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Los griegos antiguos consideraban que una ley cósmica establecía el orden universal. Su actitud
ante los sucesos estaba soportada por la vivencia cósmica de la circularidad (kyklos) y del
destino. Las moiras –repartidoras del destino- eran: Cloto (‘hilandera’) hilaba la hebra de vida
desde su rueca hasta su huso. Láquesis (‘la que echa a suerte’) medía el hilo de la vida de cada
persona con su vara de medir. Átropos (‘inexorable’ o ‘inevitable’, literalmente que no gira) era
quien cortaba el hilo de la vida: elegía la forma en la que moría cada persona, y cuando llegaba
el momento final cortaba su hebra con “sus detestables tijeras”. Los antiguos griegos concebían
el tiempo en función de dos cuestiones: la eternidad del mundo y la tendencia a la
contemplación. El modelo de tiempo circular no tiene comienzo ni fin.