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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

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Revista Freudiana

¿Quién está loco y quién no?


Sobre el diagnóstico
diferencial en psicoanálisis
Pierre-Gilles Guéguen

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Pierre-Gilles Guéguen 1

¿Quién está loco y quién no?


Sobre el diagnóstico
diferencial en psicoanálisis 2
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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

La expresión “diagnóstico diferencial en psicoanálisis” puede


parecer contradictoria o al menos podría considerarse un
oxímoron, sin embargo no puede haber una práctica bien
fundamentada del psicoanálisis sin un diagnóstico cuidadoso.
Es cierto que “diagnóstico diferencial” remite principalmente a
la psiquiatría y, de este modo, a una práctica de origen
médico. También es cierto que el psicoanálisis, a diferencia de
la psiquiatría, no se orienta por objetivos terapéuticos.

Pero, en sus orígenes, la disciplina psiquiátrica, de la que el


psicoanálisis se separó gracias a la invención de Freud, atrajo
a aquellos que compartían con Freud la creencia en el modelo
científico, experimental, racional de la medicina (incluso los
profanos como Ernst Kris, el famoso crítico de arte, por
ejemplo). En la actualidad, algunos comentaristas mal
informados pueden considerar esto con desprecio, y
desvalorizar el cientificismo ciego de Freud, rechazando así
reconocer que su insistencia en la racionalidad mantuvo al
psicoanálisis lejos de la hermenéutica (como no le ocurrió a la
desviación junguiana, que terminó colaborando con los
ideales del nazismo) y de la religión y sus posiciones
moralizadoras. Freud tuvo que luchar, a veces de manera muy
dura y dolorosa, para mantener esta orientación.

Raíces comunes
A finales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, la
“locura”, como tantos historiadores y filósofos han señalado,
estuvo progresivamente considerada como una enfermedad y,
por tanto, como un asunto de asistencia sanitaria, lo que dio
lugar a la creación de varias tipologías basadas en la
observación cuidadosa y sistemática de los pacientes, tanto
durante períodos cortos de tiempo como sobre una base

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histórica longitudinal. Fue una época en la que había muy


poca medicación que pudiera cambiar, mejorar o alterar el
estado del paciente, y la curación era considerada
generalmente como un efecto natural de la evolución de la
enfermedad.

Ese era el estado de la cuestión cuando Freud comenzó su


práctica privada hasta su descubrimiento de que hablar, en
condiciones precisas, tenía en sí mismo efectos terapéuticos,
a partir de lo cual inventó el método psicoanalítico.

En esa época, los psiquiatras, además, trataban asimismo a


gente que no buscaba su ayuda porque consideraban que su
sufrimiento se debía a una causa externa: a “un Otro malo”.
Estos pacientes eran conducidos hasta ellos contra su
voluntad por miembros de su familia o por la policía.

El psiquiatra debía entonces afrontar la decisión de tratar a la


persona “médicamente” para la sociedad, a fin de proteger el
entorno del paciente o a éste mismo de sus propias
tendencias destructivas. Hoy en día la psiquiatría todavía tiene
que tomar decisiones de este tipo y cumplir un papel protector
del público y del propio paciente. Es una parte de la tarea
psiquiátrica que tiene todo su valor y merece respeto.

Hay que tener presente que los muros de los hospitales


psiquiátricos, tan severamente criticados durante el último
cuarto del siglo veinte, pueden asimismo ofrecer refugio, en
conformidad a la etimología de la palabra “asilo”, que hoy en
día puede parecer anticuada pero que una vez fue sinónima
de refugio, de albergue.

Las clasificaciones desarrolladas antes de la invención de la


medicación neuroléptica ofrecen un marco a las principales
distinciones de las enfermedades mentales. Están basadas
fundamentalmente en la observación (Foucault lo llamó la
“clínica de lo visible”), y por lo general ofrecen poca

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comprensión de la etiología y las causas de tales dolencias y,


menos aún, pistas referentes a su relación con la biología -
3
aunque algunos psiquiatras como, por ejemplo, Henry Ey
trataron de construir un puente entre la neurología y la
psiquiatría. En la actualidad, la creencia ciega en los
paradigmas de las neurociencias tiende a forjar la ilusión de
que la brecha ha desaparecido. Además, una rama del
psicoanálisis (representado por la IPA) ha adoptado
oficialmente este delirio que no lleva más que a arruinar la
4
naturaleza misma del psicoanálisis.

A pesar de sus defectos, las tipologías clásicas confiaron


fielmente tanto en los fenómenos que aparecen in situ como
en los que aparecen en el tiempo, y los transcribieron
minuciosamente. Gracias a unos profesores de psiquiatría que
fueron unos eruditos excepcionales, estas clasificaciones,
permitieron elaborar una amplia pero sutil descripción general
de las enfermedades mentales.

Ellas dependían en gran medida de la subjetividad de sus


inventores y, a veces, fueron referidas a un corpus de
conocimientos nacional relativo a ítems específicos. De vez en
cuando, una voz distinta se elevaba contra la tipología
existente y mediante la discusión terminaba imponiendo un
nuevo ítem o una nueva clasificación o rama. Éste fue el caso
de Clérambault a quien Lacan consideró su “único maestro en
5
psiquiatría”,
y que inventó el concepto de “automatismo mental”.

Otro ejemplo es el del psiquiatra alemán Kretschmer quien


especificó algunos rasgos de la paranoia recogidos por
Kraepelin y creó su propio síndrome que llamó “paranoia
6
sensitiva”. En su trabajo,
que se remonta a 1918 y se basa en una compilación de
historiales muy documentados, describió una forma moderada
de paranoia donde “el Otro malo” no está tan fuertemente

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definido como en el delirio paranoico de persecución de


Kraepelin, sino que es bastante insidioso y consiste
principalmente en la sensación de ser observado
constantemente. De este modo, se opuso a Kraepelin y se
sumó a otros psiquiatras de su tiempo que venían observando
formas de lo que llamaron la paranoia abortiva, mientras que
el gran Kraepelin creía que la paranoia en todos los casos,
tarde o temprano, desarrollaba un estado pleno de delirio
persecutorio.

Durante mucho tiempo la psiquiatría evolucionó a través de


este tipo de discusiones entre algunas eminentes y
respetadas figuras de la autoridad, las cuales construían sus
propias clasificaciones y tenían que demostrar a otros clínicos
que sus aserciones, y también sus premisas, estaban bien
fundamentadas y podían ayudar a distinguir el
comportamiento “normal” del comportamiento malsano o
“patológico”. Esto requirió una presencia constante así como
entrevistas muy largas con los pacientes. Sin embargo, la
frontera no era fácil de dibujar y los especialistas con
frecuencia estaban en desacuerdo. En esta gran conversación
que dio lugar a muchas ambigüedades e interpretaciones
personales, Freud jugó también su papel en la evolución de la
psiquiatría mientras impulsaba su teoría psicoanalítica. Él
estaba bien versado en el trabajo de Kraepelin, entre otros, (el
Hombre de los Lobos había estado con el maestro antes de ir
7
a ver a Freud).
Sus discusiones con Jung sobre la esquizofrenia y la
paranoia, contenidas en su Correspondencia, tienen aún gran
8
interés para los clínicos actuales.
Hay que mencionar además su invención de la categoría de
“neurosis obsesiva” inédita hasta entonces. Freud fue
evolucionando en su uso de las clasificaciones psiquiátricas:
mientras que al principio no planteó una distinción clara entre
9
neurosis y psicosis
(habló de neuropsicosis de defensa), pronto distinguió entre

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ambas y se mantuvo cauteloso en lo relativo al tratamiento de


la psicosis con el método psicoanalítico. Desde su origen, el
psicoanálisis estuvo así profundamente arraigado y
entrelazado con la psiquiatría.

Como mencioné antes, Freud mismo, que era un racionalista


y creía en los ideales científicos de la psiquiatría de su tiempo,
se opuso al tratamiento mágico, religioso o moralizante del
sufrimiento psíquico. Y luchó contra la voluntad de muchos de
sus colegas (sobre todo de los estadounidenses) de restringir
el derecho a la práctica analítica a los clínicos de formación
médica.

Esto, que fue cierto para Freud, también valió para Lacan
quien fue atraído por el psicoanálisis, y alejado de la
psiquiatría, debido al interés especial que desarrolló por
“Aimée”, la paciente de su tesis doctoral, y con más amplitud
10
por el deseo femenino.

Desde luego muchas categorías psiquiátricas fueron


utilizadas, y se utilizan aún, con el objetivo de proteger al
individuo y a su entorno, y más ampliamente a la sociedad, de
la violencia de las manifestaciones de algunas
“enfermedades” clínicamente reconocidas. Este noble -y útil-
objetivo seguramente comportó también muchos errores e
injusticias debido a los prejuicios segregativos hacia la locura,
sobre todo cuando las medicinas psicotrópicas aún no
existían, y algunas cuestiones moralistas y patrimoniales
podían jugar una parte nada inocente en las decisiones de
confinamiento psiquiátrico.

En la segunda mitad del siglo veinte, estuvo en boga el


movimiento de la antipsiquiatría que hizo el juego a los ideales
libertarios de una manera en gran parte utópica e
inconscientemente peligrosa, y que terminó, en algunos
países como Italia, arruinando el sistema de asistencia
médico-psiquiátrica. Michel Foucault, de manera más

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fundamentada, se hizo eco de estas protestas demostrando


los vínculos entre el “poder” en general y la creación y la
aplicación de las normas. Su serie de conferencias sobre los
anormales ejemplifica de modo bastante convincente el
vínculo existente entre el estado de una sociedad dada y lo
que se considera dentro o más allá de los límites de lo
11
socialmente tolerado.
Estas normas fluctúan y son parte de un movimiento en curso
en todas las sociedades y países (por ejemplo, los derechos
de los gays y el “liberalismo en cuestiones sociales” actuales
en Estados Unidos y en Europa).

El psicoanálisis está a bordo del tren de lo que Lacan llamó el


“discurso del amo”. Su tarea es subvertirlo, no denunciarlo.
Por lo tanto debería evitar tanto la utopía de la antipsiquiatría
como los contragolpes reaccionarios.

El “libro de los Trastornos”


12
Entonces, llegó el DSM.
Esta clasificación que ha invadido la psiquiatría hasta
dominarla, se basa, hablando con claridad, en un intento de
borrar la subjetividad en el diagnóstico para reducir las
discrepancias entre los médicos. Como resultado, los
números se impusieron al juicio personal, se crearon
categorías como la depresión o la hiperactividad basadas en
los medicamentos para suprimir la influencia del juicio del
psiquiatra y de la subjetividad del paciente. Todo el mundo
conoce la pobreza de las escalas y de los cuestionarios que
han sustituido a las largas observaciones y las
conversaciones frecuentes entre los médicos y sus pacientes.
13
Éric Laurent
describió sus efectos en relación a la extensión generalizada

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de la evaluación, de la cual la clasificación DSM y similares


son parte integrante: “Esto conduce a la desaparición de lo
real de la enfermedad”. (Ello signa la muerte del lenguaje
como proceso en curso de la conversación entre el paciente y
el terapeuta).

Una vez que se establece la muerte del lenguaje, se hace


imposible decir algo sobre los fenómenos que quedan fuera
de lo que está incluido en las escalas.

En última instancia, esto prepara el terreno a la destrucción


del lazo social, así como del acuerdo mutuo y el soporte que
esto implica. Así, el sujeto es conducido a lo que Éric Laurent
llama con mucha precisión “una posición por defecto”. Él/ella
no es ya alguien que sufre y que dirige una demanda a un
especialista, sino que deviene una falla en el orden del
Universo y por lo tanto un inadaptado potencial a ser
14
reeducado.

Lacan y la cuestión del


diagnóstico en psicoanálisis
Hay un movimiento fecundo entrecruzado entre dos corrientes
de pensamiento a lo largo de la obra de Lacan. Por un lado, él
descarta en nombre del psicoanálisis cualquier clase de
segregación de nuestros semejantes (por ejemplo cuando
define la locura como la esencia de la libertad humana en sus
15
primeros Escritos
16
o cuando proclama en 1976 que “Todo el mundo es loco”);
17
éste es el Lacan a favor del continuismo.
Por otra parte, él trata de construir definiciones muy precisas
sobre el fenómeno que el psicoanálisis debe abordar: su

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lógica, su descripción minuciosa, sus diferencias netas. Éste


es el Lacan que aboga por un modelo discreto del aparato
psíquico. Para él, los fenómenos son siempre acontecimientos
de lenguaje: la cadena significante está hecha con elementos
discretos que él llama “significantes” siguiendo a Saussure.
Estos elementos están enlazados por la metáfora y la
metonimia para producir el flujo del sentido y la significación
los cuales, por su propia naturaleza, no pueden pensarse
como discretos. De nuevo continuidad y discontinuidad
entrelazadas en el campo del discurso y el lenguaje, y el ya
famoso aforismo lacaniano “el inconsciente está estructurado
como un lenguaje”, lo que quiere decir que el concepto mismo
implica lo discreto a la vez que lo continuo.

De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la


18
psicosis
ilustra el acercamiento de Lacan al diagnóstico estructural. En
este texto fundamental sobre la psicosis, él descifra con más
precisión que cualquier otro psiquiatra de su tiempo, más que
el mismo Freud, la masiva cantidad de fenómenos psicóticos
descritos por Schreber en su autobiografía. Hay que tener
presente la lógica de la contribución de Lacan: la psicosis, y
sobre todo la psicosis schreberiana, debe examinarse en
relación a los trastornos del lenguaje y los trastornos de la
comunicación. En la psicosis, la relación con el gran Otro está
rota por lo que los fenómenos fundamentales deben leerse
dentro del orden simbólico alterado con -como resultado- una
cascada de repercusiones en lo imaginario: lo real forcluido
retorna en lo simbólico con sus efectos devastadores.

Según esta matriz de la concepción clásica de Lacan de la


psicosis, el diagnóstico tiene principalmente (si no
exclusivamente) que ser construido a partir de los trastornos
del lenguaje que resultan del “abismo que se formó por el
simple efecto en lo imaginario del llamado vano hecho en lo
19
simbólico a la metáfora paterna”.

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Inmediatamente añade en esa página que la significación


fálica está forcluida para el sujeto por la “elisión del falo, que
el sujeto remitiría para resolverla a la hiancia mortífera del
20
estadio del espejo”.
En última instancia, Lacan confía en que el sujeto inventará -
aún si es frágil- una útil “metáfora delirante” que estabilizará
su relación con un Otro modificado.

En esta vertiente de su pensamiento, Lacan puede ser


considerado mecanicista. Como consecuencia de su
interpretación del corpus freudiano en Función y campo de la
palabra y el lenguaje (hito y punto de referencia de su llegada
tempestuosa al psicoanálisis tradicional), será considerado en
adelante estructuralista, aunque él rechazará ser llamado así.
La parte “estructuralista” y, por tanto, mecanicista de su obra
es sólo una parte de su acercamiento a la clínica, aunque
21
fuera predominante durante muchos años.

Jacques-Alain Miller ha dedicado mucho tiempo a explorar


este aspecto de la enseñanza de Lacan en sus diferentes
facetas, hasta que pasó al último Lacan, lo que comenzó en
2005 y culminó en los años 2007-2008 con su serie de
conferencias en la Universidad París VIII bajo el título
genérico: “Todo el mundo es loco”, “Todos locos”. Esto no sólo
se refiere a idiosincrasias o comportamientos excéntricos sino
al corazón mismo de la locura clínica delirante tal como
subrayó Lacan en un texto corto escrito en 1976 para sostener
el entonces Departamento experimental de Psicoanálisis en la
Universidad París VIII.

Una parte importante de la lección que Miller dio el 26 de


22
marzo de 2008
está dedicada a la importancia del mecanicismo en la teoría
temprana y más conocida de Lacan:

Noten que, para Lacan, el sujeto es arrastrado en esos


mecanismos, embragado con ellos. La introducción del sujeto

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–del primer sujeto lacaniano– en los mecanismos [a saber la


metáfora y la metonimia según los desarrollos de Roman
23
Jackobson
] está justificada por una idea, totalmente contraria al uso que
se suele hacer hoy de la categoría de sujeto, la cual conlleva
un grado de libertad, un inaccesible, un indomable,
particularmente en cuanto a la cuantificación. En efecto,
Lacan introduce el sujeto con el cual tiene que ver la
experiencia analítica en tanto que embragado por
mecanismos, porque lo considera íntegramente calculable.
24
Por otra parte, a partir del Seminario XX
(las últimas lecciones), aunque para ser más exactos
podríamos datarlo ya en los Seminarios XVIII y XIX, Lacan
hace un viraje hacia una clínica que ya no aboga por la
preeminencia de lo simbólico. Pasa a una clínica de los
semblantes (lo que quiere decir que los seres humanos no
pueden tener nunca totalmente separados los registros de lo
imaginario y de lo simbólico, siendo el objeto mismo un
semblante, por ejemplo, una parte imaginaria del cuerpo,
simbólicamente elevada en el fantasma a una equivalencia
con lo real).

Esto le conduce a una clínica borrosa, una clínica de lo


continuo, de la transformación, que culmina con los nudos en
la idea que expresa repetidamente de una equivalencia
estricta entre los tres registros. El “Nombre del Padre”, como
significante y como concepto, ya que ningún significante
particular del lenguaje puede encarnarlo (y aún menos la
presencia o la ausencia del padre en la realidad), es la clave
de la arquitectura discreta de la psicosis en el primer Lacan, lo
que permitió distinguir entre la estructura neurótica, que
testimoniaba de la presencia del Nombre del Padre, y el
estado psicótico causado por su ausencia, su forclusión. La
clínica de los nudos, al contrario, supone que el “Nombre del
25
Padre” es una función

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(en el sentido matemático del término), y no el significante de


una totalidad, por lo que puede ser sostenido por más de un
dispositivo y se pueden atribuir muchos valores a la variable:
es uno de los diferentes modos de asegurar el sostén de lo
que llamamos “realidad” y que es más un lazo social
compartido entre los seres humanos a través de su
dependencia común del lenguaje que un “hecho de lenguaje”
(corresponde a lo que la filosofía del empirismo lógico llama el
26
“principio de caridad”
).

Como consecuencia, el aspecto normativo del psicoanálisis y


sus potencialidades segregativas (ellos, los locos versus
nosotros, los normales) quedan borradas en el último Lacan.

Por supuesto, este “nuevo” conjunto de conceptos influye en


la teoría del final del psicoanálisis. Es también consonante con
el estatus del psicoanálisis en nuestro mundo donde las
normas de la familia patriarcal regidas por la ley del padre ha
declinado, si no desmoronado totalmente.

En su última enseñanza, Lacan asume que el analista no


confía en las formas conservadoras y tradicionales de la
sociedad sostenidas por las religiones, ni tampoco tiene fe en
la salvación del género humano a través del progreso. Citaré
un fragmento del discurso de J.-A. Miller a la École de la
27
Cause freudienne en octubre de 2007
para apoyar esta aserción:

Una gran mayoría de los psicoanalistas que operan en el


mundo son tradicionalistas: están naturalmente a favor de
posiciones humanistas y clericales, con la esperanza de
detener el movimiento actual de la ciencia y de extender la
duración del mundo que conocieron.

Miller considera que esto fue promovido por Freud y por el


primer Lacan quien, a pesar de su posición subversiva, creía

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todavía que el psicoanálisis trabajaba a favor de la pulsión de


vida y contra la pulsión de muerte. Sin embargo, el último
Lacan nos enseña algo distinto: a saber, que no hay nada del
orden de una oposición interna en la pulsión como Miller
28
argumentó enérgicamente en su curso 1998-9:
la pulsión en sí misma, en la medida que el goce está
permitido, implica ambas, construcción y destrucción, por lo
que:

Los psicoanalistas no tienen que participar en el coro de los


dolientes nostálgicos del pasado. Pueden ser humanistas si
quieren, cristianos, ¿por qué no?, pero como analistas no
pueden ser tradicionalistas porque esa posición reactiva,
reaccionaria, conservadora es contraria a su acto. Aunque
esto no significa que un analista comparta el entusiasmo de
los gerentes del progreso científico, que ven el dinero
acumularse en los institutos que ellos han creado para
manejar los contratos de licencia que firmarán al vender sus
cromosomas con marca registrada…

Miller llama a una “clínica irónica”, lo que corresponde a una


clínica de nuestro tiempo con sus cambios en los modos de
goce, una clínica que tiene en cuenta el movimiento, tanto
constructivo como destructivo, social por ejemplo en los
asuntos familiares. Esto es sólo posible si los objetivos
analíticos van más allá del Padre como único anclaje posible
para la normativización. Se trata de una clínica que se basa
metafóricamente en la increencia fundamental del
esquizofrénico en la consistencia del Otro. Por lo que es una
clínica que toma en serio la invención lacaniana del sinthome
y de la identificación final del sujeto con su sinthome. El
concepto lacaniano de sinthome se refiere a un mixto entre
fantasma y síntoma y es lo más cerca que el sujeto puede
acercarse “a los trozos de real” a los que está fijado.

Para ser más concreto: la versión del final de análisis

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primeramente favorecida por Lacan en su Proposición del 9


de octubre de 1967 para el pase transmite que el análisis
puede reducirse a una experiencia de saber y verdad y, por
esta vía, es equivalente a la revelación del “Sujeto supuesto
Saber”. También sugería implícitamente que el final fuera un
punto de basta, un tope en que el objeto era sublimado por un
saber adquirido de la verdad sobre uno mismo.

Si seguimos a Lacan en sus consideraciones sobre Joyce el


sinthome, el final de análisis no puede corresponder ya a una
normativización del sujeto bajo las reglas del Nombre del
Padre, que aseguraría así una solución ampliamente
compartida, válida para una mayoría y que dejaría de lado a
aquellos que están por fuera de ellas: los locos. El final por la
identificación con el sinthome quiere decir dos cosas:

1. No hay ninguna posibilidad estándar de finalizar el


tratamiento: la identificación con el síntoma es un asunto del
uno por uno. Tiene que ver con cómo cada sujeto mantiene su
parte en el lazo social con una solución no estándar que
permite una forma de goce y lo vincula con un sentido de la
responsabilidad, el deber y la solidaridad en este mundo.

2. Esto quiere decir también que hay cierta locura en la


solución original que ha obtenido ya que nunca es estándar.
En este sentido es irónica porque no se relaciona con una
instancia ready-made o un registro consistente. En cualquier
caso, denuncia el fracaso de la metáfora paterna para lograr
lo que idealmente presumía efectuar un anclaje del sujeto y un
acceso a una identificación totalmente asumida con los
ideales de su sexo.

La identificación con el síntoma quiere decir que “todos somos


locos” en el sentido de que todos somos diferentes, no-
naturales, si bien relacionados por nuestra dependencia
común al lenguaje, que configura nuestra relación con lo
imaginario y lo simbólico, nunca totalmente separada de los

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otros gracias a la mediación del lenguaje, pero sin alcanzar


nunca el sueño de la sexualidad cumplida, heterosexual,
armoniosa y, menos aún, el sueño de la unión amorosa.

Esta versión del final y los objetivos del psicoanálisis también


quiere decir que el inconsciente permanece abierto aún
después del final de análisis. En la última parte de su
enseñanza, Lacan implícitamente deja de lado su idea previa
de que un matema pudiera articular el final de un análisis o -
para decirlo de otro modo- que pudiera haber un matema del
análisis. Esto le llevó a cuestionar la relación entre el final de
análisis y una revelación final de la verdad.

En la lógica aristotélica, no hay algo como una verdad parcial:


una verdad lo es o no lo es por lo que hay solidaridad entre
verdad y universalidad.

En la conclusión de su curso de 2008, J.-A. Miller subraya


que, a la inversa, en su última enseñanza, Lacan formaliza el
final del análisis en la línea de la lógica que preside la
sexualidad femenina: el “No-Todo” (“pas-tout”) fundamentado
en una torsión de la lógica aristotélica clásica. Esta torsión es
una invención de Lacan. Ello abre el camino a un final que no
se resuelve totalmente por el saber. Una de las consecuencias
es que el psicoanálisis no puede enseñarse: por lo tanto, la
formación de un analista, como J.-A. Miller nos recuerda,
deriva fundamentalmente de la experiencia de su propio
análisis llevado lo más lejos posible e, idealmente, hasta el
punto donde ya no hay Sujeto supuesto Saber.

El inconsciente no puede suturarse nunca por completo, como


Miller afirma con frecuencia, pero particularmente en una nota
sobre el concepto freudiano de Urverdrängung a propósito del
29
Seminario XXIII, en sus anexos.

Desde luego que una educación exhaustiva en la disciplina


del psicoanálisis forma parte obligatoria asimismo de la

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formación del analista -incluso un amplio saber- pero ella es


secundaria en relación a la experiencia en sí misma.

Cuando Lacan dice “Todo el mundo es loco, es decir,


delirante” uno podría tomarlo como un equivalente estricto de
“Todos somos psicóticos”. Si esto fuera así, deberíamos optar
por el último Lacan lo que borraría la primera parte de su
enseñanza. Es muy importante subrayar la manera sutil en la
que J.-A. Miller comenta esta frase. Sus indicaciones en este
caso son fundamentales ya que inciden en la propia práctica
del psicoanálisis.

En su última clase del año 2008, adopta un punto de vista


muy claro: “Esta locura genérica y general, o más bien
universal, no es la psicosis. La psicosis es una categoría de la
clínica con la que tratamos de capturar algo que se inscribirá
en este universal”. Y Miller indica que el significante “delirante”
en esta sentencia particular de Lacan debe ser entendido
como: “Tomado en la red del sentido” (que no puede ser
evitado en tanto los humanos están capturados en la red del
lenguaje). También menciona que Lacan había hecho alusión
a algo similar en la primera parte de su enseñanza cuando por
ejemplo menciona que despertar es solamente otro modo de
seguir soñando, a lo que podemos añadir el pasaje del
Seminario XI donde refiere la anécdota de la mariposa de
30
Chuang Tzu.

Embrollos clínicos
La lectura sistemática de Miller sobre la enseñanza de Lacan
posterior al Seminario XX comenzó en 2005 con el curso
llamado “Pièces détachées”, “Piezas sueltas” (en inglés “spare
parts”, pero también “fallen parts”). En la primera clase

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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

anunció que iba a estudiar el sinthome como un concepto


inventado por Lacan en la última parte de su enseñanza y,
también, como el título de un Seminario: Joyce el sinthome.
Muchos de los que han estudiado este seminario o participado
en él anotan que Lacan nunca declaró explícitamente si
piensa que Joyce era psicótico o no. Ya que nunca explicó por
qué -al menos por lo que sé- esto queda abierto a muchas
interpretaciones que no se excluyen mutuamente.

Una interpretación, y no es la de menos importancia, es que el


respeto hacia un artista de tal relevancia, nos exige no
disminuir su aureola identificándolo con una etiqueta
psiquiátrica. (Aunque unos años antes Lacan no había
31
vacilado en hablar de la ferocidad psicótica
de Wittgenstein).

También puede sostenerse como verdadera otra


interpretación: Lacan era consciente de que se dirigía a una
audiencia que rebasaba los límites del mundo médico y no
quiso estigmatizar la psicosis en general, siendo consciente
del posible efecto segregativo que produce el significante
“psicótico”.

Podría hacerse otra interpretación a la luz de la última


enseñanza y la clínica de los nudos, según la cual la categoría
clínica de psicosis en adelante se había hecho irrelevante.

En el Campo freudiano, el debate sobre las psicosis no-


desencadenadas era una preocupación ampliamente
compartida cuando Miller creó en 1998 la categoría de
psicosis ordinaria durante un programa de investigación de las
Secciones Clínicas del Campo freudiano.

El concepto de psicosis ordinaria tuvo al principio una


extensión restrictiva, pero se puso rápidamente de moda. Al
principio, se supuso que concernía sólo a algunos casos raros
en los cuales la forclusión del Nombre del Padre resultaba
32
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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

32
indecidible. El consenso general pronto desveló
que no era raro no poder determinar el diagnóstico de un caso
incluso después de un gran número de entrevistas
preliminares. En realidad, encontramos ya insinuaciones de
ello en la primera enseñanza de Lacan cuando evoca la
psicosis no-desencadenada. A veces, cuando la psicosis está
técnicamente en el inicio, toma formas muy discretas (un
fenómeno elemental aislado, por ejemplo).

Sin embargo, en algunas escuelas de la AMP, entre 2004 y


2008, la moda de la categoría de psicosis ordinaria -y es un
hecho que el número creciente de casos encontrados está
correlacionado con el declive del Nombre del Padre en
nuestra civilización- y el énfasis puesto en los efectos
terapéuticos rápidos en el tratamiento psicoanalítico
desarrollado en las clínicas francesas psicoanalíticas gratuitas
creadas por la École de la Cause freudienne, produjo una
burbuja inflacionaria de diagnósticos indecisos y tal vez cierto
desconcierto en muchos clínicos que no vieron la necesidad
de usar categorías clínicas que parecían anticuadas en la
psiquiatría moderna cuando la clínica de los nudos devino “la
nueva clínica de moda”.

A causa de éstos y muchos otros problemas descubiertos y


analizados por Jacques-Alain Miller en una larga serie de
entrevistas llamadas Entretiens d’actualité publicadas en
internet en otoño de 2008, se hicieron necesarias algunas
precisiones y reflexiones en relación a la sobreextensión de la
“psicosis ordinaria”.

Miller presentó estos detalles en una conferencia que dio en


inglés con el título “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”.
Este texto de reorientación debe ser leído como un punto de
33
referencia y de viraje decisivo para nuestra clínica.

1. En este artículo de importancia capital, él hace énfasis en

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que la categoría que llamamos psicosis ordinaria debe


considerarse dentro del ámbito de la psicosis.

2. Se trata de una forma de psicosis que está sostenida o


estabilizada por un sinthome (una “invención”) a pesar de la
existencia de la forclusión del Nombre del Padre. Aún cuando
no se haya desencadenado y pueda no hacerlo nunca,
pueden encontrarse algunos elementos indicativos que deben
buscarse en las primeras entrevistas con el paciente (algunas
veces esto puede requerir un tiempo más largo ya que los
fenómenos con frecuencia son tenues e imprecisos). Miller
nos alerta a tener en cuenta “tres externalidades”: primero, en
el campo de lo social debería aparecer cierta “desconexión”
(debranchement). El lazo con el Otro está suelto, confuso, a la
deriva.

3. En relación al cuerpo, el sujeto puede a veces sufrir dolores


vagos (a distinguir de los síntomas histéricos de conversión),
o dificultades de concentración (a distinguir de las rumiaciones
obsesivas o las verificaciones compulsivas). A menudo -como
afirma Miller- “el sujeto es llevado a inventarse vínculos
artificiales para apropiarse de nuevo de su cuerpo, para
34
amarrarlo a sí mismo”.
Los tatuajes o piercings actualmente de moda, pueden a
veces jugar ese papel.

4. En la subjetividad misma: puede hallarse cierta “fijeza


identificatoria”, lo que señala un modo especial de relación
con el objeto a (bien sea porque hay una fuerte identificación
con el desecho, o, por el contrario, una forma extrema de
manierismo contra la que el sujeto se defiende). En los dos
extremos de la escala hay una relación con el objeto a que no
es dialectizable, que no está marcada por la dimensión del
semblante.

En el mismo texto, Miller indica asimismo que en el


diagnóstico diferencial de la psicosis ordinaria el clínico tiene

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que buscar un acercamiento negativo diferencial: si esto no es


una neurosis entonces es una psicosis, aunque no esté
desencadenada. Él menciona que la referencia más sólida
para discriminar entre la psicosis ordinaria y la neurosis es la
histeria para la cual hay un aparato estructural muy robusto en
los corpus freudiano y lacaniano.

Forclusión generalizada
La proposición “Todos somos locos pero no todos somos
psicóticos” debería asimismo examinarse a la luz de la teoría
de la forclusión generalizada formulada por J.-A. Miller en
1986, ya que a primera vista parece objetarla.

Este concepto puede ser relacionado con la última parte de


Subversión del sujeto y dialéctica del deseo donde Lacan
declara:

La castración imaginaria el neurótico la sufrió en el principio,


es ella la que sostiene ese yo fuerte, que es el suyo, tan
fuerte, puede decirse, que su nombre propio lo importuna, el
35
neurótico es en el fondo un Sin-Nombre.

Este pasaje nos recuerda la cuestión de la ausencia o la


presencia del Nombre del Padre, y también sugiere que tanto
para el neurótico como para el psicótico el Nombre del Padre
está, cuando menos, en cuestión.

Comenzando por esta parte de “Subversión” y desde la


pluralización de los Nombres del Padre efectuada por Lacan
en su única clase de 1963, bautizada El Seminario
Inexistente, Miller puso de relieve más de una vez el estatus
cuestionable de la función lógica del Nombre del Padre
subrayando la existencia del agujero en el Otro tanto para el

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neurótico como para el psicótico.

En un comentario del caso freudiano del Hombre de los


36
Lobos, que realizó en Milán en 1994,
Miller expuso una explicación razonada interesante sobre esta
teoría: primero explica que desde cierta perspectiva, la
construcción y la rememoración se oponen aunque ambas
estén hechas con el mismo material significante.

Por todo esto, Freud llega a formular que lo que está


reprimido es la verdad histórica. (…) Finalmente lo que está
reprimido es la verdad, Warheit. La equivalencia del recuerdo
y la construcción respecto a la verdad es determinante para
abrir el camino a Lacan.

Miller continúa:

Por eso Freud propone considerar que la alucinación y el


delirio responden a los mismos mecanismos. Extiende a la
psicosis el mecanismo que reservaba a la neurosis. (…) ¿Qué
quiere decir eso, que alucinación y delirio responden a la
misma estructura que los mecanismos neuróticos? Quiere
decir que en el fondo de la alucinación y del delirio hay una
verdad reprimida. Esto es lo esencial de su demostración
clínica.

Y, en verdad la pista, o para ser más exacto el punto de


Arquímedes de la cuestión del diagnóstico diferencial gira
alrededor del estatuto de la verdad en psicoanálisis y esto
sólo puede entenderse con el concepto de “estratificación del
Otro” (propuesto por Éric Laurent y Jacques-Alain Miller en su
curso compartido: El Otro que no existe y sus comités de
ética, de 1996-7). La estratificación del Otro permite explicar
qué es común y qué es diferente en la neurosis y en la
psicosis.

Lacan avanza insistiendo en que la Verdad no es Una; en su


37
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37
última enseñanza habla incluso de la “varidad”
(varité) de la verdad (verité), un juego de palabras a través del
cual transmite que hay siempre varios aspectos de la Verdad.
Esto ha sido considerado a veces como una desvalorización o
una destitución de la Verdad debida al ascenso de la
categoría de lo Real en el pensamiento de Lacan. La verdad
remite al saber y a la significación mientras que lo Real
descansa en un agujero: este mismo agujero que hay en el
“ombligo del sueño” y que Freud reconoció como lo
Urverdrängt. El sinthome como resto de la operación analítica
nos lleva a tomar la definición lacaniana de síntoma a la letra
como: “Lo que uno tiene más cercano a lo Real”. Y en algunos
casos (como señaló Miller en noviembre de 2007), Lacan
llegará a declarar que el sinthome es real por ser lo más
cercano que se puede llegar de lo real por medio de un
semblante que anuda el cuerpo, el lenguaje y la imagen.

A este respecto hay una equivalencia entre psicosis y


neurosis. Incluso, en algunos casos un sinthome psicótico
puede sostenerse con la misma solidez, o más, que uno
neurótico. Ésta parece ser la idea esencial de la demostración
de Lacan en relación a Joyce.

Al principio de su enseñanza, Lacan pensó que la psicosis


podía estabilizarse con la ayuda de una metáfora delirante.
Esto situaba el proceso únicamente en el plano del registro
simbólico. En su última enseñanza, con su concepto de
sinthome, la estabilización mantiene juntas las tres
“externalidades” que Miller aisló en su artículo “Efecto retorno
sobre la psicosis ordinaria”. Pero esto sólo es válido en
algunos casos donde no se encuentran posibles fallos
estructurales. Sin embargo, como indica Miller, en muchos
casos de psicosis, e incluso de psicosis ordinarias, existen
leves indicios de dificultades que aparecen en lo social, en el
cuerpo o en lo subjetivo, siendo éstas las tres
“externalidades”. El sinthome puede aproximarse desde dos

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vertientes. La primera es considerarlo como un resto del


tratamiento. Desde esta vertiente, el sinthome es lo que se
obtiene a través de la extracción de goce en el tratamiento
analítico y, por tanto, aparece como el nombre de lo incurable.
En la otra vertiente, el sinthome constituye la última defensa
contra lo real, o lo mejor que puede inventarse para prevenir
la catástrofe del inicio y sus consecuencias, siendo esta
invención puesta en práctica de manera más o menos
aceptable por la sociedad, puede ser “natural” a pesar de la
elisión de un “Nombre de un Padre”; entonces, consideramos
el caso como un caso de psicosis ordinaria. El sinthome
también puede construirse, por lo general a costa de muchos
esfuerzos, cuando la psicosis ya se ha desencadenado.

En cualquier caso, el analista tiene que hacer un diagnóstico


lo más exhaustivo posible para los objetivos prácticos relativos
a la dirección del tratamiento: una condición necesaria para el
“acto del analista”.

Entre los muchos efectos colaterales de la sobreextensión de


la categoría de psicosis ordinaria puestos de relieve
recientemente por algunos psicoanalistas, se ha visto una
tendencia del analista a abstenerse a incluirse en el
38
tratamiento y escuchar pasivamente al paciente.
Esto ha sido contrapesado por la nueva oleada impulsada por
Miller en las 38ª Jornadas de Estudio de la École de la Cause
freudienne. Como se ha señalado ampliamente, esto produjo
una des-masificación de la enunciación, mientras que en el
período precedente hubo la tendencia a subestimar, si no a
borrar totalmente, la inclusión del analista en el tratamiento (al
menos en las contribuciones presentadas en las reuniones
científicas).

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La inclusión del analista en el


tratamiento
En un importante artículo publicado en 2002, Éric Laurent
examinó lo que ya llamaba la “crisis del relato del caso” en
39
psicoanálisis.
Él muestra como la concepción del historial clínico de Lacan
evoluciona en el tiempo haciendo énfasis sucesivamente en
puntos distintos que no se excluyen mutuamente. También
pone de relieve cómo Lacan comenzó con una concepción
fenomenológica del historial clínico inspirada en Jaspers
(narrativa que enfoca una sucesión de fenómenos) y luego
pasó a una concepción más basada en la lógica, en tanto
trataba de obtener una idea más lógica del inconsciente. En
ese momento clásico de su enseñanza, el historial clínico
representa para él un paradigma en el cual la particularidad de
la “envoltura formal” del síntoma ha de estar incluida en la
clasificación (y aquí nos enfrentamos otra vez con la cuestión
del diagnóstico diferencial): “El carácter de coherencia lógica
del síntoma afirma la existencia de clases de síntomas y al
40
mismo tiempo efectúa su reconstrucción”.

Este momento del pensamiento de Lacan sobre el caso


pertenecería por completo al mecanicismo de la teoría
lacaniana si Lacan no hubiera estado asimismo preocupado
por dar un lugar a la pulsión freudiana y a la dimensión de
goce (que no es discreto) en psicoanálisis. Laurent lo resume
declarando que: “La indicación fundamental que ha dado
Lacan sobre este punto es que la demostración en
41
psicoanálisis es homogénea a la forma del chiste”.
Y nos recuerda que en el Witz freudiano tenemos “una
estratificación del Otro”, por decirlo de algún modo: en un
nivel, hay una mecánica, una lógica del equívoco, hecho
esencialmente de un encuentro entre dos registros que por lo

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general se mantienen aparte. Esto produce un efecto de


ruptura, de sinsentido, de sorpresa. Y, en otro nivel, hay un
excedente de libido que provoca risa (Lacan indicó que en el
efecto cómico del juego de palabras el falo estaba siempre en
juego).

Si un caso clínico “demuestra” algo en psicoanálisis, como


menciona Laurent, es más gracias al excedente libidinal
obtenido que a la exactitud de las proposiciones. Ambas
cosas son necesarios, pero la prueba, el compartir la lógica de
la aserción, sólo se acepta si la acompaña una satisfacción
libidinal. Este tipo de Aufhebung que une “mente” y “cuerpo”,
cadena significante y pulsión, es absolutamente específico del
discurso psicoanalítico. Por eso, la enunciación no puede ser
separada de lo articulado. Esto es uno de los sentidos de la
primera frase del Atolondradicho de Lacan: “Que se diga
42
queda olvidado tras lo que se dice en lo que se oye”.

Como Miller dijo una vez, “el historial clínico que demuestra
43
exige una práctica compartida y un modo de vida.
Nunca habría que olvidar que el psicoanálisis principalmente
apunta a cambios de la economía libidinal del paciente. Está
lejos de ser un puro asunto de “narrativa”.

De esto, se deducen dos consecuencias:

1. El historial clínico nunca dirá toda la verdad de un problema


analítico. Esto pertenece a la lógica del “no todo”, ningún caso
dirá nunca la última palabra sobre lo real.

2. Al lugar de la Verdad viene una satisfacción que sirve como


prueba para el que escucha.

Esta satisfacción exige la presencia del analista en su


enunciación y también que el analista no se identifique con el
saber producido por su propia presentación. Como advierte
Laurent: el psicoanálisis nunca ha respondido ni responderá a

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la epistemología del modelo.

Dificultades de la interpretación
El psicoanalista sin duda dirige la cura. […] En el depósito de
fondos de la empresa común, el paciente no está solo con sus
dificultades para pagar su parte de la cuota. El analista
también debe pagar:

– pagar con palabras sin duda, si la transmutación que sufren


por la operación analítica las eleva a su efecto de
interpretación;

– pero también pagar con su persona, en cuanto que, diga lo


que diga, la presta como soporte a los fenómenos singulares
que el análisis ha descubierto en la transferencia;

– ¿olvidaremos que tiene que pagar con lo que hay de


esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una
acción que va al corazón del ser (Kern unseres Wesens,
escribe Freud): ¿sería él el único allí que queda fuera de
44
juego?

Seguramente habrán reconocido este famoso pasaje de La


dirección de la cura, de Lacan:

Estas consideraciones son ciertas tanto si el paciente


pertenece a la categoría clínica de psicosis o a la de neurosis:
un análisis requiere la implicación del analista así como la del
analizante. Sin embargo, la situación no es simétrica en
ambos casos: el analista dirige la cura, el analizante es el que
hace la demanda.

Como Éric Laurent señala en su artículo “La interpretación

45
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45
ordinaria”,
aunque el analista sea libre en su interpretación hay también
las reglas de la interpretación, o para ser más exactos, los
principios de la interpretación. Ante todo, no hay ningún
metalenguaje, ningún Otro del Otro. Así, la interpretación se
toma siempre de los dichos del analizante, devueltos a él de
modo que pueda leer lo que había dicho sin darse cuenta. En
este sentido, la tarea del analista consiste en insertar un
significante en una cadena significante preexistente que ha
sido desplegada por el paciente. Miller añadió a esto,
formalizando así la práctica de Lacan, que en vez de otro
significante, una puntuación o un corte de sesión podría
producir el mismo efecto de lectura del inconsciente.

En su período clásico, Lacan pone de relieve que la


interpretación no está abierta a todos los sentidos y que debe
apuntar a la causa del deseo. Esto es compatible con la idea
de que la interpretación no debe reforzar la tendencia
interpretativa del inconsciente en tanto productor de sentido.
Pero, en el caso de la neurosis, la interpretación usará la
significación fálica “per vía de levare” para desvelar el objeto a
y la parte que juega en el fantasma. Esto es posible en la
medida que la metáfora paterna a pesar de sus fallas, opera y
fija un límite en el borde de lo Real. Por otra parte, este tipo de
interpretación que abre la división en el sujeto y provoca la
caída de las identificaciones es arriesgada en la psicosis,
especialmente cuando está desencadenada, ya que puede
desatar una producción delirante de significantes (el
inconsciente a cielo abierto) sin límite y, en particular, situar al
analista en el lugar del perseguidor. Ésta es la razón por la
que la cautela es necesaria cuando se trata a sujetos
psicóticos.

Esto no significa sin embargo que el analista debe quedarse


quieto y no interpretar. En el artículo citado más arriba,
Laurent lo especifica de una manera muy clara:

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Por una parte acompañamos al lenguaje que se hace cargo


del goce, […] instalamos el lugar del Otro, autorizamos
mediante la instalación del lugar del Otro, el lugar que puede
permitir la traducción. El trabajo de traducción continúa, pero,
al mismo tiempo, por otra parte, debemos saber que a lo que
apuntamos es a obtener una estabilización, una homeostasis,
46
una puntuación.

Esto en sí mismo aboga por la necesidad del diagnóstico


diferencial.

La segunda clínica de Lacan basada en el síntoma y en el


“más allá del Edipo” no cancela la primera sino que la sitúa en
una perspectiva diferente. En primer lugar, si seguimos a
Miller en su “Efecto retorno de la psicosis ordinaria”,
comprobamos que él reclama aún la necesidad de establecer
un buen diagnóstico. Y en el caso de la psicosis ordinaria, se
trata más de un diagnóstico por eliminación: si no es una
neurosis y si no hay signos para un diagnóstico estructural de
psicosis, entonces estamos en el campo de la psicosis, pero
de tipo ordinario. Y, de nuevo, el tipo de interpretación posible
reposa sobre la capacidad del lenguaje de hacerse cargo del
exceso de goce. “Se apuntará preferentemente -como Laurent
declara- al síntoma”: lo que quiere decir que el objetivo en
este caso son una o varias de las “externalidades” descritas
por Miller que parecen indicar un defecto del nudo entre lo
imaginario, lo simbólico y lo real. En esta indicación, entiendo
“apuntar” como invitar al sujeto a ampliar con elementos
significantes lo que hasta ahora no ha sido desplegado vía
significante en una u otras externalidades.

Esto es un modo de nombrar la parte frágil del síntoma. En el


caso particular de la psicosis ordinaria, es equivalente a
analizar la parte actuante del goce del paciente (como una
desconexión expresada por ejemplo como “una dificultad en la
concentración”) de la que no se ha hecho cargo la cadena

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significante. El objetivo de esta operación, al igual que en la


psicosis clásica, es obtener una estabilización, en la que el
sujeto encuentre la paz.

Ahora, si miramos el otro lado, esto es también lo que se


espera cuando trabajamos con neuróticos: ¡Lo que se puede
llamar la satisfacción del final de análisis, cuando el sujeto
puede finalmente aceptar el imposible y estar en paz con
“Esto es lo que soy”! Cuando esto se obtiene, el sinthome, o el
resto sintomático, como Freud lo llamó, será el nombre de la
parte de goce que el Nombre del Padre no había sido capaz
de apaciguar.

pggueguen@orange.fr

Traducción de Margarita Álvarez

Notas
1 . Pierre-Gilles Guéguen es miembro de la École de
la Cause Freudienne y de la New Lacanian School.

2 . Artículo publicado originalmente en inglés como


“Who is Mad and Who is Not? On Differential
Diagnosis in Psychoanalysis” en Culture and Clinic,
Minnesota Press, Issue n°1, 2013.

3
. Henri Ey fue un psiquiatra francés que estuvo cerca
de Lacan, quien sin embargo se opuso a su teoría

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órgano-dinámica.

4
. Ver Laurent, E., Lost in Cognition, Buenos Aires,
Colección Diva, 2005.

5
. Lacan, J., “De nuestros antecedentes”, en Escritos
1, Biblioteca Nueva, Madrid, 2013, p. 74.

6
. Kretschmer, E. Der Beziehungswahn sensible,
Berlín, 1918.

7
. Él estaba muy versado en la escuela francesa
después de estudiar con Charcot en París, pero su
referencia principal era la escuela alemana de
psiquiatría.

8
. Ver por ejemplo la carta 22F: “Algunos puntos de
vista teóricos sobre la paranoia”, y la 23F, del 14 y 21
de abril de 1907. En: Sigmund Freud, C.G. Jung,
Correspondencia, Madrid, Taurus, 1978, pp. 74-79.

9
. Freud, S., “Las neuropsicosis de defensa”, en
Obras Completas, vol. III, Amorrortu editores, 1985,
pp. 41-61.

10
. Como menciona en su “Prefacio a la edición inglesa
del Seminario XI”, en Lacan, J., Otros escritos, Bs
As, Paidós, 2012, p. 600 [donde Aimée es traducido
como “Amada”] y como ha desarrollado Éric Laurent

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en un artículo reciente: “Lacan, analizante”, en Letras


lacanianas nº 1, Madrid, CdM-ELP, 2010, p. 20.

http://letraslacanianas.com/index.php?
option=com_content&view= article&id=16:lacan-
analizante&catid=6&Itemid=9

11
. Foucault, M., Les anormaux, Le Seuil/Gallimard,
Paris, 1999.

12
. Spiegel, A., “The dictionary of disorder”, in Annals of
Medicine, Jan 3, 2005.

13
. Laurent, E., Intervention at a Forum, Paris, 2009,
inédito.

14
. Ver por ejemplo: Watters E., Crazy like us. The
globalisation of the American Psiche, New York, Free
Press, 2010.

15
. Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, en
Escritos 1, op. cit., p. 148.

16
. Lacan, J., Ornicar?, Issue 17-18, 1979, p. 278.

17
. Esto quiere decir que no hay corte entre psicosis y
neurosis: están en continuidad una con otra.

18
. Lacan, J., Escritos 2, op. cit., p. 510.

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19
Ibid., p. 546.

20
. Ibid.

21
. Miller, J.-A., “Los paradigmas de goce”, en
Freudiana 29. Barcelona: Comunidad de Catalunya-
ELP, 2000.

22
. Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, Buenos Aires,
Paidós, 2015, clase 1, p. 237.

23
. Insertado por el autor.

24
. Lacan, J., El Seminario, libro XX: Aún, Buenos
Aires, Paidós, 1989.

25
. Si no un dispositivo adicional en sí mismo que tiene
el valor de un efecto de creación (el cuarto nudo).

26
. Davidson, D., (1984) [1974]. “Ch. 13: On the Very
Idea of a Conceptual Scheme” in Inquiries into Thruth
and Interpretation, Oxford: Clarendon Press. Esto se
debe distinguir de las “teorías del constructivismo
social”.

27
. Miller, J.-A., “El futuro del Mycoplasma
Laboratorium”.
http://ampblog2006.blogspot.com.es/2007/10/miller-

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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

xxxvi-jornadas-de-la-ecf.html

28
. Miller, J.-A., “Elementos de biología lacaniana”, en
Freudiana 28, Barcelona, Comunidad de Catalunya-
ELP, 2000.

29
. Miller J.-A., “Nota paso a paso” nº 17, en El
Seminario, libro XXIII: El sinthome, Buenos Aires,
Paidós, 2006, p. 233.

30
. Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los cuatro
conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1987, pp. 83-4.

31
. Lacan, J., El Seminario, libro XVII: El reverso del
psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1992, p. 65.

32
. Brousse, M.-H., “Ordinary Psychosis in The Light of
Lacan’s Theory of Discourse”, in Psychoanalytical
Notebooks, Issue 19, p. 7. En castellano, en este
mismo número de Freudiana 76.

33
. J.-A. Miller, “Efecto de retorno sobre la Psicosis
Ordinaria”, en Freudiana 58, Barcelona, Comunidad
de Catalunya ELP, 2010.

34
. Ibid. p. 19.

35
. Lacan, J., Escritos 2, op. cit., p. 786.

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¿Quién está loco y quién no? Sobre el diagnóstico diferencial en psicoanálisis | 22/01/19, 8)55 p. m.

36
. Miller, J.-A., “Marginalia de Milán. Construcciones
en análisis”, Uno por uno 41, Barcelona, 1995, p. 34.

37
. Lacan, J., clase del 19 de abril de 1977 de “L’insu
que sait de l’une-bévue, c’est l’amour”, en Ornicar?
17/18, op. cit., p. 13.

38
. Laurent, É., “Quelques réflexions sur les rapports
des derniers cartels de la Passe”, en La Cause
Freudienne nº 75, p. 110.

39
. Laurent, É., “El caso del malestar a la mentira”,
Cuadernos de Psicoanálisis 26, Bilbao, Eolia, 2002.

40
. Op. cit., p. 10.

41
. Op. cit., p. 11.

42
. Lacan, J., Otros escritos, Buenos Aires, Paidós,
2012, p. 473.

43
. Miller, J.-A., citado por Éric Laurent, en una
conferencia dada en Gante en 1997 publicada en El
síntoma charlatán, Buenos Aires, Paidós, 1998. El
título de la conferencia es: “El síntoma, saber,
sentido y real”.

44
. Lacan, J., Escritos 2, op. cit., p. 560.

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45
. Laurent, É., “La interpretación ordinaria”, en este
mismo número de Freudiana 76.

46
. Ibíd.

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