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EN EL ANCIANO
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Por otro lado, la muerte del otro se asocia con la idea de pérdi-
da que hace que la muerte de ese ser que “se le ha muerto a uno”
implique la pérdida de algo que uno “tiene” y “quiere” con algo de
uno mismo. Algo que, por consiguiente, hace que cada muerte se
convierta en una merma, en una forma de muerte parcial de uno
mismo.
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medio cultural) compartan la idea de que una vida, que otros valoran
como llena de déficits, ya no merezca la pena ser vivida. Ni parece
tampoco que las personas de mayor edad se hayan hecho a la idea de
que les toca morir ya. Podemos pensar pues que los motivos aducidos
en los distintos trabajos, quizás respondan más a lo que sujetos que
se encuentran en otros periodos evolutivos piensan y creen que deben
sentir los ancianos (o a lo que piensan que sentirían ellos si brusca-
mente se les privara de los atributos de su juventud y se les invistiera
de los de la senectud) que a lo que éstos realmente sienten y piensan
(o incluso a lo que esas mismas personas pensarán y sentirán cuando
sean ellos “los viejos”). Se trataría pues, de un claro mecanismo de
proyección de los más jóvenes que no tiene, por consiguiente, que
coincidir con lo que ocurre con personas tan distintas y tan distantes
de los patrones de vida de quienes se proyectan.
Finalmente, digamos que, aunque venimos insistiendo reiterada-
mente en la necesidad de diferenciar entre la muerte y el morir, en el
caso de los ancianos (más conscientes del devenir de su propia
muerte) esta distinción parece hacerse aún más necesaria. En este
sentido razona Thomas (1976)cuando afirma que para los ancianos
el miedo a morir es más intenso que el mismo miedo a la muerte. Y
que esto es así, especialmente en lo referido a la obsesión por no
morir en soledad, el miedo a ser abandonado sin cuidado, a no ser
atendido a tiempo y/o a ser encontrado en estado avanzado de des-
composición, etc. Miedos a los que podríamos añadir el miedo a “la
perdida de control” (Kalish, 1976), que justifican actitudes y con-
ductas de los ancianos, aparentemente sin relación con la muerte, o
al menos sin relación directa, pero que puede hacer que su cuidado
se convierta en una carga insoportable para sus familiares o cuida-
dores. O bien que obligue a éstos a darles una forma de trato que,
por otro lado, supondría la pérdida de su dignidad personal (lo que
ocurriría si, por ejemplo, tuviese que actuar en contra de la voluntad
del anciano o tomar decisiones que le atañen a él sin consultarle).
A la vista de lo hasta aquí expuesto, parece evidente que no exis-
te una conclusión acerca de cuál es realmente la actitud que de
manera genérica caracteriza la postura del anciano ante el hecho de
su propia muerte. Y además de la influencia que las características
personales y situacionales ejercen sobre dicha actitud, es necesario
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LA EDAD
EL ESTADO CIVIL
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LA RELIGIOSIDAD
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LA INSTITUCIONALIZACIÓN
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7. BIBLIOGRAFÍA
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