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Aunque parecía una hazaña imposible lograr terminarla en seis meses, el Indio Cantuña puso
su mayor esfuerzo y empeño en terminarla, reunió un equipo de indígenas y se propuso
terminarla. Sin embargo la edificación no avanzaba como él la esperaba. En esos momentos de
angustia se presento ante el, Lucifer y le dijo: “¡Cantuña!. Aquí estoy para ayudarte. Conozco
tu angustia. Te ayudaré a construir el atrio incompleto antes que aparezca el nuevo día. A
cambio, me pagarás con tu alma.”
Cantuña aceptó el trato, solamente pidió una condición, terminar la construcción lo más
rápido posible y que sean colocadas absolutamente todas las piedras.
Cantuña se vio desesperado debido a que vio que los diablillos avanzaban muy rápido, tal
como lo ofreciera Lucifer, la obra se culminó antes de la media noche, fue entonces el
momento indicado para cobrar el alto precio por la construcción, el "alma de Cantuña".
El diablo al momento de ir ante Cantuña a llevarse su alma, éste lo detuvo con una tímida voz,
¡Un momento! - dijo Cantuña. ¡El trato ha sido incumplido! Me ofreciste colocar hasta la
última piedra de la construcción y no fue así. Falta una piedra. Cantuña había sacado una roca
de la construcción y la había escondido muy sigilosamente antes de que los demonios
comenzaran su obra.
Lucifer, asombrado, vió como un simple mortal lo había engañado de la manera más simple.
Así Cantuña salvó su alma, y el diablo sintiéndose burlado, se refugió en los infiernos sin
llevarse su paga.
Cuenta la leyenda que en tiempos muy antiguos, la Madre Tungurahua acusaba a su esposo de
que no le podía dar hijos blancos como él. En represalia y mucho enojo, ella solía escupirle el
lodo y la ceniza que hervía en su vientre.
El padre Chimborazo por su parte, lleno de amor propio y de virilidad, no quiso que su esposa
continuara escupiéndole.
Así pues, cuenta la leyenda que hizo que una hermosa joven pasara por sus faldas en
persecución de una de sus ovejas perdidas, que el Padre Chimborazo dejó escapar por las
breñas. Y así fue ella a sus plantas, halló un hermoso frijolito de piel blanca. Lo recogió
cariñosamente y lo aprisionó en la cintura, entre la faja y su vientre maternal.
El frijolito buscó camino y se introdujo en el vientre de la joven.
Y desde ese instante el vientre de la hermosa joven fue creciendo día a día, mes a mes, hasta
que en nueve lunas, alumbró un hermoso bebe parecido al Padre Chimborazo: piel blanca,
cabellos dorados, igual al Apu de la nieve. Este fue el primogénito del Padre
Chimborazo.
"Apu.- Los Apus son espíritus que habitan dentro de los cerros. Son concebidos como una fuerza
inmanente, capaz de ejercer el poder de su liderazgo y vigor sobre las cosas y las personas. Un
Apu es también es espíritu de los cerros; a veces es masculino, a veces femenino; en gran
medida eso depende de si es hombre o mujer a quien se le aparece"
Por ello haciendo memoria de estas cosas, todos los lugareños sostienen que éstos niños son
hijos del monte.
Es por eso que nuestros adultos mayores creen que el fréjol abulta (infla) el vientre, más aún
cuando se lo come cocido y enfriado. Existen también ciertos abuelitos que aconsejan a sus
jóvenes nietas o lugareñas a no caminar por las faldas de los montes ya que éstos procrean con
las doncellas.
En esta história se nos cuenta, la vida de un sacerdote o padre conocido en nuestra localidad,
el cual no era precisamente el mejor de todos debido a su mala conducta.
La leyenda cuenta que este padrecito, todas las noches salía a tomar aguardiente (puro), pero
para salir de la iglesia él tenía que subir y lo hacia apoyándose en un brazo de la estatua de
Cristo, pero cierta noche mientras intentaba salir se dio cuenta que la estatua lo regreso a ver
y le dijo: ¿Hasta cuándo padre Almeida? y este le contesto sarcásticamente "Hasta la vuelta" y
se marchó.
Una vez ya emborrachado, salió de la cantina y se encontraba paseando por las calles de
antiguo Quito, hasta que pasaron 6 hombres de alta estatura y completamente vestidos de
negro cargando un ataúd, aunque el padre Almeida pensó que era un toro que había salido de
algún corral, con el cual chocó y se desplomo, pero al levantarse regreso a ver en el interior del
ataúd, y para su sorpresa era él, el padre Almeida dentro del ataúd, del asombro huyo del
lugar.
Al llegar a la Iglesia se puso a pensar que eso era una señal y que si seguia así podia morir de
seguro como castigo, entonces desde ese día ya no a vuelto a tomar y el padre observaba la
cara de la estatua de Cristo más sonriente.
Hace más de doscientos años en las calles apartadas de Guayaquil, los trasnochadores
veían la
Dama Tapada. Anoche vi a la Dama Tapada, contaba en una reunión de amigos,
elFulanito.Son puros cuentos, respondía el amigo con aires de valentón. Yonunca he
tropezado con ella.Nunca se la ve antes de las 12 de la noche, ni después de
lascampanadas del alba, opinaba otro asistente a la reunión.Según la leyenda, la
Tapada
era una dama de cuerpo esbelto y andar garboso, que asombraba en los vericuetos de la
ciudad y se hacía seguir por los hombres.Nunca se supo de dónde salía. Cubierta la
cabeza con un velo,sorpresivamente la veían caminando a dos pasos de algún transeúnte
que regresaba a la casa después de divertirse. Sus almidonadas enaguas y sus amplias
polleras sonaban al andar y un exquisito perfume dejaba a su paso. Debía ser muy linda.
Tentación daba alcanzarla y decirle una galantería. Pero la dama caminaba y caminaba.
Como hipnotizado,el perseguidor iba tras ella sin lograr alcanzarla.De repente se detenía
y, alzándose el velo se enfrentaba con el que la seguía diciéndole: Míreme como soy... Si
ahora quiere seguirme, sígame...Una calavera asomaba por el rostro y un olor a
cementerio reemplazaba el delicioso perfume.Paralizado de terror, loco o muerto quedaba
el hombre que la habíaperseguido. Si conservaba la facultad de hablar, podía contar
luegoque había visto a la Tapada.
Hace mucho tiempo en la ciudad de San Miguel de
Ibarra vivían dos grandes amigos: Carlos y Manuel. Una
mañana, el papá de Carlos les pidió que antes de
ponerse a jugar, fueran a regar las plantas del jardín,
puesto que hacía muchos días que no llovía y casi
estaban por secarse.
– Está muy oscuro y tengo miedo. ¿Me acompañas Manuel a regar las plantas?
Antes de que se acercaran a la parte trasera de la casa, sitio en el que se encontraban las
macetas que debían regar, empezaron a huir una serie de voces que pronunciaban palabras en
otro idioma, de la misma forma que ocurre cuando la gente sale en una procesión.
Se ocultaron detrás de un árbol y pudieron ver que aquellos no eran seres humanos, sino
criaturas capaces de flotar por el aire. A ninguno de ellos se les pudo ver el rostro, pues lo
tenían cubierto con una capucha. Además, en una de sus manos portaban una vela larga
apagada.
Luego de que pasaron los encapuchados, apareció una carroza guiada por un ente horripilante
que tenía en la cabeza un par de afilados cuernos y dientes iguales a los de un lobo.
Fue en ese preciso momento, cuando Carlos recordó unaleyenda ecuatoriana que le
contaba su abuelo acerca de una «caja ronca«. La descripción que el anciano había hecho
acerca de los seres que custodiaban este mítico objeto, era exactamente igual a las criaturas
que acababan de ver.
Las soltaron de inmediato y cada uno se fue para su domicilio. Desde ese momento,
procuraron jamás volver a salir de noche y mucho menos dudar de las historias y mitos que
cuentan por las regiones cercanas a la capital de Ecuador.
Esta leyenda me la contaron en uno de mis viajes
a Ecuador. José era un tahúr. Es decir, un jugador de
cartas experto a quien además le fascinaba hacerles trampa
a sus contrincantes.
En lo que iba bajando por la colina, dejó caer el frasco de luciérnagas, dejándolo en completa
oscuridad. Luego halló al pequeño, lo cubrió con su capa y en ese momento la criatura dejó de
llorar.
Ya de regreso, José se dio cuenta que la parte de su cuerpo en donde se estaba recargando el
niño, empezó a calentarse de manera desmedida. De inmediato, trató de soltar al niño en el
suelo, más en ese momento sintió como una puntiaguda garra se le clavó en el abdomen.
– Eres una persona muy egoísta y la gente como tú merece la muerte. Replicó la horripilante
criatura.
El hombre nuevamente suplicó por su vida hasta que se desmayó del enorme pavor que
sentía. Al día siguiente, lo despertaron los rayos del sol de la mañana. En cuanto se levantó del
suelo, volvió a escuchar el llanto de aquel niño.
José supo que no se había tratado de ningún sueño, ni de alucinaciones causadas por las
bebidas alcohólicas. Prometió no volver a tomar y portarse bien por el resto de sus días.
Esmeraldas es una ciudad de Ecuador en la que alguna vez vivió una muchacha de cabellos
rubios, quien una noche de luna llena salió a dar un paseo.
Mientras caminaba por una estrecha calle, un sujeto se le acercó y la jaló hasta llevarla a la
fuerza a una esquina en donde le robó un beso.
Después de un rato, la muchacha regresa a su casa con el vestido maltratado y sus ojos llenos
de lágrimas, debido al terrible susto que se llevó. Posteriormente se metió al cuarto de baño, y
mientras estaba lavándose el pelo, hizo el juramento de que ningún otro hombre se
aprovecharía de ella.
Del armario sacó un hermoso vestido rojo y unas zapatillas a juego. Luego salió de su domicilio
con la intención de tomar unos tragos para olvidar lo que le había pasado.
Los hombres no paraban de admirar su gran belleza. Pronto, le apodaron la «Tacona», dado a
que sus zapatos tenían el tacón sumamente alto. De pronto un hombre, decide sacarla a bailar
y al terminar la pieza le propone que le acompañe a la orilla del mar, para poder platicar a
solas con ella.
La muchacha accede y una vez que están en la playa, el sujeto la toma fuertemente de la
cintura para besarla a la fuerza. Sin embargo, antes de que sus labios toquen los de la joven, se
da cuenta de que la muchacha se ha transformado en un horrible cadáver.
Lo que ocurrió es que aquella dama había hecho un pacto con la muerte, para cobrar venganza
de todo aquel que quisiera hacerle daño a una mujer.