confesión entrecortada la dejó sin aliento.
Luego la levantó por sus caderas, sosteniéndola con manos fuertes y
cálidas, y la amplia cabeza de su polla empujó entre sus piernas.
Su mirada mantuvo la de ella mientras empujaba profundamente en un
movimiento largo y duro.
Sus piernas se envolvieron alrededor de él, y se arqueó hacia él.
Sintió que su control se hacía añicos. Él comenzó a empujar, a bombear,
en una impulsión febril. Demasiado rápido y salvaje. No, sólo lo
suficientemente rápido y salvaje. Tenía la boca sobre la de ella. Su mano sobre
su pecho, deslizando su polla directa sobre la carne sensible de su sexo. Era
perfecto. Era…
Duro. Profundo. Rudo.
Ella se vino.
La explosión de placer osciló a través de ella. Él no dejó de empujar.
Una y otra vez, y un segundo orgasmo se construyó en su interior. El aire
crujía a su alrededor. Tomó dentro de sí la energía. La tomó, la utilizó, y la
envió de vuelta a Sam.
La segunda vez que se vino, él lo hizo con ella.
Su orgasmo bombeó en ella, y Seline lamió su cuello. Lamió, y
entonces mordió.
No fue fácil.
El trueno de su corazón sacudió su pecho. Ella no quería moverse.
Finalmente, estaba a salvo.
Justo donde ella quería estar.
En su hogar.
Seline cerró los ojos y escuchó sus fuertes latidos.
— Yo también te extrañé, — susurró.
Sam se puso rígido. — Seline.
Bueno, sí, habían cubierto eso.
Él se tambaleó hacia atrás y se ajustó las ropas. Seline empujó hacia
abajo su falda, nerviosa una vez más ahora que el calor de su pasión se había
enfriado, y él estaba retrocediendo. ¿Alejándose? ¿Desde cuándo Sam se
alejaba después del sexo? El deseo siempre había sido la parte fácil para ellos.
Las emociones... esas eran otra historia.
Pero Sam la cogió de nuevo. La abrazó con fuerza, y parecieron caer en
la silla de cuero negro más cercana.
— ¿Estás segura de que no eres un sueño?
Ella negó con la cabeza.
Su aliento salió en un suspiro de alivio.
— Tengo demonios y cambiaformas buscándote... están por todas partes
del mundo. No sabía dónde mirar, no sabía dónde caerías.
— En Colorado, — susurró. Menos mal que había sido en una época
calurosa del año o se hubiera congelado el culo desnudo apagado.
Tragó saliva, y vio la lenta sacudida de su nuez de Adán.
— No quería que sufras más.
— Y yo quería mi libertad.
Él parpadeó y pareció sorprendido. ¿Por qué? ¿Él no entendía?
— No era libre allí, Sam. Yo no podía respirar. Los ángeles no parecían
sentir nada. — Parecían. Ella había logrado vislumbrar, sin embargo, que las
cosas no eran como parecían.
— Ahora eres libre, — le dijo, aunque las palabras eran un gruñido. —
Puedes ir a dónde quieras. Hacer lo que quieras.
Rogziel ya no estaba detrás de ella, pero tenía otros enemigos.
— Hay personas que siempre estarán tras de mí. — Venganza. Con los
años, se había hecho un montón de enemigos que querían venganza.
— No, no tienes de que preocuparte. Están muertos.
Sus labios se abrieron con sorpresa.
— ¿Qué?
— Están muertos, o saben que si no quieren morir, deben mantenerse
lejos de ti. —Él echó hacia atrás su cabello. — Cuando caíste, no quise que
uno de ellos te encontrara antes que yo, así que me aseguré de que se corriera
la voz, estás a salvo. Siempre. —Sus labios se torcieron. — Además, ese era
el trato, ¿verdad?
El trato. Recordó una noche más. Mismo club. Distinto miedo.
— Mantengo mis tratos, — le dijo mientras su mirada buscó la de ella.
Sí, sabía que él lo hacía, no importaba qué mortales fueran esos
acuerdos.
— Tú me ayudaste a encontrar a mi hermano, y ahora, si quieres tu
libertad, no voy a detenerte.
Seline negó con la cabeza. — ¿Crees que me tomaría la molestia de
caer... de tener mis alas quemadas... sólo para poder caminar lejos de ti?
Él parpadeó. Entonces sus manos acariciaron su espalda. A través de su
blusa, ella podía sentir la ligera presión de los dedos sobre sus cicatrices. El
placer susurró sobre ella.
Oh, vaya.
Seline se lamió los labios.
— Supongo que estás en deuda, Caído.
Su boca se levantó en apenas la más leve sonrisa, y ella estuvo segura
de que sus ojos iluminaron.
— Parece que me dijiste eso antes.
— Bueno, sí, lo hice. Porque cada vez que me doy la vuelta, estás
debiéndome. —Trató de sonar arrogante y segura, pero sospechaba que él vio
sus intenciones.
— Te daré lo que quieras.
— Eso es seguro un tono diferente ahora. — Había tenido que luchar
para obtener un acuerdo antes.
— Yo soy diferente. Tú me hiciste así. — Sus dedos seguían trazando
sus cicatrices y pequeños escalofríos bordearon su cuerpo. — Dilo, y es tuyo.
Dime lo que quieres.
Bien. Olvidando el discurso qué había planeado. Seline decidió
simplemente decirle lo que había en su corazón.
— Te quiero. No por un día o unas semanas. Quiero quedarme contigo
para siempre.
Su aliento fue expulsado presurosamente.
— Me tienes. — Su boca tomó la de ella, y el deseo azotó por su
sangre. — Cariño, me has tenido desde el momento en que entraste en mis
sueños y las pesadillas se detuvieron.
Ah, ¿qué? Ella se apartó y frunció el ceño.
— Tú, tú pensabas que yo estaba tratando de matarte entonces.
— Sí. — Le sonrió. Una sonrisa real, que hizo que su corazón se siente
extraño.
Ella negó con la cabeza, todavía un poco confundida.
— ¿Pensaste que quería matarte, y todavía te…?
— Pensé que eras tan sexy como el pecado.
Él sabía acerca del pecado.
Un gruñido retumbó en la puerta, y entonces algo golpeó la madera lo
suficientemente fuerte como para enviar formar una larga grieta a lo largo del
marco.
Seline se tensó. Ese gruñido, oh, mierda, no otra vez… Conocía ese
profundo estruendo que sonaba como un trueno del infierno.
Infiernos.
— Déjalo esperar tanto tiempo como sea posible, — dijo Sam cuando
la levantó de su regazo.
— ¿Él? — Él no podía decir…
La puerta estaba temblando, porque algo la estaba golpeando muy, muy
fuerte.
— Um, sí, te conseguiste un perro macho. — Sin mostrar ningún miedo,
Sam se alejó. — Cuando regresaste arriba, me dejaste un regalo.
No, no lo había hecho. No deliberadamente, al menos.
Sam abrió la puerta.
Una masa gigante de pelaje negro corrió a través de la habitación. El
sabueso del infierno se apresuró hacia ella, gruñendo y, caramba, ¿era ese
gesto realmente aterrador algún tipo de sonrisa infernal? La bestia tenía la
lengua larga y negra colgando hacia fuera, y el perro que parecía estar
sonriéndole.
Seline le tendió la mano. El perro bajó la cabeza y se frotó contra sus
dedos. Ningún ataque. Simple... cálido. Bienvenido.
— ¿Cómo es que está todavía aquí?
Sam sonrió de nuevo. Oh, maldita sea, ese hombre era hermoso.
— Le dijiste que me protegiera. Y no lo enviaste de regreso.
No, pero…
— Así que ha estado aquí, conmigo, esperando por ti. — Sam se acercó
y rascó al sabueso del infierno detrás de las orejas. — En realidad, no es tan
malo, no una vez que llegas a conocerlo.
Seline miró a la bestia. Miró de nuevo hacia sus ojos de color rojo
sangre.
Dolor. Sangre. Muerte.
El perro gimió y la embistió suavemente con la cabeza.
— No quiere que tengas miedo, — dijo Sam en voz baja. — Y yo
tampoco. — Él cuadró los hombros.
— Dijiste que me querías.
El perro se tumbó en el suelo y levantó la mirada hacia ellos.
— Te quiero más que a nada ni a nadie en esta tierra, o más allá de ella,
— le dijo ella a Sam.
Bueno, esa charla dulce era exactamente lo que ella quería oír. Seline
soltó al perro y puso sus brazos alrededor de los hombros de Sam.
— Bien... porque eso es lo mismo que yo siento por ti.
Ella había cambiado sus alas por una vida como Caída. El cielo, el
infierno... todo lo demás... no importaba. El paraíso estaba exactamente frente
a ella.
Seline rió, por fin, por fin libre de su pasado, y agarró el futuro ante ella
con las dos manos.
Peligroso y oscuro... sí, por favor.
No quería una especie de caballero blanco. Ella quería a su amante con
la fiereza de sus ojos y el peligro a sus espaldas.
Y el sabueso del infierno a sus pies.
Seline besó a Sam y supo que el paraíso nunca había sabido tan bien.
Traducido por Rhyss
Corregido por Maia

C uando una mujer entra en un bar con un sabueso del infierno a su

lado, las personas tienden a prestar atención. Las personas inteligentes en


realidad tienden a reaccionar, la gente semi inteligente se congela, y los
estúpidos siguen causando problemas y molestando a los inocentes.
Bueno, sí, hasta que dejara a Belcebú tomar un bocado de ellos.
Sam se echó a reír cuando el perro persiguió a un demonio fuera del
Sunrise.
Seline le sonrió. Había transcurrido un mes. Su memoria estaba
completa de nuevo, incluso las partes que hubiera preferido olvidar.
Y estaba con su Caído.
¿Había el dolor valido la pena?
Sam caminó hacia ella, sus labios se curvaron en esa sonrisa maliciosa
que hacía a su cuerpo entrar en combustión espontanea.
Sí. Caería de nuevo, por él.
En su espalda estaban las cicatrices de las heridas causadas por Uriel.
Cicatrices profundas y gruesas que se extendían y enrojecían su carne. Uriel
había sabido exactamente cómo dejar su marca.
Tal vez un día, ella le reembolsara ese castigo.
A pesar de que sabía que Sam había conseguido ya un trozo de carne de
ese ángel. Sam siempre tenía una manera de mantener un ojo sobre sus
enemigos, incluso mientras mantenía a los que amaba muy cerca.
No había matado a Az todavía. Los dos habían desarrollado una extraña
especie de arreglo. Con tal de que no se acercara demasiado a los demás, nadie
moriría.
Az en realidad, había dejado la ciudad unos días antes, había ido a
localizar a alguna bruja que “le debía”.
El Caído y sus tratos. Seline sospechaba que el diablo no era al único al
que le gustaba hacer los tratos.
— ¿Vienes a bailar? — preguntó Sam, su voz un ronroneo bajo, con esa
tentación que siempre le daba ganas de saltar sobre él y olvidarse del resto del
mundo.
Seline no miró hacia el escenario. No tenía necesidad de robar toda la
energía de la multitud en estos días. Sam la mantenía bien abastecida, gracias
a dios. Pero, como le gustaba empujarlo, le dijo:
— Tal vez...
Sus ojos se estrecharon. Ah, Caído celoso. Él estaba aprendiendo a
bromear y tomar el pelo de vez en cuando, pero aún podía errar el blanco a
veces. Como ahora.
— No, yo, yo no quería decir... — comenzó, luego se interrumpió,
sacudiendo la cabeza.
— Si eso es lo que quieres...
Ahora ella era la que estaba sorprendida. — ¿Sam?
Se apartó de ella.
— ¡Todo el mundo! — Su bramido congeló a todos al instante. Todos
los ojos se volvieron hacia él, y Sam ordenó: — ¡Lárguense!
Belcebú saltó sobre la barra y aulló.
Todo el mundo se largó.
El sabueso del infierno les siguió hasta la puerta, luego se detuvo,
haciendo guardia. La bestia miró a ella a su vez, sus dientes brillaban feroces,
pero su boca se extendió en una sonrisa feliz.
Belcebú siempre estaba tratando de hacer feliz a Sam estos días. Y
pensar... que una vez el perro se había querido comer al tipo.
Sam se cruzó de brazos y se apoyó contra la barra. — Ahora puedes
bailar. — Su mirada la recorrió. — Para mí. Sólo para mí.
Él era el único público que quería. Su mirada se posó en las jaulas que
había instalado, también para ella. Su confesión.
Definitivamente había estado compartiendo sus sueños con ella
mientras luchaba por encontrar su camino a casa. Caminando entre los sueños.
El poder de deslizarse en sus sueños había regresado a ella primero, y ella ni
siquiera se había dado cuenta.
Seline lo cogió la mano y deslizó sus dedos entre los suyos. — Creo que
tengo una idea mejor. — Ella lo llevó a la jaula.
No hubo preocupaciones sobre perder el control. Su control se rompía
todo el tiempo. También lo hacía el de él. Seline no tenía temores acerca de
tomar demasiado, él le daba todo. Lo que fuera.
La boca de Sam tocó la de ella, y el mundo desapareció.

Fin
Como un ángel de la
Muerte caído, Azrael está
condenado a caminar por la
tierra sólo, en busca de la
redención. Una noche,
mientras se pasea por las
calles de Nueva Orleans,
descubre a una mujer rodeada
de cambiaformas Pantera.

Incapaz de contener la
ira hirviendo en su interior, Az
convoca a sus oscuros poderes
y ataques, decidido a proteger
a esta mujer inocente de una
muerte segura.

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