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1. Introducción
“Por los sexos separados se pasó a los sexos enfrentados. Dentro de esta cultura
patriarcal y burguesa ese enfrentamiento sólo podía concluir en la mujer dominada, es
decir, convertida en subalterna del padre, del esposo o el hermano mayor.
La mujer dominada fue un tipo de humano que halló sus expresiones paradigmáticas en
la burguesía y la clase media, aunque probablemente varias de sus características se
hallasen igualmente en los sectores populares.
2. La mujer diabolizada
“Y la mujer era diabólica sobre todo porque se identificaba con la tentación sexual. Para
aquel burgués que se quería dominador del absoluto, la mujer equivalía a “la pasión
más poderosa del corazón humano”, según calificaríaa la lujuria Mariano Soler en
1890. ¿Acaso en la calle Santa Teresa, el barrio prostibulario de Montevideo, donde la
mujer reinaba, no brotaban “todos los deseos inconfesables en que hormiguean las
conscupiscencias, mordiendo los sentidos, inyectándose como fuego líquido en el
organismo de todos los neófitos y de todos los prostituidos”, como decía el publicista
Rafael Sienra en 1896? La mujer era un factor inquietante y turbador de la paz interior
del burgués. Por ello, como a la sexualidad, de quien era enviada, había que dominarla,
vigilarla y obligarla a que se identificara con los roles que el hombre le imponía. (158)
Por todo ello el hombre necesitaba controlar a la mujer. El burgués construyó una
imagen de la mujer ideal y procuró que las mujeres la internalizasen. Allí había, como
observamos, algunos datos de la naturaleza -la cualidad de madre, por ejemplo-, que se
orquestaron con otros impuestos por aquella sociedad patriarcal. El resultado fue una
creación cultural que tal vez pocas veces coincidió con todas las aristas de una
personalidad femenina concreta, así como también muy pocas veces las mujeres reales
dejaron de poseer algunos de los rasgos modelos. (162)
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PELUFFO LINARI, GABRIEL- CONSTRUCCIÓN Y CRISIS DE LA PRIVACIDAD
EN LA ICONOGRAFÍA DEL NOVECIENTOS
“La figura femenina aparece, en esta época, fuertemente asociada a ese marco
decorativo y suntuario de la vida doméstica, repartiendo su tiempo entre el papel de
madre y el papel calificador estético de la privacidad familiar.
En las dos últimas décadas de siglo pasado es posible encontrar, en algunos ejemplos de
pintura académica, la representación de la sexualidad femenina como un tropos
lujurioso, matérico y amenazante. A este punto, convergen tanto el realismo de Eduardo
Sívori, en El despertar de la sirvienta de 1887, como el naturalismo alegórico de Juan
Manuel Blanes en Demonio, Mundo y Carne, de la misma época.
Mientras el primero recorre no sólo los atractivos, sino también la morbidez de la carne
en el cuerpo del “otro” social -la sirvienta-, el segundo resume, en una escena alegórica
que demoniza a la mujer y los vicios, las amenazas que se cernían sobre los antiguos
códigos patricios, sobre la condición moral de sus conductas sociales y sus gustos
estéticos.
Pero a partir de 1900, la imagen femenina parece tamizarse en ideales sociales que la
desmaterializan: el pintor Carlos María Herrera la representa (entre 1900 y 1912) con la
técnica veloz y atrevida del pastel, obteniendo mujeres “gaseosas” -ocultas tras una
nube de gases y de gasas- apenas perceptible en su carnalidad., tal como las pensaba una
mentalidad aristocrática nutrida de la antigua austeridad patricia, (...)” (pp.64-65)
Autor:
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Ejercicios
2. Establece una relación entre este cambio y la situación de la mujer planteada por
Barrán en el Novecientos.
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