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colección general trabajo social


Intervención social, cultura y ética:
un debate interdisciplinario
Intervención social, cultura y ética:
un debate interdisciplinario

Editores(as) y coautores(as):
Claudia Mosquera Rosero-Labbé
Marco Julián Martínez
Belén Lorente Molina

Universidad Nacional de Colombia


Facultad de Ciencias Humanas / Departamento de Trabajo Social
Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultural,

Conflictos Ambientales y Racismos en las Américas Negras, Idcarán

Bogotá D. C.
catalogación en la publicación
universidad nacional de colombia

Intervención social, cultura y ética: un debate interdisciplinario / [ed. y comp.] Claudia Mosquera
Rosero-Labbé, Marco Julián Martínez y Belén Lorente Molina – Bogotá: Universidad Nacional
de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, 2010. – (Biblioteca abierta. Trabajo social) 510 p.

Incluye referencias bibliográficas

isbn: 978-958-719-423-4

i. Trabajo social 2. Antropología aplicada 3. Cambio social 4. Cambio cultural 5. Ética profesional
6. Grupos étnicos – Aspectos sociales 7. Política cultural i. Lorente Molina, Belén 1968- ii.
Martínez Moreno, Marco Julián, 1980- iii. Mosquera Rosero, Claudia Patricia, 1965- iv. Serie

cdd-21 361.3 / 2010

Intervención social, cultura y ética:


un debate interdisciplinario

Biblioteca Abierta
Colección General, serie Trabajo Social

Universidad Nacional de Colombia


Facultad de Ciencias Humanas
Departamento de Trabajo Social
Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultural,
Conflictos Ambientales y Racismos en las Américas Negras, Idcarán

Este libro es producto del proyecto de investigación «Construcción de saberes


de acción en los procesos de intervención social con población afrocolombiana
desplazada», cofinanciado por Colciencias (código 1101-10-17934, contrato
233-2005) y por la DIB código 8005018, resolución 1409 año 2006 de la
Vicerrectoría de Investigación de la Universidad Nacional de Colombia,
sede Bogotá.

© 2010, editores(as) y coautores(as)


Claudia Mosquera Rosero-Labbé
Marco Julián Martínez
Belén Lorente Molina

© 2010, varios autores

© 2010, Universidad Nacional de Colombia


Bogotá D. C., abril, 2010

Preparación editorial
Centro Editorial, Facultad de Ciencias Humanas
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
ed. 205, of. 222, tel: 3165000 ext. 16208
e-mail: editorial_fch@unal.edu.co
www.humanas.unal.edu.co

Impreso por: Digiprint Editores E. U.

Excepto que se establezca de otra forma, el contenido de


este libro cuenta con una licencia Creative Commons
“reconocimiento, no comercial y sin obras derivadas” Colombia 2.5, que
puede consultarse en http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/co/
Contenido

Introducción 11

PRIMERA PARTE
La intervención social como espacio polifónico

b e lé n l ore n t e mol i na
Intervención social: ciencia, cultura profesional y ética 41

maría e lv ia d o mí ngu ez b l an c o
Acción, conversación e interpretación:
tres saberes distintos y un solo conocimiento verdadero
en la intervención social 63

j osé fernan d o se rr a n o am aya


La intervención y la transformación social:
reflexión personal desde la pasión por una novela 75

SEGUNDA PARTE
La intervención social como espacio paradójico

dan ie l va rel a c orre d or


Cuando el intervenido interpela la intervención.
Excombatientes de grupos armados ilegales
en proceso de «re-intergración» 93

marc o ale jan dro m el o more n o


La producción de sujetos juveniles en las investigaciones
e intervenciones sobre sexualidad
y salud sexual y reproductiva en Colombia, 1992-2005 125

j uanita barrero gu zm án
Inclusión/exclusión, la intervención social en tensión 141
TERCERA PARTE
La intervención social como espacio de posibilidades

yol an da pu yana v i ll am i z ar
Una mirada desde el enfoque narrativo
a la atención psicosocial del desplazamiento forzado 161

bárbar a z apata cadav i d


Trabajo social con familias: entre la tradición profesional
y la construcción disciplinar 179

e duard o agui rre dávi l a


Programa de prevención y atención a niños
en situación de explotación laboral 195

CUARTA PARTE
Intervención social y culturas

ruby esther león díaz


El trabajo social intercultural: algunas reflexiones
a propósito de la intervención en una comunidad indígena
del Trapecio Amazónico colombiano 217

marc o j u lián m art í n ez


Transformarse para ser un buen hombre 239

mau ricio c av i edes


La lucha del pueblo embera-katío del Alto Sinú
y el ejercicio de la antropología apócrifa 265

cl au dia mo s qu e r a ro sero - l a b b é
Prejuicios, incomprensiones culturales y aperturas cognoscitivas
en la atención psicosocial a personas negras y afrocolombianas
desterradas por el conflicto armado interno colombiano 285

QUINTA PARTE
Intervención social y éticas

e d gar mal agón b ell o


La intervención social como imperativo moral 331
de l m a c on sta n z a m i ll án
Mostrar que en Bojayá sí siguen pasando cosas 351

ginna m arcel a ri v era rodrí g u ez


Saberes y pareceres éticos. Un análisis desde
la formación y la intervención del trabajo social 381

andrés l eonard o gón gora


Escuchar y acompañar la enfermedad:
vivir con VIH en la zona Cachacal de Barranquilla 391

SEXTA PARTE
La intervención social y los desarrollos disciplinares

maira j udi t h c on t re r as s an to s
Formación para la intervención en trabajo social
en la Universidad Nacional de Colombia 425

rob e rto pi n eda c am ac ho


La antropología aplicada 467

Los(as) autores(as) 505

Índice de materias

Índice de nombres
Transformarse para ser un buen hombre

Marco Julián Martínez


Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá

Aproximación al campo
de la intervención social
Para 2004, iniciando mi ejercicio profesional como antropólogo,
participé en un proyecto de investigación e intervención social en
el Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Co-
lombia, convocado por el Departamento Administrativo de Bien-
estar Social de Bogotá, que buscaba la «democracia familiar» a
través de la reflexión sobre aspectos de género, sexualidad y derecho
para la prevención de la violencia en la familia. Este trabajo se hizo
con hombres jóvenes y adultos entre 14 y 75 años en distintos lu-
gares de la ciudad de Bogotá.
En el grupo de investigación Conflicto Social y Violencia, antro-
pólogos, psiquiatras, pedagoga, psicólogo y abogado diseñamos una
metodología de trabajo, que partió de experiencias previas en inves-
tigación sobre violencia doméstica (Jimeno et ál., 1996, 1998; Jimeno,
1998, 2004), permitiendo un proceso simultáneo de investigación y
un trabajo reflexivo en talleres. Se procuró la evocación de la expe-
riencia vital, la crítica reflexiva y el análisis de situaciones específicas
para que cada «man» desligara el ideal de ser hombre del uso de la
violencia en las relaciones cotidianas familiares, especialmente en su

239
Marco Julián Martínez

ejercicio de la autoridad (Grupo Conflicto Social y Violencia, 2005;


Jimeno et ál., 2007).
Finalizado este proceso, fui llamado a trabajar en la Secretaría
Distrital de Integración Social de Bogotá (antiguo Departamento
Administrativo de Bienestar Social) en un equipo interdiscipli-
nario encargado de brindar elementos teóricos, metodológicos y
técnicos al proyecto de atención y prevención a las violencias intra-
familiar y sexual del gobierno de la ciudad cuyo propósito es el
«acceso a la justicia familiar» en las Comisarías de Familia (DABS ,
2006; SDIS, 2008a). Este equipo estaba conformado en su mayoría
por profesionales, mujeres y hombres, del trabajo social y la psico-
logía, un abogado y una administradora pública con quienes ha-
cíamos operativo el proyecto, focalizando la acción social en los
sectores pobres y con menor acceso a servicios sociales de la ciudad.
De manera particular, coordiné talleres con hombres, lí-
deres comunitarios y funcionarios públicos de variadas caracte-
rísticas socioculturales: procedencias étnicas y regionales, estrato
socioeconómico, capital educativo, posición en la familia, edad,
caracterización de «riesgo social», entre otras. Estas poblaciones
eran objeto de intervención de la Secretaría por múltiples ra-
zones: los «hombres», por ser la población maltratante y agresora,
quienes interrumpían el orden, la armonía y la democracia en la
familia, además de ser los violadores per se de los derechos de otros
miembros de la familia por sus privilegios de género; los «líderes»,
por ser los representantes comunitarios de las instituciones y ser
nodos en las redes de canalización y restitución de derechos a las
víctimas de la violencia familiar; los funcionarios públicos de la
administración distrital, pertenecientes a las redes ya mencio-
nadas, por ser encargados de atender de emergencia a las víctimas
y desarrollar programas de prevención para aumentar la denuncia
y evitar el uso de la violencia en la familia.
Estos talleres buscaban dar cumplimiento a leyes y políticas
públicas de protección a las mujeres y a la familia, brindando
herramientas de prevención de las manifestaciones de violencia
objeto del proyecto gubernamental. La intervención era ejecutada

240
Transformarse para ser un buen hombre

por organizaciones no gubernamentales o de carácter académico1


encargadas de construir metodologías y técnicas de abordaje.
Tanto en los cuerpos normativos como en las propuestas de
intervención noté que el cambio cultural se fundamentaba en el
deseo de consolidar una sociedad integrada alrededor de la si-
tuación pública de «paz» y los derechos como referente de acción
social e individual para la garantía de la dignidad y la conservación
de la vida 2. Este referente utópico se procuraba con la aplicación de
fórmulas provenientes de discursos y prácticas técnico-científicas
que propendían a la transformación de las personas hacia sujetos
conscientes de su situación como ciudadanos.
Para el tema particular que trabajaba en la administración pú-
blica, los planes de intervención acudían a la necesidad de cambio
en una identidad masculina sustentada de «valores tradicionales/
patriarcales» a una en donde se permitía la intermediación del
estado de derecho como árbitro de una «convivencia pacífica»
en la familia. Advertí que la meta de la intervención social era el
«cambio cultural» sobre las identidades y relaciones de género que
sustentan la violencia doméstica para garantizar ejercicio de de-
rechos ciudadanos y el establecimiento de los valores democráticos
en la familia y fuera de ella. Lo anterior, en contraposición a un
contexto político en donde las diferencias de género significaban
desigualdades sociales y estados de vulnerabilidad.
Este propósito de acción de Estado y organizaciones de dis-
tintas naturalezas me cuestionó sobre las representaciones so-
ciales que fundamentan lo que denominé «procesos de cambio

1 Estas organizaciones eran contratadas tras la evaluación y construcción


conjunta de proyectos de acuerdo con los intereses políticos de la Secretaría.
En su momento trabajé en coordinación con la Universidad Nacional de
Colombia, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, la Corporación
Social Colombiana Cedavida, la Casa de la Mujer, Save the Children-Reino
Unido y la Universidad de San Buenaventura.
2 Acerca del uso político de la categoría «paz» en la consolidación del
sentimiento nacional colombiano e integración social en el estado de
derecho, véase Martínez (2003). Sobre la necesidad política de conservación
de la vida para establecer una subjetividad ciudadana, veáse el texto de
Zeiderman (2009).

241
Marco Julián Martínez

social inducido» (Martínez, 2005a, 2005b y 2006), cómo configu-


raban acciones de intervención social a partir del seguimiento de
paradigmas filosóficos. Igualmente, me llevó a reflexionar sobre
la pertinencia del pensamiento antropológico en el momento de
planear prácticas de intervención, considerando que estas deben
ser enmarcadas en la complejidad que amerita el análisis y la trans-
formación de las relaciones sociales y sus condiciones de estableci-
miento. Tales inquietudes me llevaron a mantener acercamientos
con personas que trabajaban en procesos de intervención social o
la asumían como objeto de investigación y análisis3.
Para 2006, tuve un especial acercamiento a Claudia Mosquera
Rosero-Labbé, con quien discutí la forma como los operadores de
política pública concebían y ejercían su trabajo y «misión social»,
así como los objetivos sociales y políticos que perseguía la inter-
vención social. Desde este momento, comencé un diálogo con el
trabajo social para entender su estatus epistemológico, compren-
diendo, además, cómo algunos ejercicios profesionales de la an-
tropología se encontraban en el umbral entre la investigación y la
ayuda o la asistencia.
Estos intercambios me permitieron concebir a la intervención
social como un campo político y analítico, atravesado por va-
riables como el género, la posición social, la raza, las creencias re-
ligiosas, la filosofía política y la cultura, entre otras4. De manera
particular me interesó el lugar de la «cultura» en el campo, pues

3 Acercamientos en espacios informales, políticos y académicos en donde


se puso en discusión metodologías, presupuestos políticos y del sentido
común en los procesos y acciones de intervención, así como la validez del
conocimiento científico aplicado en procesos sociopolíticos de cambio social.
Entre los colegas y maestros que han aportado a mi reflexión agradezco a
Claudia Mosquera Rosero-Labbé, Myriam Jimeno, Mauro Brigeiro, Andrés
Góngora, Carlos José Suárez, Andrés Salcedo, María Yaneth Pinilla, Carlo
Tognato, Sara Zamora, Francisco Ortega y César Abadía.
4 Estas variables son importantes al caracterizar el valor social de la
intervención social, el estatuto del conocimiento que genera dentro del
cuerpo de las ciencias y la jerarquía y las relaciones que esta establece
con el Estado y sus instituciones. Al respecto, véase Lorente (2002, 2006),
Mosquera (2006, 2007, 2008), Viveros (2007), Viveros y Gil (2006).

242
Transformarse para ser un buen hombre

en varios encuentros con la profesora Mosquera, las discusiones


giraron en torno a cómo para el trabajo social y otras disciplinas
involucradas en la intervención, como la psicología, la medicina y
el derecho5, la cultura era objeto de atención, malestar y cambio,
mientras que para la antropología era de valoración y teorización.
Lo anterior tratando de entender por qué era importante abordar
ciertos aspectos de la cultura en los proyectos de intervención a la
violencia donde trabajé. De este modo, consideré importante es-
tudiar la legitimidad y el poder otorgado a la intervención social
como proceso sociopolítico de gobierno para establecimiento de
sociedades utópicas.
Ofrecida esta historia, a continuación presento una reflexión
sobre un proceso de cambio social inducido, relacionando el reco-
rrido por el cual paradigmas políticos y filosóficos para erradicar la
violencia doméstica se plasman en acciones de intervención sobre
aspectos de la cultura. En primer lugar, describo los principales de-
sarrollos legales y políticos que definen el marco jurídico y moral
que establece la necesidad de transformación de la cultura a favor
de la equidad de género y la protección de la familia para agentes
operadores de público en el país. Luego, caracterizo la noción de
cultura que sustenta las técnicas de intervención social y los as-
pectos susceptibles a modificar en las personas sujetas a la misma.
En esta caracterización argumento que el sistema de referencia de
las personas encargadas de la intervención social estructura el pro-
ceder y las acciones de maneras particulares, con lo cual, el debate
entre la conciencia e inconsciencia de los procesos adelantados
en relación a unos sujetos a transformar cobra relevancia. Final-
mente, enuncio los retos para los agentes y operadores de política
pública cuando buscan transformar a las personas incidiendo en
la cultura, en el momento de consolidar una sociedad integrada
en el derecho. Aquí, hago énfasis en las implicaciones del trabajo

5 Para Mosquera (2006, 2007) las profesiones involucradas en los procesos


de intervención social son denominadas «relacionales». Ellas remiten a la
aplicación de conocimiento científico de las ciencias sociales y humanas en
relaciones de ayuda y acción social, cuyo efecto es el fortalecimiento del lazo
social, otorgando legitimidad a los procesos ya mencionados.

243
Marco Julián Martínez

con hombres desde una perspectiva del género (Jimeno et ál. 2007;
Martínez, 2006) y en la reflexión sobre los anclajes epistemológicos
del campo de la intervención social (Mosquera, 2006, 2008).

La violencia como desintegradora,


la igualdad como imperativo
y los derechos como referencia6
Para 2004, la Consejería Presidencial para la Equidad de la
Mujer declaró que la sociedad colombiana debía prestar una mayor
y especial atención a los fenómenos de violencia intrafamiliar y
sexual, pues es era en la institución familiar donde principalmente
se realizaba la crianza, socialización y transmisión de valores que
forman al individuo, quien, a su vez, integrará el colectivo social.
Yolanda Puyana (2004), reconocida investigadora sobre la familia
en Colombia, argumentaba que esta era una institución ligada a la
conservación de la vida y, por tanto, el Estado debía garantizar la
protección de sus integrantes. Así, familia y sociedad estaban rela-
cionadas porque el grupo familiar recibía de la sociedad los recursos
para su subsistencia; a su vez, la familia retribuía a la sociedad con
individuos capacitados para vivir correctamente en esta última.
Puyana mencionó que en la familia existen relaciones de poder
que condicionan la construcción y asignación de actividades entre
hombres y mujeres como padres y madres respectivamente, asegu-
rando que existen relaciones de género enmarcadas en una lógica
binaria y polarizada desde donde se fundamentan los conceptos
de paternidad y maternidad. De este modo, las responsabilidades
afectivas y de cohesión de la familia son asignadas a la mater-
nidad y el sostenimiento económico, que excluye de la crianza y el
cuidado de la progenie, a los padres. Finalmente, menciona que los

6 Los contenidos de este apartado son tomados de la investigación adelantada


para la Escuela de Estudios de Género y el Centro Latinoamericano de
Sexualidad y Derechos Humanos sobre política pública y sexualidad en
Colombia. De manera particular hago referencia al capítulo sobre violencia
donde se consignan los desarrollos políticos y legislativos relativos a la
violencia contra las mujeres, la violencia sexual y la violencia intrafamiliar
(Serrano et ál., 2009).

244
Transformarse para ser un buen hombre

estudios feministas y con perspectiva de género han reconocido en


la familia la presencia de violaciones de derechos humanos a través
de la violencia conyugal y el maltrato a menores de edad, argumen-
tando que el interés público debe prestar atención a la dinámica del
poder en la familia (Puyana, 2004).
Los fenómenos de violencia doméstica han tenido gran rele-
vancia política desde la década de 1970, tras la creación del Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar, el cual protege a la niñez y la
funcionalidad de la familia para la sociedad. Para este momento, el
Estado colombiano consideraba a la familia un ámbito de control
patriarcal, el cual debía ser intervenido con múltiples tecnologías
para garantizar los derechos ciudadanos a las mujeres y evitar si-
tuaciones de la emergente categoría de «violencia intrafamiliar».
Desde 1991, tras la firma de la Constitución Política, el Estado
colombiano reconoció a la familia como «[...] núcleo fundamental
de la sociedad [que] se constituye por vínculos naturales o jurí-
dicos, por la decisión libre de un hombre y una mujer de contraer
matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla». Igual-
mente considera que
las relaciones familiares se basan en la igualdad de deberes y
derechos de la pareja y en el respeto recíproco de sus integrantes [así]
cualquier forma de violencia en la familia se considera destructiva
de su armonía y unidad, y será sancionada conforme a la ley.

A partir de este momento comenzó toda una gestión del Estado


y de movimientos, asociaciones y organizaciones a favor de los de-
rechos de las mujeres (Red Nacional de Mujeres, Mujeres por la De-
mocracia, Mujeres del Movimiento Popular y asociaciones de mujeres
indígenas, afrocolombianas y campesinas) para acceder a múltiples
esferas de la sociedad, a niveles decisorios del Estado (Cuesta, 1992), e
incluir en el nuevo texto constitucional el espíritu de la Convención
para la Eliminación de la Discriminación de la Mujer de 1979, CEDAW,
por sus siglas en inglés (Thomas, 2006). Así se reglamentaron y pena-
lizaron múltiples formas de violencia que atentaban contra la mujer
en la familia, incluyendo varias formas de maltrato infantil y negli-
gencia. Igualmente, el Estado procuró la protección de los derechos

245
Marco Julián Martínez

de los integrantes de la familia con la noción de que si se mantiene el


orden familiar, se procura también el social.
De manera paralela, Colombia ratificaba una serie de legisla-
ciones y políticas que buscaron la igualdad entre hombres y mu-
jeres, en concordancia con múltiples acuerdos internacionales que
dieron una respuesta a las exigencias de organizaciones de mujeres.
Con ello también surgió el imperativo político de integrar la pers-
pectiva de género en la estructura de los Estados (ONU, 1979, 1980,
1993, 1994, 1995; OEA, 1994).
En 1992, la Corte Constitucional, en la Sentencia C-285 de
1997, describió a la familia como un contexto donde deben primar
los valores liberales y la democracia familiar, con el objetivo de
otorgar fundamento constitucional a la protección familiar. Esta
concepción condicionó a las instituciones y posteriormente a todos
los ciudadanos a salvaguardar los derechos humanos de sus fami-
liares (República de Colombia, 1997). De este modo, el control del
Estado se amplió a espacios considerados tradicionalmente como
privados, de injerencia íntima o familiar, para garantizar los de-
rechos de los sujetos vulnerables: mujeres, personas menores de 18
años y mayores de 60 años.
En los cuerpos políticos y legislativos aprobados por el país,
se infiere que las mujeres tienen desventajas sociales y políticas
por la construcción social de los géneros, de acuerdo con los con-
textos cultural y económico que sustentan el conjunto de creencias
y acciones que legitiman el uso de la violencia sobre ellas. La si-
tuación ideal para las mujeres en tales cuerpos es la condición de
ciudadanas; sin embargo, quienes agencian la defensa de los de-
rechos humanos han identificado que el uso de la violencia por los
hombres es un factor que impide tal condición. Por lo anterior, para
el desarrollo y puesta en marcha de los derechos, los y las activistas
proponen un cambio social alrededor de las relaciones de género,
donde el problema cultural es objeto de atención e intervención del
Estado y los movimientos sociales (Cladem, 2005).
Al ser las mujeres sujetos de protección estatal, por su con-
dición de género y vulnerabilidad en los espacios domésticos, en
1996 se publicó la Ley 294, que institucionalizó y reguló el artículo

246
Transformarse para ser un buen hombre

constitucional relativo a la protección familiar y desarrolló los pos-


tulados de la Convención de Belem do Pará. Con posterioridad, en
el 2000 fue publicada la Política Nacional «Construcción de Paz y
Convivencia Familiar Haz Paz» (ICBF, 2000), conducente a la pre-
vención y atención de la violencia intrafamiliar. Ambas, la ley y la
política, dieron cuenta de una particular conexión entre familia,
ciudadanía y convivencia en niveles específicos y generales de la
sociedad, en donde las leyes de protección a la familia se formu-
laron para la garantía y restitución de los derechos de los ciuda-
danos, suponiendo que la convivencia en la familia es equiparable
a la convivencia social. Así, tras la regulación de las conductas y
relaciones familiares, se propuso un modelo de ciudadanía y de
relación con el Estado (Serrano et ál., 2009).
Al analizar los preceptos que guían la política social sobre vio-
lencia y familia en Bogotá (ICBF, 2000; Alcaldía Mayor de Bogotá,
2006), sobresale la necesidad de trasformación de la cultura de las
personas, incidiendo en valores y asignaciones de género para im-
plementar la equidad y la igualdad entre hombres y mujeres. Esta
finalidad impuso el imperativo de cambio de una «cultura pa-
triarcal» que asocia el ser hombre con el uso de la violencia y a las
mujeres como víctimas en la tradición.
Empero, dicha transformación se apoya en un Estado que pre-
tende regular las relaciones sociales a través del derecho y de des-
cripciones y funciones de hombres y mujeres. Concretamente, la
denominación como «agresores» para los hombres y la necesidad
de protección de la dignidad de las mujeres, a través del amparo de
la familia, institución social para la legislación colombiana.
Por ello, diseñadores, planeadores, administradores y ope-
radores de política pública social consideran que la solución a la
violencia en las relaciones familiares depende de un cambio social
con base en la resignificación de las identidades y roles de género
masculinos tradicionales, coloquialmente llamados de «la cultura
patriarcal». De acuerdo con las fuentes consultadas, en estas identi-
dades y roles tradicionales, el uso de la violencia se asume como un
comportamiento «culturalmente» aceptado entre familiares y sus-
ceptible de modificación, al tiempo que constituye un «intolerable

247
Marco Julián Martínez

social» dentro del proyecto de sociedad democrática agenciado por


instituciones como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
o la Secretaría de Integración para el caso de Bogotá (SDIS, 2008;
DABS, 2006 y 2004; ICBF, 2000).
Así, el interés político por la igualdad en derecho entre hombres
y mujeres presenta a la familia como un campo intermedio y am-
biguo entre lo público y lo privado, entre lo individual y lo social.
Desde la perspectiva estatal, la familia constituye el espacio íntimo
para los ciudadanos, a la vez que es atravesado por el cumplimiento
de los derechos humanos. En este conjunto de representaciones,
la violencia sufrida en la familia afecta a la sociedad y a los indi-
viduos, asociándola a la violación de los derechos que garantizan
la libertad y dignidad de las personas y el progreso y desarrollo de
la sociedad. Con lo anterior, el Estado colombiano justifica su in-
tervención sobre las relaciones familiares, para ejercer su función
como garante de derechos (Serrano et ál., 2009).

El cambio cultural a través


de la transformación del individuo7
La labor de la política y la terapéutica en la puesta en marcha
de la política a través de la intervención social es, por un lado, sen-
sibilizar a los hombres para cambien sus relaciones con el mundo

7 Las afirmaciones que presento en este apartado y el siguiente surgen


de anotaciones y opiniones de diferentes actores (planeadores,
administradores, operadores) facilitadores de procesos de intervención en
violencia doméstica respecto a lo que ellos consideran violencia y cultura.
Estas fueron consignadas durante reuniones y talleres en los últimos
dos años. El análisis y argumentación de los mismos fue alimentado por
los debates sucedidos en el XII Congreso de Antropología en Colombia
durante los simposios Intervención Social, Cultura y Ética: debates desde
la intervención social y El Sangrado Corazón: Violencia y Subjetividad
en Colombia en agosto de 2007. También por las discusiones adelantadas
con la profesora Claudia Mosquera en relación a la lectura de su informe
a Colciencias (2008) y con el profesor Carlo Tognato del Departamento
de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia en relación con
el encuentro entre el saber técnico-científico y las lógicas de la vida,
parafraseando a Giorgio Agamben.

248
Transformarse para ser un buen hombre

familiar (DABS , 2003 y 2002; ICBF, 2002; Ministerio de Salud, 2006)


a través de la reflexión sobre sus patrones de crianza, uso de la vio-
lencia y apropiación del derecho, y por el otro lado, procurar que
las mujeres adquieran poder —empoderamiento— para actuar en
lo público y tener injerencia social (Concejo de Bogotá D. C., 2003).
En este contexto, acciones de intervención como los talleres,
las capacitaciones o los procesos de formación resultan ser técnicas
privilegiadas por los gestores y operadores de política pública,
para la identificación de costumbres, normas, comportamientos
y actitudes «causantes de violencia» en las personas participantes
de tales encuentros. Estos aspectos de la vida de las personas son
considerados problemáticos, circunscritos a la tradición y clasifi-
cados como «culturales». Lo anterior se asume como un catálogo
folclórico propio del individuo, susceptible de ser resignificado y
paulatinamente abandonado a través de la reflexión colectiva o in-
dividual de hábitos y costumbres experimentados a lo largo de la
vida (Jimeno, 2008; Mosquera, 2008).
Igualmente, los operadores de política asumen que el conjunto
de rasgos que constituyen la cultura «afectan» la cognición y el
proceder de las personas. Por ello, el propósito del facilitador del
taller es influir en la conducta por medio de múltiples recursos.
Aquí, el interviniente distingue el tipo de influencia que tiene la
cultura sobre los individuos del que puede tener sobre el colectivo
social, asumiendo que el hecho que haya significados culturales
compartidos no implica que todas las personas actúen de manera
homogénea8. Además, relacionan a la cultura con grado de desa-
rrollo y bienestar de las comunidades y personas sometidas o con-
vocadas a los procesos de intervención, estableciendo una relación
inversamente proporcional entre «tener» una cultura tradicional
y disfrutar de calidad de vida, expresada en el goce pleno de de-
rechos, de las personas y sus familias. Finalmente, observan en la
cultura rasgos y expresiones de resistencia, así como «prácticas

8 Sobre cómo caracteriza la cultura a individuos y colectivos sociales al


tiempo que moviliza de manera diferenciada, véase Kempny y Wojciech
(1994) y Strauss y Quinn (1997).

249
Marco Julián Martínez

tradicionales» nocivas para la validez universal de los derechos hu-


manos como referente de integración social9.
Infiero una definición de cultura evolucionista y configura-
cionista. La primera se caracteriza por la manifestación de ciertos
rasgos de comportamiento y actitudes que representan un estadio
social donde predominan creencias erróneas y arcaicas (barbarie).
Esta noción es similar a las definiciones de cultura acuñadas por
Henry Lewis Morgan y Edward Burnett Tylor en el siglo XIX, que
recogían los postulados filosóficos del siglo XVIII, en donde la idea
de «progreso» estaba acompañada de un movimiento hacia la «per-
fección» con el avance del tiempo (Harris, 1997).
La segunda definición de cultura considera que las creencias
configuran pautas inconscientes que determinan la acción y el
pensamiento, expresados en valores o principios que orientan a las
personas. Lo anterior recuerda a los estudios de cultura y persona-
lidad que abordaron como objetos de interés científico a la mente
y al individuo, bajo la influencia de paradigmas psicobiológicos,
especialmente de la primatología y el psicoanálisis freudiano en
las primeras cuatro décadas del siglo XX . Este enfoque apunta a
la búsqueda de la «felicidad» a través de la intervención de la or-
ganización familiar, como locus en donde el individuo asume la
responsabilidad de su propio destino (Haraway, 1991; Harris, 1997).
Estas representaciones sobre la cultura constituyen un es-
quema cognitivo (Strauss y Quinn, 1997) que se instaura como una
categoría del sentido común con validez técnico-científica, que con-
diciona el sentido de lo civilizatorio de la intervención social sobre
las lógicas de la vida de los individuos y grupos sociales subalternos.
De este modo, los y las intervinientes analizan psicológica-
mente a las personas, buscando la domesticación de sus emociones

9 Al respecto, véase el documento publicado por el Fondo de Poblaciones


de las Naciones Unidas (2008), que de manera explícita aborda la cultura
y «lo cultural» como variables a considerar, intervenir y transformar por los
Estados cuando se deben ampliar y garantizar los derechos humanos. Sobre
el concepto de integración, me baso en la manera como Émile Durkheim
(1982) concibe la solidaridad social por la cohesión social resultante de una
semejanza en la conciencia de las personas.

250
Transformarse para ser un buen hombre

y la racionalización de las acciones cotidianas en el contexto de


la vida familiar, asumida como ámbito de formación individual
y socialización para la vida. Domesticación y racionalización son
abordadas como factores interdependientes que dirigen la transfor-
mación del comportamiento y la sensibilidad hacia la autocoacción
(Elias, 1987). Así, los agentes de intervención contrastan el pro-
ceder de los seres a formar con un modelo genérico de ciudadano
que debe ser incorporado bajo el supuesto de que asumiendo las
virtudes de este, se garantiza el orden social en derechos y la fun-
cionalidad de la familia y los individuos.
Durante esta oposición, ocurre un cuestionamiento moral a la
experiencia vivida de las personas intervenidas desde los referentes
de verdad, estética y justicia de los agentes de intervención. Estos
referentes proyectan un deber ser individual, familiar y social
sustentado en argumentos internacionales sobre los derechos hu-
manos, los cuales son asumidos como patrones de normalidad, po-
líticamente correctos, deseables por los agentes de política. Ellos se
instauran como ejemplo de consenso para el conjunto social.
Los sujetos expuestos a la intervención se encuentran en per-
manente insuficiencia y necesidad de ser completados y mode-
lados. Por ello, en los procesos de intervención se prioriza subsanar
las carencias con la aprehensión de habilidades y competencias10
(Rivera, 2004). Los profesionales en la intervención social procuran
transformar a los individuos en sujetos psicológica, política y jurí-
dicamente correctos, quienes ubican al derecho como referente de
la acción y coordinación social. Igualmente, asumen y difunden el
concepto de «humanidad» como atemporal, universal y benéfico
para procurar el bienestar y el desarrollo de los otros necesitados,
incompletos y carentes que lo precisan.
En consecuencia, la calificación cultural de aspectos de la
vida que van a intervenirse es útil para los agentes de intervención
—de cambio social—, porque permite justificar la normalización

10 En su etnografía sobre los discursos y la práctica educativa alrededor del


autismo, Claudia Rivera (2004) hace una caracterización de no sujetos y
sujetos incompletos del individuo autista que es formado por los maestros
de la institución educativa.

251
Marco Julián Martínez

de los individuos cuando existen divergencias morales y jurídicas


que amenazan «un correcto funcionamiento» del conjunto social.
De este modo, sancionan la diferencia del individuo cuando de-
viene en sujeto de intervención y los culpan de su situación en el
proceso de transformación11. Simultáneamente, estos agentes esta-
blecen una historia humana universal cuyo culmen civilizatorio lo
representa el modelo cognitivo y emocional socialmente validado
y legalmente legitimado para los operadores de política pública.
Además, puede mencionarse que el sistema de creencias de
referencia de los agentes de política pública condiciona los conte-
nidos de la intervención. Tal sistema otorga un sentido particular a
las acciones de cambio cultural inducido, delimita la comprensión
de los fenómenos de violencia y apunta a la transformación de as-
pectos ceñidos al individuo. Lo anterior, entre otros efectos, des-
conoce el contenido filosófico del multiculturalismo, la diferencia
y la diversidad (también contenidos en los cuerpos normativos del
país) y legitima una posición etnocéntrica de la sociedad.
Finalmente, la intervención social puede identificarse como
una acción que parte del conocimiento y caracterización de la so-
ciedad para mejorarla posteriormente a través de la manipulación
técnico-científica de las lógicas de la vida. Esta manipulación es
el medio por donde se trasmiten rasgos culturales que buscan la
estandarización social. Por lo anterior, puede relacionarse con
tecnologías de modernización que asientan una forma de pensar
legítima en un contexto particular. Por ello, tras el análisis de

11 Veena Das (2008) menciona en la descripción de un programa de


inmunización de la Unicef en la India que muchos niños que no fueron
vacunados en su momento, con posterioridad fueron «castigados» por el
Estado, denegándoles ciertos servicios sociales (como el registro civil) con
el propósito de conseguir el bien público. Esta actuación fue caracterizada
como una «estrategia exitosa» por la organización internacional, pues
obligaba a los padres a inmunizar a sus hijos. Al respecto, Das resalta
que los principios utópicos —globales— de la estrategia de cubrimiento
distaban de la realidad de los contextos que buscaban intervenir, por lo
cual, la ignorancia sobre las condiciones de los habitantes de los pueblos de
Sarguja, terminaba sancionando aún más su situación de vulnerabilidad.

252
Transformarse para ser un buen hombre

los contenidos trasmitidos en la intervención, puede hacerse una


lectura de los ideales de la cultura hegemónica (Ruiz, 2005).

Violencia, género y cultura


El enfoque descrito de los supuestos conceptuales y las téc-
nicas de intervención de los fenómenos de violencia doméstica,
que apuesta a la normalidad del derecho para los individuos, no
permite a los agentes de política pública descentrarse y reconocer
la complejidad y la contextualidad en la configuración del uso y las
situaciones donde se expresa la violencia.
De allí que en los talleres o capacitaciones no se apunte al en-
tendimiento histórico y cultural que configuran roles y funciones
en diferentes organizaciones y situaciones sociales (Mosquera,
2008), ni a los significados sobre la violencia y la autoridad que
entran en negociación cuando se interpela a los hombres sobre su
«agresividad», «intolerancia» y «desconocimiento de los derechos».
Esto sugiere que para los agentes de intervención no es clara la dis-
tancia entre la norma como ideal y la norma como práctica; entre
el discurso de los derechos y su puesta en acción. Tampoco la per-
cepción de la influencia del sistema cultural para debilitar o con-
tradecir principios como la equidad de género o las preferencias en
la identidad sexual (Jimeno et ál., 2007).
Los fenómenos de violencia, como acciones intencionales de
hacer daño, se configuran en referentes culturales, sociales y psico-
lógicos que entrelazan cogniciones y emociones (Jimeno et ál., 2007).
A propósito del crimen pasional, Myriam Jimeno (2004) argumenta
que la fenomenología de esta trasgresión privilegia las relaciones
de género y remite al sistema moral, simbólico y de relaciones que
ubica a hombres y mujeres en jerarquías sociales y los vincula en
un intercambio de negociaciones. Por tanto, cuando se abordan los
fenómenos de violencia cuya configuración es atravesada por signi-
ficados culturales y sociales del género, la acción violenta debe ser
vista como «un desenlace potencial del conflicto inherente a las je-
rarquías y los órdenes simbólicos y a la inscripción de lo masculino
en lo femenino» (Jimeno, 2004: 44). Con lo anterior, Jimeno destaca

253
Marco Julián Martínez

que la tensión relativa a las relaciones entre hombres y mujeres cons-


tituye el locus donde se aloja el núcleo de la violencia.
Los actos de violencia están inscritos en valores, orientaciones,
motivaciones, creencias, que se aprenden en la vida en sociedad.
Por ello, la violencia, como acto social, es moldeada por la cultura
particular donde sucede, dentro de relaciones específicas entre las
personas y grupos sociales. Desde esta perspectiva, la cultura se
entiende como el sistema de referencia que otorga sentido a los
actos cotidianos, a las prácticas y discursos. Así, el sentido cul-
tural del uso de la violencia cambia con la sociedad y la historia del
grupo (Jimeno, 1998).
En relación con la transformación de la identidad de género
masculina, que vincula la idea de ser hombre con el uso de la vio-
lencia, debe agregarse que no hay una única forma de ser hombre;
en consecuencia, los métodos y técnicas de intervención podrían
ser tan variados como las experiencias de ser hombre12. Lo mismo
podría decirse de los procesos encaminados al «empoderamiento»
de las mujeres en distintos contextos socioculturales.
En la ciudad de Bogotá conviven personas cultural y social-
mente distintas y, dada la pluralidad de posiciones ante la vida de
sus habitantes, al ser esta ciudad la capital económica y cultural
del país, coexisten varios modelos culturales de ser hombre y ser
mujer. Por un lado, los «tradicionales»; por el otro, el «humano/

12 Este aspecto remite al enfoque de las masculinidades en el campo de los


estudios de género, que analiza y teoriza sobre identidades masculinas y su
encuentro con categorías de análisis social como posición política, clase,
raza, cultura y orientación sexual, entre otras. Sobre estos estudios en el
país, véase, entre otros, Pineda (2003) y Viveros (2001 y 2002). Asociada a
estas investigaciones se encuentra la categoría de «nuevas masculinidades»,
que conjuga el interés sociopolítico por la equidad de género con los
procesos de cambio de un modelo tradicional de masculinidad cuyo efecto
es visible en la transformación de imaginarios sobre lo masculino y las
prácticas cotidianas que se le asocian (Montesinos, 2005). Muñoz (2005)
afirma que es necesario un cambio social progresivo que afecte la estructura
de las relaciones de género, que incluye el cambio del paradigma de lo
masculino y lo femenino.

254
Transformarse para ser un buen hombre

ciudadano»13, promulgado por los sectores creyentes (institucio-


nalidad estatal, movimientos y organizaciones sociales a favor de
los derechos humanos) de la legitimidad de los derechos humanos
como paradigma de convivencia e integración social. Ambos mo-
delos están enfrentados entre sí por el control de los significados de
lo masculino y lo femenino.
Esta disputa presenta una disyuntiva. Para el caso de hombres
interpelados en su identidad y roles de género en la familia y con su
pareja, se presenta una confrontación social e individual al ser con-
siderados machistas por su uso de la fuerza para imponerse en con-
textos predominantemente masculinos y ocultar sus sentimientos
por la sanción social que se manifiesta a través del rechazo y la
denominación de «maricas» (Jimeno et ál., 2007). La alternativa
legítima en lo público sería apuntar hacia un modelo de hombre
moderno, estimado por las políticas sociales y posiciones acadé-
micas, que privilegia los valores democráticos y el acercamiento
a la dinámica familiar. No obstante, el modelo políticamente co-
rrecto, el humano/ciudadano, todavía es rechazado en varios con-
textos socioculturales porque se lo asocia a lo femenino, opuesto
de lo masculino. También porque produce desconfianza, pues se
le relaciona con una institucionalidad cuya autoridad es ilegítima,
ineficiente y desinteresada por las necesidades sociales y la realidad
local (Martínez, 2006).
Lo anterior significa que cumplir o no con los modelos, califica
o estigmatiza a los hombres, ubicándolos en jerarquías y clases,
que crean desigualdades y privilegios sociales. Ellas denotan do-
minios o habilidades al encarnar la norma de género culturalmente

13 Acerca de la configuración del concepto de humanidad, remítase


a la discusión planteada por Donna J. Haraway (1991) cuando
remite su constitución a los referentes de normalidad de la sociedad
euroestadoudinense (euroamerican) descritos como un ser masculino,
blanco, dueño de los medios de producción, consciente de su entorno,
racional y amo de su destino. Tal representación se define por oposición
a atributos de género femeninos, de animalidad y artificialidad, y remite
al referente desde el cual se estructura la sociedad patriarcal.

255
Marco Julián Martínez

validada, las cuales se adquieren o no, a través de la práctica, que


inicia con la crianza (Godelier, 1996). Entonces, el modelo humano/
ciudadano también debe luchar simbólicamente con los que las cul-
turas locales valoran como buenos, justos o bellos.
El modelo humano/ciudadano es culturalmente distinto a los
presentes en muchos lugares de Bogotá, los países en vías de desa-
rrollo o en diversos contextos de modernización. Sus patrones de
crianza, uso de la violencia y concepción sobre el derecho resultan
de una historicidad propia que remite a un estudio social y cul-
tural de la configuración del género en Europa septentrional como
núcleo de la modernidad. Por la definición universalista de su exis-
tencia, este modelo pretende restituir la humanidad a los pueblos
y sociedades clasificados como arcaicos, bárbaros, tradicionales o
vulnerables, ora por sus costumbres, ora por su nivel de desarrollo.
Entonces, la pugna por la soberanía del esquema humano pasa
por el grado de civilidad de las comunidades a las que los estados
modernos quieren restituir sus derechos. Es decir, ante todo, la
transformación de las relaciones de género remite al estudio del
valor simbólico y el poder de los modelos cultural y socialmente
validados de ser hombres y mujeres. Esto remite a una reflexión
académica y política acerca de los retos que implica transformar
patrones profundamente arraigados en la cultura, como las no-
ciones de autoridad, respeto (Jimeno, 1998) y familia, la concepción
y función de sus miembros.
Estas afirmaciones cuestionan los métodos individualizantes
privilegiados por los operadores de política pública cuando se
aborda la problemática del uso de la violencia por los hombres.
De este modo, es pertinente mencionar que el campo de la inter-
vención social, configurado en procesos sociopolíticos de gobierno
y control estatal, debe acercarse más al análisis académico de las
relaciones, dinámicas y configuraciones sociales y culturales de
la violencia y el género para alcanzar los objetivos políticos de
igualdad y garantía de los derechos.
El reto a los legisladores, líderes y actores de movimientos so-
ciales y agentes de política pública es pensar la sociedad y la cultura
más allá del inventario folclórico, contemplando las valoraciones,

256
Transformarse para ser un buen hombre

estructuras de significado y los contextos históricos que permiten


el establecimiento de la sociedad moderna (Mosquera, 2008). Esto
significa pensar que el Estado no es el único regulador de las rela-
ciones sociales, pues el estatus, los significados y las acciones de las
personas no las regula exclusivamente el derecho.
Asimismo, que la reflexión debe plantearse sobre las propias
creencias y prácticas de los operadores de política pública, teo-
rizando el alcance de referentes políticos como modernización,
multiculturalismo y empoderamiento de las personas. Igualmente,
hacer el ejercicio de historización, análisis y crítica a concepciones
totalizantes, por ejemplo, humanidad y derecho, como compo-
nentes del proyecto de modernización de la sociedad colombiana,
paralelamente a los conceptos que estructuran la organización y
las funciones sociales de las sociedades subalternas habitantes del
territorio nacional.
El llamado a las entidades estatales encargadas de imple-
mentar las políticas sociales, a sus tomadores de decisión y ope-
radores de política es al reconocimiento de la complejidad del
entramado social. Ello implica asumir la complejidad como refe-
rente epistemológico al planear intervenciones sociales sobre la
cultura o aspectos de ella. De igual forma, utilizar la teoría social
como herramienta de interpretación de tales hechos (o realidades),
dejando atrás el divorcio entre academia e intervención, frecuen-
temente enunciado por activistas sociales y operadores de política
pública (Martínez, 2006).
Al mismo tiempo podría plantearse un reto para las personas
y grupos sujetos a intervención, pues cobra relevancia la reflexión
acerca de las implicaciones del cambio social promovido por la
sociedad nacional en los proyectos políticos —de vida— de las
propias «comunidades». Lo anterior pasa por la adquisición de
conciencia de su diferencia y relación subalterna con la sociedad
mayoritaria. Igualmente, por el propio análisis de la realidad de
personas y grupos sociales culturalmente distintos, relativizando,
tomando posición, rechazando o apropiando conceptos y valores
trasmitidos a través de los cuerpos normativos y políticos que pro-
mulgan una noción de humanidad.

257
Marco Julián Martínez

Para finalizar, quiero agregar que el concepto de cultura,


además de ser cogniciones, emociones y prácticas, frecuentemente
banalizados como arcaísmos, es determinante y determinado por
contextos económicos y políticos que estructuran sociedades de-
seadas. Además, remite a considerar los procesos de transformación
cultural a largo plazo y dependientes múltiples variables. Por con-
siguiente, los métodos para la intervención exigen el análisis dia-
crónico de contextos, evidenciando procesos históricos, dinámicas
sociales, y la valoración de los múltiples significados emergentes
para construir metodologías diferenciadas y posibilitar situaciones
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nac iona l de c ol om bi a, FOR M A
PA RT E DE L A BI bL IO T E C A A BI E RTA,
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b o g o tá, e n digi pr i n t e di t or e s
e . u. e n e l a ño 2 010.

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