LA UNIVERSIDAD

MORIBUNDA

Dr. Carlos Llanos Cifuentes

Dr. Carlos Llano Cifuentes


La declaración del rector Carpizo,
Fortaleza y debilidad de la
Universidad Nacional, en abril
de 1986, que tan larga cauda de
problemas y enfrentamientos ha
sucitado, en los últimos meses,
tanto para el bien como para
mal, y su ratificación en junio de
‘88 mediante El ser y el deber de
la Universidad Nacional, nos ha
planteado a todos cuestiones
definitivas en torno a la educación
en nuestro país. Por su parte, el
informe de Derek Bock, presidente
de Harvard University, respecto
del pasado año lectivo, nos indica
que no nos encontramos solos en
nuestros problemas ¿se trata de
problemas análogos?
Las agrupaciones de egresados
de la Universidad Nacional
Autónoma de Mexico (Químicos
farmacéuticos Biólogos, Médicos
Cirujanos y Odontólogos) han
editado muy oportunamente
el sobretiro de un artículo del
conocido intelectual y escritor
peruano Mario Vargas Llosa, que
fue publicado en varias series
por el diario Excélsior y recogido
en la revista Universidad de
México (volumen XXXIV, n. 8,
1980), “Reflexiones sobre una
moribunda”.
Para Vargas Llosa, pues, con el que
coincidimos en sus francos deseos
democráticos, pero discrepamos
en su visión no del todo cristiana
de la vida, la Universidad
Latinoamericana no se encuentra
simplemente en crisis, sino
literalmente moribunda. (Este
juicio se refiere a la Universidad
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LA UNIVERSIDAD MORIBUNDA
Nacional -Estatal- pues el caso
de las universidades privadas no
es idéntico; en ellas la crisis, o la
agonía, no aparece con la misma
naturaleza ni profundidad). La
crisis es la consecuencia de un
cambio de misión, de destino
institucional en la Universidad.
Nos ofrece un ejemplo claro:
“El profesor Darcy Ribero,
sociólogo brasileño, fundador
de la Universidad de Brasilia y
asesor durante algún tiempo
del régimen militar peruano, en
su libro La Universidad Peruana
(1974), define así la misión de la
Universidad: “...llevar adelante
el proceso revolucionario en
curso, anticipando dentro de la
Universidad las mismas formas
de estructuración social que ella
debe extender mañana a toda
sociedad “(p. 22). Esto es lo que el
profesor Ribero llama de Utopía
concreta.
LA MISIÓN DE LA
UNIVERSIDAD
Ante una afirmación de este estilo,
Mario Vargas Llosa, sin temores ya
de ser tachado como conservador,
asevera que “una universidad
deja de ser operante cuando
cesa de hacer aquello para lo
cual nació, y que ha seguido
haciendo hasta ahora en los
lugares (como Inglaterra...) en los
que, aunque se han modernizado
sus métodos, se ha conservado
su espíritu tradicional”; es
decir, la Universidad ha
seguido ejerciendo la vocación
que institucionalmente le
“Una
universidad
deja de ser
operante cuando
cesa de hacer
aquello para lo
cual nació”.
corresponde: “la preservación,
la creación y la transmisión
de la cultura”. Esta finalidad,
dice el intelectual peruano,
no es incompatible con la de
formar buenos profesionales,
o dinamiteros de la
sociedad burguesa o incluso
revolucionarios, “a condición de
que ello sea una consecuencia
de lo otro, un resultado
complementario, lateral, de
aquella vocación primera”. Si la
Universidad se concibe “en lo
que ella es: el lugar donde se
preserva, se forja y se transmite
la cultura”, ello quiere decir
estudiar, formarse y capacitarse
científicamente. Pues bien, “parte
de esa formación es adquirir una
conciencia cívica y… puede ser así
mismo, contraer un compromiso
político, una militancia. Pero
esto último solo debería ser
consecuencia, complemento de lo
primero, que es lo primordial”.
La reforma latinoamericana de
la Universidad perseguía criticar
una universidad que se aparta
de “su finalidad constitutiva
-preservar, crear y transmitir la
cultura- o que la cumple mal”.
Pero este interés originalmente
legítimo se tradujo luego en un
proceso eminentemente político:
“ser universitario era algo que
concedía más derechos que
deberes”, al punto que llegó a
considerarse que “los estudiantes
eran trabajadores explotados
y la Universidad la empresa
explotadora”. Se trataba, pues,
como en toda la sociedad, de
reivindicar los derechos del
trabajador.
REIVINDICACIONES
DEMAGÓGICAS
Vargas Llosa alude con agudeza a
algunas de estas reivindicaciones.
Por ejemplo, la asistencia Libre,
que tenía sentido si buscaba
proteger al estudiante pobre,
que no podía acudir a clase
por exigencias de su trabajo.
Se trataba de un remedio con
un alto coeficiente de riesgo,
pues no terminó suprimiendo
la pobreza sino ofreciendo
coartadas para la pereza de quien
él mismo denomina irónicamente
el estudiante fantasma. El
profesorado se encontraba
encajonado, dicen también con
ironía, “en la alternativa terrorista
de consentir que los alumnos no
estudiaran ni aprendieran y, sin
embargo, aprobaran los cursos”,
sin pena de -aparecer como
“cómplices de la explotación de
los pobres”.
Reformas de esta especie
convirtieron a la Universidad en
ingobernable, atrayendo hacia ella
la represión estatal, que era lo más
opuesto a lo pretendido: “Como la
demagogia y el caos, la dictadura
anula también la Universidad, al
privarla de libertad, pues no hay
cultura genuina sin pluralidad de
ideas y sin critica”; “el dogmatismo
ideológico significa sobre todo
abaratamiento intelectual”, el
reemplazo de la imaginación por
la rutina.
GRATUIDAD DE ESPERANZA
Y ESTATISMO
Otra falsa expectativa -como la de
no asistir a clase- fue la gratuidad
absoluta de la enseñanza
universitaria. “Desde luego que
la gratuidad de la enseñanza es
deseable. Pero el problema radica
en saber si es realista”; en saber
si un país, con recursos exiguos,
se encuentra en condiciones
de establecer un sistema
universitario que sea a la vez
eficiente y gratuito. “La solución
irreal es siempre falsa solución”.
La Universidad termina pagando
el precio de la enseñanza gratuita
mediante la renuncia “a contar
con los laboratorios, equipos,
bibliotecas, aulas, sistemas
audiovisuales indispensables
para cumplir con su trabajo y
mantenerse al día...’ “No ayuda a
transformar la sociedad el que
la Universidad se estanque y el
que sus graduados tengan una
formación deficiente”; al contrario,
colabora a mantener el país en el
subdesarrollo, es decir, la pobreza,
la desigualdad, y la dependencia.
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Para elevar sus niveles
académicos, para estar al
corriente en una época de
desarrollo científico acelerado,
la Universidad necesita recursos
y “el Estado, afirma con crudeza
Vargas Llosa, en nuestros países,
porque a menudo es pobre y
porque casi siempre quienes
deciden el empleo de sus recursos
son incultos, no alcanzan a
cubrir las necesidades de la
Universidad. Tampoco es bueno
que sea él solo quien los cubra. La
dependencia exclusiva del Estado
puede recortarle independencia,
aherrojarla políticamente. Para
conjurar ese riesgo, es preciso
que la Universidad cuente con
recursos propios”. Uno de estos
recursos, indudablemente; son los
propios estudiantes”.
Fundamentado en ello, asegura:
“pedir que, de acuerdo al
ingreso familiar, contribuyan (los
estudiantes) al mantenimiento del
lugar en el que estudian parece
no solamente lógico, sino ético”.
Pero este tipo de razonamiento,
por causa de los dogmas creados,
parecen defender una universidad
elitista.
¿UNIVERSIDAD APOLITICA?
Según nuestro autor, la
contribución de más peso
al desplome intelectual de
la Universidad ha sido su
politización. “No soy partidario
de la Universidad apolítica,
estrictamente técnica, que forma
profesionales eficientes pero que
 es sorda y ciega para todo lo que
no concierne a la especialidad”. De
ella se obtienen tres subproductos
inevitables: ‘fragmentación del
saber”, “incomunicación social
y, en última instancia, incultura”.
Para Vargas Llosa “la Universidad
apolítica produce cultura
esencialmente cuantitativa”; y
cita a su favor nada menos que
al regiomontano - ¡Qué paradoja
para nosotros! - Alfonso Reyes:
“querer encontrar el equilibrio
moral en el solo ejercicio de una
actividad técnica más o menos
estricta, sin dejar abierta la
ventana a la circulación de las
corrientes espirituales, condena
a los pueblos y a los hombres a
una manera de desnutrición y
de escorbuto. Este mal afecta al
espíritu, a la felicidad, al bienestar
y a la misma economía”.
LA TAREA POLITICA DE LA
UNIVERSIDAD
Vargas Llosa agarra el toro
por los cuernos al hacerse a sí
mismo esta pregunta: “¿qué
clase de política debe propiciar
la universidad?”. Y nos responde
en congruencia con el destino
o misión universitarios: “Aquella
que constituye conocimiento,
controversia de ideas, ejercicio
intelectual, aprendizaje de la
crítica. Es útil que los estudiantes
analicen y discutan los problemas
políticos...”;”la política como
tarea intelectual, si se practica
dentro de un clima de respeto a
la discrepancia, sin exclusivismos,
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es enriquecedora para la manifestar, que, en este ambiente,
Universidad, pues mantiene a los el que medra es el más extremista:
claustros en ósmosis con la vida no el que propone “ideas más
del país”. audaces”, sino “eslóganes más
estridentes”, o el que tiene “mayor
LA POLITIZACIÓN DE LA capacidad de intimidación”. Por
UNIVERSIDAD ello no solo los alumnos sino
también los profesores pueden
Sin embargo, para Mario Vargas participar eficazmente en la
Llosa, “la política no entró a la revuelta, sobre todo aquellos
Universidad como quehacer profesores que pretenden hacer
intelectual, sino como activismo méritos políticos porque ya no
partidario”. La Universidad se están “en condiciones de hacer
convirtió “en objetivo que debería méritos intelectuales”.
ser capturado”, como “herramienta
en la lucha por el poder”, como LAS HUELGAS
“un primer peldaño para llegar ESTUDIANTILES
al gobierno”. Resultado: las
universidades se encuentran La huelga es una manifestación
“al borde de la desintegración”; prototípica de la radicalización
“pintarrajeadas con más faltas universitaria. Vargas Llosa, que
de ortografía que ideas”. “En vez es, pese a todo, un intelectual
de que la Universidad civilizara
las costumbres políticas, éstas
barbarizan a la Universidad”;
“se convirtió en un teatro para
representar a la revolución,
con todos sus ingredientes:
la huelga general, la lucha de
clases, la destrucción de los “La política
grupos dominantes, la dictadura
del proletariado, las purgas y la entró a la
instauración del dogmatismo
ideológico”. Pero, ante tan universidad
devastado panorama, nos hace
nuestro autor una observación como activismo
para muchos hasta ahora
inadvertida: “este juego, que ha partidiario”.
tenido escasas consecuencias
políticas fuera de los claustros, ha
sido trágico para la Universidad”.
Vargas Llosa no duda en
de avanzada, arremete contra
ella de la manera más directa: “la
huelga es un arma legitima de
los trabajadores en defensa de
sus derechos, cuando consideran
que estos derechos no son
reconocidos por las empresas”.
La democracia verdadera no
solo las legitima, sino también
las reglamenta. Pero no se
puede homologar esta relación
trabajador-empleado con la
de estudiante-Universidad. La
comparación solo es posible
a partir de un mal entendido:
“confundir la Universidad con un
vivero de la Revolución”. “Cuando
los estudiantes y los maestros
dejan de trabajar, no perjudican
los intereses de ningún patrón,
sino de ellos mismos”: “recuerdan
a ese niño que amenaza a sus
padres con darse cabezazos
contra la pared si no le permitían
ver la televisión”.
“Un universitario... no es
un trabajador víctima de la
explotación: es un privilegiado”;
“algo que apenas logra una
minoría” y que se alcanza, además,
con el sacrificio de los otros:
aquellos que, con su trabajo, e
incluso con su miseria, sostienen
a la Universidad y con los que los
estudiantes contraen una deuda
moral. Por esto, tales acciones
revolucionarias “son más nocivas
contra la cultura que contra el
capital”.
VOLVER AL PRINCIPIO
En las puntas de las crisis, los
sajones aconsejan la vuelta a los
principios: -to qo to the basic, el
regreso a los fundamentos. Sin
mencionar este adagio, Vargas
Llosa lo convierte en suyo.
El remedio a estas decadencias, a
estos desmanes, es la vigorización
del destino institucional, de
la misi6n propia de la entidad
universitaria. No podemos
decir que esta propuesta sea
original -al contrario-, pero es
la única contestación posible:
que la Universidad vuelva a ser
Universidad. La otra alternativa,
como lo acaba de decir Jorge
Carpizo, “no daría paso a
una modalidad distinta de la
Universidad, sino a su aniquilación
como tal” (El ser y el deber ser
de la Universidad Nacional
Autónoma de Mexico, UNAM,
1988).
Quizá nos encontremos ahora.
en condiciones más aptas para
dar respuesta al interrogante
planteado al inicio de estas
reflexiones, hechas de la mano de
Mario Vargas Llosa. Este se queja,
con razón, de la politización de
la Universidad Latinoamericana;
Derek Bock, presidente de
Harvard, de la decadencia moral
de la Universidad norteamericana,
incluyendo la suya propia. ¿Se
trata de dos fenómenos diversos?
Aparentemente, un hecho no
tiene relación con el otro; pero
con una visión de fondo no es así.
En ambos la Universidad -con su
pretensión unilateral científica
y técnica- ha sido desposeída
de algo exactamente común:
lo que Derek Bock llama el
mantenimiento de unas normas
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éticas básicas, que son requeridas
para toda civilización, y para
toda universidad, es lo mismo
que Vargas Llosa llama la
preservación de la cultura. No en
vano Ratzinger nos ha mostrado
que lo que hay en el fondo de las
grandes culturas de la Humanidad
es precisamente una actitud ética
común y fundamental.
El hueco, el gran vacío dejado
por esta desposesión, ha sido
llenado en Norteamérica por el
libertinaje moral demoledor de
toda tarea intelectual y científica
seria; y en Latinoamérica, por la
politización más radicalizada. Pero
lo importante no es con qué se ha
llenado el hueco: lo importante es
lo que había allí antes de que el
hueco se produjera.
La proposición de Derek Bock es
demasiado simple, por directa:
restauremos en nuestro lugar
universitario las normas éticas
básicas que hemos perdido. La de
Vargas Llosa es menos definitiva,
porque apunta, parece, más lejos:
dar paso a la trascendencia. No lo
dice él, sino que lo pone en boca
de nuestro compatriota Alfonso
Reyes: la Universidad debe abrir
sus ventanas a las corrientes del
espíritu. Porque (y esto no lo
dice ni Bock, ni Vargas Llosa, ni
Reyes, sino San Pablo), “donde hay
espíritu, allí hay libertad”
La Cátedra Carlos Llano ha sido creada para honrar la memoria del primer rector de la
Universidad Panamericana y primer Director General del IPADE, quien dejó un legado
en el que el pensamiento filosófico y una profunda reflexión práctica pueden contribuir
a resolver los grandes problemas de nuestra época.