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B I B L I A & T E O LO G Í A
Los escritores del Nuevo Testamento no quisieron dejar dudas con respecto a la
nueva realidad de la iglesia, la comunidad del nuevo pacto, el cuerpo de Cristo,
el reino de sacerdotes que se llama “la iglesia de Cristo” (Ro. 16:16) o “de Dios”
(1 Co. 1:2).
Cabe recordar aquí que la función sacerdotal era mediar entre Dios y la persona
que traía su ofrenda a Dios: bien de paz, holocausto, agradecimiento,
imploración de perdón, o de votos al Señor. Ahora, después que Cristo eliminó
la sombra que representaba el modelo sacerdotal de Aarón y sus hijos (He.
8:5), y habiendo sido proclamado Sumo Pontífice para siempre, sentado a la
diestra del Padre, de una nueva orden (de Melquisedec, He. 5:10), los creyentes
en Cristo no necesitamos mediador más que Cristo, que es nuestro Sumo
Sacerdote ante el Padre. Cada creyente es un sacerdote en Cristo. El sacerdocio
figurativo fue completamente destituido por Cristo (ver He. 7-10).
¿Sacerdotes en la Iglesia?
¿Qué distingue a la Iglesia? La respuesta es muy sencilla: a la Iglesia de Cristo la
distingue Cristo, y por tanto los dones que le ha dado Él, además de su piedad
y su labor (ver Ef. 4.8-17). Una iglesia de Cristo que es verdadera recibe dones,
mayormente del tipo magisterial y administrativo, para seguir perfeccionando
(llevando a la madurez) a los creyentes que se van uniendo al cuerpo, hasta que
etapa por etapa todos lleguemos a la madurez y la unidad final en Cristo (Ef.
4:13).
Toda iglesia que tiene su base en el Nuevo Testamento, y que reclama ser
apostólica y bíblica, debe desistir de la idea de sacerdote o patriarca para
designar a sus oficiales. Son posiciones erróneas como oficios. Cada creyente
es un sacerdote en Cristo (1 Pe. 2:9), y por tal razón está facultado para entrar
con confianza al trono de Dios (He. 4:16), ya que el velo que separaba los
lugares sagrados en las figuras del templo y el tabernáculo de Israel fue quitado
en Cristo, que es el “gran Sacerdote sobre la casa de Dios” (He. 10.21). Ya no
hay más que un solo mediador entre Dios y los hombres —no Aarón, ni Moisés,
ni ningún sacerdote del pueblo— sino Cristo (He. 7.28). El Hijo es superior a
Moisés, superior a los ángeles, superior a Aarón; es el sacrificio suficiente, el
Sumo Pontífice, el único abogado para con el Padre.
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