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Los Movimientos que conformaron la Renovación Conciliar.

Debido a las ideas liberales antes mencionadas, se empiezan a ver a la Iglesia, la


escritura y la liturgia de una forma diferente y su estudio empieza a darse desde otro
enfoque, así, nacen tres movimientos que son el núcleo del CVII, el movimiento litúrgico,
bíblico y ecuménico.

El movimiento bíblico

Como ya vimos anteriormente en esta época hubo avances importantes en la ciencia,


áreas como la arqueología, antropología, paleografía, experimentaron un importante
avance. Todos estos avances avivaron el entusiasmo por las investigaciones de la
antigüedad. A la Biblia se le aplicaron también los métodos de las diversas ciencias
investigativas que se fueron desarrollando por entonces. La primera reacción de la Iglesia
y de las demás iglesias cristianas fue la de rechazo a los estudios bíblicos. Era como una
profanación de algo sagrado. Los partidarios de esta posición se conocen como
fundamentalistas. Muchas iglesias eventualmente fueron aceptando que se diera el
estudio crítico de la Biblia y fueron lidiando con sus conclusiones.
Ya desde León XIII, con su carta apostólica “Vigilantiae” instituye la Comisión Bíblica
Pontificia con sede en el Vaticano, como órgano central encargado de promover entre
los católicos las ciencias bíblicas. Afirma de nuevo León XIII la necesidad de emplear
todos los medios que ofrecía el progreso de las ciencias auxiliares (historia antigua,
arqueología, geología, paleografía, paleontología, etc.) y confirma en el deber de
defender los libros sagrados contra los ataques del racionalismo, que parte, como se
sabe, de presupuestos filosóficos erróneos (idealismo, evolucionismo, pragmatismo) con
objeto de negar lo sobrenatural en la naturaleza e interpretación de la escritura. Pero su
enfoque era fundamentalista y apologético, es decir, a la defensa de la concepción
tradicional de la Escritura
También, desde san Pío X los papas piden que los católicos se familiaricen con la
sagrada escritura, especialmente con su lectura frecuente. En la primera mitad del siglo
XX, la biblia era un libro hasta cierto punto ajeno a la vida religiosa del católico, claro, la
escuchaban durante misa, eso cuando el padre decidía leerla durante la misa, cosa que
se fue dando más frecuentemente durante este periodo. Y es que la iglesia, a raíz, de la
reforma protestante puso en el índice de libros perdidos las diversas traducciones de la
biblia que no fueran la vulgata, incluso varios pensadores fueron excomulgados por
difundir ediciones en la lengua local de la biblia. Además, en el mundo católico era difícil
ver biblias en la librerías o lugares públicos, eso era considerado algo más protestante
que católico; el signo de la biblia en la primera comunión no existía.
Algunos pensadores liberales, fueron proponiendo diversas teorías que salían de los
esquemas tradicionales respecto a la biblia, por ejemplo, Alfred Loisy, sacerdote francés,
profesor del idioma hebreo en el Instituto Católico de París, propuso, la tesis de que el
Pentateuco no fue obra de Moisés (los fundamentalistas católicos siguieron insistiendo
la autoría de Moisés hasta Vaticano II); que los cinco primeros capítulos del Génesis no
son historia literal; que el Nuevo Testamento y el Antiguo Testamento no poseen igual
valor histórico; que ha habido un desarrollo en la doctrina teológica en la Escritura, y que
los escritores sagrados tienen las mismas limitaciones que todos los otros autores del
mundo antiguo. Como era de esperarse, Loisy fue atacado fuertemente por el Vaticano.
.
Para Loisy los estudios históricos jamás podrían llegar a distinguir en las Escrituras entre
la predicación de Jesús y las interpretaciones posteriores, comenzando con sus mismos
discípulos. Como un punto de interés, ya para la época de Vaticano II se llegó a admitir
que los mismos evangelios no son reportajes históricos. Cada evangelista hace una labor
editorial en vista de unas motivaciones teológicas, por lo menos. Tal conclusión es
inevitable a la luz de la crítica textual, por ejemplo. Pero a principios de siglo 20 ello era
algo inusitado. Loisy entonces llamó la atención sobre el hecho que no podemos conocer
a Jesús si no es a través de las interpretaciones de sus más allegados y luego, a través
de la tradición posterior de las comunidades cristianas.
La tradición misma habría sido la creación de diversas generaciones humanas, el
producto de los tiempos y lugares específicos, que requieren a su vez una
reinterpretación constante según siguen cambiando los tiempos. Esto es lo que
probablemente le resonaba en los oídos a los que se oponían a los planteamientos del
Concilio Vaticano II, sobre todo en la época postconciliar con las denuncias de Mon.
Marcel Lefebvre y la Sociedad San Pío X. Al revisar la literatura una se encuentra con
una marcada preocupación por el supuesto “historicismo” en que supuestamente cayó el
Concilio.
La excomunión final de Loisy se dio con la publicación en 1908 de un estudio,
precisamente, sobre los evangelios sinópticos. Para ese mismo año fue nombrado a la
cátedra de la historia de las religiones en la Universidad de la Sorbona, en el Collège de
France, que ocupó hasta su jubilación. Lo cierto fue que la investigación crítica de la
Escritura continuó, a pesar de la oposición de los fundamentalistas de todas las
persuasiones cristianas. Por su parte el dominico francés Marie-Joseph Lagrange fundó
la Escuela Bíblica de Jerusalén en 1890 para estudiar los textos bíblicos con la ayuda de
las nuevas disciplinas como la lingüística, la antropología, la hermenéutica, sin
necesariamente proceder de prejuicios a favor o en contra del cristianismo.
Para 1900 el movimiento bíblico ya era reconocido en términos de la popularidad de la
aplicación del método histórico-crítico a la interpretación de la Biblia. Los textos de la
Escritura eran (y son) examinados a la luz de la historia reconocida. Igualmente se
recurre a las ciencias como la paleontología y la arqueología para examinar los
supuestos lugares en que se dieron los acontecimientos descritos en la Biblia.
El padre Lagrange y la Escuela Bíblica de Jerusalén aceptaron el método de la crítica
formal. Lo mismo se dio en los círculos protestantes. Un reconocido estudioso de la Biblia
y su exégesis lo fue el protestante Rudolf Bultmann quien a su vez tuvo una influencia
en los círculos exegéticos católicos, inclusive de manera indirecta, entre los que
buscaron refutarle. En particular, Bultmann exhortó a encontrar el Cristo de la fe en los
textos, antes que el Cristo histórico. Esta idea influenció la concepción de la Escritura en
la Constitución sobre la Revelación (DV) de Vaticano II.
Los estudiosos bíblicos señalaron que hay diferentes modos de escribir y leer la historia.
Habrá quien supone que el texto tiene un solo significado fundamental que a su vez
puede ser rescatado mediante los métodos y las herramientas adecuadas. Pero ya desde
principios de siglo 20 los exégetas o hermeneutas, los dados a la tarea de la
interpretación, se dieron cuenta de que cada texto puede tener una pluralidad de
significados, aun al momento original en que se produjo el mismo dicho o suceso original
que luego fue trascrito y luego fue copiado y vuelto a copiar tantas veces a través del
tiempo. No necesariamente un texto tiene que ser unívoco, es decir, tener un solo
significado, para comenzar. Más de un texto puede quedar en la ambigüedad, desde el
primer momento de su venida al mundo.
Pero a comienzos de siglo 20 esto no era admisible todavía. En el contexto anterior la
Escuela Bíblica de Jerusalén era vista con sospecha desde Roma. Esto llevó a que SS
Pío X fundara en Roma el Pontificio Instituto Bíblico en 1909 que le fue encargado a los
jesuitas. El Instituto fue fundado con un propósito apologético contra cualquier
sugerencia de nuevos métodos o ideas no tradicionales sobre la Escritura. Se temía que
si se evaluaban favorablemente los métodos de interpretación bíblica, entonces se
derrumbaría el edificio de la fe. De ahí que el P. Marie Joseph Lagrange, fundador de la
Escuela Bíblica de Jerusalén, fuera objeto de un decreto del 29 de junio de 1912
prohibiéndole continuar en su tarea. Se prohibió la difusión de sus escritos
particularmente en los seminarios y casas de formación. Con el paso de los años, sin
embargo, los estudiosos católicos tuvieron que reconocer el estado de las
investigaciones bíblicas y adoptar sus métodos y manejar sus conclusiones, so pena de
faltar a su profesionalismo. Lo vemos ilustrado en el siguiente párrafo.
En 1930 el Papa Pío XI encargó al Pontificio Instituto Bíblico en Roma al Rev. P. Agustín
Bea, jesuita que aceptó el método histórico-crítico. Allí se comenzaron a formar los
futuros profesores de Sagrada Escritura. Pero en la década de 1940 volvió a correr el
miedo por los pasillos del Vaticano, quizás con la muerte de SS Pío XI y la elección de
SS Pío XII en 1939. La idea era: el estudio crítico de la Escritura podía terminar siendo
un acto de suicidio para la Iglesia y los que hasta entonces habían permanecido callados
ahora volvían a levantar su voz, aprovechando la muerte del Papa que había patrocinado
al Rev. Bea. Pero el Papa siguiente, SS Pío XII, volvió a respaldar la labor del Padre
Agustín Bea. Así, promulgó la encíclica Divino Afflante Spirito, en septiembre de 1943.
En este documento le dio su respaldo al movimiento bíblico en un contexto de verdadera
prudencia católica. De esa manera el Papa dio su endoso a la exégesis bíblica según fue
practicada por los especialistas no católicos desde comienzos del siglo 20. Pío XII
reconoció la validez de los métodos de crítica literaria, filológica, histórica, para
interpretar los textos sagrados. En esa encíclica prevalece el sentido común. Los pasajes
“históricos” de la Escritura nos dice, no han de tomarse en términos de nuestro concepto
de “historia escrita”. Eso es caer en un anacronismo. Lo mismo ha de decirse de los
demás géneros literarios, a los que nuestra exégesis tiene que ajustarse. No es posible
tomar la Escritura en sentido literal, al pie de la letra.
Con la muerte de SS Pío XII y la elección de SS Juan XXIII en 1958, se inició de nuevo
una campaña de desacreditación de los estudios bíblicos. Se llegó a alegar que en el
Pontificio Instituto Bíblico se enseñaban herejías, “cosas típicas de los jesuitas liberales”.
Ante los medios intelectuales esto era hacer el ridículo. Pero entre la gran mayoría de
los obispos y el clero esto era algo creíble, asumir que era cierto que unos profesores
romanos se habían dejado seducir por unas doctrinas llamativas, pero falsas y
engañadoras.
Entre tanto, cualquiera que conociera la encíclica Divino Afflante Spirito de SS Pío XII se
daba cuenta de que los directores de campaña contra la crítica bíblica estaban negando
abiertamente el contenido de aquella encíclica, algo así como los ultra tradicionalistas de
hoy día niegan abiertamente lo que ha sido la enseñanza de la Iglesia en las últimas
décadas y llegan hasta a plantear que los papas han sido ilegítimos y que hoy por hoy la
sede de San Pedro está vacante.
Esa campaña de descrédito del movimiento bíblico llegó a su punto culminante en el
mismo Concilio Vaticano II con la primera versión del propuesto documento o “esquema”
Sobre la Divina Revelación (DV). Esa primera propuesta estaba toda escrita en oposición
y denuncia al movimiento bíblico, mientras se daba por sentado que le lectura de la
Escritura no era para los laicos (ignorantes). La discusión en las conferencias del Concilio
sobre este tema, que desembocó en el documento Dei Verbum es una prueba de cómo
el Espíritu Santo movió a los padres conciliares. En primer lugar, se asumió un enfoque
pastoral, antes que apologético, y además, se dejó de lado la preocupación por el sentido
literal de la Escritura.

El Movimiento ecuménico

En el siglo 19 y principios de siglo 20, surgió entre las iglesias protestantes un movimiento
de apoyo mutuo en el campo de las misiones, en territorios coloniales. Esto dio pie a
unos esfuerzos ecuménicos de cada vez mayor envergadura con el paso del tiempo. En
tierras extrañas, en sociedades hasta abiertamente hostiles, como en la China, la India,
Japón, África, los misioneros cristianos unían esfuerzos en una causa común, la difusión
del Evangelio. En ese momento caían en cuenta de que en el fondo se trataba de ser
buenos cristianos y el resto son detalles. También Durante los años de guerra surgió de
nuevo la necesidad de una acción concertada entre católicos, protestantes y judíos en
defensa propia y de los valores evangélicos. En ocasiones esto se dio en los campos de
prisioneros y en los campos de concentración
En la Conferencia Mundial de las Misiones de Edimburgo de 1910 se adelantó la idea de
unas conversaciones. En 1920 el Sínodo Ortodoxo de Constantinopla publicó una
encíclica en la que sugirió una “comunidad de iglesias”, similar a la Liga de Naciones
(similar a las Naciones Unidas). Por su parte el Vaticano prohibió todo tipo de
cooperación con los no católicos. En 1927 el papa Pío XI publicó la encíclica Mortalium
Animos, en que sugirió que parecía ver una herejía nueva en esos esfuerzos
ecuménicos, “la herejía del pan-cristianismo”.
Con este documento se prohibió todo contacto con las iglesias no católicas para
propósitos ecuménicos. No obstante, el Papa Pío XI se dejó persuadir para establecer
un grupo de estudio sobre la unificación con las iglesias orientales. Esto animó al
entonces muy conocido cardenal Mercier de Bélgica para intentar un diálogo de
cooperación cristiana con la iglesia católica inglesa, o iglesia anglicana. Roma no
comentó sobre esto, a pesar de haber mostrado antes hostilidad hacia la Iglesia
anglicana. De inmediato el Santo Oficio del Vaticano impuso una orden tajante de no
cooperar con esa organización.
El Vaticano se mantuvo alejado de todas las iniciativas ecuménicas que se dieron. Sin
embargo, ya a nivel personal laicos y clérigos y seminaristas habían participado en
acciones y actividades en conjunto con miembros de otras denominaciones, durante la
Guerra y en los años de la postguerra.
Por su parte, Monseñor Roncalli (futuro papa Juan XXIII) que por aquellos años fue
nuncio apostólico en Bulgaria, Turquía y Grecia, participó en varias acciones en defensa
de miembros de otras iglesias, particularmente, iglesias orientales. Más tarde, cuando
fue nuncio en Francia, se cuenta que en una actividad diplomática coincidió con un grupo
de no católicos. Les invitó a reunirse para dialogar y ellos entonces objetaron, “porque
hay tantas cosas que nos separan…”. Monseñor Roncalli les dijo, “Nos separan muchas
ideas, pero qué son las ideas entre amigos…”.
El futuro papa Juan tenía claro que el cristianismo no es una doctrina, sino un camino,
una vivencia, un pertenecer al “Pueblo de Dios en marcha”, que es como lo definiría el
Concilio luego. De esta manera SS Juan XXIII recibió con buenos ojos la propuesta del
cardenal Agustín Bea para fundar el Secretariado para la promoción de la unidad de los
cristianos. Nótese que no se le llamó Secretariado para la “reunificación” de los
cristianos. Esto hubiera implicado que para poder “reunificarse” cada iglesia tendría que
someterse al Papa. La “unificación” de los cristianos implica que no hay que perder la
propia identidad como iglesia para estar en comunión con las demás iglesias. Fue
solamente después del Concilio Vaticano II que la Santa Sede comenzó a establecer
contactos oficiales con el Consejo Mundial de Iglesias, a partir de 1966.

El movimiento litúrgico

Sobre este movimiento, Pío XII dijo en el congreso de Asís:


“aparece como un signo de las disposiciones providenciales de Dios sobre el tiempo
presente (signo de los tiempos), como un paso del Espíritu Santo en su Iglesia, para
acercar ante todo a los hombres a los misterios de la fe y a las riquezas de la gracia, que
corren de la participación activa de los fieles en la vida litúrgica "
Desde la época de Lutero surgió gran interés por investigar el culto en la iglesia primitiva,
y en el siglo XX, con lo avances en las investigaciones arqueológicas, retomó fuerza este
interés.

Uno de los primeros momentos, si no el primero, del movimiento litúrgico en el siglo 20


se dio con la conferencia ofrecida por Lambert Beauduin, monje benedictino belga, sobre
“La verdadera oración de la Iglesia”, en 1909, en el Congreso de obras católicas
celebrado en Malinas, Bélgica. En esa conferencia abogó por la participación de los
seglares, no solamente en la liturgia, sino en todos los aspectos de la vida y ministerio
de la Iglesia. Curiosamente, unos años antes, en 1883, otro monje benedictino, Gerardo
van Caloen, propuso que los fieles recibieran la comunión durante la misa (durante este
tiempo, la costumbre era recibir la eucaristía del sacerdote un poco antes de que iniciara
la misa o al terminar), y no antes o después de la misa. Su propuesta fue vista como tan
radical, que se le destituyó como rector de la escuela de su abadía.

Lo que provocó un cambio en el ambiente fueron las expresiones de SS Pío X, cuando


en noviembre del 1903 promulgó un motu propio, Tra le sollecitudini, en que alentaba a
la restauración del canto gregoriano (para este momento había caído en desuso este tipo
de canto en favor de la polifonía, además en algunos lugares incluso, casi nunca se hacía
una misa cantada, sólo en ocasiones especiales o pontificales) y a una mayor
participación de los fieles en la liturgia. Beauduin le llamó a este documento “la Magna
Carta del movimiento litúrgico”.

En las primeras décadas del siglo 20 el movimiento litúrgico se desarrolló sobre todo en
el monasterio benedictino de Maria Laach, en Alemania. A través de sus investigaciones
cayeron en cuenta que el modelo litúrgico no podía ser la Edad Media y que las
tradiciones medievales. Dos monjes de María Laach que se destacaron por sus
publicaciones fueron Odo Casel y Romano Guardini. Odo Casel asoció la liturgia a los
cultos mistéricos de la Antigüedad, y en esa línea desarrolló reflexiones en torno al
sentido de la liturgia como celebración de los sagrados misterios. Su trabajo abrió el
camino para la comprensión del misterio del cuerpo místico de Cristo en los fieles. Por
su parte Romano Guardini publicó El espíritu de la liturgia en 1923, que de inmediato se
convirtió en un clásico.

En el ambiente de entusiasmo por la liturgia que se dio en el monasterio de Maria Laach,


se llegó a celebrar la primera misa recitada de cara a la comunidad, en agosto de 1921.
La misma se dio en la cripta de la iglesia del monasterio e incluyó el rezo comunitario del
ordinario de la misa (recordar que la mayoría de los monjes eran sacerdotes) y la
celebración de una procesión para el ofertorio, en que cada uno presentó su hostia para
la consagración. Contrario a rumores posteriores, esa misa fue en latín y no en el
vernáculo: todos los monjes conocían el latín. Los monjes de Maria Laach continuaron a
celebrar la misa de esa manera y fueron denunciados al obispo local. El obispo los visitó
y quedó entusiasmado, al punto que al año siguiente él también celebró la misa de frente
al pueblo y en voz alta (en latín), en un congreso eucarístico diocesano.

Y este no es el único caso en que se dan este tipo de innovaciones, es más, fueron con
el beneplácito de la santa sede, en 1947 se empezó a dar los rituales bilingües en
Bélgica, Suiza, Canadá; para 1950 en Estrasburgo; 1950 en india; portugués en Brasil;
Maratí también en india. En 1958 se da el misal totalmente en chino, en 1949
proclamación de las lecturas en lengua moderna, en Agra, 1958 Polonia, 1962 en
Francia, 1957 Alemania y más. Lo anterior se debe a la encíclica Mediator Dei, la cual
da paso al uso de la vernácula, claro con la aprobación de la santa sede, éste mismo
apartado se encuentra en la SC.

SS Pío XII alentó el movimiento litúrgico mediante dos encíclicas, Mystici Corporis en
1943, y Mediator Dei en 1947. Esta última reconoció el movimiento en cuanto tal y,
aunque con precauciones, alentó la innovación. En 1947 la Conferencia episcopal de
Bélgica solicitó permiso para la celebración de misas vespertinas los domingos y días de
fiesta, lo que le fue concedido. En 1953 esto se amplió a la iglesia universal. De igual
modo los obispos de Francia, Alemania y Austria pidieron en 1950 la restauración de la
vigilia pascual para el sábado por la tarde/noche. Ello les fue concedido y la medida fue
ampliada a la iglesia universal en 1955. En 1957 también se acortó el tiempo del ayuno
eucarístico.

Valga señalar que tanto la Iglesia Episcopal como la Iglesia Luterana de los Estados
Unidos también tuvieron sus movimientos litúrgicos, sobre todo a partir de la década de
1940. Casos similares se dieron en otras iglesias de la Reforma. Téngase presente
también que el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica ha tenido un impacto entre las
Iglesias cristianas. Por ejemplo, la Iglesia Episcopal, lo mismo que la Iglesia Metodista
adoptaron el ciclo de lecturas bíblicas que se estableció en la Iglesia Católica, repetido
cada tres años. Igualmente, más de una denominación de corte calvinista (como en
algunas congregaciones de la Iglesia Bautista estadounidense) ha optado por celebrar
con mayor frecuencia el servicio de la Cena del Señor, cosa que antes se daba
esporádicamente o sólo una vez al año, el Jueves Santo.

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