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Eduardo Minesas
Edipo, del mito a la estructura
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sexualidad en el hombre, que es, por otra parte, la clave en la cual tenemos costumbre,
por nuestra experiencia, de hacer girar todos los accidentes de la evolución del deseo".
Mientras que Freud veía el Edipo como una matriz identificatoria que daría su
identidad a cada miembro de la especie humana -su saber quién soy, qué puedo y qué
no debo- Lacan nos dice "No hay en el Otro ningún significante que, en la ocasión,
pueda responder de eso que soy" (El deseo y su interpretación, lección del 8.4.59).El
Enigma le dice a Edipo: "el abismo al que me arrojas está dentro tuyo", o sea: "jamás
sabrás quién eres".
El pequeño Hans se enfrenta con sus síntomas y se sorprende enormemente cuando su
padre le transmite lo que Freud (el profesor) le explica, "¿Es que el profesor habla con
Dios?" pregunta Hans. Ese saber lo sorprende. Pero Freud no cae al abismo como la
Esfinge y su interpretación produce un efecto de liberación en Hans. La puesta en
palabras, el reconocimiento de la tendencia inconsciente, es mucho más efectiva que
aquello que la mantenía encerrada y producía síntomas.
La función del padre, enunciada por Lacan primero como Nombre del Padre y luego
como Nombres del Padre, será aquella que reemplazará finalmente a aquel padre
imaginario del Edipo. En l'Etourdit esta función será considerada como aquella que
tiene a su cargo pronunciar un No, no que la madre debe transmitir. “No” a la relación
incestuosa así como imposibilidad del sujeto de enunciar su ser bajo una esencia fálica,
"no" introductor de la función lógica de la excepción, adjudicada al padre, No
considerado también como nudo y que se halla en el origen de la negación como
función constituyente del sujeto.Y luego, a partir de los seminarios RSI y Le sinthome,
el padre es la función que nombra.
El complejo de Edipo aparece así como el preámbulo necesario para hacer actuar la
castración, la que instaura el reino de la no completud y del deseo.
En la lección única del seminario Los nombres del padre Lacan nos habla del sacrificio
de Isaac, modelo por excelencia de la castración, en tanto privación de la completud.
Dios exige de Abraham sacrificarle a su hijo Isaac. A diferencia de la mitología griega,
el judaísmo trata a sus momentos fundantes como históricos, no como productos de la
imaginación o que ocurrieron en un mundo que ya no existe, sino como hechos que
ocurrieron realmente. Esto introduce un matiz particular en la relación que cada
miembro de la confesión judía establece con estas historias. Ocurre como si ellas
pertenecieran a la continuidad de lo actualmente vivido. Y así, una voz irracional, sin
justificación alguna, exige del padre Abraham sacrificar a su hijo. Dios pone a prueba
el amor de Abraham hacia él. Un amor impregnado de muerte y dolor. Y Abraham se
dispone a matar a su hijo.
Este sacrificio puede ser visto como la entrada del sujeto en el orden de la castración:
renunciar a la completud, a lo más propio y a lo más amdo, perder lo más querido por
escuchar a Dios, al Otro, por convertirse en un sujeto de la palabra. Felizmente, Dios
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detiene la mano asesina y el pequeño Isaac puede entonces reir, tal como su nombre lo
indica. En su lugar es sacrificado un cabrito. El sacrificio se ha realizado, la castración
acontece. Esto puede verse como el lugar de la estructura. En lugar del deseo de
asesinar a su padre y gozar de su madre, la aceptación de la no completud. En lugar del
mito de Edipo, este mecanismo de entrada en el orden simbólico, con lo que ello
conlleva de pérdidad, del que la circuncisión es su representante en el cuerpo real. Bien
apegados a lo real, los judíos llevan en su cuerpo la marca de este paso a la ley, siendo
la circuncisión la afirmación absoluta de la presencia del Otro por una marca en la
carne. Y este Padre Dios que ordena la ley, sin duda, es también el padre que nombra.
"Podemos prescindir del Nombre del Padre, a condición de servirnos de él" nos dice
Lacan (Seminario El Sínthoma, lección 10, 13.4.1976). Curiosa fórmula que indica, de
todos modos, la necesidad de esta referencia al Padre.
Prohibir, servir como modelo de identificación y nombrar parecen las funciones
necesarias para que la criatura prematuramente nacida pueda orientar su existencia en
un mundo que le proveerá lo que necesita para vivir, a través de un mecanismo que le
permite orientar su fuerza vital hacia objetivos constituidos como objetos de deseo.
¿Podremos curarnos de esta nostalgia por la completud, aquella misma que Freud
pensó como añoranza inextinguible de los hijos de la tribu por ese padre asesinado,
comido y finalmente amado, ese padre que sabía proteger? Soportar el desamparo, la
desprotección absoluta, aceptar la existencia recibida con la muerte que conlleva y
limitar el goce parecen ser los caminos para una "existencia sostenible" en este mundo,
en el que el apego a la ferocidad de los dioses, la esperanza en un Nombre del Padre
absoluto cobran cada vez un precio más alto.