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La danza es una forma de expresión, y, como tal, es también un vehículo para manifestar experiencia

religiosa. De hecho, podemos encontrar diferentes danzas rituales en todas las religiones y culturas. La
danza es un arte, una forma de expresión humana que nos eleva y ayuda a trascender la realidad. Por
esto mismo también es un buen vehículo para ponernos delante de Dios, para la contemplación.
Quizá nuestra mentalidad europea está todavía demasiado hipotecada por los presupuestos filosóficos
griegos y agustinianos que demonizaban al cuerpo y todo lo relacionado con el, tachándolo de
imperfecto, mundano, “poco celeste”. Pero el cuerpo es todo lo que tenemos, es nuestra realidad, la que
nos posibilita el ser, y, lo que es más importante, es también imagen y semejanza de Dios. Por lo
general, la espiritualidad occidental desarrolló la oración como un ejercicio mental, dando por supuesto
que la mejor manera de acercarnos a Dios era a través del pensamiento. La danza contemplativa quiere
dar una nueva perspectiva a la oración: Dios nos ha hecho corpóreos, y nuestro cuerpo puede llegar a
ser un buen vehículo para acercarnos a Dios.
Jesús de Nazaret, la encarnación de Dios, es nuestro referente: a Dios se llega a través del cuerpo, pues
cada cuerpo, cada mano, cada pierna, cada vientre, cada mirada, son manos, piernas, vientres y miradas
de Dios. Dios nos toca y nos mira a través de los cuerpos y los ojos de los demás.
Cuando danzamos, nuestro cuerpo y nuestra mente se aúnan, y cooperan mutuamente en la labor de
ponernos delante de Dios, en la contemplación. Dejemos ya ese divorcio interno entre mente y cuerpo,
y seamos Uno en el Todo.
El “invento” no tiene nada de nuevo. Israel es un pueblo que danza a Dios desde que tiene memoria.
En la Biblia se cuentan, como mínimo, hasta ocho verbos distintos para designar la danza, prueba de su
importancia para el Pueblo de Dios. La danza ya está presente en el primer capítulo del libro del
Génesis, que narra como, en el caos primigenio, la Ruah (el Espíritu de Dios) danzaba sobre las aguas.
Miriam, David o el rey Ajab son también pruebas patentes de la utilización religiosa de la danza. Un
buen número de salmos hacen referencia a la danza, incluso están escritos para ser danzados.
En el cristianismo primitivo no estaba estipulada la danza en su uso litúrgico, pero sabemos que hay
comunidades que la usan. Un dato significativo: en el Evangelio apócrifo Hechos de Juan, Jesús antes
de ser arrestado, baila una danza del círculo con los apóstoles. La danza, pues, no era algo ajeno a las
primeras comunidades.
En los Santos Padres encontramos referencias a cinco clases de danza: bíblica, celeste, mística,
simbólico-alegórica y profana. En el siglo III, Clemente de Alejandría cita la danza religiosa como un
modo de tensión hacia Dios.
Entre los siglos IV y VIII se cita a la danza como instrumento de culto, como forma de conexión con
los ángeles del cielo. Incluso existía la costumbre de danzar alrededor de las tumbas de los mártires.
Pero en paralelo con estas prácticas llega al cristianismo la filosofía griega, dominada por un cierto
menosprecio hacia lo corporal. El cuerpo es visto como un elemento cuanto menos entorpecedor en el
acercamiento místico a Dios. Paralelamente se empieza a denunciar lo inapropiado de ciertas danzas en
las celebraciones de las comunidades. A partir del Concilio de Laodicea (siglo IV) empiezan a
prohibirse las danzas de forma puntual, tanto las de tipo religioso como las profanas.
La Edad Media va a ver el avance inexorable de este proceso de arrinconamiento de la danza. Sólo
queda constancia de unas pocas tradiciones de danza religiosa. Sin embargo, sabemos que algunos
místicos usan la danza para ponerse ante Dios. Es el caso de Pascual Bailón, Teresa de Jesús, Felipe
Neri. El mismo Domingo de Guzmán adoptaba para la oración determinadas posturas estáticas que le
ayudaban en la meditación.
¿Qué queda hoy de todo esto? Poco. En el estado español tenemos el ejemplo de los “seises” de la
Catedral de Sevilla que danzan ante el Santísimo.
En otras tradiciones religiosas cristianas, como en Etiopía, católicos y coptos siguen danzando en sus
ceremonias religiosas. Mención aparte merece la Iglesia africana. En el África Subsahariana la llegada
del cristianismo no desplazó la importancia cultural de la danza, y la Iglesia africana danza en todas sus
celebraciones, también en las litúrgicas.
Queda patente con esta rápida reseña histórica como la danza fue vehículo de expresión religiosa en la
cultura cristiana, y resistió como tal a pesar de lo poco favorecedoras que pudieran ser las doctrinas
filosóficas de cada momento.
Desde hace un tiempo, está surgiendo con fuerza el empleo de la danza como técnica de
interiorización. En el estado español hay una mujer: Victoria Hernández Alcaide[1], bailarina y
coreógrafa, que lleva 18 años ahondando y transmitiendo a otros la danza como camino de
interiorización. Victoria danza desde que tiene uso de razón. Con 25 años, en 1993, empieza a llevar
talleres de Expresión Corporal en Soma y también a danzar en otros encuentros de arte cristiano por
toda España: Urca, Vivar, David, Jesús entre los Jóvenes,… En Soma, en 1998, empieza a impartir un
taller de Danza Litúrgica, con las danzas que a lo largo de todo ese tiempo ha ido creando y donde
vuelca su experiencia de fe. Su trabajo, básicamente danzas cristianas, hebreas y del círculo, ha dado
lugar a coreografías que han sido recogidas en una publicación[2] y también a un nutrido grupo de
personas que entendemos la danza como una manera de armonizar cuerpo y mente para ponernos
delante de Dios.
A lo largo de diferentes encuentros (La Canal-2002, Casbas-2003, Amorebieta-2004, Manresa-2005,
Pueblo de Dios-2006,…) estamos empezando a ser correas de transmisión de este nuevo, y al mismo
tiempo viejo, modo de hacer oración. Gracias a la danza, nuestro ser, obra de Dios, se pone ante el
Padre-Madre creadora.
La oración personal sólo es posible si se inicia en el cuerpo del/la que ora, si empieza por el cuerpo,
por nosotros, en lo que somos y tenemos. Podemos, por tanto, ponernos delante de Dios no sólo con el
pensamiento o el corazón: también con las manos, los pies, las caderas, las piernas,… y entre todos y
todas conseguiremos asomarnos a la maravilla que es sentir nuestro cuerpo invadido por la Ruah.

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