También en este caso, diversos aspectos de la historia occidental habrían
tenido una evolución completamente diferente, si bien no es fácil
saber cuál. Podemos tener la certeza de que la tradición intelectual del cristianismo habría sido particularmente distinta en la medida en que, por un lado, el Antiguo Testamento no habría sido objeto de un constante interés y, por otro, las lecturas figurativas, espirituales y alegóricas como modos de interpretación no se habrían desarrollado dentro de los círculos cristianos (Marción, recordemos, era un literalista), lo que habría conducido a una historia del análisis literario y a unas prácticas de lectura totalmente diferentes de las que hemos heredado. La historia económica y política también habría podido ser bastante distinta, dado que, por ejemplo, no habría nada en las Sagradas Escrituras que se opusiera a los préstamos a interés o que promoviera la ley del talión. Y quién sabe lo que hubiera podido suceder con el medio ambiente, puesto que gran parte de los actuales problemas medioambientales son, en última instancia, consecuencia de la convicción de que Dios es el crea- 168 dor del mundo y nosotros sus encargados, una idea que ha llegado hasta nosotros por diferentes caminos, pero de raíces indudablemente judeocristianas. Distinto también habría sido el socialismo moderno, e incluso (por extraño que pueda parecer) buena parte de la teoría marxista, en última instancia inspirada en nociones de justicia económica, equidad y lucha contra la opresión cuyos orígenes se remontan a los profetas hebreos. Pero también en este caso es imposible saber dónde estaríamos si el cristianismo marcionista hubiera ganado los debates entre los distintos grupos cristianos. Incluso si los marcionistas hubieran conseguido establecer su supremacía dentro del cristianismo, es extremadamente difícil imaginarlos convertidos en la religión dominante del Imperio Romano de la manera en que los cristianos proto-ortodoxos lo hicieron. La razón para ello es que el cristianismo marcionista carecía de una característica que en cambio sí poseía el cristianismo proto-ortodoxo y que, en un principio, fue lo que lo hizo aceptable a los gustos religiosos romanos (y para que algo tenga finalmente éxito debe ser en un primer momento aceptable). A diferencia de lo que ocurre en nuestra época, en la antigua Roma había una tendencia generalizada a sospechar de cualquier filosofía o religión que tuviera aires de novedad. En los ámbitos de la filosofía y la religión era lo viejo y no lo nuevo lo que era apreciado y respetado (todo lo contrario de lo que ocurría en el ámbito de la tecnología militar). Uno de los más serios obstáculos para los misioneros cristianos en el mundo romano era la percepción generalizada (y absolutamente válida) de que la religión era «reciente». Nada nuevo podía ser cierto. Si era cierto, ¿por qué no se sabía desde hacia tiempo? ¿Cómo era posible que hasta el día de hoy nadie hubiera entendido la verdad? ¿Ni siquiera Homero, Platón o Aristóteles? La estrategia que idearon los cristianos para salvar este obstáculo a la conversión fue afirmar que si bien Jesús había vivido sólo unas cuantas décadas o un siglo antes, su religión era mucho, muchísimo, más antigua, ya que ésta era el cumplimiento de todo lo que Dios había predicho en los libros más antiguos de la civilización. Dios había anunciado la llegada de Jesús y la religión fundada en su nombre desde los tiempos de Moisés y los profetas. Moisés había vivido cuatro siglos antes que Homero, ocho siglos antes que Platón, y ya esperaba con impaciencia a Jesús y la salvación que éste traería. El cristianismo no era una cosa 169 nueva y recién cosechada, sostenían los pensadores cristianos (protoortodoxos). Es algo más antiguo que cualquier cosa que los mitos o la filosofía griegos puedan ofrecer; es más antiguo que la misma Roma. Y en tanto religión antigua, el cristianismo exigía que se le prestara atención. 18 Al adoptar el «verdadero» judaismo, esto es, al apoderarse de las Escrituras judías y reivindicarlas como propias, los cristianos superaron la objeción más grande que los paganos tenían contra la aparición de esta «nueva» religión. Si los cristianos no hubieran sido capaces de concebir una defensa verosímil de la antigüedad de su religión, ésta nunca habría tenido éxito en el imperio. ¿Y qué era en cambio lo que ocurría con Marción y sus seguidores? Afirmaban que Jesús y la salvación que había traído consigo eran completamente nuevos. Dios nunca antes había estado en el mundo. Era un Extraño en este lugar. Su religión no poseía raíces antiguas, ni precursores ni antecedentes. La salvación de Cristo había llegado de forma inesperada e imprevista, la filosofía antigua la desconocía por completo y era totalmente distinta de cualquier cosa que pudiera encontrarse en la religión tradicional. Dada la veneración de la antigüedad en la antigüedad, el cristianismo marcionista no hubiera tenido ninguna oportunidad en su lucha por el predominio definitivo. 170 6 CRISTIANOS «ENTERADOS»: LOS MUNDOS DEL GNOSTICISMO CRISTIANO PRIMITIVO
N INGÚN OTRO CRISTIANISMO perdido ha intrigado tanto a los lectores
modernos y desconcertado tanto a los estudiosos como el gnosticismo cristiano primitivo. La intriga es fácil de entender, en especial en vista del descubrimiento de la biblioteca de Nag Hammadi (véanse pp. 86-90). Cuando ese grupo de labradores encabezado por Mohammed Alí encontró esta colección de libros en el Alto Egipto, el mundo descubrió de repente que poseía pruebas irrefutables de la existencia de otros grupos cristianos en el mundo antiguo cuya posición era radicalmente distinta de la de cualquier otro tipo de cristianismo conocido en nuestros días. No estábamos ante el Jesús de las vidrieras ni ante el Jesús de los credos, y tampoco ante el Jesús del Nuevo Testamento. Estos libros eran absolutamente diferentes de todo lo que conocíamos y nada nos había preparado para su descubrimiento. LA BIBLIOTECA DE NAG HAMMADI La biblioteca contenía una amplia variedad de libros, muchos de los cuales nos ofrecen formas de entender a Dios, el mundo, Cristo y la religión diferentes no sólo de las opiniones de la proto-ortodoxia sino también entre sí.19 Había nuevos evangelios que recogían las palabras de Jesús y, en algunos casos, sus enseñanzas secretas y «más verdaderas», comunicadas tras resucitar de entre los muertos, evangelios supuestamente escritos por sus discípulos Felipe y Juan, el hijo de Zebedeo, por 171 su hermano Santiago y por su hermano gemelo Tomás. Incluso si se trataba de falsificaciones, era evidente que estos libros habían sido escritos en serio y con la intención de ser interpretados de igual manera en tanto guías hacia la verdad. Lo mismo puede decirse también de los demás libros de la colección, que incluye varias reflexiones místicas, muy diferentes entre sí, sobre cómo el reino divino había empezado a existir. La mayoría de estos documentos no asumen simplemente que había un Dios por encima de todo que había creado el mundo y lo había hecho bueno. Algunos de ellos son bastante explícitos al respecto: la creación no era en ningún sentido buena, ni en lo más mínimo. Era el resultado de una catástrofe cósmica, el producto de una deidad inferior e ignorante que por error creyó ser Dios Todopoderoso. Semejantes documentos daban así expresión a lo que tanta y tanta gente a lo largo de la historia ha conocido tan bien de primera mano, los hambrientos, los enfermos, los discapacitados, los oprimidos, los abandonados, los desconsolados. Este mundo es miserable. Y si hay alguna esperanza de salvación, ésta no surgirá de este mundo ni se conquistará a través de medios mundanos, como mejorar el estado de bienestar, poner más profesores en las aulas o destinar más recursos nacionales a la lucha contra el terrorismo. Este mundo es un pozo negro de ignorancia y sufrimiento, y la salvación no consiste en intentar mejorarlo sino en escapar de él para siempre. Algunos de los documentos de la biblioteca de Nag Hammadi no sólo expresan esta visión del mundo, sino que también describen cómo éste llegó a existir, cómo fue que los humanos llegaron a habitarlo (otra catástrofe cósmica) y cómo podemos escapar de él. Para muchos de estos textos, esta liberación del mundo material únicamente tendrá lugar cuando aprendamos el conocimiento secreto capaz de proporcionar la salvación. (Recordemos: gnosis es el término griego para conocimiento; gnósticos son aquellos que «conocen».) Según algunos de estos textos —los que evidencian con más claridad una orientación cristiana— es Jesús el que proporciona este conocimiento. 20 Ahora bien, ¿de qué clase de conocimiento estamos hablando? No se trata del tipo de conocimiento que uno podría adquirir a través de la observación empírica y la experimentación, ni el conocimiento de fenómenos externos y la manera de manipularlos. Se trata del conocimiento de nosotros mismos. Muchos de estos textos han preservado la famosa idea de algunos primeros 172 grupos gnósticos de que el conocimiento salvador es el conocimiento de «quiénes éramos, qué hemos devenido; dónde estábamos, dónde hemos sido arrojados; hacia dónde nos apresuramos, de dónde somos redimidos; qué es la generación, qué la regeneración». 21 Según este punto de vista, no pertenecemos a este horrible mundo. Venimos de otro lugar, el reino divino, y estamos atrapados aquí, somos en realidad prisioneros. Y cuando aprendamos quiénes somos y cómo podemos escapar, regresaremos a nuestro hogar celestial. No es una sorpresa que estas expresiones de religiosidad gnóstica hayan tenido un enorme impacto en los lectores contemporáneos, muchos de los cuales también se sienten ajenos al mundo y para los cuales éste carece de sentido, lectores que comprenden, de una manera profunda y significativa, que ellos no pertenecen a él. Para algunos grupos de gnósticos cristianos primitivos, en verdad no pertenecemos a este mundo. Nuestra enajenación es real; éste no es nuestro hogar. Hemos venido de lo alto y a lo alto debemos volver. A pesar de su importancia, muchos de estos textos gnósticos no son fáciles de comprender. Y, por supuesto, así es como deben ser: si el conocimiento necesario para la salvación fuera simple y claro, todos habríamos resuelto el problema hace muchísimo tiempo. Nada de cosas fáciles. Éste es un conocimiento secreto, reservado para la élite, para la minoría, para quienes realmente poseen la chispa de lo divino dentro de sí, una chispa que debe ser reanimada y devuelta a la vida a través de la gnosis (conocimiento) venida de las alturas, traída por quien ha descendido del reino divino para recordarnos cuál es nuestra verdadera identidad, nuestro verdadero origen y nuestro verdadero destino. Este divino emisario no es un mero mortal. Es un ser procedente del reino superior, un divino emisario enviado por el Dios verdadero (no el ignorante creador que ideó este odioso mundo material) para revelarnos cuál es en realidad nuestra situación y a través de qué medios podemos escapar de ella. Quienes reciben y entienden y aceptan estas enseñanzas serán entonces «gnósticos», los que saben, los enterados. El interés de los lectores en general por estos sistemas es entonces obvio. Ahora bien, ¿qué explica el desconcierto de los estudiosos que mencioné al comienzo? Quizá la explicación más sencilla es que una cosa es captar lo esencial de las enseñanzas de determinado grupo gnóstico y otra muy diferente sondear las profundidades de los textos mis- 173