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Igualmente a las lectoras y lectores, que con su entusiasmo nos dan el ánimo
necesario para seguir trabajando en nuevos libros.
Maia, Rhyss
Maia y Rhyss
Maia y Rhyss
SEGUNDO LIBRO DE LA SERIE THE FALLEN (CAIDOS)
Sammael, le llaman Sam, fue un Ángel una vez. Un Ángel de la Muerte. Pero
esa cosa desapasionada, de observar desde arriba, no funcionaba para él,
cuando significaba observar a los malvados torturando almas inocentes cada
día. Puede ser que le haya costado sus alas, pero actualmente, él podía
castigar directamente a los chicos malos. El problema es, qué lo que está
complicando su vida es una chica mala…
Seline O ‘Shaw necesita protección, y con los perros del infierno pisándole los
talones, ella no va a objetar demasiado acerca de dónde pueda obtenerla.
¿Y qué si de paso ella consigue una pequeña muestra de la lujuria del ángel?
Hay algunos pecados malditamente mortales malditos que merecen la pena
arriesgar el pellejo…
Agradecimientos ................................................................................ 2
Staff .................................................................................................. 3
Argumento ......................................................................................... 4
Prólogo ............................................................................................. 6
Capítulo 1 .......................................................................................... 12
Capítulo 2 ........................................................................................ 29
Capítulo 3 ........................................................................................ 43
Capítulo 4 ......................................................................................... 61
Capítulo 5 ........................................................................................ 85
Capítulo 6 ....................................................................................... 103
Capítulo 7 ....................................................................................... 123
Capítulo 8 ....................................................................................... 142
Capítulo 9 ....................................................................................... 157
Capítulo 10 ...................................................................................... 184
Capítulo 11 ....................................................................................... 199
Capítulo 12 ......................................................................................220
Capítulo 13 ..................................................................................... 237
Capítulo 14 ......................................................................................258
Capítulo 15 ..................................................................................... 274
Capítulo 16 ...................................................................................... 291
Capítulo 17 ....................................................................................... 311
Capítulo 18 ..................................................................................... 326
Capítulo 19 ..................................................................................... 345
Epílogo .......................................................................................... 355
Continua con: ..................................................................................358
Traducido por Rhyss
Corregido por Rhyss
L a muerte podía ser buena o podía ser cruel. Esta noche, se sentía
malditamente cruel.
Las oscuras alas de Sammael aleteaban detrás de él mientras observaba
a su presa. El hedor de la sangre y el sudor se aferraba a los hombres. Habían
luchado dura y largamente durante ese día. Habían matado a tantos, hombres,
mujeres y niños. Sammael había tomado las almas de los cuerpos rotos. Lo
habían visto venir, sólo los que se deslizaban del mundo mortal verían a un
ángel de la muerte, y sus ojos se habían llenado de terror.
Tantos muertos en tan poco tiempo. Había observado la matanza. Dado
un paso atrás mientras le rogaban y gritaban.
Su trabajo era sólo tomar las almas. Él les daba la paz después de tanto
sufrimiento. Él sólo servía. No hacía preguntas.
Hasta ahora.
No había ninguna razón para que estuviera en este bosque. No había
razón para que mirara a estos hombres. Ellos no estaban en la lista de la
muerte, no esta noche de todos modos.
Estaban riendo y bebiendo. Ellos no lo percibían. Nadie lo hacía, no
hasta que era demasiado tarde.
La sangre todavía manchaba sus manos.
Observar, esperar y tomar las almas cuando llegaba el momento. Ese era
su trabajo, y era el trabajo que había hecho durante siglos.
Los ángeles no sentían emociones. No sentían lujuria o amor o rabia.
No, los ángeles no tenían que sentir. Pero nunca había encajado en ese
molde perfecto. Últimamente, había estado sintiendo demasiado, y no podía
apagar la furia.
Sammael aterrizó en el suelo. Sus alas se cerraron detrás de él. Para
matar, para tomar un alma, solamente necesitaba un toque. Sólo uno.
Sonrió a los hombres. Algunos estaban rígidos y mirando a su alrededor,
como si le detectaran.
Ellos sólo lo verían cuando estuvieran al borde de la muerte.
Sammael tocó al primer hombre. La muerte estuvo a la mano para él.
Un toque y el humano cayó al suelo con una expresión de agonía retorciendo
su rostro. La risa se detuvo, y el olor del miedo se arremolinó en la nariz de
Sammael.
Sus alas negras se extendieron detrás de él, poderosas y fuertes.
Cuando los otros comenzaron a correr y a gritar, su sonrisa se extendió.
Basta de observar.
Otro toque y otro cuerpo cayó al suelo. Una y otra vez. La risa llenaba
el aire, era su momento. Él tenía el poder, y no tenía ganas de ser amable con
los mortales que lo rodeaban. Los gritos de “diablo” y “monstruo” llenaron el
aire. Los gritos eran casi insultantes, pero no esperaba que estos tontos
reconocieran a un ángel.
Lo veían ahora porque su suerte había cambiado. Ahora, estaban
marcados por la Muerte. La muerte se acercaba, no podrían luchar contra él.
No habría escapatoria.
Cuando corrían, volaba justo detrás de ellos. Atrapaba a los hombres,
los levantaba en el aire, y luego arrojaba sus cuerpos muertos de regreso a la
tierra.
— ¡Por favor... misericordia! — El grito desesperado de un hombre.
No tendría piedad.
Tocaría y mataría... hasta que ya no quedara nadie.
Cuando la neblina de furia desapareció de sus ojos, los muertos lo
rodeaban. La sonrisa aún se elevaba en sus labios cuando el viento comenzó a
azotar el cuerpo de Sammael. El viento aullaba, gritando como los muertos,
no, como esas mujeres habían gritado ese mismo día, cuando habían sido
sacrificadas. Al igual que los niños habían gritado cuando él sólo había estado
de pie allí, viendo el ataque de los bastardos.
No observaría más.
Él tenía el poder. Él lo tomaría, y mataría a cualquiera que quisiera.
El cuerpo de Sammael se sacudió en el aire. Voló, alto, más alto, mucho
más allá de las nubes y de nuevo al dominio de los ángeles. Pero no regresó al
cielo por su propia voluntad. Le llevaron de regreso.
— Sammael, — retumbó la voz de su hermano mientras Sammael caía
en el suelo de mármol, — ¿qué has hecho?
Sammael se levantó lentamente y dejó que sus alas se extendieran detrás
de él. Sus hombros rotaron mientras miraba a Azrael. Él no tenía que
responder ante el otro ángel. En la jerarquía de los ángeles de la muerte,
Sammael estaba en un nivel superior. Todos los demás debían someterse a él.
Todos ellos debían aprender esa lección.
— No te atrevas a hacerme preguntas. — Él era poderoso. Ya era hora
de que comenzara a utilizar ese poder.
Pero su hermano se limitó a sacudir la cabeza rubia.
— Los tomaste. Y no era su tiempo.
— Hice que fuera su tiempo. — No se disculpó. Su mirada recorrió la
habitación.
Pesadas y gruesas columnas blancas. Las paredes adornadas con oro.
Perfecto. Opulento.
Una prisión.
Sammael dio media vuelta y se dirigió hacia las puertas doradas.
Az apareció en su camino y le cerró el paso. El otro ángel siempre había
sido rápido.
Yo soy más rápido.
— No juzgamos, — dijo Az, con voz plana. — Entregamos a los que
nos son asignados. No debemos interferir en la vida de los seres humanos. Tú
lo sabes.
Ah, su hermano debería tener más cuidado. Casi sonaba como si una
emoción se hubiese deslizado en su voz.
— Sé que tenemos el poder de matar, — le dijo Sammael. — Así que
maté. — Y por primera vez, se había sentido... bueno. Quería más.
— No, los castigaste.
Tal vez. Pero esos hombres habían merecido un buen castigo. Ojo por
ojo, y muerte por muerte.
— Hay otros encargados de impartir castigo, — continuó Az, su mirada
azul brillante parecía arder directamente sobre Sammael. — Uriel es…
— Yo sólo serví a los principios de Uriel esta tarde. — Uriel y la banda
de ángeles castigadores que servían bajo sus alas. Ira. Destrucción.
Aniquilación.
¡Oh, cómo les envidiaba!
Envidia. Uno de los siete pecados capitales. Los ángeles no se suponía
que pecaran. Sólo los hombres podían pecar y ser perdonados. A los ángeles
no se les permitía ese lujo.
Ellos eran torturados y asesinados.
¿Qué hay de mí?
— Ellos habrían encontrado su castigo en las manos de Uriel tarde o
temprano, — dijo Sammael con un gesto desdeñoso. No retrocedería ante su
hermano. Él nunca lo haría. — Yo sólo aceleré el proceso.
Az negó con la cabeza, y su cabello le rozó los hombros. — Tú
desobedeciste.
Sammael estaba cansado de fingir. No era perfecto.
— Y voy a hacerlo de nuevo. — Dejó que una sonrisa sombría curvara
sus labios una vez más. — Los seres humanos no tienen el poder. Nosotros lo
tenemos. Yo lo tengo. — Comenzaría a usar su poder de ahora en adelante.
Los seres humanos aprenderían que debían temer.
— ¡Ese no es el camino!
— Lo es para mí. — Empujó a su hermano a un lado. — Las reglas
están cambiando. Los que se interpongan en mi camino... temerán, y morirán.
— Porque él no iba a quedarse sólo observando, nunca más.
— Hermano... — Suspiró Az después de él. — ¿Sabes lo que has
hecho?
Las puertas de oro no se podían abrir. Sammael las agarró y las empujó
tan fuerte como pudo, pero no se movieron. El viento aulló de nuevo y un
doloroso grito llenó sus oídos.
Los ángeles no sentían dolor. Pero el rugido del viento le hacía daño.
El viento levantó el cuerpo de Sammael y lo llevó por los aires.
Se quedó suspendido, batiendo sus alas sin poder hacer nada y con el
cuerpo tenso, mientras Az caminaba lentamente a su alrededor.
— Todavía hay tiempo, — murmuró Az, uniendo las cejas. — Pide
perdón, hermano. Cambia de actitud y podrás… — Observar por una
eternidad. Escuchar los gritos y no hacer nada. Ver la sangre y sólo conocer
el olor de la muerte.
Sammael mantuvo la sonrisa en su rostro. — No pediré nada. A partir de
ahora, solamente tomaré. — Vidas. Almas. Todo.
Los ojos de Az se estrecharon. — Entonces morirás.
Con esas palabras, cayó. La elaborada habitación desapareció mientras
Sammael caía del cielo. El viento azotaba a su alrededor, mordiendo su carne
mientras caía, rápido, más rápido, y… la agonía atravesó su cuerpo. Un fuego
al rojo vivo lo consumía, lo quemaba...
— Az…
Pero su hermano no lo ayudaría. Nadie lo ayudaría. Caía y se quemaba.
Sus alas que siempre fueron la parte más sensible de su cuerpo, ardieron por
completo, cada vez más calientes.
Él gritaba y gritaba y parecía que iba a caer para siempre.
Cuando golpeó el suelo, esperaba la muerte. Az le había prometido la
muerte.
Pero Sammael no estaba muerto. Roto, sangriento, y quemado, pero no
muerto.
Todavía no.
Y ese fue sólo el comienzo del infierno por venir.
Traducido por Rhyss
Corregido por Rhyss
se cobrara la deuda.
— Bueno, bueno... — Sammael, Sam, porque había abandonado hacía
mucho tiempo la versión más formal de su nombre, la estudió con su brillante
mirada azul mientras ella caminaba a través del atestado club de Nueva
Orleáns, y se dirigía a su lado. — ¿Has venido para otro baile? — Su voz
profunda cortó fácilmente a través de la risa y susurros que flotaban en el aire.
Baile. Los ojos de Seline se estrecharon.
— No esta noche. — No, esta noche ella estaba haciendo su turno en el
Sunrise y usando uno de esos vestidos negros diminutos en que todas las
camareras estaban obligadas a enfundarse antes de cada turno de trabajo.
Afortunadamente, no tenía programado salir al escenario otra vez. Era
demasiado peligroso. Sólo había bailado dos veces, y no tenía intención de
subir hasta allí de nuevo. Seline arriesgó una rápida mirada por encima del
hombro. — Tengo que hablar contigo, — dijo mientras su voz decaía.
Sam no estaba solo. Pero bueno, él era un chico malo de los grandes en
la ciudad, por lo que por lo general tenía compañía. No exactamente guardias.
¿Por qué iba a necesitar guardias? Si las historias eran ciertas, Sam podía
matar con un toque. El hombre no era un ser humano, ni nada parecido.
Así que no, los demonios a su alrededor no estaban para protegerlo,
pero sabía que estaban allí dispuestos a actuar. Al momento en que les
susurrara una orden, los demonios atacarían como perros de presa.
— Adelante — invitó suavemente, su voz grave y retumbante, — habla.
Directo.
Ella no iba a desnudar su alma con dos demonios matones a su lado. Y
Seline sabía que los hombres a cada lado de Sam eran demonios. La mayoría
de la gente probablemente habría pensado que eran humanos, seres humanos
de aspecto muy peligroso, pero no demonios.
Seline no era la mayoría de la gente, y ella sabía muy bien reconocer a
un demonio cuando lo veía. Después de todo, había nacido con la maldición
especial de ser capaz de ver a través del glamour de un demonio. No podía
permitirse el lujo de fingir que los monstruos no eran reales.
Veía monstruos todos los días.
Y cada vez que se miraba en el espejo.
—Solo. — Se aclaró la garganta porque la palabra salió demasiado
ronca. Ella realmente tendría que cuidarse de eso. No estaba tratando de
seducir a Sam, al menos no todavía. — Tengo que hablar contigo... — Dejó
que su mirada lanzara dardos a los matones — a solas.
Sam hizo un gesto con la mano derecha, y los demonios se levantaron.
Desaparecieron entre la multitud como buenos lacayos mientras Sam se
apartaba de la mesa y se acercaba a ella.
Ella no dio marcha atrás. Seline inclinó la cabeza para que pudiera
reunirse con su mirada azul. El tipo era grande, tenía por lo menos uno
noventa o tal vez uno noventa y cinco de musculosa y muy sexy altura.
También era el más mortífero hombre al que nunca había conocido. No
te olvides de eso. Recuerda quién es, lo que es. La muerte.
Extraño. Ella nunca había pensado que la muerte sería particularmente
sexy. Él lo era.
Sus ojos eran del azul más brillante que jamás había visto. Sus mejillas
eran altas, con la mandíbula dura y fuerte, y sus labios sensuales, pero con un
infaltable dejo de crueldad.
Sam la tomó de la mano.
— Ven conmigo.
Un escalofrío se deslizó sobre ella ante su toque. No había esperado
reaccionar así con Sam. La primera vez que lo había visto, ella lo había...
deseado y esa no era la manera en que se suponía que las cosas funcionaban
en su mundo. Ella era la deseada. Él el que la deseaba.
Esa era la forma en que habían sido las cosas. Puede que a ella no le
gustara la vida que le había tocado, pero no perdería el tiempo quejándose y
gimiendo por ello.
Seline no podía controlar lo que era, pero podía usar su poder.
Sam la llevó a través de la muchedumbre hasta una pequeña puerta en el
lateral del club. Una habitación privada. Sí, ella conocía el lugar.
Había estado trabajando en el Sunrise desde hacía un tiempo, y había
aprendido las reglas. Esta habitación era para los VIP. Un lugar para que
tuvieran sexo rápido, ejecutaran algún negocio, o fueran de fiesta toda la
noche. Todo sin tener que preocuparse por las miradas curiosas.
A menos por supuesto que desearan ser vistos, porque sabía de algunas
personas en el Sunrise a las que les gusta eso.
El guardia de seguridad en la puerta inmediatamente dejó entrar a Sam.
Supuso que tendría acceso instantáneo porque ella sabía que en ese momento
Sam era el VIP más importante en el lugar.
El miedo tenía una manera de hacer a ciertas personas muy, muy
importantes.
La puerta se cerró detrás de ella con un suave clic. No miró atrás.
El corazón de Seline brincó demasiado rápido cuando Sam se dio la
vuelta y cerró su mirada en ella.
— ¿Mejor ahora? — le preguntó con un gesto en sus labios. Sus sexys
labios. — Soy todo tuyo. — Cruzó los brazos sobre el pecho y la miró con esa
mirada que siempre parecía ver demasiado.
Oh, maldita sea. Ella tragó saliva. Juega el juego. — Yo…yo... estás en
deuda conmigo, Sam.
Alzó sus oscuras cejas que coincidían con su melena de color
medianoche.
— ¿Lo estoy? — Su voz sonó descuidada, pero vio la intensidad de sus
ojos.
Seline asintió rápidamente.
— Te ayudé antes. Te dije sobre el coyote cambiaformas que te quería
muerto. — ¿Quién no quería verlo muerto? Pero hace unas semanas, le había
informado a Sam sobre un coyote cambiaformas muy peligroso que había
esperado cazarlo. Esa información debía darle ese cierto poder de negociación
que necesitaba en estos momentos.
Tenía la cabeza inclinada. — Lo hiciste. — Su mirada rastrilló su
cuerpo, y esa mirada azul caliente se demoró demasiado tiempo en sus pechos
y sus muslos.
La parte superior de su uniforme se hundía justo entre sus pechos, y la
falda apenas rozaba la parte superior de sus muslos. Se movió un poco por
debajo de su mirada, pero rápidamente se contuvo. —Ahora estás en deuda
conmigo, Sam, — le recordó.
Eso llevó sus ojos hacia ella.
Su rostro, ese rostro perfecto que no debería pertenecerle a alguien tan
peligroso, se inclinó para estudiarla.
Sam podría tener la reputación de ser el diablo, pero el rostro del
hombre y su cuerpo eran pura perfección. Todo en él era tentador.
A veces se sentía como si todo en aquel hombre fuera una mentira.
Sin embargo, para ser justos, ella era bastante buena en engañar,
también.
Ella lo presionó. — Pagas tus deudas, ¿verdad? — Será mejor que lo
hagas.
— Depende de la deuda.
Esa no era la respuesta que quería.
Sam bajó los brazos y se acercó más, hasta que sólo unos centímetros de
espacio separaba sus cuerpos. La puerta se cerró detrás de ella, y cuando él se
inclinó, Sam apoyo las palmas de sus manos a ambos costados de la estructura
de madera, enjaulándola entre sus brazos. — ¿Qué es lo que necesitas, Seline?
No le sorprendía que supiera su nombre. La había visto con bastante
frecuencia en los últimos dos meses. En primer lugar, la había visto en el
Temptation. Entrar como bailarina había sido la única manera que conocía
para acercarse a Sam, y ella tenía que acercarse.
Pero cuando algunos imbéciles habían quemado el lugar, había tenido
que recurrir al plan B rápidamente. Como sabía que Sam pasaba mucho
tiempo aquí, había aceptado un trabajo de camarera en Sunrise. Todo para
estar cerca de él.
Sólo un tiempo después se había enterado de que Sam en realidad era el
propietario del Sunrise.
— Seline — Su aliento acariciaba ligeramente sobre su mejilla, — ¿qué
quieres de mí?
Levantó su barbilla, pero mantuvo las manos a los costados.
No lo toques. Protégete.
Sus cejas se levantaron.
— No voy a mentirte, Sam. — Sí, de hecho, lo haría. Mucho. — No he
estado viviendo exactamente una vida pura e inocente. — Bien, esa línea era
cien por ciento verdad. — Yo... cometí un error hace un tiempo, y ahora hay
gente por ahí que quieren verme muerta.
— ¿Por qué?
La puerta estaba cerrada. Estaban completamente solos. Ella podía
confesarse con él. — Porque maté a un hombre. — Las palabras parecían caer
en el espeso silencio de la habitación. — Yo no tenía intención de hacerlo…
fue un accidente.
— ¿Lo fue?
Sus manos se apretaron en puños. Ah, me atrapó. — No, no lo fue. —
Una vez más, esta parte era cierto. Las mentiras sólo vendrían después. — Él
era un idiota que disfrutaba lastimando a las mujeres. Usaba sus puños ante
cualquier oportunidad que tenía, y yo no iba a ser el próximo cuerpo puesto en
una caja. — Ella no sería saco de boxeo de ningún hombre.
Sus ojos la estudiaron. — ¿Tenías miedo? — Sólo a un par de cosas en
este mundo. — ¿Es por eso, — continuó en voz baja, — que siempre vas
armada?
¿Él lo sabía?
— Con un arma de fuego cerca de ti, escondida en tu bolso o... — Sus
dedos se deslizaron hacia su muslo. Arriba, arriba, acariciando su piel hasta
que encontró la funda de su cuchillo, escondido justo en el interior de su
muslo.
— ¿O la razón de que guardes un cuchillo atado a tu muslo?
— No se puede ser demasiado cuidadoso, — susurró ella, su cuerpo
rígido porque él seguía tocándola y le gustaba. No podía. Era demasiado
peligroso. Querer a Sam podía hacerla débil, y la lujuria era una debilidad que
no podía permitirse en ese momento.
Por desgracia para su especie, la lujuria era como kriptonita. Cuanto
más cerca de la tentación, más fuerte era la debilidad.
— Por lo que necesitas protección. — Su mirada se estrechó sobre ella.
—Exactamente, ¿qué significa eso? — Hizo una pausa. — ¿Necesitas un
guardián? ¿Alguien que cuide de ti? O... — Su mano izquierda se levantó. Sus
dedos se curvaron bajo su mejilla y su pulgar rozó sus labios. Se quedó sin
aliento, y su corazón se aceleró en su pecho. — ¿Quieres que mate a alguien
por ti, Seline?
Matar sería fácil para él. A veces, le preocupaba que pudiera llegar a ser
demasiado fácil.
— Yo no sé qué hacer. Me he estado escondiendo, y pensé que estaba
segura, pero me encontraron.
— ¿Ellos? — Su mano derecha todavía sostenía el muslo y parecía
quemar su piel.
— Sus amigos. Ellos saben lo que hice, y no son del tipo de hombres
que simplemente se alejan. — Dejó que el miedo se filtrara en su voz. Era
mejor sonar débil. A los hombres les gustaba que las mujeres los necesitaran,
¿no? — Ayúdame. Son peligrosos, Sam, y tienen una gran cantidad de poder.
Su mirada buscó la de ella. Entonces su boca cayó cerca de la de ella.
Seline dejó de respirar. Iba a besarla y sus hormonas se volverían locas. Ella
tenía que mantenerse controlada.
No la besó. Sólo sonrió. Y maldita sea, ella en realidad se había puesto
de puntillas para acercarse a él.
El rubor tiñó sus mejillas. No se ruborizaría. Pero lo hizo, o mejor
dicho, había empezado a sonrojarse desde que conoció a Sam. Él la hacía
sentir muy incómoda.
— ¿Qué te hace pensar que soy la clase de hombre que ofrece
protección?
Ella no creía que fuera a darle protección. Ella no era una tonta. No era
del tipo protector.
Era del tipo que mataba.
Se humedeció los labios y sintió la tensión arremolinarse en su cuerpo.
— Sé de qué clase eres. — Verdad a medias. Sabía lo que él no era. Aún
estaba trabajando en el resto. De mil posibilidades, había reducido las
opciones a una lista de las cinco primeras, y nada en esa lista era bueno.
— Y, ¿qué clase sería esa?
Ahora bien, esta era la parte peligrosa. Si había calculado mal, podría
atacarla. Menos mal que no era muy fácil de matar.
— No eres humano. — Esto lo sabía con absoluta certeza.
Los demonios no jugaban a ser perros guardianes de los humanos. La
cadena alimenticia no funciona de esa manera.
Ningún cambio de expresión cruzó su rostro. Pero su cabeza se acercó a
ella y sus labios… ¿por qué ese borde cruel tenía que ser tan sexy?
Presionados contra su boca. Ella esperaba que el beso fuera duro y áspero.
¿Qué más? Pero cuando su boca tomó la de ella, fue simplemente... un placer.
Su lengua le lamió los labios y acarició el interior de su boca. Lenta.
Fácilmente. Como si la estuviera probando.
Su lengua se deslizó para cumplir con la suya. Para degustar. Querer.
Sam.
Cuando él se retiró, tuvo que luchar para mantener sus manos fuera de
él. O, mejor dicho, tuvo que luchar para no tirarlo hacia atrás y tomar mucho
más de él.
Peligroso.
Él la observo durante un momento, y apenas se atrevió a respirar. —Yo
no soy humano, — aceptó finalmente, con la voz en un estruendo profundo.
— Pero tú tampoco, cariño. Tú tampoco.
Era cierto. Ahora bien, esta era la parte arriesgada. Un poco de medias
verdades, medias mentiras. — Ya sabes que soy un demonio. — Sí, y punto
para ella, pudo admitir la verdad sin vacilar y sin sentir vergüenza.
— Estamos en las mismas, — murmuró. — Cierto, ¿verdad?
Correcto. En el mundo de los paranormales, los Otros podían reconocer
a su propia especie. Tal vez era la forma en que la madre naturaleza se
aseguraba de que los Otros no se desvanecieran en la niebla. Si uno reconocía
a su propia clase, seguro que acoplarse con su propia especie sería más fácil.
Los demonios podían ver a través del glamour mágico que protegía a su tipo
de la atención humana. ¿La forma más fácil de saber si estás tratando con un
compañero demonio? Míralo a los ojos.
Los verdaderos ojos de un demonio eran de color de negro. El
cristalino, la esclerótica, todo era negro. Pero gracias al glamour que incluso el
menos poderoso de los demonios podía crear, los seres humanos nunca veían
esa mirada reveladora. Bueno, no a menos que los demonios quisieran que la
vieran. En ese caso... adiós, humano. Porque cuando se veía esa oscuridad, la
muerte se acercaba.
La oscura mirada de Seline estaba envuelta en un glamour, las
veinticuatro horas del día los siete días a la semana. Para ella, era tan natural
como respirar. Cuando los seres humanos la miraban a los ojos, veían una
mirada marrón cálido, no ese escalofriante negro…
Pero Sam... Sus ojos eran diferentes. Había visto su verdadero color de
ojos una vez. Sólo una vez, cuando el Temptation había estallado en llamas, y
se había quedado atrapada en el fuego. Su mirada azul brillante se había
desvanecido a negro entonces. Casi se había perdido ese cambio a causa del
maldito fuego a su alrededor.
Un resbalón le había mostrado su verdadera naturaleza. Pero el
problema era que ella debería haber sido siempre capaz de ver el negro de sus
ojos. Él no debería haber sido capaz de mantener un escudo contra ella. Sam
no era el demonio promedio. En realidad, ella no estaba convencida aún de
que fuera un demonio, porque había otra cosa poco habitual en él. Cuando ella
lo miraba con suficiente intensidad, el tiempo suficiente, Seline podía ver la
imagen oscura y sombría de... alas en su espalda.
Los demonios no tenían alas.
Claro que había oído de algunos muy, muy viejos demonios que tenían
colas y un chico con los pies hendidos, ¿pero alas? No era una cosa habitual
en los demonios.
Yo sé lo que eres. Así que esa era la mentira número uno para ella.
Cuando se trataba de Sam, ella no lo sabía. No sabía lo que realmente
importaba.
— Así que la gente detrás de ti... — Dejó caer su mirada y retrocedió. A
Seline no le gustó esa mirada calculadora con que la recorrió. — ¿Son ellos
demonios?
— No. Son seres humanos.
Él gruñó. — Entonces no deberías tener ningún problema en deshacerte
de ellos. — Frío e impávido, exactamente como ella había esperado.
— Soy un demonio de bajo nivel, — admitió ella, y bajó los ojos
porque la mayoría de los demonios podría sentirse avergonzado de admitir
esto. Ella no era como la mayoría. — Apenas un cuatro en la escala de poder.
— Esa perversa escala de poder de los demonios que había arruinado la mayor
parte de su vida. El poder de un demonio se clasificaba desde uno, poco más
que un ser humano en términos de poder psíquico, a un diez. Un diez tendría
el poder suficiente para mover los bloques de la ciudad.
No estaba tan mal. Mierda. Sus puntos fuertes residían en otras áreas.
Sus manos apretadas en puños. — Ellos me matarán. He estado
huyendo de ellos durante casi un año, pero siempre me encuentran. Quieren
venganza, y no se detendrán hasta que la consigan.
Él suspiró. — Seline...
Pronunció su nombre de la forma en que un hombre se lo diría en la
cama. Ardiente como el infierno, continuó en el mismo tono seductor que casi
le provocaba dolor. — ¿Qué te hace pensar que me importa?
Ella parpadeó. — ¡Pero... pero yo te ayudé! — Esto no estaba
ocurriendo de la forma en que lo había imaginado.
Él negó con la cabeza. — Yo no necesitaba tu ayuda con un
cambiaformas. No, un coyote nunca sería capaz de derribarme.
— Si tú no me ayudas, me van a matar. — ¿Se había perdido esa parte?
Creyó haberlo destacado notablemente bien. Tal vez debería pensar en
derramar una lágrima o dos.
— No estoy aquí para salvar al mundo, — le dijo, y luego acercó a ella
nuevamente. Espera… el imbécil no estaba tratando de abrazarla, se estaba
marchando. Luego abrió la puerta y le dijo: — Cariño, yo sólo estoy aquí para
verlo arder.
Y Sam la dejó allí, con la boca abierta. En realidad la dejó
completamente sacudida.
Mierda. Hora para el plan B y el plan B iba a doler.
Observó a Sam desaparecer entre la multitud. Sus matones cerraron un
circulo a su alrededor, y les susurró algo. Sus ojos se achicaron. Oh, ella le
haría pagar. ¿Era realmente tan cruel que no iba a ayudar a una maldita
damisela en apuros? ¿Acaso no se veía lo suficientemente angustiada para él?
Sus ojos estaban realmente generando lágrimas, ahora estaba segura de que
había visto esa parte. ¿Y el gemido entrecortado que había dado cuando él la
besó? ¡Ese gemido había sido sólo a medias fingido!
Bien. Seline respiró hondo. Una de ellas, luego otra, y dejó que las
lágrimas se acumularan. Podría ser una demonio de bajo nivel, pero también
era una actriz semi talentosa. Con el fin de adaptarse a los humanos, lo había
tenido que ser.
Sus hombros temblaban mientras ella se abría paso entre la multitud.
Seline se aseguró de apresurarse lo suficiente para pasar a Sam y sus
demonios mientras sollozaba, lo mejor para preparar el terreno para su
próximo plan.
Su mano se estrelló contra la puerta trasera del club, y ella salió. El aire
caliente la golpeó como un puño mientras se apresuraba hacia adelante. Ella
levantó la mano y señaló al hombre que sabía iba a estar esperándola.
Había tratado de hacerlo de la manera fácil, pero Sam no había
cooperado. Lástima. Tendría que llorar de verdad.
— Vas a tener que usar el cuchillo, — dijo, mirando por encima del
hombro. Sam ni siquiera salió detrás de ella. Seguro que no parecía estar
corriendo a su rescate. Pero tal vez cuando ella comenzara a gritar, él habría
llegado a jugar al caballero blanco.
El hombre del pasamontañas negro asintió con la cabeza.
Seline exhaló. Que así sea.
Ella no podía alejarse de Sam. Tenía un trabajo que hacer, y ella siempre
hacía su trabajo. Incluso aunque tuviese que sangrar para ganar su sueldo.
Y ella estaría sangrando porque ese cuchillo estaba a punto de cortarla...
El primer corte de la hoja era siempre el peor.
Sam se quedó mirando la puerta de salida cerrada. — Seline tiene un
problema, — dijo a los demonios, Marcus y Cole, a su lado. ¿Por qué me
importa? No debería importarle un bledo. — Echen un vistazo. Si es legítimo,
entonces asegúrense de que su problema sea eliminado.
Cole asintió.
— ¿Alguien la está molestando? — La voz de Cole tenía un borde
afilado. Al demonio nunca le había gustado que alguien molestara a las
mujeres en el Sunrise. Sin duda, un tipo con una debilidad por las mujeres,
incluso por las peligrosas.
— Parece que ella tiene un pasado que no se quedará muerto. — Tal vez
debió hablar más con Seline, ofrecerle protección a cambio de unos minutos
en la oscuridad, pero tenía otras cosas en su agenda.
Su propio pasado no se quería quedar muerto. Su hermano estaba de
vuelta, y si Sam se salía con la suya, estaría poniendo al bastardo en la tierra
muy, muy pronto.
Una guerra se acercaba. Sam podía sentir cómo se reunían las nubes de
tormenta.
Aunque fuera con la deliciosa Seline, no tenía tiempo para
distracciones. El virtuoso Azrael había conseguido finalmente que su blanco
culo fuera expulsado desde el cielo y era el momento para un enfrentamiento.
O para el Armagedón. Sea lo que fuera lo que llegara primero. Sam no
tenía preferencias.
Demasiados ángeles estaban cayendo. Los demonios estaban cada vez
más inquietos. Un juego de poder se avecinaba.
Y, por supuesto, él quedaría atrapado en medio del infierno.
— Averigua quién la está molestando, — ordenó, porque él no le había
pedido detalles a ella. Si hubiese averiguado más, infiernos, habría matado a
los hijos de puta él mismo, y eso no podía suceder. Tenía que patear el culo de
un ángel en primer lugar. La muerte por placer tendría que esperar para más
adelante. — Asegúrense de que no tenga que preocuparse de nuevo.
Entonces, su deuda se pagaría porque le debía Seline. Nadie había
intentado salvarlo antes. Sobre todo porque él no necesitaba ser protegido.
Pero ella lo había intentado, a su manera.
Así que a pesar de sus palabras, lo había ayudado y tal vez un día,
cuando la sangre fuera lavada de alguna forma, lo miraría como un héroe y
dejaría que la sexy Seline le agradeciera adecuadamente.
Cole asintió con la cabeza y se mezcló con la multitud. El demonio
probablemente iría a hablar con algunas de las otras camareras para poder
conseguir ayudar a Seline y sus problemas.
Sam hizo caso omiso y Marcus se dirigió a la salida. Ya había dado
órdenes a Marcus antes. Si el chico escuchaba aunque fuera un susurro sobre
Azrael, Sam lo sabría.
Empujó la puerta abierta del club hacia atrás y aspiró el olor persistente
de jazmín en el aire. El olor de Seline. Su polla se contrajo al recordar la seda
suave de sus labios bajo los suyos.
Ella no había actuado con inocencia. No Seline, la mujer que se
desnudaba y bailaba en su tiempo en el Temptation, revelando y después
ocultando al instante su cuerpo, no, ella no era inocente.
Ella sabía a pecado, y el pecado que era un afrodisíaco para él.
— ¡Ayúdenme!
El grito lo hizo girar la cabeza hacia la izquierda, y Sam vio el destello
de las piernas largas de Seline mientras corría por el callejón. Seline no estaba
sola. Un hombre con un pasamontañas negro estaba acarreando su culo detrás
de ella, y el hijo de puta tenía un cuchillo.
El cuchillo se levantó y hundió la hoja brillando hacia la espalda de
Seline.
No.
Sam se movió en un instante, usando la velocidad preternatural de su
especie. Se abalanzó sobre el pavimento, y su cuerpo se estrelló contra el de
Seline. El cuchillo se clavó en su hombro cuando él y Seline cayeron al suelo.
Asesinar. Destruir.
Sam empujó hacia arriba y apenas sintió el dolor de su herida. Se dio la
vuelta hacia el atacante, dispuesto a rasgar el alma del hombre directamente de
su cuerpo.
— Sam — Seline lo asió y lo sostuvo con fuerza. Los pasos del atacante
hicieron un ruido sordo mientras salía corriendo, pero los ojos de Sam estaban
en Seline. Ella lo miró fijamente. Sus ojos marrones nadaban en lágrimas. —
¿Cómo hiciste eso?... ¡Estás sangrando!
La sangre le corría por el brazo en arroyos profundos. El idiota había
dejado el cuchillo en el hombro de Sam.
El chico se había ido también. El chirrido de los neumáticos ralló en los
oídos de Sam. Infiernos. Apretando los dientes, Sam extendió la mano y tiró el
cuchillo de su carne. La hoja se hundió directamente en el hueso.
Pagarían por esto.
La sangre salpicó a su alrededor mientras él quitaba el cuchillo y Seline
gritó: — ¡No, no, vas a empeorar las cosas!
Lo dudaba. Ella no entendía con qué estaba tratando.
— La herida se curará. — Dentro de unos momentos, el flujo sanguíneo
se detendría, y la piel que arreglaría por su cuenta.
Arrojó el cuchillo al suelo y la miró.
El espeso cabello rubio de Seline caía sobre sus hombros. Su rostro
estaba pálido, muy pálido, y el miedo llenaba sus ojos oscuros.
Definitivamente pagarían por esto.
Le apartó el pelo hacia atrás, con cuidado de no mancharla con su
sangre.
— Pensé... — Se humedeció los labios con un golpe rápido de su lengua
rosada y susurró: — Pensé que no te importaba. Que te daba igual.
Seline no era una mujer de belleza clásica. Ni perfecta porcelana.
Pero era sexy. Malditamente sexy. Tenía unos labios llenos, los cuales
estaban haciendo un puchero y sus ojos profundos y oscuros estaban rodeados
por gruesas pestañas.
Un poco de mole dulce descansaba cerca de la comisura de sus labios,
quería lamer ese lugar. Sus mejillas eran altas y el mentón un poco afilado,
dándole un aspecto un tanto exótico.
Y el cuerpo de la mujer... cuando la había visto a su paso por el
Temptation, no había sido capaz de apartar la mirada. Sus piernas se extendían
por kilómetros y sus pechos eran altos, redondos y perfectos. El cuerpo de la
mujer fue hecho para el pecado, y probablemente podría hacer a un hombre
mendigar.
Si él fuera del tipo que mendigaba. Sam nunca lo había sido.
— Vamos. — Él agarró su mano y levantó a Seline sobre sus pies.
— No, tu brazo — Cerró los dedos alrededor de sus hombros.
— Quiero un nombre, Seline.
Ella parpadeó esos ojos sexy sobre él.
— Dime quién es ese hijo de puta, y él estará muerto. — Simplemente
hecho.
El bastardo la había atacado y dejado un cuchillo en la carne de Sam. El
tipo no estaría entre los vivos por mucho tiempo. Sam se aseguraría de ello.
También se aseguraría de que sufriera hasta sus últimos momentos. Los días
de una muerte piadosa se habían ido. Sólo la crueldad se mantenía.
— Yo no lo sé, no le vi la cara — Así es. Se había dado cuenta de la
máscara. Sam respiró hondo.
— No era necesario que vieras su cara. Tú sabías que alguien iba a venir
por ti. Ya sabes quién envió a ese hombre.
Ella se estremeció y encogió los hombros. Se puso de pie, era alta,
probablemente tres o seis centímetros bajo el uno ochenta y dos de altura, pero
a pesar de sus curvas, sus huesos tenían una sensación delicada. — Sólo
quiero que termine.
— Lo hará, — prometió. La muerte era su negocio, y el negocio estaba
en auge.
Ella lo miró desde debajo del espeso velo de sus pestañas.
— Dijiste que no me ayudarías. — Su respiración se enganchó un poco,
y sus manos se apretaron en ella.
— Mentí. — Igual que lo había hecho la primera vez.
Tragó saliva, y sus labios comenzaron a encresparse.
— El nombre.
Seline le echó los brazos al cuello y se mantuvo aferrada con fuerza. Su
cuerpo se estremeció contra él, y sus pechos se aplastaron contra su pecho.
El aroma de jazmín se elevó sobre el mal olor en el callejón y llenó su
nariz.
— Gracias — susurró las palabras contra su cuello. Sus labios rozaron
su piel, y Sam estaba bastante seguro de haber sentido la rápida lamida de su
lengua contra él. Su cuerpo se puso rígido por la tensión sensual. Cuando ella
se movió, su mano se había desplazado de forma automática. Sus manos ahora
descansaban sobre la curva de su culo.
¡Qué culo tan dulce tenía!
Pero ahora no era el momento para el sexo. Era tiempo de matar, y
podía matar a un hombre con la misma facilidad con que acariciaba a una
amante.
Después de todo, para matar necesitaba un sólo toque.
— Por favor, Sam, sácame de aquí. — El miedo hacía que su voz sonara
temblorosa. — Te lo contaré todo. — Ella se echó hacia atrás e inclinó la
cabeza mientras lo miraba. — Llévame a tu casa. Sácame de aquí.
No era lo que quería. La sed de sangre y venganza era demasiado
intensa, pero no sabía la clase de ataque que podía esperar. Cuanto más pronto
la pusiera a salvo, más pronto tendría su diversión. Sam asintió con la cabeza
y sintió el nudo en su hombro. La herida ya estaba cerrando. El atacante
tendría que hacerlo mucho mejor la próxima vez. Él no era una presa fácil.
— Vamos. —Sam mantuvo su mano en la suya mientras la sacaba hacia
la orilla del callejón. Tuvo cuidado de mantener su cuerpo posicionado en
frente de ella. Si otro ataque se produjera, él estaría listo.
— ¿Cómo te moviste tan rápido? — Su pregunta fue seguida de un
silencioso susurro después de una pausa. — Estabas tan lejos...
La velocidad era sólo uno de sus muchos dones. — Yo no soy un
demonio promedio. — Abrió la puerta de su Jaguar negro y esperó a que
entrara.
— No, — le respondió su suave voz, —no lo eres.
Sam cerró la puerta mientras su mirada recorría la calle. En la misma
calle hacia la izquierda, una camioneta negra esperaba en las sombras.
Se quedó mirando la furgoneta, y luego sonrió.
Vengan por mí, hijos de puta. Casi torció el dedo en invitación.
Porque él no era un estúpido demonio, y podía oler una trampa a una
maldita milla de distancia. Incluso aunque estuviera envuelta en aroma a
jazmín y tuviera una sonrisa bonita.
No es fácil llegar a mí.
Se subió al coche y encendió el motor.
La hora de los juegos reales había comenzado.
Con un movimiento de sus dedos, bloqueó las puertas por dentro,
encerrándolos a Seline y a él.
— Mordió el anzuelo, — dijo Alex Graham mientras retiraba el
pasamontañas de su cara. — El tonto ciego se enamoró de ella al igual que
todos los demás lo han hecho.
— Eso parece.
Rogziel se recostó en el asiento y vio las luces rojas del Jaguar
desaparecer por la esquina. El rugido del motor se hizo eco de la calle. Había
esperado tanto tiempo para este momento, y ahora, por fin, el castigo de
Sammael estaba a la mano.
Le parecía apropiado que fuera un demonio quien enviara a los Caídos
al infierno.
Sammael siempre había tenido debilidad por las mujeres y por el
pecado.
Para el momento en que Seline hubiera terminado con él, no quedaría
nada de su viejo amigo.
Bien.
¿Listo para quemarte otra vez, Sam?
Seguramente el fuego ya estaba preparado para él. Las llamas lo habían
estado esperando, y ya era hora de que Sammael se enfrentase a su castigo.
El infierno.
Traducido por Nemesis
Corregido por Rhyss
después de llegar a Nueva Orleáns. Así que cuando condujo por el desvío que
llevaba al Cuartel, le empezaron a sudar las palmas de las manos.
— Nunca me dijiste el nombre del tipo. — La voz de Sam era baja, pero
tenía un tono de crispación que la hizo tensarse en el asiento de cuero.
— J-John Moorecroft. — Pensó que el tartamudeo era una buena
adición. Porque una mujer que había estado cerca de ser apuñalada, estaría
temblando y tartamudeando, ¿cierto?
La miró. — John Moorecroft está en prisión. Su red de narcotráfico se
rompió hace seis meses, y el tipo está pudriéndose en una celda porque mató a
un policía durante la redada.
Todo era verdad, y eran hechos que salieron en las noticias de Nueva
Orleáns. Sin embargo, había detalles que no habían aparecido en los
periódicos… — Podrá estar en la cárcel, pero todavía tiene mucho poder. —
Ella se lamió los labios. — Intentó asestarme un golpe desde la celda de la
prisión. Incluso dentro, aún tiene hombres listos para saltar por él. — Por un
precio razonable. — No te cruzas en su camino y escapas inocente.
Ahora estaban en la carretera interestatal, y él estaba conduciendo
demasiado rápido. Todo a su alrededor pasaba en un borrón.
— No tengo otros nombres, — admitió ella, manteniendo la voz baja.
— No sé quién vino por mí esta noche. Probablemente, sólo algún tipo
buscando cobrar la recompensa que hay sobre mi cabeza. Yo, yo sólo quiero
que todo termine. — exhaló con prisa. — ¿Cómo crees que supieron los
policías lo suficiente como para hacer esa redada? Fui yo quien los puso sobre
aviso.
— ¿Entonces mataste al amigo de John, y lo entregaste? — silbó bajo.
— Ahora tiene una gran necesidad de matarte.
No es como si fuera la primera vez. — Yo estaba… trabajando en un
bar. — La tapadera siempre funcionaba. Era bastante fácil para ella que la
contrataran en lugares como ese y trabajar con los dueños y el personal. —
Conocí a un tipo, su nombre era Philip Drew. Philip estaba…
Demente. La locura salía a la superficie tan fácilmente cuando bebía. Se
aclaró la garganta. — Él y John crecieron juntos. Eran amigos.
La ciudad se escondía detrás de ellos, y un reluciente rastro de luces
borrosas se reflejaba en el agua. Ella deslizó la mano por la manilla de la
puerta. — ¿Dónde estamos yendo?
La miró, y una ligera sonrisa curvó sus labios. — No te preocupes. Sólo
te llevo a un lugar seguro.
Intentó devolverle una débil sonrisa, porque sus palabras deberían haber
sido reconfortantes.
No lo eran.
Él retornó la mirada hacia la carretera ante ellos. — ¿Confías en mí,
Seline?
No. Ni siquiera por un instante.
— Me refiero a que, viniste a mí, a un hombre que no conoces
realmente, y me pediste que matara por ti.
Ella tragó saliva para aliviar la sequedad en su boca. — Te pedí tu
ayuda.
— Porque soy tan jodidamente bueno ayudando.
No exactamente. — Porque no tenía a nadie más a quién acudir.
Sam salió de la autopista interestatal, y el automóvil comenzó a bajar a
toda prisa por la carretera serpenteante y con recodos que conducía a los
pantanos. No había ninguna luz allí. Sólo oscuridad y depredadores esperando.
Un desasosiego le bajó rápidamente por la espalda. El plan había
funcionado justo como lo había planeado, pero…
Algo estaba mal.
Su profunda risa llenó el automóvil. — ¿Piensas que soy un idiota?
No, no lo hacía, y ese era el porqué estaba tratando de jugar el juego tan
cuidadosamente.
Ahora estaban fuera de la autopista principal. El auto se sacudía a lo
largo de una calle de tierra estrecha. Los faros señalaban el camino a través de
la noche negra.
Finalmente, finalmente, apareció una luz más adelante. Los árboles
encorvados se abrieron, y un camino de grava aguardaba.
— Voy a comprobar todo lo que me dijiste, — dijo Sam. El Jaguar frenó
frente a un descolorido hogar prebélico. Erosionado, pero todavía fuerte contra
el pantano. ¿Y qué demonios hacía ese lugar allí, con las luces
resplandecientes? Parecía espeluznante. Como algo salido de una película de
terror. Al ser lo que ella era, Seline debería amar las películas de terror.
No las soportaba. Había suficientes monstruos en su vida real. No
quería sentarse y verlos aterrorizar a personas en el cine.
— Compruébalo, — dijo ella, en voz muy baja.
Él apagó el motor, e inmediatamente, ella fue consciente del chirrido de
algo que sonaba como cientos de insectos. Sabía que en las sombras había
cocodrilos y serpientes al acecho. Esos eran los depredadores a los que no
temía, bueno, no tanto como a los Otros que podrían aguardar en la noche.
Sam giró la cabeza hacia ella. Cuando lo miró a los ojos, sólo pudo ver
oscuridad. — Si descubro que me estás mintiendo, si todo esto es alguna clase
de trampa…
Ella no se inmutó. — Necesito tu ayuda. Hay una sentencia de muerte
sobre mí.
Él le trazó el brazo con los dedos. — No soy un buen enemigo para
tener.
Tampoco yo. Ella trató de no estremecerse con su toque, pero sus dedos
eran ligeramente fuertes, y a ella le agradaba ese deje de fuerza y de peligro.
Ella también tenía un lado oscuro, uno que parecía despertarse demasiado
fácil.
— No te quiero como mi enemigo. Sólo quiero recuperar mi vida.
— Si me dices la verdad, te daré esa vida, — Hizo una pausa, — por un
precio.
Porque todo tenía un precio. Ella nunca había obtenido nada gratis en
este mundo. Incluso su nacimiento había sido por el precio de la vida de su
madre.
— ¿Qué quieres? — preguntó. — ¿Sexo? — Tomarla sería su error. El
sexo simplemente le daría poder a ella, y a él, un rápido viaje al infierno.
— Eventualmente. — Los dedos de él todavía estaban en su brazo, y el
interior del automóvil parecía pequeño y apretado. El aroma a cuero y a
hombre impregnaba el aire. — Pero por ahora, sólo comenzaré con un simple
intercambio.
Nunca nada era simple. Ahora fue su turno de ser mordaz.
— ¿Ahora soy yo quien parece una idiota? — Seline quería salir de ese
auto. Él parecía demasiado grande y fuerte, y allí mismo, la tenía con una seria
desventaja. Su poder estaba débil, y necesitaba una seria recarga, una recarga
que planeaba obtener de él en la primera oportunidad. — Cuando te pedí
ayuda la primera vez, tú… tú dijiste que no.
Él inclinó la cabeza.
— Ibas a dejarme morir. — Bastardo cruel. O lo hubiera sido, si la
historia hubiese sido cierta. Puesto que en realidad no había estado en peligro
de una muerte inmediata…
— No estoy aquí para salvar al jodido mundo.
Muy cierto. — Pero me salvaste en el callejón.
— ¿Lo hice? — murmuró él. — Supongo que eso es lo que parece.
Esto no estaba yendo del modo que había planeado en absoluto.
Usualmente, sus planes funcionaban muy bien. Él debería haberla llevado a su
casa, a ese lindo apartamento en el Cuartel, donde ellos podrían haber estado
bajo vigilancia, y a ella le estaría yendo bien al seducirlo.
No. Era. Bueno.
— Me desharé de este problema por ti, Seline, pero cuando llegue el
momento, necesitaré que me hagas un favor.
Ofrecer un trato, ¿no era ese el modo en que el diablo trabajaba?
— ¿Qué clase de favor? — No es que ella tuviera que cumplir su parte
del trato alguna vez, pero…
— ¿Acaso importa?
Ella alcanzó la manilla de la puerta. Trabada. — Lo hace. No voy a
intercambiar a un psicópata por otro.
Él se rió, y ella volvió la cabeza asombrada por el profundo y oscuro
estruendo. Maravilloso. Incluso su risa era sexy. El trabajo se volvía peor a
cada minuto.
— Se que no eres lo que pretendes ser, — dijo Sam, mientras se
inclinaba hacia ella. — No eres una stripper, a pesar de haber venido a
Temptation para bailar para mí.
Para mí. Ella había bailado dos veces. Dos veces. No había habido otra
opción. Había trabajado en Temptation durante dos semanas como camarera, y
el tipo ni siquiera había mirado en su dirección. Ella necesitaba su atención, y
el escenario había sido su única opción en ese momento.
Seline no había sido consciente de la bonificación que obtendría del
escenario. Sólo sabía cómo proteger su cuerpo y tentar, unos atributos innatos
para un demonio como ella. Pero cuando la multitud había concentrado toda
su energía en ella…
Poder. La corriente de energía que robó había sido increíble.
Y finalmente, captó la atención de su objetivo. Digamos que fue golpe
de dos por uno.
Pero Seline no había regresado al escenario. No porque fuera modesta.
La modestia era algo que había sacrificado hacía mucho tiempo. No había
regresado a ese escenario de madera con luces brillantes porque temía robar
demasiada energía de los humanos. Si lo hiciera, entonces Sam podría
empezar a sospechar la verdad sobre ella.
— ¿Realmente importa lo que soy? — le preguntó a él, con los dedos
todavía sobre la manilla.
Hubo un suave sonido seco cuando él liberó la traba.
— Todo importa.
Ella se apresuró a salir del auto. Sí, bien. Saltó y casi cayó. ¿Y qué?
Sólo una salpicadura de estrellas iluminaba el cielo oscuro, así que, tal vez, él
no había visto esa salida para nada grácil.
— La furgoneta negra no nos siguió.
Mierda.
— ¿Q-qué furgoneta? ¿Nos seguía alguien? ¿Por qué no dijiste…?
Él cerró la puerta de un portazo, y negó con la cabeza.
— Realmente tienes que hacerlo mejor que eso. — Luego comenzó a
caminar hacia la casa. La gravilla crujió debajo de sus pies. Seline se quedó
allí de pie por un momento, y supuso que no tenía otra opción que seguirlo.
— No sé de qué estás hablando. — Le agarró el brazo, forzándolo a
detenerse. — ¿Qué furgoneta?
Él se movió en un borrón, como lo había hecho en el callejón.
Precipitándose demasiado rápido para que viera todos los movimientos de su
cuerpo. En un instante, estaban parados a unos pocos metros del auto, y al
siguiente segundo, él la tenía en los peldaños de la casa, con la espalda contra
la pared y sosteniéndole firmemente los brazos con los dedos.
— La furgoneta oscura que estaba observándonos, cariño. La que sé que
tú también viste. Ahora, si quieres seguir mintiéndome… — Su aliento le
sopló la mejilla... — vas a cabrearme mucho.
Ella quiso hacerlo retroceder de un empujón. Pero no se movió, e
incluso había usado un poco de su fuerza mejorada. Bien, si quería jugar duro,
le mostraría la dureza muy pronto.
— No estoy tratando de cabrearte, — Apretó los dientes mientras
mantenía el mentón en alto. — Intento permanecer viva. Vine a ti por ayuda,
pero me dijiste que sacara el trasero de tu bar y me cuidara sola.
La luz de la luna le dejó ver su lento parpadeo.
— Me largué de Sunrise, y fui atacada en el callejón. — Se presionó
contra él de nuevo. Esta vez, él se alejó un poco. — Fuiste tú quien arremetió
fuera del club. No tenías que salvarme.
— No, no tenía que hacerlo.
Si ya no estuviese contratada para matar al tipo, realmente hubiera
pensado en hacerlo gratis en ese momento. Imbécil.
— Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Él se encogió de hombros. Se encogió de hombros. Era hora de la
venganza.
— Ha sido una noche realmente larga para mí. — Seline dejó que su
voz temblara. — Por favor, sólo quiero entrar y dormir un poco. —El
amanecer llegaría dentro de pocas horas.
Tal vez sólo uno de ellos lograría ver salir el sol.
Él bajó las manos.
— Sube las escaleras. Puedes tener la primera habitación a la izquierda.
— ¿Esta es tu casa? — La sorpresa en sus palabras era real. Nadie había
mirado esta ubicación. Un grave error por parte de ellos. Alguien del grupo
había sido descuidado.
— Le pertenece a un amigo.
¿Tenía amigos? Era dudoso.
— Me debía, y este lugar era parte del pago.
Sam se volvió y abrió la puerta. — Entra, Seline. Mis hombres
comprobarán tu historia esta noche, y si descubro que estás mintiendo, si estás
tratando de tenderme una trampa…
— ¿Pasa eso muy a menudo? — le preguntó Seline, mientras lo rozaba
al pasar. — ¿Las personas siempre te mienten?
— Sí.
Ella alzó la barbilla mientras más luces inundaban la casa. — Entonces
eso es triste. Deberías ser capaz de confiar en alguien en este mundo. Quiero
decir, ¿Ni siquiera tienes algún familiar que…?
Oh, sí. Fue un error decir eso. Miró hacia atrás y lo vio endurecer el
rostro mientras cerraba la puerta de un portazo detrás de ellos.
— Ve arriba.
Guau. Ese apenas fue un gruñido humano.
— Sabes, de veras deberías trabajar en tratar de ser cortés. Intenta
preguntar en lugar de espetarle a la gente todo el tiempo. El encanto puede
funcionar, honestamente puede. — Ella sacudió la cabeza y se dirigió hacia las
escaleras.
— Seline.
No se detuvo. Curvó la mano alrededor de la suave madera de la
barandilla.
— Mi hermano me quiere muerto. — Su estruendosa voz la siguió. — Y
el sentimiento es más que mutuo.
Está bien, ahora eso la hizo detenerse. Seline le lanzó una rápida mirada
sobre el hombro, frunciendo el ceño.
— Es una carrera, — murmuró él. — Veremos quién consigue ser
enterrado primero.
¿Qué se suponía que debía decir a eso?
— Lo siento.
Él le sonrió, y la visión no fue tranquilizadora.
— No lo hagas. Ha pasado mucho tiempo desde que me separé de Az.
El mundo será un lugar mucho mejor una vez que él se haya ido.
— ¿Por qué? — No debería preguntar, pero lo hizo de todos modos. —
¿Qué ha hecho? ¿Por qué te volverías contra tu propia familia? — Las
palabras de él le dieron donde más le dolía.
Volverte contra tu propia familia. Había estado allí, lo había hecho, y
tenía las cicatrices que lo probaban.
— Az me envió al infierno, — dijo él, con voz monótona.
Ella se rió de eso, un sonido áspero y nervioso.
— Ah, quieres decir que se sintió como si lo hiciera…
— No. El bastardo realmente me envió al infierno.
Se secó toda la humedad de su boca.
Sam la miraba fijamente.
— ¿Qué? ¿No crees que sea real? — Apretó los labios. — Noticias de
último momento. El cielo está allí, y también lo está el infierno.
El corazón le latía demasiado rápido y demasiado fuerte dentro del
pecho.
— ¿Con el diablo custodiando las puertas? — Ella trató de hacer que las
palabras sonaran indiferentes.
— No del todo. Ya no. Él ha estado fuera del infierno desde hace un
tiempo. — Inclinó la cabeza hacia ella. — Pero descubrirás la verdad muy
pronto. Al final, todos lo hacemos. — Él le sostuvo la mirada un momento
más largo, y luego exhaló lentamente. — Duerme un poco. Mañana nos
haremos cargo del bastardo que está tras de ti.
Ella miró su oscura cabeza. Mañana.
Seline se apresuró a subir las escaleras, y encontró la habitación vacía a
la izquierda. Cerró la puerta con un rápido empujón detrás de ella, e incluso
bloqueó la cerradura.
El bastardo realmente me envió al infierno.
El trabajo no estaba saliendo como había pensado. En absoluto. Pero
ahora no había vuelta atrás. Tu hermano no es el único que te quiere muerto,
Sam. Caminó hasta la cama, y se quitó la ropa. Si él te quiere, entonces puede
ponerse en la cola.
Porque Sammael era un hombre buscado, y cuando se trataba de los
asesinos que le seguían la pista, bueno, ella era de quién más necesitaba
preocuparse. La dejaría acercarse, y ese era un error que podría resultar fatal
para él.
Se subió a la cama, desnuda, y cerró los ojos. Tarde o temprano, Sam
tendría que encontrar una cama para él. Incluso un tipo duro todopoderoso
tenía que dormir alguna vez. Ella sabría cuando estuviera durmiendo, lo
sentiría. Y en el instante en que cerrara los ojos…
Eres mío, Sam.
Con los ojos aún cerrados, Seline sonrió al sentir a Sam dejándose llevar
por el sueño.
Es hora de dar un paseo dentro de sus sueños. A diferencia de otros de
su tipo, la proximidad le importaba. Cuánto más cerca estuviera su presa, más
fácil sería que se deslizara en sus sueños.
Su ritmo cardíaco disminuyó. Estaba completamente concentrada en él.
Sam. Luego, lentamente, se hizo nítido en su mente.
El sudor le cubría la piel, la carne fuerte y desnuda, y él se revolvía en
las oscuras sábanas de la cama. Aparecieron unas líneas apenas visibles entre
sus cejas, y soltó un gruñido de los labios.
Parecía como si estuviera sufriendo. Pobre asesino. No estás teniendo
un buen sueño, ¿Eh, Sam?
— Puedo hacer que el dolor pare, — le susurró.
Él abrió los ojos. Unas llamas danzaron alrededor de ella por un
momento. Podía sentir el calor en la carne. Los de su tipo siempre tenían
sueños poderosos e increíblemente vívidos. Esta vez, el sueño no era
realmente suyo. Tampoco de él.
Nuestro.
Sin embargo, ella tenía el poder supremo aquí. Las cosas que ella viera
ahora, las cosas que ellos hicieran, estarían todas a sus órdenes.
Se subió a la cama. El colchón se hundió debajo de ella, y todo se sintió
real. Porque un viaje en los sueños, era real para el espíritu.
— ¿Seline? — La voz de Sam salió en un profundo y sexy estruendo.
— ¿Qué demonios…?
Le puso el dedo contra los labios.
— Es sólo un sueño. — Quizás decir esa mentira haría más fácil lo que
estaba por venir. Ella forzó una sonrisa mientras se inclinaba más cerca de él.
El rico aroma a hombre y el fuerte olor a fuego le llenaron la nariz. — Nada
puede lastimarte cuando duermes.
— ¡Mentira! — Entonces hizo algo que un hombre nunca antes había
hecho en un viaje en los sueños. Le quitó el control. Le agarró las manos, y
rodó tan rápido, que en un segundo, ella estaba debajo de él y atrapada debajo
de su poderoso cuerpo.
El corazón de Seline casi se detuvo. No, no.
— Los sueños pueden matarte, — murmuró Sam. Él bajó la vista hacia
ella con unos ojos que estaban demasiado conscientes. — Pero esta es una
forma de partir mucho mejor que con fuego. — Sam la besó con fuerza.
Traducido por Xeras
Corregido por Yomiko
Seline era suave y sensual debajo de él, y el fuego se había ido. No, el fuego
estaba dentro de él ahora, quemándolo desde dentro mientras la lujuria
estallaba en su interior.
La quería.
Sam estaba acostumbrado a tener lo que quería. Una mirada al cuerpo
de Seline en ese estado era la tentación, y él la anhelaba. Pero no quería sólo
probarla. No estaba para sólo una muestra.
Sam se acercó para tomarla.
Reclamándola.
Si no fuera por el pendejo asesino de su hermano que había estado
vagando por las calles, Seline ya habría sido suya. Él cubrió los labios de
Seline y presionó su boca a la columna delicada de su garganta. Ella se
estremeció.
— Puedo ser tuya ahora mismo. — le susurró su voz, y el contacto
provocó su rigidez corporal. Había oído sus pensamientos. Se escuchó
demasiado real. Sus dedos se cerraron sobre su carne. Sus pechos se apretaron
contra su pecho, sus muslos se movían debajo de sus piernas, y el aroma de
jazmín le rodeaba.
No debería haber jazmines ahora. Sólo cenizas. Humo.
Él sólo soñaba con fuego y muerte. No con sexo, placer y carne sedosa.
Pero sus dedos se deslizaban alrededor de sus hombros, rozando su
espalda. Él sabía que iba a sentir las cicatrices pronto.
Las cicatrices gruesas y largas le cruzaban los omóplatos. Cuando había
caído, sus alas se habían quemado, y se había quedado sólo con el recordatorio
irregular de lo que una vez había sido.
Su aliento siseó cuando Seline tocó las cicatrices y... el placer cruzó a
través de él, un placer tan intenso que era casi dolor. Las alas de un ángel eran
la parte más sensible de su cuerpo, e incluso los restos fantasmales de sus alas
sentían su tacto.
Más.
Tenía la cabeza levantada. Su sabor era en su boca un dulce pecado, y él
quería mucho más. Los labios de Seline eran incluso más oscuros, más rojos,
quería sentir sus labios sobre los de ella.
Y su piel parecía casi luminosa, como si fuera brillante.
¿Había pensado antes que ella no era una belleza clásica?
La mujer era jodidamente perfecta. Tan preciosa que mirarla casi duele.
Sus labios se curvaron un poco.
— No vas a tener pesadillas esta noche. Tú tendrás únicamente placer.
Su pene estaba lleno y dolorido. Sus piernas se extendieron, y el paraíso
esperaba a pocos centímetros de distancia. Estaba mojada y arqueando sus
caderas hacia él.
Placer.
La primera vez había caído, se había emborrachado en el placer. Que los
ángeles no sentían era como una regla, pero una vez que había tocado tierra,
las sensaciones le habían abrumado, y él había ido como un loco sobre ellas.
El placer y el dolor eran sus sensaciones favoritas. Le hacían reaccionar más,
y le hacían sentir vivo.
Cuando habían pasado siglos en que sólo sintió la muerte.
Además, había aprendido que era muy bueno para repartir el dolor, y
cuando quería, sabía exactamente cómo dar placer a sus amantes.
Cuando quiero...
Las manos se levantaron entre sus cuerpos mientras empujaban sus
pechos hacia arriba. Sus pechos eran increíbles de ver. Completos y
voluptuosos con apretados pezones rosados. Sam inclinó la cabeza y le lamió
un pezón. Seline gimió suavemente cuando sus dedos se cerraron alrededor de
sus cicatrices
El pene de Sam se sacudió cuando la oleada de placer golpeó a través de
él. Ella arqueó la espalda y apretó su pecho más completamente contra su
boca. Chupó su carne y encontró que el sabor de sus pezones era tan adictivo
como su boca. Fresas dulces, como ella. Ella era tan suave. Dejó que sus
dientes ligeramente tomaran su carne.
— Sam... — Su susurro llenó sus oídos.
Por un instante, con los ojos cerrados. La tentación estaba ahí.
Podía tomar, tomar su placer, y al diablo con el mundo.
Pero...
Él le tomó las manos y las puso en su cuerpo incluso mientras se
forzaba a apartar su boca de su pecho. Entonces le enjauló las manos contra el
colchón, inmovilizándola con un agarre irrompible en cada muñeca.
Ella lo miró con ojos aturdidos.
— ¿No me quieres?
Demonios, sí, pero sabía ver una trampa cuando sentía una, e incluso
aunque el cebo era muy sexy no iba a empujarlo por el borde. Bueno, quizás
no más, apenas bastante cerca.
— Te quiero. — le dijo ella. Sus ojos prometiendo tanto placer.
Se agarró con fuerza a su control, incluso cuando sus instintos le exigían
que empujara duro y profundo dentro de su carne.
— Durante quinientos años, he soñado con el infierno. — El gruñido
salió de lo más profundo dentro de él.
Los labios de Seline se entreabrieron. Sexys labios que quería tomar.
Sus caderas apretaron un poco más a ella. Acercándola.
— Pero esta noche... ¿esta noche sueño contigo? — se preguntó.
Mierda.
¿Parecía él un tonto?
Ella parpadeó como si estuviera confundida, pero su piel mantuvo ese
brillo luminoso. Un resplandor que un ser humano o incluso un demonio de
bajo nivel no debía tener.
Acercó sus labios a su oreja y volvió a sentir temblar la luz que barría su
cuerpo.
— No te puedo matar en un sueño. — murmuró él, en un susurro suave
y tierno, como las palabras de un amante, que estaban aún tan de moda como
cuando él comenzó a arder en el vivo infierno.
Ella se puso rígida debajo de él. Ah, así que ella se dio cuenta de que
esta pequeña escena no iba según lo planeado.
— Pero… — continuó Sam, dejando que su lengua sólo le tocara la
punta de la oreja. — Supongo que puedes matarme aquí, ¿verdad, cariño?
La oyó contener su aliento y tuvo su respuesta. Los labios de Sam
presionaron ligeramente contra su nuca, luego más fuerte mientras chupaba su
piel. La había marcado, aunque sólo fuera en su sueño.
Cuando ella se acercó más a él, no trató de escapar, Seline sabía que
estaba en peligro de perder su propio control, algo que sucedía con muchos de
su especie.
— Una súcubo. — Él había sospechado dado el modo en que cautivó a
todos y mantuvo a todos los hombres tentados. Se puso de pie encima de ella,
pero la mantuvo encadenada con las manos. El control y la introducción en
jaulas eran sólo una ilusión. En un sueño, una súcubo sería la única con poder
real. Él estaba listo para el paseo. — ¿Estás aquí para seducirme y matarme,
Seline?
Ningún arma mortal podría matar a un Caído. Ellos eran demasiado
poderosos. Pero una súcubo no usaría un arma para matar. Ella simplemente
haría uso de la seducción hasta que vaciara a su presa y la dejara seca.
Sam negó con la cabeza, un poco arrepentido. El viaje habría sido
increíble, sin duda.
— No funcionará.
— Yo… yo no sé de qué estás hablando...
— Tu juego probablemente funcionó una docena de veces o más con
otros tontos, — Y no quería pensar en esas sacudidas en ese momento, — pero
yo soy más fuerte. — Aunque sólo tocarla podría haber valido la pena el
riesgo. Él sonrió y supo que no era un espectáculo agradable. — Acabas de
cometer un error peligroso. Y tan pronto como me despierte, — porque no
podía mantenerlo atrapado en el mundo de los sueños para siempre, — tu culo
realmente será mío. — En el mundo real, él era el que tenía el poder, y ella era
la presa…
Ella lo miró a los ojos y dejó caer la máscara. Ya no era la mujer
aterrorizada que había visto en el club esa noche.
En cambio, ella era el sexo personificado, una tentación tan seductora
con todo su cuerpo apretado por la lujuria, y la confianza de seducción en sus
ojos, que hacía que su control se agrietara.
Entonces ella sonrió.
— Promesas, promesas, Sammael... — Ella lo empujó hacia atrás con
una fuerza que no había previsto. Voló por el aire y se estrelló contra la pared,
su cuerpo tembloroso.
Gruñendo, se enderezó y cargó hacia la cama. Las manos de Sam se
acercaron a ella, sus manos se extendieron hacia ella, pero Seline se
desvaneció.
Él parpadeó y se encontró en la cama y enredado en las sábanas.
El aroma a jazmín flotaba en el aire, y su pene latía con excitación.
Una sonrisa inclinada se formó en sus labios cuando arrojó las mantas a
un lado. Ese culo será mío.
Oh, infiernos. Los párpados de Seline se abrieron de golpe, y ella saltó
de la cama. Tenía puesta la ropa en menos de dos segundos. Mientras ella se
lanzaba hacia la ventana, envió una línea de fuego bordeando hacia la puerta
cerrada. No el fuego que Sam quería.
— ¡Seline! — Su grito hizo erupción desde el pasillo.
La maldita ventana no se abría. Sus manos sudorosas no podían levantar
la cosa. A la mierda. Seline la rompió con su puño derecho e hizo añicos el
cristal. La sangre goteaba de los dedos, pero ella ni siquiera vaciló cuando
salió a la cornisa.
El fuego crujió detrás de ella, pero ella aún escuchó el estruendo de la
puerta ya que la madera se astilló.
Entonces el fuego detuvo su crepitar. O mejor dicho, alguien mucho
más fuerte que ella detuvo el fuego. Seline no miró hacia atrás.
Mantuvo los ojos en el suelo, sólo era una caída de un segundo piso, incluso si
se rompía una pierna, sanaría, y luego se dejó caer.
Simplemente no se dejó caer lo suficientemente rápido. Una mano dura
y fuerte la agarró de la muñeca derecha y el hombro se le dislocó mientras ella
se agarraba firmemente.
— ¿Vas a alguna parte? — preguntó Sam, su voz con un acento de burla
en la oscuridad.
No era su noche. Seline intentó enviar una ráfaga de fuego hacia él. El
control de fuego nunca había sido su punto fuerte, pero por lo general podía
hacer que se quemase una persona con bastante facilidad.
A medida que el fuego se acercaba a él, sólo farfulló lejos en plumas de
luz y de humo. El bastardo se rió mientras el humo derivaba por él.
Se rió.
Entonces él comenzó a levantarla. El cristal roto rasgó su brazo, y la
sangre corrió por su carne.
Trató de dar un tirón lejos de él, hubiera preferido un par de huesos
rotos a lo que se avecinaba, pero el control de Sam era irrompible. El corazón
le dio un vuelco en el pecho.
— ¿Importa... — preguntó ella mientras levantaba su tono más alto y
sus piernas pateaban inútilmente… — que yo no tuviera otra opción que
aceptar este trabajo?
Otra verdad para él. No es que él la creyera.
— Eso no importa en absoluto. — Sam la arrastró a través de la
ventana.
Por extraño que parezca, el hombre se aseguró de que no tuviera ningún
otro corte en su carne. Probablemente guardara toda la sangre para su entrega
personal.
Oh, maldita sea.
Luego la dejó caer en el suelo. Cuando empujó la espalda, el pelo le
cayó en los ojos, Seline lo fulminó con la mirada. Sus ojos no eran azules.
Eran de un negro demonio. Detrás de él, vio la imagen sombría de alas anchas
que no deberían estar allí.
Sentí sus cicatrices.
Los demonios no tienen alas, sin embargo, tenía los ojos de un demonio.
— ¿Qué eres? — susurró. Había barajado con cinco opciones... y en ese
mismo momento su mejor opción no era buena en absoluto.
Él sonrió.
por la calle con el olor del río inundando su nariz. Sam no la había seguido.
Ella había mirado atrás demasiadas veces para contar, pero sólo había visto el
agua oscura.
Se encogió de hombros mientras se apresuraba hacia adelante. El hecho
de que no la había seguido, hasta entonces seguro, no significaba que no iba a
ver a su Caído pronto de nuevo.
Una ráfaga de viento sopló contra su rostro y su cabello voló hacia
arriba, bloqueando momentáneamente su visión. Su mano se levantó para
quitárselo, pero sus dedos se enredaron con…
Él.
— Hola, Seline.
Su cuerpo se tensó en ese estruendo ronco.
La mitad de la boca de Sam formo una sonrisa temeraria.
— No pensaste que te dejaría escapar tan fácilmente, ¿verdad?
— No. — Su mano cayó. — Estaba segura de que no lo harías. — Pero
empujarlo en esa agua helada se había sentido bien. Ella le ofreció su sonrisa.
— ¿Disfrutaste de tu baño? — No es que ella pudiera decir que incluso había
estado en el agua. Su ropa estaba perfectamente seca, estaba respirando con
facilidad y sin mirar a todos como si acabara de salir corriendo de la ciénaga
para encontrarse con ella en el almacén del nuevo distrito de Orleáns.
Su mano se apartó el pelo. Su toque era suave, amoroso, pero su mirada
ardía con una furia ardiente. Hmmm… tal vez no tan furiosa.
— Dime dónde está mi hermano.
Hizo caso omiso de la bola de temor arremolinándose en sus entrañas.
— Te pregunté sobre hacer un acuerdo, ¿recuerdas? Así que, o estás de
acuerdo… — Ella golpeó su mano a un lado y se acercó a su alrededor. Sigue
caminando y no mires atrás. Actúa como si tuvieras sola. — O hemos
terminado. — Tiró ella mientras miraba fijamente al frente.
Silencio.
Tenía los labios apretados, pero siguió sus pasos.
* * *
Él la había dejado colgada, literalmente. Seline se retorció y gruñó, pero
parecía que estaba suspendida colgando de corteses manos invisibles. El tipo
ni siquiera estaba cerca, pero todavía la atrapaba fácilmente. Hablando de una
central eléctrica.
Sólo, ¿qué podría pasar cuando un demonio viniera a “encargarse” de
ella? Contuvo su ira y tiró de su energía. No tenía sentido perder su poder
ahora. Bueno, sí, ya había roto dos sillas y un televisor, pero estaba bajo
control de nuevo ahora. Podía pensar más allá de la furia, y sabía que era
mejor conservar su poder para quién tuviera la mala suerte de entrar a la
habitación.
Así que esperó. Esperó.
El tiempo parecía arrastrarse mientras colgaba en el aire. Entonces
finalmente la puerta empezó a crujir abriéndose.
La oscura cabeza de Cole apareció. Se imaginó que Sam enviaría a su
lacayo demonio y mano derecha para hacerle frente. Cole la miró y levantó las
cejas. Luego se recostó contra el marco de la puerta, cruzó los brazos y en
realidad sonrió.
Gracias por darme una razón.
Ella maldijo al pelmazo.
El incendio del almacén estaba afuera. Ahora, todo lo que había era un
desastre empapado de negro que olía a cenizas. Unos pocos bomberos aún
estaban en el lugar, y Sam vio a varios policías y un chico con una insignia
como de un investigador de incendios escaneando la zona. Estaban tomando
notas, hablando entre sí con un aire preocupado. Esto estaba muy por encima
de la escala salarial.
A medida que el sol se elevaba en el cielo, Sam se puso a la sombra de
un edificio cercano y vigiló. Esperó.
Rogziel. Se había preguntado si el hijo de puta estaba al acecho
alrededor.
Sam había estado ansioso por arrancarle las alas a ese tipo durante
siglos.
Pretencioso pollazo.
¿Y Seline había pasado treinta años con él? ¿Su vida entera?
Hablando acerca del infierno. ¿Por qué un ángel caído tomaría a una
súcubo?
No tenía ningún sentido. Estar con ella… mantenerla observando todo
este tiempo.
¿Por qué Rogziel? ¿Qué le hizo desarrollar ese interés en Seline? Tal
vez esa era la otra mitad que le importaba.
Los frenos chirriaron cuando una camioneta familiar negra se detuvo
junto a la acera cerca de la ennegrecida bodega. Ah, se había estado
preguntando si la camioneta se mostraría de nuevo. Cole la había rastreado de
vuelta a un nombre y dirección falsos. Interesante… entonces Rogziel estaba
tratando de cubrir un poco las pistas.
Dos hombres salieron del vehículo, uno con el pelo rubio pálido y otro
con el pelo rojo oscuro. Hablaron con la policía. Gesticularon hacia la escena.
Parecían estar enojados y molestos. Esbirros humanos.
¿Qué pasó con los buenos tiempos? Los días en que los ángeles se
encargaban del trabajo sucio ellos mismos, sin necesidad de contratar a seres
humanos. A veces, realmente tenías que conseguir ensuciarte las manos
blancas con el fin de hacer el trabajo.
Sus manos se cerraron alrededor de los barrotes de la motocicleta que le
habían “prestado” más temprano. Miró a los dos hombres subir de nuevo en
la furgoneta, y cuando se fueron, él estaba justo detrás de ellos.
Ensuciarse las manos nunca había sido un gran problema para él.
1
SPM: síndrome pre-menstrual.
2
Ma’am: señora.
Ahora su mirada se desvió por sus piernas.
— Yo no… ah… dejo normalmente a las mujeres de esa manera.
Ella se calmó. De ninguna manera este demonio casanova la golpearía.
Pero…
Todavía estaba volando alto con la energía que había tomado de Sam.
Nunca había tenido un estimulo igual en toda su vida. Por lo que sabía, podría
haber estado emitiendo algún faro súcubo.
Ven… tengamos sexo arriba.
Ella levantó las manos.
— Saca los ojos de mis piernas o vas a recibir otro golpe. — Como si
no tuviera suficiente con lo que lidiar en ese momento. — ¡Y bájame!
Él se cruzo de brazos otra vez, debía ser su pose favorita. Entonces,
cuando ella lo miró, Cole levantó lentamente los ojos y apoyó la espalda
contra la pared.
— Sólo Sam puede liberarte.
— ¡Entonces llámalo por teléfono y dile que me baje! — Entonces ella
podría ir y patear su culo. Cole sacudió la cabeza y consiguió parecer
excesivamente despreocupado. ¿Cuántas veces se había encontrado en el
dormitorio de su jefe con una mujer flotando? Su mandíbula se apretó con
tanta fuerza que sus dientes de atrás dolían. Bastardo. ¿Era una rutina
matutina normal?
— No puedo llamarlo ahora. Lo siento, ma’am, — Finalmente arrastró
las palabras. — Comprende… Sam no confía exactamente en ti.
Suficientemente buena para el sexo, no lo suficientemente buena para
confiar. Maldito sea.
Los ojos demoníacos de Cole brillaron negros y su hermoso rostro se
endureció.
— Él no confía en ti, y yo tampoco.
Bueno, hasta aquí ser un faro súcubo. En ese momento, el chico parecía
que fácilmente podría matarla.
* * *
Los seres humanos no condujeron a Sam hacia Az. En su lugar lo
llevaron a un cementerio.
Todavía era demasiado pronto para más turistas, él había notado que a
ellos les gustaba ir a los cementerios por la tarde o la noche, entonces el lugar
estaba desierto. Sam empujó abajo el pie de su motocicleta y esperó unos
segundos, luego siguió a los hombres más allá de las viejas puertas de hierro
forjado.
Había visto a los seres humanos agarrar una bolsa antes de entrar.
Sabía que no era el único de caza hoy.
Los turistas que llegaban a Nueva Orleáns estarían volviéndose locos
aterrorizados si supieran lo que realmente los esperaba en las criptas. Entonces
dejarían de hacer sus ofertas a la reina vudú y escabullirse en los
“encantados” tours.
Él sabía lo que se ocultaba en el interior de los ataúdes, pero no le
importaba lo suficiente para estar aterrorizado.
Vio como los hombres pedían abrir una puerta y luego se deslizaban en
una bóveda antigua. Una que había estado desde 1800.
Sam oyó el arrastrar de pasos y luego un grito repentino, un grito que
parecía a punto de estallar en la cripta. Sam se puso tenso, pero luego el
pelirrojo salió volando de la cripta.
Su grito. El grito terminó abruptamente cuando el chico golpeó el
monumento más cercano.
Sam supuso que los cazadores habían tomado una presa que no podían
manejar.
Si esa “presa” mató a la rubia antes que Sam tuviera la oportunidad de
hacerle preguntas… iba a perder tiempo valioso.
Él odiaba perder tiempo. Suspirando, rodó los hombros y salió adelante.
Acababa de llegar a la antigua entrada de la tumba blanca cuando una
explosión lo golpeó. El fuego corría a su alrededor, más puto fuego, y el
mundo desapareció en un remolino rojo.
Demasiado tarde, se dio cuenta de que había caminado directamente en
una trampa.
Seline cayó al suelo. Sus manos golpearon la dura madera mientras sus
rodillas heridas impactaban en el choque.
— ¿Qué diablos? — Cole se abalanzó hacia delante.
No lo bastante rápido. Ella levantó la mano y envió un rayo de energía
hacia él. La electricidad crepitaba en el aire, y se arqueó cuando le dio en el
punto muerto en el pecho.
Normalmente el poder de un demonio no funcionaba tan bien con otro
demonio. Pero entonces, ella no era un demonio. No realmente. No del todo.
Así que esas “reglas” no funcionaban cuando jugaba.
Ella se echó hacia atrás hasta sus pies incluso mientras un mal
sentimiento se asentaba en la boca del estomago.
— ¿Por qué soy libre?
Él gruñó y se frotó el pecho.
Seline levantó los brazos. No le gustaba la posibilidad de que la
ejecutaran a través de su mente. Le gustó aún menos cuando Cole le espetó:
— Eres libre… porque el poder de Sam acaba de tomar un mayor golpe.
Y Cole no iba a atacarla. Había saltado en sus pies, y estaba corriendo
fuera de la habitación, dejándola atrás.
La mano derecha demonio iba a proteger a su jefe.
Pero si Sam necesitaba protección…
Entonces mis planes irían al infierno.
Seline corrió inmediatamente después de Cole, consciente de que
todavía debería estar enojada con el Caído. Pero, en cambio, estaba
preocupada.
El poder de Sam debía haber tomado un gran golpe.
No, maldita sea, no.
Ella lo necesitaba demasiado para perderlo tan rápido.
Traducido por Maia, Rhyss y Kyra
Corregido por Rhyss
perderse esa gigantesca nube negra de humo y los sonidos de todas las sirenas
que llenaban las calles.
Se empujaron a través de la multitud de los boquiabiertos espectadores,
y, oh, infiernos. Parecía como si algún tipo de bomba hubiese estallado. Los
viejos mausoleos fueron atacados ferozmente. Trozos de mármol se reunían en
el suelo, y sí, Seline estaba bastante segura de que había huesos diseminados
en torno al fuego.
— ¿Dónde está él? —susurró a Cole, manteniéndose cerca de él.
Cuando él había saltado a su camión, ella había brincado al interior y
apresurado al rescate. No era que ese demonio tuviera mucha más opción que
su compañía. Ella no había planeado ser dejada atrás.
Un cuerpo había sido cubierto en el suelo. No alguno de los más
antiguos residentes del cementerio, no, una de esas pobre almas tendrían que
ser buscadas durante días y reunidas pieza a pieza, pero a la vista de esas
cosas, el cuerpo cubierto era reciente.
No era Sam
Ella dio un paso atrás.
Cole agarró su brazo.
— No es él.
Entonces ella vio los mechones de pelo rojo derramándose sobre la
manta oscura.
Dejó salir el aire que no se había dado cuenta que había estado
conteniendo. Su mirada barrió la escena. Quizás Sam no había estado aquí.
Tal vez esto era sólo algo realmente jodido, la furgoneta de Alex.
Seline se tensó cuando su mirada se fijó en el vehículo que ella conocía
demasiado bien. Esto no es bueno.
— ¡El lugar era un infierno cuando llegué aquí! — La voz alzada de un
hombre la tuvo con los ojos volando hacia él. — ¡Y no estoy bebido! — Hizo
un gesto con las manos al policía que estaba de pie delante de él. — Te lo digo
por sexta vez, un hombre salió de ese fuego. ¡Sólo jodidamente caminó fuera
de él!
Sam. Finalmente tomó una respiración profunda.
— Sus ropas estaban ardiendo, pero no fue así. — El chico, mayor,
vestido con una camisa blanca que ya había comenzado a mostrar su sudor,
sacudió la cabeza. — Parecía el maldito diablo.
Definitivamente su Sam. Nadie más encajaba en esa descripción como
él. El policía suspiró y miró a su compañero. Ella captó las cejas levantadas y
supo que no estaban ni siquiera cerca de comprarle la historia del tipo.
No importaba. Ella estaba dispuesta a comprarla.
Seline esperó hasta que los policías se alejaban e iban a entrevistar a
más testigos, probablemente la gente que esperaban que fuera más fiable.
Luego cogió a Cole y se dirigió al hombre que estaba haciendo la señal de la
cruz sobre su cuerpo.
— Uh, perdón, señor... — comenzó Seline.
Él se volvió hacia ella, con los ojos entrecerrados.
Ella intentó una sonrisa.
—No pude evitar escuchar...
— ¡Yo no soy puto loco! — El sudor corría por el lado de su cara.
Los bomberos estaban disparando corrientes gigantes de agua a las
llamas restantes.
— No, por supuesto que no — le tranquilizó ella. — Pero, podría usted
decirme... el hombre que vio, — el hombre que no veía por ningún lugar
ahora, — ¿dónde se fue?
El testigo parpadeó con sus ojos azul claro.
— ¿Tú me crees?
Ella le dio un rápido asentimiento.
— ¿Dónde se fue?
Un suspiro se levantó del hombre mientras se limpiaba la frente con la
mano.
— Corría tras otro.
Ella mantuvo su expresión en blanco, pero era Cole quien demandó:
— ¿Un Otro?
— Ese chico rubio. — Él miró las manchas de suciedad en su camisa.
— Traté de ayudarlo, pensé que podría haber sido herido en el incendio, pero
el tipo me empujó y salió corriendo. — Su mirada se dirigió a la derecha y al
callejón que serpenteaba detrás del cementerio. — Pobre tonto. El diablo le
estaba siguiendo.
— No es el diablo, — murmuró Seline. No del todo.
— Muy parecido, — dijo Cole al instante.
Eso hizo que el testigo los mirara con la mandíbula floja.
Era hora de irse.
Se apresuraron hacia el callejón. Rubio. Bueno, había dos posibilidades
para la identidad del varón rubio. Opción uno... Alex. Su furgoneta estaba
aparcada cerca y el cementerio todavía ardía, ¿había tendido una trampa a
Sam?
Rogziel no renunciaría su presa tan fácilmente, y que había visto a Alex
usar su rutina de come y sigue antes. Atraía a la presa, luego atacaba con todo
lo que tenía.
Pero si Sam lo había perseguido, nada había sido suficiente esta vez.
O si no era Alex, entonces podría ser Az. Su segunda opción era mucho
más aterradora que un humano que pensaba que era fuerte.
Seline y Cole siguieron por el callejón que serpenteaba lejos del
cementerio y la multitud. El hedor de la basura la rodeaba mientras saltaba
sobre cosas en las que en realidad no quería pensar demasiado.
Doblaron otra esquina, y ella se detuvo en seco al ver la escena que
tenía delante.
Alex permanecía con la espalda presionada contra una pared de ladrillo
sucio.
Tenía las manos hacia arriba y los ojos muy abiertos. Oscura ceniza le
cubría la cara y la ropa. Respiraba con dificultad, los sonidos irregulares
llenando el aire, y sonaba como si pudiera estar... ¿rogando?
Sam estaba de pie frente a él. Sin ropa quemada. Con ropa perfecta otra
vez. Ni una pista de hollín o cenizas en ella. Escasos centímetros separaban a
Sam de Alex.
— Seline — Alex la vio y gritó su nombre. — ¡Dile a tu perro que se
aparte!
No era su perro. Sam no cambió su mirada a ella.
— Mantente alejada, Seline, — dijo.
Pero los ojos desesperados de Alex estaban sobre ella.
— ¡Él me va a matar! — gritó mientras la saliva volaba de su boca.
—Sólo porque es justo. — La voz de Sam mantuvo un tono burlón. —
Trataste de matarme hoy.
Seline se arrastró hacia adelante. Cole dio un paso atrás, esperando.
— Aquí está un consejo, — dijo Sam, y mientras Seline rodeaba a los
hombres, captó el destello de su sonrisa. — Tú no eres lo suficientemente
fuerte como para matarme. Tus armas no son lo suficientemente fuertes. Lo
único que logras hacer es cabrearme. — Él levantó su mano. — ¿Sabes qué
sucede cuando me enojo?
Alex se presionó de nuevo aún más contra los ladrillos. Parecía que el
chico estaba tratando de encogerse.
— Te hago daño. — Sam se movió con esa demasiado rápida falta de
definición también. Alex gritó y agarró su mano izquierda. Uh, su mano estaba
mirando en la dirección equivocada. Los huesos se había roto en un abrir y
cerrar de tiempo.
Ella tragó saliva.
— Sam...
Él no la miró.
— Deberías haberte quedado en la casa de seguridad.
Ella se puso tensa. ¿Ahora iba a hablar de eso?
— ¡Ella está en esto! — Más saliva voló de la boca de Alex mientras
acunaba su mano lesionada. — ¡Ella está jodidamente metida en esto! Haz tu
trabajo, Seline, ¡mata a este hijo de puta! ¡Drénale como se supone que debías
hacer!
Seline no se movió, ni siquiera un centímetro.
¿Se endurecieron los hombros de Sam? Era difícil de decir. Ningún
cambio de expresión cruzó su rostro.
— Seline — gritó Alex.
Ella echó un vistazo por encima del hombro. Lo bueno es que esas
sirenas seguían sonando. De lo contrario, habrían tenido compañía. Pero las
sirenas gemían, y ella sabía que estaban cubriendo los gritos de Alex. — Ya no
trabajo para Rogziel.
Alex se rió.
— ¿Esa es la historia que estás contando? — Él dejó caer su mano.
— Sí, — dijo ella en voz baja, y tomó una respiración profunda. —
Alex, ¿dónde está Az?
Sus labios se tensaron en una fina línea.
— Sólo dime...
— ¿Cómo diablos voy a saberlo? ¡Tú eres la que lo dejó ir anoche!
No del todo.
Ella miró por encima de su hombro una vez más. Esta localización no
era buena. No deberían quedar expuestos de esta manera. — Tenemos que
salir de aquí. — Si Sam quería, podía traer a Alex con él, pero en ese
momento, tenían que dividirse. — Vamos a tener compañía pronto. — Porque
los equipos Rogziel nunca trabajaban solos. Había siempre un grupo de apoyo
al acecho.
Y no todos los otros equipos dejarían a Alex a su destino, de la forma en
que él me dejó.
— Que vengan. — Sam se encogió de hombros.
Cierto. Bueno, si ella fuera una Caída todopoderosa que hubiera
caminado a través del fuego sin una quemadura, podría estar encogiéndose de
hombros también. Y pensar que en realidad había creído que él podría
necesitar su ayuda.
Delirios. Al parecer, ella los tenía.
Sin embargo, un fuerte chasquido llenó el aire, como un petardo
explotando, y Cole lanzó un grito de dolor. Su mirada voló hacia él, y Seline
vio que se había cogido del hombro. Su hombro sangrante.
Disparos. No petardos, nada tan inocente.
Más balas cubrieron el callejón. Sam no se inmutó, pero Seline se
agachó para cubrirse incluso cuando una bala volaba directa a ella.
¡Demasiado cerca!
Las balas granizaron a su alrededor. Sam la agarró y retorció,
protegiéndola con su cuerpo. Ella levantó la vista hacia él. Oh, espera, allí
estaba, siendo de nuevo amable. Pero probablemente era un truco;
probablemente acabara dejándola sola en el aire de nuevo en unos minutos una
vez que el fuego se detuviera.
Una ráfaga de viento llenó el callejón. Los pasos de Alex resonaron
mientras corría junto a ellos. Oyó gritos distantes, rápidamente sofocados, y
supo que Sam había utilizado su poder para llegar a los pistoleros.
Supuso que el equipo de apoyo no iba a venir después de todo.
— ¿Cole? — espetó Sam. — ¿Estás bien?
El demonio estaba de rodillas, sangrando, pero su cabeza se elevó y le
dio un saludo con la mano izquierda.
Sam dio un paso atrás y se volvió hacia él.
Alex estaba escapando. Seline salió tras él. Sus piernas se movieron
rápido y saltó por los aires.
— Seline. — El gruñido Sam.
Ella abordó Alex. —No vas a escapar tan fácil. — Se estrelló contra el
pavimento.
— Jodida perra demonio. Traidora. — Él rodó y salió rápidamente.
— Tú sí que no tienes escapatoria — Y el cuchillo que había agarrado
en su mano derecha fue a la garganta de ella.
Antes de que pudiera tocarla, Sam le tocó.
Todo el cuerpo de Alex se sacudió como si hubiera sido golpeado por
una descarga eléctrica. Sus ojos se pusieron en blanco y un grito silencioso
distorsionó su cara.
Se estremeció, y luego, un momento después cayó al suelo con su
cuerpo congelado. Muerto.
La mirada de Seline se elevó a la de Sam. El latido de su corazón
parecía demasiado alto. Él le había dicho lo que podía hacer, ella había sabido
lo poderoso que era, pero al verlo, también...
Él acababa de matar con un toque.
Muy, muy aterrador.
Le tendió la mano a ella.
Ella tenía miedo de él. Sam podría ver todo menos su miedo. Seline se
subió a la motocicleta de Sam, y tentativamente puso sus brazos alrededor de
su cintura. Con movimientos lentos, cada movimiento tan vacilante, como si
estuviera preocupada de que tocarlo fuera letal para ella.
— Más fuerte, — ordenó él mientras daba una patada para alejarse de la
acera. Tenían que largarse de allí lo más rápido que pudieran. Incluso los
policías humanos no pasarían por alto el estruendo de los disparos.
O el cuerpo sin vida que habían dejado atrás.
Pero en el momento en que el humano que Seline llamaba Alex había
levantado el cuchillo he ido a por su garganta, el tipo había sido un hombre
muerto.
Alex apenas tuvo que esperar unos segundos preciosos del tacto de Sam
para hacer que su corazón se detuviera.
La muerte podía ser lenta. La muerte podía ser rápida. Y cuando él
quería, Sam podría hacer que esos últimos momentos fueran muy dolorosos.
Alex no había tenido una muerte fácil. La prueba estaba en la expresión de
tormento que se retorcía su rostro.
Las manos de Seline se apretaron alrededor de Sam. La motocicleta
corrió hacia adelante, y el cuerpo de metal pesado vibraba bajo ellos.
Seline todavía no estaba lo suficientemente cerca.
Debido a su puto miedo.
¿Por qué? Ella había sabido lo que era antes. Él le había dicho.
Trabajaba para Rogziel. Ella tenía que saber lo peligroso que eran los de su
tipo.
Pero sus ojos se habían vuelto tan amplios cuando Alex se dejó caer al
suelo. Sus labios habían temblado, y cuando Sam había llegado hasta ella,
Seline se habían alejado.
Ella había rogado por su toque apenas unas horas antes. Ahora se
apartaba de él. Su toque le provocaba demasiado miedo.
Sus manos se apretaron alrededor del manubrio.
El viento empujó contra ellos mientras barrían las calles.
¿Más de los matones de Rogziel los seguían? ¿Por qué el Angel de
castigo repentinamente tenía una fijación por él?
¿Nada durante todos estos años, y ahora Rogziel decidía centrarse en
él?
¿Inmediatamente después de la caída de Az? De ninguna manera podía
ser una coincidencia. Pero si Rogziel quería jugar...
Ven a por mí.
Le encantaría arrancar las alas del viejo Ziel.
Sam llevó a Seline lejos de la ciudad. Corrió a través de unas antiguas
vías de tren y se deslizó debajo de unos puentes caídos que parecían como si
el tiempo se hubiese olvidado de ellos. Cuando salió de la carretera, Seline
jadeó y se aferró a él con más fuerza.
Finalmente.
No se detuvo hasta que los sonidos de la ciudad ya no existían.
Luego, cuando estuvo seguro de que podía ver a cualquier cazador que
viniera detrás de él, apagó el motor.
El pantano lo rodeaba de nuevo. Árboles torcidos, calor intenso.
Ella inmediatamente se apartó y saltó de la moto. Apretando la
mandíbula, él la siguió.
Seline puso una buena distancia entre ellos.
—Tú... tú...
Su mano hizo un gesto en el aire, y ella parecía luchar por encontrar las
palabras. Él no le ayudaría. Él sólo miraba y esperó a que la ira creciera en su
interior.
Le asustaba tocarme.
—Es cierto, — dijo finalmente, un surco débil entre sus cejas. —
¿Puedes ser realmente…?
—Eres un súcubo. Utilizas tu cuerpo como señuelo para drenar el poder
de los hombres. —Hizo deliberadamente que sus palabras sonaran duras, y
ella se estremeció.
—Maldita sea, eso no es…
—Trabajas para un Angel de castigo que pasa sus días repartiendo
venganza. Sabías que yo era un caído. —Caminó hacia ella.
Ella retrocedió un paso.
Sus ojos se estrecharon. ¿Estaba tratando de molestarlo aún más?
—Todo lo que sé, todo lo que has visto...— Él pinchó. — ¿Qué?
¿Pensaste que estaba mintiendo?
Ella tragó saliva y sacudió la cabeza lentamente.
—N-no. — El sol se derramó detrás de ella, iluminando su cabello,
haciéndole brillar la piel y dándole un aspecto aún más hermoso. —Nunca he
visto... —Su voz era ronca y flotó ligeramente sobre su ingle. — Lo mataste
con sólo un toque.
Y él sabía que los demonios eran lo suficientemente fuertes como para
matar con un pensamiento. La evolución además los había hecho más fuertes,
y para algunos, incluso demasiado difíciles de matar. La muerte podía ser un
desafío algunos días.
Su barbilla se levantó.
— ¿Por qué no me has matado?
Él se lanzó hacia adelante, sabiendo que el movimiento se vería con
falta de definición ante sus ojos. Un lado práctico de ser un Caído era el
efecto de la súper velocidad. No es que eso compensara a sus alas quemadas y
arrancadas, pero...
Sam la agarró del brazo y la atrajo hacia sí. La tensión llenó su cuerpo.
Más miedo. Odiaba el miedo en los ojos de una mujer.
—Yo no caí ayer. — No, tantos siglos atrás... —He aprendido cómo—
él acercó su cara a la de ella—controlarme a mí mismo. — Concluyó Sam con
sus labios a unas pulgadas de los labios de ella.
La caída fue brutal. Se había despertado, desnudo, desgarrado, y con su
mente rota. Le había costado semanas recordar lo que era.
Sin control.
No en ese momento.
Al principio, él había sido como un animal herido. Más que listo para
arremeter contra cualquier persona o cosa que se acercara demasiado.
Pero había aprendido a enfocar sus poderes. Poco a poco,
dolorosamente.
—Puedo traer la muerte con un toque. — Sus labios rozaron los de ella.
Ella no se inmutó. Él lo tomó como una señal de progreso. —O puedo dar
placer. — Era todo una cuestión de qué era lo que quería.
Con ella, él quería el placer.
— ¿Todavía me tienes miedo, Seline? — Le preguntó, mientras sus
dedos se hundían en su cabello. Él inclinó la cabeza hacia atrás.
—Sí. — Él sabía que decía la verdad desnuda. Podía verlo reflejado en
sus ojos. — ¿Cómo sé —se lamió los labios y él quería que esa lengua lo
lamiera a él, —que no te volverás contra mí?
Ahora esa era una pregunta interesante.
— ¿Y cómo sé que la próxima vez que nos jodan, no intentarás
matarme?— Debido a que no habría una próxima vez. Había encontrado algo
que él quería, y él no tenía intención de dejarla escapar.
Él captó un débil destello de negro en los ojos. Sí, él estaba frotando su
cuerpo contra el de ella, dejando que sus dedos jugaran con el punto sensible
que había encontrado en la parte posterior de su cuello. La fuerza de un
súcubo era su pasión, pero esa pasión podría ser utilizada en su contra.
Si, su amante sabía lo que estaba haciendo.
Sí, cariño. Él no estaba por encima de la manipulación.
—Tienes que confiar en mí, — dijo.
Ella exhaló un suspiro suave.
— ¿Y tú confías en mí?
Todavía no. Tal vez algún día.
—Rogziel vendrá detrás de ti, — dijo Sam rotundamente, pero no la
soltó. — ¿Crees que serás lo suficientemente fuerte para detenerlo?
— ¿Y tú?— Ella respondió enseguida.
Lo miró con ojos calculadores y le dio a Sam un momento de pausa.
Bueno, bueno.
— ¿No era eso lo que querías desde el principio?— Cuando ella había
estado tan dispuesta a encontrar a su hermano y abandonar su alianza con
Rogziel
—Quiero mi libertad. Eso es todo lo que siempre quise.
Pero la había atrapado y utilizado.
—Siempre he sabido que Rogziel nunca me dejara ir. — Sus labios se
torcieron en una sonrisa sin humor. —Él piensa que soy demasiado peligrosa
para estar libre.
Sus curvas se apretaron contra él. Sus labios carnosos tentando su boca.
Y él dijo con certeza:
—Tú lo eres.
Seline sacudió duramente de su cabeza.
—No, en lo que respecta a la escala de poder, yo no soy nadie, no como
tú.
Entendían poco sobre los súcubos. Había todo tipo de poder en este
mundo. Algunos eran sutiles, pero todavía malditamente peligrosos.
—Cuando seas libre de Rogziel, — y ella sólo sería libre cuando ese
hombre estuviera muerto, — ¿qué vas a hacer?
—Desaparecer, — dijo con leve nostalgia. —Voy a dejar esta ciudad.
Iré a un lugar con una playa de arena blanca y aguas cristalinas. No voy a
pensar en la muerte o monstruos... ni nada, sino en la vida.
Ella no lo entendía. Cuando eras uno de los Otros, no llegabas a cerrar
los ojos y pretendías que los monstruos no eran reales. No cuando los seres
humanos en el mundo pensaban que eras el monstruo. Pero no rompería su
pequeño sueño, todavía no.
Él la necesitaba. Si él le dijera que su sueño era una mierda, la mujer
podía fácilmente decirle que fuera a la mierda.
— ¿Todavía mantienes tu oferta?
Su mirada la sostuvo. No era oscura, pero esa mirada de ella, de un falso
color castaño, podía parecer tan cálida y confiada.
—Sí.
—Entonces te quedaras conmigo. — Porque él había estado diciendo la
verdad. Rogziel vendría por ella, más pronto o más tarde. —Atrapemos a Az,
entonces me aseguraré de que consigas liberarte de Rogziel.
Pudo ver la esperanza iluminar su rostro. ¿Los demonios tenían
esperanzas? Sí, lo hacían. A veces tenían más esperanza que los ángeles.
Pero entonces sus pestañas parpadearon.
—Yo no sé dónde está Az. No puedo ayudarte.
Ah, la honestidad. La confianza podría llegar muy pronto.
—Sí, puedes. — Él la soltó y dio un paso atrás, porque si seguía
tocándola, estarían follando pronto.
Ahora no era el momento para follar, no importaba lo tentadora que
fuera. Era tiempo de cazar.
—Rogziel atrapó a Az, — dijo.
—Uh, sí, lo sé.
— ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo supo él dónde encontrar a mi querido
hermano? —Él levantó una ceja, porque ya sabía la respuesta. —Rogziel
siempre puede encontrar a los de su lista de castigo, ¿no?— Esa era la forma
de los Ángel de castigo. Pero no había necesidad de perder tiempo en busca de
tus presas, no cuando tenías incorporado un dispositivo de rastreo para ellos.
Pero Seline negó con la cabeza.
—No, no, siempre tenemos que cazar a los objetivos de Rogziel.
Sam no dejó que la sorpresa oscilara en su rostro. Esa no era la forma en
que el juego funcionaba. Seline no lo sabría, y sin embargo, los humanos a los
que Rogziel mantenían atados, no entenderían cómo funcionaba su poder de
castigo.
—Encontrar Az fue casi un accidente.
Sam inclinó la cabeza.
—Algunos dicen que no hay accidentes. No hay coincidencias. Todo
sucede de la manera en que fue destinada a ser. —Si se guiaba por esa
filosofía, había nacido para caer, y matar.
Seline se encogió de hombros, pero el movimiento no tenía un aspecto
descuidado.
—Rogziel tenía en la mira a otro caído, un tipo llamado Omayo.
Sam no dejó que su expresión se alterara.
— ¿Y qué sucedió?
—Antes de que pudiera moverse para capturar a Omayo, Az
literalmente cayó en nuestro regazo. Se podría decir que nuestro foco de
ataque cambió entonces.
La caída de Az había sido reciente. Él todavía debió de haber estado
débil cuando Rogziel lo atrapó. Qué golpe de suerte para el Angel de castigo.
— ¿Quieres que te ayude? , entonces te quedaras a mi lado y me darás
cada pedazo de información que quiera Rogziel y ese grupo que le ayuda.
Ahora ella se deslizo hacia atrás. El miedo no parpadeaba en su cara,
pero vacilo seguro.
— ¿Qué vas a hacer con ellos?
¿Por qué ella se preocupaba por los humanos allí?
—Alex era un idiota, no me malinterpretes. — Un idiota que había
intentado matarla. —Pero los otros… ellos solo estaban tratando de hacer lo
correcto. Ellos han perdido personas que amaban. Ellos saben que el mal debe
ser castigado y…
Y él estaba aburrido. Ella sonaba como un alumno recitando la lección
que ella había aprendido en la escuela, un mantra que no tenía duda, Rogziel
le habían enseñado. Una buena manera de lavar el cerebro de los reclutas que
serian buenos pequeños asesinos.
—No te preocupes, — él dijo, levantando sus manos y manteniéndolas,
con las palmas arriba, hacia ella. —No los voy a tocar. — Todavía. —Solo
dame la informaron que tú sabes, ayúdame a encontrar a Az, y me asegurare
de que te den lo que más quieras en el mundo.
Su mirada lo juzgo. Un momento. Dos. Entonces ella le dio una sonrisa,
de mala gana. Bien.
Él no se permitió mostrar la satisfacción de su rostro. Incluso si ella no
estaba de acuerdo, él no planeaba dejarla ir. El acuerdo no era realmente sobre
Az o Rogziel.
Yo solo la quería a ella.
Él se dio la vuelta, sabiendo lo que vendría a continuación. Él se subió a
la moto y acelero el motor.
—Nosotros necesitamos ver a Omayo. — Él le daría al ángel mensajero
un manos-arribas. Después de todo, Omayo nunca había hecho nada para
enfurecerlo.
Omayo había deseado demasiado a los humanos. No era por sus
cuerpos, pero si por sus emociones.
Entonces él había caído y había sido golpeado con cada sentimiento que
él posiblemente podía querer.
Dándole a Omayo una advertencia de que él estaba en la lista de
Rogziel le parecía justo. Además, Sam también sabía que Omayo todavía tenía
alguna relación con unos cuantos Ángeles. Los mensajes siempre tenían que
ser cambiados, e incluso los Caídos podían manejar algunos trabajos.
Él debía advertir a Omayo, y como pago, Sam iba a ver si él podía
obtener un mensaje enviado a alguien que lo llevaría a Az. Corre, hermano,
corre rápido, porque voy a ir por ti.
Seline se deslizo en la motocicleta detrás de él. Su vacilación fue breve,
apenas un segundo, pero él todavía la sentía, y luego sus suaves manos se
deslizaron lentamente por la cintura.
Él dio la vuelta alrededor de la motocicleta, levantando una nube de
polvo, y se dirigió de vuelta a la ciudad. Mientras ellos viajaban, sus manos se
apretaron más alrededor de él y se cuerpo se presiono cerca.
Él sonrió. El súcubo no se daría cuenta de cómo realmente ella encajaba
en sus planes, no hasta que fuera demasiado tarde. Para entonces, no habría
esperanza de libertad para ella.
Tú no puedes hacer un trato con la Muerte.
Seline se alivio en la moto. Ella todavía podía sentir la vibración de sus
muslos. Sus pasos eran un poco inestables mientras ella corría por la acera.
El departamento de Omayo esperaba a menos de una cuadra de
distancia.
— ¿Cómo sabias que él está aquí?— ella le pregunto a Sam.
Él la miro, levantando una ceja.
—Omayo me encontró después de caer. — Un hombro rodó en un gesto
de luz. —Solo digamos que él vino a mí club en busca de Tentación.
Oh, cierto. Ella había estado de guardia en el departamento de Omayo
un par de veces. Por lo que ella lo había visto a él y las damas, a él le había
gustado mucho la Tentación.
Ellos caminaron en silencio por un rato, luego se relajaron en el lugar de
Omayo.
Con un gesto de sus manos, Sam envió volando la puerta principal del
edificio de Omayo. Ellos entraron, y la mirada de Seline fue a la escalera de la
derecha. El nivel inferior era solo un viejo garaje, pero ella sabía que ellos
iban a encontrar a Omayo arriba. Seline se apresuro hacia delante.
Sam la agarró la mano.
—No.
Ella se congeló. El lugar estaba tan silencioso como una tumba, y olía
un poco, también. Su nariz se arrugo.
Sus fosas nasales se abrieron al mismo tiempo, y su mirada se oscureció
hasta un negro medianoche.
—Omayo.
Entonces él se fue. No, había desaparecido, él podía correr
increíblemente rápido, y cuando ella lo vio otra vez, él ya estaba en la parte
superior de la escalera. Seline corrió detrás de él.
— ¿Sam?
La madera se astillo y se estrello, y ella oyó el grito de Sam que envió
un escalofrió a través de ella.
Entonces ella estaba encima del descanso. Seline corrió hacia el
departamento, pero después de solo unos pocos pasos, la vista de ella se
paralizó.
Sangre, tanta sangre. Por todos lados. En las paredes. En el piso. Incluso
en el techo.
Sam se inclino hacia el cuerpo roto que yacía tendido en el piso. Él
apenas se movió, y ella vio la cara de Omayo. Ella quería cerrar los ojos y
mirar hacia otro lado porque había tanto terror y dolor en sus rasgos
congelados.
Los puños y la cabeza de Sam se volvieron, muy lentamente, hasta
encontrarla.
— ¿Es esto lo que tú has estado haciendo durante toda tú vida?
Ella apenas oyó las palabras. Su mirada estaba en la garganta de
Omayo. No, lo que quedaba de ella. Su garganta había sido desgarrada.
Su mano de levanto para cubrir su boca mientras el hedor de muerte y
sangre casi la ahoga. Demasiado peor que la tumba.
Sam se puso de pie y camino hacia ella.
— ¡Él no se merecía eso! Omayo nunca hizo daño a nadie ni a nada. ¡Él
enviaba jodidos mensajes! Él entregaba mensajes, hizo su trabajo durante
cinco mil años, y el hijo de puta solo quería una oportunidad para sentir. Él
tuvo su Caída, y él no le estaba haciendo daño a nadie.
No, no, Omayo no había herido a nadie.
Cuando la noticia le llego pensando que era un posible Caído, ella había
sido enviada para vigilarlo. A pesar de lo que ella había visto, ella nunca había
llegado muy cerca de él. Todo había sido desde una distancia prudente.
Demonios, ella ni siquiera se había dado cuenta de las alas, o mejor dicho, la
imagen oscura que siguió a Sam.
Después de unos días, se había convertido rápidamente claro que, lo que
él fuera, Omayo no estaba en la cuidad para herir a nadie. Él se había
guardado para sí mismo, apenas se comunicaba con nadie excepto las damas
humanas que parecían gustarle, y seguro él no había buscado problemas.
— ¡Tú equipo hizo esto!— Sam estaba justo frente a ella ahora. Su
poder parecía rodearla, atrapándola en su lugar. — ¿Es esto, es este el tipo de
mierda retorcida que tú le has hecho a los Otros?
Ella negó con la cabeza mientras sus palabras finalmente se hundían.
— ¡No!— ella agarro sus brazos. —Tú no puedes pensar…
Pero su cara había sido tallada en piedra.
—Es tú trabajo sacar a los culpables. ¿No? Por cualquier medio
necesario. — Él sacaría al culpable, ¿cierto? Por cualquier medio necesario.
Él miro hacia atrás a Omayo. —Los Caídos no son fáciles de atar. Así que
supongo que, a veces, las cosas se ponen un poco… desordenadas.
Sus uñas se clavaron en su piel.
—Esta no es la manera en que nosotros operamos.
La matanza era fresca. Ese olor… ella trato muy duro de no inhalar. Su
mirada voló por la habitación. La sangre goteaba en riachuelos por las
paredes.
—Esto fue…
— ¿Una masacre?
Si. Ella asintió.
—Las muertes son limpias y rápidas, y sólo para aquellos que Rogziel
tiene…
—Pero Omayo estaba en su lista ¿verdad? Otro caído por caer.
—Él solo debía ser vigilado, ¡no asesinado! Maldita sea, ¡no asesinado!
Sam se aparto de ella y saco fuera su teléfono. Pulso la pantalla y
levanto el teléfono a su oído. Una pausa, luego él ladro,
—Cole, maldita sea, te necesito con un equipo de limpieza donde
Omayo, y necesito el equipo ahora. — Él se paso una mano por el pelo. —
Nosotros no lo dejaremos así.
Ella se dio la vuelta, sin querer mirar el cuerpo. Pero la sangre estaba
por todas partes. Tanta y su corazón golpeo su pecho. La sangre en la pared
izquierda… alguien había escrito con esa sangre.
Las cartas estaban goteando, convirtiéndolo en inclinado y retorcido,
pero ella todavía podría distinguir la palabra.
Caído.
—Sam. — Ella dijo su nombre suavemente. Él todavía estaba gruñendo
en el teléfono. Ella se dio la vuelta. — ¡Sam!
Él se dio vuelta para mirarla. Ella levanto una mano y señalo la pared.
—Creo que tenemos un problema.
Sam marcho a su lado. Él se quedo mirando las letras en la pared.
Después de un momento, él pregunto, con una voz mortalmente suave,
— ¿Rogziel tenía a otros Ángeles Caídos siendo observados?
Ella trago saliva para aliviar la sequedad del desierto en su garganta.
— ¿Otro además de ti?— ella preguntó, esperando desesperadamente
estar fuera de ese departamento. —No es como si él incluso me haya dicho
que tú eras un Caído. — No, él solo la dejaba andar a ciegas con esto. —el
tipo no está exactamente compartiendo confidencias conmigo.
Los ojos se Sam todavía estaban en la pared con sangre.
Ella tenía que salir de allí. Seline se apresuro hacia la puerta, casi
corriendo porque ella no podía quedarse en el departamento con el cuerpo otro
momento. Ella había hecho un montón de cosas que lamentaba en sus treinta
años, pero ella nunca había visto algo como esto. Sam estaba en lo cierto. Esto
fue una masacre.
¿Había ido tan lejos Rogziel antes que esto?
Ella estuvo a punto de volar por las escaleras. Seline estaba desesperada
por conseguir un poco de aire que no tuviera sabor a muerte. Ella empujo para
abrir la puerta principal del edificio. Las luces la golpearon, demasiado
brillantes, pero el aire estaba limpio. Ella tomo profundas respiraciones,
tragando y se alejo tambaleándose.
Oh, mierda, ¿Rogziel había hecho esto? Ella había tratado de ponerlo
frente a Sam, pero ella había visto lo que Rogziel hizo en su última cacería.
Su ataque no había sido rápido y fácil, y ella ni siquiera estaba segura de
que su presa había estado marcada para ser castigada.
Fue entonces cuando supe que tenía que alejarse de él. Ella quería su
libertad desde hacía años, pero no había sido hasta ese momento que ella
realmente pensaba… si no voy lejos, estoy muerta. Sus dedos tiraron su pelo
mientras ella aspiraba otro desesperado trago de aire fresco.
Si él hubiera hecho esto… y, oh, Dios, ¿lo había ayudado? Porque ella
había sido la que encontró primero a Omayo. Ella había sido la que lo
mantenía en control y daba esos puntuales informes ridículos a Rogziel. Yo
podría haber solo atado un gran lazo rojo para Rogziel. Si… si Rogziel había
sido el que lo mato.
Otro profundo respiro. Tal vez un trago más y sus manos podrían dejar
de temblar. Seline no podía respirar. Una mano la golpeo en la boca,
bloqueándole el aire y ahogando el grito que se construyo en su garganta.
Traducido por UsaguiSama
Corregido por Maxiluna
* * *
Cuando entró en su casa, Anthea Johnson escuchó el suave susurro de
pasos. Sonrió, sabiendo que su marido ya estaba en casa. Ella y Ron habían
planeado escaparse el fin de semana. Saldrían hacia la pequeña cabaña junto al
lago que a Ron le encantaba tanto y disfrutarían de un fin de semana de sexo
sin parar.
— ¿Ron?
Tal vez hubiera suerte y volvía a quedar embarazada. Oh, eso sería…
Vio a Ron sentado en una silla de la cocina. Corrió hacia adelante.
— Hola, cariño, voy a estar lista en cinco minutos… — Su voz se
desvaneció al darse cuenta de que algo andaba mal con el ángulo de la cabeza
de Ron.
No su cabeza. Su cuello.
Muy mal.
Su grito resonó a su alrededor e hizo añicos los cristales. Ella se lanzó
hacia delante y agarró su camisa.
— ¿Ron?
Se dejó caer contra ella.
Y fue entonces cuando oyó la risa suave que venía de detrás de ella.
Sam había encontrado ropa para que se pusiera. O más bien, Sam había
enviado a Cole a encontrarla. Los pantalones vaqueros y camiseta encajaban
perfectamente, e incluso las botas eran del tamaño adecuado.
Nunca subestimes a un demonio.
O a un ángel.
Vestida y semi preparada para afrontar el mundo, Seline respiró hondo y
dijo:
— Tu hermano me quiere muerta. — La lujuria se había enfriado, y su
energía había vuelto, por fin. Una chica sólo podía fanfarronear un tiempo, y
ahora era el momento de poner todas sus cartas sobre la mesa.
— Él me quiere muerto, también.
Sí. Lo hacía.
— Az me dijo que todos los Caídos iban a morir. — Ella estaba bastante
segura de que el tipo había querido decir por su mano.
— No es fácil matar a un Caído, — murmuró Sam. — El Toque de la
Muerte no funciona en nuestra propia especie.
Bueno, eso era interesante. Ella guardó el dato en su mente.
Sam se puso un par de pantalones vaqueros, nada más, y sus ojos
querían alejarse de la extensión de su musculoso pecho mientras lo miraba.
Seline se aclaró la garganta.
— Pero los Caídos pueden morir. — Pero no por cualquier arma
humana, según decían la leyenda y los rumores. Ningún arma mortal. Ni el
Toque de la Muerte. Ahora que seguro se planteó la pregunta... ¿cómo había
matado Az a Omayo? La garganta del chico se veía como si un animal se la
hubiera abierto.
— Esta no es la primera vez que Az ha ido tras los Caídos. — Las
palabras retumbantes de Sam hicieron que su mirada volara hacia su cara.
— ¿Ha atacado a alguien más?
Los labios de Sam se curvaron en una sonrisa que le puso piel de gallina
en sus brazos. — Antes de que cayera su blanco culo, Az se encargaba de
otorgarle justicia a los Caídos.
Justicia. No le gustaba por dónde iban las cosas.
— Me dejó con vida deliberadamente, — dijo Seline. No sólo fue un
gran golpe de suerte de su parte. Az había querido que viviera para que
pudiera entregar su mensaje. — Iba a ir tras los Caídos. — No le extrañaba
que hubiera escrito Caídos en la pared, el tipo tenía que estar marcando,
reclamando su presa.
— No creo que él vaya a parar hasta que estén todos muertos.
Su mirada la midió.
— ¿Hay más Caídos en la ciudad? — Seline no conocía a ninguno, pero
tal vez Sam lo hacía. El tipo sabía todo sobre los Otros en New Orleáns. — Si
los hay, creo… creo que Az irá tras ellos.
La mirada de Sam todavía estaba fija en ella, y se dio cuenta de que sí,
que conocía a más Caídos. Sólo que no sabía si podría decirle acerca de ellos.
La ira azotó por su sangre.
— Maldita sea, Sam, la confianza, ¿recuerdas? ¡No te lo estoy pidiendo
porque quiera hacerles daño! Quiero ayudarlos. Si podemos llegar a los
Caídos antes que Az, podemos detenerlo. — ¿No veía que esta era su
oportunidad?
— Podemos matarlo.
Seline asintió.
Tenía la cabeza inclinada hacia la derecha mientras la estudiaba.
— No hay más que otro Caído en Nueva Orleáns.
Su corazón comenzó a un ritmo el doble de tiempo. — ¿Dónde está? —
Pero ella ya se dirigía hacia la puerta mientras hacia la pregunta. — Vamos a
llegar a él, ahora.
— No es él, — murmuró Sam. — Es ella.
fila de coches. Los brazos de Seline se curvaron alrededor de Sam y, con cada
kilómetro que la moto se comía, él maldecía entre dientes.
Anthea no había contestado el teléfono, ni su celular, ni el de su casa.
Ella era la única de los Caídos en la ciudad en ese momento. Keenan, un
Caído con el que Az había cometido el error de enredarse antes de que se
encontrase con su pequeña vampira. Para estar seguros, Sam había hecho una
llamada rápida a Keenan y advertido al hombre para que vigilase su culo.
Pero Keenan siempre lo hacía.
Anthea… dulce y gentil... ella nunca veía las amenazas en el mundo. No
hasta que era demasiado tarde.
Giró la moto en el tranquilo barrio que Anthea había utilizado como su
refugio. Pequeñas flores esperaban cerca de la entrada, balanceándose
suavemente con la brisa, dando la bienvenida a los dueños de la casa y sus
invitados. Él había estado en la casa de Anthea sólo una vez. Había venido
para asegurarse de que estaba a salvo, pero ella no había querido su
protección.
Ella sólo había querido al humano que estaba a su lado. Un hombre al
que llamaba esposo, un hombre que Sam sospechaba que no tenía ninguna
pista real sobre el pasado de su mujer.
Ella cayó por amor.
Anthea no habían sido la primera en perder su corazón por un ser
humano. No sería la última.
Su casa de ladrillo esperaba ordenada al final de la calle. Más flores
rodeaban los lados de su casa.
Y su coche estaba estacionado en la entrada. Su coche y un Jeep negro.
El vehículo de su marido.
Sam había hecho su investigación antes de deslizarse fuera de la vida de
Anthea. Ron, su marido, había sido investigado. Un ser humano cariñoso que
estaba loco por su bella esposa.
Sam apagó el motor y saltó de la moto. Seline corrió detrás de él o lo
intentó. Él estiró un brazo para bloquearla.
― Déjame ver primero. ― Porque él sabía lo que podía encontrar y no
quería que ella entrase dentro de otra habitación empapada de sangre.
― No. ― Alzó la barbilla. ― Puedo manejar esto.
Ella no era tan dura como quería hacer creer. La sangre le afectaba
demasiado. Extraño para un demonio.
― Además, la última vez que me dejaste… ― Seline lanzó una rápida
mirada por encima del hombro hacia la línea de perfectas casas en el lado
opuesto de la calle. Casas perfectas, perfecto mundo humano. ― Tu hermano
me asaltó. De ahora en adelante, donde vayas, voy yo.
Apretó la mandíbula, pero ella tenía razón. Az podría estar cerca y Sam
no arriesgaría a Seline de nuevo. Le cogió la mano y se apresuró hacia
adelante.
La puerta estaba cerrada con llave. Levantó su puño izquierdo, listo para
abrirla con una buena explosión.
― ¡No! ― Seline frunció el ceño hacia él. ― ¿Y si están solos en el
interior, tomando un café o algo? ¡No podemos reventarla sin más!
Pero entonces oyó un débil sonido. No fue un gemido, era más un jadeo.
Uno lleno de dolor.
Los ojos de Seline se abrieron como platos. Lo había oído, también.
― ¡Echa esa puerta abajo!
La puerta se rompió y corrieron adentro. El olor lo golpeó como un
puñetazo. Sangre fresca y muerte.
El jadeo se repitió, ahora era aún más débil y saltó al otro lado de la
habitación. La sangre se acumulaba en el suelo, profunda y oscura, y se
extendía bajo el cuerpo de Anthea.
Su pecho estaba abierto con la sangre saliendo a borbotones. Sus
oscuros ojos estaban muy abiertos y llenos de dolor. Las lágrimas se filtraban
por sus mejillas hasta la sangre que goteaba de su boca.
Y su corazón ya no estaba.
Ella debería estar muerta, ella moriría, pronto.
No había manera de que pudiera sobrevivir. Ella estaba agonizando,
luchando por seguir adelante, capaz de gestionar estos últimos momentos sólo
por su sangre de ángel.
― Anthea. ― dijo su nombre con furia. Pagará. El bastardo pagaría.
Ella no lo miró. Sus ojos estaban muy abiertos hacia la izquierda. Sam
siguió su mirada y vio el cuerpo de Ron.
― Oh, Dios, ― susurró Seline.
Dios no haría algo como esto.
Él colocó su cuerpo entre Anthea y Ron, obligándola a verlo. Él no la
tocó, no todavía.
― ¿Quién hizo esto?
Más lágrimas. Más sangre.
― ¡Sam, ella está sufriendo! ― Seline lo agarró. ― Ayúdala.
Los dos sabían que sólo había una manera de ayudarla.
― ¿Por qué todavía está viva? ― susurró Seline. ― ¿Por qué no se
dejaba ir?
Las pestañas húmedas de Anthea bajaron un poco. Su mirada parecía
centrarse en Sam. Eso parecía.
― Infierno…
Su cuerpo empezó a temblar. Grandes y duros estremecimientos que
contribuían a que su sangre bombease más rápido. Tenía cortes en los brazos,
en las piernas, su cuello. Y ese agujero en el pecho...
― ¿Fue Az? ― preguntó, con la mano tan cerca de su mejilla.
Más estremecimientos. Más sangre.
― ¡Ayúdala! ― gritó Seline.
Pero no había nada que hacer.
El cuerpo de Anthea se quedó inmóvil. Un lento susurro de aliento se
deslizó de sus labios mientras ella se entregaba a la muerte.
Los dedos de él se levantaron y presionaron ligeramente contra sus
párpados. No había ninguna otra cosa que tuviese que ver en este mundo.
― ¿Sam? ― La voz vacilante de Seline.
Él se quedó mirando a Anthea. Los rastros de lágrimas y la sangre
parecían infames contra su piel café claro.
― Ella se enamoró de un humano y eligió caer. ― “Sé que es el amor,
Sam. Finalmente sé lo que se siente”. Hizo a un lado el recuerdo de su voz. ―
Todo lo que ella quería era vivir con él.
Vivir con él. Morir con él.
Ella lo había hecho.
Sam miró las marcas en su cuerpo, obligándose a sí mismo a ver más
allá de la furia.
Los profundos surcos y cortes parecían de alguna manera... familiares.
― No se merecía esto, ―susurró. De todos los Caídos que había
conocido, Anthea había sido la más amable. No había merecido la muerte en
lo más mínimo.
Voy a buscarlo. Le haré pagar.
Anthea sería vengada. La muerte no llegaría fácilmente al asesino de
Anthea. No había sido fácil para ella.
― Sam, el cuello del chico está roto. Quienquiera que haya hecho esto
hizo que su muerte fuera rápida.
Él se levantó y dejó construir su rabia.
― Debido a que Ron era un ser humano. Un daño colateral. Con el fin
de hacerle daño a Anthea, tomaron su corazón… pero no era el único que latía
en su pecho.
El rostro de Seline estaba pálido cuando su mirada se lanzó por la
habitación.
― Juro que esas marcas parecen haber sido hechas por un
cambiaformas.
Sus hombros se pusieron rígidos.
― Fui enviada tras un cambiante lobo una vez. ― Ella acomodó hacia
atrás su cabello y tragó. ― Había sido Lone. Había matado a cinco mujeres. En
cada ataque, él fue directo a sus gargantas. El tipo sólo… las rasgó para
abrírselas.
Su mirada regresó a las marcas en el cuerpo de Anthea. Las marcas de
garras eran demasiado grandes para que fueran de un lobo.
Pero otro cambiante… tal vez. Si bien ningún arma mortal podría matar
a un Caído, las garras de un cambiante, seguro que serían capaces de hacer el
trabajo.
Excepto que Az no era un cambiante.
Sam cuidadosamente rodeó el cuerpo de Anthea. Cuando oyó la
inhalación aguda de Seline, supo que ella había visto las letras escritas con
sangre en el suelo.
Caído.
― ¿Hay más? ― preguntó Seline, frotándose los brazos. ― ¿Hay más
Caídos cerca? Maldita sea, sabes que esto es un patrón de ataque. ¡Los está
eliminando! Cualquier caído por aquí es presa de él.
― Soy un Caído. ― Él la tomó del brazo y tiró de ella hacia la puerta.
No iba a dejar el cuerpo de Anthea tirado y roto como estaba. A la mierda el
equipo de limpieza. Manejaría las cosas a su manera. Nadie la tocaría de
nuevo.
― Sí, pero no estás exactamente por debajo del nivel de poder.
No, él no era como los dos ángeles mensajeros muertos, Omayo y
Anthea habían sido ambos mensajeros... Los Mensajeros no podían tocar y
matar. Ellos no podían obligar a los seres humanos. No podían castigar a su
antojo. Ellos sólo se aseguraban de que las órdenes se llevaran a cabo. Un
último deseo concedido. Dar paz a los difuntos. En lo que se refería a la presa
de los Caídos... los mensajeros nunca tuvieron una oportunidad.
Sus dedos se enroscaron con los de Seline.
― Hay una regla sobre los Caídos... ― Una regla que no conocían
muchos.
Seline frunció el ceño mientras caminaban lentamente hacia fuera.
A unos diez metros de distancia de la entrada de la casa de Anthea, Sam
dio la vuelta y se quedó mirando la casa. La casa de al lado de Anthea estaba
vacía. No había coches, nadie que escuchara los gritos de Anthea. Él sabía que
ella había gritado. Anthea no se habría ido sin luchar.
― ¿Qué regla? ― Recorrió con una mirada preocupada la calle.
― Si matas a un Caído, obtienes sus poderes. ― Un pequeño agradable y
apremiante bono que podía ser muy adictivo para algunos.
¿Había Az descubierto aquella adicción?
Algunos vampiros estaban enganchados a la sangre de ángel, porque
podían probarla rápidamente. Y para aquellos que mataran a un Caído, no
había nada como la explosión psíquica para amplificar su poder. La explosión
golpeaba a la persona más cercana a los Caídos en el momento de la muerte.
El que había atacado a Anthea se había visto obligado a abandonarla
antes de que el trabajo estuviese terminado. ¿Debido a que nos había oído
llegar?
Sí, apostaba el culo a que estaba cerca, observándolo y maldiciendo el
hecho de que Sam era el que tenía el poder de Anthea. Poder que él no quería.
Sacó a Seline hasta la acera. Luego se quedó mirando la casa.
Adiós, Anthea.
La casa explotó en una bola de llamas.
C uando parecía que Seline giraría hacia Mateo, Sam se lanzó hacia
Cuando el brujo se cayó, Seline sabía que era una señal muy, muy mala.
Pero Sam agarró al chico, lo arrastró a sus pies y lo sostuvo con un
fuerte apretón. En ese momento, Seline echó una mirada a los brazos de
Mateo y a la parte posterior de la camisa. La sangre la empapaba y unas
profundas marcas de garras habían arrancado parte de la camisa y la carne de
Mateo.
Él no había estado sangrando cuando entró en la habitación.
Ella le había visto la espalda cuando él dejó el espejo. En aquel
momento había estado bien.
Ella avanzó lejos de ellos.
— Mateo. — gritó Sam el nombre del brujo y le levantó la barbilla
caída. — Mateo, despierta.
Las pestañas del brujo empezaron a revolotear. Seline no se atrevió a
moverse.
Tanto, para unas horas de descanso. Su corazón latía tan rápido que
apenas podía respirar.
— ¿Qué pasó? Maldita sea, ¿qué viste? — exigió Sam.
Seline no quería saberlo. Ella nunca había querido saber su futuro.
¿Por qué alguien iba a querer saber si cosas malas le estaban esperando a la
vuelta?
Las manos de Mateo volaron y agarraron las muñecas de Sam.
— El infierno... detrás de ti.
Eso era lo que no quería oír.
— No se puede escapar de él. — La voz de Mateo se hizo más fuerte.
— No es posible una vez que tenga tu olor. No se puede hacer. Él te
encontrará. No puedes matarlo… no eres lo suficientemente fuerte.
Um, ¿Sam no era lo suficientemente fuerte como para matar a alguien?
¿A quién no podría destruir el Ángel de la Muerte?
Tiene que ser lo suficientemente fuerte como para derrotar a Rogziel.
Sam era el más fuerte de los Caídos, ella lo sabía. Mateo tenía que estar
equivocado. Lo mejor sería que estuviera equivocado.
— Días… — dijo Mateo, — sólo te quedan unos días.
Sam no parecía tener miedo a nada y la sonrisa que se torcía en sus
labios era viciosa.
— Nunca he tenido miedo del infierno.
Ella no podía decir lo mismo. Estaba aterrorizada, por eso se había
quedado con Rogziel. Él le había dicho que ella se quemaría debido a lo que
era, a menos que se ganara la redención.
Ella acababa de llegar, y ya había sangre y muerte.
Los hombros de Sam rodaron.
— Yo no soy del tipo que huye.
Una vez más, no tanto como ella. Seline estaba tentada a huir entonces.
— Él va a venir a por tu garganta. Deberías temerlo, — prometió
Mateo. — Lo harás…
Sam empujó al brujo lejos de él.
— Esto él. . . ¿tiene un nombre?
— Demasiados nombres.
— Genial, — murmuró Seline, arrastrándose la mano por el pelo.
— Necesitábamos la Oz que todo lo ve, y nos dieron un maldito
Acertijo.
¿Por qué el chico no podría acabar de responder a una simple
pregunta?
— Ey, amigo, por aquí. — Ella chasqueó sus dedos y llamó la atención
a su manera de Mateo. Ella no iba a ver a su carne desgarrada.
— ¿A quién viste venir a por Sam? ¿Su hermano? ¿Rogziel?
¿Algún otro sobrenatural del que tenía que empezar a preocuparse?
— Ellos vienen, — dijo Mateo, y la fuerza desapareció de su voz. Ahora
sólo veía y sonaba igual. — Es hora de un ajuste de cuentas.
Rayos. Un ataque desde todos los lados. Estamos tan jodidos. Mateo se
agachó y recogió su espejo.
— ¿Hemos terminado? — Las manos de Sam estaban en un puño, pero
asintió.
Los dedos de Mateo se apretaron alrededor del espejo.
— Entonces, la deuda está pagada.
¿Cómo? Espera, el tipo había mirado hacia el futuro, ¿porque se lo
debía a Sam? Seline se balanceó sobre sus talones, y, sin poder hacer nada, su
mirada se lanzó a las heridas de Mateo. Podía oler su sangre y ver el dolor en
su rostro. Preguntó, porque tenía que hacerlo:
— ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo conseguiste esas marcas?
— Cuando nos fijamos en el mundo de los espíritus... — El espejo
desapareció en una bolsa negra desteñida enganchada cerca de la cintura de
Mateo. — Los espíritus también quieren ver.
Escalofriante.
— Y, ¿te tocan? — Más bien lo rasgaban y mordían.
— Sí, — dijo rotundamente.
Así que de buena gana dejaría que su cuerpo fuera atacado salvajemente
porque se lo debía a Sam. Su mirada derivó hacia su silencioso Caído.
— ¿Qué tipo de deuda fue esa? — Tenía que ser algo grande ya que
estaba de acuerdo en usar su cuerpo para que un fantasma lo atacara arañando
la bolsa en algún loco acuerdo.
Sam no respondió.
Mateo lo hizo.
— Él cortó las cabezas de cuatro cambiaformas que querían extraer
toda la carne de mi cuerpo. — Inclinó la cabeza hacia Sam. — Algunos
rasguños parecían un buen pago para mí. — Entonces abrió la puerta y salió a
la noche.
Seline siguió y cerró la puerta. Porque no quería más sorpresas, empujó
el bloqueo en su lugar. Hizo un suave clic.
Seline se quedó en silencio por un momento. Luego, por dos minutos,
porque realmente no estaba segura de lo que debía decir. Por último, cuando el
silencio se hizo demasiado espeso, se aclaró la garganta y preguntó.
— Um, ¿estás esperando más huéspedes de los que necesite estar
informada esta noche?
¿Había alguien más que vendría a difundir pesimismo?
Su mirada se deslizó lentamente hacia ella.
— Esta noche no.
Ella exhaló un poco de aire.
— Eso es algo. — Bueno, primero… una ducha y después a dormir.
Esta noche esperaba no tener pesadillas que involucraran fuego y
sangre.
Bien, buena suerte con eso. Teniendo en cuenta la semana que estaba
teniendo, Seline estaba bastante segura de que su vida real sin duda la
perseguiría en sus sueños.
Cuando se movió, rozó a Sam. Él bloqueó su camino.
— ¿Tienes miedo?
Recapitulemos. Tenía un psicópata Caído en su camino, uno que al
parecer no iba a dejar de perseguirla hasta que ella estuviera muerta.
Le había dado la espalda a Rogziel, y el chico no era exactamente del
tipo de perdonar. Y, la guinda, ahora parecía que Sam estaba en peligro de
desmembramiento grave.
— Maldición, soy realista.
Porque ella no estaba segura de que sobreviviera a la próxima semana.
— No es que el brujo hubiese dicho que viviríamos felices para siempre
detrás de alguna valla blanca, Sam.
Un surco débil apareció entre sus cejas.
— ¿Tú… quieres vivir conmigo?
Sus labios se separaron. Sus palabras habían salido mal.
— Mira, tenemos que tener miedo. Ambos. Ese tío no dijo que te las
arreglarías para salir ileso.
— Pero él no dijo que muriera, tampoco.
Um, no.
— Tampoco ha dicho que vivirías. ¿Es como si hubieras perdido ese
punto?
Sam se encogió de hombros.
Ella gruñó y se dirigió a su alrededor.
— Estoy demasiado cansada para esta mierda. Me voy a duchar y luego
voy a tirarme en la cama, y entonces, — dijo por encima del hombro, —
cuando llegue la mañana, vamos a averiguar cómo patearle el culo... y que no
nos pateen los nuestros.
Agarró el pomo de la puerta del baño.
— No tienes que preocuparte, no voy a dejar a Az hacerte daño.
— Claro. — Fácil de decir. En ese momento, ella todavía podía saborear
la ceniza. Cerró la puerta del baño detrás de ella sin responder.
La habitación era una caja de cerillas, pero era mejor que nada. Ella dio
un paso hacia delante y tiró de la ducha. El agua tronó, al menos funcionaba
bastante bien. Se desnudó, se metió en la ducha, el agua cayó sobre ella en
ráfagas calientes, ásperas, y se preguntó qué diablos iba a pasar.
Ella soñaba con fuego y sangre. Y con la caída, más rápido, más rápido,
cayendo en picada desde el cielo mientras su cuerpo se quemaba. No, no era
su cuerpo.
Eran sus alas.
Seline trató de gritar, pero un sólo gemido se escapó de sus labios. Su
cuerpo temblaba, y cayó. El suelo se acercaba rápidamente debajo de ella, y
sabía que iba a chocar contra la superficie que no perdonaba.
Ardiendo y cayendo.
Sus párpados se abrieron de golpe.
— ¡No!
Y ella ya no estaba cayendo. Ella estaba en una cama llena de bultos en
el motel. Las sábanas estaban retorcidas alrededor de sus piernas, y Sam
dormía a su lado.
Se pasó la mano por el cabello enredado, no solía tener pesadillas, pero
después del día que había tenido, no le extrañaba que hubiese estado soñando
con la muerte.
Sam gimió junto a ella. Sus ojos se clavaron en él. Sus facciones
estaban tensas, con la mandíbula apretada, y, espera… ¿había dolor en su
cara?
Él se apartó de ella, y a través de la luz del sol que entraba por las
persianas, obtuvo su primera visión verdadera de su espalda.
Unas cicatrices gruesas cortaban directamente a través de sus
omóplatos. Exactamente donde las alas habrían estado. No, exactamente
donde habían estado.
Seline se dio cuenta de lo que había estado sucediendo. El fuego y la
Caída no había sido su sueño. No, había sido él, o bien, en realidad no.
Debido a que no había sido un sueño en absoluto.
Recuerdo. El recuerdo de Sam, en el que él estaba atrapado en ese
momento.
La mano de Seline llegó a trazar las marcas gruesas que atravesaban su
omóplato izquierdo. Las yemas de sus dedos rozaron su piel caliente.
Sintió el repentino silencio que apretó su cuerpo.
Se acercó más a él, y posó sus labios sobre la carne como plumas.
— Seline… — Su nombre parecía arrancado de él.
Su aliento soplaba contra su piel, posó una serie de besos suaves contra
las marcas. Primero en una cicatriz, luego en la otra.
Estaba tan caliente debajo de sus labios. Todo su poder atrapado, a
punto de estallar.
Su boca se detuvo en su piel, saboreándolo. Él había soportado tanto
dolor había perdido sus alas… ¿Qué era peor para un ángel?
— Lo siento, — susurró. Ella no sabía por qué había caído, pero
obviamente había sido un precio terrible por cualquier delito que hubiese
cometido.
Ya había sido castigado. Rogziel debía dejarlo solo.
En un instante, Sam rodó hacia ella. Sus ojos eran de color negro sólido.
— No necesito tu compasión. — Y en ese profundo estruendo oyó una
mezcla de ira y... ¿lujuria?
La besó entonces, aplastando sus labios con los de ella, y, oh, sí, eso era
lujuria, probó su lengua. Este beso era diferente a todos los que le habían dado
antes. Salvaje, caliente.
Demasiado tarde, se acordó de un susurro más acerca de los ángeles...
Las alas son la parte más sensible de su cuerpo.
¿Incluso las cicatrices? Eran…
Sam se alzó sobre ella. De un tirón, a distancia, le arrancó las bragas.
Sus rodillas se hundieron en el colchón a ambos lados de su cuerpo, la amplia
cabeza de su polla totalmente excitada empujando en su entrada.
Su mirada brillaba en la suya.
Mirándolo directamente a los ojos, sintiendo el calor de su propia
excitación en la sangre, Seline empujó con las caderas y lo llevó tan profundo
como pudo.
No fue lo suficientemente profundo. Sus manos se sujetaron en las
caderas, y él comenzó a moverse, más fuerte, más rápido. El colchón se
rompió por debajo de ellos. La cama golpeó contra la pared.
Y todavía él empujó más duro.
El poder llenó el aire, la prisa dulce y salvaje que ella sólo recibió de él.
Era como nada más... nada.
Ella quería tomar y tomar. Para absorber cada pedacito de su energía
sensual y perderse por completo con él.
Se había aferrado a la orilla de su control antes. En el pasado, siempre
había tenido que contenerse con sus amantes. Si dejaba de lado el control,
podían suceder cosas muy malas.
— Seline. — Esta vez, su nombre fue un estallido, — ven conmigo.
Se lanzó hacia arriba, y Seline se encontró boca arriba en las sábanas
enredadas. Su boca tomó la de ella, su lengua empujando contra ella. Ella
envolvió sus manos alrededor de sus hombros y se bebió esa maravillosa
energía. Tomando, tomando como ella nunca se había atrevido antes.
Sus dedos se deslizaron por su espalda y acarició las cicatrices.
Él empujó más rápido. Aún más duro. Sus caderas se arquearon contra
él.
Su sexo estaba húmedo y sensible por lo que él se deslizó profundo y
fácil, empujando justo sobre su clítoris mientras empujaba dentro de ella.
Luego sus dedos estaban allí, empujando entre sus cuerpos y el roce justo
donde ella...
Su clímax se estrelló a través de ella, consumiéndola en su calor, y tan
intenso que el último hilo de su control se rompió.
Ella tomó toda su fuerza sensual, tirando de él directo a su interior.
El placer la atacó una y otra vez, y ella sólo pudo susurrar su nombre.
A medida que su sexo se ondulaba alrededor de su pene, él se vino. Ella
sintió su liberación, en realidad sintió el estallido que barrió el placer a través
de su cuerpo.
El empujón de energía psíquica que latía en él era tan intenso que la
habitación desapareció por un momento. Ella se aferró a él, aguantando,
incluso mientras trataba de agarrarse a su control. No, no, no se puede tomar
demasiado... no se puede.
Había tomado demasiado una vez, mucho antes y casi mata a su
amante.
Muerte.
¡No Sam! Las manos con que ella le había sostenido con tanta fuerza lo
empujaron bruscamente hacia atrás.
Pero, al parecer, él no estaba de humor para ser empujado.
El cuerpo de Sam era como granito.
— Mírame, Seline.
Había cerrado los ojos un segundo antes, tenía miedo de lo que iba a
ver. Ahora, con el aliento ahogándola, Seline lentamente levantó sus pestañas.
Sam la miró. Sus manos sostenían con fuerza. Seline sacudió la cabeza
y dijo:
— Lo siento. — La disculpa llegó porque por un instante, recordó otro
momento. Otro hombre.
Ella no había entendido entonces su poder. Rogziel no le había dicho lo
rápido que la lujuria se basaría en su interior y cómo la había de tomar.
No, Rogziel no le había advertido, no hasta después de que él había
encontrado el débil cuerpo de su amante.
Nunca debía perder el control. Podría haberlo matado. La voz crítica de
Rogziel sonó en el pasado. Toma sólo un poco. Tienes que sobrevivir con
probadas. Pequeños sorbos de placer. Eso es todo. No más. Nada más.
— ¿Estás pidiendo disculpas de nuevo? ¿Por qué? — demandó Sam.
Todavía estaba en el interior de su cuerpo, y endureciéndose de nuevo.
¿Pero era la hinchazón de su polla por lo que realmente la quería? ¿O
porque ella había dejado demasiado de su poder fuera y él no tenía el control
ahora?
— Tienes que dejarme ir, — le dijo ella, y odiaba que su voz sonara tan
ronca. No podía permitirse el lujo de ser débil con todos los peligros
acechándolos. ¿Cómo podía haber corrido un riesgo tan tonto? Tenía que
estar a plena potencia,
— Tienes que decirme por qué tienes miedo de mirarme a los ojos.
¿No podía sentir eso? Se obligó a mirar a los suyos.
— Porque he tomado mucho de ti. — Su nivel de energía era tan alto
que se sentía como si pudiera volar a través del techo.
Sus dedos se deslizaron una vez más sobre sus cicatrices, era lo menos
que podía hacer.
Se estremeció bajo su tacto.
— Te lo di.
Ella parpadeó.
— Cuando te viniste… — Inclinó la cabeza hacia la de ella y sus labios
rozaron los de ella. — Cariño, me golpeó con una poderosa explosión de
energía. No tienes que preocuparte. — Sí, lo había hecho. Su sangre
bombeando, y su energía crepitando en el aire. — Me diste una oleada de puro
poder, y es la cosa más malditamente erótica que he sentido nunca antes.
Ella parpadeó, su vista se había puesto borrosa.
— Eso no es posible. Rogziel, él dijo que yo no podría traspasar el
poder. Que si no tenía cuidado, tomaría demasiado de mis amantes... Lo único
que puedo hacer es tomar, y si tomo demasiado… — Su voz se encogió... —
mato.
Sam empujó su carne excitada profundamente en su sexo ansioso.
— Los ángeles son buenos para torcer la verdad.
Ella se quedó sin aliento.
— Yo no soy débil. — Su mirada casi parecía arder. — Nunca seré
débil, no importa lo mucho que tomes.
Él no era humano. No era un chico de dieciséis años que había
forcejeado con ella en la oscuridad y conseguido una experiencia cercana a la
muerte por su trabajo.
— No se me puede drenar, pero, cariño, no lo estás intentando
incluso… tú…
Él se retiró. Entrando más profundo. Sus piernas estaban alrededor de
sus caderas mientras empujaban contra él.
— Dámelo, — rechinó él, — me haces más fuerte…
Ella lo hacía más fuerte. Cada toque. Cada beso.
Sus labios se encontraron con los suyos en un beso con la boca abierta.
Su lengua se deslizó en su boca.
La tensión llenó su cuerpo una vez más a medida que avanzaban juntos.
No eran tan salvajes en este momento. Lento y constante, tan profundo.
Su sexo, sensible por su clímax, se cerró con entusiasmo alrededor de su pene.
— Vamos, — le dijo. — Toma, dame… haz lo que te dé la gana
conmigo. No me hará daño.
Un amante que podía manejar. Tragó saliva y lo abrazó con más fuerza.
Y tomó.
Cuando el clímax los golpeó, el placer se precipitó a través de sus
cuerpos e inundó su ser. Tomó el placer, trabajando por instinto, y se lo dio de
vuelta.
La liberación que sentía entonces era tan poderosa que le robó el
aliento. Su corazón casi estalló en su pecho, y se aferró a Sam lo más fuerte
que pudo incluso cuando las ondas del clímax se acunaban entre ellos.
Cuando pudo aspirar una bocanada de aire completo, probó el poder y el
placer.
Y sabía, como había sospechado desde el principio, que había
encontrado una adicción.
Sam.
Esta vez, él la abrazó. No dijo nada, sólo envolvió sus brazos alrededor
de ella, y ella oyó el trueno fuerte del latido de su corazón debajo de su oreja.
El corazón le latía con tanta rapidez. Un golpe potente. No como antes,
con el chico al que había hecho daño hace tanto tiempo.
— Yo no soy humano. — La voz de Sam vibró bajo sus pies. Ella no lo
miró, pero su mano presionó más fuerte contra su carne. — ¿Sabes? Significa
que las reglas habituales no se aplican a mí.
Ella tuvo que tragar otra vez porque sentía la garganta reseca.
— Es decir, si fueras humano, te habría hecho daño. — Porque eso fue
lo que hizo. Lo que pasó a los dieciséis años había sido un accidente, pero
cuando se había hecho mayor, Rogziel la había enviado deliberadamente a
fuera para atraer a los demás.
Ella no había matado por el drenaje, pero sabía que había sido un riesgo.
— ¿Quién era él? — Sam deslizó los dedos por su espalda, y la piel de
gallina subió a su toque. Para ser alguien tan peligroso, también podría ser
increíblemente amable a veces.
— Él era el primer chico que besé. — Para ella era más fácil contar la
historia sin mirar a los ojos de Sam. — Y también el primer chico que casi
maté. — Los besos se habían convertido en toques. La necesidad se había
construido en su interior. Un hambre nueva. Ella no se había dado cuenta de
que algo andaba mal con los sentimientos que había experimentado, no hasta
que Patrick se había derrumbado.
— Sólo tenías dieciséis años, no sabías lo que hacías, y luego tu novio
casi deja de respirar.
Eso habría dejado una cicatriz en cualquier chica. Había estado segura
de que era mala.
— Rogziel me dijo lo cerca que llegué a estar de matar a Patrick. No era
mi intención, yo ni siquiera sabía entonces que podría matar a alguien de esa
manera.
Matar con un beso. A los dieciséis años, había aprendido justo el tipo de
monstruo que era.
Sam se quedó en silencio, sólo... esperando. Así que Seline siguió
hablando para llenar ese vacío. A ella nunca le había gustado el silencio. Hacía
que los fantasmas que la rodeaban parecieran demasiado reales.
— Al principio, Rogziel estaba furioso. Fui a pedirle ayuda. — Una risa
triste escapó de sus labios. — Yo no tenía a nadie más a quién recurrir.
Su mano se enredó en el pelo.
— Ahora sí.
El voto feroz de Sam atrajo sus ojos hacia él. Ella le quería creer,
especialmente con sus cuerpos todavía calientes, pero ¿qué sucedería cuando
el peligro se haya ido? Ella no lo tendría a su lado nunca más.
No, entonces ella tendría su libertad.
— Cuéntame el resto, — gruñó.
Ella nunca se lo había explicado a nadie antes, pero en ese momento, le
pareció correcto decírselo.
— Unos años más tarde, Rogziel se dio cuenta de lo muy útil que podría
ser. Cuando quería acercarse a una de sus marcas, me dejaba hacer el trabajo
sucio por él. — No había jodido a los hombres. ¿Eso importaba? Los había
seducido, los había encantado, pero ella nunca había tenido relaciones
sexuales con las marcas que eran sus tareas. Ella nunca había cruzado esa
línea.
Hasta Sam.
— ¿La historia de Moorecroft fue real? — Ninguna emoción se
insinuó en su voz, y su mano todavía se enredaba en su pelo.
Ella asintió con la cabeza y sintió el tirón en contra de su muñeca.
— Eso es todo. Maté a tu amigo. No hubo elección. — El bastardo casi
le había roto la mandíbula. Si hubiera sido humana, él la hubiera hecho añicos.
— Cuando tuviera la oportunidad, realmente iba a venir detrás de mí.
— No lo creo, — murmuró Sam, y le liberó lentamente el pelo.
Ella parpadeó y sintió un dolor en el pecho. Él no la creía. La primera
vez que había intentado desnudar su alma, y Sam pensaba que estaba jugando
con él.
— Es verdad, ¡lo juro! Philip Drew era un imbécil que usaba sus puños
sobre las mujeres cada vez que podía. Al no tener relaciones sexuales con él,
empezó a pegarme. Y para un mortal, él había sido muy fuerte. — Una vez
más, su respaldo, Alex, no había venido en su ayuda. — Philip me tenía en el
suelo. Siguió golpeando mi cara y dándome patadas con sus botas de
campaña. El hijo de puta me rompió dos costillas. — Ella había estado
tosiendo sangre.
— Entonces es una buena cosa jodida que esté muerto. — Una suavidad
letal había entrado en la voz de Sam. — Está muerto, y ahora su compañero
Moorecroft se unió a él en la tumba.
Le tomó un momento para que sus palabras se registraran.
— ¿Qué? ¿Moorecroft está muerto? ¿Cómo?
— Alguien lo apuñaló con un cuchillo en su bloque de celdas. — Su
mirada brillaba. — Supongo que molestó al demonio equivocado.
O al ángel equivocado, que tenía conexiones con los demonios en el
bloque de Moorecroft. Ella se estaba dando cuenta de que los llamados seres
celestiales podían ser más peligrosos que cualquier otro ser en la Tierra.
— Así que no te preocupes por que Moorecroft venga por ti. No te hará
daño, o a cualquier otra mujer, nunca más.
Seline no podía apartar la mirada de él. Sintió la oscuridad a su
alrededor. Esta noche, ella sintió la oscuridad más que nunca.
— ¿Alguna vez quieres volver? — Probablemente no es lo que debería
haber dicho, pero la pregunta se le escapó. — ¿Quieres negociar con que te
has convertido, o sólo irte?
— He entregado a la muerte mi vida entera. Moorecroft no era más
que otro eslabón en la cadena para mí.
Pero eso sonaba triste y mal.
— ¿No quieres más muertes? — ¿No lo querían todos? Ella sí que lo
hacía.
Sus dedos se deslizaron por la curva de su hombro.
— No siempre podemos tener lo que queremos.
— A veces podemos.
Su mano se cerró sobre ella.
— Traté con el bocado mortal, intenté el amor, el erase una vez….
Ahora, ¿por qué estaba sintiendo ese pico duro de los celos?
Porque lo quiero. — ¿Qué pasó?
— Cuando se enteró de lo que realmente era, trató de matarme.
— Lo siento. — Las palabras parecían triviales. Y lo que parecía era
mucho decir. Tenía los labios apretados.
— Cuando ya no pudo matarme, Helena trajo al resto de la ciudad.
Pasaban horas apuñalándome, cortándome y quemándome.
Sí, ella podía ver por qué podría estar negando el amor.
— Ella me quería un día, y al otro quería enviarme al infierno. — No
cambió la expresión de su rostro.
— ¿Qué hiciste cuando fuiste libre?
Una tenue línea apareció entre sus cejas.
— ¿Quieres decir si la maté?
Ella esperó.
— ¿Qué piensas? — Su cabeza se acercó a ella. — ¿Crees que maté a la
mujer que pensaba que podía amar? Ella sí que se esforzó lo suficiente como
para matarme.
Seline negó con la cabeza.
— No, no lo hiciste.
— ¿Qué te hace estar tan segura?
Ella levantó la mano y los dedos trazaron los labios.
— Debido a que hay más en ti que la muerte.
Sus labios se separaron y su dedo se deslizó en su boca. Él chupó el
dedo, y su lengua raspó sobre su piel.
Seline sintió el deseo oscuro que comenzaba a elevarse dentro de ella
otra vez. Con él, era tan fácil querer.
Una vez más lamió, y se apartó de ella.
— No estés tan segura de mí. Soy muy bueno en el negocio de la
muerte. — Su mirada se había calentado con una furia que no había visto
antes. — ¿Ni siquiera vas a preguntar... por qué me quedo?
— No. — Ella no lo quería saber.
Tal vez tenía miedo de averiguarlo.
Debido a que ya había comenzado a cuidar a Sam. A pesar de la
oscuridad que le cubría y el peligro que llevaba como un sudario, se le había
deslizado por debajo de su guardia. Cuando estaban juntos, ella era más
abierta con él de lo que nunca había sido con nadie más. Le ofreció la libertad.
Le ofreció la esperanza.
La hacía querer más.
Amar. Vivir. ¿No era eso lo que la gente normal tenía?
— ¿Asustada, Seline?
Sus pestañas bajaron.
— ¿Hace cuánto tiempo que caíste?
— Siglos.
Exactamente lo que había pensado.
— ¿Y eres el mismo hombre ahora?
Silencio. Ella levantó la vista y leyó la sorpresa en su rostro.
— ¿Lo eres? — apretó.
— No.
Seline asintió.
— No lo creo. — Todos hemos hecho cosas que lamentamos. El pasado
no se puede cambiar. Sólo importa el presente. ¡Y no pienses en el futuro! No
pienses en ello y ¡mantén a ese brujo lejos de mí!
Ya era bastante difícil seguir adelante algunos días sin saber que un
futuro ardiente esperaba.
Empujó a Sam a su lado. Seline lo tomó del brazo y lo envolvió
alrededor de su cuerpo. Él encaja bien con ella. Mejor que cualquier otro
hombre con el que jamás había estado. Dentro de sus brazos, finalmente se
sentía segura.
Su respiración se alivió y salió lentamente, los minutos pasaban, por fin
el sueño tiró de ella y comenzó a caer en sueños.
Entonces oyó su susurro en su oído.
— No me arrepiento de caer. Si tuviera que hacerlo de nuevo, todavía
los mataría a todos.
Con sus ojos cerrados era aún difícil.
— ¿Acaso ellos eran inocentes?
— No, pero hubo mujeres y niños que fueron sacrificados. Confía en
mí, esos hijos de puta merecían exactamente lo que tuvieron.
Y, envuelta en su abrazo, se preguntó lo que ella merecía.
* * *
Tomas cerró con llave la puerta de su habitación del motel. El sudor
corría por su espalda. Estaba siendo cazado.
Se asomó por las persianas caídas. Los primeros rayos de sol cruzaron
el cielo, por lo que los cielos se veían de color rojo sangre.
No se suponía que el cielo sangrara. Cosas malas se acercan.
Comprendía el presagio.
Agarró el teléfono de la mesita de noche. Él sabía lo que tenía en la
cabeza.
Joder, ahora.
Un ring. Dos. Sólo había una persona que podía ayudarlo.
Siempre y cuando, claro estuviera, si el bastardo no estaba con el ánimo
de dar un paso atrás y verlo morir. Después de su último encuentro, uno que
había terminado en puños y fuego, no estaba realmente diciendo que no.
Pero Sammael contestó su teléfono.
— ¡Sam! Estoy en problemas… — No es que Sam por lo general se
preocupara por eso, ni por nadie, pero…
Voy a hacer un trato con él.
— ¿Tomas? — Hubo un murmullo en el fondo. Sonaba como la voz de
una mujer. Se imaginó que los Caídos estarían malditos.
Yo estaría atornillado, también, si no tuviera alguien apuntando a mi
cabeza.
— Sí, sí, soy yo… — Él echó un vistazo fuera de las ciegas otra vez.
No vio a nadie, sin embargo. Pero probablemente no lo vería venir. Los
buenos cazadores nunca se mostraban hasta que estaban listos para hacer la
matanza.
— Tengo un problema, y realmente no me importa lo mucho que tenga
que pagar, pero necesito algo de ayuda. — Tomó una respiración profunda. —
Yo, yo estoy siendo perseguido.
Había habido algunos cambiaformas coyote que habían ido tras él
después de la caída, antes, o más específicamente, tras su sangre ángel.
Debido a que era tan puro, su sangre era muy, muy poderosa.
Pero esto era diferente. Había cogido el olor, y él lo sabía.
— Es uno de los nuestros, — le espetó a Sam — Uno de los nuestros
viene por mí.
— ¿Dónde estás? — Sam no parecía sorprendido o preocupado.
Nada nuevo. Las emociones era lo que se suponía que hacía que los
ángeles cayeran sobre la tierra, pero Tomas se había dado cuenta de que Sam
no había sentido mucho, excepto el aburrimiento.
— Anáhuac. — Él había estado pecando su camino a través de la
mayor parte de México. ¿Cuál era el punto de caer si no podía disfrutar de
algún pecado? —Varado en un motel a tres millas de la cantina principal.
¿Estás en Nueva Orleáns?
— Estoy en Laredo. Puedo estar allí para reunirnos en un par de horas.
Algo dio un vuelco a su puerta. Algo muy duro y muy grande.
Su mano se cerró alrededor del teléfono.
— No creo que tenga tanto tiempo.
La puerta comenzó a abrirse.
— No tengo tiempo para nada. — El diablo ya estaba en la puerta. La
línea se cortó. Sam se quedó mirando el teléfono. Había conocido Tomas
cuando estaba en México, pero los Caídos no avanzaban exactamente con los
tiempos. Tener un teléfono celular habría sido demasiado pedir de Tomas...
Quizá la próxima compres un teléfono para que puedas avisar cuando
un hijo de puta psicópata te está desangrando.
Si había una próxima vez.
Echó un vistazo a Seline.
— Tenemos que irnos.
El delicado rostro de Seline estaba tenso.
— ¿Otro Caído?
Sam asintió con la cabeza.
— Y Tomas sabe que está siendo perseguido.
Lo que significaba que no tenía mucho tiempo. A juzgar por la forma en
que la llamada había terminado, no mucho tiempo en absoluto.
Se vistió y corrió hacia la puerta. Sam soltó sólo una mirada a los cielos
por encima de él. De color rojo sangre.
Los marineros pensaban erróneamente que ese signo significaba que
una tormenta que se avecinaba.
Realmente significaba que un ángel estaba muriendo. Siempre se podía
ver la sangre en el cielo antes de caer al suelo.
Saltó sobre la motocicleta. Seline envolvió sus brazos alrededor de él.
Ya voy, Tomas.
Pero temía que no sería lo suficientemente rápido.
Traducido por Apolimy
Corregido por Nyx
una mujer, ambos con expresiones sombrías a juego grabadas en sus caras.
Sam entró en el polvoriento parking del motel. El tipo parecía tener
conexiones en todo México, conexiones que utilizaba sin la más mínima
vacilación. Los demonios les habían guiado hasta el motel. Parecía que habían
oído gritos, pero habían llegado demasiado tarde.
Demasiado tarde.
El lugar parecía abandonado, probablemente no era una buena señal. No
había otros coches en el parking, y la puerta de la entrada principal del motel
se balanceaba como borracha con la brisa. Parecía incluso que el
recepcionista lo había notado y echado a correr.
Seline caminó lentamente hacia la habitación 12. La puerta se había roto
hacia abajo. Fragmentos de madera cubrían el suelo. Pasó por encima de la
madera y se deslizó justo dentro de la puerta de entrada. La habitación en sí
era un desastre total. Los muebles destrozados, la cama volcada y el colchón
cortado.
Pero no había ningún muerto, ni Caídos.
Ningún Caído en absoluto.
— ¿Crees que se fue voluntariamente? — preguntó uno de los demonios
detrás de ella.
Seline clavó su mirada en todo el caos de la habitación.
— Lo dudo, — murmuró. Pero esta no era como las otras escenas.
Las víctimas no habían sido eliminadas. Habían sido sacrificadas donde
se encontraban.
Sam había entrado en la habitación segundos antes de ella, y ahora se
puso en cuclillas junto a la ventana. Sus dedos estaban acariciando lo que
parecían ser profundos surcos en el suelo.
Ella se acercó más a él. Los surcos eran muy profundos. El tipo de
ranuras que se harían cuando algo arañaba el suelo.
Lo mismo que había agarrado a las otras víctimas.
— Un Caído no pudo hacer eso, — dijo.
Él la miró con una mirada velada.
— No.
— ¿Un cambiaformas? — Su mejor suposición.
— Sólo uno con garras muy grandes.
Qué garras tan grandes tienes... Para rasgar y abrirte mejor.
Ella tomó una respiración lenta. ¿Quizás la gente se daría cuenta algún
día de que el viejo cuento de Caperucita Roja se basaba en la realidad? Un
lobo hambriento había ido un día detrás de Caperucita. No importa lo que
dijese el cuento, ella no había llegado a la casa de la abuela de una sola pieza.
— ¿Un oso? — Sí, los osos tenían grandes garras. Ella frunció el ceño
ante las marcas de garras. Se habían hundido profundamente en la madera y
eran tan anchas. — ¿Un tigre?
— Tendría que ser algo más grande.
Eso no era algo que gustase escuchar.
Sam caminó hacia la puerta abierta. Los demonios retrocedieron por
seguridad, asegurándose de darle mucho espacio. Demonios inteligentes. La
luz del sol cayó sobre él, arrojando sombras a su paso. Sus manos subieron a
sus costados, y se extendieron a lo lejos, parecía que estuviese tratando de
percibir...
— Él no se ha ido muy lejos.
Los demonios se miraron el uno al otro. Seline los ignoró y se acercó a
Sam. Le tocó el hombro, teniendo cuidado de no dejar que sus dedos
alcanzaran sus cicatrices.
— ¿Cómo lo sabes?
Volvió la cabeza, y su mirada encontró la de ella.
— Antes de caer, Tomas era un guardián. Los Guardianes siempre dejan
un rastro distinto a su paso.
Un ángel guardián, aquellos debían ser de los buenos.
Lástima que nunca había tenido un tutor a su lado.
— ¿Realmente ves este camino? — Ella se levantó sobre sus pies y
miró por encima de sus anchos hombros.
— No, lo siento. — Él le cogió la mano y le dio un rápido beso en el
dorso. — Quiero que te quedes aquí mientras voy a buscarlo.
— Mal plan, — dijo ella de inmediato con un movimiento duro de su
cabeza. — Donde tú vayas, yo voy, ¿recuerdas?
Él le devolvió la mirada, con determinación.
— No voy muy lejos, y no te quiero a la intemperie mientras cazo.
Aún así, malo.
— Pero yo no quiero ser un blanco fácil, — Az iba tras ella. ¿Y si se
decidía a aparecer de nuevo mientras que Sam no estaba? Ya había utilizado
anteriormente la técnica de separar y atacar. No quería darle otra oportunidad
con ella.
Sam señaló con el pulgar hacia los demonios.
— Van a ser tus guardaespaldas.
Como si ella confiara en ellos. Nunca confíes en un demonio del que no
sabes su lema. E incluso entonces... hay que tener cuidado. Desde que tenía
sangre de demonio, sabía cuán difícil podía ser llamarlos hermanos y
hermanas.
— Quiero ir contigo. Puedo....
— ¿Reducir mi velocidad?
Franco y brutal, bonito. Ella logró no estremecerse, pero estaba bastante
segura de que sus mejillas se calentaban.
— No estoy sin poder, ya lo sabes.
— Pero no puedes acercarte a la lucha contra los que cazan por ahí.
¿Necesitaba algún golpe más para su orgullo herido? Tal vez sólo
debería llamarla inútil. Claro, su escala de potencia demoníaca no podía ser
mejor, pero podía luchar de otra manera. Como si no hubiera pasado los años
luchando. ¿Tenía inepta escrito en la frente? Le soltó la mano.
— Me tengo que ir. Tomas podría estar por ahí, herido y necesito
encontrarlo.
Firme. Tenía que aguantar y hacer frente a la situación. Ponerse los
pantalones de chica grande.
— Ve. Yo...yo no quiero retrasarte. Ayúdalo.
Sus ojos se estrecharon un poco, pero luego su atención se desvió lejos
de ella mientras señalaba a los demonios.
— La protegerán con sus malditas vidas... o de lo contrario me
aseguraré de que la pierdan.
Unos ojos negros muy abiertos asintieron con la cabeza rápidamente.
Luego se fue.
Seline se frotó las palmas de las manos sobre sus muslos cubiertos por
unos pantalones tejanos. Un demonio inmediatamente tomó posición junto a la
puerta. Seline miró al chico. Por favor. Ella podía tomarlo. No había ningún
tipo de protección allí. Pero al menos había tres de ellos en la habitación. Tres
contra... Bueno, todo lo que pudiera venir.
Se dio la vuelta y dejó que su mirada barriese la habitación una vez más.
Tal vez encontrase un arma o algún tipo de pista. Algo en sus zapatos
acolchados, en los arañazos profundos.
Sam no fue a cazar. O, mejor dicho, él no abandonó el motel, aunque
podría haber ido corriendo al otro lado de la ciudad detrás de Tomas.
No le había mentido a Seline, no realmente. Incluso los Caídos nunca
podían mentir. Había sentido el ligero cambio en el aire cuando le dijo al
guardián que había pasado, pero no tenía ni idea de dónde estaba ahora.
Esa no era la manera en que funcionaba.
Por lo general, la única manera de saber si un ángel estaba cerca... era el
olor. Los que no se habían caído y quemado olían a malditas rosas. Siempre se
puede olerlos antes de verlos. Pero Tomas ya no llevaría ese olor, y Sam no
estaba seguro de qué tipo era o incluso si Tomas aún vivía.
La amenaza estaba cerca, él lo sabía. Tomas podría haber escapado.
Esperaba que el tipo lo hubiese hecho. Pero de cualquier manera, era el
momento para hacer saltar la trampa.
Así que se alejó de Seline. Él la dejó abierta y vulnerable en esa
habitación del motel sin garantía, porque sabía que Mateo había dicho la
verdad acerca de lo que vio. El brujo no podía mentir acerca de las visiones
que salían de su espejo de adivinación.
Az estaba obsesionado con Seline, por la razón que sea. Sam no era de
los que pasaban sus días corriendo, así que él no iba a agarrar a Seline y poner
distancia de por medio.
Apretó la mandíbula mientras esperaba en las sombras y observaba el
motel.
Él no estaba en funcionamiento, pero, maldita sea, iba a utilizar a Seline
como cebo... porque tenía lo que su hermano quería.
Entonces ven jodiendo leches por ella, Az.
El cebo no podía ser más tentador. Ahora sólo tenía que esperar que el
bastardo de su hermano hiciese su movimiento.
Entonces, te tendré. Y cualquier cambia formas que hubiese sido tan
tonto como para unirse con su hermano entraría en el baño de sangre.
Una rama crujió tras él. Sam sonrió.
— ¿Tratando de acercarte sigilosamente a mí?
Eso no iba a….
* * *
Rogziel sonrió, al punto, cuando el cuarto explotó. Los explosivos
habían sido tan cuidadosamente colocados después de que Tomas fuera
atrapado. Los dispositivos habían sido bien escondidos, y se activaban con
sólo pulsar un botón.
Los seres humanos podrían ser muy útiles y muy inteligentes con sus
juguetes.
Él sabía que la explosión no mataría a los Caídos. Al igual que sabía
que las balas que su hombre había disparado en el cuerpo de Sam no frenarían
al chico por mucho tiempo.
No mucho, sólo unos pocos momentos preciosos. Ese retraso, que lo
debilitaría era justo lo que necesitaba.
Era hora de acabar con dos pecadores.
El humo se elevaba, y Rogziel caminó hacia el motel.
Los únicos seres humanos de alrededor trabajaban para él. Su
compañero de equipo al que había ordenado buscar refugio en los bosques
cercanos. Todos los inocentes se habían ido.
— Dejad, que los pecadores, sufran.
La explosión había hecho volar a Sam fuera de la habitación del motel.
Se quedó en el estacionamiento con parte de su carne desgarrada. Sus ropas
quemadas, se puso en pie por sus propios medios. Se quedó mirando los restos
y gritó:
— ¡Seline!
Interesante. Otra manera de castigar.
Rogziel voló hacia adelante.
— Ella no se va a ir lejos de aquí. — No una Seline débil.
La cabeza de Sam se lanzó contra él. El humo y el fuego había
encubierto el olor de Rogziel, justo como lo había planeado, y Sam ni siquiera
había sido consciente de que la verdadera amenaza estaba tan cerca. Rogziel
vio la furia en los ojos del Caído, y dijo:
— Ella no se irá, y tú tampoco.
— ¡Que te follen!
Sam tiró una bola de fuego contra él. La pelota se marchitó, se convirtió
en humo antes de que pudiera tocar la piel de Rogziel. Él esperaba otro ataque.
En cambio, Sam se giró y corrió hacia ese edificio en llamas. Rogziel frunció
el ceño. ¿El pensamiento del Caídos era salvar a alguien? Eso era
sorprendente. No había previsto este sacrificio. Lástima que ya fuese
demasiado tarde para que Sam expiara sus pecados.
Antes de que Sam pudiera precipitarse directamente a las llamas, Az
apareció en el humo. Sus brazos acunaban una Seline demasiado quieta.
Perfecto. Él debería haber sabido que Azrael la mataría.
Sam gritó y se abalanzó sobre su hermano. El Caído no entendía que la
rabia lo hacía débil, así como lo hacía su pequeña y hambrienta mascota. La
bestia estaba cerca. A pocos minutos de distancia. Pronto iba a estallar libre y
hambrienta.
Seline tosió.
Rogziel dejó de sonreír.
El humo la ahogaba, y los brazos a su alrededor la apretaban demasiado.
Seline parpadeó.
— Cálmate, Sam. Estamos fuera, está....
Sam no la estaba sosteniendo. Alguien estaba gritando. El fuego
crepitaba y Az la sostenía en sus brazos.
— Estás a salvo, — susurró, y se dio cuenta de que su ropa estaba
ardiendo.
En el instante siguiente, ella ya no estaba en sus brazos. Sam la había
tomado. Sí, gracias por el rescate pero llegó demasiado tarde. Sam la empujó
detrás de su cuerpo.
— Huye, — ordenó, mientras se enfrentaba contra Az.
Ella miró a su alrededor. Ella no se había quemado porque Az la había
protegido con su cuerpo.
— Él me salvó. — Eso simplemente no iba con la historia que le habían
contado. Un psicópata loco no se preocuparía por su protección.
— ¡Sam, espera!
Algo estaba muy mal. Dos ataques de fuego, y estaba segura de que no
habían venido de Az.
Sam envió una ráfaga de energía contra Az, y el Caído voló de nuevo al
fuego. Sam le echó un vistazo breve sobre su hombro.
— Rogziel está aquí, hay que correr.
Ella se tambaleó hacia atrás. Su mirada recorrió el estacionamiento.
No vio a Rogziel, pero como el bastardo podía volar, podía estar en
cualquier parte.
Az le tiró fuego de cañón a Sam. El poder crepitaba en el aire, ya que
se lanzaban ataques psíquicos entre sí. Ellos se colocaron en el suelo, y una
profunda grieta apareció debajo de ellos.
El exceso de energía. Un rayo se estrelló entre ellos. Algo no estaba
bien.
— ¡Alto! — Ella no estaba escapando. ¿Dónde iba a correr? Si corría,
ella probablemente correría directamente hacia Rogziel.
Sam y Az no la oyeron. O si lo hicieron, simplemente la ignoraron. Sam
tenía sus manos alrededor de la garganta de Az, y levantó a su hermano en lo
alto, entonces lo arrojó a unos seis metros.
Las llamas parpadearon. El olor a humo le quemó la nariz.
Humo y... espera. Ese no era el olor normal del fuego. Ese olor era más
como...
Brimstone.
Una vez que olías al demonio, nunca se te olvidaba.
Ella se dio la vuelta. El ligero aroma de las flores enredadas con el
azufre. Ella sabía lo que quería decir ese perfume ligero de bajo contenido
sulfuroso. Un ángel estaba cerca.
Rogziel había aparecido en medio de la plaza de estacionamiento. Sus
alas, negras, fuertes y poderosas, se extendían detrás de él.
Él no estaba solo. A su lado, un monstruo maldito, realmente vivo y
agachado. No era un lobo. Era más grande. Triplicaba el tamaño de cualquier
cambiaformas lobo que jamás hubiera visto. Su pelaje era espeso, negro y
enmarañado. Una larga mancha de pelo blanco cortaba a través de su ojo
derecho. Sus colmillos eran más largos que sus manos. Sus garras eran como
cuchillos de carnicero, gruesas clavadas en el suelo, y sus ojos, los ojos fijos
en ella, no en Sam, eran de color rojo sangre.
Más rojo que cualquier fuego del infierno.
Rogziel dio unas palmaditas a la bestia en su espalda. Entonces Rogziel
levantó uno de sus dedos huesudos y señaló derecho a Sam. No.
— ¡Sam! ¡Detrás de ti!
Él se dio la vuelta, y ella supo que había captado la vista de la criatura.
Su cuerpo se tensó, y ella estuvo segura de que él dijo: “Mierda”, pero luego
resultó que Rogziel volvió el dedo huesudo hacia ella. No... No, ¡él cambió la
orientación hacia ella! Diciéndole a la extraña bestia que...
— Ataca. — La orden que gritó Rogziel ahogó todo lo demás.
La bestia cargó contra ella. Se movía tan rápido que sus piernas se veían
borrosas. Se dio la vuelta y trató de correr, pero el fuego esperaba delante de
ella.
Giró a la izquierda. Había bosques en ese camino. El suelo estaba
realmente temblando mientras la bestia golpeaba detrás de ella.
— Seline, — Sam estaba allí. La agarró del brazo y la empujó detrás de
él, usando su cuerpo como escudo. Demasiado tarde. La bestia lo agarró. Los
gruesos colmillos del animal se hundieron en el brazo de Sam, luego, con ese
agarre doloroso, el perro lanzó a Sam fuera como si fuera una especie de
muñeco de trapo. La sangre estaba esparciéndose por el suelo a su paso.
— ¡No! — gritó Seline. ¿Qué demonios estaba pasando?
¿Qué era esa cosa?
La atención de la bestia estaba en Sam. Sam se puso en pie. Los cortes
en el brazo recorrían todo el camino hasta el hueso.
Ningún arma mortal puede matar a un Caído. Pero ella no estaba
mirando un arma mortal, y Rogziel reía. El castigador lo había planeado muy
bien. Una confabulación. Desde el principio. Una gran confabulación.
La criatura se abalanzó sobre Sam otra vez. Sus dientes se dirigían
directamente hacia la garganta de Sam. Sam lanzó una bola de fuego a la
bestia. Las llamas golpearon al animal, pero se disolvieron directamente en su
piel oscura.
Entonces el animal se hizo aún más grande.
— ¡Que te follen, sabueso del infierno!, — gruñó Sam.
¿Sabueso del infierno?
La bestia estrelló sus patas en el pecho de Sam.
Seline se quedó allí de pie como una reina y gritó asustada. Ella agarró
la cola del sabueso y tiró tan fuerte como pudo.
El sabueso aulló y lo mordió, alejando esos dientes mortales de la
garganta de Sam.
Rogziel sólo la miraba y reía.
— Déjalo en paz, — gritó ella. ¿Dónde estaba Az? No se atrevía a mirar
a otro lado del sabueso, no con esos dientes tan cerca de morderla.
Las manos de Sam salieron volando. Él agarró el cuello del sabueso y lo
rompió. Ella sabía que el crack significaba que el cuello del sabueso se había
roto. Saltó hacia atrás cuando el pesado cuerpo se derrumbó.
Sam empujó al sabueso en el suelo.
— No tenemos mucho tiempo, — le dijo a la vez que su mirada volaba
sobre la parcela. Ella vio que la detuvo en algo a la derecha. Siguió su
mirada... Az. Levantándose lentamente, frunciendo el ceño.
Un gruñido bajo retumbó cerca de sus pies. Seline miró hacia abajo. De
ninguna manera. El sabueso no estaba muerto.
— Vas a tener que hacerlo mejor que eso, — se burló Rogziel.
Los huesos rotos volvieron de nuevo a su lugar. La bestia se levantó
lentamente, girando su cuello a su posición con un chasquido que le heló la
sangre.
No se puede acabar con él.
Sus garras salieron hacia fuera y rasgaron el costado de Sam.
La bestia se volvió y el fuego del infierno miraba a través de ella.
— Más te vale correr, Seline, — la llamó Rogziel. — Esta vez, mi
mascota va a por ti. Prepárate para ver a tu papá, pequeña demonio.
Lo que vio fue su muerte, fuego en los ojos del sabueso.
Ella no tuvo tiempo de moverse. La bestia se levantó de un salto, y sus
patas se estrellaron contra su pecho. El sabueso la tumbó en la tierra,
atrapándola con su enorme cuerpo. Sus colmillos se dirigían bruscamente
hacia su garganta. Podía oler el azufre, las cenizas y la muerte.
— ¡El infierno te espera, Seline! — gritó Rogziel.
Y en los ojos del sabueso, vio lo que era el infierno.
Traducido por Esti
Corregido por Catleya
caliente y...
Este la lamió.
Ella jadeó cuando la presionó contra él. No podía conseguir que esa
cosa se moviera. Era demasiado grande. Su aliento olía a muerte, y ella sabía
que esa cosa le rasgaría su garganta en cualquier momento. La bestia la lamió
otra vez. Entonces gimió bajo en su garganta.
¿Qué?
El perro no la estaba atacando. Ni rasgando o arrancando su garganta.
La risa de Rogziel se había detenido. Ahora él gritaba, llamando a la bestia
para que la matara, pero el perro no le estaba haciendo daño.
¿Por qué?
La cabeza del perro se levantó y la miró fijamente. Su aliento era
horrible. El rostro de la criatura era como una pesadilla, pero la miró como,
como si fuera su mascota.
Un sabueso del infierno.
Susurros y cuentos casi olvidados flotaban en su mente.
— Suéltame, — dijo a la bestia en voz baja. — Se un buen sabueso,
ummm... y levántate.
La bestia lloriqueó, pero en realidad comenzó a cambiar su cuerpo
como si fuera a levantarse. Ella expulsó su aliento. Tal vez me parezco a mi
mamá. El sabueso voló por el aire... porque Sam acababa de agarrar a la bestia
por la cola y lo tiró lejos de ella. Quizás no.
Seline se puso en pie. Sam la agarró del brazo.
— Sammael, — Rogziel no era el que gritaba esta vez. Era Az. El caído
estaba corriendo hacia ellos.
Sam se la acerco más.
— No tengas miedo. — Demasiado tarde para eso. Ella tenía saliva del
sabueso del infierno en su cuello. Sam empezó a cantar. Sonaba como griego,
no latín. A continuación, el humo se arremolinaba a su alrededor,
encerrándolos con más fuerza, con más fuerza, aumentando...
Seline gritó.
Y el mundo desapareció.
* * *
— ¡No! — gritó Rogziel cuando Sam y Seline desaparecieron.
El Caído no debería haber sido capaz de escaparse, no sin magia. Sus
ojos se estrecharon. Seguramente Sammael hizo un trato con las brujas. Pero
al menos aún tenía un pecador para castigar.
Az tropezó a una parada en el centro de la tierra carbonizada. El perro
se puso de pie.
Rogziel dijo:
— No es nada personal, Azrael. — Había conocido a los Caídos durante
siglos. — Pero el trabajo tiene que ser hecho, entiendes eso.
Az parpadeó lentamente.
— Rogziel.
— Sabías que iba a venir por ti, tarde o temprano. — No hace mucho
tiempo, Azrael había sido un ángel poderoso. Ahora no era más que otro Caído
en el camino al infierno. Rogziel suspiró. — Desafortunadamente, tu muerte
no será rápida. No te ganaste esa misericordia.
Az enderezó los hombros. No había alas. Piedad. ¿Esto es lo que
sentía? ¿Cuando eras despojado de todo lo que eras y te expulsaban?
Rogziel señaló al Caído. Las orejas del perro infernal se animaron a la
señal. Rogziel asintió con la cabeza y dijo:
— Presa. — El perro lo entendería y atacaría. La bestia lloriqueó.
Rogziel frunció el ceño. Miró al sabueso del infierno. — Presa.
El perro corrió hacia delante, pero no atacó. La bestia puso su nariz
contra el suelo carbonizado y olfateó. Entonces su cuerpo se puso rígido, y
miró a la derecha.
Ah, ahora Rogziel entendía. El perro había captado el olor. Sam y Seline
no habían desaparecido realmente. Sólo se habían movido demasiado rápido,
incluso para que sus ojos lo pudieran rastrear, pero el perro sería capaz de
seguirles la pista.
— Mátalo primero, — ordenó Rogziel, — luego cazaremos a los demás.
— El poder fluyó en su voz. Los sabuesos del infierno siempre obedecían a
sus amos.
El perro volvió la cabeza hacia Rogziel. El labio de la bestia se curvó
hacia atrás para revelar los dientes ensangrentados. Tomó una buena
mordedura de Sammael. No era extraño que la bestia atrapara el olor de los
Caídos con tanta facilidad. Pero entonces el perro saltó hacia arriba y salió
corriendo hacia el estacionamiento. Lejos de Azrael. Imposible.
— ¡No! ¡Vuelve! — El perro no podía alejarse demasiado o
desaparecería. Este desapareció en un destello de humo. Los sabuesos sólo
podían tener sustancia cuando estaban cerca de un ángel del castigo. De lo
contrario, sólo eran una pesadilla sin poder o forma.
El rugido de un motor llegó a oídos de Rogziel. Se dio la vuelta,
demasiado tarde. Az deslizó una motocicleta directamente sobre él. Golpeando
a Rogziel y estrellándolo contra el suelo. Az se alejó, lanzando grava a su
paso. Una oscura y fea rabia quemaba en las entrañas de Rogziel,
retorciéndose en su interior.
Todos ellos van a sufrir… van a rogar por la muerte, el infierno los
reclamará.
* * *
Cuando el humo se disipó, Seline seguía gritando. A Sam le dolían los
oídos, y la náusea entró a raudales en su vientre. La próxima vez que le
comprara un hechizo de transporte a Mateo, se aseguraría de leer todas las
etiquetas de advertencia.
— Estás bien, — dijo a Seline, — estás a salvo.
Ella dejó de gritar. Sus ojos se estrecharon, y ella le pegó. Tomó el
golpe en la barbilla, pensando que se merecía eso.
— ¡Me tendiste una trampa!
Cierto. Él probó la sangre en su boca.
— Necesitaba alejarte de Az.
— Bueno, lo hiciste, y casi morimos. — Ella se alejó de él. — ¿Dónde
demonios estamos?
No es seguro. Todavía no.
— El hechizo nos dejó a unos cincuenta kilómetros de distancia. — Sus
labios se torcieron. — Mateo llama a este hechizo “vete al demonio”. —Tal
vez lo usaría de nuevo. Quizás. El hechizo había conseguido liberarlos de
Rogziel. Era práctico. — ¿Estás herida? — le preguntó mientras la barría
fijamente con su mirada.
— No. Eso no me mordió. — Él frunció el ceño. El perro había estado
tan cerca de ella.
Ella le fulminó con la mirada exactamente como antes. — ¿Dijiste
“hechizo”? ¿Qué clase de hechizo?
— Un hechizo de transporte.
Sus ojos se estrecharon un poco.
— No me gustan los hechizos.
— Bueno, morir te hubiera gustado aún menos. — Podrían quejarse y
gemir todo el día, o podrían ponerse en movimiento. Ellos estaban en el borde
de un camino viejo y polvoriento. No había nadie a la izquierda, no había
nadie a la derecha. Nadie, nada.
Seline de repente se puso rígida. Ella miró por encima del hombro
izquierdo.
— ¿Has oído eso?
No había oído nada.
— ¿Qué?
— Sonó como… — Ella se acercó un poco más a él. — Un gruñido.
Joder. Sí, que les traería su siguiente orden del día, justo después de que
salieran de allí.
— Vamos. — Le tomó la mano, entrelazó sus dedos con los de ella, y
empezó a caminar. La sangre bombeaba de sus heridas, pero él ya podía sentir
el desgarro muscular y la piel comenzando a regenerarse. Una vez que
estuviera lejos del sabueso, él podría curarse.
Un sabueso del infierno. Rogziel sin duda había sacado las grandes
armas esta vez.
Sus zapatos crujieron sobre la grava que cubrían el lado de la carretera.
— Tú… dejaste a Az allí, — dijo ella, con voz vacilante.
Él gruñó.
— Pensé que él podría disfrutar de enredarse un poco con el perro
callejero. — Todavía ninguna señal de automóviles.
— Pero… — Él oyó la inhalación suave de su aliento. — Esa fue tu
oportunidad, ¿no? ¿Tu disparo para matarlo?
Su mirada fija se inclinó hacia ella.
— Me usaste como cebo. — Su voz sin inflexión. Su mirada estaba en
el camino que se extendía por delante. — Así podrías conseguirlo.
Sintió un nudo en el estómago. No, aquella torcedura extraña era
solamente de las heridas curándose, y no de cualquier clase de culpa. Las
garras habían raspado abajo su pecho y habían atacado su estómago. — Yo te
estaba observando todo el tiempo.
Ella dejó de andar, pero todavía no lo miraba.
— ¡Bueno, seguro que tomaste tu dulce tiempo para venir a salvarme!
— ¡Me dispararon! — Cuatro veces. — Vine tan pronto como pude. —
En cuanto el humano murió. Pero el tipo había sido un francotirador, y había
tomado unos preciosos momentos para conseguir estar cerca. Una vieja
camioneta traqueteaba por la carretera. Sí.
— Az no comenzó aquel fuego, — dijo Seline.
Sus palabras le molestaron.
— ¿Así que ahora lo estás defendiendo? — El camión se acercaba. Sam
se puso en el medio del camino. La mejor forma de parar el camión.
— Él me salvó. — Tranquila, confundida. Ella no lo siguió, sino que
esperó al lado, luciendo un poco perdida. — Si no hubiera sido por él, yo me
hubiera quemado.
Su mandíbula se apretó.
— La explosión me tiró. No lo hice. Yo no te abandone. — Él había
estado listo para correr de nuevo y luchar contra el fuego por ella, pero Az le
ganó la mano. Así que el bastardo había hecho una buena cosa. Ahora le debo
una por eso.
— ¿Por qué lo odias tanto?
El traqueteo del camión debería haber ahogado sus palabras. Pero no lo
hizo. Él la escuchó con demasiada claridad. Él la escuchó, pero él no le
respondió.
La camioneta estaba frenando. Sam vio al hombre que conducía. Viejo,
delgado, pelo canoso, los hombros redondeados.
Casi podía oler el miedo que imprimía al tipo. Pero entonces, el camión
del hombre estaba siendo bloqueado por un caído empapado en sangre. La
gente inteligente tendría miedo en esa situación.
— Az me dijo lo que hiciste. — La voz de Seline era tranquila. — Él
sólo dijo… masacrados. Eso fue por qué lo que caíste.
La furia se disparó, pero Sam levantó las manos y se centró en el
conductor.
Az, maldita sea, siempre retorciendo la verdad tan bien.
— Me dijo que caíste porque mataste, mataste y no te detendrías.
— Yo te dije la verdad ya. Cree en la mierda que quieras.
El motor del camión se paró. Sus voces habían sido demasiado bajas
para que el conductor escuchara. La puerta del lado del conductor chirrió
cuando el hombre bajó la ventanilla.
— No quiero “apuro”, hombre.
Sam asintió con la cabeza. El tipo estaba diciendo que no quería
problemas. Lástima que había encontrado uno. El tipo no era un demonio, y
tampoco tenía el aspecto de un cambiaformas. Él sólo parecía… humano.
Sam miró el camión.
— Te daré quinientos dólares americanos por el camión, — dijo en
español.
— ¿Tienes el dinero en efectivo? — El hombre disparó de vuelta, en
inglés.
Sí, por suerte, lo tenía. Una de las cosas que había aprendido era que el
dinero hablaba en el mundo de los humanos, así que Sam siempre se aseguró
de andar bien abastecido. Sacó su billetera. El cuero estaba un poco pegado
cortesía del fuego. Agitó los billetes en el aire.
— Justo aquí.
El hombre sonrió y levantó su mano derecha, la mano que sostenía un
arma.
— Entonces dámelos, cabrón3, y aléjate con la puta 4, o voy a poner más
agujeros en ti.
— ¿Me estás tomando el pelo? — espetó Seline.
El cañón del arma se deslizó hacia un lado y la apuntó. El hombre
estrecho aún más sus ojos.
— O tal vez ponga los agujeros en ti…
Sam cerró la distancia entre él y el bastardo en menos de un segundo.
— O tal vez no.
Sam dio un puñetazo en la mandíbula del hombre. Entonces agarró la
pistola y apuntó directamente en la sien del viejo en un movimiento veloz.
— Tal vez yo me quede con mi dinero, — gruñó Sam. — Quizás tome
tu camión, y te deje con unos cuantos agujeros para que me recuerdes. — El
idiota había escogido el incorrecto Caído para joder.
Pero el idiota sólo se rió y luego dijo:
— No tiene balas. Sólo te estaba jodiendo.
Jode esto. Sam le dio un cabezazo al tipo. El imbécil cayó sobre el
asiento del vehículo.
— ¿Está muerto? — preguntó Seline mientras se acercaba.
Sam subió a la camioneta y tiró la pistola a su espalda. Las balas no le
servirían contra Rogziel y su sabueso.
— A pesar de lo que Az te dijo, no mato a cada persona que encuentro.
— Solamente a la mayor parte de ellos. — Sigues respirando, ¿no es así? —
Él agarró el cuerpo del tipo y lo arrojó en el camino. Él se despertaría pronto.
No lo golpeó tan fuerte.
Ella abrió la puerta del acompañante y se deslizó en el asiento roto.
— ¿Estás diciendo que él se equivocó?
3
En Español en el original.
4
En Español en el original.
Sam aceleró el motor. El camión sólo chirrió. Como cuando los
vehículos escapaban, este era una mierda. Pero los mendigos no podían ser
unos jodidos exigentes.
— No. — Porque él no podía mentirle. — Quiero decir, cariño, Az no es
un lirio blanco cuando se trata de pecar. Sus manos están sucias.
— ¿Más sucias que las tuyas?
Él no respondió. Ella solamente tenía que seguir presionando. Si no era
cuidadosa, él la frenaría pronto. Sí, el lo consiguió, ella estaba furiosa porque
él la había utilizado como cebo, pero no se le habían dado un montón de
opciones.
El camión se precipitó hacia delante. El polvo giró en el aire. Sam miró
por el espejo retrovisor. El viejo ya estaba de pie, agitando los puños en el aire
y gritando.
— No creo que Az comenzara esos incendios, — le dijo ella, y esto era
el mismo verso que ella había estado cantando, uno que realmente lo estaba
cabreando. ¿Por qué la mujer seguía defendiendo a su hermano? — Creo que
Rogziel lo hizo, — siguió ella en una voz decidida de yo sé la verdad.
Ah, sí, no hay que olvidar que otro jugador podía encontrar diversión en
su jueguito. Ahora, cómo había podido Rogziel ser capaz de… El lecho de la
camioneta de repente cayó al suelo, como si algo muy grande hubiese saltado
sobre la parte posterior. El vehículo se desvió cuando Sam luchó para
controlarlo. Maldiciendo, se arriesgó a mirar por encima del hombro, pero no
vio nada.
Pero podía jurar que, a través de la ventana trasera rota, sintió el hedor
caliente de la respiración del infierno.
— ¡Sam! Sam, ¿qué está pasando?
El metal chirrió. Los pocos añicos de cristal que quedaban de aquel
parabrisas trasero se separaron.
— Dímelo tú, — gritó él, pero él sabía lo que estaba pasando.
Él se había enamorado de unos ojos mentirosos. Debería haber sabido
que la inocencia era un truco de un demonio. Se lanzó hacia adelante lo más
que pudo y piso el pedal del acelerador hasta el suelo mientras
deliberadamente sacudió el volante de izquierda a derecha, en un intento de
desalojar a su nuevo pasajero.
Sam sabía que un sabueso del infierno se había enganchado para un
paseo con ellos. Bastardo. Una súcubo no debería ser capaz de convocar a un
sabueso del infierno.
Garras invisibles atacaron su hombro, y arroyos profundos de sangre
rociaron en el aire.
— ¡Sam! ¿Qué está pasando? — El terror y el miedo parecían encubrir
las mentirosas palabras de Seline.
Él agarró su mano y la sostuvo con fuerza incluso mientras luchaba por
guiar con su mano izquierda.
— Deja de llamarlo, — le exigió él. Él sabía por fin lo que estaba
pasando. No era extraño que el perro no hubiera siquiera arañado la piel de
Seline… la bestia no podía.
Un sabueso del infierno nunca podría lastimar a su amo.
Se arriesgó un vistazo rápido a ella, aun cuando las garras lo rastrillaron
otra vez, pero él no liberó su mano.
— Deja de llamarlo, joder.
— ¿A qué dejo de llamar? — Ella no trató de liberarse. Sus ojos estaban
muy abiertos y asustados y negros como la noche. — ¡Allí no hay nada!
Nada de lo que se podía ver, todavía no, pero las garras de la bestia y los
dientes los podía sentir.
— Es tu perro. — ¿Por qué él no había visto esto antes? El había sido
tan indiferente con la “otra” mitad de Seline. Un híbrido... del infierno, había
estado tan ciego.
El perro no la había atacado.
La bestia la había encontrado demasiado rápido, y sólo había una
manera de que un perro pudiera seguir así de rápido. El sabueso del infierno
había apuntado a su amo.
Y las siguientes palabras tenían que ser dichas, porque ese golpe pasado
de las garras de la bestia había llegado demasiada cerca de su cuello.
— Deja de llamarlo… o te mato. — Si el amo de un sabueso no dejaba
de llamar a la bestia, entonces la única forma de detener a un sabueso del
infierno era matar a ese amo.
Sin el amo, el perro volvía al infierno instantáneamente.
— ¿Qué? — susurró.
Su agarre se tensó sobre ella. Podía oír los gruñidos de la bestia ahora.
Enojados gruñidos. El perro quería un alma para alimentarse. Es una pena. La
suya no estaba en el menú.
— Tira de la bestia de nuevo… o te irás al infierno con el perro. —
Traicionado. Todo había sido una trampa, y él había estado demasiado ciego
para ver la verdad. La lujuria le había vuelto estúpido.
Los gruñidos del sabueso siguieron retumbando en sus oídos, y tuvo que
esquivar más golpes de esas garras. El camión avanzó hacia delante más
rápido, más rápido, y él sintió dientes afilados como una navaja de afeitar en
la parte posterior de su cuello.
— ¡N-no sé de qué me estás hablando! — Ahora Seline luchaba por
liberarse de su agarre. — ¡Sam, me estás asustando!
Ella no iba a llamar a la bestia de nuevo. Maldita sea ella.
— El sabueso del infierno… — Aquellos dientes rasgaron en su
garganta. El fuego ardía a lo largo de la carne de Sam. — ¡Envía a la bestia
atrás, ahora! — Otra mirada rápida a ella.
Sus ojos eran enormes y filmados con el brillo de las lágrimas.
Lágrimas. Nunca la había visto llorar. El miedo había palidecido su cara, y él
sabía que ella entendió cuando se quedó mirando las heridas que se
propagaban en el cuerpo. Los gruñidos y gruñidos llenaron el camión cuando
el perro se fortaleció por la sangre de Sam.
— Yo-Yo no puedo. — confesó y se detuvo tratando de alejarse de él.
— Lo siento…
Así que era él. El poder bombeaba a través de él. Tenía que hacer lo que
fuera necesario para sobrevivir. El camión tronó más rápido, sus llantas lisas
bambolearon. Más rápido, más rápido…
Aquellos dientes invisibles lo intentaron morder otra vez. Sam clavó los
frenos. Su pecho se estrelló contra el volante, pero esos dientes afilados, esos
malditos dientes, se soltaron de él. Un enorme agujero gigante apareció en el
parabrisas hecho por el cuerpo del sabueso. Podía ver la imagen fantasmal de
la bestia luchando por tomar forma en el camino de tierra. La bestia sangraba,
y las patas traseras estaban rotas.
Seline se desplomó al lado de Sam. Su cabeza había golpeado el
parabrisas un instante antes de que la bestia hubiera pasado y rompiera el
cristal, pero ella no había sido lanzada del camión.
Sam todavía tenía su agarre en su muñeca, y su agarre era mucho más
inquebrantable de lo que cualquier cinturón de seguridad pudiera ser. Sus ojos
estaban cerrados. La sangre brotaba de la herida en la cabeza, y estaba
bastante seguro de que había dislocado su hombro cuando había evitado que
saliera fuera del camión.
La imagen fantasmal del perro comenzó a desvanecerse. Con Seline
inconsciente, el perro no podía reunir suficiente energía para enfocarse y
atacar de nuevo.
Los dedos de Sam se curvaron alrededor de la mano inerte de Seline. Él
miró a la bestia desapareciendo.
— Vete a la mierda, — gruñó, y condujo el camión directamente hacia
el sabueso. Así como el parachoques delantero llegó a la bestia, su imagen se
desvaneció por completo.
bloqueado por Keenan. Le dirigió una mirada enojada al Caído. Los viejos
lazos sólo se unirían con el tiempo.
— No querrás interponerte entre Seline y yo.
— Ella quiere alejarse de ti.
— No siempre conseguimos lo que queremos.
La sombra de las alas negras de Keenan se extendía detrás de él.
Sam luchó por la paciencia, algo que en realidad nunca había tenido.
— Si ella sale sola, será un objetivo. Rogziel la va a encontrar, o Az irá
tras ella. Seline me necesita.
— Y una mierda, — dijo la pequeña vampiro quien tenía un posesivo
agarre de Keenan. — Creo que eres el que la necesita. Ella es tu adicción,
¿no?
Él casi se estremeció.
— Maldita elección de palabra de mierda.
— Si ella controla un sabueso... — Keenan rodó directamente sobre su
gruñido. — Entonces no creo que necesite que la cuide un Caído. — La puerta
principal se cerró de golpe.
Seline se había ido.
No esperaba realmente que lo dejara. Y ella estaba herida. Había hecho
todo lo posible para reparar su hombro y cuidar el corte en la cabeza, pero
todavía tenía que sentirse débil. Ella no podía estar paseándose arriba y abajo
de la ciudad de Monclova, sin esperar a llamar la atención. La mujer llamaba
la atención dondequiera que iba.
— Al menos que tú la estés utilizando como cebo, — murmuró Nicole.
Tenía la boca apretada, y era sin duda la culpa que lo mordía.
— Ah... — Asintió Keenan. — Ya has hecho eso, ¿verdad? Y ¿cómo
resultó eso para ti?
Peor que mis pesadillas.
— Az tuvo que sacarla de un motel en llamas.
Los ojos de Nicole lo rastrillaron.
— No es de extrañar que esté tan ansiosa por alejarse de ti. Yo también
lo estaría.
Pero Keenan tenía el ceño fruncido.
— ¿Az la salvó? Az no salva a nadie.
Ya basta de esta mierda. Sam empujó a Keenan fuera de su camino.
— No, sin un motivo ulterior, no lo hace. — Seline no habría ido muy
lejos. Estaba seguro de que ella estaba fuera de ritmo y cansada. Seline sabía
que lo necesitaba. Ella había dicho que no había ningún modo de que ella
fuera lo bastante fuerte para derrotar a Rogziel
Él dio una patada para abrir la puerta principal.
— Seline, maldita sea, seamos justos… — Calma. Ella no estaba allí.
La calle parecía desierta. No, de ninguna maldita manera podía desaparecer
tan rápido. Entonces vio unas luces traseras que desaparecían al final de la
carretera. Bastardo.
Una mano dura colgó en su hombro.
— He estado pensando en esto... — comenzó Keenan.
Él le iba a hacer daño al tipo.
— Piensa más tarde. Tengo que seguir a Seline. — Algo bueno era que
Keenan le había llevado una moto. Él había cortado a través de las estrechas
calles y callejones de la ciudad en poco tiempo.
No puede dejarme.
— No creo que Seline se dé cuenta de lo que puede hacer.
Las palabras de Keenan hicieron una pausa y Sam miró hacia atrás.
El Caído estaba apoyado en la pequeña entrada, con su vampira justo a
su lado. Típico. A Nicole siempre le gustaba mirar la espalda de su hombre.
— Ella dijo que el sabueso la olió.
Sam esperó, todo su cuerpo estaba tensó para el ataque. No, para cazar.
— Rogziel convocó a la bestia, pero a lo mejor Rogziel no era el amo
de ese sabueso en particular. Tal vez tu chica era su verdadero amo, y el
sabueso reconoció su olor. — Keenan se encogió de hombros, pero su mirada
desmentía la intención del gesto casual. — Eso explicaría porque el animal no
trató de comérsela.
Seguro como la mierda que lo hubiese hecho. Si Seline realmente no lo
sabía… He jodido esto.
Sam saltó sobre la moto y aceleró el motor.
— Es mejor ser cuidadoso, — le dijo Keenan. — Una vez que un
sabueso consigue el olor de su amo, no hay nada que pueda cortar ese lazo. Va
a seguir su rastro y destruir cualquier cosa o cualquier persona que trate de
hacerle daño.
Sam echó un vistazo a las marcas de garras que todavía no se habían
desvanecido por completo en su brazo.
— No voy a hacerle daño.
— Sí, lo harás. — La voz tranquila Nicole estaba segura. — Tal vez
deberías dejarla ir.
No era una opción. La moto rugió hacia adelante, y él persiguió las
luces traseras que desaparecían.
* * *
Conseguir un taxi había sido fácil. Demasiado fácil. Había tropezado
hasta el exterior, caminado a la derecha en la calle, y casi sido atropellada por
un jeep.
Por suerte, el conductor se había detenido en un instante. Entonces el
chico alto, moreno, con la sonrisa rápida le había ofrecido llevarla.
Sus ojos habían ofrecido más.
Ella había aceptado el viaje. En cuanto al resto… a pesar de que su
poder estaba bajo, no podía soportar la idea de tocar realmente a nadie en ese
momento.
No, sólo había un hombre que quería. Él era un idiota que no la merecía,
y él la había jodido en serio para lo demás.
— Sólo déjame en el bar más cercano, — le dijo a Javier. Javier
Martínez. Él hablaba un inglés perfecto con un ligero acento español. El tipo
realmente parecía llenar el interior del vehículo. Tenía la impresión de poder y
energía y… algo más. Un olor salvaje se aferraba a él, lo que le hacía sentir un
poco incómoda.
— ¿Por qué? — Él le lanzó otra sonrisa. — No vas a encontrar nada en
una cantina que no pueda darte, cariño.
Cierto. Pero en un bar, ella sólo podía absorber la energía sexual en el
aire sin tener que tocar a nadie.
Ella necesitaba un impulso, pero estaría condenada si tuviera que
seducir a fin de conseguirlo. La hija de un ángel… obligada a seducir y a
tentar con el fin de sobrevivir. Su vida entera había sido nada más que un
enfermo castigo.
Y el Capitán Caliente allí, conduciendo el Jeep, podría pensar que sólo
había encontrado pasar un gran tiempo con ella, pero no podía estar más
equivocado.
— Confía en mí, — murmuró, rodando su hombro para aliviar el dolor,
— no puedes conmigo.
Él hizo girar el Jeep a la izquierda y apagó el motor. Al instante se dio
cuenta del silencio espeso exterior… y notó que no había luces alrededor. No
había casas. Nada. La civilización había desaparecido en un instante.
Su noche realmente no podía ser mejor.
Garras salieron de las manos de Javier.
— Confía en mí, — gruñó él exactamente como ella lo había hecho. —
No voy a tener problema. — Sus colmillos se estaban estirando, afilándose
hacia arriba, mientras sus mejillas parecían vaciarse.
Ah, perfecto. Ella le había hecho autostop a un cambiaformas.
— ¿Coyote? — Lo adivinó porque había oído las historias de los
coyotes corriendo salvajes en México. Sin equipaje, sin nada. Siempre libres,
luchando por la supervivencia del más apto, y crueles.
Su sonrisa se ensanchó. No era una sonrisa amistosa ya no, ni siquiera
cerca.
— Seré muy cuidadoso… — Él se inclinó hacia adelante y sus garras se
deslizaron por sus brazos. — No te cortaré, demasiado.
¿No era un caballero? Seline respiró hondo y luchó por controlar su
ritmo cardíaco acelerado. Podría no gustarle lo que era, pero todavía sabía
cómo usar su fuerza para protegerse.
En lugar de tratar de alejar de él, dejó que su cuerpo se relajara mientras
se inclinaba hacia adelante.
— ¿Sabes lo que soy? — susurró, y utilizó lo último de su energía
sensual para atraerlo hacia ella.
Ella vio que sus ojos se abrían. Él lamió sus labios e inhaló
profundamente…
— Hueles al jodido pecado.
Porque eso es lo que era. Seline no se inmutó.
— Disfruto de hombres como tú, — le susurró, y dejó vagar sus dedos a
la altura de su pecho. Ella mantuvo los ojos abiertos para hipnotizarlo. Eso es
lo que hacía su especie, algo así como una cobra con su presa. Lo miras
fijamente y no lo dejas ir, no hasta que lances el golpe. Su corazón tronó bajo
su mano. — Los hombres que son fuertes y peligrosos.
— Tú eres… ¿no me tienes miedo? — La sorpresa puso áspera su voz,
como la lujuria ardía en sus ojos.
—No. — Esta vez, ella iba a dejar que la bestia se mantuviera en el
interior de su jaula. ¿Cuántas mujeres había recogido este bastardo y luego
usado sus garras en ellas? ¿Cuántas? Castigar. Rogziel le había enseñado
unas cuantas cosas, después de todo.
— Pero tienes que tener miedo de mí. — Entonces, antes de que pudiera
reaccionar a sus palabras, puso sus labios en los suyos. Ella le dio un beso, y
sus manos se apretaron en ella. Sus garras rasparon sobre su piel. No, coyote,
yo soy la que manda. Dejó que su precioso control se hiciera añicos. Ella tomó
su energía, tomó y tomó y se lo llevó.
Debido a que ella realmente podía matar con un beso.
El cambiaformas coyote le dio todo su poder. Demasiado débil para
resistirse, se deslizó justo bajo su hechizo. Cuando se quedó sin fuerzas,
levantó la cabeza y sonrió.
— Eso fue bueno, pero voy a necesitar más. — Parecía que no tenía
más que dar.
Cayó hacia atrás, y su cabeza chocó contra el volante. El bocinazo largo
llenó la noche. Seline lo empujó fuera del camino a la derecha fuera del jeep.
Su cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo. Se subió al asiento del conductor,
arrancó la palanca de cambios en reversa, e hizo girar el Jeep alrededor. Grava
y polvo se levantaron en el aire. El cambiaformas no se movió.
— Ahora tengo que averiguar dónde demonios estoy, — murmuró
Seline. Porque ella sabía que el cambiaformas no sería la mayor amenaza a la
que tendría que hacerle frente a esa noche. Ni siquiera de cerca.
Él sólo había sido su calentamiento.
Javier se quedó mirando fijamente su Jeep. La grava se clavó en sus
palmas y rodillas. Había estado tratando de levantarse, pero la puta había
agotado su energía.
Con un beso.
Jodido súcubo. Él debería haberlo sabido mejor. Pero ella se había visto
tan sexy. Ojos perdidos. Labios temblorosos. Una maraña salvaje de pelo. Le
había parecido tan humana y débil.
Un aperitivo perfecto. O un juguete.
Zorra5. Puta. Todavía no podía levantarse. Su cuerpo entero se sentía
débil y moverse hacia que le doliera la cabeza. Él la encontraría. Si había una
cosa que sabía hacer, era cazar. Él la encontraría, y la haría pagar.
Un gruñido bajo salió de la oscuridad.
Javier se puso tenso. Lo último que necesitaba era un ataque en ese
momento. Estaba tan débil que sus garras ni siquiera podían salir.
Cuando la encuentre, voy a cortar cada centímetro de piel de su cuerpo.
Le haría rogar por la muerte, al igual que los otros lo hicieron.
Otro gruñido, pero este seguro que era mucho más cerca.
— ¡Vete a la mierda! — intentó rugir Javier, pero las palabras apenas
retumbaron de su garganta. Él inclinó la cabeza hacia atrás. De ninguna
manera iba a inclinarse ante otro cambiaformas. No había nadie allí.
Sus ojos se estrecharon. Su vista era cinco veces mejor que la de
cualquier otro coyote en la zona. Pero en ese momento, él no veía
absolutamente nada.
Pero huelo el fuego. Ceniza. Muerte. La tierra comenzó a temblar. El
miedo hizo que su corazón corriendo demasiado rápido y su sangre se enfriara
5
En Español en el original.
sus venas. Javier abrió su boca para rogar… Pero garras invisibles atacaron su
garganta
6
La frase en el original en español
Hizo un gesto para otro trago. Hija de un demonio. Hija de un ángel.
Hecha por el pecado. Se quedó mirando su imagen.
— ¿Y por qué no?
— Debido a que tus poderes están demasiado altos. — Él juró, luego
volvió la cabeza hacia la derecha. — Lárguense, joder, ella está conmigo. —
Otros dos hombres se alejaron. Su mano en un puño en la barra. — Estás
tirando de ellos, y ni siquiera te das cuenta.
No, ella se daba cuenta. No había nada que pudiera hacer para detener el
tirón.
— Me he acostado con tres hombres en mi vida. — Su confesión
parecía demasiado fuerte, incluso en el ruidoso bar. — Esto no es lo que yo
quería ser. — Pero tal vez nunca había sido una opción. Seducir. Matar.
¿Había estado en lo cierto Rogziel acerca de ella? Si pudiera verla
ahora...
Él se reiría, entonces la mataría.
* * *
Su cuerpo estaba débil y tan saciado que Seline realmente no quería
moverse durante al menos una semana.
Los latidos de su corazón detuvieron lentamente su carrera frenética. La
cama chirrió cuando Sam la atrajo hacia sí. Sam.
Ella se volvió y lo miró fijamente. Los tenues rayos de luz empezaban a
derramarse a través de las persianas, pero la mayoría de la habitación estaba
todavía envuelta en tinieblas.
— Tú no... Tú no eres una adicción. — No había duda de la ronquera de
lujuria en su voz. — Tú eres... mía.
Ella no sabía qué decir.
Entonces se dio cuenta de lo que él había hecho. Sexo con una súcubo.
Pero sin placer para él. Sólo para ella.
Parpadeó rápidamente, temiendo hacer algo débil y humano como
llorar.
— Sam, te necesito.
Ella sintió el peso de su mirada.
— Tú no eres una abominación, — le dijo él, y ella oyó el eco de la ira
en sus palabras.
Menos mal que era de noche. No estaba segura de que quisiera que él la
viera ahora.
— No me importa quiénes eran tus padres... O qué eran, — dijo Sam.
A ella le importaba.
— Mi padre tomó mucho de mi madre. La drenó. — La mató.
— ¿Luego Rogziel lo mató?
— El castigo, — susurró, y su mano se presionó sobre el corazón de
Sam.
Él juró.
— ¿Cuánto tiempo ha estado jugando Rogziel a Dios?
Ella parpadeó.
— ¿Q-qué?
Él le tomó las manos. Más luz se filtraba por las persianas. El amanecer.
— No sabes mucho acerca de tu lado demoníaco, ¿verdad?
No. Ni de su lado demoníaco ni de su sangre de ángel.
— Una súcubo y un íncubo sólo pueden tener un hijo con una verdadera
consorte. Si pudieran tener hijos con cualquiera, ¿no crees que el mundo
estaría explotando con íncubos y súcubos justo ahora?
Sí. Podría, pero no había muchos de su especie.
— ¿Estás diciendo que nosotros tenemos... consorte? — ¿Como los
lobos cambiantes? ¿Como... para siempre?
— Estoy diciendo que sólo puedes tener hijos con la persona que elijas
como compañero de vida. Eso es para siempre. Esa es la unión. — Él exhaló.
— Y un consorte no tendría poder suficiente como para matar. Sin duda, un
íncubo podría drenar a otros, pero es realmente improbable, joder, imposible,
que hubiera drenado a la mujer que amaba.
Su cabeza empezó a palpitar. Un motor rugió fuera.
— ¿Qué me estás diciendo?
— Estoy diciendo que creo que Rogziel te alimentó con mierda. Tu
padre no mató a tu madre.
Se levantó de la cama y se vistió con manos que eran demasiado firmes.
Deberían estar temblando. Ella debería estar temblando.
— Entonces, ¿quién lo hizo? — Toda su vida, ella había pensado que su
padre había drenado a su madre.
— Cuando lleguemos a Rogziel, vamos a averiguarlo.
No, no, esto no era posible.
— Te equivocas. Mi padre la mató. Perdió el control y la drenó...
— Los consortes comparten su poder. No lo toman.
Seline parpadeó. Ella había compartido el poder con Sam. El miedo
apretó su vientre.
¿Significaba eso que él era suyo?
Pasos golpearon abajo. Sam estaba de pie ahora y en frente de ella. Él la
miró a los ojos.
— Pase lo que pase, recuerda... No me importa la mierda que te dijo
Rogziel, no eres una abominación. No eres mala. — Entrecerró los ojos. —
Pero, cariño, eres malditamente mía.
Ella tenía mucho miedo de que él pudiera ser suyo.
¿Cuándo ocurrió esto? ¿Cuándo empecé volverme tan adicta a él?
¿Había estado tratando de unirlos desde el principio?
Había muchas cosas que no sabía. No, mucho de lo que no había sido
informada por Rogziel.
— Sam...
Pero él se puso rígido y su cabeza se sacudió hacia la puerta. Ella vio la
leve llamarada de sus fosas nasales.
— Ese no es Keenan y su vampira. — La cólera se apodero de su voz.
— ¿Sam?
Se lanzó hacia adelante. Seline corrió detrás de él.
Y desde lo alto de las escaleras, Seline vio quien los esperaba justo en la
puerta de la posada. Esperando con una sombría sonrisa curvando sus labios.
Az.
Traducido por Kaia
Corregido por Yomiko
patrullando el perímetro del área. Tres hombres, armados con pistolas. Seline
nunca antes los había visto, pero Sam los miró una vez y murmuró:
— Humanos, — Y ella pensó que si alguien podía hacer esa declaración
instantánea, era Sam.
La mirada de Sam barrió la escena, e inhaló profundamente, luego dijo:
— Maldición.
Seline inclinó la cabeza y captó el ligero aroma a flores. La fragancia no
provenía del interior del recinto. No, en su lugar, parecía estar viniendo
desde… justo detrás de ellos.
¡No!
Seline se giró. Pero no era Rogziel esperándolos con sus fríos ojos.
Detrás de ellos, estaba Delia. En realidad, el ángel flotaba detrás de ella.
— Es hora de hacer tu jugada, — dijo Delia, mirando a Seline. —
Rogziel no está allí. Puedes sacar a la mujer.
Seline se lamió los labios y esperó que no fuese una mentira. Pero,
espera, los ángeles no podían mentir… sólo tergiversar la verdad para que se
adecuara a sus propósitos.
— ¿Estás ayudándome? — dijo Sam arrastrando las palabras. — Delia,
pensé que preferías verme arder, antes que levantar un ala para ayudarme
jamás.
— No estoy ayudándote. — Delia negó con la cabeza. — Esto no es por
ti. Sólo no creo que los inocentes debieran ser castigados. — Su mirada
finalmente se apartó de Seline para estrecharse en los dos Caídos. — Mejor
dense prisa. Alguien regresará muy, muy enfadado.
— ¿Regresará? — repitió Seline, con su voz volviéndose ronca.
— Em, eso parece… — Y Delia cortó con la mirada a Tomas una vez
más. — Rogziel finalmente se dio cuenta de lo obvio. Algunas veces,
simplemente no puedes regresar a casa.
Sus alas se extendieron detrás de ella. Se levantó en el aire a toda
velocidad y desapareció entre las nubes.
Sam se rió y miró hacia la casa.
Tomas le cogió el brazo.
— No puedes confiar en ella. Podría estar tendiéndonos una trampa para
castigarnos.
Los guardias no habían notado al ángel. Ella se movió demasiado
rápido. Y probablemente no se habían dado cuenta de que deberían estar
mirando el cielo. Su error.
— No confío en ella, — dijo Sam, — pero estoy jodidamente preparado
para atacar. — Entonces, él también desapareció. No, no desapareció, Seline
sabía que sólo se había movido tan rápido que fue un borrón, a la velocidad de
un ángel. El primer guardia cayó, desplomándose hacia atrás, y Seline sabía
que Sam lo había dormido.
El segundo guardia ni siquiera tuvo la oportunidad de jadear antes de
caer al suelo. Al tercero, Sam le arrebató la pistola de la mano y luego lo dejó
sin sentido con un puñetazo.
Sam cogió la puerta principal y la arrancó de los goznes.
Seline tenía que admitirlo, él era muy sexy.
Luego, Tomas la empujó hacia adelante y entraron corriendo a la casa.
Inmediatamente, se dio cuenta de que esos guardias de afuera sólo habían sido
el comienzo. Irrumpieron más hombres y mujeres, pero Sam los hizo
retroceder cuando liberó una explosión de fuego.
— No quieren joder conmigo, — les dijo.
Dos hombres escaparon. Seline supuso que no estaban de humor. Cuatro
guardias más abrieron fuego. Las balas golpearon el pecho de Sam con fuerza.
Seline gritó.
— Se los advertí, — dijo Sam, y más fuego se liberó de sus manos,
estallando más alto y persiguiendo ávidamente al equipo de Rogziel.
Tomas maldijo.
— ¡La estás matando! — Se alejó de ellos corriendo, y se apresuró por
vestíbulo serpenteante. — ¡Sierra!
Seline saltó hacia adelante y le asestó un gancho derecho al guardia más
cercano. Le arrebató el arma y giró a tiempo para golpear con ella la cabeza
del idiota que había estado tratando de agarrarla.
Pero entonces, Sam se rió. Esa risa fue espeluznante. Demasiado fría y
oscura. Se le erizaron los vellos de los brazos. Se arriesgó a mirarlo. Su
mirada era muy oscura.
— Se acabó el recreo, — masculló Sam. Agitó la mano. Todos los
guardias se levantaron en el aire. Se elevaron más, y más alto. Estaban
gritando, suplicando…
Sam los dejó caer.
Dejaron de gritar.
Seline respiraba agitadamente. Sus dedos tocaron la garganta del
hombre más cercano a ella. Incluso mientras miraba a Sam con los ojos
abiertos de par en par, sus dedos temblorosos buscaban el pulso. Buscaban…
— Todavía está vivo, cariño. — Sam parecía mofarse de ella. — Por
ahora.
Un ligero pulso latía debajo de las yemas de sus dedos.
Llegaron unos gritos desde el interior de la casa. Sam le tomó la mano y
la jaló a su lado.
— Quédate conmigo.
Sus ojos todavía estaban negros. El aire crujía con su poder. El borde
oscuro que ella siempre había sentido en él, nunca había estado más cerca de
la superficie. Peligroso. ¿Malvado?
No Sam. Ella creía en él.
— Intenta alejarme, — murmuró ella. — Intentalo.
Él la besó con fuerza. Salvaje. Hambriento.
Entonces las habitaciones avanzaron en un borrón mientras él la llevaba
al interior del laberinto de pasillos. Siguieron los gritos. Encontraron los
cuerpos. Más guardias. Algunos sangrando, algunos cojeando.
Allí estaba Tomas, justo adelante. Estaba lanzando el puño a través de
una puerta de metal y…
Y Seline olió azufre.
— ¡No, maldición! — rugió Sam. Ella sabía que él también había
captado el olor ácido. — ¡Tomas, detente!
Demasiado tarde.
La puerta cedió, y los gruñidos llenaron los pasillos, gruñidos que
inmediatamente fueron seguidos por el corpulento cuerpo del sabueso del
infierno cuando la bestia saltó sobre Tomas.
Sam oyó la voz. Hueca. Distante. Abrió los ojos, consiente de cada parte
de su cuerpo herido.
— Voy a sacarte de ahí, hombre aguanta.
No había nada a que agarrarse.
— Maldita sea. ¿Qué te has hecho?
Sam logró mirar fijamente hacia su pecho. La garra todavía estaba
incrustada en su carne.
— Quería… llegar a ella… — Si él hubiera estado cerca de la muerte,
si hubiera derramado sangre suficiente, entonces había pensado que tal vez el
perro vendría por él.
Ven por mí en su lugar. Había gritado esas palabras cuando el fuego
estalló y guió la garra a su propio pecho. Pero esas no eran las reglas. Sam
había tratado de romperlas, pero, no las reglas.
El perro del infierno se había cobrado su presa real.
Mateo cantó y arrojó las cenizas al aire y Sam cayó de su prisión.
No miró de nuevo al cuerpo de Rogziel. No tenía ninguna mierda de
sentido. Se lanzó a través del cuarto, deslizándose en la sangre que continuaba
saliendo de su cuerpo y empapando el suelo.
Debería haber sido yo.
— ¡Seline! — Las llamas quemaban bajo ahora, parpadeaban rojo y
dorado en los bordes de la habitación.
Az estaba en la esquina, con la piel quemada pero respiraba todavía.
Seline ya… se había ido.
Nada dejado atrás. Nada de sangre, sólo la nada.
— ¿Donde está la súcubo? — preguntó Mateo. Entonces sus ojos se
estrecharon. — El Caído se ve como una mierda.
¿Dónde estás, Seline?
Si hubiera muerto, ¿donde había ido? Sin el fuego, sin ella. No podía
estar en el fuego. Él no podría dejarla hacerlo. Se puso de pie y cogió a Mateo.
— Nuestro acuerdo. — Hablar era difícil. Demasiada rabia, miedo y
dolor se vertían a través de sus venas, más caliente que el fuego.
Seline.
Mateo lo miró con los ojos muy abiertos.
— ¿Qué estás...?
— Recibí mi deseo. Teníamos un trato. Ahora me enviarás al infierno.
Mateo parpadeó.
— No, tú no quieres...
— No voy a dejar a Seline allí. — Rogziel. Maldito bastardo, tuvo su
venganza. — Él azuzó a su perro contra ella. Ella fue la presa. Ahora se ha
ido. Y no la voy a dejarla quemarse allí.
Mateo trató de liberarse de su agarre. Sam no se lo permitió. Su
potencia máxima estaba ahora ardiendo. La única cosa que le había importado
se había ido.
No, no voy a dejar que se vaya.
— No se puede revivir a los muertos. — dijo Mateo con voz
retumbante. — Lo siento, no puedes...
— Mírame. — El infierno no podría tenerla.
— ¡No sabes en lo que te estás metiendo!
Te… amo...
Él era uno de los ángeles más antiguos. El más fuerte. Había caminado
por el cielo y el infierno mucho antes de que los hombres supieran temer a los
monstruos en la oscuridad.
— Ella no se está muriendo.
Ella ya está muerta, susurró una voz maliciosa en su mente.
— ¿Arderías por ella? — preguntó Mateo, sacudiendo la cabeza. —
Porque es eso lo que va a suceder. Vas a entrar, te quemarás y permanecerás
allí para siempre. Ya no tienes alas. Nadie va a tirar de tu culo.
Él era el único que podía conseguir sacar fuera a Seline. Podría
cambiarla por sacrificarse. Había salido una vez, podría hacerlo de nuevo.
— No es tan fácil. — espetó Mateo, tratando de saltar fuera de las
llamas que consumían sus pies. — Tengo que prepararme, encontrar el
hechizo correcto.
— Encuéntralo. — Se estaba rompiendo a pedazos por dentro. Sólo la
furia lo mantenía en una pieza.
— Incluso si estás allí, ¿cómo crees que vas a sacarla? ¡Ella no puede
salir! A pesar de esos poderes locos tuyos, sólo los ángeles de castigo pueden
salir de esa prisión.
Ángeles… sin alas.
Empujó lejos a Mateo y salió corriendo de la habitación. Buscó en cada
centímetro del lugar por Seline, pero ella no estaba allí. No podía olerla, no
podía sentirla, nada.
No era sólo que había muerto. Era más. Como si acabara…
Dejado de ser por completo.
Ángel… sin alas.
— Delia. — Sacudió el pasillo con su rugido. — ¡Delia, ven aquí,
ahora! — Estaba desesperado, tan desesperado que habría recurrido a un ángel
para pedir ayuda.
Él estalló fuera de la vieja casa. La noche oscura le devolvió la mirada.
Ninguna estrella brillaba. Sólo un cielo negro.
— ¡Delia! — El ángel no le dio respuesta. Estaba furioso pero ella no
apareció.
Mateo salió con el cuerpo de Az colgado al hombro.
— Tenemos que salir de aquí.
Ningún ángel, ningún cielo para él. Infierno… el infierno era ahora.
Seline, se había ido, ardiendo.
Él se quedó mirando a Az. Su hermano había intentado ayudarle. Eso
debería importarle algo.
Pero no podía sentir nada en ese momento. Sólo un entumecimiento
helado que le ahogaba.
— Yo… la vi morir en mi visión. — La voz de Mateo fue vacilante. —
Te lo dije. Estaba cubierta de sangre.
Ella se había ido.
— Sabías la forma en la que iba a terminar. — Pero no había simpatía
en la voz de Mateo. Había tristeza.
Sam se estremeció.
— Pensé que podría protegerla. — Su arrogancia. Su vergüenza. En
realidad había pensado que podría cambiar el futuro.
— No… lo que será, eso es lo que siempre llega. — Mateo dejó caer a
Az al suelo. — Ella estaba marcada por la muerte. Lo supe en el primer
momento en el que tomó la sangre. No pertenecía a este mundo.
Sin ella, él tampoco.
Sam agarró a Az. Lo levantó sobre su hombro. Su hermano, su carga.
Luego empezó a caminar en la noche. Un pie delante del otro.
Siguió caminando, caminando, y supo que ya estaba muerto.
Seline abrió los ojos a un mundo de color blanco. Puesto que lo último
que recordaba era un fuego tan caliente que quemaba su aliento, no había
esperado del todo… esto.
— Me estaba preguntando cuándo despertarías. — La voz de la mujer
era familiar.
Seline miró a la izquierda, Delia sonrió.
— Hola.
Seline se levantó de un salto. Había sido colocada en algún tipo de
cama. Algún tipo de cama blanca realmente de lujo. Todo el lugar era lujoso.
Con columnas grandes y blancas y vaya, ¿era eso un suelo de oro? Caminó
rápidamente lejos de la cama. Consciente de que su corazón latía demasiado
rápido.
— ¿Dónde estoy? — La primera pregunta en sus labios, pero… este
lugar… un vuelco en sus entrañas le dijo exactamente dónde estaba.
El cabello revoloteaba por encima el hombro de Seline. Ella lo empujó
hacia atrás. Pero… no era pelo. Algo más suave. Más terso.
Delia inclinó la cabeza.
— Bienvenida a casa.
Seline se echó la mano atrás por encima del hombro. Tocó sus alas.
Reales, alas reales hasta abajo.
— No. — Esto no puede estar pasando.
— Te dije que eras especial. — Ahora Delia caminó alrededor de ella y
estudió a Seline con una mirada apreciativa. — No suele suceder así. Los
ángeles son nacidos aquí, no en la tierra, y tú, ah, tu línea de sangre no era
exactamente pura.
¿La mujer simplemente la había llamado perra callejera? Seline la
fulminó con la mirada.
— ¿Dónde está Sam?
— Sammael está dónde debe estar.
Sí, eso fue una gran, gigante respuesta de nada.
— No te preocupes. — La voz de Delia era cuidadosamente modulada.
Ninguna emoción se deslizó en absoluto. — Tomará algún tiempo adaptarse,
pero pronto no extrañarás tu antigua vida en absoluto. — Un débil
encogimiento de hombros envió de sus alas a desplegarse en el aire. — Es
posible que ni siquiera lo recuerdes.
Había partes que de seguro quería olvidar. Como su garganta desgarrada
por el perro. Rogziel. Los amargos años que había pasado con él, pero había
otras partes…
El montar una motocicleta con Sam, el viento que soplaba hacia atrás su
cabello tanto que ella lo mantuvo apretado.
Escuchar el murmullo de su voz… sentir su latido del corazón debajo de
la oreja mientras yacían juntos en la cama.
No, no, había partes que no quería olvidar. Sam.
— Yo no pedí esto. — Las palabras la estremecieron.
Delia parpadeó.
— No, esta es tu recompensa.
Su mirada voló por la habitación. Tenía que haber una salida.
— Tu madre amaba a un demonio. Le dio la espalda a su deber por él.
Eso fue un crimen. — Las pisadas de Delia golpearon ligeramente el suelo. —
Pero nadie tenía que morir, caer, sí, pero no morir.
Seline miró fijamente.
— Mi padre no la asesinó, ¿verdad? — Una vida de odio había
endurecido su corazón. Sin embargo, Sam la había hecho dudar. — Fue
Rogziel. — Su voz era más segura de lo que ella sentía.
— Por lo que sé, la muerte de tus padres fue la primera vez que Rogziel
cruzó la línea y actuó por su cuenta.
Su furia tuvo una contracción intestinal.
— ¿Y qué? Tú... — Ella agitó sus manos para indicar la habitación de
lujo, y todos los ángeles que estaban probablemente detrás de las paredes. —
¿Le diste un pase libre porque era un íncubo y un Caído quienes sufrían?
Finalmente, se mostró cierta emoción en el rostro de Delia.
— No.
— Pero...
Las enormes puertas se abrieron. Un hombre se dirigió al interior. No,
no un hombre. Un ángel. Con las alas de media noche, el pelo rubio y la cara
de un amante.
— Déjanos, Delia.
— Uriel, ella no es...
— Déjanos.
La chica se fue. Muy, muy rápido. Seline enderezó su columna
vertebral. Era consciente de que ese Uriel tenía que ser alguien muy, muy
importante en la escala de ángeles de la vieja jerarquía.
No habló al principio. La rodeó, y su mirada la recorrió de la cabeza a
los pies. Después de unos momentos, se detuvo frente a ella y le dijo:
— Sientes demasiado.
Una risa ahogada escapó de ella.
— ¿Qué puedo decir? Soy una súcubo… los sentimiento son un poco lo
mío.
— No. — Monótono. — Fuiste una súcubo. Finalizaste con ello cuando
dejaste tu mortalidad atrás.
A ella no le gustó el sonido de eso. Saltó hacia a delante. No, tal vez ella
realmente voló. Extraño. Ella agarró sus brazos y lo miró.
— No quiero esto.
— ¿No quieres el cielo? ¿El Paraíso?
Sí, bueno, tal vez decir que no a eso sonaba un poco…
— ¿Y no quieres la oportunidad de castigar a los malvados? ¿Seguir los
pasos de tu madre? ¿Mostrar a los pecadores el error de sus caminos?
De ninguna manera. ¿Quién era ella para juzgar el pecado?
— He tenido suficiente castigo y venganza. Sólo quiero... — a Sam.
Ella no lo dijo, pero los ojos de Uriel se entrecerraron y se preguntó si el
hombre había leído su mente. Sobre todo cuando dijo:
— ¿Sabes lo que ha hecho?
Ella asintió con la cabeza.
— No puede ser removido. Su futuro ha sido anunciado. Un día traerá
el infierno a la tierra.
— N-no sabes eso.
— Sí. — Con certeza absoluta, — lo sé.
Sus rodillas se agitaron un poco, pero su determinación no vaciló.
— Yo sé lo que puede ser, Sammael no es malo.
— Ya veremos.
No le gustaba demasiado este ángel.
— Rogziel era el monstruo retorcido. ¿Por qué se alojaba en el cielo y
Sam cayó?
— Debido a que a Sam se le dio una oportunidad de rendición. Perdió
sus alas, pero conservó su vida. — Su mirada realmente parecía ver a través de
ella. — No hay tal concesión hecha para Rogziel. Él iba a morir, pero no en
manos de otro ángel.
— ¿Y qué? ¿Sammael fue su verdugo? — Consigue que un Caído lo
mate en vez de un ángel. Un buen camino eso de “otro ángel”. — Lo usaste
para matar por ti.
— Es lo que la muerte siempre ha hecho bien.
— ¡Él es más que la muerte!
Uriel exhaló lo que podría haber sido un suspiró.
— No esperes que tu transición sea fácil. — Una leve sonrisa curvo sus
labios, aunque sin emoción de brillo en sus ojos. — Aunque es la primera, los
ángeles son por lo general...
— Nacidos aquí, lo sé. — Ella agitó sus manos. — ¿Cómo llegué aquí?
— Delia sospechaba la verdad sobre ti desde el principio. Podía sentir el
poder en ti, y luego cuando te enlazaste con tu sabueso, pudimos ver las
posibilidades.
Oh, ¿“nosotros” pudimos? Las alas eran un peso ligero en la espalda,
que sentía extraño. Alas.
— Nos dimos cuenta de que o bien ibas a morir en la batalla final con
Rogziel o te gustaría evolucionar y convertirte en algo más cuando tu lacra
demoníaca dejara de serlo.
Espera. Retrocede.
— ¿Qué quieres decir con que deje de serlo? — No le gustaba el sonido
de eso.
Uriel sólo la miró con esa cara bonita.
— El toque del Ángel de la Muerte no funciona en los ángeles. Ni con
los ángeles alados y ni con esos que posean la sangre pura de los ángeles en
su...
— Tengo sangre de ángel — Y tuvo un flash mental de una habitación
llena de fuego. Un hombre se había inclinado a su lado. Piel pálida. Ojos
oscuros. El aroma de las flores había llenado el aire a su alrededor. El corazón
le latía fuerte en su pecho. — ¿Un Ángel de la Muerte vino por mí?
— Él vino por tu lado demoníaco. — Los labios de Uriel se apretaron,
entonces dijo: — Los que eran súcubos están muertos. El ángel que estaba
atrapado en ti… bueno, es libre ahora. El trabajo de Jeremian consistía en
cuidarte en tu último momento, y luego transportarte de vuelta a dónde
realmente perteneces.
Sus alas temblaron.
— No me siento como un ángel. — Demasiada rabia. Demasiada
urgencia. Las emociones la agitaron y lucharon en su interior.
— Los ángeles no sienten.
Sus alas se curvaron alrededor de ella, y tuvo la impresión extraña de
que estaban tratando de darle un abrazo.
— Esto no soy yo.
— Esto es lo que vas a ser. — Luego se volvió y se alejó con pasos
lentos y seguros. — Todo lo que necitas es tiempo para olvidar.
Las puertas se abrieron al instante para él, y luego se cerraron con la
misma rapidez a su paso.
— No quiero olvidar. — susurró Seline. Corrió hacia la puerta. No se
abrieron. Ni siquiera cuando las empujó con todas sus fuerzas.
No. Se. Abrían. Seline caminó de vuelta a la cama. Atrapada en el
paraíso. ¿Cómo podría incluso suceder? Este lugar tenía que ser perfecto. Sin
miedo. Sin preocupación. Sin dolor.
Pero ella quería el dolor. Ella quería cada trozo, bueno y malo, que vino
con su vida.
La súcubo en tu interior murió. ¿Cuánto tiempo había intentado sofocar
ese lado demoníaco?
Pero ahora, sin esa parte de sí misma, Seline se sentía… perdida.
Debido a que todavía puedo sentir. Ella no era como los ángeles de
aquí. Ella sentía, y sus sentimientos estaban cerca de desgarrarla.
¡Sam, te necesito!
Ella lo necesitaba y lo había tenido.
Tomando aliento, se subió a la cama. Seline cerró los ojos y respiró
profundamente. Tal vez los ángeles estaban equivocados.
Tal vez su lado demoníaco no se había ido, todavía no.
Por favor, no todavía.
Sam… Sam está allí.
Dejó su mente a la deriva y empujó fuerte para sacar el poder que no
quería manifestarse. Ella nunca había podido ponerse en contacto con alguien
a ese tipo de distancia antes, ni siquiera sabía a cuán maldita distancia estaba.
Pero ella nunca había estado tan desesperada antes, tampoco.
Buscó en su alma, tomó el poder que todavía podía sentir, débil, pero
no.
Su corazón se desgarró en dos, pero empujó y empujó…
Sam da un paseo conmigo.
En sueños.
vuelta y echó a su estúpido hermano a un lado. Esta vez, Az cayó de pie, y sus
huesos permanecieron en su mayoría en su lugar.
— No puedes matarlos, — gritó Az.
Las cejas de Sam se levantaron.
— ¿Desde cuándo te importa?
— ¡Desde que caí! — Az pasó una mano por su pelo. — ¡Esto no es
justo! ¡Maldita sea, no puedes!
El fuego no había tocado a nadie. Todavía no.
— Él podría, — dijo otra voz, esta vez fuerte y profunda, que venía
desde las sombras cerca de él, — pero no lo hará.
Una expresión de “¡oh mierda!” cruzó el rostro de Az, y Sam supo que
su hermano también reconoció esa voz.
Era la voz que más se escuchaba en sus pesadillas porque este ángel no
estaba allí para consolarte. No estaba allí para darte un mensaje. Ni para
guardarte o protegerte de los monstruos en el mundo.
Uriel era el líder de los ángeles del castigo. Si las historias eran ciertas,
una vez había estado a la diestra de Dios, pero un par de siglos atrás, había
sido puesto a cargo de los ángeles oscuros. Lo que vino después sólo era lo
peor de lo peor, y sus castigos habían sido conocidos por hacer al diablo llorar
de envidia.
Sus alas se plegaron detrás de él cuando Uriel salió de la oscuridad.
Miró a Sam, y él negó con la cabeza.
— Sammael, recoge tu fuego.
El fuego azotaba por las calles, serpenteando largo y duro, elevándose
alto, tan alto. No había tocado la carne de cualquier persona, pero podría
hacerlo, todo lo que necesitaba era un pensamiento y se inflamaría.
— ¿Es esto lo que ella querría que hicieras? — preguntó Uriel.
En un instante, Sam tenía al bastardo sujeto de su camiseta negra. ¿Y
desde cuándo Uriel llevaba una camiseta rota y pantalones vaqueros?
— ¿La has visto?
Uriel asintió.
— Ella es una de los míos.
— No, — gruñó Sam, ahogándose con rabia. — Ella es mía.
Az se acercó a ellos.
— ¿Hablas en serio? ¿Seline es... un ángel?
Uriel no parecía particularmente preocupado por el fuego o el férreo
control que Sam tenía sobre él. Pero, ¿cuál era la novedad? Uriel nunca estaba
preocupado. Es por eso que era tan bueno en su trabajo.
Y los ángeles del castigo que no eran tan buenos en ello terminaban
como Rogziel.
— A veces los ángeles caminan sobre la tierra. Errores son cometidos.
Tienen que ser... llamados a casa. — Uriel inclinó la cabeza hacia Sam. —
Gracias por hacerte cargo de Rogziel. Se había convertido en una molestia.
¿Qué carajo?
— Cuida de tu propia basura la próxima vez.
— Esa no es la forma en que funciona.
— ¿Cómo lo sabes? — disparó Sam de vuelta. — ¿Alguna vez te has
tomado la molestia de preguntar?
Los ojos oscuros de Uriel se entrecerraron.
— Rogziel recibió su castigo.
— ¡Sí, pero no gracias a ti! — Sam dejó caer su dominio sobre el ángel.
— ¿Qué? ¿Quieres que yo haga el trabajo sucio por ti? Y yo que pensaba que
disfrutabas impartiendo el castigo.
Había esperado que sus palabras rompieran la fachada helada de Uriel.
No funcionó. Debido a que no era una fachada. Así era Uriel.
— Ya conoces las reglas, — dijo Uriel. — Ningún ángel puede matar a
otro. No sin ganarse la condenación. — Él sacudió su camiseta. — No sólo
queríamos que Rogziel sufriera, queríamos que lo destruyeras.
Y así había sido.
— ¿Y los Caídos que ha tomado a lo largo del camino?
— Los Caídos eran los únicos que realmente tenían la oportunidad de
luchar contra él.
Ah, cierto. Desde que habían caído y habían perdido sus alas, no eran
exactamente angelicales por más tiempo, así que toda esa regla sobre un ángel
matando a otro no estaba técnicamente en juego. Los ángeles no habían
aprendido solamente a torcer la verdad a través de los siglos. Habían
aprendido a torcer el mundo entero.
— Desafortunadamente, — dijo Uriel con un suspiro, — el primer
Caído de los pocos que encontró, no era lo suficientemente fuerte como para
el trabajo.
— Muy lamentable, — se hizo eco Az, pero había emoción en su voz.
Ahora que el chico estaba en la tierra, estaba seguramente adquiriendo las
costumbres humanas rápidamente.
Me gusta más así. Az no era tan imbécil.
— Pero el trabajo está hecho. — Uriel apuntó con su mirada de nuevo a
Sam. — Es el momento para que puedas seguir adelante.
No.
— Quiero ver a Seline.
Uriel frunció el ceño.
— ¿Y yo hago lo que tú quieres, porque...?
— Porque si no lo haces, voy a incendiar por completo toda esta maldita
ciudad. — Él sonrió, mostrando muchos dientes. — No tengo nada que perder.
Voy a quemar, voy a pelear. — Sacó la botella que todavía estaba manchada
con la sangre de un ángel. — Y voy a matar.
La mirada de Uriel bajó al arma.
— ¿Realmente me estás amenazando a mí? — Había emoción en su voz
y en su rostro. Shock.
— Maté a un ángel. — Sam se encogió de hombros, y luego tiró la
botella que había recibido de Mateo. Brujo sabelotodo. El chico, sin duda, lo
había visto venir. No era de extrañar que se hubiese asegurado de que Sam
tuviera una gran reserva de ese polvo de contención. La botella explotó, y el
humo blanco surgió alrededor de Uriel, atrapándolo como había atrapado a
Rogziel. — ¿Cuánto más difícil puede ser matar a otro?
La mandíbula de Uriel cayó. Golpeó las manos contra la pared invisible
que le mantenía en su lugar.
— Yo no creo que él lo viera venir, — murmuró Az.
— Ángeles... — Sam negó con la cabeza. — A veces, son demasiado
malditamente arrogantes. Sólo porque están muy arriba en la cadena
alimentaria no quiere decir que no puedan todavía ser comidos.
Uriel gritaba, no, rugía, y sus alas se estrellaron contra su cristalina
prisión.
— Cuando te calmes, — El área estaba desierta. Los Otros,
inteligentemente habían huido, — vamos a hablar, y entonces tú me traerás a
Seline. — Sam se encogió de hombros. — O te cortaré las alas.
Seline estaba caminando a través de una nube de, bueno, de una nube.
Todo era hermoso. Precioso. Pero... sólo había otros ángeles alrededor, y no
eran exactamente habladores.
No había seres humanos. No había cambiaformas. No había brujas.
Delia le había dicho que cuando esos seres morían, iban mucho más allá de las
puertas. Sí, había habido un poco de nostalgia en las palabras de Delia. Por
eso, cuando la mayoría de la gente moría, obtenían un paraíso con su brillante
felices para siempre. Pero los ángeles tenían...
— ¡Tienes que venir conmigo!
Seline se giró. Bueno, vaya, las alas de Delia estaban todas erizadas.
— ¿Qué va mal?
— Sammael.
El corazón le golpeó en el pecho.
— ¿Le ha sucedido algo?
Delia miró a su alrededor, la mujer parecía preocupada. No era nada
bueno. Delia no se preocupaba.
— Si tú no lo detienes, algo muy malo va a suceder.
— Entonces, ¿por qué estamos aquí de pie? — gritó Seline mientras sus
propias plumas se erizaban. — ¡Llévame con él!
Delia le agarró la mano y tiró de ella fuera de la nube. Cayeron rápido y
duro hacia la tierra. Las nubes azotaban a su alrededor, y Seline podía
distinguir un mar de color azul y la densa oscuridad de la tierra y…
— ¡Usa tus alas!
Oh, mierda, claro. Seline comenzó a aletear.
Delia no le soltó la mano. La mujer voló hacia adelante, no hacia abajo,
y Seline luchaba por mantenerse a la par con ella.
El aire era frío en su rostro. Sentía como las gotas de lluvia le picaban la
piel. Más rápido, más rápido. Su entorno se volvió borroso. Perdió la noción
del tiempo.
Y entonces...
Oscuridad.
Sus pies tocaron el suelo.
— ¿Seline?
Roto, áspero, Sam. Sus ojos se abrieron. Él estaba allí. Alto, fuerte, pero
con las mejillas hundidas y los ojos salvajes, sombríos. El dolor grabado en las
líneas profundas de su rostro.
Corrió hacia él, y oyó a alguien, ¿Az?, murmurar: — Alas...— desde
algún lugar. No podía ver desde dónde, porque no podía apartar la mirada de
Sam.
Sus dedos temblaron cuando ella tocó la cara de Sam.
— Soñé contigo, — susurró.
Ella trató de sonreír. No podía.
— Y yo soñé contigo. — Su corazón latía tan rápidamente que dolía.
— Traté de salvarte. — Él sonó brusco, desgarrado.
Ella se echó hacia atrás el recuerdo del miedo y el dolor, y de sus ojos
en los de ella.
Miedo, enojo. Desesperación.
Seline se puso de puntillas y lo besó. Esto no era un sueño, era real
ahora, y ella necesitaba sentir su boca contra la de ella.
Sus dedos rozaron sus alas, y un escalofrío patinó por su cuerpo.
— Ella está aquí, ahora me dejarás salir, — gruñó Uriel.
Manteniendo los dedos de Seline entrelazados con los suyos, Sam dio
un paso atrás. Le dio una patada al polvo blanco que rodeaba a Uriel.
— ¿Qué es esto? — exigió Uriel. — Nada debería tener el poder de
retenernos, nada.
— Podemos hacerlo entre nosotros. Nuestras propias fuerzas pueden
bloquearnos. — Sam exhaló lentamente. — El polvo se hace de alas de ángel.
¿Qué diablos crees que sucede con las alas cuando caemos? Se queman, se
transforman en cenizas y en polvo, pero mantienen el resplandor de nuestro
poder.
Seline apretó los dedos alrededor de los suyos.
Sam la miró fijamente.
— Quisiera que fueras libre.
Y ella también lo deseaba...
— ¿Eres feliz? — le preguntó con su mirada enlazada en la suya. —
Dímelo, y me iré.
Los ángeles no tenían que mentir. Estaba aprendiendo las reglas, pero
no encajaba en absoluto.
— Te extraño.
Ella lo vio estremecerse. Luego inhalar.
— Cariño, hueles a rosas.
El aroma de los ángeles. Ya no el de ella, no más.
— Rosas y paraíso. — Apretó sus labios. — Echo de menos el jazmín.
Una cosa tan simple, pequeña. Ella había usado loción corporal de
jazmín, antes.
Ni siquiera me di cuenta de que lo había notado.
Seline sentía como si se estuviera rompiendo. Quería agarrarlo y
aferrarse a él tan fuerte como pudiera. Sólo necesitaba saber…
— Te amo, — le dijo él, las palabras retumbando como un gruñido. Eso
era lo que necesitaba. La atrajo más cerca. — Te amo. Tú llegaste a mí, Seline,
y no puedo… no puedo dejarte ir.
— No es una opción, — dijo la fría voz de Uriel. La tierra temblaba
bajo sus pies cuando Uriel se liberó de su contención. — Has ido demasiado
lejos hoy, Sammael. Nadie se atreve a encarcelarme.
Pero Sam no parecía asustado. Debería haberlo estado. Sólo se rió y no
miró al poderoso ángel de castigo.
— Por Seline, me atrevería a hacer todo.
La tierra se desgarró. Un humo se encendió, y un olor fuerte del azufre
llenó el aire. Seline no tenía necesidad de oír los pesados gruñidos para saber
lo que iba a venir.
— Hora de tu castigo, Sammael. — Uriel se dirigió hacia la abertura
que había hecho en la tierra. — Has hecho un trato con un espíritu de
encrucijadas, un acuerdo que me aseguraré de que mantengas, incluso si él no
lo hace.
Seline vio las garras primero, y se estremeció. Su cuello parecía palpitar
y sus gritos querían estallar en su garganta al recordar la muerte.
Sam la empujó detrás de él.
— Está bien. Te lo juro, no voy a dejar que te toque. Te lo juro.
— Sammael. — La voz de Uriel retumbó. — ¡La presa es Sammael!
El sabueso saltó desde el suelo y se lanzó directamente a Sammael.
Seline gritó. Az saltó desde las sombras.
Y Sam agarró a la bestia y le rompió el cuello en un rápido giro. El
sabueso se desplomó en el suelo.
— Bueno, bueno... — Uriel negó con la cabeza. — Sabes que no va a
ser tan fácil.
Cabello negro y espeso cubría el cuerpo del sabueso, y un mechón
blanco largo birlado a través de su ojo derecho.
Seline miró a la bestia y parpadeó, sorprendida. Espera, ese era…
Mi sabueso.
¿Uriel se había atrevido a levantar a su perro para venir detrás de
Sam? El bastardo. Sus alas se tensaron, luego se estiraron detrás de ella.
Los huesos rotos se reacomodaron bruscamente, y el sabueso meneó su
cuello lentamente. Luego inclinó la cabeza hacia atrás, y Seline pudo ver sus
dientes afilados que brillaban.
— No te preocupes, Seline, — le dijo Uriel en voz baja, — tu sabueso
conseguirá tu venganza.
No, no, no lo haría.
— ¡No quiero venganza contra Sam! — Claro, lo de que Rogziel
sufriera una muerte muy dolorosa estuvo en la parte superior de su lista de
tareas pendientes, ¿pero Sam? No. Él había luchado por salvarla. No debería
sufrir.
Todavía podía oír sus gritos atormentados en su mente. Había estado tan
desesperado por salvarla.
El sabueso se lanzó. Sus dientes se hundieron en el brazo de Sam.
Sam no emitió ningún sonido.
— No se puede matar a un sabueso del infierno, — dijo Uriel, y para
alguien sin emociones, las palabras sonaron como una burla.
— Podemos, seguro como el infierno, reducir a esa cosa. — Ahora se
trataba de Azrael. Tenía un cuchillo en la mano. Saltó hacia adelante y empujó
el cuchillo en el costado del sabueso.
El aullido de la bestia... la lastimó.
Seline quedó sin aliento. Vio la mirada del sabueso de regreso a ella.
Parecía perdido, confundido.
— Sammael, — espetó Uriel.
Seline trató de empujar hacia el sabueso.
Sam la bloqueó y se volvió para enfrentarse a la bestia. El sabueso le
arañó. Tajos profundos cortaban su pecho. Las garras se acercaron demasiado
a su corazón.
Seline empujó a Sam fuera de su camino y, vaya, Sam se precipitó en el
aire. Supuso que ser un ángel de castigo venía con un bono de fuerza.
El sabueso se quedó mirándola con la boca abierta, los mortales
colmillos goteando sangre, y le llevó a Seline toda su fuerza de voluntad no
dar la vuelta y correr.
Garras en mi garganta. Dientes rebanando. Excavando en mi carne.
¡Sam! ¡Sam!
Sam se puso de pie. Corrió hacia el sabueso. El sabueso clavó sus garras
en el suelo y se dispuso a saltar sobre su Caído.
— ¡Alto! — rugió.
Todo el mundo se quedó helado. Todo el mundo, incluso Uriel.
La cabeza del sabueso se volvió hacia ella. Seline se dirigió a la bestia,
un paso lento a la vez. Le tendió la mano, y sus dedos temblaban sólo un poco.
— Tranquilo. — Por favor no me comas. He estado allí, me han hecho eso, y
no quiero volver a pasarlo.
El sabueso bajó la cabeza y se quejó.
Este sabueso era más pequeño que el que había, ah, matado. Cicatrices
profundas marcaban su cuerpo. Tantas heridas. Tantas muertes.
¿Era un sabueso malvado? ¿O tal vez lo era el amo del sabueso?
Al igual que un pitbull. Entrenado para atacar. Pero tal vez, tal vez, la
bestia podría ser más.
— Protégelo. — Las palabras brotaron más fuerte de lo que había
previsto. Seline levantó su mano y sus dedos no temblaron más. — Protege a
Sammael, — le ordenó a su perro. No sería una presa. — Protégelo... siempre.
La cabeza del sabueso giró entre ella y Sam.
— No es la presa. No él, — dijo.
El perro se inclinó hacia adelante y lamió sus dedos.
Él no era una presa, y tú eres más que un monstruo.
— Bien, — murmuró. Porque había algo bueno en el sabueso, podía
sentirlo, luchando contra la oscuridad que parecía envolver tan fuertemente la
bestia.
En ese momento, el perro casi le recordaba a... Sam.
Sam, quien la miraba con esos ojos que amaba. Oscuros, no azul como
los de un ángel, porque la oscuridad se arremolinaba demasiado fuerte en él.
Siempre lo haría.
— ¡No puedes hacer esto! — Uriel llegó su lado y apenas miró al
sabueso. — Sammael debe ser castigado por lo que hizo.
Un rayo destelló del cielo, y este golpeó justo a los pies de Uriel. El olor
a azufre quemado explotó en la nariz Seline.
Una emoción real apareció en el rostro de Uriel entonces. Miedo.
— Creo que alguien está meando fuera del piso del jefe arriba, — dijo
Sam con su acento burlón. — Porque ese rayo seguro que no estaba dirigido a
mí.
Con los ojos muy abiertos, Uriel retrocedió.
— Un día, Sammael, serás castigado.
El lado derecho de la boca de Sam enganchó en una sonrisa triste
mientras miraba Seline.
— Ya lo he sido. He perdido lo único que hizo que esta vida valiera la
pena.
Pero él no la había perdido. Ella estaba de pie allí.
— Puedo quedarme contigo, — le dijo. No le importaba lo que Uriel
pudiera hacer. Sam estaba delante de ella. Le importaba. Sus manos
acariciaron al sabueso. Su piel era casi suave, una vez que superabas su
apariencia.
Los labios de Sam se abrieron, como si quisiera hablar, pero luego negó
con la cabeza.
— Sam, me puedo quedar. — Ella lo sabía. Otros ángeles habían caído.
Él había caído. Podía hacerlo, también. — Podemos estar juntos. — Él había
dicho que la amaba. Podrían tener un para siempre.
Apretó la mandíbula, y después de un momento, habló. — No sabes lo
que es eso. El dolor... No voy a pedirte que sufras por mí. No puedo. Nunca
por mí, ¿entiendes? Nunca.
— Ella ya ha muerto por ti una vez, — dijo Uriel, mientras agitaba sus
alas y comenzaba a elevarse en el aire. — ¿Qué es un pequeño viaje al
infierno entre amantes?
— ¡No! — gruñó Sam. — ¡Ella no va a sufrir más!
Seline sintió un tirón entonces, como una energía que se envolvía
alrededor de ella y la elevaba al cielo. Ella luchó, desesperada por quedarse
con Sam, pero no podía liberarse de esa atracción extraña.
— ¡No caigas por mí! — le gritó, con el rostro rígido. — ¡Maldita sea,
voy a encontrar otra manera! ¡Puedo conseguir la redención! ¡Puedo ir a ti!
¡No caigas por mí!
— Él nunca conseguirá la redención... — Parecía que la suave voz de
Uriel susurrara en su oído derecho, a pesar de que estaba a más de un metro y
medio de distancia de ella. — Algunos pecados no pueden ser perdonados.
Las lágrimas le escocían los ojos. Ella aún estaba elevándose, arrastrada
por una fuerza que no podía parar. Sam.
Su ardiente mirada negra la siguió. — ¡Voy a encontrar una manera,
Seline! ¡No caigas, promételo! ¡No lo hagas!
Luego se levantó muy alto, y ella ya no pudo ver ni oírle por más
tiempo.
— Él va a ir al infierno.
Seline levantó la vista al oír la voz de Delia. El ángel se acercó a ella,
sus pasos suaves sobre el suelo de mármol reluciente.
— Sam se reunió con Uriel otra vez, — le dijo Delia. — Sólo que esta
vez, Sam no lo inmovilizó.
Probablemente porque Uriel no se había acercado lo suficiente como
para que lo hiciera. Ella pensó que el gran jefe había aprendido de su error.
Un suave suspiro aliviado salió de los labios de Delia.
— Sam quiere ganar la redención. — La cabeza de Delia se inclinó
mientras miraba Seline. — Por… ti. Quiere volver a casa, y es todo gracias a
ti, ¿no es así?
Seline no habló. Infierno. No quería a Sam en el infierno.
— Uriel le arrancó la piel de la espalda. — Delia susurró. — Fue el
primer paso en el castigo de Sammael.
Su respiración salió mientras el terror la llenaba.
— ¿Por qué?
— Porque ahí es donde las alas estaban antes, por lo que la carne es más
sensible al placer o al dolor. Uriel quería que Sam sintiera el máximo dolor.
Su estómago se apretó. — No. — Se mordió el labio. Dolor máximo. —
¿Por qué Uriel quiere hacerle daño de esa manera?
— Ellos son viejos enemigos. — Delia se encogió de hombros. — Y
Uriel no disfrutó exactamente del hecho de que Sam fuera capaz de atraparlo.
Ahora todo el mundo sabe que el gran castigador estuvo a punto de morir por
la mano de un caído.
— Así que tomó su libra de carne. — No, Sammael había sacrificado su
carne, por ella. Seline tragó, tratando de tragar el nudo en la garganta. — ¿Qué
hay en el infierno?
— Lo verás muy pronto.
¿Era eso una amenaza? No había esperado una de Delia. Tal vez
debería haberlo hecho.
Los hombros de Delia hicieron una reverencia.
— Es parte de nuestro deber. Podemos viajar entre la tierra, el cielo y el
infierno. Vamos a donde nos lleva el castigo.
— ¿Así que voy a ser capaz de ver a Sam? — Sí, eso lo que esperaba.
— Verlo, — convino Delia, pero negó con la cabeza mientras decía: —
No hablar con él, no... tocarlo, mientras su sentencia no haya terminado.
— ¿Por cuánto tiempo durará su sentencia? — No le gustaba este plan.
No, en absoluto. Sus manos en un puño.
— Para su redención, Sammael tendrá que estar un millar de años en el
infierno.
Seline saltó sobre sus pies.
— ¿Qué?
Delia le devolvió la mirada.
— Ningún ángel ha regresado al cielo después de elegir a caer.
Sammael podría ser utilizado como un ejemplo.
— ¿Quién decidió eso, Uriel? Es un…
— Todavía vas a estar viva cuando la sentencia de Sammael esté hecha.
Él puede volver aquí, para ti.
Después de mil años en el infierno. Ella parpadeó para aclararse la
mirada borrosa.
— ¿Qué va a pasar con él allí?
— Tortura. Dolor. Pesadilla que no se detendrán.
Ya había tenido suficiente de eso.
— No merece ese castigo.
Las alas de Delia se agitaron un poco.
— En realidad no es un castigo. Es su elección. Está negociando el
tiempo que pasa en el infierno, el tiempo de agonía, con sus alas.
Sus manos se apretaron. Lo siento, Sam.
— No voy a dejar que lo haga. — Corrió hacia las puertas que no
estaban enrejadas ahora. No lo habían sido desde que había visitado el reino
de los mortales y visto Sam. ¡No te dejes caer por mí! Todavía podía oír su
voz, pero Seline estaba ignorando esas palabras.
— No sabes lo que es, ¿verdad? — llamó la voz de Delia detrás de ella.
— La caída, quiero decir.
Seline miró hacia atrás. — No, no lo sé, y no me importa. Iré de nuevo a
él. Él no va a quemarse. No va a sufrir por mí. No por mil malditos años.
— Hay una razón por la que te dijo que no cayeras.
¿Y cómo sabía eso Delia? Había pensado que el ángel había
desaparecido después de dejarla junto a Sam.
Los labios del ángel se elevaron, sólo por un momento. Casi una
sonrisa.
— Se corrió la voz. Había ojos viendo de los que no sabías nada, y
cuando Uriel fue inmovilizado... bueno, seguro eso era algo que querían ver
desde aquí.
— Tengo que estar con Sam, — dijo en voz baja Seline. — Cuando
estoy lejos de él, me duele.
— Te va a doler más si caes. — Delia no se movió hacia ella. — Tus
alas se quemarán y será un dolor diferente a cualquier cosa que hayas sentido
antes. — Sus labios se apretaron. — O al menos eso me han dicho.
— No tengo miedo del dolor. — Un sabueso del infierno le había
arrancado la garganta. Así que ¿qué se suponía que le haría un poco de fuego?
Si recordaba correctamente, una gigantesca bola de fuego la había rodeado
justo antes de que ella hubiese despertado en el cielo.
— No es por el dolor por lo que necesitas preocuparte.
Bien, ahora eso sonó un poco asustadizo. ¿Qué se suponía que tenía que
temer si no al dolor?
— Mira, yo no estoy hecha para ser un ángel. Simplemente no puedo.
— Tú sientes demasiado. Lo puedo ver. Todos podemos. Pero realmente
creemos que cuanto más tiempo estés aquí, menos... sufrirás.
Así que, dentro de mil años, cuando Sam estuviera volando con sus alas
de nuevo, ¿a ella ni siquiera le importaría?
— Me voy a casa. — A su verdadero hogar. El único que jamás había
tenido. Sam. Estaba en casa con él. Amor. Seguridad.
Suyo.
Seline se dio la vuelta, y sus manos empujaron contra las puertas.
Pero Delia seguía hablando. Ella advirtió:
— No vas a tener recuerdos. No de los cielos. No de Sam. No de la vida
que tenías antes. Todo será borrado con la caída.
Az no sabía quién era al principio, tampoco.
— La memoria de Az regresó. También lo hizo la de Sam.
Una pausa, luego Delia dijo:
— Con tal que sigas con vida, que los Otros allá afuera, desesperados
por sangre de ángel no te maten y drenen, entonces tu memoria va a volver.
Con el tiempo. Pero esa parte final es diferente para cada ángel. Podrían pasar
meses. Años. Vas a caminar por la tierra, pero sola, herida, pensando que no
tienes a nadie.
Así o ella caminaría sola por unos pocos años o Sam sufriría durante
milenios. Um... no era una elección difícil.
— ¿Por qué? — La voz de Delia era desigual, y Seline sabía que el
ángel se dio cuenta de que no cambiaría de opinión.
Seline empujó con todas sus fuerzas, y las puertas volaron
completamente abiertas. La luz se apoderó de ella.
— Porque lo amo.
Un soplo agudo.
— Eso es lo que dijo Erina.
Ahora ella arriesgó una última mirada por encima del hombro.
— Supongo que soy como ella. — Mucho más de lo que pensaba.
Entonces Seline inclinó la cabeza hacia atrás y sintió la cálida luz en su carne.
— Estoy lista para ir a casa. — Estoy lista para caer.
No por castigo. No porque hubiera pecado. Pero debido a que amaba.
Todo lo que tienes que hacer es pedir ayuda.
Sus ojos se cerraron.
— Por favor, — susurró Seline, y supo que sería escuchada, — quiero
caer.
El viento en los oídos. El suelo bajo sus pies desapareció. Su cuerpo se
desplomó. Rápido, más rápido...
El dolor vendría, lo sabía, pero en ese momento, lo único que podía
pensar era:
Sam.
Seline caminó lentamente hacia la puerta de entrada de color rojo oscuro. Los
demonios estaban posicionados en las puertas, porteros con un glamour que
ocultaba su verdadera identidad.
Ella podía ver a través de ese glamour.
Hace dos meses, cuando había visto a su primer demonio, Seline había
pensado que estaba loca. Había huido de él, mientras él le gritaba: — ¡Si
regreso sin ti, Sam me va a matar!
Sam.
Un nombre que ella conocía... ahora. No lo conocía entonces, y se había
sentido aterrorizada de que ese tal “Sam” la localizara.
Seline se abrió paso entre la multitud que esperaba ansiosamente por un
lugar dentro del Sunrise, y se dirigió a las puertas rojas. Los gorilas la
miraron. Sus ojos se abrieron cuando la vieron.
— ¿Eres tú, mierda, eres tú...? — le dijo el de cabeza calva y tatuajes de
serpientes.
Seline se limitó a asentir antes de que pudiera terminar de hablar.
— ¿Está aquí?
El portero abrió la otra puerta.
— Sí.
Dejó que sus ojos parpadean en negro.
— Bien. — Todo su poder estaba de regreso ahora. Bueno, malo, e
intermedio.
Supongo que no pudieron matar totalmente mi lado oscuro. Tal vez este
hecho debería asustarla. No lo hizo.
A ella más bien le gustaba su lado oscuro. Sin él, probablemente no
habría sobrevivido a los últimos meses.
Mientras caminaba dentro del Sunrise, los humanos murmuraban tras
ella, sin entender por qué había conseguido su pase libre. Peor para ellos.
Cuerpos llenaban el interior de la barra. Bailarinas retorciéndose y
ondulado en el escenario. Y en jaulas... ah, las jaulas eran nuevas. Ellas le
recordaban a... bueno, una noche muy dolorosa.
Su mirada buscó en el club.
Ahí. Rodeado de sus demonios. Sam estaba cerca de la barra, alto,
fuerte, pero su perfil parecía más demacrado. Las arrugas de su rostro parecían
más profundas.
Sammael.
Mientras miraba, su puño se estrelló en la barra superior e hizo añicos la
superficie del espejo.
— ¡No quiero sus malditas excusas! ¡La quiero!
Seline se adelantó. Con cada paso que daba, su corazón se aceleraba
más rápido. Tan rápido que pensaba que la cosa iba a arrancar de su pecho.
Entonces, Sam miró en el espejo. Captó su reflejo. Lo vio negar con la
cabeza, como si negara lo que estaba viendo.
Ella sonrió.
— Hola, Sam.
Él se dio la vuelta.
— ¡Seline!
Antes de que pudiera respirar, él la tenía en sus brazos. Su boca se
aplastó sobre la de ella y, oh, eso era lo que ella quería, lo que ella recordaba
de esos sueños febriles que no la dejaban en paz.
Sueños que estaba segura que había estado compartiendo con él.
Los dedos de él la sujetaron con tanta fuerza que Seline sabía que le
iban a salir contusiones, pero no le importaba. Ella lo abrazaba tan fuerte. No
lo dejes ir.
La lengua de él se metió en su boca. Ella se puso de puntillas y apretó
su cuerpo contra el suyo. Más, más. . . ella lo necesitaba.
Los sueños se habían iniciado hacía un mes. Primero se había asustado a
muerte, descolocándola.
Había visto a un hombre alto y moreno. Sus ojos eran de tono negro
como la boca de un lobo. Él la había mirado con tal ansia que había temblado.
Había llegado a ella. Tomado su mano. Besó su palma y dicho: — Necesito
más que sueños, Seline. Vuelve a mí.
Entonces ella comenzó a encontrar su camino a casa.
Su cabeza se levantó, lentamente, y ella inmediatamente se perdió en su
toque.
— ¿Eres real? — preguntó él con voz ronca. — ¿No eres otro sueño?
— No, soy real. — Ella había ensayado su discurso cientos de veces,
pero ahora no estaba segura de lo que debía decirle.
Cuatro meses. Le había tomado tanto tiempo encontrar su camino de
regreso a él.
¿Qué eran cuatro meses en comparación con un millar de años?
Él la besó de nuevo. Había tanta necesidad en su toque. Un hambre
desesperada. Su sexo se humedeció al instante.
— Tú caíste, — gruñó él contra su boca. — Maldita sea, Seline, yo no
valía la caída. Deberías haberme dejado tomar el dolor. Iba a encontrarte.
Habría…
Ella puso sus dedos sobre su boca. — Tú vales la pena. — Ella no iba a
lamentar cualquier elección que había hecho.
Él le agarró la mano y la condujo fuera de la barra. Ella vio la expresión
de asombro de Cole dar paso a una sonrisa rápida.
— Malditamente a tiempo, — dijo el demonio.
Sí, lo estaba.
Los gorilas cerca de la sala privada tropezaron en su prisa por abrir la
puerta para ellos. Sam tiró de ella al interior. La puerta se cerró de golpe detrás
de ellos…
Entonces él estaba con ella. La apretó contra la pared, enjaulándola con
sus manos y su boca tomó la suya. Los labios, la lengua. Salvaje,
consumiéndola, el hambre quemaba demasiado ardiente, y sólo podía jadear
contra su boca y aguantar.
Su poder sensual llenó la habitación. Tanto deseo. Todo por ella.
— No me vuelvas a dejar nuevamente. — Él subió la falda. —
Promételo.
— Trata de mantenerme lejos. — Tenía las manos en la parte delantera
de sus pantalones. Desabrochó el botón, deslizó la cremallera. — Inténtalo.
Tiró las bragas lejos y los arrojó al suelo. Entonces él la levantó
deteniéndose sólo el tiempo suficiente para decir:
— No va a ser fácil. No esta vez. He estado muriendo de hambre por ti.
Sammael. Su Sammael.
— ¿Cuándo he querido algo fácil?
Se echó a reír, y luego se quedó inmóvil, mirándola con los ojos
perdidos en ella.
— Te extrañé.
Esa confesión entrecortada la dejó sin aliento.
Luego la levantó por sus caderas, sosteniéndola con manos fuertes y
cálidas, y la amplia cabeza de su polla empujó entre sus piernas.
Su mirada mantuvo la de ella mientras empujaba profundamente en un
movimiento largo y duro.
Sus piernas se envolvieron alrededor de él, y se arqueó hacia él.
Sintió que su control se hacía añicos. Él comenzó a empujar, a bombear,
en una impulsión febril. Demasiado rápido y salvaje. No, sólo lo
suficientemente rápido y salvaje. Tenía la boca sobre la de ella. Su mano sobre
su pecho, deslizando su polla directa sobre la carne sensible de su sexo. Era
perfecto. Era…
Duro. Profundo. Rudo.
Ella se vino.
La explosión de placer osciló a través de ella. Él no dejó de empujar.
Una y otra vez, y un segundo orgasmo se construyó en su interior. El aire
crujía a su alrededor. Tomó dentro de sí la energía. La tomó, la utilizó, y la
envió de vuelta a Sam.
La segunda vez que se vino, él lo hizo con ella.
Su orgasmo bombeó en ella, y Seline lamió su cuello. Lamió, y
entonces mordió.
No fue fácil.
El trueno de su corazón sacudió su pecho. Ella no quería moverse.
Finalmente, estaba a salvo.
Justo donde ella quería estar.
En su hogar.
Seline cerró los ojos y escuchó sus fuertes latidos.
— Yo también te extrañé, — susurró.
Sam se puso rígido. — Seline.
Bueno, sí, habían cubierto eso.
Él se tambaleó hacia atrás y se ajustó las ropas. Seline empujó hacia
abajo su falda, nerviosa una vez más ahora que el calor de su pasión se había
enfriado, y él estaba retrocediendo. ¿Alejándose? ¿Desde cuándo Sam se
alejaba después del sexo? El deseo siempre había sido la parte fácil para ellos.
Las emociones... esas eran otra historia.
Pero Sam la cogió de nuevo. La abrazó con fuerza, y parecieron caer en
la silla de cuero negro más cercana.
— ¿Estás segura de que no eres un sueño?
Ella negó con la cabeza.
Su aliento salió en un suspiro de alivio.
— Tengo demonios y cambiaformas buscándote... están por todas partes
del mundo. No sabía dónde mirar, no sabía dónde caerías.
— En Colorado, — susurró. Menos mal que había sido en una época
calurosa del año o se hubiera congelado el culo desnudo apagado.
Tragó saliva, y vio la lenta sacudida de su nuez de Adán.
— No quería que sufras más.
— Y yo quería mi libertad.
Él parpadeó y pareció sorprendido. ¿Por qué? ¿Él no entendía?
— No era libre allí, Sam. Yo no podía respirar. Los ángeles no parecían
sentir nada. — Parecían. Ella había logrado vislumbrar, sin embargo, que las
cosas no eran como parecían.
— Ahora eres libre, — le dijo, aunque las palabras eran un gruñido. —
Puedes ir a dónde quieras. Hacer lo que quieras.
Rogziel ya no estaba detrás de ella, pero tenía otros enemigos.
— Hay personas que siempre estarán tras de mí. — Venganza. Con los
años, se había hecho un montón de enemigos que querían venganza.
— No, no tienes de que preocuparte. Están muertos.
Sus labios se abrieron con sorpresa.
— ¿Qué?
— Están muertos, o saben que si no quieren morir, deben mantenerse
lejos de ti. —Él echó hacia atrás su cabello. — Cuando caíste, no quise que
uno de ellos te encontrara antes que yo, así que me aseguré de que se corriera
la voz, estás a salvo. Siempre. —Sus labios se torcieron. — Además, ese era
el trato, ¿verdad?
El trato. Recordó una noche más. Mismo club. Distinto miedo.
— Mantengo mis tratos, — le dijo mientras su mirada buscó la de ella.
Sí, sabía que él lo hacía, no importaba qué mortales fueran esos
acuerdos.
— Tú me ayudaste a encontrar a mi hermano, y ahora, si quieres tu
libertad, no voy a detenerte.
Seline negó con la cabeza. — ¿Crees que me tomaría la molestia de
caer... de tener mis alas quemadas... sólo para poder caminar lejos de ti?
Él parpadeó. Entonces sus manos acariciaron su espalda. A través de su
blusa, ella podía sentir la ligera presión de los dedos sobre sus cicatrices. El
placer susurró sobre ella.
Oh, vaya.
Seline se lamió los labios.
— Supongo que estás en deuda, Caído.
Su boca se levantó en apenas la más leve sonrisa, y ella estuvo segura
de que sus ojos iluminaron.
— Parece que me dijiste eso antes.
— Bueno, sí, lo hice. Porque cada vez que me doy la vuelta, estás
debiéndome. —Trató de sonar arrogante y segura, pero sospechaba que él vio
sus intenciones.
— Te daré lo que quieras.
— Eso es seguro un tono diferente ahora. — Había tenido que luchar
para obtener un acuerdo antes.
— Yo soy diferente. Tú me hiciste así. — Sus dedos seguían trazando
sus cicatrices y pequeños escalofríos bordearon su cuerpo. — Dilo, y es tuyo.
Dime lo que quieres.
Bien. Olvidando el discurso qué había planeado. Seline decidió
simplemente decirle lo que había en su corazón.
— Te quiero. No por un día o unas semanas. Quiero quedarme contigo
para siempre.
Su aliento fue expulsado presurosamente.
— Me tienes. — Su boca tomó la de ella, y el deseo azotó por su
sangre. — Cariño, me has tenido desde el momento en que entraste en mis
sueños y las pesadillas se detuvieron.
Ah, ¿qué? Ella se apartó y frunció el ceño.
— Tú, tú pensabas que yo estaba tratando de matarte entonces.
— Sí. — Le sonrió. Una sonrisa real, que hizo que su corazón se siente
extraño.
Ella negó con la cabeza, todavía un poco confundida.
— ¿Pensaste que quería matarte, y todavía te…?
— Pensé que eras tan sexy como el pecado.
Él sabía acerca del pecado.
Un gruñido retumbó en la puerta, y entonces algo golpeó la madera lo
suficientemente fuerte como para enviar formar una larga grieta a lo largo del
marco.
Seline se tensó. Ese gruñido, oh, mierda, no otra vez… Conocía ese
profundo estruendo que sonaba como un trueno del infierno.
Infiernos.
— Déjalo esperar tanto tiempo como sea posible, — dijo Sam cuando
la levantó de su regazo.
— ¿Él? — Él no podía decir…
La puerta estaba temblando, porque algo la estaba golpeando muy, muy
fuerte.
— Um, sí, te conseguiste un perro macho. — Sin mostrar ningún miedo,
Sam se alejó. — Cuando regresaste arriba, me dejaste un regalo.
No, no lo había hecho. No deliberadamente, al menos.
Sam abrió la puerta.
Una masa gigante de pelaje negro corrió a través de la habitación. El
sabueso del infierno se apresuró hacia ella, gruñendo y, caramba, ¿era ese
gesto realmente aterrador algún tipo de sonrisa infernal? La bestia tenía la
lengua larga y negra colgando hacia fuera, y el perro que parecía estar
sonriéndole.
Seline le tendió la mano. El perro bajó la cabeza y se frotó contra sus
dedos. Ningún ataque. Simple... cálido. Bienvenido.
— ¿Cómo es que está todavía aquí?
Sam sonrió de nuevo. Oh, maldita sea, ese hombre era hermoso.
— Le dijiste que me protegiera. Y no lo enviaste de regreso.
No, pero…
— Así que ha estado aquí, conmigo, esperando por ti. — Sam se acercó
y rascó al sabueso del infierno detrás de las orejas. — En realidad, no es tan
malo, no una vez que llegas a conocerlo.
Seline miró a la bestia. Miró de nuevo hacia sus ojos de color rojo
sangre.
Dolor. Sangre. Muerte.
El perro gimió y la embistió suavemente con la cabeza.
— No quiere que tengas miedo, — dijo Sam en voz baja. — Y yo
tampoco. — Él cuadró los hombros.
— Dijiste que me querías.
El perro se tumbó en el suelo y levantó la mirada hacia ellos.
— Te quiero más que a nada ni a nadie en esta tierra, o más allá de ella,
— le dijo ella a Sam.
Bueno, esa charla dulce era exactamente lo que ella quería oír. Seline
soltó al perro y puso sus brazos alrededor de los hombros de Sam.
— Bien... porque eso es lo mismo que yo siento por ti.
Ella había cambiado sus alas por una vida como Caída. El cielo, el
infierno... todo lo demás... no importaba. El paraíso estaba exactamente frente
a ella.
Seline rió, por fin, por fin libre de su pasado, y agarró el futuro ante ella
con las dos manos.
Peligroso y oscuro... sí, por favor.
No quería una especie de caballero blanco. Ella quería a su amante con
la fiereza de sus ojos y el peligro a sus espaldas.
Y el sabueso del infierno a sus pies.
Seline besó a Sam y supo que el paraíso nunca había sabido tan bien.
Traducido por Rhyss
Corregido por Maia
Fin
Como un ángel de la
Muerte caído, Azrael está
condenado a caminar por la
tierra sólo, en busca de la
redención. Una noche,
mientras se pasea por las
calles de Nueva Orleans,
descubre a una mujer rodeada
de cambiaformas Pantera.
Incapaz de contener la
ira hirviendo en su interior, Az
convoca a sus oscuros poderes
y ataques, decidido a proteger
a esta mujer inocente de una
muerte segura.