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Se te conoce por tus palabras

por Les Thompson

Es interesante observar la manera en que nuestras palabras revelan


quienes somos.

En un momento de confesión honesta, el famoso cómico


norteamericano, Red Skelton, le explicó a su audiencia: “Soy un
personaje profundamente superficial”. Otro, conocido por su mal
genio, aconsejó a otro amigo: “Nunca te acuestes lleno de enojo;
quédate y resuelve tu problema peleando”. Otro, un tal Miguel
Rodríguez, cuenta: “Luego de ir fielmente a mi psicólogo por doce
años, de acostarme en su sofá y repetirle una por una todas mis
angustias, ese maldito doctor me dice, ‘Perdón. Yo no hablar
español’.

Precisamente, una de las grandes enseñanzas que Jesús dio a sus


discípulos tiene que ver con la manera en que nuestras palabras nos
ponen al descubierto:

«No juzguéis, y no seréis juzgados. No condenéis, y no seréis


condenados. Perdonad, y seréis perdonados. Dad, y se os dará;
medida buena, apretada, sacudida y rebosante se os dará en vuestro
regazo. Porque con la medida con que medís, se os volverá a
medir» —Lucas 6:37-38.

Jesús primero describe las tendencias naturales que tenemos de


criticar a los demás: «No juzguéis, y no seréis juzgados. No
condenéis, y no seréis condenados». Sigue enseñándonos la actitud
correcta, o positiva, que debemos tener: Perdonad, y seréis
perdonados. Dad, y se os dará.

Jesucristo pone dos actitudes en contraposición:

Actitudes negativas:

No juzguéis
No condenéis

Actitudes positivas:

Perdonad
Dad (generosidad)
Con estas advertencias, ¿querrá decir que nunca podemos criticar a
nadie? No puede ser, pues el mismo Jesús en los versículos 42 y 45
censura a los hipócritas y diferencia entre hombres buenos y malos.
Luego, en Lucas 11.42-44 y 20.46-47, el mismo Señor condena a los
escribas y fariseos.

No hay enseñanza por parte de Cristo ni por parte de los apóstoles


que nos prohíbe formar opiniones y enjuiciamientos sobre malvados y
falsos maestros. Más bien, se nos pide que estemos alertas para
actuar en contra de los que engañan y hacen maldad.

Pero, si estas palabras de Jesús no prohíben el juzgar y el condenar


(¡cuántas veces se han usado para esquivar un necesario acto de
disciplina en la iglesia!), ¿qué, entonces, querrán decir?

Jesús enseña que una actitud crítica o censurista —por parte de uno
que tiene una ‘viga’ en su ojo, mientras que el otro solo tiene una
‘pequeña pajita’ en el ojo de él (vs. 41)— es un acto hipócrita y
vergonzoso. Condena ese espíritu criticón que juzga
despiadadamente sin considerar sus propios defectos personales.

Se cuenta de un señor que se quejaba que poco podía contribuir a


este mundo, porque tenía un solo talento.
—Eso no debe desanimarte — le dijo el pastor. —Dime, ¿cuál es tu
talento?
—Pastor, tengo el talento de la crítica.
—Bueno— le aconsejó el sabio pastor, —¡Te aconsejo que hagas lo que
hizo aquel señor de la parábola, que fue y enterró su talento!

La crítica puede ser útil si se mezcla con otros talentos, pero cuando
es la única actividad de una persona, ¡esa habilidad debe ser
enterrada, talento y todo!

Dijo Demócrito (460 a.C.–370 a.C.), filósofo griego que pasaba su


tiempo investigando los fenómenos de la naturaleza, y era
considerado precursor de las teorías atómicas: «Mejor es corregir las
faltas propias que andar corrigiendo las faltas de otros». Ese es el
mismo mensaje de este pasaje.

Jesús sigue su enseñanza, mostrándonos que hay principio


controlador: «Con la medida con que medís, se os volverá a medir».
Precisamente, ese es el principio que no debemos olvidar: El que
critica a otro se inculpa a si mismo. Todos tenemos fallas y
debilidades. Al ver una conducta que no aprobamos, debemos actuar
con amor y misericordia. El que es misericordioso será recompensado
con misericordia. Al que le falta misericordia, el tal sufrirá el juicio
de los inmisericordes.

El principio es el mismo que encontramos en el Padre


Nuestro: «Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones,
también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras
transgresiones» —Mt 6.14-15.

¿De dónde nace esa tendencia nociva de criticar y juzgar? Viene por
hacer comparaciones o por saltar a conclusiones que luego
descubrimos eran erradas. Juzgamos y condenamos teniendo como
criterio nuestro propio conocimiento y experiencia. El problema es
que a veces nuestro conocimiento y nuestra experiencia son
limitados. Esto contribuye a que el que menos sabe sea el que más
critica.

Además, la crítica nace de criterios que establecemos de la cultura


en que nacimos. Son formuladas a consecuencia de costumbres con
que fuimos criados —por lo que hemos visto y oído. Normalmente,
tales juicios son demasiado limitados para ser verdaderos. Por tanto,
antes de abrir la boca para criticar, asegurémonos de que realmente
tenemos base segura para hacer una condenación correcta.

En un viaje que hice a Venezuela, me contaron de un incidente que


salió publicado en la prensa. Resulta que en el Club Habanero de
Caracas una dama cantó esa canción hecha tan famosa en
Miami Cuando salí de Cuba. Un hombre sentado en una mesa de atrás
en el club prorrumpió en sollozos. La cantante se le acercó y dijo:

— Seguramente usted es cubano.

—No—, dijo él, —Pero, es que soy músico.

Antes de llegar a una conclusión, asegurémonos que tenemos base


sólida para lo que vamos a decir.

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