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EL ARDOR DEL REY PÁLIDO

Reseña filosófica de la novela de David Foster Wallace


Gonzalo S. Aguirre

"... toda vida en su estado bruto es una amalgama de no ser, tinieblas y muerte. Para salir de
ella es necesario contar con una ayuda; para contar con una ayuda hace falta un rito."
(Calasso, El ardor, p. 293)

"... había dos clases de personas en el mundo: la gente que entendía las realidades técnicas de
cómo funcionaba el mundo real, y la gente que no las entendía." (F. W., El rey pálido, p. 245)

La lectura de la inacabada novela de David Foster Wallace, El rey pálido


(Mondadori, Buenos Aires, 2012), debiera ser obligatoria para todo infante a
determinada edad. Se trata de aprender a prestar atención, a sumergirse en el
aburrimiento. Sin distracciones. Para un adulto actual su lectura ha de resultar
ardua, plomiza, incapaces como estamos para atender a nuestra propia
capacidad de atención, de lectura.

La novela de Foster Wallace está hecha de escritura. Y nada más. No hay otra
acción que la de las palabras. Ascendiendo y descendiendo por los entresijos
lógico-conductuales de una Agencia Tributaria, Foster Wallace va desplegando
una escritura cuyo ánimo, cuyo humor recuerda infinitamente al de Franz Kafka
pero sin las estratagemas de este. No falta aquí crimen, ni sobra castigo. No falta
ni sobra nada. No pasa nada más que lo que se lee. No ocurre otra cosa más que
la lectura. Si alguien preguntara de qué trata esta novela de Foster Wallace
podría uno responder tranquilamente: trata de leer.

Ciertamente, se dirá que toda literatura que se precie de tal ha de poder definirse
por su tratamiento del propio material de lectura: la escritura. Y se estará en lo
correcto. Ocurre que en la escritura de Foster Wallace se desliza un afecto
reflexivo peculiar. No crea un nuevo afecto vivificante, algún atisbo de salud. Más
bien machaca sobre nuestras afecciones, sobre nuestra incapacidad afectiva de
atender a lo que nos pasa. Distraídos y distraídas, nos vamos en comentarios. En
ese sentido, esta novela de Foster Wallace resulta incomentable. La tomas o la
dejas. Si la tomas has de saber que resulta una suerte de veneno cuya dosis su
creador, sorprendido por la fuerza suicida, no alcanzó a precisar.
La escritura de esta novela de Foster Wallace es una escritura enferma de sí
misma, una proliferación auto-inmune que por entre sus innumerables y
accidentales aberturas deja entrar un aire que da la chance de recuperar el
aliento, de recuperarse.

II

La trama impositiva sobre la que tracciona la escritura de F.W. resulta alucinante


y alcanza altas cotas metafísicas que, a su vez, brindan una clave interpretativa
de la vida moderna en el mundo del Capitalismo Mundial Integrado montado
sobre la forma de gobierno Estado Nación de Derecho. Ambientada en los años
'80 calibra un diagnóstico de las mutaciones del Capitalismo contemporáneo
haciendo palanca en pequeños deslizamientos geológicos de las políticas fiscales.
Estos deslizamientos se formulan en términos de "tipos ideales" weberianos
invertidos: no se trata de grandes rasgos contemplados desde el aire, si no de
micro-movimientos nerviosos o musculares teniendo lugar al interior mismo del
corazón recaudador del Estado de Derecho capitalista.

III

Inacabada, no resulta caótica. Acabada, quizás lo hubiera resultado. La tarea


emprendida por Foster Wallace implicaba una experiencia atlético-metafísica
para la que resulta difícil concebir una fuerza existenciaria capaz de soportarla.
Una novela policial cuyo crimen es la novela misma y cuyo castigo es escribirla.
Los agentes impositivos, lindando a veces con agentes del FBI, resultan ser
agentes secretos pero entendidos al modo védico: “El secreto no es una actitud
para esconder algo que de otro modo sería evidente. El secreto señala que se ha
entrado en una zona en la que todo, comenzando por el significado, es interior a
un recinto. El secreto es el lugar aislado por el cercado, como el cuadro por el
marco.” (Calasso, idem, pp. 294-5)

Los agentes de la Agencia no esconden nada. Se encuentran inmersos en


distintos niveles del secreto, dentro de un ámbito sagrado cuya pretensión de
transparencia resulta demencial, generando que casi todos los agentes sufran y
sintomaticen la presión de no saber que participan de un rito cuya propia
naturaleza impide cualquier tipo de exteriorización. Los pocos que lo saben
resultan casi místicos, sacerdotes o chamanes del flujo energético del mundo. Del
mismo modo, la escritura de Foster Wallace, montada sobre cierta jerga
impositiva, tampoco oculta nada, ni siquiera a sí misma, ni siquiera al autor.
Inmerso en el secreto de la escritura, al borde del precipicio del aburrimiento, de
la contemporánea ausencia de conciencia sobre los ritos y los gestos sagrados
sobre los que toma forma el mundo que habitamos, Foster Wallace parece haber
sucumbido en pos de la gran salud que suele aguardar al otro lado de la
enfermedad literaria. En una de sus notas al margen de la novela puede leerse:
“Resulta que el éxtasis –un placer sentido segundo a segundo y acompañado de
gratitud por el don de estar vivo y de ser consciente- se encuentra al otro lado
del aburrimiento absolutamente letal.” De ser esto cierto, quizás valga la pena
arriesgar una suerte de ruleta rusa literaria encarando la lectura de “El rey
pálido”, la novela inacabada de David Foster Wallace.

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