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Carlos Fuentes
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y del joven en una cultura, para descubrir, aportar, sumar, co
rregir, comprender y vivir plenamente su proyecto personal.
La cultura forma parte de nuestra vida y, en cierto sentido,
somos seres culturales. No simples productos de la cultura,
porque esta no determina absolutamente el comportamiento
del ser humano (porque siempre está vigente la libertad en el
espíritu de cada persona), pero sí muy vinculados a ella. En
el desarrollo de un proyecto personal de vida, la clave es el es
tablecimiento de un diálogo fructífero y enriquecedor entre la
persona y el mundo cultural que la rodea.
Durante siglos, el término cultura era sinónimo, en Occi
dente, de ilustración. Esta concepción reducida, parcial y eli
tista del concepto implicaba un diálogo unidireccional entre
el individuo y los contenidos de la cultura: la persona debía
reconocer y valorar lo que era “culto”, aunque no lo enten
diera. El avance de la antropología hizo cambiar esta visión
de la cultura por otra muchísimo más amplia, según la cual la
cultura engloba a toda creación humana: todo es cultura. De
un polo restrictivo pasamos a una concepción absolutizadora.
El diálogo propuesto entre individuo y cultura es básicamente
unidireccional, pero a la inversa del tradicional: todo hombre
hace cultura, la cultura es lo que cada uno hace.
Si es cuestionable una concepción ilustrada y elitista de la
cultura, también podemos cuestionar la consideración de
todo lo humano como cultura, sin discernimiento ni juicio
crítico. ¿Todo lo que hace el hombre es cultura? ¿Cuál es el
papel de un elemento esencial de la persona, su ponderación,
en este caso sobre las acciones de los hombres y sus frutos?
Quizás una forma de definir con más precisión, con la sufi
ciente nitidez y amplitud que necesitamos, el término cultura
sea considerarla como el conjunto de creencias, acciones y
producciones que elaboramos los seres humanos y que favore
cen la humanización de cada individuo y el desarrollo integral
de la comunidad humana. Esta definición supone que el diá
logo entre cada persona y su mundo cultural es bidireccional
y muy fluido: la persona aporta su creatividad y valora (opta)
en libertad, mientras la cultura, resumen de los beneficios
acumulados a lo largo de la historia, interpela, compromete y
convoca a todos los hombres y mujeres a una vida más plena.
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En este diálogo, la institución escolar ha jugado y sigue ju
gando un papel muy importante. El ser humano toma contacto
con buena parte del patrimonio cultural de la humanidad en la
escuela. Por ello, esta tarea de mediación que la escuela y, más
concretamente, los educadores asumen entre el individuo y la
cultura es una responsabilidad ineludible de todos los agentes
educativos. Como educadores, tenemos la obligación de que di
cho vínculo sea lo más intenso posible y de ser puentes que fa
vorezcan la profundidad de ese enlace. Cuando el hombre no
conoce, no entiende y no asume una relación fuerte con la cul
tura, no tiene bases firmes para actuar libre y responsable
mente. Es muy probable que sea llevado por la corriente ma-
yoritaria, por los más capaces o sagaces. Su vida no será
orientada por su proyecto, sino por la voluntad de otros.
La concepción predominante de cultura ha marcado la
forma en que se logra ese contacto. En los modelos tradicio
nales y enciclopedistas, se definía restrictivamente qué era
considerado culto (y por lo tanto, valioso), se enseñaba y se
debía asumir. Con un concepto difuso de cultura, “todo vale
lo mismo”, cualesquiera que sean los méritos, carga axioló-
gica o resultado de una producción o creencia. Basarse en
una visión ponderada de la cultura significa seleccionar sin
restringir, valorar sin absolutizar, mostrar sin condenar, ava
lar sin descartar el juicio crítico o la refutación, sostener sin
descartar la rectificación o los nuevos caminos. Supone una
concepción madura y abierta de la condición humana, del de
sarrollo social y de la producción cultural.
El educador es el agente facilitador de ese diálogo, el
puente, el mediador entre los alumnos y la cultura de una so
ciedad y del mundo entero. Pero así como no basta pensar un
puente para que el puente exista y cumpla satisfactoriamente
con la misión para la que fue ideado (unir), tampoco basta
con proclamar al docente como agente de encuentro entre el
niño y la cultura. Para ser un buen mediador entre estas dos
dimensiones, el educador debe desarrollar dos rasgos:
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en contacto con ella, si no establecemos primero noso
tros mismos un fecundo diálogo con la cultura. Ser un
hombre de la cultura supone desarrollar un estilo y una
dinámica para comprender la realidad, basada en el co
nocimiento, la reflexión, la valoración y el análisis. Im
plica ser un buen lector, no solamente de libros, sino de
los signos de los tiempos, de lo que ocurre en realidad
(no simplemente en las pantallas del televisor) en un
país o en el mundo. Para ser un hombre de la cultura se
necesita una sólida formación inicial —lo más abarca-
dora posible-, renovada en forma permanente.
También el hombre de la cultura se caracteriza por no
aburguesarse, por mantener despierta su inquietud por
saber más, por acercarse más a la verdad, por compren
der mejor al mundo y a las personas.
Por último, el hombre de la cultura sabe valorar, es de
cir, no acepta las cosas sin medir sus fortalezas, debili
dades, luces y sombras: al valorar, opta con libertad.
Formación, espíritu inquieto y ponderación son rasgos
ineludibles para un educador que pretenda acercar a sus
alumnos y a la cultura. Rasgos que siempre existieron,
pero más necesarios que nunca en estos días en los que
todo parece igual y en los que la información que pa
rece infinita puede sofocar la elaboración personal de
las opciones.
• Saber mediar: no se pone en contacto a un alumno con
el mundo cultural repasando un listado de supuestos
“productos culturales” o empujándolos sin más a ese
mundo. El educador mediador sabe relacionar, elabora
un camino progresivo de encuentro, motiva para con
tactar, despliega sus dotes pedagógicas para desarrollar
el espíritu de trascendencia en sus alumnos. El educa
dor es un eficaz mediador de la cultura cuando favorece
ese encuentro. Su función no es sobresalir ni conver
tirse en la única vía, sino ser una vía eficaz. Lo impor
tante, en este caso, no es lo que hace, sino lo que favo
rece: el conocimiento, la inserción en una dimensión
tan rica como es la cultural, el despliegue de talentos, el
desarrollo del juicio crítico de cada alumno.
Es un mediador eficaz cuando consigue que la cultura
sea motivadora, que, en lugar de espantar, acoja y des
pierte interés. Es eficaz cuando, merced a su pasión y
sus estrategias didácticas, permite que la cultura se
duzca, en vez de aburrir. Es eficaz cuando logra que el
alumno se incorpore a un mundo cultural e incorpore
su contenido, en lugar de percibir lo cultural como algo
ajeno a su propia vida.
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