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Caperucita roja

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su


madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que
podía y como era tan buena el día de su cumpleaños
su abuela le regaló una caperuza roja. Como le
gustaba tanto e iba con ella a todas partes, pronto
todos empezaron a llamarla Caperucita roja.

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el


bosque, enfermó y la madre de Caperucita le pidió
que le llevara una cesta con una torta y un tarro de
mantequilla. Caperucita aceptó encantada.

- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.


- ¡Sí mamá!

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a ella.
- ¿Dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por
ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la
abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que no
sabía es que un cazador lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita


- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su


camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en


llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz


- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa

Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!


- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!

En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su estómago
estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.

En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó a
preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que podía
haber pasado! De modo que entró dentro de la casa. Cuando llegó allí y vio al lobo con la
panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal
para sacar a Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó de
su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.

Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer


siempre caso a lo que le dijera su madre.
Pinocho

Una noche, estaba el carpintero Gepetto tallando en su


taller un muñeco de madera. Como siempre, se esforzó
tanto en su trabajo que el resultado fue realmente
extraordinario. No le faltaba detalle: sus piernas, sus
brazos, su cuerpo y una simpática nariz putiaguda.

- Ya estás listo. Aunque debería ponerte un nombre…


¡Ya sé! Como estás hecho de pino te llamaré Pinocho. -
dijo el viejo carpintero.

Lástima que sólo seas un muñeco y no puedas ser mi


hijo, me encantaría que fueses un niño de verdad.

Pero mientras Gepetto dormía llegó a la casa una


invitada: el Hada Azul. Ésta había oído el deseo del
anciano y estaba allí para hacerlo realidad. Cogió su varita mágica y le dijo a Pinocho:

- Despierta Pinocho. Ahora puedes hablar y moverte como los demás. Pero tendrás que
ser muy bueno si quieres convertirte en un niño de verdad - y tras decir esto el hada
desapareció.

Pinocho comenzó a moverse por el taller y escondido tras unos juguetes descubrió a un
grillo.

- Hola, ¿quien eres? Yo me llamo Pinocho. Puedes salir y jugar conmigo si quieres.

El grillo tuvo un poco de miedo, pero acabó saliendo. Se hicieron rápidamente amigos y
empezaron a jugar y a reír. Armaron tal estruendo que despertaron a Gepetto.

Cuando vio que su sueño se había cumplido y Pinocho había cobrado vida lo abrazó con
todas sus fuerzas y comenzó a reír.

- ¡Qué alegría Pinocho! Haré de tí un niño bueno y aplicado. Aunque para eso deberías ir
a la escuela… Sí, ya se. Irás mañana mismo como todos los niños. Espérame aquí que
voy a comprarte un libro.

El anciano salió de casa y regresó muy tarde. Incluso tuvo que vender su abrigo para
comprar el libro al pequeño. Pero no le importó porque sólo deseaba lo mejor en el mundo
para el que ahora era su hijo.

Al día siguiente Pinocho iba camino de la escuela cuando se cruzó con un chico al que
todos llamaban Espárrago porque era muy delgado.

- ¿Vas a ir al colegio? ¡Pero si es aburridísimo! Vente conmigo a ver el teatro de


marionetas. ¡Verás como allí si que te lo pasas bien!

Pinocho no lo dudó y le dijo que sí a su nuevo amigo.

- Pero Pinocho, ¿qué haces? - le dijo el grillo parlanchín, que escondido en el bolsillo de
su chaqueta lo había oído todo - ¡Tu obligación es ir a la escuela! ¡Y es también el deseo
de tu padre!

Pero Pinocho no hizo caso de los consejos de su amigo y fue con Espárrago al teatro.

La función tanto gustó a Pinocho que acabó subiéndose al escenario con el resto de las
marionetas. La gente aplaudía y reía animádamente y Tragalumbre, el dueño del teatro,
se percató enseguida de que Pinocho podría hacerle ganar mucho dinero.

- No puedo quedarme señor - contestó Pinocho a Tragalumbre - Mi padre…

Y antes de que pudiera acabar la frase lo cogió por el brazo, lo metió en una jaula y lo
encerró con llave.

El pobre empezó a llorar, tanto que el Hada Azul lo oyó y acudió en su ayuda para
liberarlo.

De vuelta a casa Pinocho encontró a Gepetto muy preocupado.


- ¿Dónde estabas Pinocho?
- En la escuela padre… Pero luego la maestra me pidió que fuera a hacer un recado…

Y en ese instante la nariz de Pinocho comenzó a crecer y a crecer sin que el pobre
pudiera hacer nada.

- ¡Debes decir la verdad! Le reprendió su amigo el grillo parlanchín.

Pinocho confesó muy triste la verdad a su padre y le prometió no volver a mentir ni faltar
tampoco a la escuela.

Al día siguiente cuando se dirigía a la escuela junto con su amigo el grillo cuando se
encontró a Espárrago escondido en un callejón.

- ¿Qué haces aquí Espárrago?


- Esperar al carruaje que va al País de los juguetes. Es un lugar increíble, está lleno de
golosinas y caramelos y no hay escuela ni nadie que te diga lo que tienes que hacer.
¡Hasta puedes pasarte el día entero jugando si quieres! ¿Por qué no vienes conmigo?

Pinocho aceptó rápidamente y de nuevo volvió a desobedecer a su padre y a olvidar sus


promesas. Su amigo el grillo trató de advertírselo, pero Pinocho no hizo caso alguno.

- ¡No, Pinocho!. No es buena idea que vayas, créeme. Recuerda la promesa a tu padre.

En el País de los juegos todo era estupendo. Había atracciones por todos lados, los niños
corrían y reían, podían comer algodón de azúcar y chocolate… a Pinocho no se le ocurría
un lugar mejor en el que estar. Pinocho pasó así días y días hasta que un día pasó junto a
un espejo y se dio un gran susto.

- ¡¡¿Pero qué es esto?!! - dijo tocándose la cabeza - ¡Me han salido orejas de burro!

Corrió a contárselo a Espárrago y no pudo encontrarlo por ninguna parte. ¡En su lugar
había un burro! Estaba tan asustado que quiso pedir ayuda y todo lo que fue capaz de
hacer fue rebuznar. Afortunadamente su fiel amigo el grillo parlanchín seguía siendo un
grillo así que pudo indicar a Pinocho la forma de salir de aquel lugar lo antes posible.

Pinocho y el grillo caminaron durante días hasta llegar a casa y las orejas de burro
terminaron por desaparecer. Pero cuando llegaron a casa de Gepetto la encontraron
vacía.

- ¡No está! ¡Mi padre no está! - decía Pinocho entre lágrimas

Una paloma que pasaba por allí oyó a Pinocho.

- Perdona pero, ¿tu padre se llama Gepetto tal vez?


- Sí, si. ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto en el mar. Iba en una barca y una enorme ballena se lo ha tragado.
- ¿Una ballena? ¡Rápido grillo, tenemos que ir en su búsqueda! Gracias paloma.

Pinocho y el grillo llegaron a la playa y se subieron a una pequeña barca de madera.


Anduvieron días a la deriva en el inmenso océano. De repente, les pareció divisar tierra a
lo lejos, pero cuando estuvieron cerca se dieron cuenta de que no era tierra lo que veían
sino la ballena que andaban buscando.

Dejaron que la ballena se los tragara y todo se quedó sumido en la más absoluta
oscuridad. Pinocho comenzó a llamar a su padre a gritos pero nadie le contestaba. En el
estómago de la ballena solo había silencio. Al cabo de un largo rato Pinocho vio una
lucecita al fondo y le pareció escuchar una voz familiar.

- ¿Pinocho? ¿Eres tu, Pinocho?- gritaba la voz


- ¡Es mi padre! Papá aquí, soy yo. ¡Estoy aquí!

Por fin pudieron volver a abrazarse padre e hijo después de tanto tiempo. Estaban tan
contentos que por un momento se olvidaron de que tenían que encontrar la forma de salir
de allí.

- Ya sé - dijo Pinocho - haremos fuego quemando una de las barcas y así la ballena
estornudará y podremos salir.
El plan dio resultado, la ballena dio un tremendo estornudo y Gepetto, Pinocho y el grillo
parlanchín salieron volando. Estaban a punto de alcanzar la playa cuando Pinocho vio
como a su viejo padre le faltaban las fuerzas para continuar.

- Agárrate a mi. Yo te llevaré

Pinocho lo llevó a su espalda pero él también empezaba a estar cada vez más y más
cansado. Cuando llegaron a la orilla su cuerpo de madera se rindió y quedó tendido boca
abajo en el agua.

- ¡Pinocho! ¡No, por favor! ¡No te vayas y me dejes aquí! - gritaba desconsolado Gepetto
cogiendo a Pinocho entre sus brazos

En ese momento apareció el Hada Azul.

- Gepetto, no llores. Pinocho ha demostrado que aunque haya sido desobediente tiene
buen corazón y te quiere mucho así que se merece convertirse un niño de verdad.

De modo que el hada movió su varita y los ojos de Pinocho se abrieron de nuevo. Se
había convertido en un niño de verdad.

Pinocho, Gepetto y el grillo volvieron a casa y vivieron felices durante muchos muchos
años.
La bella durmiente

Érase una vez un rey y una reina que aunque vivían felices en su
castillo ansiaban día tras día tener un hijo. Un día, estaba la Reina
bañándose en el río cuando una rana que oyó sus plegarias le dijo.

- Mi Reina, muy pronto veréis cumplido vuestro deseo. En menos de


un año daréis a luz a una niña.

Al cabo de un año se cumplió el pronóstico y la Reina dió a luz a una


bella princesita. Ella y su marido, el Rey, estaban tan contentos que
quisieron celebrar una gran fiesta en honor a su primogénita. A ella
acudió todo el Reino, incluidas las hadas, a quien el Rey quiso invitar
expresamente para que otorgaran nobles virtudes a su hija. Pero
sucedió que las hadas del reino eran trece, y el Rey tenía sólo doce
platos de oro, por lo que tuvo que dejar de invitar a una de ellas. Pero el soberano no le
dio importancia a este hecho.

Al terminar el banquete cada hada regaló un don a la princesita. La primera le otorgó


virtud; la segunda, belleza; la tercera, riqueza.. Pero cuando ya sólo quedaba la última
hada por otorgar su virtud, apareció muy enfadada el hada que no había sido invitada y
dijo:

- Cuando la princesa cumpla quince años se pinchará con el huso de una rueca y morirá.

Todos los invitados se quedaron con la boca abierta, asustados, sin saber qué decir o qué
hacer. Todavía quedaba un hada, pero no tenía poder suficiente para anular el
encantamiento, así que hizo lo que pudo para aplacar la condena:

- No morirá, sino que se quedará dormida durante cien años.

Tras el incidente, el Rey mandó quemar todos los husos del reino creyendo que así
evitaría que se cumpliera el encantamiento.

La princesa creció y en ella florecieron todos sus dones. Era hermosa, humilde,
inteligente… una princesa de la que todo el que la veía quedaba prendado.

Llegó el día marcado: el décimo quinto cumpleaños de la princesa, y coincidió que el Rey
y la Reina estaban fuera de Palacio, por lo que la princesa aprovechó para dar una vuelta
por el castillo. Llegó a la torre y se encontró con una vieja que hilaba lino.

- ¿Qué es eso que da vueltas? - dijo la muchacha señalando al huso.

Pero acercó su dedo un poco más y apenas lo rozó el encantamiento surtió efecto y la
princesa cayó profundamente dormida.

El sueño se fue extendiendo por la corte y todo el mundo que vivía dentro de las paredes
de palacio comenzó a quedarse dormido inexplicablemente. El Rey y la Reina, las
sirvientas, el cocinero, los caballos, los perros… hasta el fuego de la cocina se quedó
dormido. Pero mientras en el interior el sueño se apoderaba de todo, en el exterior un seto
de rosales silvestres comenzó a crecer y acabó por rodear el castillo hasta llegar a
cubrirlo por completo. Por eso la princesa empezó a ser conocida como Rosa Silvestre.

Con el paso de los años fueron muchos los intrépidos caballeros que creyeron que
podrían cruzar el rosal y acceder al castillo, pero se equivocaban porque era imposible
atravesarlo.

Un día llegó el hijo de un rey, y se dispuso a intentarlo una vez más. Pero como el
encantamiento estaba a punto de romperse porque ya casi habían transcurrido los cien
años, esta vez el rosal se abrió ante sí, dejándole acceder a su interior. Recorrió el palacio
hasta llegar a la princesa y se quedó hechizado al verla. Se acercó a ella y apenas la
besó la princesa abrió los ojos tras su largo letargo. Con ella fueron despertando también
poco a poco todas las personas de palacio y también los animales y el reino recuperó su
esplendor y alegría.

En aquel ambiente de alegría tuvo lugar la boda entre el príncipe y la princesa y éstos
fueron felices para siempre.
Alí Babá y los cuarenta ladrones

Hace mucho tiempo, en una ciudad persa, vivieron dos


hermanos huérfanos muy pobres. El mayor se llamaba
Kassim y el menor Alí Babá.

Kassim, que era ambicioso pero poco trabajador, se las


ingenió para casarse con una joven de buena posición.

Alí Babá prefirió llevar una vida menos ambiciosa y


vivir de su trabajo, así que se dedicó a ser leñador. Su
honestidad y buen hacer le hizo ganar pronto la
confianza de la gente. Gracias a su esfuerzo y buen
juicio, Alí Babá consiguió ahorrar algo de dinero, con el
que compró un asno para cargar leña y así no tener
que cargar con ella. De este modo, Alí Babá podía servir más leña y ganar más dinero, y
así consiguió hacerse con un total de tres asnos que le ayudaban en su trabajo.

Los otros leñadores admiraban a Alí Babá por su forma de hacer y de inspirar confianza.
Hasta tal punto era así que uno de ellos le ofreció a su hija en matrimonio.

Un día, mientras Alí Babá cortaba leña en el bosque con sus tres asnos pastando
alrededor, oyó ruido en la espesura. Al principio, el leñador no sospechó nada. Sin
embargo, cuando se quiso dar cuenta sus asnos ya no estaban. Preocupado por ellos, Alí
Babá trepó a un árbol para intentar ver dónde se habían metido los asnos.

Desde lo alto del árbol pudo ver Alí Babá a un grupo de maleantes que se acercaban a
caballo y que pararon justo al pie del árbol donde él estaba. Afortunadamente, ellos no le
vieron, pues permanecía oculto tras las ramas.
Allí los maleantes dejaron sus caballos e iniciaron su camino a pie cargando con unos
pesados sacos. Alí Babá los contó según se iban: había un total de cuarenta.

Desde el árbol, Alí Babá pudo ver cómo un poco más adelante los cuarenta maleantes se
detenían frente a una roca. También oyó a uno decir, con voz potente y estruendosa:
¡Ábrete, sésamo! Y la roca se abrió.

Los maleantes entraron, vaciaron sus sacos y salieron de allí. Alguien dijo: ¡Sésamo,
ciérrate!. Y, dicho esto,l la roca volvió a su sitio.

Alí Babá pensó en entrar en la roca, pero le preocupaba que los ladrones volvieran tras
algo olvidado, así que decidió esperar. Tras una larga espera, el leñador se acercó a la
roca y dijo: ¡Ábrete, Sésamo! Y la roca se abrió. Alí Babá se encontró con una gran sala
iluminada por la luz que entraba por los agujeros de su bóveda. Entró y la roca se cerró
sin hacer ruido. Un poco atemorizado, Alí Babá decidió explorar la sala. Allí encontró ricas
mercancías: telas de seda, oro, plata, monedas y piedras preciosas.

Enseguida Alí Babá se dio cuenta de que todo eso era fruto del robo y el pillaje, por lo que
solo cogió monedas, dejando joyas, metales preciosos y otras mercancías, quedando así
en paz con su conciencia. Llenó tres sacos con lo que pensó que podían cargar sus asnos
y se fue. Abrió la roca con las palabras mágicas y con las palabras mágicas la cerró.

Ya fuera, Alí Babá llamó a sus asnos, los cargó con los sacos llenos de monedas y puso
rumbo a casa. Pero cuando llegó encontró la puerta cerrada, así que decidió ensayar la
fórmula que aplicaba a la roca. Y a la voz de “ábrete, sésamo” la puerta se abrió. Para
cerrarla, utilizó las palabras “sésamo, ciérrate”, que también funcionaron.

Cuando su mujer lo vio en el patio interior le preguntó cómo había conseguido entrar, ya
que ella había cerrado a cal y canto por dentro. Él no contestó y le invitó a ayudarle a
descargar los sacos. Cuando ella vio las monedas pensó que su marido se había aliado
con unos ladrones y empezó a llorar, desconsolada, pensando que las monedas eran
fruto del pillaje.

Alí Babá decidió contarle la historia a su mujer, que se quedó fascinada y convencida de
que el oro no había sido robado por su esposo, sino que el destino lo había puesto en su
camino.

Ella quiso medir la cantidad de oro antes de guardarlo enterrado en el jardín y acudió a
casa de su cuñado Kasim para pedirle una medida. La mujer de Kassim se la dejó y,
cuando la recuperó, vio un dinar de oro bajo la medida. Cuando se lo contó a su esposo
éste acudió a ver a Alí Babá, quien le ofreció la mitad de sus monedas. Pero Kassim
quería más, así que Alí Babá le contó el secreto por miedo a que su hermano le
denunciara o algo peor.

Cuando Kasim acudió a la roca y entró con varios sacos, la roca se cerró. Él llenó los
sacos y, cuando iba a salir, olvidó las palabras mágicas. Al poco escuchó que se
acercaban los ladrones y se escondió, pero lo pillaron tratando de escapar, y lo mataron,
dejando allí su cuerpo.

Al ver que no volvía, Alí Babá fue en busca de su hermano. Cuando lo halló muerto se lo
llevó para enterrarlo, y pagó al enterrador para que no dijera nada. Cuando los ladrones
regresaron y no encontraron el cuerpo de Kasim fueron a hablar con el enterrador, quien
cedió a las amenazas y le contó que Alí Babá era quien había llevado el cuerpo y
prometió llevar el cuerpo de Kasim a casa de uno de los ladrones. Para indicarle dónde
debía dejarlo, el ladrón dijo que pintaría su puerta con ceniza.

Una de las criadas de Alí Babá oyó todo y pintó con ceniza todas las puertas del pueblo.
Como el plan de los ladrones no funcionó, el jefe se presentó en casa de AlíBabá pidiendo
posada como un falso vendedor de aceite con varias tinajas, en cada una de las cuales
había un ladrón escondido. Alí Babá le aceptó en su casa.

La criada de Alí Babá miró por la noche en las tinajas de aceite para encender unas
lámparas. Pero al asomarse con el cucharón a la primera tinaja para coger aceite se
encontró con el ladrón, a quien dio un golpe con la cuchara, dejándolo dormido al instante.
Y así hizo con todas las tinajas.

Las autoridades apresaron a los ladrones y Alí Babá vivió con su familia feliz para
siempre.
Blancanieves
Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los
copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de tal
forma que se despistó y se pinchó en un dedo
dejando caer tres gotas de la sangre más roja sobre
la nieve. En ese momento pensó:

- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la


nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos
negros como el ébano.

Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz


a una niña bellísima, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y con los cabellos
como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento supuso la
muerte de su madre.

Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como
envidiosa y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?

Y el espejo siempre contestaba:

- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.

Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:

- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.

Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que
sentía por ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y
volviese con su corazón para saber que había cumplido con sus órdenes.

Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz
de hacerlo. En su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar
su corazón a la Reina.

Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir.
Comenzó a correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.

Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete
platitos, siete tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves
estaba tan hambrienta que probó un bocado de cada plato y se sentó como pudo en una
de las sillitas.

Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete
camitas y se acurrucó en una de ellas.

Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando
piedras preciosas. Al llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado
allí.

- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero


- ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo
- ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero
- ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto
- ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto
- ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto
- ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo

Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron


con la boca abierta al ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar
que durmiera.

Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado
hasta allí. Los enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su
casa. Pero eso sí, le advirtieron de que tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a
nadie cuando ellos no estuvieran.

La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso


ante su espejo y volvió a preguntarle:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la
más bella.

La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha.
Cuando supo que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana
envenenada, se vistió de campesina y se encaminó hacia montaña.

Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:

- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos.


- No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer
con ellas. Te dejaré aquí una, por si te apetece más tarde.

Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.

La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo
deseaba llegar a palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?


- Sí, mi Reina. De nuevo vos sois la más hermosa.

Cuando los enanitos llegaron a casa y se la encontraron muerta en el suelo a


Blancanieves trataron de ver si aún podían hacer algo, pero todos sus esfuerzos fueron
en vano. Blancanieves estaba muerta.

De modo que puesto que no podían hacer otra cosa, mandaron fabricar una caja de
cristal, la colocaron en ella y la llevaron hasta la cumpre de la montaña donde estuvieron
velándola por mucho tiempo. Junto a ellos se unieron muchos animales del bosque que
lloraban la pérdida de la muchacha. Pero un día apareció por allí un príncipe que al verla,
se enamoró de inmediato de ella, y le preguntó a los enanitos si podía llevársela con él.

A los enanitos no les convencía la idea, pero el príncipe prometió cuidarla y venerarla, así
que accedieron.

Cuando los hombres del príncipe transportaban a Blancanieves tropezaron con una piedra
y del golpe, salió disparado el bocado de manzana envenenada de la garganta de
Blancanieves. En ese momento, Blancanieves abrió los ojos de nuevo.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?, preguntó desorientada Blancanieves


- Tranquila, estáis sana y salva por fin y me habéis hecho con eso el hombre más
afortunado del mundo.

Blancanieves y el Príncipe se convirtieron en marido y mujer y vivieron felices en su


castillo.
EL PASTORCITO MENTIROSO
Había una vez un pastorcito que cuidaba su rebaño en la cima de la colina. Él se
encontraba muy aburrido y para divertirse se le ocurrió hacerles una broma a los
aldeanos. Luego de respirar profundo, el pastorcito gritó:

—¡Lobo, lobo! Hay un lobo que persigue las ovejas.

Los aldeanos llegaron corriendo para ayudar al pastorcito y ahuyentar al lobo. Pero al
llegar a la cima de la colina no encontraron ningún lobo. El pastorcito se echó a reír al ver
sus rostros enojados.

—No grites lobo, cuando no hay ningún lobo —dijeron los aldeanos y se fueron enojados
colina abajo.

Luego de unas pocas horas, el pastorcito gritó nuevamente:

—¡Lobo, lobo! El lobo está persiguiendo las ovejas.

Los aldeanos corrieron nuevamente a auxiliarlo, pero al ver que no había ningún lobo le
dijeron al pastorcito con severidad:

—No grites lobo cuando no hay ningún lobo, hazlo cuando en realidad un lobo esté
persiguiendo las ovejas.

Pero el pastorcito seguía revolcándose de la risa mientras veía a los aldeanos bajar la
colina una vez más.

Más tarde, el pastorcito vio a un lobo cerca de su rebaño. Asustado, gritó tan fuerte como
pudo:

—¡Lobo, lobo! El lobo persigue las ovejas.

Pero los aldeanos pensaron que él estaba tratando de engañarlos de nuevo, y esta vez no
acudieron en su ayuda. El pastorcito lloró inconsolablemente mientras veía al lobo huir
con todas sus ovejas.

Al atardecer, el pastorcito regresó a la aldea y les dijo a todos:

—El lobo apareció en la colina y ha escapado con todas mis ovejas. ¿Por qué no
quisieron ayudarme?

Entonces los aldeanos respondieron:

—Te hubiéramos ayudado, así como lo hicimos antes; pero nadie cree en un mentiroso
incluso cuando dice la verdad.
Los tres cerditos
Había una vez tres hermanos cerditos que vivían en el
bosque. Como el malvado lobo siempre los estaba
persiguiendo para comérselos dijo un día el mayor:

- Tenemos que hacer una casa para protegernos de lobo. Así


podremos escondernos dentro de ella cada vez que el lobo
aparezca por aquí.

A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían
de acuerdo respecto a qué material utilizar. Al final, y para no
discutir, decidieron que cada uno la hiciera de lo que quisiese.

El más pequeño optó por utilizar paja, para no tardar mucho y poder irse a jugar después.

El mediano prefirió construirla de madera, que era más resistente que la paja y tampoco le
llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor pensó que aunque tardara más que sus
hermanos, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte con ladrillos.

- Además así podré hacer una chimenea con la que calentarme en invierno, pensó el
cerdito.

Cuando los tres acabaron sus casas se metieron cada uno en la suya y entonces apareció
por ahí el malvado lobo. Se dirigió a la de paja y llamó a la puerta:

- Anda cerdito se bueno y déjame entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

Y el lobo empezó a soplar y a estornudar, la débil casa acabó viniéndose abajo. Pero el
cerdito echó a correr y se refugió en la casa de su hermano mediano, que estaba hecha
de madera.

- Anda cerditos sed buenos y dejarme entrar...

- ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, dijeron los dos

- ¡Pues soplaré y soplaré y la casita derribaré!

El lobo empezó a soplar y a estornudar y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos
para derribar la casa, al final la madera acabó cediendo y los cerditos salieron corriendo
en dirección hacia la casa de su hermano mayor.

El lobo estaba cada vez más hambriento así que sopló y sopló con todas sus fuerzas,
pero esta vez no tenía nada que hacer porque la casa no se movía ni siquiera un poco.
Dentro los cerditos celebraban la resistencia de la casa de su hermano y cantaban
alegres por haberse librado del lobo:

- ¿Quien teme al lobo feroz? ¡No, no, no!

Fuera el lobo continuaba soplando en vano, cada vez más enfadado. Hasta que decidió
parar para descansar y entonces reparó en que la casa tenía una chimenea.

- ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los
tres!

Pero los cerditos le oyeron, y para darle su merecido llenaron la chimenea de leña y
pusieron al fuego un gran caldero con agua.

Así cuando el lobo cayó por la chimenea el agua estaba hirviendo y se pegó tal quemazo
que salió gritando de la casa y no volvió a comer cerditos en una larga temporada.
Hänsel y Gretel
Había una vez un leñador y su esposa que vivían en
el bosque en una humilde cabaña con sus dos hijos,
Hänsel y Gretel. Trabajaban mucho para darles de
comer pero nunca ganaban lo suficiente. Un día
viendo que ya no eran capaces de alimentarlos y
que los niños pasaban mucha hambre, el
matrimonio se sentó a la mesa y amargamente tuvo
que tomar una decisión.

- No podemos hacer otra cosa. Los dejaremos en el


bosque con la esperanza de que alguien de buen
corazón y mejor situación que nosotros pueda hacerse cargo de ellos, dijo la
madre.

Los niños, que no podían dormir de hambre que tenían, oyeron toda la
conversación y comenzaron a llorar en cuanto supieron el final que les
esperaba. Hänsel, el niño, dijo a su hermana:
- No te preocupes. Encontraré la forma de regresar a casa. Confía en mí.

Así que al día siguiente fueron los cuatro al bosque, los niños se quedaron
junto a una hoguera y no tardaron en quedarse dormidos. Cuando despertaron
no había rastro de sus padres y la pequeña Gretel empezó a llorar.

- No llores Hänsel. He ido dejando trocitos de pan a lo largo de todo el camino.


Sólo tenemos que esperar a que la Luna salga y podremos ver el camino que
nos llevará a casa.

Pero la Luna salió y no había rastro de los trozos de pan: se los habían comido
las palomas.

Así que los niños anduvieron perdidos por el bosque hasta que estuvieron
exhaustos y no pudieron dar un paso más del hambre que tenían. Justo
entonces, se encontraron con una casa de ensueño hecha de pan y cubierta de
bizcocho y cuyas ventanas eran de azúcar. Tenían tanta hambre, que
enseguida se lanzaron a comer sobre ella. De repente se abrió la puerta de la
casa y salió de ella una vieja que parecía amable.

- Hola niños, ¿qué hacéis aquí? ¿Acaso tenéis hambre?

Los pobres niños asintieron con la cabeza.

- Anda, entrad dentro y os prepararé algo muy rico.

La vieja les dio de comer y les ofreció una cama en la que dormir. Pero pese a
su bondad, había algo raro en ella.

Por la mañana temprano, cogió a Hänsel y lo encerró en el establo mientras el


pobre no dejaba de gritar.

- ¡Aquí te quedarás hasta que engordes!, le dijo

Con muy malos modos despertó a su hermana y le dijo que fuese a por agua
para preparar algo de comer, pues su hermano debía engordar cuanto antes
para poder comérselo. La pequeña Gretel se dio cuenta entonces de que no era
una vieja, sino una malvada bruja.

Pasaban los días y la bruja se impacientaba porque no veía engordar a Hänsel,


ya que este cuando le decía que le mostrara un dedo para ver si había
engordado, siempre la engañaba con un huesecillo aprovechándose de su
ceguera.

De modo un día la bruja se cansó y decidió no esperar más.


- ¡Gretel, prepara el horno que vas a amasar pan! ordenó a la niña.

La niña se imaginó algo terrible, y supo que en cuanto se despistara la bruja la


arrojaría dentro del horno.

- No sé cómo se hace - dijo la niña


- ¡Niña tonta! ¡Quita del medio!

Pero cuando la bruja metió la cabeza dentro del horno, la pequeña le dio un
buen empujón y cerró la puerta. Acto seguido corrió hasta el establo para
liberar a su hermano.

Los dos pequeños se abrazaron y lloraron de alegría al ver que habían salido
vivos de aquella horrible situación. Estaban a punto de marcharse cuando se
les ocurrió echar un vistazo por la casa de la bruja y, ¡qué sorpresa!
Encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas, así que se llenaron los
bolsillos y se dispusieron a volver a casa.

Pero cuando llegaron al río y vieron que no había ni una tabla ni una barquita
para cruzarlos creyeron que no lo lograrían. Menos mal que por allí pasó un
gentil pato y les ayudó amablemente a cruzar el río.

Al otro lado de la orilla, continuaron corriendo hasta que vieron a lo lejos la


casa de sus padres, quienes se alegraron muchísimo cuando los vieron
aparecer, y más aún, cuando vieron lo que traían escondido en sus bolsillos. En
ese instante supieron que vivirían el resto de sus días felices los cuatro y sin
pasar penuria alguna.
La lámpara de Aladino
Hace mucho tiempo, en una ciudad china, vivió un joven
de familia pobre llamado Aladino, que era bastante vago.
Su padre quiso enseñarle su oficio, pues era sastre,
pero Aladino prefería pasar el tiempo con sus amigos en
las calles.

Siendo Aladino un adolescente su padre murió. Su


madre no sabía qué hacer para que el muchacho
trabajara y ayudara en casa, pues ella sola no podía
sacarlo adelante.

Un día a Aladino se le acercó un hombre que decía ser su tío, hermano de su difunto
padre. El hombre le dio dinero a Aladino para que se lo entregara a su madre pero ella
desconfió de las intenciones de aquel extraño del que nunca había oído hablar.

Al día siguiente, el extraño fue a cenar a casa de Aladino y su madre. Allí, el hombre
decidió proponerle algo a Aladino.

- Desde mañana tendrás un oficio. ¿Te gustaría tener tu propia tienda de trajes? -
preguntó el hombre a Aladino.
- Claro, tío -dijo Aladino, seducido por la idea de tener su propio negocio.
- No se hable más. Mañana iremos a buscar una tienda para ti-dijo el tío. Y se marchó.

Esto convenció a Aladino y a su madre de que aquel hombre era quien decía ser. ¿Por
qué, si no, iba a ofrecerle aquella oportunidad?

A la mañana siguiente Aladino se fue con su tío y caminaron juntos hasta una montaña,
lejos de la ciudad. Fue entonces cuando supo quien era en realidad aquel hombre: un
malvado brujo que necesitaba a Aladino para conseguir sus propósitos.

El brujo dijo unas palabras mágicas y el suelo se abrió. Entonces, le dijo al joven Aladino:
- Bajo esta montaña hay un tesoro para ti. Ponte este anillo, que ahuyentará tus miedos.
Abajo encontrarás una losa: levántala mientras dices tu nombre. Tras ella encontrarás
mucho oro, pero no debes tocar nada. Sigue adelante hasta un salón con una escalera de
piedra. Sube y coge la lámpara que hay allí colgada diciendo tu nombre y vuelve con ella.
De regreso podrás coger todo el oro que desees.

Aladino hizo lo que le pidió el mago. Cuando cogió la lámpara la guardó entre sus ropas
para poder coger algunos objetos de oro.

Para salir le pidió a su tío ayuda, el cual le pidió que primero le diera la lámpara. Pero
Aladino la tenía entre la ropa y no podía cogerla. El hombre insistía, pero Aladino no podía
hacer otra cosa. Cansado de esperar, el brujo cerró la tierra, dejó a Aladino dentro y se
marchó.

Aladino lloró desconsolado, pues pensaba que iba a morir allí. Sin darse cuenta, frotó la
lámpara. Al hacerlo, un genio salió del anillo que llevaba...

- Soy tu esclavo -dijo el genio.- Ordena lo que desees y te lo concederé.

Aladino no podría creer lo que veía. Pero, para comprobarlo, le pidió salir de allí y al
momento estaba fuera. Aladino regresó a casa y escondió la lámpara, y no le contó a
nadie lo ocurrido.

Unos días después Aladino decidió vender la lámpara para comprar alimentos. Se puso a
limpiarla para poder sacar más dinero por ella. Entonces el genio volvió a aparecer.

- Eres mi amo, lo que desees te será concedido -dijo el genio.


- Quiero mucha comida – respondió Aladino.

Al momento sus deseos se vieron cumplidos con creces: decenas de platos de oro llenos
de comida. Cuando la madre lo vio se asustó, así que Aladino tuvo que contarle lo que
ocurría con el genio de la lámpara.

Gracias al genio, Aladino y su madre tuvieron comida para varios días y, vendiendo los
platos donde había dejado la comida, consiguieron dinero para comer muchas semanas
más.

Una tarde Aladino oyó hablar de la hermosa hija del sultán. A Aladino le invadió la
curiosidad y quiso conocerla, así que se escondió. Al verla pasar, el joven se enamoró de
ella. Tal fue su enamoramiento que Aladino pidió a su madre que fuera al palacio a pedir
la mano de la princesa.

La madre se presentó en el palacio llevando como regalo algunas de las joyas que
Aladino había sacado de la montaña y varios platos en los que el genio había dejado la
comida. Pero nadie reparó en sus regalos, solo en sus pobres ropas, y no la dejaron
pasar.

Tras insistir varios días, al final la dejaron pasar, intrigados por lo que aquella mujer
pretendía.

Cuando la madre de Aladino pidió la mano de la princesa para su hijo el sultán se echó a
reír, acompañado por su inseparable visir.

Entonces, la mujer le entregó los regalos que llevaba.

- Dame tres meses para demostrarte con un regalo mejor que mi hijo es digno de casarse
con tu hija -dijo la madre de Aladino.

Ese era justo el tiempo que faltaba para la boda que ya había pactado el sultán con el hijo
del visir y la princesa. El sultán le dio de plazo a la madre de Aladino hasta entonces.

La madre fue contenta a contarle a Aladino la buena noticia. Sin embargo, no pudo evitar
advertir a su hijo que sospechaba del visir, pues no le parecía trigo limpio.

Dos meses después, la madre de Aladino se sorprendió al ver que la boda de la princesa
se había adelantado, y fue corriendo a contárselo a su hijo.
Aladino cogió la lámpara y la frotó. El genio apareció de nuevo y le dijo:

- Eres mi amo, lo que desees te será concedido.


- Quiero que esta noche traigas a la princesa y a su esposo a mi casa cuando se retiren a
su cuarto. A él déjalo paralizado en el baño hasta que amanezca. Luego los devolverás a
palacio.

Y así sucedió. Cuando la princesa y su esposo aparecieron en casa de Aladino se


asustaron mucho. Entonces, Aladino se acercó a la princesa y le dijo:

- No temas, no te sucederá nada. Yo te protegeré.

A la mañana siguiente el genio los devolvió al palacio antes de que nadie notara su
ausencia. Ella no contó nada a nadie, pero su padre se mostró preocupado por ella, pues
no la veía dichosa. Él se lo contó a su padre, el visir, pero éste le prohibió contar esa
historia para que no le tomaran por loco.

Esa noche volvió a suceder lo mismo. El sultán, al ver que su hija seguía igual, exigió que
le contara lo que sucedía. Ella se lo contó. Su padre enfureció y llamó al visir y a su hijo.

El hijo del visir, que estaba asustado y no quería volver a pasar otra noche paralizado, le
rogó a su padre que lo liberase de ese matrimonio. Pero su padre se negó.

Sin embargo, cuando el visir confirmó que todo era verdad, el sultán anuló el matrimonio
de su hija para no tener problemas.

Al enterarse de la noticia, Aladino esperó el plazo que el sultán le había prometido , y


envió a su madre para que le concediera la mano de la princesa.

El sultán, que ya se había olvidado de Aladino, no sabía qué hacer para no faltar a su
promesa. Así que siguió el consejo del visir y le pidió a Aladino algo imposible: un regalo
de bodas que incluyera cuarenta platos de oro con gemas que deberían ser llevados por
cuarenta esclavas acompañadas por cuarenta esclavos.

Aladino no se asustó y fue a buscar su lámpara mágica y le pidió al genio lo que


reclamaba el sultán. Cuando todo estuvo listo todos salieron hacia el palacio.

El sultán quedó maravillado, pero el visir sospechaba algo. Mientras tanto, el sultán
mandó preparar la boda para esa misma noche.

Aladino volvió a frotar la lámpara para pedirle al genio que lo vistiera a él y a su madre de
modo adecuado para la ceremonia, dejando maravillado a todo el mundo por su elegancia
y la riqueza de sus ropajes.

Tras la boda, Aladino le dijo al sultán que construiría un palacio nuevo para él y su
esposa. Dicho esto, Aladino fue a su casa a frotar la lámpara, y le pidió al genio el palacio
más lujoso visto jamás. El nuevo palacio sorprendió a todos. Pero el visir, muerto de
envidia, seguía sospechando de Aladino.

Para celebrar la boda, Aladino repartió miles de monedas de oro entre la gente de la
ciudad, lo que le hizo ganarse el cariño y el respeto de todos.

Mientras tanto, en África, el brujo que se había hecho pasar por tío de Aladino investigaba
con sus trucos qué había sido del joven al que quiso engañar. Al descubrir que Aladino
estaba vivo, que era rico y que se había casado con la hija del sultán se fue a buscarlo.
Compró muchas lámparas y corrió la voz de que cambiaba las lámparas viejas por
lámparas nuevas.

Una sirvienta de la princesa, que lo oyó, le aconsejó que cambiara la de Aladino, que se
veía vieja y desgastada. Ella no sabía nada del genio, así que le pareció una gran idea y
ordenó a la sirvienta que hiciera el cambio. Aladino estaba de viaje, por lo que no pudo
detenerla.

El brujo, al apoderarse de la lámpara, la frotó y le pidió genio salió que trasladase el


palacio entero con la princesa a su ciudad.

A la mañana siguiente el sultán fue a visitar a su hija y se encontró con que ella y el
palacio habían desaparecido. El sultán mandó a buscar a Aladino y lo condenó a muerte.

La gente de la ciudad, al enterarse que matarían a Aladino, comenzó a amenazar al


sultán con atacar y quemar el palacio si algo le sucedía a Aladino.El sultán lo perdonó por
miedo, pero le dio un mes para que trajera de vuelta a su hija. De lo contrario, lo mataría
sin importarle las amenazas de la gente.

Aladino estaba desesperado ya que sin la lámpara no sabía qué hacer y no sabía qué
había pasado. Entonces recordó su anillo mágico, lo frotó y apareció el genio.

- Genio te suplico que me devuelvas a mi esposa y al palacio -pidió Aladino.


- Lo que me pides es imposible -respondió el genio-. Todo está en poder del brujo, que
tiene la lámpara, y ella es que es más poderosa que el anillo.
- Entonces llévame al lugar donde está el palacio -dijo Aladino.

Al llegar frente al palacio, esperó ver salir al brujo y trepó por una ventana al cuarto de su
esposa. Ella lo abrazó feliz y le contó que el brujo quería casarse con ella. Aladino trazó
un plan.

-Querida, invita al brujo a cenar y dile que estás arrepentida, que te casarás con él.
Entonces, aprovecha para envenenarlo para que duerma profundamente. Yo me
esconderé y solucionaré todo esto.

Y así fue. Aladino recuperó la lámpara y regresó con la princesa gracias al genio. Años
después, Aladino se convirtió en el nuevo sultán, y reinó con éxito durante varias
décadas.
El valiente soldadito de plomo
Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo. Todos
iguales, con su uniforme impecable, la vista al frente y
su fusil al hombro. Todos menos uno, al que le faltaba
una pierna porque fue el último en fundir y ya no
quedaba plomo suficiente. Pero precisamente porque
era distinto, era el que más llamaba la atención de
todos.

Un día los soldaditos fueron regalados a un niño y


llegaron a una casa llena de juguetes. De todos ellos, el
castillo de papel fue el que más le gustó al soldadito de
plomo. ¡Era tan bonito y grande! y además en su puerta
tenía una elegante bailarina.

- ¡Qué guapa es! ¡Podría ser mi esposa y entonces viviríamos juntos en su castillo!, pensó
el soldadito.

Cuando llegó la noche y todos en la casa se fueron a dormir, los juguetes se despertaron.
El soldadito observaba escondido detrás de una caja de tabaco al resto de los juguetes, y
en especial a su bailarina, cuando de repente sonaron las doce y se abrió de golpe la caja
de tabaco. De ella salió un trol negro.

- ¿Qué miras soldadito de plomo? ¡Mira a otro lado!


El soldadito se echó a reír y el trol enfadado le contestó.
- ¿Ah no? ¡Pues ya verás!

Al día siguiente el niño colocó al soldadito en la ventana y de repente vino una corriente
de aire - no se sabe si por culpa del trol o por qué- y lanzó al soldadito hasta la calle.
Rápidamente el niño bajó a buscarlo pero aunque el soldadito estaba ahí mismo, no lo
vió.

El soldadito se quedó sólo y por si fuera poco empezó a llover. Unos niños lo encontraron
y no se les ocurrió otra cosa que hacer un barco de papel y meterlo dentro para que
navegara por las calles. Pero no fue en absoluto divertido. El barco se movía cada vez
más y el pobre soldadito empezó a estar mareado, pero como era un soldado valiente
continuó con la vista al frente sujetando con fuerza su fusil. Llegó a un desagüe donde la
corriente era más y más fuerte y en esos momentos de angustia el soldadito sólo podía
pensar en ver a su bailarina. Continuó en el barquito, pero hubo un momento en el que
éste no pudo aguantar más, acabó deshaciéndose y el soldadito se hundió con él…. hasta
que por ahí apareció un pez y engullió al soldadito.

Abrió los ojos y no vio nada. Permaneció en la oscuridad, casi sin poder moverse hasta
que se abrió la boca del pez y apareció una muchacha al otro lado. Lo miró con
curiosidad, lo cogió con cuidado y lo dejó encima de una mesa. Pero un momento, aquel
lugar resultaba familiar para el soldadito… ¡claro! Estaba en la misma casa en la que se
encontraba justo antes de caerse de la ventana y sí, la bailarina seguía allí erguida sobre
una pierna con elegancia.

Pero sin saber porqué el niño lo cogió y lo lanzó a la chimenea. El pobre soldadito
empezó a consumirse poco a poco sin poder hacer nada por salvarse. En medio del
tormento miró a la bailarina y ella lo miró a él. Entonces surgió otra ráfaga de viento y la
bailarina voló hasta la chimenea junto a él y ambos desaparecieron juntos entre las
llamas.
Al día siguiente, nada quedaba de los dos salvo una pequeña bolita de plomo, que
curiosamente, tenía forma de corazón.
El patito feo
Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento.
El nacimiento de los polluelos de mamá pata. Llevaba
días empollándolos y podían llegar en cualquier
momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó
de repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno
por uno empezaban a romper el cascarón. Bueno,
todos menos uno.

- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a


mamá pata.
- No importa, le daré un poco más de calor para que
salga.

Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era grande
y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse en su
aspecto y comenzaron a reírse de él.

- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban

Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban
picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia
madre acabó convencida de que era un pato feo y tonto.

- ¡Vete, no quiero que estés aquí!

El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el
rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad,
quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron
repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de
no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.
- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.

Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una
gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel
lugar. El pobre sentía que no valía para nada.

Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros
grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .

Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que
seguía siendo un animalucho feo.

Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho
frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino,
rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le
acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se
asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.

El resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a menudo muerto
de hambre también. Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por fin llegó la primavera.

Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para contemplar
las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros
grandes y blancos y majestuosos que había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse
hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de acercarse a ellos.

Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su reflejo. ¿Dónde
estaba la imagen del pato grande y feo que era? ¡En su lugar había un cisne! Entonces
eso quería decir que… ¡se había convertido en cisne! O mejor dicho, siempre lo había
sido.

Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había negado
y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó de
acostumbrarse.
El gato con botas
Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo
dejar a sus hijos por herencia el molino, un asno y un gato. En
el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo
y el gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su
suerte en cuanto supo cuál era su parte.

- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán


fortuna, pero yo sólo tengo un pobre gato.

El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:

- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.

- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo

- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.

El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato
astuto le dio lo que pedía.

El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él.
Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.

- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues


éste fue el nombre que primero se le ocurrió - este conejo.

- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.

Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le
dio una propina en agradecimiento.

Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey
de parte del Marqués de Carabás.

Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a
su amo:

- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me
encargaré del resto.

El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar
diciendo que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo
salvaran y el gato aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la
ropa del marqués mientras se bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que
había recibido de su parte mandó rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con
él puesto, el marqués resultaba especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse
cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó a subir a su carroza para dar un paseo.

El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando
corrió hacia ellos.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando
pertenece al señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.

Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién
era aquél prado, contestaron que del Marqués de Carabás.

Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó
el gato.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al
señor Marqués de Carabás, os harán picadillo como carne de pastel.

Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos
campos también eran del marqués.
Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su
dueño era un ogro así que fue a hablar con el.

- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso
cierto?

- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león

Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.

- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un
animal muy pequeño como un ratón.

- ¿Ah no? ¡Mirad esto!

El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más
rápido, lo cazó de un zarpazo y se lo comió.

Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el
gato pudo decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabás.

El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del
candidato perfecto para casarse con su hija.

El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para
entretenerse.
La Bella y la Bestia
Había una vez un mercader adinerado que tenía tres hijas. Las
tres eran muy hermosas, pero lo era especialmente la más
joven, a quien todos llamaban desde pequeña Bella. Además
de bonita, era también bondadosa y por eso sus orgullosas
hermanas la envidiaban y la consideraban estúpida por pasar
el día tocando el piano y rodeada de libros.

Sucedió que repentinamente el mercader perdió todo cuanto


tenía y no le quedó nada más que una humilde casa en el
campo. Tuvo que trasladarse allí con sus hijas y les dijo que no
les quedaba más remedio que aprender a labrar la tierra. Las
dos hermanas mayores se negaron desde el primer momento
mientras que Bella se enfrentó con determinación a la
situación:

- Llorando no conseguiré nada, trabajando sí. Puedo ser feliz aunque sea pobre.

Así que Bella era quien lo hacía todo. Preparaba la comida, limpiaba la casa, cultivaba la
tierra y hasta encontraba tiempo para leer. Sus hermanas, lejos de estarle agradecidas, la
insultaban y se burlaban de ella.

Llevaban un año viviendo así cuando el mercader recibió una carta en la que le
informaban de que un barco que acababa de arribar traía mercancías suyas. Al oír la
noticias las hijas mayores sólo pensaron en que podrían recuperar su vida anterior y se
apresuraron a pedirle a su padre que les trajera caros vestidos. Bella en cambio, sólo
pidió a su padre unas sencillas rosas ya que por allí no crecía ninguna.

Pero el mercader apenas pudo recuperar sus mercancías y volvió tan pobre como antes.
Cuando no le quedaba mucho para llegar hasta la casa, se desató una tormenta de aire y
nieve terrible. Estaba muerto de frío y hambre y los aullidos de los lobos sonaban cada
vez más cerca. Entonces, vio una lejana luz que provenía de un castillo.

Al llegar al castillo entró dentro y no encontró a nadie. Sin embargo, el fuego estaba
encendido y la mesa rebosaba comida. Tenía tanta hambre que no pudo evitar probarla.

Se sintió tan cansado que encontró un aposento y se acostó en la cama. Al día siguiente
encontró ropas limpias en su habitación y una taza de chocolate caliente esperándole. El
hombre estaba seguro de que el castillo tenía que ser de un hada buena.

A punto estaba de marcharse y al ver las rosas del jardín recordó la promesa que había
hecho a Bella. Se dispuso a cortarlas cuando sonó un estruendo terrible y apareció ante él
una bestia enorme.

- ¿Así es como pagáis mi gratitud?

- ¡Lo siento! Yo sólo pretendía… son para una de mis hijas…

- ¡Basta! Os perdonaré la vida con la condición de que una de vuestras hijas me ofrezca la
suya a cambio. Ahora ¡iros!

El hombre llegó a casa exhausto y apesadumbrado porque sabía que sería la última vez
que volvería a ver a sus tres hijas.

Entregó las rosas a Bella y les contó lo que había sucedido. Las hermanas de Bella
comenzaron a insultarla, a llamarla caprichosa y a decirle que tenía la culpa de todo.

- Iré yo, dijo con firmeza

- ¿Cómo dices Bella?, preguntó el padre

- He dicho que seré yo quien vuelva al castillo y entregue su vida a la bestia. Por favor
padre.

Cuando Bella llegó al castillo se asombró de su esplendor. Más aún cuando encontró
escrito en una puerta “aposento de Bella” y encontró un piano y una biblioteca. Pero se
sentó en su cama y deseó con tristeza saber qué estaría haciendo su padre en aquel
momento. Entonces levantó la vista y vio un espejo en el que se reflejaba su casa y a su
padre llegando a ella.

Bella empezó a pensar que la bestia no era tal y que era en realidad un ser muy amable.

Esa noche bajó a cenar y aunque estuvo muy nerviosa al principio, fue dándose cuenta de
lo humilde y bondadoso que era la bestia.

- Si hay algo que deseéis no tenéis más que pedírmelo, dijo la bestia.

Con el tiempo, Bella comenzó a sentir afecto por la bestia. Se daba cuenta de lo mucho
que se esforzaba en complacerla y todos los días descubría en él nuevas virtudes. Pero
pese a eso, cuando todos los días la bestia le preguntaba si quería ser su esposa ella
siempre contestaba con honestidad:

- Lo siento. Sois muy bueno conmigo pero no creo que pueda casarme con vos.

La Bestia pese a eso no se enfadaba sino que lanzaba un largo suspiro y desaparecía.

Un día Bella le pidió a la bestia que le dejara ir a ver a su padre, ya que había caído
enfermo. La bestia no puso ningún impedimento y sólo le pidió que por favor volviera
pronto si no quería encontrárselo muerto de tristeza.

- No dejaré que mueras bestia. Te prometo que volveré en ocho días, dijo Bella.

Bella estuvo en casa de su padre durante diez días. Pensaba ya en volver cuando soñó
con la bestia yaciendo en el jardín del castillo medio muerta.

Regresó de inmediato al castillo y no lo vió por ninguna parte. Recordó su sueño y lo


encontró en el jardín. La pobre bestia no había podido soportar estar lejos de ella.

- No os preocupéis. Muero tranquilo porque he podido veros una vez más.

- ¡No! ¡No os podéis morir! ¡Seré vuestra esposa!

Entonces una luz maravillosa iluminó el castillo, sonaron las campanas y estallaron fuegos
artificiales. Bella se dio la vuelta hacia la bestia y, ¿dónde estaba? En su lugar había un
apuesto príncipe que le sonreía dulcemente.

- Gracias Bella. Habéis roto el hechizo. Un hada me condenó a vivir con esta forma hasta
que encontrase a una joven capaz de amarme y casarse conmigo y vos lo habéis hecho.

El príncipe se casó con Bella y ambos vivieron juntos y felices durante muchos muchos
años.
Peter Pan
Hace tiempo, allá por 1880, vivía en la ciudad de
Londres la familia Darling. Estaba formada por el
señor y la señora Darling y sus hijos: Wendy, Michael
y John. Sin olvidarnos de Nana, por supuesto, el perro
niñera.

Vivían felices y tranquilos hasta que Peter Pan llegó a


sus vidas. Todo comenzó la noche en que Nana tenía
el día libre y la señora Darling se quedó a cargo de
sus hijos. Cuando todos, incluida ella, estuvieron
dormidos el muchacho entró por la ventana. Pero
entonces ella se despertó y se asustó tanto al verle
que lanzó un fuerte grito. Entonces apareció Nana,
que cerró la ventana para evitar que saliera y acabó atrapando su sombra. Y así fue como
la sombra de Peter Pan acabó en un cajón de la casa de los Darling.

Una noche el señor y la señora Darling salieron a cenar a casa de los vecinos del número
27. Los niños se quedaron en casa al cuidado de Nana y no tardaron en quedarse todos
dormidos.
Pero cuando la casa estaba en silencio, entró una diminuta hada revoloteando a gran
velocidad y tras ella, Peter Pan, dispuesto a recuperar su sombra. La encontró en el cajón
en el que la había guardado Nana pero se entristeció mucho cuando comprobó que la
sombra no le seguía. Probó a pegársela con jabón pero no dio resultado y desesperado
se sentó en el suelo a llorar.

- ¿Quién está llorando? - preguntó Wendy, a quien despertaron los sollozos.


- Soy yo - contestó Peter
- ¿Cómo te llamas? - preguntó la niña, aunque ella estaba casi segura de saber quien era
- Peter Pan
- ¿Y qué te pasa Peter?
- Que no consigo que mi sombra se me quede pegada
- Tranquilo. Creo que podré cosértela

Wendy ayudó a Peter y mientras los dos niños comenzaron a hacerse amigos.

- Yo vivo en el País de Nunca Jamás. Es maravilloso, allí eres siempre un niño y no tienes
que obedecer a nadie. Conmigo viven los Niños perdidos, ya sabes, los niños que caen
de los carritos cuando la niñera mira a otro lado. Además hay piratas, hadas, indios y toda
clase de seres.

Peter decía que era muy feliz allí aunque reconoció que a él y a los Niños perdidos les
gustaría que hubiese alguien que les contara cuentos como hacía ella con sus hermanos.
Peter le propuso ir con él al País de Nunca Jamás y a Wendy le pareció de inmediato una
idea maravillosa.

- Pero, ¿y mis hermanos? ¿pueden venir ellos también?


- Si tu quieres, ¡claro!
- ¡Estupendo!

Wendy despertó a Michael y John y Peter para iniciar su viaje. Pero antes de partir Peter
les explicó que debían aprender a volar. Les echó un poco de polvo de hada por encima y
enseguida los tres niños comenzaron a elevarse por el aire. A todos les pareció muy
divertido y comenzaron a dar vueltas y más vueltas por la casa. Armaron tal revuelo que
acabaron despertando a Nana.

Peter la oyó venir así que pudieron volver a sus camas rápidamente como si no hubiese
pasado nada. Así, cuando la niñera entró en la habitación creyó que los tres dormían
plácidamente.

Pero Nana estaba intranquila y estaba casi segura de que algo raro estaba ocurriendo en
el cuarto de los niños, de modo que corrió a avisar a los señores Darling. Pero cuando
volvieron, los niños ya no estaban. Los tres habían partido rumbo a Nunca Jamás
nerviosos e ilusionados por vivir aquella fantástica aventura.

Volaron durante días atravesando océanos pero al final llegaron al país de Nunca Jamas.
Al primero que vieron desde el aire fue al temible capitán Garfio, el peor enemigo de Peter
Pan. En una lucha hacía tiempo Peter había logrado arrebatarle la mano derecha y por
eso el pirata llevaba en su lugar ahora un garfio. Pero lo manejaba perfectamente y eso,
unido a sus ganas de venganza, lo hacían muy peligroso. Aunque había algo a lo que el
capitán Garfio tenía miedo: el cocodrilo. Una vez estuvo a punto de comérselo y por eso
ahora no quería otra cosa que no fuese él. Menos mal que el capitán le arrojó un reloj y
por eso ahora hacía tic-tac cada vez que se acercaba.

Llegaron hasta el lugar donde estaban los Niños perdidos. Pero Campanilla, que estaba
muy celosa de Wendy porque estaba todo el tiempo junto a Peter, se adelantó para
tramar algo.

- Peter dice que ataqueis a Wendy - le dijo a los Niños perdidos.


- ¡De acuerdo! - contestaron todos al unísono corriendo a por sus arcos y flechas

Así que los niños comenzaron a disparar sus arcos y flechas hacia Wendy y sus
hermanos. Pero afortunadamente no les pasó nada.

En cuanto llegó Peter detrás de todos les echó una gran bronca.

- ¿Pero qué hacéis? ¡Encima que os traigo a una madre para que os cuente cuentos la
recibís así!

Los Niños perdidos, que iban vestidos con las pieles de los osos que cazaban, se
disculparon y Peter les presentó a Wendy y a los demás.

- Estos son Tootles, Slightly, Nibs, Curly y los gemelos


- Hola - contestó la muchacha - Estos son mis hermanos Michael y John y yo soy Wendy.

Wendy y sus hermanos decidieron quedarse allí y junto con los Niños perdidos y Peter
formaron una gran familia que vivía feliz en su guarida subterránea.

Un día estaban los niños jugando en la laguna de las sirenas, concretamente en la Roca
de los Desamparados, cuando sucedió algo extraño. De repente el Sol desapareció por
completo, se hizo de noche y entre las sombras apareció un bote con dos de los piratas
de Garfio, Smee y Starkey, que llevaban como prisionera a la princesa india Tigridia.
Peter, Wendy y los demás se escondieron y vieron como arrojaban a Tigridia sobre la
Roca de los Desamparados. Entonces a Peter se le ocurrió una idea.

- ¡Soltadla! - dijo a los piratas imitando la voz del capitán Garfio


- ¿Capitán? - dijeron los dos piratas mirando a todos los lados
- ¡Ya me habéis oído! ¡Hacedlo!

Así que los piratas cortaron las cuerdas que apresaban a la princesa. Entonces apareció
por la laguna el capitán Garfio a bordo de su barco. Iba para contarles que sabía que los
Niños perdidos habían encontrado una madre y de ninguna manera podían permitirlo.

- Los raptaremos, los obligaremos a lanzarse por la borda y Wendy se convertirá en


nuestra madre.
- ¡Sí! ¡Es una idea estupenda capitán!, contestaron Smee y Starkey

Wendy se quedó pálida al oír aquello y Peter, que no aguantó más callado, de nuevo imitó
la voz de Garfio. Pero esta vez el pirata fue más listo que en otras ocasiones y supo que
se trataba de Peter Pan. Lo encontró y luchó contra él hasta que logró herirlo con su
garfio, mientras los niños escapaban en el bote. Wendy se salvó gracias a la ayuda de las
sirenas y a la cometa que Michael había perdido unos días antes y que apareció por allí,
mientras que Peter logró sobrevivir gracias a la ayuda de la pájara de Nunca Jamás.

Aquella aventura hizo que Peter se hiciera muy amigo de los indios pieles rojas, pues le
estaban agradecidos por haber salvado a la princesa Tigridia y prometieron defenderlo
con sus arcos y flechas del ataque de los piratas.

Una noche estaba Wendy contando a los niños su cuento de antes de ir a dormir cuando
habló de las madres, de lo buenas y atentas que son con sus hijos. Peter no estuvo de
acuerdo con las ideas de Wendy y discutió con ella y al mismo tiempo los hermanos de la
muchacha empezaron a sentir nostalgia por lo que entre todos decidieron que había
llegado el momento de volver a casa.

- Nos iremos esta misma noche - contestó tajante Wendy


Los Niños perdidos se sintieron muy tristes al oír esto y decidieron que se irían con ella.
No así Peter, que de ninguna manera quería abandonar el país de Nunca Jamás. Al
menos se preocupó porque Campanilla y los pieles rojas acompañaran a los niños por el
bosque en su camino de vuelta a Inglaterra.

Pero en su camino de vuelta surgieron nuevas complicaciones. Los piratas estaban al


corriente de que iban a pasar por allí y los esperaban encaramados a los árboles del
bosque. Los niños, y tampoco Peter Pan, se podían esperar algo así, así que los cogieron
desprevenidos.

Mientras tanto Garfio acudió a la guarida secreta de Peter, donde el muchacho pasaba el
tiempo en soledad haciendo ver que no le importaba haberse quedado solo. El pirata y se
escondió dentro de un tronco y esperó a que Peter se durmiera para echar en un vaso
que tenía el muchacho junto a su cama un poco del veneno secreto y mortal que siempre
llevaba consigo. Esta vez conseguiría acabar con él.

Pero en mitad de la noche Campanilla llegó para contarle a Peter lo ocurrido y advertirle
de que sabía que el capitán Garfio le había echado veneno en su vaso. Así que Peter
salió veloz con sus armas dispuesto a rescatar a los niños.

Peter llegó hasta el barco de los piratas, el Jolly Roger, un barco siniestro en el que los
niños estaban a punto de ser obligados a saltar por la pasarela al mar.

Los piratas estaban atando a Wendy al palo mayor en ese momento cuando de repente
sonó algo que nadie esperaba... Tic- tac, tic-tac, tic-tac...

- ¡Es ese maldito cocodrilo! ¡Rápido Smee escóndeme! ¡No dejes que me coja!- gritó
Garfio preso del pánico

Pero allí no había ningún cocodrilo, era Peter, que hábilmente se había hecho pasar por
él. en cuanto Garfio fue a su camarote a esconderse Peter apareció en la cubierta del
barco de un salto y empezó a acabar con los piratas uno por uno. Pero desde sus
aposentos Garfio dejó de oír el tic-tac y creyó que el cocodrilo había huido y podía salir de
nuevo.

Al salir Garfio se encontró con varios piratas muertos. Nadie sabía qué había ocurrido
exactamente así que todos empezaron a pensar que el barco estaba maldito pues ya se
sabe que los piratas son algo supersticiosos. Estaban a punto de lanzar a Wendy por la
borda convencidos de que era ella quien atraía a la mala suerte, cuando Peter salió de su
escondrijo para evitarlo.

- ¡Joven descarado, prepárate para morir! – dijo Garfio


- ¡De eso nada maldito capitán Garfio! ¡No es mi hora sino la tuya! - contestó el valiente
Peter Pan

Se enzarzaron en una violenta lucha de espadas y al final Garfio acabó gravemente


herido en las costillas, tanto, que no vio salida y decidió lanzarse por la borda sin saber
que el cocodrilo lo estaba esperando.
Ricitos de oro y los tres osos
Había una vez una casita en el bosque en la que
vivían papá oso, que era grande y fuerte; mamá osa,
que era dulce y redonda; y el pequeño bebé oso.

Todas las mañanas mamá osa preparaba con cariño


el desayuno de los tres. Un gran bol de avena para
papá oso, otro mediano para ella y un bol pequeñito
para el bebé oso. Antes de desayunar salían los tres
juntos a dar un paseo por el bosque.

Un día, durante ese paseo llegó una niña hasta la


casa de los tres osos. Estaba recogiendo juncos en el
bosque pero se había adentrado un poco más de la cuenta.

- ¡Pero qué casa tan bonita! ¿Quién vivirá en ella? Voy a echar un vistazo

Era una niña rubia con el pelo rizado como el oro y a la que todos llamaban por eso
Ricitos de Oro. Como no vio nadie en la casa y la puerta estaba abierta Ricitos decidió
entrar.

Lo primero que vio es que había tres sillones en el salón. Se sentó en el más grande de
todos, el de papá oso, pero lo encontró muy duro y no le gustó. Se sentó en el mediano, el
de mamá osa, pero le pareció demasiado mullido; y después se sentó después en la
mecedora del bebé oso. Pero aunque era de su tamaño, no tuvo cuidado y la rompió.
Rápidamente salió de ahí y fue entonces cuando entró en la cocina y se encontró con los
tres boles de avena.

- ¡Mmmm que bien huele!


Decidió probar un poquito del más grande, el de papá oso. Pero estaba demasiado
caliente y se quemó. Probó del mediano, el de mamá osa, pero lo encontró demasiado
salado y tampoco le gustó. De modo que decidió probar el más pequeño de todos.

-¡Qué rico! Está muy dulce, como a mi me gusta.

Así que Ricitos de oro se lo comió todo entero. Cuando acabó le entró sueño y decidió
dormir la siesta. En el piso de arriba encontró una habitación con tres camas. Trató de
subirse a la más grande, pero no llegaba porque era la cama de papá oso. Probó
entonces la cama de mamá osa, pero la encontró demasiado mullida así que acabó por
acostarse en la cama de bebé oso, que era de su tamaño y allí se quedó plácidamente
dormida.
Entonces llegaron los tres osos de su paseo y rápidamente se dieron cuenta de que
alguien había entrado en su casa.

- ¡Alguien se ha sentado en mi sillón! - gritó papá oso enfadado

- En el mío también - dijo mamá osa con voz dulce

- Y alguien ha roto mi mecedora - dijo bebé oso muy triste

Entraron en la cocina y vieron lo que había pasado con su desayuno.

- ¡Alguien ha probado mi desayuno! - gritó papá oso enfadado

- Parece que el mío también - dijo mamá osa dijo mamá osa con voz dulce

- Y alguien se ha comido el mío - dijo bebé oso llorando

De repente el bebé oso miró hacia la habitación y descubrió a su invitada.

- ¡Mirad! ¡Hay una niña en mi cama!

Justo en ese instante Ricitos de oro se despertó y al ver a los tres osos delante de ella
saltó de la cama y echó a correr lo más rápido que pudieron sus pies hasta llegar a su
casa, dejando atrás incluso sus zapatos.

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