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Los evangélicos hemos sido conocidos por una ética restrictiva, es la “ética del NO”.
Nos identifican por lo que no hacemos. En un sentido es correcto que seamos
conocidos como los que no siempre viven bajo los moldes o comportamientos de la
sociedad en pecado, pero también el cristiano tiene que ser propositivo. No se niega el
papel importante de establecer límites y restricciones, pero hoy somos demandados a
proponer, a construir nuevos estilos de vida ante dilemas que no podemos ignorar.
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Es importante que tengamos normas o referencias de cómo hacer el bien o
evitar el mal. Es necesario que existan reglas, como las civiles y religiosas, pero
no son suficientes. Éstas vienen dadas a las personas desde afuera, pero las
morales proceden desde nosotros mismos. No basta con reglas externas, hay que
apelar a las normas y valores internos de los sujetos, en nuestro caso dados por
nuestro encuentro con Cristo.
La tradición y la innovación. Las normas se han forjado en el transcurso de la
historia con las culturas, dando lugar a un sistema de reglas que descansan en el
respeto de la persona al tejido cultural al cual pertenece. Eso es la tradición.
Cada cultura va construyendo sus normas que le dan sentido y esas
construcciones culturales demandan obediencia. La ética es en parte un
aprendizaje y forma parte de la transmisión de la cultura. Esto no significa que
caemos en un tradicionalismo de obediencia ciega. La ética vive la tensión entre
tradición e innovación, que es parte de la evolución cultural, en donde creencias
y reglas, formas de respeto y obediencia, pueden ser cambiadas o sustituidas por
otras. Esta tensión es lo que nos permite vivir la utopía de un mundo mejor. La
utopía como una idea que regula nuestro actuar cotidiano, pero que nos inspira
un ideal a trascenderlo, son las prescripciones que abren el camino para la utopía
de construir algo diferente y mejor.
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6. Existen valores y competencias que complementan la ética. La ética
no es todopoderosa, existe el amor, la espiritualidad y nuestras habilidades, las cuales
sumadas y puestas en acción determinan nuestra ética en el diario vivir.
7. La ética no puede ser una aspiración a que todo el mundo esté de
acuerdo sobre lo que es bueno y lo que es malo. Es más bien un llamado a que en el
momento de decidir, cada quien reflexione acerca de las diferencias entre lo bueno y lo
malo y actúe según su mejor concepto de lo que es correcto, a pesar de las
circunstancias o en función de ellas. Recordemos el pensamiento de Pablo: “Todas las
cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no
me dejaré dominar de ninguna” (I Cor.6:12). La ética es un llamado a la responsabilidad
personal y social.
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a) Toma en consideración el contexto. a) Individualismo: Gustos/intereses.
b) Escucha las necesidades humanas. b) Subjetivismo (No hay referentes).
c) Es más flexible. c) Iglesia pierde fuerza moral.
d) Reconoce el pluralismo. d) Peligro de acomodarse al mundo
(Rom. 12).
Nota: En ambas posiciones encontramos valores importantes, pero cuando se polarizan
haciéndose "sectarias" o excluyentes nos conducen a veces a callejones sin salida.
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Este relativismo, como ideología y no como preocupación por lo contextual, surge con
fuerza sustentado en varios aspectos:
No debemos ni podemos juzgar como errónea a otras personas que tienen
valores totalmente diferentes o intentar que se adecúen a los nuestros, ya que sus
valores diferentes son igualmente válidos. No hay espacio para la conversión.
Negar que existe un único código moral con validez universal, ya que la verdad
moral es relativa.
Afirmar que más que una respuesta común ante conflictos morales profundos,
debemos impulsar las decisiones u opciones individuales de acuerdo a gustos, al
contexto, o conductas de grupos específicos. Se ignora la responsabilidad social
y se prima el individualismo ético.
Creer que las creencias éticas de cualquier sociedad son funcionalmente
necesarias para esa sociedad.
David Wong sostiene que cuando se habla de relativismo moral debemos atender a dos
tipos de relativismo: el metaético y el normativo. El metaético sustenta que no existe un
único código universal que sea verdadero y justificable, sino que la moralidad es
relativa a las culturas y a las realidades históricas. El normativo se basa en cómo se debe
actuar frente a quienes aceptan comportamientos diferentes a los nuestros. Este
relativismo, en su versión más extrema, afirma que nadie puede juzgar a otro con
valores diferentes ni tampoco imponerles los propios.
Hoy es importante lo que se conoce como “saber utilitario”, o sea, las cosas tienen valor
por su utilidad y de acuerdo a mis intereses o gustos individuales.
Hoy ocurre que la tradición ética de buscar universales queda al margen. La moral o la
ética se dice no responden a categorías universales y ni a una sola idea general rectora.
Las costumbres, las ideologías, la cultura, las relaciones familiares, el poder de la
ciencia, la influencia de los medios de comunicación, etc., están dando lugar a códigos
de conducta diversos y distintos a los que usamos hasta hace un ayer reciente. Surge un
fuerte relativismo moral.
Sin embargo, también, ante la anonimia moral que se vive, se percibe que la
sociedad reclama a la iglesia por nuevos valores significativos para enfrentar el
desarraigo moral actual. Es un reclamo por encontrar valores que orienten las
acciones, muy especialmente cuando en la globalización los hechos han dejado de tener
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sólo relevancia local y han pasado a tener como referente al mundo. La globalización, el
hedonismo, el individualismo, el relativismo moral son fenómenos a escala global.
Hacia una ética que viva en tensión lo contextual con los valores universales.
El problema es que cada lado, relativistas y universalistas, se polarizan mutuamente
asumiendo posiciones extremas. Una de las tareas arduas para la ética es buscar la
formulación de principios universales que trasciendan las prácticas morales culturales,
como asimismo el reconocer el valor de lo contextual desde la perspectiva que la
función principal ética es la de construir a la persona humana.
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Estos esquemas hay que comprenderlos en sus interrelaciones. Hay que vivirlos en
tensión creativa. Asumir la dinámica que encontramos en Miqueas 6:6-8: Búsqueda de
la justicia, centralidad del amor y fidelidad a Dios.
Me permito citar dos ejemplos personales para ilustrar este falso dilema entre lo social
y lo personal en el campo de la ética:
A los pocos días de la elección de Barak Obama como presidente de los EE.U., cuando
reinaban las expectativas, la televisión reportaba de la presencia de un pequeño grupo
de activistas “pro-vida” y de evangélicos radicales que enarbolaban un cartel que decía:
“Obama asesino”. Sorprendía la rudeza del lenguaje, aunque no es de extrañar el
dogmatismo de esa radicalidad.
Unos días antes un padre de familia mataba a su esposa, tres hijos y se suicidaba a sí
mismo por la crisis económica que confrontaba. Llama la atención que esos mismos
activistas evangélicos no hubieran pronunciado ni una palabra ante el desastre de la
crisis económica y financiera, de alcances globales, producida por la corrupción, la
irresponsabilidad y el ansia de poder de un grupo de economistas, financieros y
banqueros. ¿Cuáles son los criterios para esas actuaciones éticas?
Tan pronto terminamos el culto nos dirigimos al lugar de la tragedia. El cuadro era
desolador: familias cavando entre el fango y la tierra para recuperar a sus familiares y
bienes sepultados. En pocos segundos habían perdido lo poco que habían podido
conservar como patrimonio. Entre el llanto y el dolor de los afectados nos pusimos a
ayudarles, a cavar con ellos, a consolarles a expresar solidaridad ante el sufrimiento.
En una pequeña colina, unos pocos metros más arriba, estaba un templo evangélico.
Ellos sacaron los altoparlantes y en alta voz oraban y enviaban mensajes condenatorios
diciendo que lo acontecido era un castigo de Dios por sus pecados. Esos altoparlantes
eran tan fuertes que apenas se podía escuchar los altavoces de los servicios de socorro.
Ante esa situación fuimos a ver a los hermanos de aquella congregación. Fue un diálogo
difícil. Les preguntamos. ¿No creen que orar es también ir y ayudar a esas personas en
su tragedia? ¿No creen que es cruel, en medio de tanto sufrimiento, culparlos por su
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problema? ¿Creen que Dios puede agradarse de esta actitud sin compasión de ustedes?
Estas actitudes tienen una alta implicación ética y espiritual.
Estos ejemplos nos ayudan a introducir el dilema polarizante para algunos entre lo
personal y lo social. Abordemos primeramente, con cierta paciencia, la posición de dos
teólogos que representan dos interpretaciones diferentes, para intentar al final llegar a
conclusiones más interactivas.
La tesis central de esta obra consiste en enfatizar la necesidad de trazar una distinción
entre la conducta social y moral de los individuos y la de los grupos sociales,
nacionales, raciales y económicos. Esta distinción hace necesaria el establecer normas
políticas que son difíciles de desarrollar desde una ética puramente individualista.
Aunque el autor reconoce que es artificial la distinción entre el ser humano individual y
la sociedad, cree que esta distinción nos sirve para criticar la ingenuidad de algunos
eticistas moralistas que desechan la necesidad política en la lucha por la justicia dentro
de la sociedad humana. Niebuhr es categórico cuando dice, “la injusticia social no
puede ser eliminada por la persuasión moral o racional solamente, como lo cree
generalmente el educador y el científico social. El conflicto es inevitable, y en este
conflicto hay que hacer frente al poder con el poder”. Y agregaba lo que puede ser
considerado el fundamento de su argumentación a favor de la ética social: “Lo que les
viene faltando a todos estos moralistas, sean religiosos o racionalistas, es una
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comprensión del carácter brutal que posee el comportamiento de todas las
colectividades humanas, y el poder que tienen dentro de todas las relaciones inter-
grupales el interés propio y el egoísmo colectivo”.
Niebuhr critica la posición teológica, que considera una ilusión, de los que creen que
todas las relaciones sociales serán traídas progresivamente a la “ley de Cristo”. Este
pensamiento liberal está influenciado por el progresismo y el evolucionismo optimistas,
no reconociendo problemas sistémicos y estructurales de la injustica.
En el capítulo 3 titulado “Los recursos racionales del individuo para la vida social”,
critica a los que creen que la injusticia puede ser superada por la educación. “La
creencia de que el aumento de la inteligencia humana habría de eliminar
automáticamente la injusticia social, data del siglo XVIII y de la Ilustración”.
Niebur critica tanto a los que detectan el poder económico y gozan de privilegios
promoviendo desigualdades e injusticias, como a las posiciones ideologizadas de
interpretación mesiánica sobre las clases proletarias. Critica al determinismo marxista,
al considerar una ilusión, al creer que se cambia la naturaleza humana por la destrucción
de determinado modelo económico.
Niebuhr contrasta entre los males de una situación y sistema social y los individuos que
están incorporados a esa realidad. Mantiene una tensión cuando dice: “Los individuos
no son tan inmorales como las situaciones sociales en que se ven envueltos y que ellos
simbolizan”. Agregando, “… no podemos construir escaleras individuales al cielo, y
dejar irredenta de sus excesos y corrupciones a la totalidad de la empresa humana”. La
posición de Niebuhr no oculta la tensión entre lo social y lo individual en nuestras
decisiones éticas, aunque se inclina definidamente por lo social y pretende liberarnos
de falsas ilusiones de autonomía entre una y otra ética.
Las posiciones de estos dos autores, Stobb y Niebuhr, nos ayudan a comprender un poco
mejor la diversidad de enfoques. Para algunos eticistas, como Stobb, la ética es un
asunto esencialmente individual, sólo en un segundo momento se reconoce lo social.
Este pensamiento es propio de los seguidores del liberalismo político, que afirman que
si cada individuo hace lo que quiere y lo que puede, la sociedad marchará por un
camino de ascenso y progreso, dando lugar al individualismo de las sociedades actuales.
Igualmente, es propio del pensamiento teológico fundamentalista que minimiza las
responsabilidades y las estructuras de opresión sistémicas y sociales. Se concentra en
salvar al individuo, ignorando las implicaciones sociales del pecado. Así surge el lema:
“salvemos uno por uno y el mundo cambiará”. Esta teoría no siempre hace justicia entre
el crecimiento de las iglesias en determinados países y las persistentes situaciones de
injusticias que no cambian. Un caso: Guatemala, crecimiento de iglesias y profundas
injusticas y desigualdades sociales que no se resuelven, parece se agudizan.
Por su parte, el llevar la ética social a un extremo hace del Evangelio una doctrina
política más y debilita la responsabilidad de cada persona ante el pecado. (Jeremías 31
en el nuevo pacto se apela a la responsabilidad personal).
Una pregunta que puede resolver este dilema es la que se formula el eticista Lehmann:
“¿Qué he de hacer yo como creyente y miembro de la iglesia ante sociedades
individualistas? Esta pregunta levanta dos dimensiones. Una, la personal, mi testimonio
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ético como miembro de una comunidad de fe que ha sido transformado, Y otra, la
dimensión social, nuestra responsabilidad por transformar las condiciones de nuestras
sociedades como parte del Reino que “ya está y aún viene”.
El peligro de una inclinación unidimensional por una ética social es que nos
proyectamos como activistas sociales o, podemos caer en un relativismo contextual,
creando la ilusión que cambiando las estructuras se cambia automáticamente la persona
humana. Se desconoce la realidad del pecado y sus consecuencias. No se hacen claras
la responsabilidad personal, ni la necesidad del testimonio, ni la santidad de cada uno.
Samuel Escobar nos propone, en este campo, avanzar a lo que él llama una ética
contextual de fundamentos evangélicos, que implica:
Un acercamiento integral: No se descuida lo evangélico personal ni la obra
social.
Un discipulado que expresa una teología integral: Labor educativa personal con
sentido de responsabilidad social.
Poder transformador de lo personal y lo social: El poder del Espíritu Santo.
Es lo central del ministerio de reconciliación: Reconcíliate contigo mismo y con
tu prójimo.
TEMAS DE ACTUALIDAD.
2.4 Determinismo y libertad: El discernimiento.
Dios nos hizo libres y en libertad, ese es una de las primeras aseveraciones que
encontramos en el Génesis. La libertad es una cualidad fundamental del ser humano, por
medio de la cual se le responsabiliza de realizar su propio destino. Es de los atributos
del ser humano, uno de los que tiene menos derecho a renunciar. Pero la noción de
libertad da espacio a equívocos: No debe confundirse con la arbitrariedad o el capricho;
como tampoco quiere decir derecho a disponer de uno mismo y de los demás a su
antojo; ni gozar de una independencia absoluta: No hay libertad sin afirmar la verdad y
sin reconocer mi responsabilidad en las relaciones.
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Bíblicamente la noción de libertad está estrechamente vinculada a otras tres nociones:
verdad, relaciones y responsabilidad. La libertad no es el individualismo exacerbado,
siempre la libertad se ejerce en el plano de las relaciones. Los caminos de la libertad no
son como se los imagina el yo egoísta y egocéntrico, sino que la libertad se construye en
el depender, en darse uno mismo a los demás.
Negar la libertad es "determinismo" con sus varias variantes: cultural, social, genético,
psicológico, económico, etc. El determinismo ignora la responsabilidad moral, ya que
todo lo que ocurre se rige por leyes necesarias, incluyendo la conducta humana.
Apelando a este criterio todo puede justificarse. Por ejemplo, se justifican las acciones
recurriendo al determinismo psicológico: "se sabe que todo terrible criminal ha tenido
una terrible infancia". Bajo ese criterio se justifica el hecho.
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El práctico: Es la búsqueda de la mejor manera de responder al problema. Se
apoya en la experiencia y en la centralidad del valor de la persona.
El testimonio del Espíritu: Desde la fe, agregaría, que es el Espíritu Santo el
que da testimonio a la vida de lo que es bueno y justo.
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(2) Hermenéutica: La interpretación o búsqueda de significado. ¿Qué dice la Biblia?
El lugar de la Biblia y la experiencia de la iglesia.
(3) Práctico: ¿Cuál es nuestra conclusión? ¿Cuáles son los resultados a alcanzar?
No hay recetas. Entender y desafiar la realidad humana.
(4) Humildad: Estar abiertos a la realidad del Espíritu Santo.
Sentimos un “cierto sabor amargo”, el sentir que nos faltan palabras y dinámicas
pastorales para responder a los nuevos desafíos para la misión. Me pregunto: ¿Hasta qué
punto el poco crecimiento numérico actual de las iglesias refleja una falta de significado
ético en nuestras respuestas a problemas actuales complejos? Veamos algunas
caraterísticas desde la ética de la posmodernidad:
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Una zona gris domina el escenario del mundo de las ideas morales y éticas. Es
como dice Peter Berger cuando habla de la “contaminación cognoscitiva”: es el
hecho que la gente se asoma a la ventana de su propia realidad, dialoga con el
vecino y entra, pero no se da cuenta que al hacer un intercambio de ideas se van
modificando las propias, muchas veces por influencias de afuera casi impuestas.
Peor aún, esa “contaminación cognoscitiva” en el postmodernismo va más allá
del nihilismo, que promueve “voluntariamente” un creer o no, sino que se
caracteriza por la promoción militante de una ética humanista secularizante.
No sólo la satisfacción de las necesidades sino la búsqueda de los deseos, la
centralidad del hedonismo, las respuestas rápidas y mágicas, lo virtual sobre lo
real, la apatía, la resignación y al agnosticismo, el mimetismo en los
comportamientos.
Más que escapar, debemos afirmar que el volver a los valores éticos significa
comprender que nuestro mundo es mucho más complejo del que vivieron y aún viven
nuestros padres. Volver a postular los valores éticos en el mundo postmoderno implica
un respeto a la persona humana, independiente si se trata de un sujeto religioso o no.
(Romanos 1:19-20; 2:14-15).
Tillich distingue entre moralismos y moralidad. Establece cuatro claves entre estas dos
realidades: Una, los moralismos son condicionados, mientras la moralidad es
incondicional. Dos, los moralismos se afirman partir de la autoridad, la moralidad es
riesgo. Tres, los moralismos surgen de la ley, la moralidad surge de la gracia. Cuatro,
los moralismos afirman el legalismo, la moralidad afirma el amor.
¿Qué lectura teológica podemos hacer de esta realidad? ¿Cuál es el perfil del ser
humano post moderno? ¿Cuáles son sus implicaciones éticas? Propongo algunas
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caracterizaciones didácticas e incluyo algunas ideas de Daniel Tomasín que presenta sus
críticas teológicas a esta posmodernidad desde lo psicoanalítico:
Los sujetos consumidores son consumidos y aplastados por las demandas
del mercado. La vida se consume en ese intento por obtener artículos que
sostienen la ilusión de la “plenitud”. Jung Mon Song nos dice que hoy el ser
humano se mueve más por los deseos que por las necesidades.
Ejemplo eclesial: lo religioso como consumismo. Se pasa de la gracia a la
prosperidad y lo religioso se vuelve un producto a consumir.
El ilusionismo de la ética de los bienes, del consumo., la “felicidad light”: El
hedonismo de buscar lo bello y lo superficial, lo ligero.
Ejemplo eclesial: Una competencia religiosa y el ofrecimiento de lo religioso
“light” sin compromiso
“La era del vacío” (Lipovesky): El ser psicológico, la psicología se constituye
en religión, se sustituye el pastor por el “coaching” y es como un catalizador de
una nueva cosmovisión. Se enfatiza vida privada sin muchas complicaciones: el
cuidado de la salud y la apariencia, las energías positivas, preservar lo material,
la auto-estima, desprenderse de los complejos y esperar por las vacaciones.
Ejemplo eclesial: Más que el acompañamiento pastoral, se favorecen los
ejercicios que potencian el “yo” y las energías positivas, el “coaching”.
“Resultados rápidos.- Se busca lo efímero, lo instantáneo y los resultados a
corto plazo. No se aprecia la planificación a mediano y mucho menos a largo
plazo.
Ejemplo eclesial: Los métodos de evangelización o modelos de iglesia que
buscan resultados y que sean rápidos, la búsqueda de lo numérico como fin.
“Cultura del simulacro” (Baudilard): Se vive en el mundo de la realidad virtual
y del simulacro. La virtud casi se hace real y a veces lo real queremos
transformarlo en lo virtual.
Ejemplo eclesial: Se buscan las emociones y se evaden la realidad.
Los refugios hedonistas: Se trata de una ética nihilista cuya convicción
subyacente es que lo único que le puede advenir al ser humano es la muerte. Se
trata de la antigua máxima de Epicuro: “Comamos y bebamos que mañana
moriremos”. En la ética hedonista se apela a la ley del menor esfuerzo, se
evaden los problemas, se busca el beneficio propio y cualquier dificultad se ve
como algo demoníaco de la que hay que escapar. Algunos símbolos:
Tarjeta de crédito: Satisfacción inmediata del deseo.
IPOD, celulares: Desconexión electrónica.
Comunicación: Acelerando la vida y vendiendo lo superfluo.
Productos de belleza: Buscando lo bello como valor central.
Ejemplo teológico y eclesial: “Pare de sufrir”
La apatía del “new look” (Lipovesky): No tiene referentes ni
compromisos, no intenta cambiar el mundo, sino su mundo; posee una moral
individual sin sustancia. Ante la proximidad del goce y de la muerte se ha
desarrollado un mecanismo bastante generalizado, que no es ni la desesperación
ni la angustia, sino la apatía. Las ideologías mueren, los grandes fines se apagan,
pero a nadie parece importarle mucho. El ser humano postmoderno se parece
más bien a un espectador de televisión, quien indiferentemente hace “zapping”,
pasando de un canal a otro, por simple curiosidad. La resignación y el
agnosticismo caracterizan a la sociedad postmoderna.
Ejemplo eclesial: Los cristianos sin compromiso.
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A pesar de estas realidades que se promueven por un secularismo en crecimiento, en el
mundo de hoy hay un retorno a lo sagrado y a la espiritualidad postmoderna: El retorno
a lo sagrado no significa necesariamente un retorno a lo cristiano. El hombre/mujer
actual siente la necesidad de creer, pero no siempre se reintegra a su religión
institucionalizada, a la cual ve como parte del “viejo orden”. Mariano Corbi dice: “Las
religiones históricas aparecen como burocráticas y esclavistas”.
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b) Postular los valores éticos cristianos implica el respeto por la persona humana.
Hablar de ética es hablar de la calidad humana de vida.
c) Debemos vivir conjugando los dos valores fundamentales del Evangelio: el
amor y la justicia.
d) La ética se manifiesta en nuestra espiritualidad y la espiritualidad siempre es
una realidad de relaciones sustentada en valores. Jesucristo es el fundamento y
meta de nuestra fe y de nuestra ética.
Se dan varias respuestas éticas contemporáneas: Secularizante, fundacionalista y
la holística-contextual.
Secularizante: Crecimiento de la secularización.
Una visión humanista del ser humano y de la historia sin Dios.
Énfasis en los derechos individuales y la tolerancia devaluada.
Fundacionalista: Imposibilidad de vivir sin absolutos éticos, sin marcos
referenciales y sin metas morales. Hay fundamentos
esenciales irrenunciables de nuestra fe. Ante la ansiedad e
incertidumbre del ser humano contemporáneo, se requiere
de respuestas claras y fuertes.
Holística/contextual:No se basa en una epistemología fundacionalista, sino que
Nancy Bedford es integral, Interactúan las metáforas del “edificio” (Rom.
y James McClung 15:20; I Cor. 3:9…), con la imagen de la “familia” en
Efesios 2:19-22. Se enfatiza no solamente la piedra
angular como fundamento (Cristo), lo fundacional, sino el
propósito de la edificación ser morada de Dios. La fe no
sólo como catedral majestuosa, sino como tabernáculo en
movimiento. Se incluye el contexto y la pluralidad. Es una
lectura desde lo cotidiano. Se aceptan los desafíos éticos al
reconocer los dilemas actuales, la necesidad de tener
fundamentos centrales y la relevancia de vivir lo cotidiano
y lo contextual.
Destaco áreas de significado para las iglesias en su labor de promover una ética de vida
en las sociedades actuales:
(1) Ética y conversión: La conversión cristiana es una decisión y una ruptura, pero
es igualmente un proceso que toma toda la vida. En este proceso de crecimiento
hay crisis, rupturas y nuevas decisiones. Hay momentos fuertes y períodos de
debilidad. El itinerario de la conversión es el itinerario de cada persona
individual en su estilo de vida y en sus relaciones con la comunidad. La
conversión entre sus muchas características es un acto ético y el asumir una
responsabilidad moral frente al pecado.
(2) La iglesia como reserva ética y de sentido de vida: Vivimos no sólo una crisis
económica, sino una crisis de valores, una crisis sobre el futuro de nuestras
sociedades. Las iglesias están llamadas a ser “reservas éticas” de la sociedad, a
“liderear” la rebeldía ética que permita al ser humano contemporáneo
reencontrase con los valores de vida. La sociedad se vuelve con expectativas
hacia las iglesias buscando significados éticos.
(3) La ética como campo de misión: Entender la ética como sustento de la misión,
significa una iglesia que basa su misión en el testimonio ético de la comunidad
de fe, significa que el testimonio de la iglesia se nutre de valores éticos y
morales, significa la proclamación y búsqueda de una nuevo imaginario de vida.
Uno de los mayores reclamos de la sociedad actual a la iglesia es sobre valores y
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comportamientos éticos. Sin negar la importancia del trabajo social eclesial, el
requerimiento de sociedades que se fragmentan moralmente, es la búsqueda de
comportamientos centrados en los valores.
(4) La ética como espiritualidad para la vida. La espiritualidad implica un cierto
tipo de conducta que se asienta o se define por las relaciones: “Yo soy yo y mis
relaciones”. La ética cristiana no es un conjunto de normas y reglas morales
estáticas a cumplir (ética normativa), sino una ética que se hace en el camino. La
espiritualidad cristiana se centra en el amor: Ama a tu Dios y ama a tu prójimo.
Si quieres adorar y servir a Dios ama a tu prójimo.
La espiritualidad postmoderna es: subjetiva, lo que prevalece es el
individualismo, se privatiza y la verdad religiosa no se determina ni por la
tradición ni por la institución sino por la experiencia subjetiva. Esta
espiritualidad postmodernista cuestiona nuestra ética cristiana.
El llamado es a promover una espiritualidad que signifique: la expresión del
ágape, el salirnos de nosotros mismos para ir al encuentro del otro/a y no buscar
la espiritualidad solamente en lo subjetivo; el ser comunitario y encarnado; el
impulsar el sentido de misión; el buscar a Dios a través de Jesucristo, pero
también en el ser humano y en el amor al prójimo; lejos de separarnos del
mundo la espiritualidad nos conduce hacia el mundo.
Israel Batista.
Septiembre 2014
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