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“El amor nunca deja de ser” sentencia San Pablo, quien nos afirma
en su carta a los Corintios que podrán disolverse la tierra y los cielos
y las cosas que tenemos y hasta las que pretendemos ser,
desaparecerán, pero el amor es el sentimiento eterno y permanente.
La mejor definición de Dios que existe -si es que a Dios puede
definirse-, nos la da el Apóstol San Juan en estas breves palabras:
“Dios es amor”. y si es, además, eterno, eternos son sus atributos.
Recuerdo la tarde en que acudí al funeral de un anciano de 82 años.
Su viuda me preguntó, casi en secreto, “¿Usted cree que él me
seguirá amando desde el cielo?” Mi respuesta fue inmediata: “Claro
que sí: el amor nunca se acaba, es eterno”. La afligida dama esbozó
una sonrisa y musitó una sola palabra: “¡Gracias!”.
San Pablo, en su extraordinario “himno al amor” nos ha legado un
manual para la vida diaria. Habría menos violencia y odio, más
matrimonios felices, más relaciones iluminadas de armonía y hogares
más estables, si sencillamente todos decidiéramos amarnos con
paciencia y benignidad, sin arrogancias ni inmoralidades, con
respeto, altruismo y limpieza.