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MEDIADORES DE LECTURA
El verbo leer no soporta el imperativo.
Aversión que comparte con otros verbos:
el verbo «amar»..., el verbo «soñar»...
Daniel penca
Es muy frecuente que los niños pequeños sientan curiosidad por los libros y que con
gran entusiasmo pidan que se los lean e incluso leen desde muy temprana edad, aunque
sea de manera no convencional, si tienen oportunidad de tener un libro entre sus manos.
Pero ¿qué ocurre luego, cuando esos niños crecen para que, como muchos afi rman,
pierdan su entusiasmo y ya no quieran leer? ¿Por qué desaparece ese interés? No se trata
de buscar culpables, se trata de reflexionar acerca de los distintos factores que inciden
en la formación de lectores.
Muchas veces las historias lectoras tienen un inicio fortuito. Al hablar de historias
lectoras nos referimos al caudal de textos que han leído o escuchado los alumnos y que
van construyendo su relación con los libros, con la literatura, los textos de estudio u otro
tipo de textos. Algunas de ellas suelen comenzar antes de aprender a leer, otras revelan
un inicio más tardío. No obstante, en casi todas aparece siempre un elemento común: la
presencia de un lector que transmite el gusto por la lectura. Se trata de un abuelo, padre,
madre, hermano, amigo, tío o, tal vez, simplemente un conocido que, en algún
momento, compartió la experiencia de leer y produjo el primer encuentro con un libro.
Mediadores y hábitos
Hay ciertos hábitos muy instalados en la formación escolar, algunos promovidos incluso
por la industria editorial, que se basan en que los estudiantes lean un número elevado de
libros. Algunos docentes, incluso, invierten muchas horas en la elaboración de
cuestionarios, cuyo objetivo es comprobar que los estudiantes hayan leído, en ocasiones
se incluyen algunas trampas para cazar a aquellos que no leyeron. Cuando las prácticas
escolares se centran en verificar que los estudiantes leen, se deja de lado otro objetivo:
promover el gusto por la lectura. ¿Cuál es el valor de comprobar que los estudiantes
lean lo que les exigimos leer, si esto promueve la pérdida de un potencial lector?
No se trata de correr una carrera contra el tiempo en la cual se le dé prioridad a la
cantidad de textos que deben ser leídos. En efecto, junto con el concepto de cantidad
suele aparecer también el de obligatoriedad. De alguna forma, el acercamiento a la
lectura nos enfrenta al conflicto entre lo obligatorio y lo electivo.
No podemos desconocer que los docentes nos situamos en un lugar de difícil equilibrio:
promover ineludiblemente la lectura y, al mismo tiempo, quitarle el carácter obligatorio.
En el medio de esta compleja situación, muchas veces, pareciera que dejamos de lado
un objetivo central: desarrollar en nuestros alumnos el comportamiento lector. En
general, cuando prevalece el concepto de cantidad, este opera en detrimento de la
calidad, y las lecturas obligadas construyen no lectores, pues representan un castigo. En
las historias de los sujetos no lectores siempre aparecen lecturas de este tipo que dejan
una mala experiencia y que los alejan de la lectura.
En defi nitiva, para promover la lectura es necesario invitar a leer, contagiar el gusto por
la lectura. Es preciso sacudir nuestras prácticas lectoras: las personales, para recuperar,
en algunos casos, al lector que somos, fuimos o deberíamos ser y también las que
profesionalmente llevamos adelante. Es necesario pensar, entonces, alternativas que
superen algunos estereotipos instalados en las aulas y que, si bien nos aseguran (¿nos
aseguran?) la lectura de textos, no fortalecen ese tránsito hacia la formación de lectores.
Esto requiere analizar qué damos para leer, teniendo en cuenta los objetivos
profesionales e institucionales, pero también contemplando los diferentes intereses que
los estudiantes manifiesten o logremos interpretar mediante diversas intervenciones para
iniciarlos en la construcción de su historia lectora.
En efecto, algunas prácticas que siguen aún vigentes alejan a los niños, jóvenes o
adultos del mundo de la lectura. Para promocionar la lectura es preciso planificar
secuencias didácticas que configuren un entramado de situaciones en las que cada
docente también evidencie sus propios deseos de leer. Un alumno lee si su docente lee.
No se enseña a ser lector, se contagia el ser lector.
Así, la escuela cobra mayor dimensión, pues adopta una actitud de equidad e igualdad
de posibilidades: rompe barreras y construye puentes. Las instituciones educativas
tienen la responsabilidad democratizadora de posibilitar y fomentar el acceso de todos a
la cultura escrita, ya que la lectura no es un privilegio de unos pocos, sino un derecho
para todos.
Ayudar a construir historias lectoras implica ofrecer diversidad de textos que generen
intereses múltiples y abran nuevos mundos.
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1 Bialet, Graciela, “El berretín de la lectura”, en El fomento del libro y la lectura/6.
Resistencia,
Fundación Mempo Giardinelli, 2004, p. 24.
2 Dubois, María Eugenia, Texto en Contexto 7 Sobre lectura, escritura… y algo más.
Buenos Aires,
Asociación Internacional de Lectura/ Lectura y vida, 2006, p. 109.