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INTRODUCCION

La primera se refiere a la figura de Lebensohn como hombre de pueblo, dirigente


humilde y honesto
La segunda idea se refiere a la reivindicación de un hombre cabalmente
yrigoyenista que bajo los adustos y nobles ideales intransigentes y revolucionarios, nos
marca un camino a seguir, a nosotros, los militantes del presente, aún a varias décadas
de su muerte, en esta dura tarea de forjar, como él mismo decía, una “Argentina
soñada” en un “mundo nuevo”. Para ello es que nos sirve su ejemplo de voluntad, de
pensamiento crítico y sagaz, de intransigencia en sus actos y actitudes, pero a la vez de
una sublime sensibilidad hacia los más humildes, hacia el pueblo todo.
Un tercer aspecto íntimamente unido a los dos primeros, es el referido a la nítida
concepción elaborada por Lebensohn sobre posibilismo e intransigencia.
La decadencia moral de la Argentina en la década del 30 y lo que sucedió dentro
del radicalismo es una de las causales del quiebre partidario que se produce años más
tarde. En ese entonces, la UCR deja de tener fe en sus propias concepciones doctrinarias y
morales y pasa a hacer el juego al régimen. Esto produce la formación de una camada de
políticos “corcho”, como los definió el propio Lebensohn, personajes del establishment y
del status quo que no deciden ni conducen ni orientan, sino que arrían las banderas
tradicionales de la intransigencia y buscan la oportunidad para seguir a la corriente del
momento.
Al tener contacto con el régimen, estos políticos creen que pueden influir en las
decisiones y esto los conduce a no irritar y por lo tanto a complacer.
El mismo Moisés Lebensohn decía:
“No sabemos en virtud de que milagro íbamos a conseguir que la oligarquía nos
cediera el poder. ¿Negociando? Los intransigentes sabemos desde el ‘90 que la
democracia en ningún lugar del mundo, pero menos en la Argentina, se consigue sin
pelearla, lucharla y conquistarla.”
Desde que nació la UCR existieron dos formas de interpretarla. Estas formas,
ideas y conductas variaron a lo largo de la historia pero en esencia y concepción
doctrinaria siguen siendo las mismas. Hoy como ayer, aunque los tiempos cambien y las
metodologías también, el problema crucial en la Argentina esta dado por la lucha por la
hegemonía entre una concepción radical y otra conservadora.
El posibilismo, tal como lo definió Lebensohn, es aquel que parte de la idea que
la política es el arte de lo posible y se contrapone a la intransigencia, que partiendo de la
idea sobre la capacidad transformadora del hombre, llega a poseer una nítida conciencia
de la propia identidad y de nuestra historia, o sea, de donde venimos y hacia donde
vamos.
Nada más oportuno para ejemplificar la noción de intransigencia que citar la
famosa frase de Alem, quien respondiéndole a Roca afirmaba que “En política no se hace
lo que se puede o lo que se quiere, se hace lo que se debe.”
Moisés Lebensohn(1908 -1953) nace en el seno de una humilde y trabajadora
familia de inmigrantes judíos en el pueblo bonaerense de Junín. Su vida transcurrirá en
su pueblo natal, en La Plata y en Avellaneda, sede del comité provincia por esos años.
Sin embargo, así como en su vida no se detuvo ante la lucha, tampoco detendrá su
marcha militante y cabalgando contra su propia miseria económica y en nombre de la
honestidad y la austeridad, recorrerá pueblo por pueblo, en los vagones de los trenes
que cruzaban de N a S y de E a O la provincia, para estar con la gente, escucharla y
palpar sus realidades. Será de este modo, donde comenzará a imaginar la creación de un
nuevo movimiento yrigoyenista desde el cual otro radicalismo debía volver al pueblo,
donde el peso de la concreción de los hechos cotidianos, como comer, educarse y forjarse
un porvenir, valiesen más que la mera crítica a las formalidades democráticas, máxime
proviniendo de aquellos que hacían el juego al régimen.
Así, dos frentes yrigoyenistas se gestarían en la década del 30. El primero,
marginal de las estructuras partidarias, pero combativo y revolucionario, bajo el nombre
de FORJA, aglutinó a yrigoyenistas de la talla de Scalabrini Ortiz, Dellepiane, Homero
Manzi, Gabriel del Mazo y Arturo Jauretche entre otros.
El segundo, consolidado en 1942, es aquel que bajo las directivas de Lebensohn
toma forma bajo el apelativo “Movimiento de la juventud” basado en la doctrina expuesta
en el programa del 38, pero que a diferencia de FORJA, aunque se desarrollará dentro de
los mismos cánones intransigentes, seguirá su curso dentro del ámbito partidario.
Partiendo desde la concepción que el radicalismo es la fuerza formadora de la
nacionalidad argentina frente al europeísmo conservador, es que crea el MIR (Movimiento
de Intransigencia Radical) en 1948 a través del cual convoca al pueblo, capaz de recoger
“el aliento de la época y de elevar el contenido moral de nuestra vida pública”, y a la
juventud, que incontaminada de los tradicionales vicios del acuerdo y de la transigencia
llegaría a “forjar los tiempos del pueblo” en una nueva patria.
Desde 1940 en la Provincia de Buenos Aires comienza a gestarse un movimiento
llamado “Revisionista” claramente opositor a las autoridades partidarias.
Hacia fines del año 44 y comienzos del 45 el principismo radical comienza a
hacerse sentir en el seno de la UCR. El carácter político, social y moral del radicalismo
debía volver a los carriles originarios de los cuales nunca debió haberse desviado. Para
cumplir los reales ideales radicales es que se fundó el MIR.
Lebensohn marcó el rumbo yrigoyenista al partido al desarrollar las Bases de
acción política, que finalmente aprobará la Convención Nacional de la UCR. Las Bases de
acción política, la Profesión de fe doctrinaria y la Declaración de Avellaneda fueron la
culminación del pensamiento lebensohniano ya plasmado en los congresos de la juventud y
en el programa fundacional del MIR en el año 1945: reforma agraria, federalismo,
democratización cultural, nacionalización de los servicios públicos, reforma financiera,
defensa de la soberanía política, económica y espiritual del país.
Estos manifiestos demuestran a las claras que, lejos de lo que muchos
historiadores y politicólogos critican como un plagio y una radicalización del programa
social peronista, fueron verdaderamente radicales, intransigentes y revolucionarios. Basta
con leer las declaraciones y manifiestos del año ’38 al ’48 para observar como los
documentos de Avellaneda no son más que el lúcido reflejo de una concepción ideológica,
filosófica y política cada vez más clarificada y determinante ante los sucesos que vivía el
país. Tal fue su actitud dentro del Bloque de diputados nacionales radicales donde la
Intransigencia era mayoritaria.
Como plantea Alejandro Gómez, Lebensohn “penetra en el drama argentino e
interpreta el sentido de la lucha entre el ser o no ser de nuestro país y redescubre los
valores que afirman la existencia nacional”.
Para Lebensohn, desde 1943 el retorno oligárquico era imposible. Sin embargo,
aunque valora el carácter social del peronismo y critica al partido por haberse alejado de
la gente, lo que posibilitó el encumbramiento de Perón, plantea que la revolución no
llegaba con el peronismo ya que no hay revolución posible sin cambios en la estructura
económica de una nación. Creyó firmemente en que a sus adversarios políticos de entonces
los vería años más tarde forjando una revolución no radical, sino del pueblo todo.
La muerte lo encontró a los 45 años de edad, rodeado de su esposa y de su
pequeño hijo, sumergido en la pobreza material pero en la grandeza de su alma.
Lebensohn fue espíritu, ejemplo, lucha, honestidad, mística militante y
patriotismo. Vaya entonces nuestro homenaje no sólo en este prólogo sino en nuestras
acciones cotidianas dentro y fuera del radicalismo afirmando nuestra esencia yrigoyenista,
intransigente y revolucionaria.

Marisa A. Gorzalczany
El Radicalismo que no baja las banderas.
I
EL RADICALISMO
1. Problemas del Radicalismo

Discurso inaugural del V Congreso de la Juventud


Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado
en Chivilcoy el 24 de mayo de 1940.

Nos hallamos reunidos en momentos solemnes. En todos los horizontes, hombres y mujeres
luchan y perecen, en mares y campos de batalla, por la pervivencia del ideal de la libertad y
en las silenciosas retaguardias extenúan sus esfuerzos para posibilitar la resistencia. Los
pueblos americanos oyen, vivas y rotundas, las voces de sus fundadores y escuchan su
llamamiento en defensa de los principios que agitaron al continente en la hora inicial de su
emancipación. En este concierto del mundo que se estremece entre los dolores de un
alumbramiento; en este concierto en que aun las propias potencias agresoras mueven a sus
multitudes alucinadas por falsos ideales, pero ideales al fin para los seres anónimos que las
forman, solo nosotros, los argentinos, contemplamos en la inacción y en la despreocupación
como los otros combaten y como del resultado de este combate surgirá la estructura
económica y social que condicionará nuestra existencia futura. Como argentinos, nos
contrista esta realidad. Nos agobia y avergüenza ver a nuestro país debatiéndose en pugnas
minúsculas; con lideres políticos, educacionales y económicos, carentes de impulso creador
y valiente; sin ansiedad quemante de justicia; exhibiendo en sus luchas no el coraje
abnegado por colocar a nuestra patria en el clima histórico de la época, sino la apetencia del
poder como medio de disfrute. Mientras el mundo penetra en una aurora impregnada de
sentido heroico de la vida, en los círculos directivos de la Argentina - en todos los círculos
directivos- priva el sentido del goce sensual de la vida. Pareciéramos un país secular,
entrando en decadencia, describiendo el descanso de la parábola, sin conciencia nacional ni
conexión con las fuerzas espirituales que animaron a muchos padres, sin respetabilidad en
la forjación del porvenir ni sensibilidad para conmovernos ante el drama humano.
Y somos, sin embargo, una joven nación, que aún tiene los huesos blandos y
debiera vivir los sueños de la adolescencia.
Y somos sin embargo un pueblo joven, predispuesto a las empresas del desinterés
y el sacrificio por su tendencia emocional y porque no es en balde, en cada uno de nosotros
- hijos cercanos o lejanos de la inmigración-, bulle el recuerdo del antecesor arrojado que
rompió las ataduras más sólidas del hombre, aquellas que lo unen a su tierra, la del trozo de
suelo en que yacen sus padres, la del trozo de cielo que contemplaron absortos los ojos
infantiles, la del dulce idioma en que los labios maternos modularon las canciones de cuna,
las ligazones de la sangre y del pasado, para cruzar el océano y llegar a lo desconocido, a
este asilo de ilusión, en búsqueda de bienestar y libertad.
Un país poblado por un pueblo así, en cada uno de cuyos hombres alienta tan
íntima y tan valiosa herencia espiritual, no puede ser un país silencioso ante la injusticia, un
país indiferente ante las exigencias de su deber, un país que no quiera igualarse en ideales y
afanes con aquellos que marcan la excelencia de estas jornadas.
Como aires de fronda. Es un viento que hace crujir las viejas ramas. Es un viento
que no encuentra fronteras. A sus ecos, despiertan en los hombres de todas las razas y
altitudes ideas nuevas y voluntad de darse íntegramente en la acción para librar a las
generaciones futuras de las angustias que oprimen a la actual, con tanta intensidad, que
sentimos orgullosos el privilegio de vivir el trance en que la humanidad verifica
dolorosamente su reordenamiento, quizás por siglos.

El drama profundo de la política argentina.

Este viento cruza también sobre nuestras pampas. Agita las conciencias de millares
y millares de argentinos. Y palpita en el escepticismo de las últimas promociones juveniles,
escepticismo fecundo, porque señala la insurgencia ante un presente que abochorna y
encierra en si, grávidas, las posibilidades del mañana. No lo han advertido, únicamente,
quienes tienen la función natural de actuar como antenas sutiles de las ansiedades y
requerimientos del medio social y como conductores de su pueblo. Solo los políticos
argentinos en su casi totalidad, no han percibido el angustioso reclamo que importa el
retraimiento de la juventud. Y si esta ineptitud pudiera entenderse en cierto modo
explicable en los dirigentes de las derechas, hombres de círculos e intereses limitados,
implica un verdadero suicidio en quienes militan en el Radicalismo, expresión política de
ese inconcreto pero firme ensueño de justicia y renovación que anima el pueblo argentino.
Es que nuestros partidos viven con la mentalidad de principios de siglo y sus
planas dirigentes, con los incentivos morales y materiales de principios de siglo. Desde
hace mucho, sus cuadros activos no definen la orientación ética ni el pensamiento politicón
de las corrientes populares que deberían representar. Ese es el drama profundo de la política
argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama, aunque se salve el escollo del
fraude, no habrá más que ser apariencia de un juego democrático auténtico. Que ello suceda
en las derechas tiene justificación. Desde 1930 el pueblo que no le es adicto no elige; es
mandado. La elección de sus dirigentes carece de base popular. Pero en nuestro partido,
¿qué ocurre?
Hasta 1916 la máquina partidaria sirvió con eficacia los propósitos que le dieron
origen. Había una idea central, dominante: el sufragio libre, causa motor del partido y
aspiración vehemente de una época. Fueron sus lideres quienes con mayor tesón, con
mayor pureza, lucharon por esa aspiración, contribuyendo a crear una conciencia del
derecho en el pueblo argentino. Llegó el triunfo en 1916. Desalojó a las oligarquías
políticas de las provincias. Y quedo como girando en el aire. No se atrevió a consumar la
revolución radical - como gustaba decir Yrigoyen - destruyendo los privilegios de la
oligarquía económica. Se limitó a una política social oportunista, actuando solo bajo el
apremio de las circunstancias, Detrás de los acontecimientos y no antes, en prevención de
los acontecimientos.

La política del servicio personal.

La eficiente máquina política y sus cuadros directivos, formados en treinta años de


lucha, quedaron un tanto sin los motivos galvanizantes de su acción. La gran bandera que
congregó a la masa popular, el sufragio libre, era conquista lograda. El proselitismo,
función inherente e inseparable a la política, debió acudir a otros resortes. Y se descendió
del plano idealista, a la «política del servicio personal», la conquista de voluntades no por
motivos atinentes al país, al orden público, sino por servicios, atenciones, empleos, favores
lícitos o ilícitos, efectos, amistades... En lugar de enaltecer el espíritu cívico de cada
ciudadano, se involucionó, trastocando las razones cívicas, por otras de tipo personal que
implicaban una corrupción encubierta del voto, función eminente de la ciudadanía, para ser
ejercida con la visión exclusiva del interés nacional. El partido nació para obtener, purificar
y prestigiar el sufragio. La política del servicio personal desjerarquiza y desprestigia al
sufragio y desjerarquiza todo lo que de ella parte. Los ciudadanos dejan de ser tales, en el
concepto cabal del vocablo, para transformarse en meros votantes. La ciudadanía pasa de
ser la alta dignidad de una democracia, a un bien intercambiable por otros, efectivos o
afectivos. Se ha dicho que la teoría democrática reposa en la ficción del desdoblamiento de
la persona en el hombre y en el ciudadano. El primero, con una voluntad individual dirigida
por sus intereses y sentimientos de índole personal; el otro, con una voluntad general,
inspirada en el bien colectivo. El entrelazamiento de esas «voluntades generales» es la
esencia de la ciudadanía y su exteriorización y motivación, el método de la democracia
política. Los cuadros activos del partido, en su gestión preponderante, no se dirigieron a la
«voluntad popular» de los argentinos, sino a su «voluntad individual», subversión y
negación democrática.

Declinación de los cuadros partidarios.

Las consecuencias de esta política, realizada muchas veces de buena fé, sin
analizar sus resultados corruptores, fueron extraordinarios y precipitaron la caída del
partido. A sus puestos directivos llegaron en mayor proporción quienes disponían de
«capital político» con prescindencia de su autenticidad radical, de sus cualidades morales e
intelectuales y de la aptitud para el ejercicio de la función a discernirse. El plantel dirigente
se fue inferiorizando, los militantes que desplegaban mayor actividad en recorrer los
campos, apadrinar bautismos, prestar su colaboración a los humildes en los instantes
difíciles, gestionar ventajas en la administración, curar a los enfermos, defender a los
procesados, conquistaban múltiples y cálidas adhesiones que les permitían realizar una
carrera política, al margen de causales realmente políticas. Y entre ellos llegaron, como es
suponible, muchos que no actuaban movidos por la pasión pública sino por el cálculo de
obtener un capital político, traducido en honores o canongias.
No es exacto que el partido se haya engrandecido numéricamente por actividades
de este género. Los radicales se hicieron por temperamento, por sentimiento democrático,
por irradiación del prestigio místico que rodeaba la personalidad de Yrigoyen. Pero, dentro
del partido, por simpatías o servicios, apoyaban a tal o cual dirigente. Muchos los prestaron
impulsados por un sentido generoso de solidaridad, y muchos no trabajaron para el
radicalismo sino para sí. Lentamente, los cuadros activos fueron perdiendo su fervor cívico.
El partido dejó de ser un medio de promover «la revolución» en la República y se convirtió
en un fin en sí mismo y para sus militantes. Cayó en la deformación electoralista. Cualquier
enunciación de ideas, cualquier solución a un problema nacional que, por justa que fuese,
pudiera suscitar oposición en algún grupo de la masa heterogénea que votaba al partido, era
apartada por los dirigentes de esa mentalidad, que creían, sinceramente, que lo fundamental
era ganar adhesiones y no perder una sola. Los reclutadores de votos ocuparon el sitio de
los políticos, dejando vacante la función política.
El descanso del nivel partidario no fue visible en toda su magnitud porque los
dirigentes de ese tipo de política no tenían el comando efectivo del partido, que se hallaba
en manos de Yrigoyen. No bien los achaques de la vejez comenzaron a obstruir las pesadas
tareas políticas y administrativas del lider, se vió crudamente cuan resentida se hallaba la
armazón partidaria. Parecía poderosísima, más cuando se produjo el motín de septiembre,
no pudo movilizar un solo núcleo ciudadano. Los millares de argentinos que antes estaban
dispuestos a entregar la vida al partido, cuando se les incitaba en nombre de ideales, solo
entregaron el voto a quienes les invocaban amistades.
El movimiento de septiembre, y más que el movimiento de septiembre las
amenazas implícitas en las palabras y actos del Gobierno Provisional, trajeron una
revitalización del Radicalismo, que tuvo exteriorización en la incorporación de grandes
contingentes juveniles, la victoria del 5 de abril y la Carta Orgánica de 1931, cuyos
principios básicos sobre el voto directo y representación de las minorías se violan
religiosamente en todos los distritos, con excepción de Córdoba; se trata de implantarlos en
la Capital después del contraste electoral y nosotros en nuestro ultimo Congreso
peticionamos infructuósamente que se cumplan en la Provincia.
La historia política de todos los países nos demuestra que los partidos se
corrompen y debilitan en el poder; que tras las ventajas que comporta, audaces e
inescrupulosos trepan hasta inficionar su organismo y que, a su vez, las minorías
desposeídas del poder se fortifican en el llano. La falta de ventajas materiales, el desarrollo
de la aptitud crítica, el fuerte grado de tensión de las masas, llevan lentamente a su frente a
conjuntos capaces, abnegados e idealistas, adecuados en sus ideas a su tiempo, que
conducen a su partido al éxito.
Este proceso, en lo que corresponde al oficialismo, fue cumplido con exceso. ¿Por
qué, en la parte que nos toca, no se verificó con perfiles nítidos? Porque nunca fuimos un
partido sin posibilidades de llegar al poder. Siempre estuvimos «virtualmente en el poder».
Al menos en la imaginación de la mayoría. Si el 5 de abril hubiésemos sido derrotados,
corvirtiéndonos en un minoría real, aquellos elementos con psicología o finalidad
oficialista, o sin aptitud para la recia batalla cívica que debiéramos haber realizado, habrían
abandonado sus ubicaciones internas. El partido hubiera seleccionado sus valores de lucha,
manteniendo con ellos una conducta férreamente combativa y ya estaría derribada la
oligarquía.
El partido ganó el 5 de abril. Y la decantación no se produjo. De donde, en tren de
humorismo paradojal, pudiera escribirse un ensayo a la manera de Chesterton, titulado: «De
cómo, en el 5 de abril, fue derrotada la democracia...» Después del 5 de abril el clima
oficialista, sin oficialismo, fue casi permanente. Siempre estuvimos a tres meses del
gobierno. La revolución era un hecho. La mayor parte de los cuadros dirigentes no tenían
fervor revolucionario; pero temían ceder la organización revolucionaria en su distrito, por
la revolución triunfante. Claro que, salvo honrosas excepciones y episodios heroicos que
reverenciamos, se redujeron a agrupar un estrecho y seguro conjunto de amigos y adictos,
aguardando que la revolución venciese por sí sola, por la acción de fuerzas extrapartidarias
o ejércitos procedentes del planeta Marte, para entonces, sí, tomar la comisaría y gozar del
privilegio y beneficios emergentes de la conducción revolucionaria local.
Con esta tónica revolucionaria se terminó por desarmar el espíritu revolucionario.
Comenzó la concurrencia electoral y el juego de promesas de próximas elecciones libres.
Primero fue Justo; luego Ortiz, con la interrupción de su presidencia y la ascensión del
vicepresidente Castillo; y las esperanzas subsiguientes; empréstito a cambio de elecciones
libres; el retorno del doctor Ortiz y el final de la guerra, cuando millones de seres habían
muerto para entregarnos a nosotros, los radicales, quietos y cómodos, las libertades
democráticas que no sabemos ni intentamos reconquistar.
Siempre hubo, siempre hay una ilusión pendiente; siempre estamos contenidos
porque nos hallamos en vísperas de obtener el poder. Y la oligarquía, con mucho tino,
renueva periódicamente esas ilusiones, para mantener adormecida a la masa radical y
colaborar en la perduración, en las posiciones partidarias, de ciudadanos sin vocación de
lucha, tan útiles a sus intereses. En síntesis: los cuadros dirigentes partidarios no reflejan
fielmente el pensamiento del Radicalismo y los acontecimientos de los últimos años, están
acentuando la desconexión entre ellos y éste, porque no son elegidos en función de
problemas políticos, de criterios sociales o económicos - como cuadra a una agrupación
democrática- sino de simpatías, servicios o intereses; vale decir que no constituyen, en la
mayoría de los casos, la expresión política de sus afanes e inquietudes cívicas - con las que
pueden o no coincidir-, sino el resultado de una tarea de captación de voluntades.

Estructuración provincial del radicalismo.

La estructura del Radicalismo favorece la falta de correspondencia entre el


pensamiento político de los afiliados y el de sus presuntos representantes. En un único
momento son llamados a intervenir en la vida del partido. Cuando se eligen los Comités de
distrito y, conjuntamente, los Convencionales provinciales y seccionales.
La elección gira en torno de una persona u otra: de los candidatos a presidente. Los
afiliados prácticamente no pueden modificar las nóminas oficializadas, porque se aplica la
ley provincial de elecciones de lista completa. Según ella, el sufragante no puede incluir
candidatos y, para eliminar uno incluido, hay que tacharlo en la mitad de los votos de la
lista. Este sistema se fundamenta en la restricción de la libertad de los ciudadanos para
fortificar a los partidos ¿Para fortificar que cosas se restringe la libertad de los afiliados?
¿Cuál fue la intención de los adaptadores del sistema? En estas condiciones, la lucha se
subalterniza y se reduce a una puja personal. Se vota en favor o en contra de alguien, por
vinculaciones de carácter individual y sin ninguna orientación general. Aunque no se piense
como el candidato, los lazos creados por la vida civil o partidaria y el aspecto ingrato de la
convocatoria, por el mantenimiento o el reemplazo de la situación política local, hacen
difícil la posibilidad del debate dignificador por ideas o propósitos superiores. A pesar de
que los afiliados no concuerden con las determinaciones políticas del presidente, que es casi
invariablemente el convencional, y las cuales también casi invariablemente se ignoran, la
continuaran votando, porque esa divergencia no alcanza a inmiscuir el afecto personal que
le dispensan. La contienda adquiere una fisonomía que la desconceptúa y aleja de ella a la
mayor parte de los ciudadanos radicales. Las minorías solo tienen representación en los
Comités de distrito, que no desempeñan ningún rol orientador, en las Convenciones
seccionales y, en dos partidos, en la Convención Provincial.
Electos él o los convencionales, éstos tienen plena potestad en la vida interna.
Gobiernan el partido a su ciencia y conciencia, sin consultar, en otra instancia y en ningún
asunto, las determinaciones populares. Eligen los miembros del Comité Nacional, del
Comité de la Provincia, los convencionales y los candidatos a funciones electivas. Tampoco
en estas elecciones actúan en función de un criterio lógico. La tradición quiere que las
posiciones se distribuyan geográficamente. Las bancas o cargos se asignan en candidatos
iguales a cada sección. Dentro de estas se adjudican a distintos distritos. Y exige la
tradición, por ejemplo, que un convencional de la sección tercera, enérgico y apasionado
adversario del latifundio, deba votar para miembro de la Convención Nacional por un
candidato de la sección quinta, impermeable y enceguecido latifundista. Y lo mismo ocurre
con legisladores o miembros del Comité de la Provincia. Así lo imponen las prácticas
imperantes. Una ciudad, verbigracia, tiene asignado un convencional nacional. Con igual
indiferencia, canónicamente, los delegados de su sección propondrán y la Convención
elegirá a quien señale el respectivo convencional, ya sea un hombre de la extrema izquierda
partidaria o un ultra reaccionario. Con idéntica desaprensión o irresponsabilidad designarán
un ignorante y pospondrán un valor. Y ese convencional irá a la asamblea soberana del
partido a dictar su programa... Todos estos no son pronunciamientos democráticos; de tales
no tienen mas que la apariencia, porque no gravita ninguna razón, ningún juicio frente a los
problemas a resolver en un momento dado. Son, simplemente, el resultado de un
automatismo reparto de cargos.
La norma vigente de elección de candidatos dispone la presentación a los afiliados
de una lista de doble número al que deba elegirse. Los precandidatos son designados por
dos tercios de votos de las convenciones. En realidad, la opinión de los afiliados es nula o
muy restringida, pues en la mayoría de los casos los convencionales que reúnen los dos
tercios de los votos, o de los grupos seccionales que entre quince o veinte personas realizan
la elección real, se encargan de formar la nómina con ciertos candidatos posibles «al firme»
y otros preestablecidos «de relleno», cuidando de que, entre éstos, no se infiltre alguno con
«chance» peligrosa para los primeros. Desde el punto de vista de las finalidades
democráticas del sistema, nos hallamos ante su desvirtuación deshonesta, puesto que su
espíritu es el ofrecimiento de candidatos de mayoría y minoría al veredicto de los afiliados
para que decidan, y no el espectáculo de una elección en la que no hay elección. Si los
candidatos son exclusivamente los de la mayoría de la Convención, más vale que esta los
designe.
Y en efecto, para evitarse las molestias, en los últimos años, con razones a veces y
otras con pretextos, fueron elegidos sin esta simulación de intervención popular.
Con semejante amplitud discrecional de atribuciones, reforzada por reelecciones
indefinidas, tendrían que estar ungidos de santidad los convencionales para que en sus
actitudes no influyesen los lazos de amistad o intereses recíprocos, que el curso de los años
consolida y son consubstanciales con la naturaleza humana. Sólo seres ungidos de santidad
no reeditarían aquél ambiente de solidaridad personal, por encima de todo, promotor de la
«debacle» parlamentaria y política francesa, descrito magistralmente hasta en el titulo de
«La República de los Camaradas».
¡Ah! No podemos parafrasear, en su genuina acepción el concepto de Churchill en
el Congreso Norteamericano: «En nuestro partido, diríamos los hombres políticos están
orgullosos de ser servidores del partido y se avergonzarían de ser sus amos». Nos falta
bastante camino aún para llegar a este aserto.
La exclusión del pueblo de las decisiones partidarias tiene honda repercusión,
hasta en el propio subconsciente popular. Un afiliado de fila no se pregunta - ¿Que
haremos?», como quien se siente parte de un todo, ni se responde:- «Los radicales
queremos tal o cual cosa». Considera las determinaciones de su partido extrañas a la
gravitación de su pensamiento y resoluciones, como en efecto lo son, y formula la pregunta
que siempre oímos: Y... ¿que dicen los radicales?». Así, en tercera persona. Para quien
analice el mecanismo mental de este interrogatorio, su colocación, en posición ajena, es
síntoma de un naciente y gravísimo apartamiento espiritual. La falta de participación en la
fijación de las directivas del partido, sumada al desfile de esperanzas ubicadas al margen de
su acción, hacen que los afiliados no se sientan vinculados al éxito de esas directivas y
pierdan la conciencia colectiva de responsabilidad, esencial en una fuerza democrática.

Consecuencias del sistema.

El sistema tiene consecuencias manifiestas en el alejamiento de valores que no se


allanan de sus modalidades; en la declinación de la calidad cívica de los cuadros activos y
de la aptitud promedio de los representantes. Una comparación será definitiva. Nuestra
provincia tiene tres millones y medio de habitantes. El Uruguay dos y medio y posee una
cultura cívica equivalente. Allí el Partido Colorado Batilista juega un «rol» semejante al
nuestro, pero comprende a un porcentaje menor de ciudadanía. Cuenta no obstante, con
cinco o seis figuras presidenciales y con más de medio centenar de excelentes competencias
legislativas. De nuestra escuela partidaria provincial no nació una figura presidencial y los
legisladores con capacidad para sus funciones no exceden de una docena. El fracaso en la
formación de los valores es un signo del resquebrajamiento. Es el Régimen de la política
del servicio personal y de exclusión del pueblo en la vida partidaria que realiza una
selección a la inversa, elimina los hombres con vocación política y frustra a los que quedan,
aniquilando sus aristas ponderables. Sus exponentes parecen fortísimos y son, en verdad,
tan débiles, que constantemente deben claudicar en el ejercicio de su ministerio político.
Son víctimas de su origen. No constituyen la expresión de corrientes de pensamiento claro.
No hay identidad entre su opinión y la de sus mandantes. Su respaldo no nace de la
coincidencia de sus puntos de vista y los de sus comitentes, sino de una serie de relaciones
sin motivación política. Cuando se plantean problemas económicos o sociales serios, no
afectan y dividen a la población, razones primarias de conservación les incitan a eludir
actitudes concretas, porque dentro del electorado que los apoya, en el que no cumplieron su
función rectora y en el que coexisten los criterios más dispares, su decisión los malquistaría
con algún sector. Optan por la inacción. Sería habilidosa si fuese única. Pero como esos
dirigentes son al mismo tiempo legisladores o convencionales o miembros de cuerpos
ejecutivos y gran parte de sus colegas actúan del mismo modo o, mejor dicho, no actúan, el
resultado final es que todos esos organismos no son ágiles frente a la realidad argentina y el
partido no se agita más que para elecciones o cuestiones provocadas por elecciones. Y no
porque el partido sufra perjuicio alguno. Muy al contrario, ese desentendimiento de
aspectos substanciales de su misión esta acrecentando la decepción popular; sino porque
perjudica conveniencias o intereses particulares.
Así ha nacido un tipo característico en la psicología de la vida publica. Nuestro
político no es ya el escultor del alma nacional y de la estructura de su país. No es conductor
de masas que se lanza hacia adelante y frente a cada necesidad y a cada contingencia señala
un camino para que el partido, en su base, el pueblo, lo siga o lo rechace. No. Su habilidad
consiste en ocultar su pensamiento, simular o disimular, flotar sobre las corrientes
contradictorias como madero sobre el mar, al que agita el oleaje, pero nada lo separa de la
superficie. He ahí su ideal. Permanecer en la superficie.
Esta categoría de seudo-políticos, que pululan en nuestro partido ha retardado el
ritmo del progreso argentino. Los organizadores de la Nación lucharon entre si, a brazo
partido, para moldear, según sus convicciones, la patria del futuro. No aguardaron el
acaecimiento de dificultades ni las peticiones de grupos interesados. En ardoso combate
cívico, crearon las condiciones del porvenir. Estos, a que me refiero, no marchan, como
aquellos, delante de la columna. Van detrás esperando que la columna por si sola determine
su rumbo. Hasta ha aparecido una palabra aplicable. Su función es «auscultar» lo que
piensa el pueblo. No tienen que promover soluciones. Ese era oficio de Sarmiento, que no
contaría ahora con capital político. Las decisiones del pueblo ante sus angustias deben
producirse por generación espontánea. Y cuando la opinión publica, en lerdo proceso por
falta de directores, llega a definiciones, ellos, entonces, magníficamente, conceden. Así se
invierte y anula la misión creadora de la política. Menos «auscultadores» y mas lideres
auténticos reclama el radicalismo.
Ocupan las jerarquías internas y los cargos representativos e invaden los cuerpos
altos o pequeños, impulsados por la finalidad de conquistar el poder, entendido no como
órgano realizador de justicia y medio constructor de una Nueva Argentina, sino como
fuente de beneficios y preeminencias personales y desdeñan y se desinteresan de cualquier
actividad, por imperiosa que sea, juzguen no conducente a su propósito central.
Recuerdo una triste experiencia. Durante el gobierno de Fresco, se implantó la
enseñanza religiosa en la provincia. En una ciudad se pidió al comité de distrito una
declaración de protesta. Se aprobó, pero hubo una firme minoría adversa, no por que no
estuviese de acuerdo, sino porque no convenía disgustar al cura del pueblo. En el resto de la
provincia, quizás ni una declaración se publicó ¿Cuántas encendidas arengas, que
inflamados manifiestos, que actos emocionales realizó el radicalismo para defender la
libertad en la escuela bonaerense? No los conozco. Así, ante nuestra indiferencia, se inicio
el despojo de un conquista por la cual la humanidad libró guerras seculares y se desangró
en mil encuentros. Así hemos dilapidado nosotros, ante las actuales generaciones, ese
acervo glorioso de luchas por la liberación espiritual del hombre, del cual somos herederos
y continuadores.
No quiero ni recordar tantas actitudes cobardes como hubo ante la guerra civil
española, que conmovió la conciencia de los hombres libres del mundo. Ni la displicencia,
salvada por dos o tres discursos parlamentarios y una recia carta a Alvear, con que la
máquina partidaria permaneció ante la clausura de las fronteras a los perseguidos de
Europa, efectuada por la reacción en aras de bárbaros prejuicios políticos, raciales o
religiosos, clausura que traicionó la traición argentina y los verdaderos intereses de la
Nación, que pudo avanzar con la afluencia de intelectuales, técnicos y obreros de valía.
Los cuadros militantes no sintieron herida su sensibilidad ante tales hechos. Ni
causas tan humanas y justas los movieron a la acción. Ni estas ni otras equivalentes. Pero si
alguien trata de ocupar los cargos en que no luchan sino esperan, ¡con que ímpetu
infatigable golpean puertas, recorren campos y movilizan, desesperados, sus adherentes.
Las conclusiones del contraste son harto penosas.
En otros paises el nivel medio de los equipos políticos es superior al del pueblo.
Son su levadura, su capa esclarecida, sus órganos de excitación y dinamización. En el
nuestro, la relación es a la inversa. Nuestra política es inferior a nuestro pueblo. Nuestro
partido es inferior a nuestro Radicalismo.

Infiltración de tendencias conservadoras.

Una vida interna sin planteo de ideas, subalternizada en la conquista de capital


político, ha llevado a gran parte de las posiciones partidarias a ciudadanos de espíritu
legalista, orgánicamente conservadores, por temperamento y tendencia. Se hallan
diseminados en todos los cuerpos ¡y en cuantos primarán! Desde el subcomité de barrio
hasta el Comité Nacional; desde los modestos Concejos Deliberantes hasta el Parlamento.
Son un freno y una traba difícil de vencer. Han arrinconado en un folleto los principios de
democracia social del programa partidario, que no se agitan ante el pueblo ni provocan
lucha tesonera por su implantación. Hablamos mucho de Roosevelt, pero no creamos en la
masa apetencia peor por las realizaciones de Roosevelt, ni imitamos su guerra contra los
núcleos de capital financiero, ni proponemos los altos impuestos sobre el privilegio,
indispensables para costear los servicios sociales del New Deal. Quien instara a un
despliegue de todas las fuerzas partidarias para lograr su establecimiento, aquí, - un New
Deal argentino-, seria mirado sonrientemente y calificado de utopista e impolítico. ¡Cuantos
mirarían como herético o demente a quien tuviera la osadía de proponer, no ya los
impuestos a la renta y a las sucesiones del radical Roosevelt, sino aquellos con los cuales se
gravó a si mismo el gran capital ingles, cuando gobernaba por intermedio del conservador y
reaccionario Chamberlain! Sufrimos la inflación de un espíritu cerradamente conservador.
Contemplemos un asunto de estricta actualidad. Somos el único partido democrático del
mundo que no ha propugnado todavía destinar al país las sobre ganancias provocadas por la
guerra. Mientras el interior agrícola en la miseria y en nuestra dieta se excluye el alimento
tradicional, los ganaderos enriquecen vertiginosamente. Un derecho de exportación sobre
las carnes, en magnitud suficiente, que entregue a la comunidad el sobreprecio traído por el
conflicto bélico, proporcionaría ingentes recursos para impulsar el trabajo y subsidiar
aquellas actividades nacionales de anteguerra. Yo concibo el país como una unidad
orgánica, de componentes solidarios y unidos entre si, en la buena y mala fortuna. Así lo es
para el Radicalismo; pero su máquina política no se atrevió a reclamar aún esta elemental
medida de justicia. ¡Sigue siendo intocable la clase social de los ganaderos!.
Yo no creo que los ganaderos verdaderamente radicales se opongan a estas
soluciones. Su espíritu radical les impulsará a anteponer el sentido de justicia de los
intereses superiores de la Nación a conveniencias particulares. Si no lo hicieran, dejarían de
ser radicales. Y el partido ganaría en fortaleza moral lo poco que perdiera en cantidad. El
Radicalismo no es un etiqueta que se coloca sobre un hombre como sobre un frasco en una
droguería. Es un contenido. Quien no alienta pasión de justicia y a su influjo gobierna su
vida, no es radical por más que así se titule y por alta que sea su ubicación en el escalafón
partidario. Radicalismo no es una mera adscripción a un partido. Cual la democracia, es una
norma de conducta, un estilo de vida.
Hemos estado pendientes de posiciones personales y perdido el nexo con los
grandes ideales y con la historia dolorosa en que se constituyó la concepción democrática
de vida, que no es una mecánica eleccionaria, sino un orden de existencia. Esos ideales, que
son la bandera y la razón de ser de nuestro partido, no encontraron en sus cuadros activos
los miles de corazones inflamados en su grandeza, defensores y predicadores, fervientes y
tenaces, que los sostengan y difundan con fé ardosa, excitando en todos y cada uno de los
argentinos, esa reserva de idealismo, ese afán de justicia que late en cada ser humano,
dignificándolo y ennobleciéndolo.
En 1886, en la gran aldea que era Buenos Aires, cuarenta mil personas se lanzaron
a la calle, jubilosas, celebrando como victoria propia la abolición de la esclavitud en el
Brasil. En la Capital de hoy, diez veces mayor, no veríamos ni lejos esa multitud. El año
pasado en Montevideo, convocados por los partidos democráticos, cien mil ciudadanos
dieron la bienvenida a un barco estadounidense, en homenaje a la solidaridad americana.
Para ese fin, los radicales no lograríamos reunir la décima parte.
Esa es, en gran parte, la obra de los cuadros entregados a la política del servicio
personal, que alejaron a la masa radical de sus inquietudes idealistas y cultivaron en ella
preocupaciones superiores. Las situaciones partidarias, en sus manos, no fueron
instrumentos de acción y educación popular. El adoctrinamiento en los ideales
democráticos llega al pueblo argentino de la prensa, de la tradición o de otros factores y no,
desgraciadamente, de la organización política destinada a ese objetivo. Tal abandono es una
de las causas principales de su letargo.

La reorganización próxima.

La reorganización que se anuncia fracasaría si se realiza como si fuese una simple


operación formal. Encasillada en las normas actuales, se frustrarían las clamorosas
exigencias de la opinión publica. Restringida la participación de los afiliados a la elección
de distrito, se obtendrá, a lo más, dado lo inmediato del dilema personal, una ratificación o
rectificación de simpatías a dirigentes locales, por parte de pequeñas minorías. Sería cerrar
los ojos a la crisis profunda que afecta al partido, crisis que no vió la luz el 7 de diciembre,
sino que se viene gestando desde hace muchos años; que no es crisis de un comité ni
dimana de una resolución, sino que es crisis de un sistema, crisis de cuadros activos que se
niegan a asumir el «rol» asignado al partido por su historia y exigido por el desarrollo
nacional, crisis que lo mismo hubiera acontecido y con mayor gravedad, si hubiéramos
llegado al Gobierno. Una obligación de lealtad democrática debe inducir a quienes tienen la
facultad pertinente, a organizar los medios que posibiliten el pensamiento y a las directivas
políticas de la masa radical, sin deformaciones de carácter personal, hallar las vías de su
expresión auténtica. Yo creo que el primer paso debe consistir en la modificación de la
estructura partidaria provincial mediante la adopción generalizada del voto directo y la
representación de las minorías. Elijamos con estas normas todos nuestros cargos y
candidaturas. Levantada la mira sobre la visión del campanario, sin la subalterna pugna de
grupos de aldea, se podran plantear los debates de fondo que impongan las circunstancias y
se elevará el nivel cívico al sufragarse por la orientación, y no por hombres. Los afiliados
podrán ser actores con conciencia y responsabilidad, y no espectadores pasivos de la
definición de las direcciones que comprometen el destino del partido. Los hombres de
vocación política hallarán un escenario, y los jóvenes, campo para la brega dignificante en
favor de sus puntos de vista. Tengo fé en la capacidad de nuestro pueblo, medularmente
sano, para el ejercicio integral del procedimiento democrático. Si no la tuviera, miliaría en
una agrupación que proclama ese descreimiento, y no en la nuestra. La estructura vigente
es, en sus esencias, la misma del 90. Intentar la subsistencia de sus bases es pretender que
medio siglo ha corrido en vano.
En un partido que levanta la bandera de la Ley Saenz Peña, que consagra la
representación de las minorías, es inmoral la invalidez de ese principio en su vida interna.
En víspera de la transformación de todas las instituciones que traerá la post-guerra, son
indispensables la representación minoritaria, porque, ademas de efectos vigorizantes de
crítica y control, permitirá la evolución gradual del radicalismo; la elección general que
superiorizara nuestra masa y nuestra vida interna mediante el debate enaltecedor de ideas y
líneas de conducta; las incompatibilidades, que, al cumplir la descentralización fijada por la
Carta Orgánica Nacional, evitarán el entrelazamiento de afectos e intereses que engendra el
espíritu de aparcería. Una reforma de fondo semejante, que convierta al pueblo radical en
dueño de si mismo; una prédica perseverante contra las desviaciones de la «política del
servicio personal», en favor de la selección de valores humanos y de la primacía de valores
cívicos, y el planteamiento constante, ante los afiliados y para su resolución, de los
problemas del país y del Radicalismo, colocaran a nuestro partido y a sus adherentes a la
altura de las exigencias y deberes de esta hora definitiva. No concibo un demócrata sincero
que pueda oponerse a estas aspiraciones. Y ya que se estila el «auscultar» el pensamiento
popular, consultese a cien afiliados, y cien dirán que las comparten. ¿Qué es lo que
decorosamente puede impedir su sanción?
Esta es la era del hombre del pueblo. El será el factor decisivo de la victoria, dijo,
los otros días, el vicepresidente Wallace. Si es que queremos alcanzar la victoria, no
temamos la participación dominante del hombre del pueblo, que es nuestra única fuerza.
Que él sea la figura central de nuestro partido. Démosle voz en las asambleas primarias de
distrito, que no se realizan, para que opine en los asuntos locales y en los generales;
Démosle el poder de decisión en las cuestiones fundamentales, que el Radicalismo, para
retomar el fervor idealista de los años luminosos en que surgió como una emancipación de
las virtudes nacionales, necesita volver a su raíz, al hombre del pueblo.
Me he ocupado extensamente del exámen de fallas de la vida partidaria. No me he
referido a hombres. He analizado un sistema cuyos errores congénitos están destruyendo al
Radicalismo y dañando al país. O el partido concluye con este sistema del caudillismo, o
este concluirá con el partido. Esta es mi convicción, y yo no seria leal con mi propia vida,
al servicio del partido y con mis correligionarios, si no dijera tal como la siento.
En política hay que tener el coraje de ver las cosas como son y de decirlas sin
subterfugios. «Tanta franqueza - decía recientemente Josué Gollán, comentando un
discurso de Hutchins- no traduce desaliento; al contrario, es una forma inteligente de
estimular, de sacudir fuertemente a los que, inadvertidos o confiados no aprecian
debidamente la gravedad del momento».
Este es el sentido de mis palabras.
Quiero terminar este capitulo con un pensamiento del presidente Benes: «El
colapso definitivo del régimen democrático se producirá inevitablemente - sostuvo en su
ultimo libro- si no se revisan a fondo las debilidades y deficiencias del presente sistema de
partidos y de sufragio; si no se armoniza mejor el funcionamiento de sus órganos - partidos,
prensa, opinión publica y elementos directivos- y si tales órganos no son más apropiados a
los verdaderos intereses del Estado y de la Nación de lo que han sido hasta ahora». Y quien
formula esta predicción no es un ciudadano de una democracia incipiente, sino el lider de
una que fue magistral.

Las fallas de la vida interna se reflejan


sobre la acción partidaria.

Las fallas y debilidad de la vida interna se proyectan sobre la acción exterior del
partido. Sin decisión, sin fervor y sin aptitud para la lucha, se cayó en una política
posibilista. En lugar de asumir con entereza la noble tarea impuesta por las circunstancias, y
de enfrentar a los acontecimientos, el partido se colocó a su zaga. Aguardó la restauración
de las instituciones libres, por sucesos eventuales y ajenos a su propio esfuerzo. Confió en
la «buena voluntad» y el «patriotismo» de gobiernos surgidos de la entraña oligárquica.
Procuró no irritar los intereses del privilegio económico y social, soslayando la guerra
contra estos, para centrar sus fuegos contra las camarillas políticas oficialistas, que son
meros y serviles instrumentos de aquellos. Así, impremeditadamente, facilitó el juego de la
oligarquía al llevarse al ánimo popular confusionismo peligroso sobre la trascendencia de la
batalla entablada por el bienestar, la felicidad y la libertad de los argentinos, reduciéndola al
aspecto de simple contienda entre grupos disputantes de posiciones. No se movilizó la
capacidad potencial del pueblo con soluciones concretas, de temple y sentido radical, ante
los problemas que entenebrecen la nacionalidad. Se prefirió eludirlos, intentando
vanamente ganar buena voluntad de los círculos privilegiados, con la absurda demostración
de que sus intereses opresores no serían afectados con el acceso de las masas populares a la
dirección efectiva del Estado. Anhelando la tolerancia de las fuerzas del privilegio para que
concedieran, en acto de gracia, el poder que detentan, se comprimió la acción legislativa a
términos inofensivos; se abandonó la organización de la reacción del pueblo ante los
atentados cometidos contra sus intereses materiales o sus tradiciones espirituales; se omitió
la agitación candente y arrolladora contra las injusticias que están clausurando el derecho a
una vida digna a las capas laboriosas de nuestra población, actuándose con intensidad
unidamente en los procesos electorales.
Tales errores trajeron en las masas la progresiva decadencia de su fé, al tiempo que
aumentaron la jactanciosa confianza de los usufructuarios del gobierno, que perdieron el
respeto y hasta el temor de un despertar nacional, controlado por quienes, en obsequio a su
tranquilidad y bienandanza, introducían reiteradamente gérmenes de conformismo. Ante
cada fracaso se levantó un nuevo miraje, siempre ajeno a la propia acción y al pueblo,
siempre providencial y justificativo de la quietud partidaria. ¡Cuantas veces reeditamos la
escena de Chamberlain, al descender del avión después de la claudicación de Munich,
mostrando, alegre e ingenuo, el papelito de Hitler!. Aún esperamos nuestro discurso de
Churchill, el discurso de «sangre, sudor y lágrimas», el discurso de la verdad y el honor, del
sufrimiento y la lealtad.
Nos hemos circunscripto, en los últimos años, a levantar como consigna
fundamental la libertad de sufragio. ¿Por que el pueblo, si es que quiere votar por la libertad
de sufragio, no pelea por ella?... ¿Por que nosotros no peleamos? ¿Por que basta el dedo de
un vigilante para defraudar a una población? ¿El pueblo argentino esta formado, acaso, por
cobardes? ¿Somos, acaso, cobardes todos los militantes y dirigentes del partido? ¿Por qué
hace cuarenta o cincuenta años, los argentinos peleaban y morían por defender el sufragio?
¿ Y por que ahora no lo hacemos?...

El sufragio no es la consigna
obsesionante de la hora.

Los hombres del 90 o del 900 creían sinceramente que lo único que faltaba para
integrar la nacionalidad y realizar la felicidad de los argentinos era el sufragio, la verdad
institucional. Era la concepción obsesionante de esa época, y porque así creían, por ella se
sacrificaban. Estaban dispuestos a la entrega de la vida, porque, de acuerdo a sus
convicciones, valía la pena perder la vida en encubrir el tramo final hasta «la grandeza de la
patria y la dicha y el honor de sus habitantes», según decían y pensaban.
Nosotros no creemos eso, y cuando el momento de enfrentar la carabina policial,
el argentino siente que no vale la pena perder la vida por el sufragio. Siente que si llega a
morir en la empresa del triunfo radical, de sus consecuencias inmediatas y visibles no
nacerá una Argentina nueva, tan justa, libre, grande y feliz, que sus hijos justifiquen la
perdida de sus padres. Siente que las transformaciones profundas de su patria no van a ser
tan hondas que valga la pena morir por ellas. Por eso no afronta la muerte. Y sin decisión
de morir, no hay combate. Y el propio dirigente siente que no vale la pena; lo siente sin
pensarlo, sin raciocinio, porque la vocación de sacrificio no nace de un proceso intelectivo,
sino de un proceso preconsciente. Y porque este le ordena que no vale la pena, le aflojan
los brazos cuando llega el momento de la acción. No existe la convicción intima
indispensable.
Es que el sufragio libre, aislado, por sí solo, no es la conexión obsesionante de esta
época. No lo es la Argentina ni en el resto del mundo. Hace poco, leía un ensayista ingles:
«La lucha en el siglo pasado fue por el sufragio; en este, por el pan». Es decir, por la
justicia social. Cambiaron los tiempos, los conceptos y los móviles determinantes de la
resolución humana.
Ese mismo argentino, si sintiera que el gobierno radical cambiará a fondo el
panorama de la vida nacional; que reestructurará el país sobre nuevos cauces de verdadera
justicia; si sintiera que para sus hijos, en sustitución del clausurado horizonte actual, se
abriría un porvenir luminoso, y que él y todos los habitantes de esta tierra y los innúmeros
que quisieran poblarla se librarían de las angustias que oprimen el corazón; si sintiera que
nosotros luchamos por banderas tan altas y nobles, que ninguna consideración de interés ni
persona interceptará nuestra ruta a una Argentina soñada y frente a ese salto hacia el futuro
se interpone la muralla de privilegios e injusticias amparadas por el fraude, ese mismo
argentino no vacilará un segundo en ofrendar su sacrificio por una patria mejor. Y como él,
millares y millares, tantos, que instantáneamente habría elecciones libres, no por respeto a
la legalidad, sino porque el camino de la legalidad sería el camino de retirada menos
riesgoso para la oligarquía.

Solo al influjo de grandes ideales


habrá capacidad combativa.

La clase gobernante no entregará el poder graciosamente. Sin conciencia


revolucionaria en el pueblo que amenace su estabilidad, los gobiernos usurpadores no daran
paso a las fuerzas populares. Y no habrá conciencia revolucionaria en el pueblo sino al
influjo de los grandes ideales de construcción de una nueva Argentina.
¿Qué es lo que impide que nuestro partido, que es el de las masas populares, pueda
recoger el aliento íntimo que late en las masas populares?
Dos cosas. Primera: De orden moral. No se desprende de su vida interna y de la
pública y privada de sus dirigentes, grandes y pequeños, ese hábito de grandeza moral; ese
impulso apasionado de justicia en lo personal, partidario y colectivo; esa voluntad
encendida de imprimir existencia y obras, categoría ejemplar; ese sentido místico de
consagración a una causa, que llevan a los hombres a la admiración, la devoción y el
sacrificio.
Segunda: De orden programático. Los elencos predominantes se niegan a sostener,
en los hechos, reformas que lesionen intereses económicos de cierta gravitación electoral, y
no puede haber realizaciones vitales de justicia social sin afectar intereses económicos y en
especial en nuestro país, los de la tierra. Se niegan porque su mentalidad política no concibe
la perdida posible de apoyo eleccionario, dentro del partido, y para sus personas, de
sectores pudientes que viven en un clima anacrónico. Defienden con ahínco las
reivindicaciones de los obreros ferroviarios; pero ni por asomo se atreverían a sostener un
justiciero régimen de vida paralelo para los obreros de las estancias, casi sin excepción
explotados miserablemente, porque los estancieros votan y mueren muchos votos.
De donde las fallas políticas y psicológicas del sistema de acción caudillesca, que
yo denomino del servicio personal, alejan al partido de su función insigne, lo uncen a
intereses subalternos, frustran la evolución nacional y colaboran, en grado principal, y muy
a pesar de sí mismas, en la subsistencia de los gobiernos fraudulentos.
El problema central del partido es, pues, ante todo, problema de reajuste de la
maquina partidaria, de su adecuación a las circunstancias y exigencias presentes, de un
nuevo espíritu y de nuevos métodos de lucha, de ideas y de valerosa lealtad a esas ideas.

La experiencia extranjera.

Dije hace unos instantes, que el sufragio libre, solo, no es la concepción dominante
de la época. El hombre contemporáneo - tal es la dolorosa realidad- ha devaluado los
aspectos políticos de la democracia. Resigna su libertad de sufragio y todas las libertades
civiles y políticas, con tal de suprimir la angustia que dimana de la inseguridad de su futuro.
Esta es la lección del fascismo. El joven que encuentra ocupados los lugares de la vida; el
hombre que ignora si al día siguiente llevara un trozo de pan a su hogar, ni que será de él y
de los suyos al sobrevenir la desocupación, enfermedad o muerte; el hombre que se siente
ante el duro existir de una sociedad sin piedad, que rodea con pulso trémulo el
temblequeante pedacito de carne humana que es carne de su carne y se estremece al pensar
que será de él si falta su brazo para acorazarlo de las inclemencias de la vida; ese joven y
ese hombre entregaron sus libertades a los regímenes totalitarios a cambio de la eliminación
de esas incertidumbres.
Recojamos y adoptemos la enseñanza europea.
El presidente Roosevelt probó como puede eliminarse la inseguridad humana en el
régimen democrático. El «New Deal» reorganizó la vida nacional, cuidó la niñez, abrió
perspectivas a la juventud, dió trabajo y seguridad a los hogares ante los eventos del
porvenir, devolvió la confianza en sus ideales a un gran pueblo y Alejó, como dice la
Declaración del Atlántico, «el miedo a la vida». Pero el «New Deal» tuvo que vencer a
inmensos, poderosísimos intereses, y contó con una férrea oposición aún dentro de la
máquina política del propio partido demócrata, que padecía de muchos de los vicios del
nuestro y estaba muy influenciado por el capital financiero. Con el apoyo de la opinión
pública y la colaboración de la Organización de la juventud del partido Democrático,
promovida y estimulada por el Presidente Roosevelt, los «new-dealers» fueron venciendo
en las elecciones primarias a los viejos dirigentes sordos a los reclamos de los tiempos. Y,
en ocasiones, cuando triunfaron en su partido candidatos contrarios al New Deal, el
presidente Roosevelt se dirigió públicamente, en cartas abiertas, incitando a los electores
demócratas a votar por candidatos del partido adversario, sostenedores de las reformas
sociales. Por sobre el espíritu de facción primaba en el gran lider su solidaridad con el
destino nacional. Con esa valentía impuso Roosevelt el New Deal. Con igual valentía cuidó
el orden moral. Frente a los candidatos municipales del Comité Central de su partido, en
Nueva York, la ciudad más grande del mundo, con presupuesto superior al nuestro
nacional, apoyó decididamente a un candidato opositor, a Fiorello, por repugnancia a los
métodos corruptores de Tammany Hall.
Así se salvó Estados Unidos de un cataclismo. Así se salvó, para la esperanza del
mundo, la gran democracia del Norte. Sepamos, también, recoger su enseñanza.

La lucha por el sufragio auténtico.

Defendamos, sí, el sufragio, instrumento insustituible de la democracia, arma de


una permanente e incruenta evolución. No se le defiende con solo garantir la emisión del
voto. En ese momento se opta entre una lista y otra. Protéjasele antes y después, en el seno
de las agrupaciones que canalizan las corrientes cívicas. Que en ellas, sea el pueblo y no
pequeños círculos, quien elija a los gobernantes y fije los rumbos primordiales. Frente a
cada cuestión decisiva haya un pronunciamiento de la ciudadanía, garantido por la ley en el
comicio general y en el seno de los partidos, cuyo funcionamiento debe condicionarse a las
exigencias del régimen. Pero este pronunciamiento debe ser honrado, inspirado en razones
de orden público. Digamos a quienes ejercen sus derechos cívicos conducidos por motivos
personales, con prescindencias de los dictados de su conciencia, que miren solo el interés
colectivo; que de no ser un traidor a la función de la ciudadanía. Y quien procura adquirir
sufragios de tal modo, un enemigo de la democracia.
Que la armazón administrativa no corrompa a los ciudadanos. Apartémosla del
juego de partidos. Provéanse los cargos por concurso, suprimiendo el favoritismo que
degrada y envilece, conforme a las normas de justicia y equidad, sin las cuales el
sentimiento republicano es una ficción. Sean los empleados del Estado servidores del
pueblo, amparados por un estatuto legal que señale los procedimientos de provisión de
puestos, ascensos y estabilidad y no los sirvientes incondicionales de caudillos que los
condenan al hambre si no acatan sus ordenes. Y propiciemos la implantación de ese
estatuto desde ahora mismo, con lo que depuraremos nuestras filas de exitistas, daremos
prenda al pueblo de la sinceridad de nuestros propósitos y se desmoronará el aparato del
fraude, que no hallará empleados que lo sirvan - pese a su íntima reprobación- por falta de
independencia.

Los verdaderos horizontes del partido.

Los hombres de la juventud radical queremos una política de ideales, clara y


definida, como fue la política argentina en las grandes épocas de nuestra historia. Ansiamos
que nuestro partido luche por la democracia, considerada no cual mero régimen electoral,
sino como ideal de vida; que se convierta en instrumento de liberación espiritual, forjando
conciencias libres; que no eluda ninguno de los problemas del trabajo, la cultura y el
bienestar y consagre su preocupación a la formación y futuro de la juventud; que batalle por
una Argentina justiciera, libre y humanista, sin hijos y entenados, en la que cada ser
humano encuentre amplias e iguales posibilidades de desenvolvimiento de su personalidad,
y en la que el hombre, en su unidad, el argentino y el extranjero incorporado a nuestra
tierra, sea el centro de donde irradien los impulsos y la finalidad vital y última de las
actividades nacionales.
Los hombres de la juventud radical juzgamos que las libertades civiles y políticas
deben integrar el clima de dignidad humana con una efectiva democracia económica, y
ansiamos que el partido imponga un orden de justicia que garantice el derecho igual de
todos a la libertad, el derecho de todos al trabajo, a la cultura, a un standard de vida
correcto, a la alegría de vivir, a un hogar confortable. Proclamamos objetivo eminente del
Estado el cuidado de las nuevas generaciones, su desarrollo y educación, que muestre
idénticas perspectivas de pleno desenvolvimiento físico, cultural y moral a los hijos de
todos los argentinos, en comunidad de condiciones e igualdad de oportunidades.
Proclamamos que esta etapa de la historia debe concluir aquí, como en el resto del mundo,
con la abolición de la angustia humana, de la inseguridad del hombre ante su porvenir, ante
los riesgos de la desocupación, de la enfermedad y de la vejez y ante la incertidumbre de la
existencia de sus descendientes.
Para llegar a este estado de justicia social estamos dispuestos a luchar contra todas
las situaciones de privilegio y contra todas las injusticias que oprimen la vida argentina.

Nuestra tarea.
Arde en nosotros la voluntad de reconstruir al país. Ansiamos en reforma política y
una valiente, justiciera y abnegada reforma social, fundamentada necesariamente en la
reestructuración de su economía sobre bases renovadas. Y solo podremos iniciar esta
trayectoria, con una honda reforma moral de la vida pública y de las finalidades
individuales. Frente a la moral del éxito, del goce y del poder, representada en nuestra
sociedad por la conquista del dinero y de las posiciones políticas y sociales, perecida con el
fracasado mundo de ante-guerra, alcemos el tono moral de una generación que sintoniza los
reclamos profundos de la hora y quiere ennoblecer sus días consagrándolos al servicio de
un ideal nacional, confundido en un ideal de superación y dignificación de la condición
humana.
Hace pocos días Harold Laski escribía: «No libramos esta guerra para retornar a la
Gran Bretaña de 1939, a la Europa de 1939 o al mundo de 1939. Los conceptos con arreglo
a los cuales estaba organizada la civilización de preguerra, pertenecen ya a la historia
antigua. Lo han comprendido instintivamente así los pueblos de todo el mundo».
No luchemos nosotros por la Argentina de 1939 y menos por la de 1930. Que lo
sepan. No nos conforma el país que nuestros ojos divisan. Ni el que ambicionan nuestros
hermanos mayores y satisface a los actuales directores de la política, la economía y la
cultura. La humanidad entra en un Mundo Nuevo. Trabajemos para una Argentina Nueva
en la cual tenga su lugar bajo el sol, la felicidad de todos los hombres que deseen compartir
nuestro techo y nuestro pan. Una Nueva Argentina en un Mundo Mejor. Desde aquí,
seguimos, con el corazón anhelante los avances y retrocesos de este mundo nuevo que
rubrican con sus vidas los hombres jóvenes de la libre Gran Bretaña, la heroica Unión
Soviética, de los potentes Estados Unidos y de la Legendaria China. En esta guerra
horizontal que se libra en todos los ámbitos de la Tierra por la futura liberación del hombre,
queremos, debemos tener participación. Sera una lucha amarga, una lucha por años, una
lucha para una generación, una lucha que se librara a pesar de los pequeños intereses de los
pequeños hombres refugiados en las trastiendas de los comités. Los hombres jóvenes que la
asuman sufrirán muchos trabajos, pero cuando cierren los párpados en el sueño eterno, una
sonrisa florecerá en sus labios.
2. EL PROGRAMA DE 1944

Programa aprobado por la Junta Ejecutiva de la


Juventud Radical de la Provincia de Buenos Aires, el 20
de febrero de 1944. Su autor fue Moisés Lebensohn.

La Juventud Radical de Buenos Aires reclama el restablecimiento de las libertades


públicas, el cumplimiento de los pactos de solidaridad americana, la depuración de la
administración de los elementos adversarios del orden constitucional o complicados con el
fraude, la revisión de los decretos-leyes dictados y la derogación de aquellos que, como el
de enseñanza religiosa, lesionan el patriotismo espiritual de la nación.
Propugna la creación de las condiciones de normalidad democrática mediante:
a) Estatuto de partidos, que garantice la intervención directa, la fiel expresión de la
voluntad y el control de los ciudadanos en su vida interna. Régimen de elecciones
primarias.
b) Estatuto de funcionarios públicos que establezca designaciones por concurso,
escalafón y estabilidad, con el fin de apartar la administración del juego de partidos.
c) Plan de represión de la venalización de conciencias y de gravitación de factores
no cívicos en la ciudadanía.
Para afrontar con dignidad y eficacia esta nueva etapa, requiérese la reconstrucción
del Radicalismo conforme a las exigencias de la época, con la unión de todos los radicales,
la renovación de valores en los cuadros directivos y la reestructuración del partido sobre
bases que conviertan al hombre del pueblo en actor y no espectador de las decisiones
partidarias; voto directo y representación de las minorías en todos los casos y asambleas de
afiliados.
Postula un programa de construcción nacional, a cumplirse planificadamente en el
primer período constitucional, destinado a lograr las siguientes finalidades:
a) Reforma agraria inmediata y profunda, que abra a todos los trabajadores del
campo el acceso a la tierra, transformándola de valor de renta a especulación en
instrumento de trabajo.
b) Reforma educacional, que imponga la obligatoriedad de la enseñanza media,
técnica o agraria e integre un sistema que asegure a las nuevas generaciones, bajo la tutela
efectiva del Estado, idénticas posibilidades de pleno desarrollo físico, cultural y moral, en
comunidad de condiciones e igualdad de oportunidades.
c) Régimen de organización y seguridad social que otorgue a todos los habitantes
las perspectivas ciertas de trabajo, de un standard de vida decoroso, de cultura y de un
porvenir liberado de las angustias de la desocupación, de la enfermedad, de la vejez y de la
incertidumbre sobre el futuro de los descendientes.
d) Política de recuperación económica. Monopolio del Estado, ejercido por sí o
delegado en su caso a cooperativas, de servicios públicos, combustibles, energía, seguros,
movilización y comercialización de los sectores esenciales de la producción.
e) Reforma financiera que ubique el peso de la carga impositiva sobre las grandes
rentas y la valorización ganada por el trabajo colectivo.
f) Política destinada a lograr la unidad económica con los paises y
progresivamente con el resto de América, rindiendo a la cooperación económica mundial.
La Juventud Radical aspira a una democracia económica sobre fundamentos
renovados, a la cual concurran con sus contingentes de post-guerra. Con su aporte
podremos vencer al desierto y alcanzar la población necesaria para la edificación de un
libre, justo y fuerte país. Este ideal será inaccesible si no se destruye la red de intereses
creados que pretende mantener los actuales moldes y en todos los órdenes, en lo político,
económico y cultural, sofoca la existencia de la República y clausura los horizontes de la
juventud. Al defender nuestro derecho a la vida, defendemos el derecho del país a la vida y
al porvenir. Traicionan la función histórica del Radicalismo, expresión Política de las clases
populares, aquellos núcleos actuantes que, con pensamiento conservador, procuran la
subsistencia de tales intereses creados. Constituyen los mejores aliados de las tendencias
totalitarias, pués privan al pueblo de fe en los objetivos democráticos, así como quienes
ensayan el resurgimiento de la politiquería caudillesca, responsable de la desgracia
nacional. El país no está dispuesto a regresar a etapas superadas, ni a aceptar ficciones que
cubren con grandes palabras fines inferiores.
Se intenta un sinuoso planteo: O vieja Política o fascismo seudo-nacionalista.
Afirmamos la falsedad del dilema, que sólo nos conducirá a una encrucijada. Ni lo
uno ni lo otro. Sostengamos en los hechos la voluntad de crear una democracia auténtica,
con hondo sentido humano; un Régimen de verdadera libertad y verdadera justicia al
servicio de la nacionalidad; un Régimen que subordine la economía al hombre y movilice
los recursos naturales, no en el limitado beneficio de sus poseedores, sino del desarrollo
nacional y el bienestar social. Esta tarea demanda el esfuerzo de todos los radicales, sin
exclusiones, más únicamente podrán encausarla hombres nuevos, con una nueva
mentalidad, sin responsabilidad en los errores pasados.
Las jóvenes generaciones argentinas no se sienten ligadas a una clase dirigente que
omitió su deber social y vivió absorbida en la conquista de situaciones personales,
insensible a las angustias del pueblo y a los requerimientos de nuestra realidad.
Con la determinación de trabajar en grandes y mejores días para la Argentina,
definimos nuestra fervorosa adhesión a la causa de las Naciones Unidas, de cuya victoria
depende la perduración de la libertad. Estamos con el pueblo de Estados Unidos, pero no
con Wall Street y sus proyecciones imperialistas; con el de Gran Bretaña, más contra la
City. Estamos con los soldados que luchan por nuestro ideal de vida, y, a su lado, contra las
fuerzas del Mundo Viejo que los oprimen en sus propios países, decididos, cual ellos, a
forjar en nuestra tierra un Mundo Nuevo.
3. El radicalismo ante una definición vital.

Discurso inaugural del VI Congreso de la Juventud


Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado
en la ciudad de Avellaneda, el 30 de noviembre de
1946.

Hace cuatro años el Congreso de Chivilcoy señaló la crisis profunda de la política


Argentina, «cuyos conjuntos militantes no definían, desde hace mucho, la orientación ética
ni el pensamiento político de las corrientes populares que debieron representar». Estudió el
proceso de formación de sus comandos políticos en razón de «capitales electorales», con
exclusión de causales cívicas, y demostró como esa desvirtuación del sentido democrático
conducía inexorablemente al partido a la ineptitud para la lucha por ideales, a la restricción
de sus objetivos al campo puramente político y formal, al quietismo frente al privilegio
económico y social y al abandono del impulso emocional que le asignaba la tarea forjadora
de la nacionalidad; es decir, a la cancelación de su función histórica.
La república vivía en trance pre-revolucionario. El país real y el país político eran
dos mundos ajenos entre sí. Las esperanzas populares no encontraron cauce en los canales
partidarios. Las últimas promociones juveniles se mantenían alejadas de las fuerzas
políticas.
La «máquina política», la superestructura de los partidos, actuaba con fines
propios. Sus intereses no coincidían con los intereses ideales que debía servir. Y sin
partidos que reflejen las corrientes profundas de la ciudadanía, el juego institucional se
convierte en juego de ficciones. En 1942, el pueblo de Buenos Aires no intentó votar. No
fue necesario el fraude. Bastó el espectáculo parlamentario; su repulsa ante las maniobras
de enfeudamiento económico, la distancia entre las aspiraciones públicas y los
procedimientos prevalecientes; los cuadros cerrados; el apartamiento del pueblo de las
deliberaciones y decisiones internas; el antagonismo entre el clima histórico de la época,
que penetraba en las conciencias argentinas, y los móviles inferiores de las planas
dirigentes.
Mientras tanto, la «vieja política dominante en el partido actuaba tras un esquema
muy simple. La ciudadanía debía optar: o gobiernos del fraude o del Radicalismo. Alguna
vez, por mediación de vaya a saber que factores providenciales, el régimen gobernante
consentiría en ceder graciosamente el ejercicio del poder, retornando a la legalidad. Y en
ese momento, las posiciones internas habrían de traducirse en jerarquías públicas. Lo
importante era conservarlas a todo costo, y eludir cualquier acción divergente de esta linea
central o que pudiere debilitar la base heterogénea en que se sustentaba cada «situación
política». De ahí la ausencia del planteamiento de los problemas substanciales de nuestra
tierra y la esterilidad de la Cámara de Diputados, que tuvo durante tantos años mayoría
opositora y el deber moral de sancionar una legislación valiente, de reforma a fondo de las
condiciones de vida del país, para promover el enfrentamiento revolucionario del pueblo
con el Senado y los Ejecutivos del fraude. La realidad fue otra bien distinta y amarga, y a
medida que fue alcanzando al pueblo fue generando el escepticismo y la desazón.
El grito de Chivilcoy pretendió sacudir la adormecida conciencia de
responsabilidad de los titulares del aparato partidario. Reclamó el establecimiento de una
interrelación fluída, constante, entre los cuerpos directivos y las capas populares, y la
promoción de una lucha ardiente por la reestructuración del país sobre nuevas bases de
autentica justicia. Con voto directo, representación de las minorías y régimen de
incompatibilidades, el espíritu de insurgencia habría dado al Radicalismo un nuevo acento,
y el estado de revolución - que ya existía en el país- hubiera encontrado su cauce en el
partido. Nuestra voz fue una voz más, clamante en el desierto.
Los cuadros de la vieja política se hallaban en tránsito hacia la disolución. Una
nueva postergación de la perspectiva burocrática - el vínculo primordial de sus adherentes-
hubiera sido fatal al sistema. Su falta de fé en la capacidad de acción del pueblo, el temor a
la disgregación de su respaldo político y la situación internacional, les insinuaron caminos
de extravíos. Comenzó a tejerse sutílmente la coincidencia en torno a la candidatura
presidencial del gran corruptor de la civilización política Argentina; del militar que
organizó el régimen de la mentira institucional y habría de aparecer como el rehabilitador
del sufragio libre. Tenía fuertes puntos de apoyo en las facciones gobernantes. Se hallaba
definido abiertamente en favor de las Naciones Unidas. Contaba con la colaboración
exterior y su influencia interna. Era bienvisto entre las fuerzas del privilegio nacional e
internacional, que florecieron durante su período. Disponía de ubicaciones estratégicas en
la administración; el ministro de Guerra era su amigo y en el Ejército le sostenía el
entrelazamiento de afectos e intereses anudados en el curso de su vida castrense.
A la luz de la experiencia actual es indudable que, de no haberlo interferido la
muerte, el plan hubiera logrado el éxito con la participación final de gran parte de los
núcleos dirigentes de nuestro partido. Trastabilló un tanto cuando el ministro de la Guerra,
amigo del ex presidente, fue substituido por otro general, que en el pensamiento del doctor
Castillo habría de realizar un adecuado reajuste de los comandos, y concluyó abruptamente
cuando una mañana el país se enteró de la muerte repentina del general Justo.
La tónica radical quedó tan resentida después de este proceso penoso, que la
Convención Provincial de Buenos Aires llegó a votar una declaración en favor de la
formula presidencial extrapartidaria, vale decir, de ciudadanos cuya despreocupación por la
suerte de la República los mantuvo alejados de la militancia cívica. Castigábase así la firme
lealtad radical del doctor Pueyrredón, candidato virtual a la Presidencia. Esto ocurría hace
solo cuatro años, en el Radicalismo de Buenos Aires, en el Radicalismo de Hipólito
Yrigoyen.
Reunióse la Convención Nacional; votó la Unión Democrática; fracasó la tentativa
de formula extra-partidaria; un delegado de Buenos Aires propuso la adopción de métodos
democráticos - voto directo y representación de las minorías- al cuerpo que acababa de
votar el acuerdo de partidos para salvar la democracia: la Comisión de Carta Organica, por
sugerencia de esta provincia, se negó a formular despacho; se suscito un conflicto en la
Comisión inter-partidaria, y de pronto se produjo una prolongada «impase». A su término
el país supo que altas figuras del Radicalismo habían mantenido entrevistas vinculadas a la
candidatura presidencial con el ministro de Guerra del doctor Castillo, el general escogido
para montar la maquina favorable a la política «de la unanimidad de uno» y que en el
ejercicio de la cartera resultó montando otra máquina... Pidió el general Ramirez setenta y
dos horas para consultar a sus camaradas; se enteró el presidente; destruyó al ministro y las
tropas de Campo de Mayo avanzaron sobre la Casa Rosada. Sonaron las sirenas de los
diarios; los comités dispararon bombas de estruendo, convocando a celebrar la caída del
fraude. El pueblo pasó frente a los comités y se detuvo ante los diarios; era ya un pueblo
que no se sentía ligado al partido.
Dejemos de lado la pugna entre las camarillas internas militares, su contienda
aviesa y despiadada por el poder, su desprecio por los derechos de la dignidad humana, su
convicción del triunfo de las armas agresoras y el oportunismo amoral que inspiraba su
determinación de mantener la dirección del Estado hasta la definición de la guerra; todo
cuanto la dictadura vejó y humilló a la República. Ocúpenos el pueblo y el Radicalismo.
La caída del régimen del fraude marcó el afloramiento de las grandes aspiraciones,
de los grandes anhelos que trabajaban silenciosamente el espíritu de los argentinos. El país
ansiaba una vida nueva; la identificación de sus costumbres políticas; la eliminación de los
vicios y fallas que habían subalternizado la existencia pública. El desprecio envolvía al
pasado. Un nuevo sentido moral y un «elan» nacional surgían de la ciudadanía. Se hallaba
apartada de los organismos del partido; pero se sentía vinculada a la tradición histórica del
Radicalismo. Era el momento de las ideas creadoras, de la rectificaciones fecundas, de la
sintonización de los reclamos nacionales. Y fue, desgraciadamente, un momento que
ahondó la escisión entre el pueblo y la máquina del partido. Divorciada de la realidad,
permaneció insensible a la gran emoción de la hora. No pudo ser de otro modo. En sus
métodos, educación y fines pertenencia a un tiempo superado. En sus manos el partido
carecía de contenido actual.
Quisimos llevar nuestro sentir al escenario partidario. El 20 de febrero de 1944 la
Junta Ejecutiva concretó en un programa las aspiraciones de la Juventud. Reforma política:
estatuto de partidos y de la administración pública, que asegure su neutralidad alejándola
del juego de partidos; el régimen de represión de la venalización de sufragios. Plan
concreto de construcción nacional. No una simple plataforma: un plan, es decir, la
exhibición precisa de los arbítrios, recursos y etapas a cubrir escalonadamente en el primer
período constitucional, destinado a lograr, con la «intervención, la deliberación y decisión
del pueblo», las finalidades esenciales de la transformación revolucionaria de nuestra
sociedad: Reforma agraria. inmediata y profunda; reforma educacional, que abra efectivas e
iguales oportunidades a todos los argentinos; régimen de organización y seguridad social;
política de recuperación económica, con el monopolio del estado, ejercido por sí o delegado
en su caso a cooperativas de consumidores o productores, de servicios públicos,
combustible, energía, seguros, movilización y centralización de los sectores esenciales de la
producción; reforma financiera; política económica, etc. Y para ser órgano de acción
ciudadana, la reconstrucción del partido, la renovación de valores en sus cuadros directivos
y su reestructuración que convierta al hombre del pueblo en actor y no espectador de las
decisiones partidarias. Esta tarea- dijimos- demanda el esfuerzo de todos los radicales, sin
exclusiones, más únicamente podrían encauzarla hombres nuevos con nueva mentalidad,
sin responsabilidad en los errores del pasado. La agitación apasionada de un plan delineado
sobre bases semejantes hubiera proporcionado al partido las grandes consignas de la
movilización popular y cohesionado la difusa voluntad de reformas en un movimiento
arrollador.
El sistema caudillesco dormitaba confiado en sus efectivos electorales. Había
estado veinte años corroyendo el sentido cívico y sumando sufragios en función de afectos,
intereses o servicios, de pequeñas conveniencias de personas o grupos. El régimen
dictatorial no tuvo más que ensanchar o intensificar el sistema, con todos los resortes del
Estado, para recoger los mismos beneficios. La armazón partidaria levantaba sobre estos
cimientos civicamente deleznables, reedito el mito del gigante de los pies de barro. La
lucha por los ideales fundamentales constituía una gimnasia para la cual no tenía vocación
ni entrenamiento la mayor parte de ese ejército electorero. El destino le deparo una suerte
paradojal. La paciente tarea de deformación cívica solo le valió al adversario. Y en la hora
de la prueba, lo único fértil fue precisamente lo que siempre se descartó: la capacidad de
actuar, con prescindencia de los intereses personales, al servicio de principios.
La dictadura utilizó una fraseología revolucionaria, declamó su demagogia
anticapitalista y atacó a la clase dirigente, beneficiandose con su merecido desprestigio
popular. No era un movimiento revolucionario, sino contrarrevolucionario. Solo intentaba
frenar el impulso de transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que
mantuvieron inalterables las relaciones de producción capitalista; una amortiguación en el
régimen del privilegio tendiente a fortalecerlo y a identificarlo con el Estado. Su propio
lider no se recato en confesarlo en su discurso de la Bolsa de Comercio. Nuestra maquina,
aferrada a sus contradicciones de origen, no quiso comprender que estábamos viviendo la
dinámica de una revolución - el episodio argentino de la revolución mundial-, de la cual la
de Junio era una fase negativa, la «revolucion-contra», que llamara Mac Leish, pero una
fase, en fin, del proceso revolucionario. La defensa de sus intereses creados condujo a
nuestra máquina política a la defensa conjunta del sistema de intereses creados que en todos
los órdenes de la vida Argentina, en lo cultural, en lo económico y social, clausura los
horizontes de la República. De representar a la «causa» en oposición dialéctica contra el
«régimen», pasó a ser un sector del «régimen», de la clase dirigente.
En las democracias en lucha, las fuerzas conservadoras pretendieron diferir las
reformas económicas y sociales hasta la derrota del nazismo. «Nada debe interponerse
hasta eliminar la amenaza contra la civilización». Pero el canto de sirena no sugestionó a
los lideres progresistas que sufrieron la experiencia de la otra conflagración. La guerra
debió liberarse con un sentido revolucionario, como condición de victoria. Inglaterra, en
pleno combate por la existencia nacional, libró combate contra el privilegio nacional;
nacionalización de los yacimientos de carbón. Plan Beverdige, reforma educacional. Aquí
la solución fue opuesta. Privó el pensamiento conservador, reincidente en su táctica suicida
de blandir grandes palabras y eludir la lucha contra la injusticia economía. Su gran
preocupación consintió en atraer a los estancieros conservadores, mientras las peonadas,
carne del Radicalismo, siguieron otros caminos. No se trata de errores. A cierta altura de la
vida y de la experiencia universal no se cometen tales errores. Fue una actitud coherente y
consciente, que nacía de una identificación de intereses y de criterios.
La dictadura y la dirección opositora complementaron su juego. Encerraron
mañosamente al pueblo en un dilema irreal. Justicia social, por una parte; poder
constitucional por la otra, cual si fueran términos antitéticos. Una engendró su justicia
social en la abominación de la libertad; la otra, pospuso para un incierto y brumoso mañana
la respuesta a los interrogantes populares. Se refugió en la legalidad, trinchera del «status
quo» económico y social, y debió fracasar porque el «status quo» era indefendible. Así
abandonó al continuismo, que las agitó como señuelos, sin sentirlas, las banderas del
mundo naciente y las consignas tradicionales del partido: la lucha contra la oligarquía y los
imperialismos. En febrero de 1944 - dos años antes-, la Juventud Radical exponía: «Se
intenta un sinuoso planteo: o vieja política o fascismo pseudo-nacionalista. Afirmamos la
falsedad del dilema, que solo nos conducirá a una encrucijada dramática». La previsión se
cumplió, infortunadamente, y el 24 de febrero el hombre de la calle, absorto y confuso,
debió escoger su futuro en el centro de esa encrucijada.

Dentro del cuadro post-eleccionario alienta un factor confortante. La mayoría de


los ciudadanos que entregó sufragios al continuismo tiene nuestros mismos ideales. Se
nutre de nuestras mismas aspiraciones nacionales. No podía conocer la magnitud del
proceso de revitalizado del Radicalismo que está recuperando al partido. Fracasaron las
tácticas, los comandos, el sistema: no los ideales. Pronto comprenderá que corrió tras un
espejismo. Quería una revolución democrática, nacional, de trabajadores. Le ensordeció el
redoble de las consignas históricas de liberación económica y social. Pero la realidad le está
demostrando como respaldan al gobierno todas las fuerzas reaccionarias; cómo, con las
elecciones, concluyó el pregón de reforma agraria; cómo se arrojo el disfraz
antiimperialista, en la negociación telefónica y en el pacto Miranda - Eady; el sistema
ferroviario permanece bajo el control extranjero, la nacionalización de los servicios
públicos, antes declamada, se reduce a la trivialidad de «una moda» y los feudos del capital
internacional restan intocables. El régimen gobernante descubre su verdadera índole. A la
oligarquía terrateniente sustituyó otra, financiero-industrial. El planeamiento propuesto
tiende, ante todo, a intensificar su desarrollo e influencia. Sus hombres de empresa ejercen
poderes de dictadura económica, apuntaban sus privilegios y ubican sus beneficios,
asociándose al Estado en sociedad mixta. Al gremialismo dirigido sigue una cultura
dirigida y constantemente se advierte la confusión totalitaria del Estado y el partido. Asoma
el ideal prusiano de potencia.
Mientras el gobierno descubre su juego, el Radicalismo enfrenta una definición
vital. Esta en marcha la «revolucion-contra», destinada a desarrollar y consolidar nuestra
estructura capitalista. El nuevo régimen se afianza, pactando entendimientos con los
sectores oligárquicos argentinos y extranjeros y tejiendo su propia red de intereses.
El orden de privilegios superado era estático, conservador, quietista, partidario de
la libre iniciativa y la libre concurrencia. El nuevo, dinámico, agresivo, se liga al Estado,
usufructúa su respaldo y se expande bajo las seguridades de su protección.
El partido puede combatir la gestión oficial en nombre de la libertad económica,
señalar sus despilfarros, sus agresiones institucionales dentro del arsenal de palabras y de
ideas de fin de siglo, reduciéndose a un simple movimiento opositor. Y entonces trabajará
directamente en favor del tipo de política que acaba de derrotar a la columna, sin jefe, del
New Deal. Se convertiría en el partido conservador argentino, en la fuerza política de las
derechas, que tanta gravitación ejercieron en su dirección en los últimos años. Se trastocará
en fuerza contrarrevolucionaria, en la equivalencia Argentina del partido republicano de
Estados Unidos o del conservadorismo británico, legalista, institucionalista, amigo de la
libertad en cuanto esta coincida con los intereses de los sectores que tienen la realidad del
poder. A esa posición tiende naturalmente, por inclinación congénita, el sistema de
intereses creados en el partido y fue la que prevaleció en la última década. Este partido
podrá usar su nombre, pero no será la Unión Cívica Radical, tal cual la siente y entiende el
pueblo.
A este gobierno de oposición seudo-democratica fustigó Benes a analizar los
factores del triunfo transitorio de las tendencias totalitarias. «No basta - dijo el lider checo-
con oponerse al autoritarismo, con predicar la democracia o hablar laudatoriamente de la
libertad de los hombres y de las naciones. Debe tenerse una recta concepción de la
democracia como teoría y, a la vez, el valor de poner esa teoría en practica, recta, justa y
valerosamente. De otro modo, todas esas palabras pomposas sobre la democracia no son
más que palabras vanas, palabras y nada más que palabras, para encubrir los vulgares
egoístas intereses de las clases, los partidos e individuos dirigentes».
Se dirá, con entonación romántica, que el partido no puede apartarse de la
trayectoria demarcada por sus fundadores. Los partidos no son otra cosa, en cada época,
sino lo que quieren sus equipos activos. Pueden colocarlos a contramano de la historia o de
su origen. Evolucionan o se extinguen. El partido republicano, con Lincoln fuerza
progresista, ocupa ahora el polo reaccionario. Y en nuestro país, agrupaciones tradicionales
que fueron instrumento de avance ideológico, terminaron diluyéndose en el
conservadorismo. Esta divergencia entre los fines del partido y su sentido popular
constituyó el drama reciente del Radicalismo. Como sus cuadros activos no reflejan el
pensamiento del pueblo radical exigimos voto directo y representación de las minorías. El
hombre del pueblo hubiera mantenido la linea tradicional y el país no habría sufrido las
dolorosas alternativas que derivaron de su desviación.
Puede el partido, en cambio, combatir la gestión oficial, señalando las lesiones que
infiere a los intereses eminentemente populares, la falacia de su obrerismo, sus
contradicciones intimas, sus negaciones de las libertades políticas y culturales mas no como
un mero movimiento de oposición, sino como una fuerza constructora de la nacionalidad
que tiene su propio camino y sus propios fines, y que actúa con objetivos nítidos, con claro
sentido revolucionario, con pasión de pueblo, propendiendo a la transformación
fundamental de las instituciones.
¿Fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria? Detrás de todos los eufemismos,
ahí reside el problema. Si en lo futuro privara el pensamiento conservador, el pueblo habría
de perder definitivamente al órgano fundamental de su expresión política y una nueva
perspectiva sombría se levantará en el país. Si se afirma su sentido histórico, los días serán
de lucha, pero inevitablemente victoriosos para la causa del pueblo. Plantear el problema en
sus verdaderos términos no implica afectar la unidad, como pretenden quienes quieren
cubrir con un manto de palabras la realidad radical. Dos fuerzas antitéticas no se suman, se
restan. No existe unidad sin unidades de doctrina y conducta, ni puede combatirse al
continuismo de la dictadura sin combatirse al continuismo del sistema que trajo la
dictadura.
No hay mejor favor al régimen gobernante que el mantenimiento de las
condiciones que debilitaron al partido ni peor daño que la supresión de esas condiciones. El
Radicalismo no sera una fuerza orgánicamente revolucionaria si no las extirpa de su seno.
No es una lucha contra hombres o grupos de hombres. Es una lucha contra un modo de
pensar, contra un modo de actuar, contra procedimientos y fines que han intentado
desnaturalizar las esencias del Radicalismo, frustrando sus inmensas posibilidades y
provocando sufrimientos irreparables al país. Pero es una empresa seria y difícil. La
resistencia de los intereses creados es tenaz, sutil y poderosa, adopta mil formas
cambiantes, se enlaza con todas las formas de la vida conservadora Argentina, es
implacable cuando dispone de los resortes del poder - dos generaciones radicales fueron
trituradas entre los engranajes de la maquina- y en la hora del contraste que sus
contradicciones intrínsecas gestaron, se agazapa en los vericuetos reglamentarios, se viste
con la túnica de las grandes palabras y clama en su auxilio por los sentimientos de
solidaridad, como si se tratara de un insignificante problema de personas. Levantó como
única bandera, la bandera de la legalidad, para no herir los caros intereses del privilegio y
acudió al comicio decisivo, después de haber violado, en la mayor parte del país, los
principios substanciales de la legalidad interna. Las normas democráticas de la Carta
Orgánica de 1931, a quince años de sanción, no tuvieron plena vigencia, ni tampoco el
compromiso contraído ante la historia y ante el país de la Organización Nacional de la
Juventud dictadas en 1939. Siete años después, la ley del partido no rige en el partido.
Es una lucha seria y difícil. Es una lucha que debe comenzar por librarse dentro de
cada uno de nosotros, pero es la lucha indispensable para la pervivencia del Radicalismo, el
paso previo para dotar al país de la fuerza forjada de su porvenir. La caducidad de la
iniciación de una nueva etapa, solo abre una posibilidad. Necesitamos un nuevo espíritu,
que no es otro sino aquel viejo espíritu con la virtud esencial del civismo; nuevos
procedimientos que solo exciten en la ciudadanía los sentimientos de responsabilidad
nacional; una nueva estructura, que otorgue siempre el poder de decisión, clara y
concretamente, al hombre del pueblo, en quien creemos y confiamos; y una permanente
decisión de lucha contra todos los intereses y todos los privilegios, por la creación de las
condiciones del desarrollo nacional y del bienestar social, de la liberación política,
económica y cultural de nuestros hombres y mujeres: una democracia humanista y militante
en la tierra de los argentinos. Es una gran tarea para un gran partido. Vive en la gesta de sus
fundadores; en los sacrificios de los millares de combatientes abnegados y anónimos que
consagraron sus vidas al servicio de este ensueño de redención nacional; en la esperanza de
los seres humildes que pueblan nuestros campos y ciudades. Con fé profunda en su futuro y
en la prevalencia final de nuestros ideales, con la voluntad encendida de consumar los
duros trabajos de un país, levantemos al viento la vieja bandera radical y marchemos hacia
el porvenir.
4. Introducción a los mensajes de Yrigoyen

Prólogo al tomo II de la obra «Hipólito Yrigoyen,


pueblo y gobierno». Editorial Raigal, Buenos Aires
1951.

En sus mensajes inaugurales del Congreso, Yrigoyen refleja cabalmente su espíritu


y su concepción política. No se siente conductor ni inspirador de su partido, sino de un
supremo esfuerzo de la nacionalidad por constituirse definitivamente. Había nacido en el
año de Caseros y participado, en su mocedad, en las luchas políticas de su tiempo. Las
posibilidades y los objetivos inmediatos atraparon en los vericuetos del camino a casi todos
los hombres dirigentes de esa etapa de existencia nacional; mas él permaneció firme,
fielmente adherido al gran propósito de organizar la República, no en sus formas y ritos,
sino en sus esencias e ideales. Así llego hasta nosotros, como una proyección del espíritu de
las horas iniciales. Sin comprender a este espíritu, que es la clave de interpretación histórica
Argentina, no comprenderemos a Yrigoyen ni al Radicalismo.
¿Quisieron los fundadores de la nacionalidad segregarse de España para crear
simplemente un país más? Otra es, por fortuna, la magnitud de nuestra revolución. Su
grandeza reside en el aliento universal que la posee, en la decisión de confundir en un ideal
nacional, el ideal de enaltecer la condición del hombre. En el conflicto milenario que
enfrenta al mundo de las cosas, y del poder de la fuerza que le son ajenas, con el mundo
moral de los hombres y su ansiedad y angustia de justicia, el pensamiento de Mayo alza las
banderas de una vida nueva, en la que resplandece límpida la dignidad del hombre, y
despliega un proceso paralelo de emancipación nacional y de emancipación humana. Por
eso no se detiene en los confines del país y se lanza hacia otras latitudes para combatir por
la misma esperanza. Nadie revela el latido íntimo de la voluntad revolucionaria, con tanto
vigor expresivo como San Martín, que proclama la independencia de Chile ante «la
confederación del genero humano» y define, en Perú, la causa Argentina como «la causa
del genero humano».
Esta identificación con una causa, erigida en móvil de la nacionalidad, nos
caracteriza y distingue de los paises europeos, que fueron preexistentes a los ideales que
prevalecen en su seno. Un europeo puede contrariarlos, sin dejar de ser patriota, porque su
patrimonio fluye ante todo, de su amor a su tierra natal. Un francés sigue siendo buen
francés al margen del legado de la Gran Revolución, pues Francia, antes del 89, era ya
Francia con propia significación, por su desarrollo histórico y sus aportes a la cultura y al
progreso de la civilización.
La situación Argentina es distinta. Un argentino no puede ser buen argentino en
oposición a las inspiraciones que promovieron nuestra formación nacional, porque la patria
Argentina se constituye precisamente para realizar la concepción de vida formada en esas
inspiraciones. El patriotismo argentino no es sólo el sentimiento que nos vincula al rincón
del mundo en que vimos la luz primera y nos liga en un haz indestructible a sus tradiciones,
recuerdos, perspectivas y emociones. Es todo eso, pero fundamentalmente a los principios
de justicia y libertad que dieron nacimiento a esta tierra, a «las finalidades de la Nación», al
decir de Yrigoyen. Antes de esos principios no existía la Argentina; existía la Colonia.
Suprimidlos; suprimiréis el origen y la razón de ser de nuestra patria. Regresaría el sentido
de la vida contra el cual ella insurgió; es decir, la negación de la Argentina.
A través de las generaciones frustrase el destino argentino; ora los mirajes
europeizantes de quienes desconocen la índole de nuestro pueblo; ora el rebrotamiento de
las raíces coloniales en la contrarrevolución agazapada o convertida en tiranía. En los
pródromos del 80 concluye el ciclo de los partidos que contienden desde la caída de Rosas,
y se consolidan en un régimen los grupos oligárquicos, - «variantes de una misma
ignominia»-, que, preválidos de los resortes del poder, privan al pueblo de su derecho y
desvían a la comunidad de sus fines. Como una bandera ensangrentada por el sacrificio de
tres generaciones queda la Constitución, que condensa la filosofía política de Mayo y
delinea en su preámbulo y en su ordenamiento jurídico las direcciones y los métodos de la
República. Pero es una ficción más, en el conjunto de ficciones grato al «régimen falaz y
descreído», que gusta enmascararse con el ropaje de las instituciones y recita las formulas
de la Constitución, mientras la torna en cuerpo inanimado vedando al pueblo el ejercicio de
la soberanía.
Con el 90 comienza la misión de Yrigoyen. Siente el clamor defraudado de la
historia y concibe la Unión Cívica Radical no como un partido más: como la congregación
de los argentinos en defensa de los ideales de la nacionalidad, con el espíritu religioso y
romántico de una cruzada. Retorna el cauce originario y reasume la empresa constituyente
de la Nación, en la Causa, en la acepción certera del Libertador.
He aquí trazadas las lineas divisorias. Por una parte, el «Régimen», con sus
«figuraciones y desfiguraciones», con el aparato del Estado en sus manos, con todo lo que
significa riqueza, fuerza, goce y usufructo; de la otra, «la Causa», el esfuerzo de los
radicales que se apartan del poder y sus grandezas, se repliegan en su conciencia histórica y
ratifican en la abstención, o en la apelación heroica a las normas, su fé en la Argentina, que
no es un mero país, sino un programa y un sentido de vida, cuyo protagonista debiera ser el
pueblo redimido en su personalidad.
Este ideal del Radicalismo, como concitación de las fuerzas morales en un
movimiento nacional, que es la predica permanente de Yrigoyen, alienta en cada uno de sus
mensajes. No es su llegada al gobierno lo que subraya en el de 1917. Es la reafirmación de
la República «que ha conquistado sus poderes» y «acaba de culminar un magno esfuerzo
reparatorio con el primer gobierno legitimo surgido del comicio que fuera conculcado
durante más de un tercio de siglo».
Señala el cambio esencial en una contraposición definitiva: «La Nación ha dejado
de ser gobernada para gobernarse por sí misma, en la integridad augusta de sus preceptos
fundamentales». Yrigoyen abriga la convicción profunda sobre la aptitud y el derecho del
pueblo a reconstruir su destino. Basta remover los obstáculos que la constriñen, liberando
las energías latentes en la sociedad; en tanto que las oligarquías de todos los matices
pretenden mantenerlo bajo tutoría, rigiéndose con la imposición de su propio criterio,
resguardado «en la integridad augusta de los preceptos fundamentales», es uno de los
dogmas que Yrigoyen infundió al Radicalismo.
Habían transcurrido más de cien años de la Revolución; se necesitó medio siglo
para concertar la Constitución, columna vertebral de la República, y recién al cabo de otro
tanto, la Carta Fundamental habría de adquirir validez al constituirse el pueblo en sujeto
activo de la vida nacional. Se cerraba el proceso histórico abierto en 1810 y cumplíase la
promesa inicial. Yrigoyen se vuelve hacia el amargo panorama: «Hemos llegado así a la
plenitud de nuestros ensueños patrióticos». Y en el mensaje de 1921, repite: «No terminará
el actual período sin que contemplemos plenamente realizado el ideal republicano con que
soñaron los fundadores de la nacionalidad».
Ese era el sueño de Yrigoyen, definido en una palabra: la Reparación, es decir, «la
reintegración de la nacionalidad sobre sus bases fundamentales». Para esa función
eminente, que predicó como un alucinado, «para dignificar ante todo la vida Argentina», se
sabe titular de una «magistratura» o de un «mandato histórico». Es el concepto que
corresponde a la doctrina de la Reparación y que subraya en 1921: «Se bien que no soy un
gobernante de orden común, porque en ese carácter no habría poder humano que me hiciese
asumir el cargo».
No venía a realizar un gobierno, Así fuese un gran gobierno desde el punto de
vista normal; venía al cumplimiento de una misión superior enraizada en los orígenes de la
nacionalidad. «La nueva época se caracteriza por una renovación de todos los valores éticos
y constitutivos», dirá el mensaje de 1917. La Reparación será ante todo moral, -
«desagraviada la Nación en su honor y restaurada la soberanía»-, institucional en sus
formas, y cultural, económica y social en su contenido, para que el pueblo fuere dueño de sí
mismo y organizase su vida en función de justicia. Bajo su égida la causa sanmartiniana,
«la causa del genero humano», encontraraáámbito geográfico y mundo moral.
Ni la oligarquía ni la clase dirigente creen en esta empresa nativa de contornos
históricos, ni piensan en la Argentina como un mensaje tendido hacia la humanidad. No
creen sino en el orden material de nuestro suelo, ni perciben las vibraciones de nuestro
espíritu. Habían venido cantando las voces del Himno y repicando con las palabras de la
Revolución, más despojándolas de contenido hasta convertirla en odres vacíos y un ritmo
maquinal. Cuando comenzaron a oirlas, restituidas a su autenticidad, transfiguradas por el
dolor y la esperanza, siguieron sonando en sus oídos a vagas abstracciones. Por eso ni la
oligarquía ni la clase dirigente entendieron el espíritu de los mensajes de Yrigoyen y
ridiculizaron su lenguaje. Pero el pueblo los comprendió, y sintió en su convocatoria,
sublimada por los sufrimientos de la lucha, el despertar de los anhelos inexpresos y
comprimidos que alientan y moran en el corazón de los hombres.
En sus mensajes inaugurales Yrigoyen plantea los grandes temas de su gobierno.
El pueblo, como fuente de los poderes; el concepto radical del Estado y de la democracia;
el sentimiento de la solidaridad nacional y la preservación «en el alma del pueblo del amor
y el respeto hacia lo que constituye nuestro patrimonio histórico»; su posición ante la
Sociedad de Naciones «para asegurar la paz de la humanidad», «la energía con que sostiene
los derechos inalienables de la soberanía Argentina, reconocidos y respetados en su altiva
neutralidad» y «la identidad de origen e ideales de los pueblos de América», «cuya armonía
será resultante de la independencia de criterio»; la defensa de la salud moral y de la salud
física, y de «la condición moral y económica de los hogares», «elementos primordiales y
factores constitutivos del bienestar de las sociedades y de la grandeza de los pueblos»; la
educación popular y el «espíritu nuevo» del régimen universitario; las nuevas exigencias de
la «justicia social y común» que deben erigir nuestra «Constitución social»; la subdivisión
del suelo y la radicación de los colonos; la defensa de la producción y de la industria,
«puntos capitales del programa de este gobierno, que cifra en la actividad fabril la
independencia economía que el país anhela conquistar», en suma, las grandes lineas de una
construcción nacional de valor humano que enmarcan la transformación querida por la
Unión Cívica Radical.
Junto a estas preocupaciones, que hacen al porvenir argentino, adviértense,
tratados en primer plano, dos cuestiones vinculadas al proceso de reordenamiento
institucional: la significación de las intervenciones enviadas a las Provincias para
reconstruir sus gobiernos sobre la base del sufragio popular y la obstrucción del Congreso a
la legislación proyectada por el Poder Ejecutivo. Las dos preocupaciones tienen un mismo
origen: el ingreso del Radicalismo a la legalidad ficticia del régimen.
Este ingreso no se encontraba en el plan ni en las ideas que Yrigoyen fue
madurando a medida que el curso de los acontecimientos esclarece su juicio. Su mente era
la revolución radical; el pueblo organizando la legalidad autentica, al reparar el origen de
los poderes, para promover «la reconstrucción fundamental de su estructura moral y
material, vaciada en el molde de las virtudes originarias». Este pensamiento guía la
conducta de la Unión Cívica Radical y mueve la gestión revolucionaria que la caracteriza.
En 1910 se producen las entrevistas entre Yrigoyen y el presidente electo, Roque Saenz
Peña, que provocan el cambio sustancial del cuadro político. Saenz Peña ofrece la
coparticipación en el gobierno para afrontar las reformas postuladas por el Radicalismo.
Yrigoyen rehúsa el poder y acepta colaborar en el examen de las medidas necesarias a la
protección de las libertades cívicas. Se establecen las bases de una nueva era de
pacificación y legalidad; reforma electoral con el padrón militar e intervención a todos los
Estados, para garantir los comicios. De las sucesivas renovaciones partiría la legitimidad de
los futuros gobiernos provinciales y la representación nacional. Yrigoyen logra la demanda
previa del Radicalismo: el rescate de la soberanía popular, sin sacrificios de sangre. Saenz
Peña desarma la revolución radical y le abre un cauce institucional.
La reforma electoral se sancionó, pero las intervenciones no se dictaron.
Encastilladas en sus feudos las oligarquías provinciales les habrían de reincidir en el fraude.
Interviénese Santa Fe, por un conflicto interno. La Unión Cívica Radical debe determinar
su conducta. Yrigoyen sostiene la abstención. No se ha cumplido en su armoniosa
integridad el plan previsto para afianzar los derechos del pueblo. Pero la Convención
Nacional, en la que habíase hecho fuerte la tendencia posibilista, resuelve la concurrencia.
De ésta decisión, que tuerce la línea del Radicalismo, nacen consecuencias que configuran
el drama argentino de las últimas décadas. Los cuarenta años grávidos de sucesos,
transcurridos desde 1911 hasta ahora, muestran la claridad política de Yrigoyen. Desde la
perspectiva actual resulta evidente que el régimen hallábase en trance de caducidad cuando
la Convención Nacional cedió a la atracción electoral, y que, en pocos años más, - un breve
lapso en el tiempo histórico- habríase impuesto el concepto revolucionario y el país hubiera
ahorrado el cortejo de vicisitudes sobreviniente.
El Presidente Yrigoyen pudo cumplir el mandato del «veredicto nacional»
enviando las intervenciones que se establecieran con Saenz Peña, para «restaurar la
legitimidad de las representaciones públicas». Pudo asegurar las libertades políticas y la
verdad del sufragio en todo el territorio de la Nación, pero no pudo efectuar la
reivindicación económica y social del pueblo, sino en los limites del poder presidencial.
Desde sus reductos legislativos las expresiones políticas del privilegio traban el desarrollo
de la gestión renovadora. En 1918 el Radicalismo obtiene mayoría de la Cámara joven,
pero el Senado del «Régimen» sigue bloqueando la transformación de Yrigoyen, a fin de
conservar intacta la armazón jurídica representativa de sus intereses económicos y sociales.
La convivencia entre el poder legitimo y los poderes espurios no se ajusta al
pensamiento de Yrigoyen, pero debió consentirla, ante la decisión de los órganos superiores
de la Unión Cívica Radical. «Todo lo que sea de orden ilegitímo, tiene necesariamente que
derrumbarse», había de decir, fijando su concepto, en el mensaje de 1919. Y en el decreto
de intervención de La Rioja, reafirma su tesis revolucionaria sobre la invalidez jurídica de
los actos de los «gobiernos de hecho», como les llama repetidamente. «En cuanto a las
autonomías provinciales - expone-, ellas son atributo de los pueblos, y no de los gobiernos,
y menos de los que detentaron la representación publica y su derecho soberano. No se
puede argumentar, pues, moral ni jurídicamente, con la autonomía de los Estados, para
sostener la aplicación actual de las leyes de su pasado. La autonomía es lo que recién ahora
se ha de consagrar; y cuando ello se consiga, habrá llegado el momento de amparar a sus
gobiernos y respetar sus leyes». Este habría sido su criterio.
El Senado del «Régimen» y del Frente Unico fue el reducto infranqueable de la
oligarquía durante sus dos gobiernos. Cuando encontrábase en vísperas de obtener una
mayoría que permitiría sanciones esenciales, se produce el golpe de 1930. Desde entonces
regresa el «Régimen», con nuevas modalidades, ofreciendo el cambio alternativo de los
términos de un mismo binomio: libertades publicas sin sufragio, o sufragio sin libertades
públicas.
El jaqueo a las reformas de Yrigoyen fue implacable. Constituyó la expresión
despiadada de una clase que se aferra al statu quo y permanece insensible ante los
padecimientos del pueblo y de la nacionalidad. El daño inferido al desarrollo nacional surge
de la sola enunciación de los proyectos orgánicos de Yrigoyen, frustrados por la oposición
legislativa. Problemas del trabajo: reglamento del trabajo ferroviario; asociaciones
profesionales; contratos colectivos, con los consejos de tarifas; de conciliación y arbitraje;
salario mínimo; Código de Trabajo; fomento de la vivienda; jubilaciones y pensiones de
empleados y obreros del comercio, la industria, el periodismo, etc., convertido en ley Nº
11.289, que derógase en el período siguiente. Problemas agrarios: Banco Agrícola
Nacional, presentado en 1916, modificado en 1919 y reproducido en 1921; fomento y
colonización mixta agricolo-ganadera; cooperativas agrícolas; locación agraria y juntas
arbitrales del trabajo Agrícola. Problemas educativos: ley general de enseñanza, cuya
necesidad señala Yrigoyen en cada mensaje; plan de edificación escolar para toda la
República; asociaciones cooperadoras de educación. Problemas económicos: régimen de
explotación del petroleo, presentado en 1916, modificado en 1919 y reiterado en 1921;
creación de la Marina Mercante Nacional y astilleros navales; navegación fluvial y costera;
plan de vinculación ferroviaria de las Provincias del norte y del oeste, al cual refiérese el
mensaje de 1922, en una emocionante apelación a la solidaridad nacional. Problemas
financieros: creación del Banco de la República, destinado a estimular la producción y el
desarrollo económico, en cuyos fundamentos afirmase que el primer deber del Estado es
afrontar la construcción económica y que a la moneda y al régimen bancario están
supeditados la vida, el desarrollo y el valor de la producción nacional; impuesto a los
réditos; reforma impositiva, con la desgravación de los territorios de La Pampa, Chaco y
Misiones.
En el segundo gobierno malógranse la nacionalización del petroleo, como pieza
fundamental del proceso de industrialización y emancipación económica; el convenio de
créditos recíprocos con Inglaterra; la reforma a la ley de arrendamientos agrarios y al Banco
Agrícola Nacional, reclamado desde 1916 para subdividir la tierra y prestar colaboración
económica a los productores agrarios.
Cuál no había sido de justa, próspera y ejemplar la situación Argentina se desde
hace treinta y cinco años, rigiese esa legislación, junto a aquella que se aprobó ante la
presión popular, y a las decisiones que el Poder Ejecutivo adoptó dentro de sus facultades,
que bastaron, sin embargo, para promover una transformación fecunda en las condiciones
de la existencia nacional. ¿Revestiría acaso su candente gravedad el problema de la tierra si
en 1916 hubiera comenzado el proceso nacional de subdivisión y colonización, aún no
iniciado sino en dosis homeopáticas? ¿ A que justicieras e insospechadas renovaciones
asistiríamos en el campo social, si desde 1919 funcionasen los mecanismos institucionales
rectores del contrato colectivo de trabajo y de la conciliación y arbitraje, que debieran
actuar, por exclusiva virtualidad de los derechos obreros, y si desde 1921 se aplicare el
Código de Trabajo y desde 1922, el régimen general de Jubilaciones y pensiones?
Yrigoyen ocúpase en sus mensajes de la contumacia obstruccionista con elevación
y serenidad sorprendentes. Responde con el planteamiento público de grandes cuestiones, y
cuando la actitud del Senado llega a detener el funcionamiento normal del gobierno,
proyecta someter las divergencias entre los poderes políticos al arbitraje de la Suprema
Corte, a tal punto prevalece en su animo la razón de Estado, aún sobre sus más caras
aspiraciones de gobernante: «No tuve nunca una palabra de reproche en ningún sentido -
dirá en uno de los memoriales de Martín García-, sino de las más altas concitaciones para el
bien de la Nación», y «nunca tomé medidas ni envié al Congreso proyectos o mensajes que
no llevaran impreso el sentimiento de la solidaridad nacional». Agrega que jamás se sintió
inducido a invadir las esferas de los otros poderes ni a buscar su concurso por medios
artificiosos, «prefiriendo el vacío o la negativa a la labor común, porque toda mi acción fue
siempre de enseñanza en principios y doctrinas».
Desde el Senado y la Cámara de Diputados, desde la prensa y la judicatura, desde
las posiciones clave del mundo económico y de la «inteligencia, la oligarquía le combate
acerbamente, perturba su obra, agota los recursos de agitación. Todo el país es un ágora
inmensa. Nueve décimas partes del periodismo le ataca con saña, le zahiere, le tuerce sus
palabras y retuerce sus propósitos. Caricaturistas y revisteros afilan sus lápices e
intenciones. La ofensiva alcanza su máxima cuando se pretende la participación Argentina
en la guerra. La neutralidad de Yrigoyen, de genuino corte sudamericano, irrita a los
sectores del privilegio nacional e internacional y a quienes miran desde el país hacia afuera,
y no a su jugosa intimidad, a sus sueños y a su destino. El Presidente calla. En cada uno de
sus mensajes ensalza la función insigne del poder judicial. Escoge interventores entre los
jueces, que ya lo eran antes de ejercer el gobierno. No se enturbiará con una represalia. No
adoptará una medida represiva, ni siquiera intentará defenderse. Conoce al pueblo y confía
en el pueblo. Prisionero en Martín García, podrá decir que «nunca, ni en ningún caso o
circunstancia alguna, se arrestó a nadie, ni se suspendió un diario ni se tomó medida
coercitiva alguna, no obstante el maremágnum de rebeldías, diatribas y procacidades».
Yrigoyen calla. Confía en el pueblo. En la hora de la opción había preferido la
conciencia de su apostolado a la fugacidad del poder, apenas «una realidad tangible». No
seria el pueblo quien habría de impedir la consumación de su obra. En las sombras
movíanse otros factores, en la lucha eterna como los días del hombre, entre quienes estrujar
y quienes quieren extender el radio de la libertad y de la dignidad humana. En el pueblo
quedarían su vida; su modo de concebir a la República Argentina, la causa que alentó sus
sueños, como una grande y límpida bandera de redención y de esperanza, «como una
espiritualidad que perdura a través de los tiempos».
II
EL PAIS Y EL PUEBLO
1. El Primer Deber

Editorial publicado en el periódico


«Intransigencia», año 1 número1,
15 de mayo de 1955.

Nuestro primer deber como radicales consiste en definir nítidamente qué tipo de
país queremos construir, pues sólo al aliento de los grandes móviles de una justiciera
realización nacional el pueblo aceptara los duros sacrificios impuestos por la lucha que
libramos. Que no haya un argentino, por humilde que sea, que no sienta con certeza como
serán los perfiles de la sociedad que edificaremos; como la organización de la economía,
del trabajo y la cultura; como será la vida de los hombres, que tienen el derecho y el deber
de saber que será de su destino. Problema de doctrina y de conducta; sin aquella, no se nos
comprenderá; sin esta, no se nos creerá.
Mientras ese objetivo vital no se alcance, y la perspectiva argentina se
desnaturalice en la lucha en favor o en contra del régimen, el país seguirá corriendo los
riesgos de permanecer en la demagogia o de caer en las asechanzas de la reacción. O de lo
que sería aun peor para su futuro, en la desvirtualización del Radicalismo, que es un peligro
mayor, porque de la demagogia o de la reacción podrá la república liberarse tarde o
temprano si la Unión Cívica Radical, fiel a su origen y a su entraña popular, conserva la
esperanza del pueblo, pero si esta se pierde, todo será sombras y confusión, como aconteció
en los días cercanos que trajeron tan dramáticas consecuencias.
¿Quienes se benefician con el desdibujamiento de las finalidades concretas del
Radicalismo? En primer término, las tendencias totalitarias, porque la imprecisión de los
fines priva al pueblo de fe en los propósitos creadores de la democracia y facilita las
falacias de aquellas. En segundo lugar, las fuerzas de la reacción económica y social, que
sueñan, que con la expansión sin frenos de sus privilegios; y por último, y por qué no
decirlo, aquellos correligionarios cuyo espíritu conservador elude compromisos con el
mañana, que pretenden consciente o inconscientemente apartar al Radicalismo de su deber
histórico y de su médula popular para convertirlo en un partido más, que defienda a la
libertad sin contenido profundo y a la democracia restringida a sus aspectos formales, sin
advertir que por ese camino tantas democracias cayeron en la ciénaga dictatorial. Y si esto
es valido cuando se intenta soslayar definiciones, lo es mucho más, cuando se ensaya la
adopción de posiciones reñidas con el desarrollo nacional y el bienestar social.
En esta red mañosa de intereses antiéticos, que se combaten entre sí, pero que se
integran y complementan en el esfuerzo de trabar el avance del verdadero Radicalismo, la
que oscurece los horizontes de nuestro país y mejor contribuye al mantenimiento de la
situación actual. De ahí que sea ineludible el examen de nuestra realidad a la luz de la
doctrina radical y que el debate interno para esclarecer el pensamiento radical constituya el
más alto servicio a la democracia argentina.
Debemos mirar ante todo hacia adentro, hacia la Unión Cívica Radical, en el
convencimiento de que para salvar a la Argentina es necesario templar previamente el gran
instrumento cívico de su redención política y social. Creemos en el poder de las ideas y
confiamos plenamente en la capacidad de nuestro pueblo y del Radicalismo para elevarse a
las responsabilidades de la construcción nacional. Con estas convicciones plantearemos
ante su conciencia las cuestiones que hacen al porvenir de la República y de la Unión
Cívica Radical.
2. En la Línea de Yrigoyen

Editorial publicado en el periódico


«Intransigencia», año 1 número2,
15 de junio de 1955.

Dos son las conductas que se plantean en el partido. ¿Debe limitarse a la critica de
los actos oficiales, o la denuncia de las agresiones que cometen contra los derechos y
libertades del pueblo, debe acompañarse de la nítida expresión de nuestras proposiciones
acerca de los problemas fundamentales de la República? La cuestión toca en su medida
misma a la función de la Unión Cívica Radical. ¿Puede reducirse a ser la oposición, es
decir, un partido más, en negación del concepto de Yrigoyen, o su «mandato histórico» es
la construcción de la nacionalidad, conforme a los rumbos trazados por los fundadores? ¿Es
un simple movimiento negativo de este régimen o de otros anteriores, o una concepción
afirmativa de la vida argentina? En torno de este dilema, que suele presentarse en distintas
formas, originóse el debate en los episodios de la existencia partidaria.
La primera posición es la ansiada por el pensamiento conservador. Elude
definiciones de futuro; no implica compromisos con el pueblo. Oposición y nada más que
oposición, y sólo en los temas que no provoquen discrepancias. Bajo nuevas formas,
implica la reedición de la Unión Democrática, esta vez sin pactos entre partidos, por
agrupamiento espontáneo de ciudadanos coincidentes en su actitud opositora. Con ciertas
apariencias seductoras encubre sus proyecciones autenticas. En primer termino, para ese
objetivo se hace indispensable la exclusión de los problemas esenciales, aquellos que
suscitan divergencias por afectar la estructura social. Así se les pretende alejar de la
conciencia política del pueblo, a fin de que no encuentre obstáculos la prevalencia de los
intereses creados, fuertes, coherentes, entrelazados entre sí, más poderosos que el pueblo
cuando este se halla disperso en la confusión ideología.
Yrigoyen jamas aceptó semejante política. Después de su muerte, ella se impuso
con las nefastas consecuencias que ha sufrido la República. La lucha formal contra el
fraude y nada más que contra el fraude pospuso las reivindicaciones económicas y sociales,
desarmó al espíritu del hombre del común y al desdibujar los horizontes de la batalla
política, facilitó el advenimiento de los discrecionalismos que se turnaron en el control del
país. Luego, en 1946, al constreñir la acción a la defensa del orden constitucional,
abandonó las banderas del mundo naciente al continuismo, que las utilizó gozoso como la
mejor contribución para el éxito de sus designos. Una tercera experiencia sería una tercera
inevitable derrota, pués sin los grandes móviles de una justiciera construcción nacional no
habría en la resistencia la voluntad de sacrificio indispensable para superar los recursos de
la fuerza. A menos que se confiara en factores extraños al pueblo, en cuyo caso el resultado
sería azaroso o igualmente deleznable porque aquellos factores con su obrarían propia
mentalidad, y no con la del pueblo.
Supongamos por un instante, por reducción al absurdo, que esa política pudiere
llevar al poder. Sin haberse formado una conciencia colectiva en torno a los asuntos vitales,
recién entonces se suscitaría un debate turbulento, nada menos que sobre las cuestiones que
configuran la crisis de nuestra época. En ausencia de una opinión organizada sobre ideas
concretas, lo que solo puede lograrse en la paciente labor del tiempo, se abrirán las
perspectivas ciertas del caos y del predominio final de los intereses conservadores, que
ejercen el poder económico y retienen posiciones clave que permiten un rápido despliegue
de su gravitación social. En cortejo inexorable llegarían, como ya llegaron en otra
oportunidad, la decepción popular y la subsecuencia demagógica. Otros veinte años de
frustración de la Argentina; otros veinte años de vigencia del privilegio. Contra esta
tentativa antirradical combatiremos con todas las potencias de nuestra alma.
La grande e ineludible tarea consiste en el adoctrinamiento del pueblo, en ligarlo al
espíritu y a las ideas del Radicalismo, en «realizarlo», en formar cuadros de militantes con
convicciones íntimas sobre las transformaciones postuladas, para que el pueblo y conjuntos
directivos emanados de una plena identificación, solidarios hoy en la lucha, al asumir las
responsabilidades del país, realicen la revolución radical, el reordenamiento de la vida
argentina en función de justicia y libertad, que constituye la promesa histórica de la Unión
Cívica Radical.
3. Los Agrarios.

Discurso pronunciado en la ciudad de Tandil, el 11 de


noviembre de 1950, al inaugurar el Primer Congreso
Agrario organizado por el Comité de la Provincia de
Buenos Aires de la Unión Cívica Radical.

Este primer Congreso Agrario del Radicalismo de Buenos Aires se reúne en un


momento excepcional. Se hallan en crisis las viejas estructuras morales y materiales del
país, como parte del proceso revolucionario que es signo de la época y muestra el fracaso
de las escalas de valores y de los fines de vida que no se ajustan a «la causa del genero
humano», conforme a la expresión magnífica del Libertador, que bien puede constituir el
lema de nuestra tierra.
Esta crisis no ha sorprendido a los argentinos identificados con el sentido de
nuestra patria en el querer de los fundadores: ámbito de la libertad y de la dignidad del
hombre; ni encuentra desarmado el espíritu de los radicales que concebimos a nuestra
milicia cívica como la fuerza formadora de la nacionalidad así entendida. Si para nosotros
esos fines son indeclinables, los medios pueden variarse, pues son instrumentos y, cual
sostiene nuestra Profesión de Fe Doctrinaria, «variables son las condiciones sociales de la
realización nacional». Y he aquí a los representantes de los radicales de la campaña de
Buenos Aires, que han interrumpido los duros menesteres de la producción agraria, para
congregarse y examinar como puede organizarse en justicia y decoro la existencia del
hombre del campo y como movilizarse plenamente los recursos del sector vital de nuestra
economía en cumplimiento de los grandes objetivos nacionales y humanos de nuestro
pueblo.

Frustración de inmensas posibilidades.

Vivimos una realidad agraria que denuncia un pronunciado desequilibrio


económico y social y exhibe la frustración de las inmensas posibilidades de nuestro suelo.
Se inició con la dilapidación y apropiación de la tierra pública, que era fundamentalmente
riqueza argentina. «Su historia desastrosa mantiene una acusación ilevantable sobre los
gobiernos del pasado» - dijo Yrigoyen-, y agregó «que fue enajenada a precios viles, sin
plan ni concierto, sufrayéndola a sus convenientes destinos económicos para hacerla servir
a los extraordinarios enriquecimientos privados que se obtuvieron a expensas de la fortuna
nacional».
La acumulación de la tierra en pocas manos selló nuestro destino. El país pagó
sacrificadamente, durante varias generaciones aún y seguirá pagando el precio del rescate
para el trabajo de los argentinos de aquellas vastas extensiones, que debieron ser patrimonio
del pueblo para el desarrollo nacional y el bienestar social y fueron, en cambio, fuente del
privilegio económico de minorías casi siempre vinculadas a las expresiones turnantes del
poder político.
La afluencia de los inmigrantes, las necesidades del cultivo de los campos, el
propósito de utilizar el valor creado por el esfuerzo colectivo, el pródigo de las rentas y el
orden jurídico hereditario, promovieron la subdivisión y dieron aspectos nuevos al régimen
agrario, más no alteraron sus bases originarias, que influyeron decisivamente en la
deformación de nuestra economía.

La nueva colonización.

Las característica de la evolución ganadera, y posteriormente de la agrícola, la


insuficiencia de población, la reducida actividad manufacturera, legado de la Colonia y de
las luchas por la organización nacional, orientaron la producción a la demanda extranjera de
corto número de materias primas. A los cueros y sebos sucedió la carne salada, y después
del ensayo de Tellier y de la instalación del frigorífico de Terrason en San Nicolás, se
impuso la carne congelada. Mientras tanto se interpusieron las corrientes exportadoras de
ganado en pié a los paises vecinos, y quedamos supeditados a mercados lejanos, nuestros
únicos compradores de carnes y cereales. Desde las nuevas metrópolis la expansión
capitalista forjó la nueva colonización. Transportes, concesiones, créditos, inversiones,
monopolios comercializadores e industrializadores dieron coherencia e integración al
sistema, apuntalado por una clase dirigente copartícipe de sus beneficios.
Dentro de la órbita capitalista universal y de acuerdo a la teoría, grata al
imperialismo, de la división internacional del trabajo, teníamos «rol» asignado. Debíamos
ser exportadores de materias no elaboradas, a bajo costo, y de rendimientos seguros a los
inversores extranjeros, y debíamos ser compradores de los elementos industrializados que
nos permitieran satisfacer las exigencias suscitadas por la civilización y el progreso técnico.

El nuevo espíritu del radicalismo.

La gesta emancipadora de la Unión Cívica Radical promovió en todos los frentes


la lucha por la recuperación nacional. Oyóse un nuevo idioma. «No escapa al Poder
Ejecutivo - dice Yrigoyen- que puede pretenderse que la resolución de estos fenómenos
debe dejarse al libre juego de los propios intereses que los rigen. Pero el espíritu nuevo que
guía al gobierno de la República, considera que uno de los primordiales deberes de la alta
razón de Estado es la seguridad, en cuanto sea posible, de todos los intereses nacionales».
«No solo debe ayudarse al colono en las horas angustiosas. Debe también resguardársele de
los monopolios expoliadores».
El Estado reivindica la tierra pública no enajenada, crea condiciones sociales y
económicas para un más alto standard de vida, actúa en el servicio de los productores y les
garantiza colocación a sus cosechas y precios mínimos remuneradores sin apropiarse de los
frutos del trabajo ni exaccionar a los pueblos europeos, que restañaban las heridas de la
primera guerra mundial. En el Congreso se bloquea al Presidente y quedan sin sanción los
proyectos sobre Banco Agrícola, Marina Mercante y Astilleros Nacionales.

Retorno de la política colonialista.

El golpe de septiembre impide el cumplimiento del plan de Yrigoyen que tras la


nacionalización del petroleo había resuelto enfrentar radicalmente el problema de la tierra,
como piezas maestras de la transformación agraria y de la industrialización, que no son
términos opuestos, como cuando se quiere edificar a la una sobre los despojos de la otra,
sino que se articulan y complementan en el proceso creador y liberador de nuestro país. No
en balde coinciden la oligarquía terrateniente y las fuerzas del imperialismo. Regresó la
política colonialista y su color de asegurador la venta de las carnes se formalizó en Londres
el sometimiento concretado en pactos y leyes lesivas a nuestra soberanía y a nuestro
desarrollo económico.
Dentro de esas grandes líneas se fue desenvolviendo la clase agraria. Necesitábase
producir cereales y carnes. Interesaba la ganancia inmediata y no el establecimiento de una
ecuación economico-humana eficiente y digna. Se clavaba el arado sin consultar las
condiciones de productividad y sin otro incentivo que la perspectiva de lucro. La mayoría
de los productores tienen comprometida gran parte de su labor en el sostenimiento del
privilegio de una clase rentista formada por el usufructo de los arrendamientos. Toneladas
de humus desintegrado por las aguas corren al mar y son arrastradas por el viento. Las sales
minerales llevadas por las cosechas no se reponen y ha comenzado el agotamiento de
campos que no se explotan para organizar la vida, sino para extraer la renta. Un
monocultivo extenuador evidencia la prevalencia de lo precario y transitorio en una
existencia rural ausente del arraigo y de la fe en el porvenir que la embellece cuando media
entre el hombre y la tierra la relación que nace del trabajo y del amor.

El régimen de junio.

El régimen surgido del movimiento de 1943 se distinguió por su desprecio a los


derechos de los hombres del campo y a su capacidad de juicio y discernimiento. Midió las
dimensiones de su drama y de su angustia y levantó como señuelos las grandes aspiraciones
postergadas. Declamó estrepitósamente una revolución agraria, mas cuando la algarabía
advirtióse que la estructura del régimen de la tierra permanencia intacta. Las perspectivas
de colonización se diluyen por la inflación monetaria y únicamente se cumplen en dosis
pequeñas para justificar el despliegue de propaganda. El sistema oficial de defensa de la
producción funciona como sistema de despojo de la producción. Al viejo monopolio
capitalista substituye el novísimo monopolio burocrático. Con técnicas modernas recréase
la condición medioeval del siervo adscripto a la gleba, pués el régimen atribuye a los frutos
del trabajo el estricto valor de costo, a fin de que el productor solo pueda seguir
sobreviviendo y reproduciéndolos.
Sin embargo, jamás la Argentina había contado con una coyuntura semejante. Los
grandes saldos exportables y las elevadas cotizaciones de guerra y de postguerra
acumularon reservas de oro y divisas que aseguraban el acceso a un pleno gobierno de
nuestra economía. Quienes la controlaban discrecionalmente pudieron conquistar nuestra
autonomía de combustible como requisito previo para asegurar el desarrollo pleno e
independiente de nuestra industrialización. Requeriérase la nacionalización del petróleo y la
plena explotación del potencial energético y, en un primer plano, de nuestras posibilidades
hidroeléctricas, como bases de un plan de reordenamiento de la economía nacional. Pudo
haberse provisto al país del utilaje necesario para establecer industrias transformadoras que
cubriesen los renglones esenciales y para dar principio a la industria pesada. Pudieron
recuperarse las instalaciones de comercialización y elaboración de carnes. Pudo erigirse la
red integral de elevadores de granos que eliminase la sangría anual de la bolsa. Pudieron
levantarse fábricas de maquinarias agrícolas suficientes para nuestras necesidades e
importarse los equipos reclamados para la inmediata mecanización de nuestro campo.
El caudal constituido por el oro y divisas provenientes del trabajo de los
agricultores y ganaderos fue despilfarrado vertiginosamente e invertido, en su mayor parte,
en fines ajenos a las verdaderas exigencias nacionales. Lo que debió haber sido el comienzo
de una nueva era en la vida y la economía argentina, se tornó desdibujada y maltrecha
ilusión. Sin industrias básicas que superen la etapa colonial, sin combustibles y
desguarnecido de reservas, el país navegaba a la deriva, más dependiente que nunca. Sigue
en la misma órbita del capitalismo internacional, reducido a la provisión de materias primas
no elaboradas o semielaboradas, producidas a bajo costo. La situación provocada por la
ineptitud y desviaciones del régimen le obliga a retacear el nivel de vida del campo,
mediante artificios monetarios que aparentan aumentos de precios de la producción
mientras rebaja en realidad su valor adquisitivo. En el orden interno el régimen se apodero
de los márgenes de ganancia del trabajo agrícola y los manejo a su arbitrio. El país ignora
su destino. Siente que se intensificó la carga pesada de la burocracia, sabe que proliferaron
los gastos improductivos y que se han creado condiciones tendientes a la formación de una
nueva oligarquía financiero-industrial, que como la anterior terrateniente, ha surgido
entrelazada y al amparo del poder político.

La política de esquilmación del campo.

La política oficial de esquilmación del campo tuvo nefastas consecuencias


espirituales y materiales. La falta de compensación del trabajo y la evidencia del despojo;
las dificultades de la reposición de maquinarias y la carencia de mano de obra, el contraste
entre los precios exteriores de la producción y la mezquina cuota abonada, agotaron la
capacidad de resistencia de grandes sectores de la clase agraria. En millares de hogares se
rompió la unidad familiar, reeditándose las amarguras de la separación que vivieron los
abuelos inmigrantes. Allá fueron los hijos hacia las grandes ciudades, en demanda del
derecho a la vida que les negaba el régimen y la tierra, feraz y ajena. En millares de
explotaciones se redujo la superficie sembrada. Millares de chacras se liquidaron y millares
de familias vinculadas al trabajo rural, desde generaciones, cortaron sus amarras con el
pasado y se transplantaron a los medios urbanos, enfilando hacia nuevos derroteros en el
comercio, en las fábricas o en la administración pública. Podrá la producción agraria
recuperar aquellas vías que se desgajaron del campo, en una triste emigración hacia la
ciudad. Esta despoblación rural es una de las grandes derrotas a nuestro país por el régimen
actual.
El problema de la tierra se mantiene en los mismos términos. Quienes se
enriquecieron favorecidos por la orientación económica y por la inflación monetaria temen
por la suerte de sus beneficios y procuran fijarlos en inmuebles. Las posibilidades
plutocráticas son mayores que las del hombre del campo y este retrocede impotente ante
precios excesivos que no guardan relación con los valores de la producción. Así se van
reestructurando latifundios; Así las sociedades anónimas continúan absorbiendo
propiedades, Así prosigue destruyéndose el vínculo de sangre y trabajo que liga al hombre
con la tierra en una comunidad forjadoras de bienestar y cultura. Sólo resta a los chacareros
el recurso de aferrarse al predio arrendado en una situación de emergencia que les concede
estabilidad precaria, para eludir los riesgos del nomadismo, contrario a su voluntad de
progreso, a sus esperanzas y deseos.

El retorno al campo.

El régimen ha vuelto ahora sus ojos al campo. No lo mueve el sentimiento de


justicia ni el propósito de crear condiciones de bienestar, sino la quiebra del comercio
exterior. Tuvo oídos sordos al clamor agrario mientras efectuaba la gran concentración
capitalista que latía en su entraña. El déficit de la balanza comercial amenazaba sus base de
sustentación y la subsistencia de los propios intereses que generó. Apela a toda suerte de
convenios internacionales que desmedran nuestra soberanía y nuestra economía y regresa al
campo. Regresa recién cuando agoto las reservas nacionales y cuando la explotación de
productos agrícolas descendió de 3265,3 millones de pesos en 1948, a 1673,4 millones el
año pasado.
La búsqueda de divisas impulsa a la nueva batalla por la producción. Se propende
al monocultivo. En la preocupación de lograr más trigo actuará en los hechos la decisión de
servir los designios y los compromisos del régimen y no la economía del país y la
economía agraria. Tierra y hombres quedarán esquilmados por igual.

Persiste la explotación del trabajo agrario.

¿Acaso los nuevos precios importan el establecimiento de soluciones estables que


tiendan a suprimir el desequilibrio entre los precios industriales y agropecuarios? Por el
contrario, la cotización vigente es muy inferior en su entidad real, en valor adquisitivo, a la
del año pasado. Se abonará con pesos depreciados dos veces en pocos meses; en primer
término, él acompañar en su devaluación a la libra inglesa y recientemente en la nueva
desvalorización cubierta bajo el eufemismo de reajuste de cambios.
Veamos la realidad. La compra de una cocechadora automotriz exige
aproximadamente 2500 quintales de trigo, a un promedio de 24 pesos el quintal de trigo en
chacra. En Estados Unidos, esa misma máquina se compra con 500 quintales de trigo. Si
con anterioridad a la guerra hubiera debido invertirse la misma cantidad de trigo en la
adquisición de una cosechadora, hubiera resultado aquél a un precio de $ 2,95 el quintal.
Por consiguiente - dice un documentado análisis- el precio del trigo a $ 28 el quintal, puesto
en dársena, representa un valor real con relación a los costos actuales en maquinarias
agrícolas, equivalente al de $ 2,95 por quintal comparado con los valores de preguerra. Esta
comparación del valor adquisitivo actual de nuestra moneda se aplica no solamente al trigo,
sino a todos los productos del agro con relación a los elementos imprescindibles, como ser
maquinarias, repuestos, instalaciones, útiles y herramientas necesarias para la producción.
Esta relación de valores muestra el cuadro real de la situación agraria, que
adquiere aún mayor nitidez si examinamos como se efectúa la distribución de beneficios. El
agricultor recibe por tonelada de trigo, puesta sobre dársena, 280 pesos. El I.A.P.I. efectuó
las últimas ventas a 400 pesos. Al cambio básico comprador de cinco pesos por dólar
recibió 80 dólares, que el Banco Central vendió a su vez al cambio de $ 7,50 el dólar, es
decir, en 600 pesos. En síntesis: la tonelada de trigo representa para el gobierno, mediante
el juego de las diferencias de precio y de cambios, 600 pesos, asignados en la siguiente
forma: Para el productor 280; para el gobierno (IAPI más Banco Central) 320 pesos. Vale
decir que se mantiene, con todas sus características de despojo, el sistema de apropiación
del trabajo agrario. Nada significa que los precios se anuncien con anticipación si en el
intervalo entre la siembra y la recolección el gobierno devalúa dos veces la moneda en el
orden internacional y en el interno practica un emisionismo sistematizado, con virtiendo en
ilusoria toda noción de valor.

Las cooperativas oficiales

La política agraria se integró en últimos días con nuevas expresiones. La


concepción totalitaria de gobierno exige la tenencias de las posiciones llave de la vida
social a fin de imprimir a todas las manifestaciones nacionales el rumbo querido por el
centro conductor. El régimen cumple metódica y paulatinamente este plan. A él obedece la
creción de las cooperativas oficiales en nuestra provincia, destinadas a constituirse en
agentes de coacción sobre los agrarios y a lograr el sometimiento del cooperativismo libre.
La Unión Cívica Radical, que en el gobierno o en el llano jamás pretendió desviar
a las cooperativas de su alta función social, expresa su solidaridad con el esfuerzo de los
hombres que forjaron este instrumento extraordinario de progreso y de convivencia y
luchan para mantener con decoro e independencia los principios que hicieron grande y
fecundo a este noble movimiento humano.
El Radicalismo denuncia en esta tentativa a un aspecto más de la política
atipatriótica de división de los argentinos que practica el régimen al querer escindir a
nuestro pueblo de acuerdo con su espíritu de autonomía o de sumisión frente a los dictados
de poder. Denuncia también las maniobras de corrupción cívica que se quieren relizar en la
distribución de equipos de laboreo y recolección. El favoritismo en esta materia importa un
retroceso humillante y al concertarse con el fomento de la aventura, y llevará nuevos
motivos de desasosiego, morales y materiales, a la sacrificada vida del campo.

La intervención del estado democrático.

En la lucha contra este régimen participan sectores que abrigan el propósito de


restablecer, en nombre de la libertad económica, la prevalencia de las antiguas situaciones
de injusticia. No existe libre juego económico cuando las grandes concentraciones
capitalistas actúan sobre los productores librados a sus propias fuerzas. Nadie lo ignora y
quien aparenta ignorarlo se inspira en los intereses de los fuertes. En materia económica y
social tenemos que optar entre el poder económico del privilegio o el poder político del
pueblo, ejercido a través del Estado democrático. La intervención del Estado democrático
que el radicalismo sostiene como instrumento insubstituible de transformación social, no
puede confundirse, como se intenta, con la acción del grupo que se ha apoderado de los
resortes del Estado y actúa en permanente violación de las normas éticas y jurídicas de la
democracia constitucional. Para los radicales no existen vacilaciones. Estamos contra las
viejas y las nuevas formas de la injusticia y el privilegio, con la firme decisión de organizar
mediante los métodos de la democracia política, una democracia económica y social, una
libre sociedad de productores y trabajadores en la que los derechos y los fines de la
comunidad se concilien con los fines y los derechos del hombre y en la que tengan libertad
de expansión todas las actividades creadoras de bienes que no lesionen los intereses
colectivos.

El plan agrario de la Unión Cívica Radical.

El Radicalismo ha expresado su pensamiento sobre los problemas agrarios en el


plan que sancionó la Convención Nacional y analizó el Congreso de Rosario. El plan
emerge de nuestra historia y de nuestra doctrina, contempla los distintos aspectos
económicos y los factores sociales y humanos - los problemas de la vida del hombre del
campo- pués el concepto radical considera a la tierra sólo en función del hombre, en
relación indisoluble con el hombre.
El plan tiene una idea madre. La tierra debe ser privada de su carácter de
mercancía, de objeto en mercado, susceptible de proporcionar rentas o ganancias de
especulación. Define la tierra como el elemento básico de la producción nacional y afirma
la determinación de promover la transformación inmediata y profunda de su régimen
jurídico que la coloque al servicio de la sociedad y del trabajo. En consecuencia, postula la
abolición del régimen de arrendamientos mediante un plan de colonización que asegure la
radicación de todos los productores rurales y de todos los hombres que quieran incorporarse
al trabajo rural. Sostiene, para la tierra pública, como una meta de futuras transformaciones,
el arrendamiento vitalicio que conservando el dominio eminente para la sociedad entrega la
tendencia de la tierra al productor y le garantiza su estabilidad permanente, transmisible por
herencia. La prohibición de ser propietarios rurales a las sociedades anónimas - agregación
despersonalizada de capitales- es corolario obligado de la concepción radical de la función
de la tierra.
La mecanización agraria.

La mecanización intensiva y racionalizada es imperativo de la organización


democrática del campo argentino. Encuentra obstáculos en la ausencia de fábricas
nacionales de implementos, en la crisis del intercambio internacional provocada por la
ineptitud de nuestro gobierno y en la extenuadora desvalorización de nuestro signo
monetario. Ofrece problemas especiales a los pequeños productores que no pueden adquirir
máquinas de precio actualmente inaccesible a los más, ni asegurar una amortización e
intereses razonables a quienes puedan comprarlos. Al país interesa económica y
socialmente que la mecanización alcance a todos, para evitar que el progreso técnico
beneficie sólo a los pudientes. De ahí que se haga necesario preveer la formación de
asociaciones cooperativas subsidiadas por el Estado, como en Holanda, para la explotación
de máquinas agrícolas. Deberá reglarse adecuadamente la realización en común de las
tareas en que interviene el equipo mecánico, de tal modo que sean compatibles con la
subsistencia independiente de cada chacra.
Deben ser previstas igualmente asociaciones similares que permitan al asalariado
rural organizarse y realizar cooperativamente las labores que efectúa en servicio de
terceros. Estas y otras formas nuevas de trabajo cooperativo deberán abrir el cauce de
futuras transformaciones que realizadas en la campaña correrán paralelas con el proceso de
democratización industrial.
La insensata desforestación y el castigo del suelo por una explotación imprudente
han erosionado vastas zonas. Es imprescindible asumir como una gran empresa de
emergencia nacional la restauración de las condiciones de fertilidad de aquellas tierras, a fin
de que puedan retribuir el esfuerzo humano y de que su fecundidad sea parte de nuestra
esperanza económica.

Comercialización e industrialización.

Queremos que la producción agraria integre con las etapas de comercialización e


industrialización, un proceso continuo regido por los productores. Que estos asuman las
actividades derivadas, a fin de eliminar el lucro de terceros y de que el trabajo creador
tenga el máximo de rendimiento. Que el ganadero venda carne industrializada; el fruticultor
y hortelano conservas; el cosechador de lino o girasol, aceite, y el tambero, queso.
Los sistemas de movilización - de transporte y almacenaje- y las plantas
elaboradoras, bases del régimen de comercialización, deben ser recuperados y dirigidos por
los productores organizados o por entes autárquicos en los que aquellos tengan personería
económica y responsabilidad administrativa. Queremos la nacionalización de los grandes
frigoríficos, de los molinos y elevadores para entregarles a ese régimen, que deberá levantar
sus equipos de transformación industrial en los propios centros de producción para corregir
la deformación económica del país y repoblar y reactivar el interior. Así se superarán las
deficiencias de ejecución estatal y se anulará la interposición de factores innecesarios que
tiendan naturalmente a formar «carteles» o monopolios, y se garantizará la vigorosa
expansión de las actividades agrarias fortalecidas con el goce de sus auténticos beneficios.
El control del Estado - del Estado que vive en la libertad- es indispensable para
asegurar el valor de la producción y para la defensa del consumo interno y de los intereses
nacionales, que por su propia índole no puede ser abordada por una parcialidad de
productores. No es posible, por ejemplo, que por exigencias de la exportación o por mayor
precio se industrialice una cantidad de leche que invada la cuota necesaria a nuestra
población. Esta coordinación de los factores económicos y sociales, debe efectuarse con
intervención de las fuerzas económicas y sociales, de las representaciones de la democracia
económica actuando en absoluta libertad y bajo el contralor de la opinión pública, y debe
ser resuelta en sus lineamientos fundamentales por los órganos de la democracia
constitucional.

Normas de la política agraria.

Quiero reiterar estos conceptos subrayando que el radicalismo postula la


intervención directa de los productores, de sus representantes elegidos, con voz y voto, en
las instituciones económicas, técnicas y sociales responsables del estudio y del
cumplimiento de la política agraria. Y debo complementarlos afirmando que sostenemos la
reinversión proporcional de la riqueza creada en el campo en obras y servicios tendientes a
elevar el nivel de la vida rural y a defender, mejorar y estimular la producción
agropecuaria.
En nuestro país no puede diseñarse una política agraria desconectada de sus
proyecciones internacionales. Orientemos nuestro comercio hacia exterior aquellas
corrientes de intercambio que nos provean de utilaje agrícola e industrial, ya que si no
logramos autonomía en los abastecimientos esenciales nunca alcanzaremos seguridad en la
producción agraria. Orientemos nuestro comercio exterior hacia la apertura de nuevas
posibilidades de absorción de nuestros productos, a fin de sustituir con la demanda amplia
al mercado único, a quien sigue el inesperable cortejo de implicaciones políticas y
económicas.

La futura vida agraria.

Sobre una economía próspera y trabajo remunerado con justicia se asentará la


sociedad agraria que quiere el Radicalismo. La deserción hacia las ciudades cesará cuando
el hombre acaricie la tierra como a lo mejor amada, sintiéndola suya; cuando sepa
asegurada su existencia, de las inclemencias del tiempo, por un amplio seguro, y de las
alternativas de los precios, por un fondo estabilizador; cuando se dote a la vida rural de las
comodidades de la civilización urbana; cuando la vivienda sea confortable; la cultura y la
recreación estén al acceso de todos los habitantes; la electricidad cruce la campaña llevando
a hogares y galpones su mensaje liberador de claridad y energía; cuando la educación
especializada abra las perspectivas del pleno y libre desarrollo de la personalidad humana,
muniéndola de institución general y de capacidad técnico-práctica y habilitándola para
iniciar la marcha con fé en las fuerzas propias; cuando se organice con eficiencia la
protección de la salud, y la población rural deje de ser el único sector de nuestro pueblo
desprovisto de un régimen de seguridad social, sin resguardo ante los riesgos de la vida ni
tranquilidad ante el incierto futuro de los descendientes.

Construiremos la Argentina soñada.

Esta sociedad agraria pudo haberse construido en las actuales circunstancias.


Nunca el país tuvo una oportunidad semejante. Los acontecimientos desvanecieron esta
suerte de los argentinos, pero la Unión Cívica Radical afirma la decisión de luchar en el
seno del pueblo para edificarla, juntamente con la edificación de una nación libre, donde el
hombre pueda contemplar su destino en la paz y la seguridad que otorga el respeto de la
dignidad humana.
Vosotros, delegados de los trabajadores del campo radicales de la provincia de
Buenos Aires, habéis dejado vuestros hogares y vuestros pueblos. Hace aproximadamente
sesenta años, hombres de toda la provincia se reunían para realizar una revolución política.
Era en 1893. En 1950 nos reunimos nosotros para reafirmar los objetivos de nuestra
revolución económica y social, porque sabemos que la libertad argentina no podrá lograrse
sino asentada sobre las sólidas bases de las garantías económicas y sociales, sin las cuales
la personalidad del hombre es arrasada por las dictaduras y las demagogias.
Frente a los que simulan levantar la bandera de la justicia en abominación de la
libertad y frente a los que declaman el restablecimiento de la libertad en el sueño insensato
de recuperar sus viejos privilegios, anunciamos el propósito de trabajar incansablemente
hasta construir la Argentina soñada, de la justicia y de la libertad, la Argentina de Mayo, la
Argentina de la Revolución, la Argentina de la Unión Cívica Radical.
4. La malversación de nuestra gran oportunidad.

Discurso pronunciado en la ciudad de Bahía Blanca, el


21 de julio de 1951, al inaugurar el segundo Congreso
Agrario organizado por el Comité Provincia de la
Unión Cívica Radical.

Nos reunimos en momentos en que el régimen, después de dilapidar las


extraordinarias posibilidades de la coyuntura económica, apela a los recursos de violencia
para cubrir su sometimiento a las fuerzas internacionales que mediatizaron nuestra
economía. El país sufrirá largos años las consecuencias de la malversación de su mejor
oportunidad. La acumulación de divisas producida durante la guerra y la postguerra
permitía realizar la transformación profunda de nuestra estructura económica. Pudimos
levantar las industrias básicas proveedoras de los abastos esenciales y forjar nuestra
autonomía energética; pudimos cumplir el sueño de Yrigoyen, nacionalizando el petróleo y
realizar la explotación a fondo del potencial hidroeléctrico, creando las condiciones del
desarrollo industrial paralelamente al proceso de democratización o intensificación agraria,
que se integran y complementan en la creación de un país próspero y libre.
Estas perspectivas se desvanecieron y nos hallamos ante un duro panorama; la
subsistencia y agravación de las condiciones de deformación de nuestra economía y de
injusta distribución de la riqueza; el agotamiento del campo y la sumisión política y
económica a los dictados internacionales que procuran imponer en una «paz romana» la
vigencia indefinida del actual ordenamiento mundial y del sistema de privilegios que
afrenta a la humanidad. Como en las jornadas iniciales, el Radicalismo siente en su
dramática intensidad el «mandato histórico» a que referíase Yrigoyen y asume la empresa
patriótica de liberar la tierra y los hombres argentinos.
Sabemos cuáles son nuestros objetivos y sabemos también cuales son los
obstáculos que los traban en el campo agrario: la concentración de la propiedad raíz, que
sustrae al trabajo su elemento fundamental; el lucro de minorías gravitando como factor
decisivo en la explotación de la riqueza natural y la orientación y transformación de la
producción conforme a designios ajenos al destino nacional. Esta armazón del viejo
régimen persiste intacta bajo el nuevo régimen y constituye la expresión material de las
fuerzas que pugnan por frustrar la revolución argentina.
La formación de la estructura
jurídico - económica.

Su influencia se advierte con absoluta nitidez en los aspectos vinculados con la


ganadería. En nuestra gran pradera pampeana procrearon las haciendas y fueron el sustento
del naciente poder económico. Una distribución de la tierra basada en el favoritismo o en
las exigencias fiscales desposeyó al pueblo de su patrimonio natural. El bárbaro
aprovechamiento de los cueros fue sustituido por el saladero, y el monopolio español por la
explotación del tasajo. Con la industria del frío y la enajenación de los primeros
ferrocarriles se hizo presente la influencia británica que reguló el desarrollo de nuestra
economía según sus necesidades. La capitalización de Buenos Aires, en la misma época,
cierra el ciclo de las fuerzas cívicas históricas, e inicia con el «régimen» el predominio de
los grupos oligárquicos. A la centralización política en la Capital coresponde la
concentración económica en el pueblo. Concesiones, trazados ferroviarios que rompen la
armonía del país, fletes diferenciales, ruptura de las corrientes comerciales continentales,
subordinación de la nación a los enriquecimientos privados, monopolios, dependencia
económica de las metrópolis, desviaron hacia la «minoría selecta» los beneficios del
progreso y fijaron la estructura juridico-economica que aun prevalece.
En el proceso deformativo de nuestra economía perecieron los sentimientos de la
solidaridad nacional. «Entre los hondos males causados a la Nación por el predominio que
acaba de terminar - dijo Yrigoyen- figuran los inferidos a las provincias y territorios
nacionales, que sin duda alguna abrán malogrado para siempre en mucha parte el natural y
expansivo desenvolvimiento de la nacionalidad en las proporciones verdaderas de su
poderosa naturaleza y de la justa amplitud de su espíritu. Desde gran parte de sus tierras -
agrega-, las más feraces, y de sus riquezas, las más productivas, hasta sus instituciones y
libertades indispensables a la normalidad de la vida, sufrieron y soportaron todas las
devastaciones posibles y todas las perturbaciones imaginables».
Mientras tanto, habíase encauzado la ganadería hacia el suministro de carnes
seleccionadas para Gran Bretaña e instituido prácticamente el comprador único; un solo
país consumidor, una sola calidad impuesta y la exportación controlada por el «pool» de los
frigoríficos norteamericanos e ingleses que surgió de las conferencias de fletes.

La gestión reparadora del radicalismo.

La gestión reparadora del radicalismo inició la obra de rectificación. El ferrocarril


a Huaytiquina, como palanca para promover el intercambio intercontinental debía
revitalizar al norte y acercarnos a los mercados del Pacífico; la política de vinculación con
los paises limítrofes tendía a una unidad económica en la cual latiera el acento de la
epopeya emancipadora; la extensión de los ferrocarriles del Estado, en función de fomento
de la Marina Mercante Nacional, para liberarnos, entre otras cosas, del sojuzgamiento a las
conferencias de fletes; los bancos proyectados de la República y Agrícola Nacional; el
acuerdo de trueque D’Abernon-Oyhanarte; la recuperación de los yacimientos petrolíferos,
fueron hitos de una política coherente que consideraba a la economía argentina y a la
situación de la ganadería en sus verdaderas raíces. Esta política fue jaqueada por el Senado
del régimen y a veces por la incomprensión de los propios partidarios. A la distancia se
advierte la justeza de la concepción histórica de quien pasó, para tantos, como un
visionario, porque quiso construir en su Argentina contemporánea el país soñado por los
fundadores de la nacionalidad.
¿No advertimos un anticipo de las soluciones de nuestro tiempo en el anteproyecto
de nacionalización de frigoríficos que redacta, por su encargo, el ministro de Agricultura
Vargas Gómez, en agosto de 1922, proyecto que autoriza al Estado a expropiar plantas
industrializadoras y a elaborar las carnes en los establecimientos oficiales por cuenta de los
productores, que debían percibir su integro valor? En los fundamentos se analiza la acción
del monopolio y se fijan directivas que siguen vigentes: «precios retributivos para el
ganadero; carne barata para el consumidor nacional».
De nada valieron los esfuerzos de la Unión Cívica Radical ante la obstrucción
parlamentaria de las derechas, que querían colocarnos, «en materia de carnes, en situación
de colonia inglesa». Las leyes de 1923 fueron simples paliativos. Se concretaron a la ley de
peso vivo y a las de precio mínimo, de fugaz aplicación, y de contralor de empresas
frigoríficas, cuestionada judicialmente.
Los debates de 1928 exhibieron la posición conservadora, y ante la pretensión de
sometimiento a la fiscalización sanitaria del Reino Unido, el Radicalismo defendió nuestra
soberanía y denunció la política de los frigoríficos, que nos subordinaba al mercado de
Smithfield.

Retorno de la oligarquía.

El movimiento de 1930 restableció a la oligarquía en la dirección del Estado. A la


solución de los problemas argentinos dentro de nuestra tierra, la minoría fraudulenta
prefirió el camino de la entrega. Así llego a Londres, en 1933, declarando que
económicamente éramos parte del imperio británico. Para asegurar una cuota de
importación de carnes, liberada de gravámenes, signó pactos lesivos de nuestra soberanía y
de nuestro porvenir. Régimen profesional para las importaciones británicas, cargas
aduaneras para la introducción en el Reino Unido de productos agrícolas industrializados en
nuestro país; protección para las inversiones británicas (Banco Central, Coordinación de
Transportes y Corporación de Transito), paralización del desarrollo de los yacimientos
petrolíferos, que luego habría de concretarse en los acuerdos; reconocimiento al Reino
Unido del derecho a prorratear las cuotas de nuestra exportación de carnes entre los
frigoríficos extranjeros instalados en el país argentino, todo esto constituye un borrón
indeleble de nuestra historia.
Bajo la presión de los productores, el gobierno se vió obligado a tender una cortina
de humo. La Junta Nacional de Carnes debía fiscalizar las actividades de los frigoríficos,
más se la integró con representantes directos de estos, de los grandes invernaderos en
estrecha comunidad con aquellos, y del gobierno, igualmente allegados a los mismos
intereses. Esta Junta Nacional trabó el funcionamiento de la Corporación Argentina de
Productores de Carnes, postergando su constitución, restringiendo sus recursos, limitando
su cuota de exportación y otorgamiento a los grandes invernaderos una situación de
privilegio en la dirección de los organismos.
Los debates de 1934 y su dramático desenlace en 1935, revelaron el clima de
entrega que reinaba en las esferas oficiales; el «respeto a las situaciones creadas», según la
pintoresca calificación del ministro de Agricultura; los beneficios que estas situaciones
reportaban al núcleo de los grandes ganaderos y la acción corruptora de los frigoríficos.
La requisitoria del senador Lisandro de la Torre forzó a la constitución de la CAP,
hasta entonces detenida. La nueva organización ampara a los pequeños productores
tratando de salvaguardar a los mercados de concentración de haciendas; extendió su acción
a la Patagonia y a la Mesopotamia, impulsando su economía ganadera, y trató de adquirir
una red de frigoríficos y de aumentar su cuota de exportación. No pudo alcanzar la plenitud
de su eficacia por el bloqueo de la Junta Nacional de Carnes, asistida del Poder Ejecutivo, y
por los conflictos internos que tramaron los grandes invernaderos. No obstante sus fallas de
constitución, el funcionamiento de la CAP probó la capacidad de los productores para
efectuar la comercialización y transformación industrial de las carnes y probó también que
las dificultades se exageraban artificialmente para favorecer la pervivencia de los intereses
internacionales de las «situaciones creadas».

En la línea de dependencia.

Los gobiernos emergidos de la revolución del 4 de junio siguieron un camino


zigzagueante cuyo saldo fue el fortalecimiento del monopolio de los frigoríficos, del
favoritismo a los grandes invernaderos y de la dependencia de los productores. La
intervención de la CAP suprimió la competencia dinámica en los precios de exportación.
Durante años el pueblo argentino pagó en subsidios acordados a los frigoríficos el aumento
de salarios a los obreros de la carne. Los extranjeros y de los sectores nacionales del
privilegio quedaron intocables y afianzados.
El gobierno evidenció su incapacidad para concretar una auténtica política
emancipadora. La gravitación del déficit energético provocado por el aumento de consumo
derivado del progreso general y de la extensión de una industria liviana desprovista de su
previa base de combustible, y la dilapidación de las reservas monetarias, le condujeron a la
línea de dependencia heredada de sus predecesores y le llevaron a la concertación de
convenios ruinosos. Debió entregar en 1949, la producción de carnes a los precios y
condiciones impuestas por el único proveedor posible de petróleo y carbón en las duras
circunstancias de indefensión económica y financiera creadas por su propia
responsabilidad. La persistencia en errores fundamentales de su propia orientación
económica le forzó a aceptar la inconvertibilidad de la libra esterlina que obstruye la
provisión de elementos reproductivos - maquinarias industriales e implementos agrícolas-,
estancando así la fecundidad creadora del país. Y si en los últimos meses ensayó una
resistencia frente a Gran Bretaña, fue cediendo en cambio a las exigencias políticas y
económicas de los Estados Unidos: ratificación de los pactos de Río de Janeiro y garantías
para las inversiones norteamericanas, entre las que se encuentran, en primer plano, los
frigoríficos de ese capital. Así el gobierno comenzó por consentir en el traslado de la sede
de la Swift a Norte América. A pesar de ello y de la prolongada pugna, el resultado final
marca una nueva declinación y una nueva contracción en los valores que se incorporan al
país. El aumento de 32.5 libras esterlinas por tonelada larga de carne no compensa la
devaluación de la moneda inglesa, que requería un aumento de 45 libras por tonelada para
alcanzar la paridad con el precio anterior. Convirtiendo los precios a la moneda universal
de la hora, el dólar, no existe aumento, sino una disminución de veinte dólares por tonelada.
Y si computamos valores económicos, en la contrapartida de petróleo, tenemos que en
1949, hasta la devaluación de la libra, recibíamos 17.5 kilos de combustible por cada kilo
de carne y ahora sólo quince, es decir, 14.3 por ciento menos. Claro está que esta rebaja del
precio real se encubre con un aumento del precio nominal en pesos papel, siguiendo el
ritmo de la inflación que el régimen pretende postergar las consecuencias del desequilibrio
económico. Y claro esta también que el régimen sigue sustrayendo a los productores una
parte substancial de su trabajo mediante las diferencias del control de cambios.

Consolidación de los frigoríficos.

Secuela de las exigencias internacionales es la consolidación de los frigoríficos,


uno de los motivos propulsores del Instituto Ganadero Argentino. La nueva legislación
anula a la CAP, instituye un sistema que costean los productores, pero dirige la burocracia
oficial, que tendrá manos libres en su orientación y en la aplicación de cuotas para el
consumo interno y la explotación; elimina la competencia para esta última; permite imputar
al fondo de reserva los quebrantos que sufran los frigoríficos, como acaba de ocurrir con el
decreto que ayer se publicó, y les abre las puertas del dominio del mercado interno al
establecer que «podrán desarrollar su actividad y proyectar hacia el interior del país».
La vieja pretensión de los frigoríficos de llegar al control del consumo, que les
llevo hasta las actividades de «dumping» denunciadas en el debate parlamentario de 1935,
encuentra ahora respaldo legal y ya se concretan ordenanzas tendientes a instituir
monopolios locales, como ocurre en Bahía Blanca. El gobierno resguarda la concentración
en la zona portuaria y protege a frigoríficos anticuados cuyo carácter antieconómico incide
sobre el rendimiento de la producción en el orden provincial las tentativas han sido
frustradas. No se ha instalado el frigorífico de Quequén, cuya construcción se dispuso en el
Plan Trienal, y la planta de Trenque Lauquen fracasa por la ineptitud burocrática. El
cumplimiento de los compromisos contraídos absorbe el saldo exportable y traba la
apertura de nuevos mercados que permitan una futura autonomía al comprador único. La
industrialización integral de los subproductos en el país no interesa a los frigoríficos,
garantizados en sus ganancias. Las vísceras se exportan en bruto para el servicio de la
industria química inglesa o norteamericana, perdiéndose así trabajo y divisas. El mal estado
de la red ferroviaria encarece los costos y aísla a las provincias, dificultando el desarrollo
del consumo interno.

En plena involución agraria.

Los caracteres generales de la situación agraria señalan una involución que


condena al gobierno que la promueve. Sigue intangible el régimen de la tierra. Por cada
latifundio que se divide, se reconstruyen varios, donde se fijan y asientan los oligarcas de
nuevo cuño. Los grandes capitales pujan por el dominio de la tierra, y los productores, por
las buenas o las malas, son arrojados hacia los pueblos y ciudades. Desaparecen las
explotaciones tamberas, surgiendo serias dificultades para la alimentación de nuestro
pueblo. El área sembrada con trigo, maíz y lino se ha reducido en diez años de 4.370.000
hectáreas, o sea el; 37%. El aumento de avena, cebada y centeno y de los cultivos
industriales llega solo a 1.238.000 hectáreas. La superficie no sembrada y restituida a la
ganadería es superior, en consecuencia, a los tres millones de hectáreas. Pero la capacidad
productiva del campo ganadero también. Por falta de máquinas, de hombres y de estimulo,
de las praderas artificiales se regresa a las naturales.
En ese vasto panorama se afirma la preponderancia económica de los grandes
invernaderos. Los pequeños criadores, que no pueden completar el ciclo de la explotación
con la invernada, por falta de recursos o de campo apto, se hallan limitados por las medidas
oficiales que regulan el mercado interno, restringiendo la venta de terneros. Sin un plan que
equilibre a los distintos factores de la ganadería y la transforme de extensiva en intensiva
las medidas oficiales favorecerán aún más a los sectores del privilegio. Asistimos a una
nueva devaluación del esfuerzo humano. Bajo los signos de la revolución justicialista sigue
imperando la vieja realidad y recogen la parte del león las expresiones criollas de la gran
propiedad y las internacionales del capital monopolista.
El nuevo régimen ha puesto al hombre al servicio de la estructura forjada al calor
de la injusticia. Sigue en el cauce del viejo régimen, sin un plan de fondo ni una idea
madre, cuando nuestro país esta grávido de una empresa de aliento patriótico que coloque a
la economía y a la estructura social al servicio de la Nación para exaltar la condición del
hombre.

Una nueva construcción económico - social.

Tengamos el valor de romper la falsa aureola de los intereses creados y de penetrar


en el clima histórico de la época, yendo al fondo de nuestros problemas. Quebremos su raíz,
el latifundio, la injusta distribución de la tierra. Recojamos la bandera que Yrigoyen nos
legó en las vísperas de su caída como un mandato para las futuras generaciones. «Las
riquezas de la tierra, como la del subsuelo mineral de la Nación - dijo-, no puede ni debe ser
objeto de otras explotaciones que las de la Nación misma». Coloquemos la tierra al servicio
de la sociedad y del trabajo como elemento fundamental de la producción nacional. Que la
haya para la radicación de todos los productos y de las expresiones del trabajo rural.
Sobre esta nueva base, ha de remodelarse la explotación agropecuaria, tendiendo a
sus formas mas evolucionadas; que se substituya en nuestra provincia, en las zonas
climáticas adecuadas, la explotación extensiva en la que prevalece el factor inmóvil de la
propiedad, por la intensiva, que liga al hombre a la tierra, acrecienta la capacidad de
nuestros campos, de vida y extiende las posibilidades creadoras del trabajo humano.
Yo concibo a la Buenos Aires del mañana, como un emporio de granjas, en que se
diversifique y vincule entre si a las distintas ramas de la producción, para asegurar el
amplio desarrollo económico del país y el bienestar de la familia agraria. Que nuestra
riqueza pecuaria sirva de base a la potente industria lechera, que debiera constituir el
renglón esencial de nuestra exportación. Que cese el envió de forrajes en bruto hacia el
exterior, que en otros países se convierten en carnes y productos competidores con los
nuestros, cuando esta transformación puede y debe realizarse dentro de nuestras fronteras.
Que los productores y el país tengan el control de los órganos de comercialización e
industrialización de las carnes. Habrá que nacionalizar a los grandes frigoríficos, a lo que se
opuso el régimen en el último debate en la Cámara; desmantelar aquellos anticuados y
reestructurar el sistema. A la concentración de los frigoríficos, que obedecía a una
concepción semicolonialista, y al faenamiento primitivo y antieconómico, debemos
reemplazar con un plan armonioso, que contemple la industrialización en las grandes
regiones productoras, el transporte de las reses hacia los centros del consumo interno y del
excedente hacia el exterior, y la utilización exhaustiva de los subproductos, hasta en sus
aspectos más avanzados, como en la industria química o en la apoterápica.
Habrán de ser los productores quienes administren el sistema, con la participación
de sus empleados, obreros y técnicos, Así como del Estado para defender el consumo y
asegurar el interés nacional. Nadie mejor que los propios interesados podrán garantizar el
valor del trabajo y el más alto índice alimenticio de nuestro pueblo.
Esta construcción económico-social expandirá la economía nacional y afirmará la
prevalencia de los derechos del género humano sobre los intereses del privilegio, en
cumplimiento de la promesa sanmartiniana. Requiere la realización simultánea de una
política energética e industrial que nos proteja de la coacción internacional de los
monopolios proveedores y una conducción exterior que afiance nuestra soberanía, para
defendernos de la coacción internacional de los monopolios compradores. Un país libre en
su destino y en su economía, que organice sus bienes para la justicia y su vida para la
dignidad y la libertad de su pueblo. Esta es nuestra meta y nuestro pacto con la historia y el
porvenir de los argentinos.
5. Los Obreros

Discurso pronunciado en Avellaneda el 11 de agosto de


1951, al inaugurar el Primer Congreso Gremial
organizado por el Comité Provincia de Buenos Aires de
la Unión Cívica Radical.

Desde todos los rincones de Buenos Aires, hombres del trabajo en todas sus
expresiones, dejaron sus hogares, el sitio de sus afectos, en lugar de su preocupaciones,
para reunirse aquí en uno de los momentos mas graves de la existencia nacional.
Los vientos amargos de la época, aquellos que creíamos que no podían cruzar la
vastedad del océano, han llegado hasta nuestra tierra y nos plantean los problemas
dramáticos de la hora.
Aún la Argentina no se había organizado en la vigencia de su democracia política,
aún estábamos combatiendo por la verdad institucional y los principios de la constitución,
cuando las limitaciones de la democracia restringida al campo político, que habíanla
quebrantado en Europa, trajeron su debilidad y falencia a nuestro país, donde todavía era
una aspiración inalcanzada.
El desarrollo de las ideas revolucionarias de la Francia del 89 difundió el régimen
del capitalismo liberal: la economía libre, la separación de los poderes y las libertades
civiles y políticas del hombre. Más la expansión de las fuerzas de la economía liberada,
condujo a la gran concentración capitalista, a los monopolios, y en su vinculación con el
poder político a la lucha declarada por los mercados y al imperialismo, es decir, a la
creación de las fuerzas nuevas del sometimiento de los hombres y de los pueblos.
Concluida la guerra del 14-18, la crisis del mundo contemporáneo se hizo más
intensa. Con la caída de las últimas dinastías absolutistas creíase llegada la hora del triunfo
de los ideales de la libertad, igualdad y fraternidad proclamado por la Revolución Francesa.
Los pueblos luchaban por extender las funciones de la democracia en sus
realizaciones de felicidad y justicia. En el viejo imperio de los zares anunciábase el rojo
resplandor de una nueva Revolución. El recuerdo de los viejos despotismos parecía
sumergirse en la sombra de los tiempos. Pero en Italia rebrotó su antigua y maldita planta.

El nuevo despotismo.
¿Como apareció el moderno despotismo? ¿Acaso invocado la pretensión de un
hombre o de un grupo para regir a su arbitrio los destinos de la colectividad y llevarla a las
aventuras de su esperada vanidad de mando? Si así hubiera sido, no habría encontrado un
solo italiano que le prestase apoyo. El despotismo pudo resurgir en sus nuevas formas y
tomar ambiente popular alzando como banderas los sufrimientos y esperanzas de los
hombres humildes, el sentimiento nacional y el clamor revolucionario, que es el signo de la
época. En nombre del trabajo y sus derechos y denunciando la falla de la democracia liberal
para eliminar las angustias del hombre, pudo llegar al poder y desde allí iniciar la paulatina
destrucción de las libertades esenciales. El triunfo del fascismo fue posible,
fundamentalmente, porque las fuerzas democráticas no supieron recoger las aspiraciones
profundas del pueblo y abrir, dentro de la libertad, horizontes claros a sus ansiedades de
justicia. La dictadura se nutrió en la desesperanza de los hombres olvidados y levantó como
estandarte la reivindicación de los derechos obreros, ¿cual fue el lema permanente de
Mussolini? Italia proletaria y fascista. ¿Cual su gran cartel de propaganda? La carta del
laboro, nuestros «derechos del trabajador». ¿Cual su órgano de conducción de masas
conforme a la voluntad del estado totalitario que constituyo? La confederación general del
trabajo italiano.
Siempre recuerdo la denominación del partido que asoló la noble tierra alemana:
partido obrero socialista nacional alemán. Cuando Hitler tomo el poder, su primer cuidado
fue copar los sindicatos y organizar las masas obreras en el «frente de trabajo» que dirigió
el Dr. Ley. Es decir, que el tipo de organización política y social que esta padeciendo la
Argentina tiene sus antecedentes inmediatos en los totalitarismos que afligieron a Europa y
que en una hora decisiva amenazaron sedar las raíces de nuestra cultura y las más altas
expresiones de nuestra civilización.

El cuadro argentino.

La lucha esta en Argentina. Es un balde que no queramos comprenderlo. llega a


nuestra tierra en 1943, cuando padecíamos, en muchos aspectos, condiciones similares a las
que contribuyeron al nacimiento de los regímenes de Italia y Alemania. El pueblo había
perdido con el sufragio el resorte de su gravitación política. Los gobiernos surgidos del
fraude vivían en estado de inaccesibilidad social. Hallábase latente la voluntad de
emancipación nacional frustrada por los grupos oligárquicos que tenían sus ojos fijos en las
centrales económicas y espirituales de Europa y del norte del continente. ¿Que hizo la
sedicente Revolución? Levanto como señuelos las aspiraciones de nuestro pueblo, los
sueños de la nacionalidad. Las grandes banderas que concitaban las mejores esperanzas
Argentinas fueron usadas como tema de la propaganda oficial, en servicio de un régimen
incompatible con la dignidad del hombre. Pero son las grandes banderas de la república.
La técnica de captación popular fue idéntica a la utilizada en los experimentos
precursores. En 1944 nuestros trabajadores vivían en una situación económica sin
alicientes, sofocante y aun suburbana para una gran parte. El régimen resolvió
reivindicaciones inmediatas, agitando sus decisiones de emergencia como recursos de
seducción, al tiempo de declamaba una antisotante fraseología revolucionaria. Nunca
critique a quienes le creyeron. Conozco al país y a sus gentes. Vivo en una zona agraria e
industrial y he sentido las amarguras de los juntadores de maíz en los años duros y tristes de
1932 a 1937. He visto el fracaso de los hombres y de las cocechas. Levantaban una tienda
improvisada bajo una chapa de zinc, junto a los pródigos maizales del norte y del oeste
chacareros. Allí iba el hombre, la mujer y los hijos en que retoño el amor, en los meses
inclementes de las lluvias y el frío, del granizo y las heladas, sin vivienda ni vestimentas
adecuadas, sin alimentos suficientes. Tres meses de trabajo de sol a sol, en condiciones
primitivas, que hace tiempo debió sustituir el progreso técnico, y cuando, con ropa raídas,
regresaban al rancho, al borde del pueblo, solo quedaba lo necesario para el cambio en sus
ropas, que ya no podían cubrir la desnudez por otras que habrían de usarse hasta las nuevas
cocechas.

La gran migración.

Mientras tanto, comprimidos en las escasas e intermitentes perspectivas de trabajo,


¡qué incertidumbre para alcanzar el sustento diario y proveer a las necesidades primarias
del hogar! Eso fue hasta 1939. La guerra mundial trajo un avance de la incipiente
industrialización. Un día, el muchacho mayor trepó en un tren de carga y fue hacia lo
desconocido, hacia las luces de la gran ciudad. Encontró trabajo y regresó en búsqueda de
sus padres. Se radicaron aquí, en esta agregación de cosas que esta fabril y pujante
Avellaneda, o en medio de la acumulación gregaria de hombres y mujeres que rodean a
Buenos Aires. El maicero bonaerense se encontró con el peón de la estancia correntina y el
hachero de Santiago. Vivían mejor. Eran los obreros improvisados de una industria
improvisada. Llego la Revolución. Mejoró su sueldo. Excitó sus resentimientos y describió
el cuadro de una modificación sustancial. ¿Por que no habrían de entrergarle su esperanza?
Comparaban sus niveles de vida, del 32 al 39, bajo los gobiernos de la oligarquía
conservadora, cuando el resultante de su mayor salario y con las perspectivas de un futuro
entrevisto con optimismo. Yacían apiñados, promiscuamente, casi en pocilgas, pero vestían
y comían y gozaban de paseos, que también forman parte de la vida. Creyeron en la palabra
dorada de la Revolución y le entregaron el mandato de realizar la soñada transformación de
la existencia Argentina, que había sido la empresa libertadora del Radicalismo, impedida
por el fraude y la fuerza, que distorcionaron el rumbo del país a partir de 1930.
No hay mayor injusticia que inculpar a esos compatriotas. Son carne de nuestra
carne. Merecen nuestro respeto. Fueron siempre la parte más sufrida y doliente del pueblo
argentino. Yo les tiendo la mano en sus errores, que son el resultado de los errores de la
comunidad, en sus aspiraciones fecundas y nobles a una existencia digna, que son las
aspiraciones por las cuales el Radicalismo luchó una lucha que tiene más de medio siglo de
sacrificio. Quien así no piense olvida la trayectoria radical, y aunque se titule argentino,
luche por la libertad y se coloque sobre el pecho una gran escarapela partidaria, esta ajeno
al sentimiento intimo de fraternidad que alienta en nuestra emoción nacional.

El apoderamiento de los gremios.


La adhesión de grandes sectores populares al Régimen, se creó al calor de los
conceptos revolucionarios, de ventajas inmediatas y del monopolio informativo - arma
predilecta de las dictaduras-, que logró sembrar la confusión acerca del Radicalismo y de
sus realizaciones, sobre todo bajo la égida de Yrigoyen. ¿Por qué hemos de culparles del
desconocimiento de Yrigoyen, si hasta se le ignora en nuestras filas? Releía días pasados
sus documentos inaugurales del congreso y sentí el drama del orientador del Radicalismo,
incomprendido por sus opositores y tanta veces por sus mismos partidarios. Ahí están sus
mensajes, su idioma, impregnado de hondo sentido humano, sus concepciones de
revolucionario intuitivo que entrevé nuevos panoramas para la civilización; su lucha contra
el senado, último bastión de la oligarquía, que resiste los embates del espíritu nuevo que él
representaba. Nosotros podemos levantar como emblema esa lucha y sus móviles, su
sentido moral, que no se detiene en la moral formal de las costumbres, sino penetra en la
moral profunda de la justicia. ¡Cuantos trabajadores, sobre todo jóvenes, que creen ser
adversarios nuestros, quedarán sorprendidos de esta ejecutoria del Radicalismo, concebida
como una concitación de las fuerzas morales para la construcción de un país justo, digno y
libre! ¡Cuantos trabajadores que se encuentran todavía al otro lado de la trinchera, no
tardarán en comprender en la firmeza, reciedumbre y perseverancia de sus compatriotas
radicales descansó la salvación de la república y su propia salvación! Como en Italia y
Alemania, el régimen consagró una preocupación central al apoderamiento de los
sindicatos. La satisfacción de reclamaciones inmediatas le sirvió para disolver en el triunfo
aparente del minuto la desazón por una organización social que no se ajusta a
fundamentales requerimientos humanos. Así efectuó sus primeras conquistas, en adhesión
espontánea a veces, y forzadas otras. El poder sindical, organizado verticalmente,
constituyó el soporte principal de aquella dictadura. Del mismo modo, en la Argentina es la
base del régimen. La tarea previa para el restablecimiento de la democracia consiste, pués,
en la recuperación de la autonomía gremial, en el desarme del gran aparato sindical de
conducción totalitaria, que ahoga la espontaneidad creadora de la organización obrera y la
coloca en el campo de la opresión y de la injusticia..
El Radicalismo ha venido cumpliendo una función de esclarecimiento popular en
medio de dificultades extraordinarias. De nada valdrá, sin embargo, sin una organización
adecuada que transforme ese estado de conciencia en acción tendiendo a establecer las
condiciones indispensables para la vigencia del espíritu y de las instituciones democráticas.
Esta organización es urgente. En los años 1951 y 1952 se pondrá a prueba la vitalidad del
sistema, ya que las circunstancias económicas le obligarán a exhibir su verdadera
naturaleza y su trabazón de intereses con la oligarquía financiera e industrial que engendró.

Las dos oligarquías.

El patrimonio natural del pueblo argentino consistía en sus tierras, vasta y fecunda.
En la segunda década de nuestra historia independiente planeóse un régimen
agrario que reservaba su dominio como garantía del futuro. Llegó Rosas y se le cancelo.
Comenzó la dilapidación de la tierra pública, asignándose la porción del león a los corifeos
de la dictadura. Acentuada la oligarquía, bajo Roca, que simbolizo la prevalencia de los
intereses materiales, se consuma el despojo, enajenándose inmensas extensiones de tierra.
Nuestro país, durante tres generaciones, y vaya a saber cuántas más tendrá que sacrificarse
en el rescate para el trabajo de la tierra Argentina, que fue convertida en la base económica
del privilegio bajo los signos de Rosas y Roca.
En el curso de nuestro desarrollo nacional llega la etapa industrialista y el país
sufre la reedición de la misma deslealtad. Por el uso discrecional del crédito, las
manipulaciones monetarias, el control de la política económica y la disposición de los
resortes políticos y administrativos se acelero en términos impresionantes el proceso de
concentración económica y se ha constituido una oligarquía financiera industrial, surgida al
amparo del régimen y asentada en las posiciones llave del nuevo ordenamiento. Rosas,
Roca y Perón. Tres nombres distintos, pero una sola realidad: la subordinación de los
derechos del pueblo y de las exigencias del porvenir nacional al privilegio de minorías
protegidas por el poder político.

La verdadera índole del régimen.

En los años propicios de la postguerra un aluvión de oro se volcó sobre el país. El


régimen pudo encubrir su entraña capitalista distribuyendo a los trabajadores parte de los
saldos del proceso económico, en tanto se formaba a ritmo vertiginoso la nueva estructura
oligarquiaca, hacia la cuál canalizó los valores de la producción y las expensas de los
consumidores. Ahora han cesado los sobreprecios en el mercado internacional; de las
reservas de oro y divisas solo queda el recuerdo y la nostalgia de todo lo que pudo haber
sido; se acentúa la desorganización económica y la carestía de materias primas; la
esquilmación del campo llevó a la involución agraria y a la crisis de la producción, cuyas
consecuencias presionan junto a la crisis del transporte y de la energía. Se configura el
cuadro de una crisis general provocada por la conducción económica del gobierno, por sus
errores e ineptitud. ¿Como resuelve el gobierno la situación? Con una persistente
desvalorización monetaria arroja el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores.
¿En qué terminan las supuestas conquistas obreras? Se diluyen en la inflación, que corroe
día a día el nivel de vida de nuestros hombres y mujeres.
La actitud frente a la moneda define a un régimen. Gobierno de tipo popular,
identificado con los hombres de trabajo, es aquél que se esfuerza en mantener el valor del
signo monetario porque influye en el valor de la vida humana. Cuando no se tiene otro
recurso que el trabajo del músculo o de la inteligencia, nuestra cuota de bienestar se halla
en relación con la capacidad adquisitiva del sueldo o del salario. Gobierno que la rebaja es
gobierno que esta al servicio de los poseedores. Quien tiene la máquina, la casa o el campo,
en la misma medida que disminuye el valor de la moneda, ve acrecentado el valor de la
máquina, de la casa o del campo. A la luz de estos conceptos resalta la caracterización del
régimen y se comprende donde concluirá su decantada política obrerista. Cada día se arroja
al torrente circulatorio entre 8 y 10 millones de pesos. Así se mantendrá un estado artificial
de euforia hasta los próximos comicios generales. Llegarán después las consecuencias de
un desequilibrio total en el proceso económico y en el proceso financiero, pero habrá
pasado el trance electoral. Sera el canto del cisne de un régimen que agoniza en la mentira y
en el engaño de los contingentes de los más sufridos, que debieran serle los más
respetables, aquéllos que le entregaron la fe y el poder para realizar sus esperanzas de
redención.
La resistencia obrera.

Yo saludo en nombre de la Unión Cívica Radical a los trabajadores que resistieron


la ofensiva del régimen para ocupar los últimos islotes de la libertad sindical; a los
trabajadores portuarios, a la federación obrera de construcciones navales, que dictan alto
ejemplo de dignidad obrera al mantener durante meses una huelga en solidaridad con sus
compañeros del puerto; a los gráficos, cuyo combatividad no se ha extinguido, porque la
tradición universal de este gremio esta enraizada con la historia de las reivindicaciones
humanas; a los ferroviarios, que tan brillante ejemplo están ofreciendo; a los hombres de la
Unión ferroviaria de filiación radical, que están sentados en esta asamblea y padecieron la
cárcel de Villa Devoto por defender el decoro y los derechos de los trabajadores del riel; a
los hombres de la fraternidad, la vieja asociación, honra de la organización obrera; a los
viejos maquinistas que en vísperas de su jubilación dejaron sus puestos; no en reclamo de
mejoras económicas sino en defensa de principios de libertad, del derecho de seguir siendo
fraternales, hermanos, en una institución que era modelo para el gremialismo de América.
A los cientos de fraternales que en estos momentos yacen en las cárceles, en los
destacamentos de gendarmería o hacinado en vagones ferroviarios, cruzando campos o
trasponiendo fronteras, yo los veo regresar a sus hogares, a su trabajo, triunfantes y
orgullosos, porque dieron lo mejor de sí en una hora crítica de la existencia nacional. Los
veo, piloteando a sus máquinas, mirando con la frente altiva a sus hermanos, porque en la
hora de las decisiones revelaron estar templados en los ideales que ennoblecen a la especie
humana. Volverán a pilotear sus organizaciones. Volverán los hombres de la Unión
ferroviaria y de los demás gremios no a hacer política radical - eso seria caer en la falacia y
en las mentiras del régimen- sino a defender la causa del trabajo.

Las exigencias de la hora.

Frente a esta realidad, el radicalismo debe examinar las nuevas exigencias de la


hora. ¿Puede seguir luchando con sus antiguos métodos, cuando la contienda se
circunscribía a al terreno cívico? ¿Es posible que frente a un sistema que libra una guerra
total, nos limitemos a actuar en el escenario político, como si no rigieran nuevas
condiciones forjadas por esta expresión criolla del fascismo?
La democracia procura poner en movimiento a las energías creadoras de la
sociedad; parte desde el hombre, y las encausa y coordina a través de los partidos políticos
y de los grupos representativos de la actividad social. El estado es la resultante último, el
agente de la comunidad para realizar el destino nacional. El régimen tiene otra filosofía
política, que identifica su médula totalitaria. Intenta imprimir su rumbo a todos los aspectos
de la existencia nacional. Las direcciones se irradian desde un centro conductor. El Estado
se transforma en dueño de la comunidad, que pretende conformar, en su cultura, en su
economía, en sus estructuras sociales, el arbitrio del grupo que ejerce el control. Para ello
necesita disponer de los centros de gravitación en la vida social; sindicatos, prensa, escuela,
cine, radios, universidad, instituciones culturales, deportivas, cooperativas, todo cuanto
interviene en la formación del espíritu del hombre y en la orientación de la actividad
común.
¿Es posible que consiéntamos pasivamente la captura de los centros del poder
social y creamos - aceptando las formas falaces de una seudo-democracia que cumplimos
nuestra responsabilidad ciñéndolos a la fase electoral? O tenemos el deber, antes de que se
ahonde la huella de las técnicas de captación social, no solo de denunciarlas, sino de
combatirlas en el terreno de la acción, en el sindicato, en el deporte, en la formación
espiritual? Si toleramos que el régimen tome posesión plena de la vida nacional, el acto
electoral, aunque se realice en libertad no será reflejo de la conciencia pública, sino de los
factores de poder que la encasillan y dominan. Sería algo así como quien en un partida de
ajedrez aceptara que el contender ubicase las piezas a su placer; quedaría irremisiblemente
derrotado. Lo mismo ocurre en el complejo tablero de la república.
La batalla actual no es por el sufragio, es por el alma de la gente y el control del
país. No se detiene en el marco de los poderes clásicos de la organización política, sino
incluye a los poderes reales de la sociedad contemporánea. No se juega en las vísperas
electorales, sino en cada minuto del año y en cada trozo de nuestra tierra. El teatro de
nuestra lucha es el espíritu de cada hombre. Para defenderle en su dignidad tenemos que
combatir en todos los sectores y en todos los lugares, con una estrategia adecuada a la
naturaleza de los hechos.

La lucha por la autonomía gremial.

En los estados totalitarios los sindicatos no son órganos de expresión de los


trabajadores, sino el mecanismo de conducción de las masas obreras conforme a los
dictados del gobierno. Este es el «rol» que cumplen en la Argentina. Por eso la lucha por la
libertad sindical es uno de los aspectos sustanciales de la lucha del radicalismo por la
creación de un orden democrático. No pretendemos transformar a los sindicatos actuales en
sindicatos radicales: seria hacer peronismo al revés. Nosotros queremos que los
trabajadores radicales actúen en la vida sindical para conquistar una de las condiciones
fundamentales de la democracia: la autonomía gremial.
Esa lucha no puede cumplirse aisladamente; debe disputarse organizadamente. No
comprender el momento decisivo que estamos viviendo, es caer en ceguera. Se están
jugando batallas que afectan a los principios esenciales de la nacionalidad y esta gran
fuerza Cívica representativa del espíritu argentino no puede seguir ausente del curso de las
acciones.
Recuerdo un episodio vinculado a mis funciones en la dirección del Radicalismo
provincial. Un día me visitaron los representantes de uno de los sindicatos principales del
país. Eran peronistas, su organización adhería solícitamente a los personajes y consignas
oficiales, pero no habían querido ceder su independencia. Más el régimen, en su plan de
absorción, negó a sus propios parciales que dirigieran con autonomía uno de los sectores
fundamentales del trabajo. Era preciso englobarlos a todos bajo la férula «cegetista», y
mediante recursos de toda índole se impuso el allanamiento. Recién entonces descorrióse la
venda que cubría los ojos de esos compatriotas. Disponían de una gran fuerza que asomaba
la comprensión y a la realidad y quisieron defender a su viejo sindicato, Necesitaban la
acción de todos los trabajadores. Cuando llegaron al Radicalismo tuvimos que bajar los
brazos, impotentes, porque carecíamos del menor instrumento que posibilitase un esfuerzo
coordinado de nuestros afiliados y simpatizantes.
Nuestra tarea.

Esta no es una tarea que se improvisa. Debe hacerse lenta y paulativamente. Hay
que formar los cuadros; despertar el espíritu de confianza; formar la conciencia y la
responsabilidad. En los propios ambientes del trabajo y en cada sindicato hay que plantear
los problemas, aquilatar los valores humanos y probar, en el esfuerzo cotidiano, la firmeza
de nuestros hombres en la defensa de las aspiraciones obreras y de los intereses superiores
del país. Esto no es obra de un día, ni de una semana. Requiere previamente una clara
concepción de las nuevas exigencias de la lucha, de sus objetivos y de los métodos
impuestos por las circunstancias que aflijen a la Argentina.
Cuando se sucedían las grandes contiendas de este año y del pasado y parecían los
últimos baluartes del trabajo libre, pese a una resistencia muchas veces heroica, nos
limitamos a nuestra adhesión y a nuestra denuncia, como si se tratara de conflictos
gremiales de orden común y no de episodios salientes en el avasallamiento del derecho. Por
falta de la indispensable organización el Radicalismo no puede seguir contemplando como
un espectador los acontecimientos que definen el sentido sindical y cierran el cerco de
nuestro pueblo. Si nos mantuviéramos en la misma conducta demostraríamos ignorar lo que
ocurre a nuestro alrededor. Si no comprendiéramos la naturaleza y métodos del fascismo
habrían caído en vano millones de hombres y mujeres en los campos de batalla y en las
retaguardias de Europa; revelaríamos nuestra ineptitud para impedir que los mismos
sucesos promuevan aquí las mismas trágicas consecuencias. Resulta inconcebible que no
advirtiéramos esta realidad y no coloquemos a nuestra fuerza obrera en el plano de
organización y de lucha reclamado para resistir con eficacia las enbestidas del régimen y
rescatar progresivamente a las grandes organizaciones sindicales, a fin de que cumplan su
función autentica al servicio de la dignificación obrera.
Este es el gran tema del congreso: señalar sus puntos de vista con respecto a la
construcción nacional, pero señalar, ante todo, el tipo de lucha que debemos desplegar para
contemplar nuestros objetivos políticos con nuestros objetivos sindicales, que son
específicos para las agrupaciones que han designado a los delegados reunidos esta tarde.
Esta concepción de lucha coincide con los grandes postulados del Radicalismo. No
constituiréis cuerpos corporativos. En el partido, las decisiones emanan de sus órganos
políticos, de sus asambleas y comicios; cada afiliado es un ciudadano igual en sus derechos.
Pero el partido, fijada su linea política, nececita organismos de acción adecuada a las
circunstancias de tiempo y lugar. No contemplamos la organización social escindidas en
estamentos. Para nosotros no existe sino el hombre, la criatura humana, como punto de
partida y finalidad suprema. Su causa es la causa del Radicalismo. Cuando tenemos que
definir el sentido de nuestra patria y la filiación de nuestros ideales repetimos el lema de
San Martín y afirmamos que nuestra causa es la causa del genero humano. En servicio de
esta causa debemos ubicar a nuestras ideas y técnicas en el clima candente de nuestro
tiempo.

La Argentina del mañana.


Queremos que la organización de la Argentina del mañana, conforme al «nuevo
espíritu», de que hablaba Yrigoyen, el hombre este revestido de su plena dignidad. Que «el
dulce dogma de la igualdad», aquel que canta el himno que acabamos de entonar con tanta
unción, sea una verdad, más no lo es cuando desde el propio seno materno queda
demarcado un horizonte de desigualdad entre la vida que se gesta en mujer que sufre las
privaciones de la miseria, de la restricción económica o de la ficción moral, y aquella otra
que se forma en mujer acariciada por todas las bienaventuranzas. Que el acceso a la cultura
no dependa de la condición económica de los ascendientes, lo que implica la injusticia de
un privilegio asentado desde el punto de partida, sino de los valores individuales de la
vocación y la capacidad para que sean ciertas las esencias de la democracia y el camino de
la vida ofrezca amplia e iguales posibilidades a fin de que cada ser humano desarrolle en
plenitud sus potencias morales, intelectuales y físicas. Que se extinga el miedo a la vida, el
temor a la incertidumbre del futuro y rija una organización social que no coloque al hombre
como una apéndice de la economía, sino subordine los factores económicos a los derechos
fundamentales de la existencia humana.
Estamos asistiendo a una crisis de esta civilización, a una encrucijada de los
tiempos. Desde el derecho romano llega la voluntad de dominio de los hombres por las
cosas. El Radicalismo, desde sus orígenes quiso supeditar las cosas a los hombres. Alem
sostuvo que siempre existían dos programas: el de los desposeídos y el de los poseedores.
Cuando Yrigoyen realizaba la reorganización nacional sobre fundamentos democráticos
dijo, en histórico mensaje, que habíamos conquistado la verdad política, pero debíamos
conquistar los principios de la constitución social. En la primera etapa luchamos por
derribar el poder político de la oligarquía criolla; en esta, por reabrir el cauce de mayo,
derribar el poder económico de la nueva oligarquía enraizada, bajo los auspicios del
régimen, con las expresiones de la vieja oligarquía y cumplir la promesa inicial
promoviendo un porvenir liberado de todo injusticia y de toda opresión.

Una nueva época.

En esta nueva época de la historia radical, los trabajadores tendrán una función
eminente. Aquí estáis vosotros, hombres del trabajo de Buenos Aires: decid vuestra
palabra, organizad vuestros esfuerzos. Contribuyereis a la elaboración de los principios de
esa constitución social aportando vuestros conceptos a la organización política del
radicalismo y llevareis sus ideales y su espíritu a los lugares del trabajo donde se está
librando tan dura y áspera lucha por la preservación de la condición humana. Yo os saludo
con emoción, como quien recibe con vuestra presencia un abrazo de los tiempos que
vendrán. Examinaréis las soluciones creadoras del Radicalismo y regresaréis a vuestros
pueblos. Llevad este mensaje: decid a nuestros compatriotas que habéis diseñado la
Argentina del mañana. Mientras en Europa, Asia y Africa, las concepciones que niegan la
libertad y los derechos del hombre están debatiéndose en planos ajenos a la vida nueva
ansiada por la esperanza universal, nosotros estamos aquí, bajo los signos adversos del
presente, pero con ojos y corazón puesto en la azul lejanía, trabajando con fervor, con
serenidad y con seguridad por organizar una Argentina digna del mundo nuevo que sueña la
humanidad.
6. La Mujer

Discurso inaugural del primer congreso femenino


organizado por el comité de la UCR de la provincia,
pronunciado en Lanus el 16 de agosto de 1951.

Contemplo esta sala con emoción. Desde distancias lejanas mujeres


representativas del Radicalismo de Buenos Aires han cruzado la vasta extensión de la
provincia y llegado hasta aquí para acordar esfuerzos comunes y empeños patrióticos en la
gran tarea de nuestra milicia cívica por la construcción de la nacionalidad.
En días inciertos la mujer se incorpora a la acción política; no a los derechos
políticos, pues el ejercicio del sufragio en las condiciones vigentes no implica el ingreso a
los derechos políticos. Sólo existen, en substancia, cuando rigen la libertad de expresión en
sus diversas formas, la libertad de participación en todos los procesos de la vida
republicana, la libertad de asociación, la libertad sindical, la libertad de formar el espíritu
del hombre sin las trabas y coacciones del poder; y este conjunto de libertades, que hacen el
clima de la dignidad humana, está ausente de la realidad Argentina. Por eso el sufragio,
desprovisto de su basamento de libertades, es una ficción más, privada de su «rol» creador
en la democracia constitucional.
Es un privilegio de la mujer vigorizar las fuerzas de la resistencia en momentos tan
difíciles. Ha querido el destino que no llegase a la paridad, en el campo político, en horas
de bonanza. Nosotros aspirábamos a que las instituciones nacionales siguieran un curso
progresivo y en una jornada de afianzamiento de la cultura y de ascenso democrático, la
mujer viniese a integrar la organización política de la República. No ha sido así. El
Régimen pretende utilizar la presencia femenina para colocarla junto al hombre en el
mismo plano de infortunio cívico, de negociación de los derechos esenciales, a fin de
formar con ella un sector más de las muchedumbres que intenta manejar a su arbitrio con
los artificios de la propaganda totalitaria. El Régimen recuerda el ejemplo clásico de las
mujeres de Alemania, que en los comicios de 1933 determinaron el destino de aquel pueblo
y la suerte del mundo, al consagrar con su voto el acceso de Hitler al poder, alcanzadas por
las técnicas sociales en que era maestro el nazismo. Yo tengo la seguridad de que esa
situación no ha de repetirse en la Argentina. No es verdad que la tortura implacable de la
radio oficial haya logrado imprimir un sello definitivo en el alma de la mujer. Hay grandes
energías que nacen del sentido profundo de nuestros hogares y del afán de libertad que esta
vivo en el sentimiento nacional, que se oponen a los propósitos de quienes quieren destruir
la capacidad de juicio autónomo en el espíritu de los hombres y mujeres de nuestra tierra.

La acción femenina en la Unión Cívica Radical.

Con esta convicción el Radicalismo esta articulando, frente a la maquina


totalitaria, una organización humana que se adapta a las exigencias de nuestro tiempo y de
nuestra lucha y móviles a los hombres y mujeres con conciencia de su responsabilidad. A
ustedes corresponde una tarea trascendente: promover la intervención en la ardua gestión
del partido. El Radicalismo no contempla el agrupamiento independiente de la mujer, sino
la organización conjunta de todos los radicales, hombres y mujeres, porque ansia la plena
realización de la doctrina democrática que considera al hombre, en su acepción genérica,
como el objetivo y finalidad última y fundamental, al ser humano, en su unidad, con
presidencia de su origen, confesión religiosa, condición económica o sexo.
Formamos estos organismos para facilitar el ingreso de la mujer Argentina a la
vida política y no para separarla en su actividad cívica. Tienen una función transitoria,
constituyen una etapa de tránsito y aprendizaje, impuesta por nuestras costumbres, y habrán
de desaparecer luego de un período cuya duración señalará la propia experiencia.
Las mujeres se incorporan en una gran fuerza histórica que constituye un ejemplo
democrático. En los duros años en que el país soportaba el gobierno de facto, el
Radicalismo reestructuró sus instituciones, colocándolas a la altura de los grandes partidos
que en el mundo marcan la excelencia de la hora. Afiliados de filas participan de nuestros
comicios y asambleas; eligen a nuestras autoridades y candidatos y fiscalizan el
cumplimiento de su mandato en las responsabilidades de la dirección partidaria o en el
ejercicio de la representación pública ante los cuerpos políticos de la Nación, de la
provincia o de la comuna. Las mayorías internas gobiernan, las minorías realizan el
contralor y se hallan presentes en todos los cargos y candidaturas. El Radicalismo es la
expresión colectiva de la voluntad de sus afiliados, cada uno de los cuales mantiene vivos
los poderes de deliberación, de elección y de fiscalización. El partido es la gran herramienta
de trabajo nacional, mediante la cual cada ciudadano proyecta su propio ensueño en la
conformación de la sociedad Argentina. He aquí la democracia, la dignificación política del
hombre y de la mujer. Cada uno vale en la medida de su valor moral, de su capacidad y de
su vocación para la lucha.

Una experiencia precursora.

Enfrente, como para acreditar el carácter del Régimen, se ha formado una inmensa
congregación de mujeres. Vale la pena que nos detengamos en su análisis porque es una de
las experiencias más concretas del sistema totalitario que pretende edificarse. Vale la pena
que examinemos a la luz de los episodios precursores de Europa. Esos ejemplos tienen que
servirnos de lección permanente, a fin de ayudarnos a preservar a nuestra patria de los
padecimientos que provocaron. ¿Como se formo el partido nazi? Un grupo de hombres
acepto un conductor, un «fuhrer». Este designo en cada estado del Reich a un conductor
regional, un «gauleiter» provincial, y este, a su vez en cada distrito, a un conductor local.
Construida la pirámide con sus jerarquías establecidas se reclutaron adherentes. ¿Por que?
¿Para gobernar al partido nazi? De ningún modo. Para acatar las decisiones y actuar como
un engranaje inanimado dentro de la máquina política erigida para el cumplimiento de la
voluntad el «führer, del conductor preexistente, que ya dirigía antes de agruparse la fuerza
deshumanizada que habría de ser el soporte del poder.
¿Como se ha manifestado en la Argentina, en el orden femenino la equivalencia
del totalitarismo? Si ustedes evocan el ejemplo alemán y dirigen la mirada hacia lo que esta
aconteciendo cerca de nosotros, en este momento, observarán una extraordinaria similitud.
Una conducción nacional femenina del partido político oficial, preexistente, designa en
cada provincia a su «gauleiter». Aquí se le llama delegada censista, para vincular su gestión
en el juicio menos informado a funciones de Estado. La delegada censista nombre para
cada pueblo a una subdelegada censista y esta, secretarias de unidades básicas. Recién
entonces, constituida la vasta armazón, toma contacto con el pueblo en búsqueda de
ciudadanas. ¿De mujeres que procuran imprimir con su voluntad política un rumbo al
partido que integran? De ningún modo. Constituirán algo así como un rebaño humano que
marcará el paso y será conducido en la forma que determine la dirección preestablecida. No
se las congrega para afirmar el sentido de su dignidad cívica en el ejercicio de su querer
político, sino para cumplir órdenes y realizar planes en cuya formación no intervienen, para
transformarlas en muchedumbres sometidas, destinadas a dar viso democrático a un poder
político de estructura dictatorial: no deliberan, no eligen, no fiscalizan.

El sentido de la nacionalidad.

Tenemos el honor de resistir en nuestra tierra al traslado de los sistemas que


forjaron al horror de nuestro tiempo. De ese modo se gestaron en Europa los lúgubres
sucesos que hicieron crujir los cimientos de nuestra civilización. Los mismos métodos se
están empleando en la Argentina. Es un modo más grave en sus proyecciones que el de la
época de Rosas. Abriga el mismo propósito de emplazamiento de un poder personal
ilimitado, pero despliega técnicas más sutiles y actúa con mayor agilidad y capacidad de
penetración. Es la tentativa de regreso a la Colonia, de disolución de las esencias nacionales
fundadas en el respeto a la dignidad del hombre, que se realiza con su mayor eficacia y
organicidad desde la Revolución de Mayo. En nosotros descansa no solo una fuerza
política, sino el sentido nacionalista y más allá del sentido de la nacionalidad, la
continuidad y gerencia de la lucha del género humano por dignificar y ennoblecer la
condición del hombre. He aquí, opuestos, a los dos conceptos: aquel que quiero encasillar a
la criatura humana, subordinándola al capricho del poder para moldear su alma y reducirla
a resorte económico, a instrumento de acción, incluso en los planes siniestros vinculados
con la disputa por la hegemonía del mundo. Y el otro concepto que viene enalteciendo al
genero humano desde que el hombre se empinó sobre sus dos pies, desde que la cultura fue
extendiendo los horizontes de su espíritu, desde que fue conquistando al precio de su sangre
y del sacrificio de generaciones cada una de las libertades que integran el ámbito de
dignidad que sueñan nuestras mejores esperanzas.
Estamos en medio del combate. No sentimos a veces su fragor. Nos volvemos a
los recuerdos de hace pocos años y no advertimos la vecindad de los acontecimientos que
ayer conmovieron, quizás porque la cercanía del bosque nos permite ver los arboles pero
nos quita la perspectiva de la ofrenda que esta obscureciendo nuestro porvenir. Leíamos
noticias de Alemania. Un niño denunciaba a sus padres ante la Gestapo. El pequeño retoño,
erguido en sus siete u ocho años, ofrece a su padre o a su madre a la vindicta del Régimen.
No alcanzábamos a concebir esta extinción de los sentimientos más puros, y sin embargo
eran tan sencillo, lógico y explicable. Ese muchachito concurre a una escuela en la que el
gran legado humanista de Alemania fue por la enseñanza política del nazismo. El maestro,
la radio, la prensa, el cine, le enseñan que su patria estuvo postrada y avasallada por fuerzas
internacionales en convivencia con despreciables aliados internos, hasta que un día apareció
un salvador milagroso que rescató al pueblo alemán, y restableció su honor y felicidad. En
blanda arcilla modela el Régimen. Una noche ese niño sorprende a su padre o a su madre
copiando en mimógrafo o distribuyendo palabras de acusación a la tiranía o de exhortación
a la resistencia. Con ánimo sobrecogido ve a sus seres queridos incursos en deslealtad a la
patria, de acuerdo a la concepción impregnada en su espíritu. ¿Los denuncia, conforme a su
deber, , o se complica en el encubrimiento? La mayor parte mantenía reserva, más con la
conciencia desgarrada. Otros consumaban el sacrificio sublime, cantada por la leyenda, de
entregar la sangre caliente de sus padres en holocausto al amor a la patria.

La lucha del genero humano.

He ahí al proceso alemán. Ese proceso se está gestando en la vida Argentina. Lo


sentiréis mejor que nadie vosotras, que sois mujeres, consagrados ante todo a la formación
del cuerpo y del alma de los hombres. La escuela politizada, la prensa, el cine y la radio
difunden la misma semilla fratricida de división y de persecución con que se envenenó el
alma del pueblo alemán. También en nuestras escuelas se enseña que nuestra patria estuvo
sometida hasta la aparición providencial del libertador que le devolvió bienes y decoro.,
También, como Alemania, la propaganda oficial presenta a los argentinos adversos a sus
designios como traidores, al servicio foráneo. Esa propaganda deja su huella aviesa. No
creáis que sus consecuencias sean remotas. Pueden estar cerca. En el país no existen las
condiciones de la democracia; el juego libre de opiniones que forja la conciencia pública.
Se practican solo algunas formas en su última etapa: la emisión del sufragio. Si a pesar de
todo el sufragio amenazare su estabilidad, el Régimen no suprimirá la urna - el espectáculo
democrático le es útil-, pero intentará la aniquilación de la Unión Cívica Radical,
acusándola, como ya lo hizo, de colaborar en fines antinacionales. Si se intentare
disolverlo, el Radicalismo será más vigoroso que nunca. Podrán cerrarse sus casas y
detenerse a sus dirigentes, más el sentimiento radical quedará indemne y fortalecido en el
corazón del pueblo argentino. Veremos, entonces, trabajar el hombre al lado de la mujer, en
el silencio de la ilegalidad, por mantener viva la trabazón orgánica de esta gran fuerza
Argentina y cruzar las sombras de la noche para difundir el panfleto o el periódico que
lleven la verdad o alienten la esperanza, afrontando las sanciones del decreto-ley de delitos
contra la seguridad del Estado, estudiando con meticulosa previsión por los teóricos de la
fuerza. Veremos como el conflicto que desgarraba el espíritu del niño alemán se traslada al
niño argentino. ¡Y cuántos hijos señalarán a sus padres en la dramática convicción de
salvaguardar la seguridad de la Patria! Ese crimen contra los sentimientos más tiernos no
será la expresión de ese momento. Será la obra de estos momentos. Simplemente, el
resultado final. La fractura del espíritu hasta malear su aptitud del resintió, el arrasamiento
de la sensibilidad hasta quebrar los vínculos más sagrados no se logra en un instante; se
elabora en el curso lento de los años. Nosotros estamos combatiendo a este proceso desde
sus inicios, porque en nuestra lucha, no la de un partido político, sino la del género humano,
resueltos a que en la Argentina no perezcan los ideales superiores que hacen noble y
llevadera la vida.
Vosotros sentiréis esta lucha con más energía y fervor que los hombres, porque
toca las cuerdas más intimas de la condición femenina. A veces los hombres declinan ante
pequeñas ventajas inmediatas. Las mujeres no cederán un palmo cuando tengan sensación
cabal de la índole de la batalla, cuando comprendan que está en juego el alma de sus
propios hijos. ¡Guay del Régimen cuando nuestras madres quieran defender en la tibia
carne en que florece la vida, con el escudo de sus brazos y el escudo de su civismo, al
espíritu libre de la Argentina del mañana! Vosotras tenéis que llevar este sentido de la lucha
a vuestros hogares. No necesitaréis discursos ni impresos, sino sentíros herederas del
esfuerzo de centenares de generaciones que han sufrido para que la criatura de nuestros
amores viva un mundo humano, distinto de aquél, bárbaro, en que imperaba la ley brutal de
la fuerza.

Por una democracia.

La recidiva de los antiguos despotismos encontró terreno fértil en las limitaciones


de la democracia política. Los dictadores pudieron enmascarar sus intenciones agitando
banderas queridas a la esperanza del pueblo. Nuestra lucha contra el Régimen debe ser una
lucha paralela contra las condiciones de injusticia económica y social que provocaron el
surgimiento del Régimen. Luchamos por una democracia integral, concebida como ideal de
vida, que contemple al ser humano como el objetivo supremo de la organización., Que
tenga acceso en igualdad de oportunidades a todos los campos de la existencia individual y
colectiva. Que desaparezca el miedo a la vida. Que la cultura no constituya un privilegio
sino el derecho de la capacidad del trabajo y de la vocación natural, asegurando para todos,
con prescindencia de la situación económica del hogar. Que la económica este organizada
no en beneficio de los poseedores, sino del pueblo, centro de una comunidad que garantice
plenamente los derechos de la vida, al trabajo, a la salud y al bienestar de todos los
habitantes. Estos son los grandes conceptos del Radicalismo que implican una renovación
de la democracia. Con esas banderas derrotaremos a nuestro episodio en la tentativa
totalitaria de dominación mundial.

Las reivindicaciones femeninas.

Si vosotras llegáis a esta lucha en un momento definitivo defendiendo


reivindicaciones comunes a hombres y mujeres, traéis también un conjunto de
reivindicaciones que os son propias. Hace unos instantes me refería al comienzo de la lucha
por la libertad. Un hombre, el más fuerte, dominaba una comarca, imponía su ley, su
capricho, su designación. En lucha incesante se fue creando un estado de derecho y una
organización social de justicia. Vosotras sois las últimas en llegar a tal situación de
equidad. Sujetas a prejuicios y a la supeditación económica, sin derechos políticos para
influir en la conformación social, habéis ocupado un sitio inferior en el desarrollo de la
humanidad. Ahora llega el momento de las grandes luchas en la Argentina. Pero las
mujeres argentinas luchan simultáneamente por sus derechos específicos; por todo lo que
hace a la familia, al hogar y al futuro de los descendientes; por sus derechos civiles, que
aún se encuentran retaceados; por sus derechos económicos, en parte nominales, porque no
se tasa el trabajo femenino en el mismo valor que el masculino; por su legítimo lugar en el
medio social, ya que, como muy bien se ha dicho, los hombres ceden el paso a la mujer
junto a la pared, más no le ceden el paso a las posiciones directivas de la política, la cultura
y la economía, obedeciendo a resabios feudales que aún subsisten en la Argentina. Vosotras
sabéis bien que habrá que vencer un conjunto de factores de tipo espiritual que actúan sobre
nuestras costumbres y aún sobre nuestras ideas, impidiendo la igualdad anhelada en todos
los órdenes, sea el cívico, el económico o el social.
Con el acceso al trabajo las mujeres conquistaron una gran responsabilidad en la
vida económica. Con su incorporación a la actuación política ascienden al plano superior de
esa responsabilidad. Tendréis que definir en este Congreso las medidas concretas que
aseguren una verdadera equiparación, para que la igualdad de sexos sea una realidad
afianzada en la firme determinación de organizar nuestra tierra al servicio de sus hombres y
mujeres, sin diferencias ni restricciones. El triunfo del Radicalismo será igualmente el
triunfo de la mujer Argentina, que en la plenitud de sus derechos asumirá sus más altos
deberes y alcanzará la mayor dignidad que puede conferir una democracia: haber
contribuido con el pensamiento y la acción, con el sacrificio y la perseverancia, a construir
la República bajo los signos iniciales de la justicia y la libertad.

En el cauce de los fundadores.

Hace sesenta años, en estos días - el 14 de agosto de 1891- reuníase delegados de


los pueblos de Buenos Aires y constituían el Comité de la Provincia, eligiendo como
presidente a Hipólito Yrigoyen. Desde ese Comité los radicales de Buenos Aires trazaron
rumbos creadores a la existencia nacional y definieron el sentido del Radicalismo que
nosotros profesábamos, concibiendo no como una fracción más de la política del partido,
sino como la organización política de nuestro pueblo para la realización de los ideales de la
nacionalidad. Ese fue el Radicalismo de Buenos Aires la mente de Yrigoyen y en la
voluntad de los fundadores, cuya memoria evocamos con emoción de argentinos y orgullo
de radicales al declarar inauguradas las deliberaciones de este Congreso Femenino.
Estamos trabajando en el mismo cauce por un gran propósito nacional, por una
causa universal, y vosotras daréis un gran aporte. Yo siento en mi corazón la Argentina que
avanza. Está más próxima de lo que suponen los detentadores del poder. Es la Argentina
siempre defraudada y siempre postergada. Ciento cuarenta años han pasado sin que pueda
cumplirse la promesa de Mayo. Pero esta generación verá la Argentina soñada, la Argentina
de la justicia y el trabajo, de la libertad y la paz. Esta generación la verá y la hará. Será su
gloria y su honor.
7. Los Partidos Políticos

Contestación a una encuesta del diario


"Critica", publicada el 1º de julio de 1943.

Hace más de un año, sostuve que nuestros partidos estaban en crisis; que vivían
con la mentalidad de principios de siglo y sus planas dirigentes con los incentivos morales
y materiales de aquél entonces. Sus cuadros activos, dije, no definen la orientación ética ni
el pensamiento político de las corrientes populares que debieran representar. Ese es el
drama profundo de la política Argentina. Y sin que se llegue a la solución de ese drama,
agregaba, aunque se salve el escollo del fraude, no habrá más que la apariencia de un juego
democrático auténtico.
¿De dónde nació ese drama? El país luchó por el sufragio libre, por la verdad
democrática, médula de nuestras instituciones. Sáenz Peña dio una solución parcial.
Garantizó el sufragio en el instante de colocarlo en la urna. Pero en aquel instante el
ciudadano no elige. Se limita a escoger entre una nómina y otra nómina. Omitió garantirlo
antes y después de la emisión del voto, en el seno de las agrupaciones que canalizan las
corrientes populares y en los factores que pueden presionar en la conciencia de cada
ciudadano.

Declinación de la política.

Del proceso democrático se contempló un único aspecto. Y en aquellos que


escaparon a la previsión legal comenzó la declinación de nuestra política. Los equipos
dirigentes, en su gestión preponderante, acudieron al proselitismo personal basado en
métodos subalternos. No se erigieron en función de problemas políticos, de criterios
económicos o sociales, de razones de orden público, sino de simpatías, favores o ventajas,
incompatibles con el sentido de la ciudadanía. La gravitación del espíritu cívico, del interés
colectivo, fue pospuesta a las conveniencias o los sentimientos individuales, subvirtiéndose
y negándose así la esencia democrática. Para las funciones políticas, las jerarquías internas
o los cargos representativos, como excepción contaron los valores morales e intelectuales,
la existencia de una vocación política servida con abnegación, ni la ennoblecedora pasión
pública. Solo pesaron los «capitales políticos». ¿Y cómo se obtuvieron? En nueve casos
sobre diez, mediante una actividad sistemática de servicios, atenciones, de actos lícitos o
ilícitos ajenos a lo político en la cabal acepción del vocablo, destinados a desviar la
conciencia cívica, apartándola del móvil exclusivo del interés público, para seducirla y
usufructuarla. El auge de este sistema provocó la corrosión de la estructura democrática,
relajo la dignidad del sufragio, alejó a la juventud de la militancia política e inferiorizó la
calidad promedio de los cuadros partidarios, que son, en gran parte, en la actualidad,
agentes y resultado de esa tarea disolvente.

Sufragio libre.

El primer paso en la depuración de los partidos debe consistir en la eliminación, en


la medida de lo posible, de los procedimientos de la «política del servicio personal», para
asegurar sufragio libre y sufragantes libres de otras finalidades que el bien colectivo. La
exaltación constante del sentido de responsabilidad de la ciudadanía, en el comicio general
y en la indispensable participación en los partidos; una legislación contra actos de
corrupción, similar a la de Estados Unidos; justicia de instrucción en todas las provincias,
para substituir en la función sumarial y concluir con el degradante proselitismo de las
policías del interior, que manejan vida, honor y bienes y reprimen o amparan el delirio
según la voz de mando de nuestros «bosses»; y, sobre todo, el apartamiento absoluto, y
perfectamente lograble, de la administración, del juego de partidos; de la administración
pública en todos los ordenes del país, que no terminan en el Riachuelo. Sus recursos,
presentes o en expectativa, constituyen el soporte principal de la acción caudillesca y el
arma eficiente de los reclutadores de votos que han humillado nuestra política.
Privadas del objetivo de su adhesión recuperarán su autonomía cívica y se
dispersarán sus clientelas electorales

Estatutos de los partidos.

La Ley Sáenz Peña debe ser intangible; pero corresponde integrarla recogiendo la
experiencia trabajada con el sufrimiento argentino. No basta asegurar voto libre; no basta
asegurar sufragantes libres, porque los ciudadanos no actúan aisladamente, sino en acciones
colectivas organizadas por los partidos. La democracia es una simulación si, en los partidos,
pequeñas minorías en posesión de sus engranajes señalan las soluciones y la inmensa
mayoritaria del país se ve constreñida a optar entre una y otra, y a votar no por la que
prefiere, sino contra la que más teme. Lo atinente a ellos, pues, no es su menester privado.
Es cuestión vital para el régimen. De ahí que su funcionamiento deba condicionarse a las
exigencias del sistema democrático y que la garantía del sufragio libre tenga como base la
garantía de la intervención directa y permanente, de la fiel expresión y del control de la
ciudadanía dentro de los partidos. Protegidos del amaño, de la viveza criolla, los
ciudadanos de preocupaciones superiores que se sentían indefensos ante procedimientos
sinuosos, acudirán prestos a este alto servicio nacional.
Reconstrucción política.

Los ciudadanos - acabamos de decirlo- no actúan como unidades, sino ligados en


partidos. No puede verificarse la reconstrucción de las instituciones, conforme al nuevo
espíritu de la superación que anima a la República, sino con partidos reconstruidos desde
sus bases al influjo de ese nuevo espíritu. Se depurarán al suprimirse los factores que
posibilitaron su declinación, y aún su corrupción. Si aquellos subsisten, el simple rechazo
de hombres no impedirá la contaminación de los nuevos y resurgimiento de las
características repudiadas. Y la amarga historia se reeditará. La eliminación de tales
factores dará sentido creador y fecundidad histórica a la Revolución. ¿Por qué no colocar a
nuestra patria al nivel de las naciones que marcan la excelencia de la hora? Una
organización del Servicio Civil, como la inglesa; un régimen de elecciones primarias que
libere a la ciudadanía de las maquinaciones que infieren los pronunciamientos partidarios,
como el norteamericano. ¿Que es lo que decorosamente puede oponerse a que la Argentina
se inspire en los más altos ejemplos? La República aguarda esperanzada una nueva era
política; una moderna y constructiva política de ideas. Sólo ingresará en esta nueva etapa
con la exclusión de las fallas que oscurecieron las últimas décadas de su vida. El camino es
claro y sencillo, ineludible e impostergable: Regímenes de funcionarios, en todo el país, y
estatuto de partidos, y, con la vigencia de las nuevas condiciones, que depurarán a la
actividad política de móviles ajenos al bien público, reorganización de los partidos
controlada por la justicia para realizar sobre fundamentos renovados, limpios y esclarecidos
la reconstrucción de las instituciones. Esta es la vehemente aspiración nacional. Esta es la
función eminente de la Revolución y de su cumplimiento concreto dependerán su victoria o
su fracaso en el porvenir.
III
LA JUVENTUD
1. ¡Esta es tu Hora, Muchacho de Buenos Aires!

Mensaje a la juventud, publicado en 1950.

Argentina, 1889. Crisis del carácter y del idealismo. El éxito es la única meta, no
importa cómo. Es la época de la riqueza fácil, de las rodillas blandas y del sometimiento sin
tasa. El Presidente ejerce el poder sin límites. Unge gobernadores; fabrica diputados. Su
palabra es orden para quienes sienten como lastre nuestra gran tradición de altivez. Una ola
sensual y dorada envuelve al país. El dinero, emitido en cantidades fabulosas, crea ilusión
de prosperidad. Como ahora. Y como ahora, la corrupción de los negociados y un coro
inmenso de adulaciones cubriendo la tierra de los argentinos.
Desmayan los varones, envejecidos en la lucha por los principios de la República,
y la soberbia posee al Presidente, cuyo poder parece infinito.

Y, sin embargo...

El 22 de agosto reunióse un grupo de jóvenes. Proclama en banquete «su adhesión


incondicional» al presidente de la República y lo erige en «jefe único». Esa mañana se
publicó un artículo periodístico, un simple artículo periodístico. «¡Tu quoque, juventud! En
Tropel al Exito». Las frases vibrantes de Barroetaveña, conmueven el espíritu juvenil. En
réplica al banquete de los incondicionables, nace la Unión Cívica de la Juventud. Ocho días
después una multitud clamorosa responde, en el Jardín Florida «para proclamar con firmeza
la resolución de los jóvenes de ejercitar los derechos políticos animados de grandes ideales,
con entera independencia de las autoridades constituidas, y para provocar el renacimiento
de la vida Cívica Argentina». Allí, en ese sitio, esos muchachos iniciaron el despertar del
civismo.
La Unión Cívica de la Juventud - que constituyeron- fue el órgano fundador del
Radicalismo. Su punto de partida como movimiento organizado, pero no su origen, que se
enraíza en los grandes movimientos históricos por la emancipación del hombre y la
creación de la nacionalidad. El Radicalismo es un modo de sentir la vida y de concebir la
función de la Argentina. Su fervor alienta la pasión republicana de Moreno, late en la visión
de patria de la Asociación de Mayo, mueve el sueño profético de Sarmiento, agita al pueblo
que rodea al Alsina de los grandes momentos, y que sigue a Alem cuando en él se refugió
el sentimiento autonómico de Buenos Aires. Cual lo define la Profesión de Fe de la Unión
Cívica Radical, «es la corriente orgánica y social de lo popular, del federalismo y de la
libertad apegada al suelo e interprete de nuestra autenticidad emocional y humana,
reivindicatoria de las bases morales de la nacionalidad; es el pueblo mismo en su gesta para
constituirse como nación dueña de su patriotismo y de su espíritu»’

El 90, el 93 y el 95.

Del esfuerzo de aquel grupo de muchachos surge el reencuentro de los argentinos


con el alma de la República. Alem alza la bandera reivindicatoria de los grandes ideales.
Julio de 1890. Revolución del Parque. Pueblo y soldados, mas no pueblo siguiendo a
soldados, sino soldados con amor de pueblo, sirviendo con sus armas al movimiento de la
civilidad Argentina, en la consigna inmortal de San Martín. Y aquel Presidente, que ayer
parecía omnipotente, debió acogerse a la soledad y el olvido.
1893. Revoluciones radicales. Yrigoyen, el jefe revolucionario rechaza como
incompatible con su honor la gobernación provisoria de Buenos Aires. 1905, nueva
Revolución. Y así, década tras década, el pueblo radical sigue fiel al propósito de
permanecer en la lucha hasta la integración del pensamiento de Mayo, hasta la vigencia de
las libertades fundamentales. Los triunfos de la oligarquía, respaldada en el fraude y en la
ficción institucional - triunfos efímeros, como todos los de la fuerza-, encuentran al
Radicalismo en la determinación insobornable de persistir hasta la prevalencia final de sus
ideales.

Victoria del derecho.

Y llego la victoria. La resistencia popular y la energía paciente e infatigable de


Yrigoyen trajeron la ley Saenz Peña y abrieron el camino del sufragio. 16 al 30. Barre las
oligarquías políticas. El Radicalismo gobierna al país y desde él inicia la era de la
transformación social; se afirman, cual patrimonio inolvidable de todos los argentinos, las
libertades vitales sobre las cuales se asienta la dignidad del hombre; en la pugna de los
imperialismos, la Argentina señala la más alta posición moral. Nuestra democracia se
perfeccionó en el progreso social, la cultura política y el inmaculado respeto a los derechos
del pueblo

1930, motín de septiembre.

El Radicalismo promueve la nacionalización del petróleo, base de la


independencia económica y de la soberanía política. La Cámara de Diputados - de mayoría
radical- vota la ley; mas el Senado - reducto reaccionario-, detiene su sanción. El 7 de
septiembre deben celebrarse elecciones. Con los nuevos senadores habría de modificarse la
mayoría del Senado. El día anterior, el 6, el gobierno constitucional cae derribado por la
conjuración de un sector militar, Triunfa el complot imperialista. «Pasaron unos aviones -
dijo Waldo Franck-, desfilaron unos cadetes, y por la noche los terratenientes argentinos
bebieron Champagne de las mejores vendimias pagado por el oro de los petroleros
yanquis». Y desde entonces, el petróleo argentino sigue sin nacionalizarse...

Calvario popular.

Uriburu intenta la reforma constitucional. Tiende al establecimiento de un orden


totalitario. Su plan naufraga en los históricos comicios del 5 de abril de 1931. Comienza,
entonces, la vigencia del fraude, la perduración de las formas institucionales, en tanto se
altera su esencia: la voluntad del pueblo. Imposición del privilegio y entrega económica.
Régimen de coloniaje material y espiritual, dirigido por dictaduras de turno, todas las
cuales recibieron el apoyo de los núcleos militares actualmente gobernantes.

Cuatro de junio.

Mientras tanto prosigue la tentativa de avasallamiento de orden civilizado, de


deshumanización del hombre. Hitler y Mussolini. Cae la democracia española y aquellos
imponen otro dictador: Franco. El gobierno de Castillo mantiene una seudo-neutralidad,
tras la cual se disfraza la colaboración con los nazis. Aquellos círculos militaristas que
participaron en el plan frustrado del 30 retoman la iniciativa. No representan al ejercito. La
mayoría de sus cuadros de jefes y oficiales es leal a la gran tradición sanmartiniana. Es una
minoría, pero minoría ágil. Cree incuestionable la victoria de los enemigos de la libertad, y
forma el poder para jugar su propia partida en la hora definitiva del éxito totalitario. Más la
suerte de la guerra le es adversa y, ante la presión de los acontecimientos, tiene que regresar
a las consignas de democracia y libertad, proscriptas en el primer momento, como último
camino de retirada. Levanta, entonces, cual señuelos, las banderas históricas del
Radicalismo, la lucha contra el privilegio nacional e internacional, y con todo el aparato de
propaganda, logra introducir la confusión en gran parte del pueblo.

Nuevas formas totalitarias.

La experiencia impuso correcciones. Ya no se realizó, como en 1930, una


exhibición descarnada de los propósitos perseguidos. Aquel fracaso y las derrotas europeas
enseñaron la necesidad de proceder paulatina y progresivamente. Declámanse las sagradas
palabras revolucionarias para conquistar el corazón del hombre del pueblo, y ofrecésele,
como gracia, algunas mejoras transitorias, mientras se estructura sigilosamente un orden de
opresión, en el que estarán ausentes las libertades esenciales. ¡Guay del pueblo argentino, si
no lo advierte a tiempo, si no reacciona antes de que el dogal se cierre sobre su cuello!
¡Guay si cae, como los infelices pueblos aniquilados, en deslumbramiento ante los artificios
de los dictadores! En aquellos desgraciados paises - al igual que aquí- se monopolizaron los
medios de expresión; se deformó la mentalidad del niño en la escuela, para uniformar
mañana el alma del hombre; se anuló la independencia de los sindicatos, convirtiéndolos en
satélites del gobierno; se reguló la economía y las finanzas en beneficio de nuevas
oligarquías industriales y en sacrificio de consumidores y productores. allí, como aquí, la
radio y la prensa oficiales, se encargaron de moldear a su arbitrio el pensamiento de la
ciudadanía, manejando al son de la única campana que puede oírse; y Allí como aquí,
plebiscitos o elecciones configuran una simulación democrática al impedirse el cotejo de
hechos e ideas indispensables para el libre pronunciamiento popular.
Quedaba una última garantía de la vida republicana: la rotación de gobernantes,
que si no restringe la arbitrariedad del poder, las limita en el tiempo, poniéndole término en
plazo cierto. La supresión del articulo 77 de la Constitución, que prohibía las reelecciones,
como último remedio para impedir la consolidación de un sistema dictatorial, fue el motivo
real y la única finalidad de la reforma, que se encubrió con un manto de solemnes palabras.

El régimen desnudo.

El sistema puede ocultar su naturaleza mientras dispuso de las grandes diferencias


de los precios de los cereales que substrajo a los agricultores. Su prodigalidad le creó un
clima de transitoria popularidad. Normalizados los mercados, la corrupción y el despilfarro
agotaron las reservas del trabajo argentino, despojando al país de su garantía monetaria.
Solo atina a sobrevivir emitiendo papel moneda, en tanto aguarda el estallido de una nueva
guerra para la cual pactó la participación Argentina, en los convenios de Río de Janeiro. El
pueblo paga el derroche oficial con la carestía de la vida. La inflación agobia a quienes
trabajan o producen, y enriquece a los poseedores, cada vez más ricos. El régimen teme que
el pueblo advierta la realidad: expulsa a diputados, clausura diarios, persigue a los
trabajadores libres. Más la verdad se está abriendo paso. Lo dicen los últimos escrutinios.
Lo dirá Buenos Aires en marzo, convocatoria de lealtad con los principios de la larga lucha
por la dignidad del hombre.

Hora de la juventud.

Esta es la batalla por la república, por los ideales que dieron origen y sentido a
nuestra patria; batalla de juventud, de muchachos que no tienen el alma vencida, que
quieren servir al porvenir construyéndolo con sus propios brazos, con sus desvelos y sus
sacrificios. Eran un puñado los estudiantes que gestaron hace sesenta y un años el gran
movimiento civil del Radicalismo. Parecían insignificantes ante el poderío del gobierno. Y
sin embargo, aquel gobierno cayó y ellos escribieron la historia de medio siglo, pues
reencendieron al civismo en el corazón de los argentinos. Este es ese mismo pueblo, del
cual estamos orgullos, aún en sus errores. Hagamos un grupo compacto en cada pueblo y en
cada ciudad de nuestro Buenos Aires y levantemos fervorosamente la voluntad de combatir
por la liberación política, social y económica de nuestros hombres y de nuestras mujeres. Es
lucha para muchachos de corazón templado, que sientan su responsabilidad ante el destino
nacional. Es lucha para muchachos dignos del honor de ser argentinos y de la emoción de
ser radicales. Es nuestra lucha. Alcemos las banderas de la Juventud Radical, digamos
nuestra palabra con autonomía dentro del Radicalismo, la fuerza histórica de la democracia
Argentina, y marchemos al encuentro del porvenir.
Tienes tu puesto en nuestras filas, en la Organización de la Juventud Radical.
Acércate, muchacho de Buenos Aires, a los compañeros de tu generación, que formamos
esta columna. Irá engrosando día a día, hasta reunir a todos los hombres jóvenes.
Combatiremos y sufriremos juntos, y juntos obtendremos nuestra victoria en la
construcción de la patria del mañana: la Argentina soñada del trabajo, la justicia y la
libertad.
2. El Primer Deber es Defender el Programa

Discurso inaugural del IX congreso de la Juventud


Radical de la Provincia de Buenos Aires, pronunciado
en la Ciudad de Mercedes,
el 8 de septiembre de 1951.

Señores delegados: no voy a hacer uso de la palabra como un presidente del


Comité de la Provincia de Buenos Aires que habla a los congresales de la juventud, sino
como un militante de la juventud que está ejerciendo la presidencia del Comité de la
Provincia.
Esta tarde, en esta asamblea, se cumple un ciclo histórico. La juventud se organiza
oficialmente; se constituye en cuerpo autónomo dentro del partido; ha dictado sus propios
estatutos y sois vosotros los primeros elegidos de acuerdo con las normas que ella ha
instituido para regir su propia acción dentro de la Unión Cívica Radical.
Es éste un momento histórico para la juventud y para nuestra gran fuerza cívica.
También lo es para el porvenir de la República. ¡Cuántas desazones, trabajos y angustias
costó este proceso a cuya culminación asistimos! Vinculado a él desde su iniciación. Hoy
rememoró los años transcurridos, en los que fueron quemándose las energías y los mejores
años de tantos hombres jóvenes que ya peinan canas. Dirijo mi mirada hacia los años
siguientes a 1930, cuando los primeros muchachos de la juventud radical ansiaban que esto
se realizara; que hubiera una entidad representativa de las nuevas generaciones; que dentro
de la vieja casa de la Unión Cívica Radical existiese el campo propicio para que cada
generación, como diese, como su mejor aporte, el nuevo matiz, la nueva visión en que va
transformándose el sentido permanente y eterno de la libertad y de la dignidad humana.
¡Ah! Señores delegados. Si esto hubiese existido hace veinte años, otra seria la
historia de la Unión Cívica Radical y otra sería la historia de los argentinos.
¡Cuánto se trabajó y cuánto se anduvo para que este ideal cristalizara! No es un
cuerpo frío, no es una estructura más lo que aquí se elige. Es el alma siempre cambiante,
siempre renovada de la juventud que acaba de encontrar su cauce dentro del partido, para
rejuvenecer a la Unión Cívica Radical e impedirle que envejezca, y para dar a su gesta ese
nuevo sentido que expresan, mejor que nadie, aquellos que por estar cerca de la tierra oyen
los llamamientos de la tierra con mayor intensidad.
¡Ah! ¡Que distinta hubiera sido la vida argentina! ¡Cuántas desdichas y zozobras
no hubieran acontecido si los muchachos del 30, del 35, del 40, hubiesen tenido su lugar
dentro de la vida del partido, para poder decir su palabra, su juicio, su pensamiento, su
verdad, no desvinculados sino enrolados en un gran movimiento que les permitiese
transmitir al país y al Radicalismo sus puntos de vista sobre la realidad y el drama de la
Argentina y sobre la función eminente y creadora de la Unión Cívica ‘Radical!
Yo recuerdo aquellos años. ¡Cómo vanamente golpeábamos las puertas! ¡Cómo
asistíamos, con desazón tremenda en los espíritus. Al alejamiento de los jóvenes! ¡Años del
35 del 36! Aquellos grupos de jóvenes, pujantes en la alborada del 5 de abril, fueron
empequeñeciéndose; y no se incorporaban muchachos nuevos. nosotros nos dirigíamos a
los cuerpos centrales del partido señalando la grave significación que tenía el alejamiento
de las nuevas generaciones. Más nadie escuchaba nuestro clamor.
Yo recuerdo también los años transcurridos desde el 50 al 90, cuando ningún
hombre joven se acercaba a los viejos partidos que habían concluido su misión con la
capitalización de Buenos Aires, y habían cerrado su ciclo histórico, a tal punto que estaban
desvinculados de las ansiedades profundas del país. Aquel infatigable luchador que fue
Leandro N. Alem cuando un grupo de muchachos fue a verlo a su casa en 1889, dijo
aquellas palabras - «Yo no creo en la juventud»-, que poco más tarde, en 1890, consideró
necesario rectificar. Era que él sentía en sus brazos la imposibilidad, la impotencia que
durante diez años le impidió reunir el esfuerzo de los hombres jóvenes para resistir y vencer
la embestida de las fuerzas oligárquicas que estaban torciendo el curso de la vida argentina.
Nosotros asistimos a una etapa similar desde 1935 a 1943. Afirmábamos que, así
como se había clausurado la existencia de los viejos partidos del 80 al 90 merced a un
acontecimiento que cumplió la función de factor catalítico - la revolución del 90-, así había
resurgido, en nuestro tiempo, la fuerza cívica contenida en la entraña de la Unión Cívica
Radical, cuyo nombre nos emociona y cuyo sentido incita a la gran lucha que todavía debe
librarse por la liberación argentina.
Desde el 80 al 90 aquellos partidos no consultaron los requerimientos íntimos de
nuestro pueblo. ¿Qué pasó de 1935 a 1943? Que también las fuerzas políticas argentinas
estaban alejadas del sentimiento y del destino de nuestro pueblo. La crisis se fue elaborando
lentamente. Los padecimientos de ahora no son el resultado de un hecho fortuitamente
producido en la tierra argentina. El largo proceso comenzó a gestarse cuando los partidos
políticos viciaron su deber fundamental de estructurar la nacionalidad y, en vez de servir a
las fuerzas históricas del país, sirvieron al interés de grupos minoritarios y de los dirigentes
que aparecían a su frente.
La crisis de la política argentina que estalló el 4 de junio, tuvo su causa inmediata
en los acontecimientos de 1935, cuando la Unión Cívica Radical abandonó su función en el
país y, en lugar de seguir siendo la fuerza de construcción de la nacionalidad al servicio del
pueblo y de la dignidad humana, y en lugar de ser el dique de contención del privilegio
económico, de la oligarquía nacional y de la penetración imperialista, redujo su acción al
planeamiento y a la defensa de los aspectos formales de la democracia. De esta manera
pretendió ganar, en acto de gracia, la libertad, que sólo se gana con la lucha, con el
sufrimiento y con el sacrificio llevado a la suma lealtad.
Los muchachos, cuyo espíritu es una película sensible, se retraen ante una política
que no esté destinada a cumplir fines trascendentales y nacionales. Por eso desde el 80 al 90
hicieron crisis los viejos partidos argentinos; por eso desde el 35 al 43 hizo crisis la
democracia argentina. Y si la Unión Cívica Radical pudo sobrevivir, fue tan sólo porque su
patrimonio histórico, su asilo en el corazón de los hombres del pueblo argentino le permitió
resistir sus propias desviaciones. Y si resurgió en el alma del pueblo de Buenos Aires,
ofreciendo el magnífico ejemplo de recuperación de enero de 1946, fue porque desde aquí,
desde muchos sectores de la juventud, se inició la grande empresa de reconstruir el
Radicalismo, empresa que ha de dotar a la nacionalidad de sus instrumentos de liberación y
de redención, cuyo empleo asegurará al pueblo jornadas de triunfo que significarán la
culminación de los grandes anhelos de Argentina.
Esto es, más que nada, obra de ustedes, hombres de la juventud radical; de ustedes,
muchachos de 1951, que son los mismos muchachos de 1890 y de 1935.
La juventud radical de Buenos Aires, que vivió al margen de la estructura oficial
del partido, señaló en cada momento, con claridad y energía, las desviaciones que se
cometían. No se enroló en ningún aspecto de la lucha interna, porque su aspiración no fue
vincularse a las fracciones que actuaron dentro de la vida del partido, sino convertirse en
herramienta para la construcción futura y definir, ante los grandes problemas del país y del
Radicalismo, el pensamiento que tienen los hombres nuevos. Esta misión fue cumplida con
altura, dignidad y limpieza frente a las circunstancias de cada instante.
Al comenzar la movilización de la juventud radical, en 1942, se habló en un
congreso, al que asistió el presidente que acabáis de elegir, de la proximidad del colapso de
la democracia argentina. Después, al iniciarse la organización efectiva de la juventud
radical, en 1944, se afirmó que la dictadura, que había sobrevenido por la pérdida de la fe
del pueblo en los organismos rectores de nuestra política, sólo podría ser abatida levantando
contra ella un programa de consignas claras y limpias, para que el pueblo reencontrará su
camino. El programa que la Unión Cívica Radical acaba de sancionar hace pocos días, es,
en síntesis y en su esencia, el programa que la juventud radical de la provincia de Buenos
Aires alzó en 1944 como estandarte para la reconstrucción del Radicalismo. Es éste un gran
honor y una gran responsabilidad.
Vosotros tenéis el deber de defender el programa que dice, en el idioma y con el
acento emocional del Radicalismo, las consignas revolucionarias que son el signo de
nuestro tiempo. Vosotros sois los portaestandartes actuales de esa gran bandera humana.
Tendréis que marchas con ella hasta asegurar su prevalencia en todos los ámbitos de la vida
argentina.
Creo, ante todo, en vosotros. No confío para el porvenir de la Argentina más que
en vosotros, Sólo hombres jóvenes sin vinculación con el pasado podrán consumar la gran
revolución que exige la Argentina. Sólo hombres jóvenes capaces de comprender que el
problema que estamos viviendo es transitorio y accidental, y que pese a él se realizará la
Argentina soñada de Mayo, podrán concretar la magna empresa. Sólo hombres jóvenes de
vuestro temple, con convicción radical y autenticidad emocional, podrán alcanzar la meta
que desde hace tantos años aguarda, esperanzado el destino de nuestra patria.
Tenemos que derribar la dictadura actual, derribando las causas que le dieron
origen. Los hombres del pueblo argentino no habrían perdido su fe si no hubiesen actuado
con tanta impunidad las fuerzas del privilegio económico; si la trama sutil del imperialismo
no hubiese extendido su estructura y sus raíces sobre la vida argentina, si no se hubiese
desarmado el espíritu combativo del hombre del pueblo, aniquilando mediante la «política
del servicio personal» las fuerzas civiles y la voluntad emancipadora que estaban
consustanciadas con el origen del Radicalismo. Aunque derribemos el gobierno actual, la
dictadura reaparecerá si subsisten las causas que le dieron origen.
Salvemos la Argentina eliminando para siempre la injusticia económica, la
insensibilidad social, los métodos primarios de organización política, la frustración cultural
de nuestro pueblo, liberando a nuestra patria de la presión internacional y de los factores
económicos y sociales que la configuran. Si logramos hacerlo, veremos entonces cómo en
Argentina no habrá más fraude, ni dictadura, ni iniquidades que se cometan contra la
dignidad del hombre y del pueblo.
Este es el gran programa del Radicalismo y de la juventud: Liberar a la patria.
Debemos cumplir esta misión en momentos en que cruje la estructura del mundo;
en que Argentina, patria ideal del sueño americano, deserta de su deber y de su destino
históricos; en que hace crisis el sistema capitalista; en que insurgen, en todos los horizontes
de la tierra, los pueblos sometidos a dominación colonial; en que las fuerzas del privilegio
internacional luchan por mantener el «status quo» en todas las áreas que controlan y sin
reparar en medios ni formas.
Debería ser éste el momento en que los argentinos habláramos el idioma de San
Martín y conquistáramos nuestra independencia total ante todas las naciones del mundo,
repitiendo palabras de Yrigoyen, según quien la vida de los hombres y de los pueblos debe
ser sagrada para los hombres y para los pueblos.
Y, sin embargo, es en estos momentos que el Régimen, adueñado de los poderes y
estructuras del Estado argentino, traiciona el destino de nuestra patria y se somete a las
empresas internacionales que pretenden mantener las viejas y fracasadas normas que
arrastran la humanidad a los desastres de la explotación, del fascismo y de la guerra.
Tenemos el deber patriótico de despertar a Argentina para el cumplimiento de su
función eminente en el mundo. Y también tenemos un deber nacional que afrontar. Hay que
realizar el sueño argentino en su plenitud moral, espiritual y económica. Esta nuestra tierra,
bendecida por todos los dones de la providencia, prolongada a lo largo de la parte
meridional del continente, tiene ante si todas las posibilidades: sus riquezas podrían
asegurarle invencible fortaleza material; sus potencias espirituales deberían concederle el
derecho, hasta hoy burlado, de vivir una vida justiciera y autónoma. Con este pueblo de
dieciocho millones de habitantes, ¡que patria podríamos construir!
Debemos construirla, haciéndola libre y creando las bases económicas necesarias
para asegurar emancipación política. Y después de que ella -por ser soberana en los
aspectos políticos y económicos- realice su destino, debemos lograr que su organización y
sus poderes internos no estén al servicio de ninguna minoría, sino al servicio de los
hombres del pueblo, para cumplir de este modo el lema de San Martín, que quiso que la
causa argentina fuese la causa del género humano.
Para esto lucha la Unión Cívica Radical. El de ahora es el momento en que ceden
los andamiajes del mundo viejo y en que, sin embargo, la dictadura argentina quiere
mantener el sistema de expoliación que pone a los hombres al servicio de los poseedores.
He aquí las dos grandes fuerzas que hoy se enfrentan: la que defiende la vida de los
hombres y la que defiende el privilegio de las cosas. Gracias a la intuición genial y al
pensamiento lúcido de Yrigoyen, la Unión Cívica Radical tiene rumbo trazado. Allí donde
entre en conflicto el privilegio de las cosas o los derechos del dominio con los reclamos de
la vida humana, la Unión Cívica Radical está y estará con los reclamos de la vida humana
enfrentando al interés de todos los poseedores de la tierra.
Sé que decir esto es fácil, pero difícil realizarlo. Sé que hay inmensas fuerzas -
representativas de casi todo lo que significa poder material en la vida de los hombres y de
los pueblos- que conspiran contra nuestro propósito. Hace miles de años que se inició esta
lucha y se dijeron palabras iguales o parecidas a las que hoy pronuncio. Allí está, en
defensa del mismo interés humano, el pensamiento de los filósofos, de los apóstoles, de los
fundadores de las religiones. Y sin embargo, con formas cambiantes, la vieja injusticia
sigue perdurando. Frente a ella, yo afirmo que la transformación liberadora se acerca: que
está próximo el día en que será posible una mejor organización de la vida humana; y que,
en nuestra patria, el privilegio de esta generación consistirá en finalizar la obra de 1810, en
concluir la grande empresa, en realizar el sueño argentino, en concretar la gesta del
Radicalismo.
Si estáis a la altura de los acontecimientos, vosotros construiréis el porvenir.
Vosotros pisaréis la Argentina de mañana, la Argentina ansiada desde hace ciento cuarenta
años. ¡Poned vuestros corazones en la empresa!
No sé si el destino querrá que nosotros veamos esa Argentina aun irrealizada. No
sé si el destino querrá que, como el profeta del pueblo israelita podamos tan sólo ver desde
lo alto la tierra prometida. Pero vosotros la pisaréis si afrontáis la empresa con patriotismo.
¡La grande causa de la argentinidad está depositada en vuestras manos!
Las jornadas próximas serán difíciles, las jornadas próximas serán angustiosas.
Nos estamos debatiendo entre dos grandes peligros: el peligro del mantenimiento del
régimen actual, y el peligro de que en nombre de la libertad se restablezcan las condiciones
que trajeron el régimen actual. Con pulso de acero triunfaremos de esos peligros,
sepultaremos las posibilidades de reanudar la injusticia social y terminaremos con el
Régimen. Esta debe ser la consigna de la juventud y de la Unión Cívica Radical.
Pienso que si en 1946 el noventa por ciento de la juventud trabajadora argentina
estaba enrolada bajo las banderas de la dictadura, en 1951 la juventud argentina ha vuelto
sus espaldas a la dictadura.
De vosotros depende el cumplimiento del «rol» fundamental que pertenece a la
juventud radical, a fin de que los muchachos del pueblo argentino, nuestros hermanos,
nuestros compañeros en la consumación de la obra del mañana, encuentren en al
radicalismo un hogar y un sitio en que realizar sus sueños revolucionarios, que al fin y al
cabo no son otros que los sueños revolucionarios a los cuales hemos entregado la mejor
sangre de nuestros corazones y la mejor parte de nuestras esperanzas.
Tenemos que reconstruir la unión argentina para el cumplimiento de los ideales de
la República. De vosotros, que no tenéis responsabilidades ni complicidades con el pasado,
que tenéis toda la vida por delante, depende que la Argentina se realice por fin o que, para
desgracia de nuestra patria, asistamos a una nueva postergación de la victoria final.
Mayo alzó sus banderas. El Radicalismo las recogió y, al entornar el himno de su
esperanza, ofreció la promesa de un futuro de felicidad para nuestro pueblo. La lucha nos
aguarda. Emprendedla con fe en el destino, en vuestra patria, en vuestros ideales y en la
humanidad.
Estoy seguro de que en Argentina y en el mundo sobrevendrán grandes tormentas,
inmensas tempestades. Estamos asistiendo a la declinación de una cultura. Una nueva
civilización surgirá de los escombros. Nosotros no somos espectadores de esta lucha, sino
sus actores, sus soldados. Cada uno es dueño de su alma; puede encerrarse en el silencio de
su egoísmo o puede entregarse apasionadamente a la lucha por consignas humanas. Suya es
la calificación y la elección de su destino. Ninguna duda tengo acerca de vosotros. Sé que
sois fieles a las grandes consignas de la humanidad. Sé que consagraríais la vida al servicio
de ellas, derrotando esta dictadura y comenzando al día siguiente la lucha más difícil,
mucho más difícil que la de derrotar esta dictadura, que es la de reconstruir la patria en la
justicia, en el trabajo y en la verdadera liberación del espíritu humano.
Para ello, allí está el programa del Radicalismo, surgido de las filas de la juventud:
el rescate de la dignidad, el bienestar social, el desarrollo de la economía, la expansión y la
autenticidad de la cultura; y en su base, la afirmación de que la libertad es destruida no sólo
por la dictadura, sino también por la opresión del privilegio. La existencia de cada ser
humano depende de la condición económica de su hogar. Es necesario que termine la inicua
injusticia que marca una trayectoria de desigualdad desde el seno materno, puesto que la
existencia del niño que se está gestando en el seno de la madre desnutrida, despojada de
protección, que ve la vida con amargura y miedo, no es igual a la existencia del niño que
está gestando en el seno de madre que mira la vida con alegría, con alborozo y sin temores.
El Radicalismo quiere que la organización política, la cultura, la economía, estén al servicio
de la creación humana sin desigualdades ni opresiones, y permitan el desarrollo de todas las
potencias morales, físicas e intelectuales del individuo. Sólo cuando esto cobre realidad, la
Argentina llegará a ser el solar en que los hombres vivan liberados y redimidos; sólo
entonces quedarán cumplidos la promesa de Mayo y el compromiso que el Radicalismo ha
contraído ante la historia y ante el pueblo.
En esta tarea estamos. Y cuando vosotros la hayáis realizado, después de que las
grandes tormentas hayan pasado sobre la tierra, adivino que vuestras miradas han de ser
nubladas por las lágrimas de la victoria. Serán las aguas tranquilas luego del encendido
batallar. No sé cuándo será esto: si dentro de pocos días o de muchos años. Vale la pena
que una generación entregue sus energías a esta esperanza. Si en el curso de la lucha nos
sorprende la muerte, podremos plegar los ojos con la sonrisa en los labios, con la serenidad
del deber cumplido. Y si llegamos al final, cuando las aguas estén tranquilas, en el barco
del destino humano veremos a la eterna pareja, mirando hacia el futuro, con las frentes altas
y las manos entrelazadas, porque se habrá iniciado para Argentina, América y el mundo un
futuro de amor y de dignidad, de paz y de trabajo, de justicia y de honor.
3. El Mensaje de Cada Generación

De una conferencia
sobre los deberes de la juventud.

Ocupo con verdadera emoción esta tribuna, rodeada por un cuerpo de muchachos
y muchachas, junto a hombres de vieja actuación en el Radicalismo, atraídos por un tema
específicamente juvenil.
Como dijo quién me honró al presentarme, es una vieja preocupación mía esta de
promover y organizar la acción de la juventud. No tuvo nunca un sentido político, en la
acepción común de la política argentina. Tuvo un sentido profundamente humano. Mirando
al panorama de la humanidad en sus vastas perspectivas, era evidente que después de la
guerra del 14-16 asistíamos a la crisis de una civilización. Aquí, en la Argentina, la
marejada debía llegar un tanto más tarde, pero llegaría. Nuestra acción política inicial se
vinculó a los esfuerzos del radicalismo de Yrigoyen por mantener sus perfiles originarios
en la gran lucha que, primero sorda y después abiertamente, se libró desde 1922 hasta 1928.
Pero tuvo expresión definida cuando los hombres de mi generación, que eran apenas
muchachos, afrontaron el rigor y el fragor de la lucha después de 1930. Habían llegado los
tiempo amargos, y nosotros, que vivíamos los años de la mocedad, sentimos el
estremecimiento de nuestra tierra y salimos a la acción. Esa juventud desconocida y
desconectada que asomó el 5 de abril en todo Buenos Aires, fue el factor fundamental de
aquel episodio extraordinario que demostró la voluntad democrática de nuestro pueblo,
oponiéndose a las primeras tentativas de organizar el fascismo en el país argentino.
Comprendimos, enseguida, cómo debíamos colocarnos a la altura de la época. Los
hombres jóvenes actuábamos en organizaciones locales, dependientes y accesorias de los
comités de distrito, que, por sus propias limitaciones, no podían cumplir el papel creador
que correspondía a una joven generación en el momento en que se encontraban en revisión
y en crisis las estructuras del mundo
Sostuvimos el derecho y el deber de la juventud de organizarse. en un cuerpo de
generación. En el ambiente pequeño, los esfuerzos no se orientan hacia una empresa
nacional ni contemplan sus proyecciones mundiales. Quedan sepultados, casi siempre, en
los choques secundarios de la política de campanario. Era necesario ligar la acción de los
hombres jóvenes con sus responsabilidades provinciales y nacionales. Era necesario
crearles su propio escenario para que dieran, con autenticidad, el mensaje que cada
generación trae como aporte propio e intransferible a la evolución de las ideas, por encima
de la gravitación del pensamiento y de los intereses predominantes. Un hombre joven está
más cerca de la tierra, más apegado al suelo, e interpreta con mayor fidelidad los reclamos
nuevos de cada época. El común de los hombres se vincula por vida a las ideas que
prevalecían en su adolescencia. Nos asomamos a la arena política, recogemos un sentido de
la vida y, salvo excepciones, ese sentido sigue imprimiendo su rumbo a nuestros actos.
Es un momento de revisión de profunda de valores era indispensable que la joven
generación no estuviera encasillada en conceptos que habían hecho fracasar la organización
del mundo. Podría, de este modo, revitalizar el tronco añoso del partido, trayendo su propio
acento a la vieja lucha argentina y radical para la creación de un orden guiado por los
móviles de la justicia y de la libertad.
Concebimos así esta organización de la juventud radical, que tiene antecedentes y
paralelos en la juventud radical chilena; en los clubs de la juventud Democrática, en
Estados Unidos, que fueron el valuarte del New Deal, la grande empresa renovadora de la
democracia, del presidente Roosevelt; en las juventudes republicanas de España, que
evocamos con emoción porque fueron las que en nuestro tiempo dijeron el mensaje de la
libertad con mayor fuerza, juventudes que ya no existen, juventudes que murieron sirviendo
nuestro anhelo de un mundo nuevo frente al cuartel de la Montaña o en las cumbres del
Guadarrama y entregaron sus vidas para contener el ímpetu fascista, mientras su sacrificio
tocaba a somatén en la conciencia de los pueblos libres.
Quisimos adoptar este tipo de organización, y radicales de todo el país reunimos
en Córdoba, en 1938, para concretar esta aspiración: crear un sitio de lucha para las nuevas
formaciones y, al mismo tiempo, un lugar donde cada hombre joven que tuviera juicio
propio y definición autónoma, pudiese ascender de las restricciones lugareñas a los planos
provinciales y nacionales, para considerar los problemas de la República y cotejar y
ensamblar su juicio con el de sus compañeros, señalando los requerimientos de la inquietud
común. Era la salvaguardia de un Radicalismo en permanente renovación, que debía
recoger, en cuajo, el aliento creador de cada etapa.
Nosotros seguimos la norma, pero no su práctica. Quiso el destino que al inductor
de la ley escrita le correspondiese la responsabilidad de imponer su vigencia en la provincia
de Buenos Aires y de lograr en muchos distritos, y precisamente en éste, que los hombres
jóvenes tuviesen la posibilidad de ofrendar en la acción lo mejor de sus espíritus.
Quienes entendemos que el Radicalismo es un camino abierto hacia el porvenir, no
tenemos temor ante el juicio de los hombres jóvenes. Lo queremos vehemente, enérgico y
decidido, como tiene que ser la juventud.
Quienes no tenemos miedo al futuro ni complicidades con el pasado, queremos
una juventud que pronuncie su mensaje con valor y vigor, no una juventud adocenada que
cumpla con mansedumbre bovina las órdenes que llegan desde arriba.
Bienvenida su palabra para juzgar y para criticar. Bienvenida su palabra para
acertar o para errar, porque vivimos en crisis y si alguna opinión vale es la de un hombre
joven que no está sumergido en los sistemas de ideas que condujeron a la humanidad a la
encrucijada en que se debate.
IV
EL REGIMEN

1. Enjuiciamiento.

Discurso pronunciado en el seno de la Convención


Nacional Constituyente durante la sesión del 3 de
marzo de 1949.

El presidente de la República ha definido el proyecto de reforma que dio a conocer


en su carácter de jefe del partido oficial como el coronamiento y la consolidación de la obra
revolucionaria. Y en su discurso pronunciado en este recinto señaló el cuadro pre-
revolucionario y la gestión y tendencias de su movimiento. Nosotros también creemos que
la reforma constituye la etapa última del plan presidencial y consideramos indispensable,
también, establecer qué orden se intenta consolidar, porque sólo del exámen de los hechos
obtendremos su clave de juicio e interpretación.
El signo fundamental de este momento reside en la coexistencia, en el ánimo
público, de dos revoluciones. Parecen coincidir en su idioma y aún en sus consignas, más
discrepan profundamente en su esencia y sentido. Hay una revolución que ansiaba el pueblo
y otra que proclama el gobierno. He aquí la médula del problema político argentino. La
revolución que quería el pueblo constituía la realización de la promesa argentina de crear
un ámbito nacional en que resplandeciese la dignidad del hombre. Vivió en el rumbo
trazado por los fundadores y en la esperanza que alentó generación tras generación al
empeño de construir la Argentina aún irrealizada. El servicio de esta causa fue la razón de
ser del Radicalismo, persiguiendo una continuidad histórica quebrantada en 1930.
El espíritu de la revolución impulsó la lucha contra el régimen impuesto y contra
sus características; el apartamiento del pueblo en la formación de los gobiernos, la
preeminencia de los factores de injusticia económica y social y la defección de las capas
dirigentes, que, en su mayoría, persiguen sus propios fines y desertaron de su función
nacional. Contra ese sistema y esas tendencias se batió el Radicalismo, en contienda
desigual, abnegadamente, y en sus filas una generación quemó sus mejores años en la lucha
contra el privilegio nacional e internacional.
Cuando vino el golpe de estado del 4 de junio, el clima de insurgencia espiritual
poseía al país. La caída del régimen conservador marcó el afloramiento de las grandes
aspiraciones contenidas por la mentira electoral, de los grandes anhelos de renovación de la
argentina y de afirmación del contenido moral de la vida pública, de enaltecimiento de los
métodos de nuestra democracia y de una profunda transformación económica y social que
afianzare las libertades esenciales.

La revolución-mito.

Hay otra revolución, aquella que apareció en el gobierno «de facto», que titubió en
sus primeros pasos y restableció las palabras proscriptas de libertad y democracia cuando la
guerra mundial tuvo decisión; que alzó las consignas populares que ya formaban la
conciencia pública, en tanto bloqueaba la expresión de su pensamiento a quienes las
predicaron y sustentaron en la larga Batalla contra las direcciones políticas y económicas
enseñoreadas en el país desde 1930.
Entre esta revolución - mito, creada por la propaganda oficial, que semeja por
mimetismo a la revolución querida por el pueblo, y el régimen que tiene su sede en la Casa
de Gobierno, existe una distancia inmensa. Podrá mantenerse la confusión mientras se trabe
la libre información por el control de los grandes medios de publicidad y mientras de cada
diez argentinos, nueve viva en la penuria totalitaria de escuchar únicamente la voz del amo;
la voz del gobierno.
Han transcurrido seis años desde la toma del poder y tres desde los comicios que le
dieron ratificación popular. El país confronta la consolidación constitucional de lo que el
Régimen ha denominado su revolución nacional, aunando dos palabras mágicas: la que
designa el sentido revolucionario de la época y la que afirma el fervor con que los hombres
se sumergen en la empresa colectiva de superar la grandeza de la Nación.
Otros movimientos contemporáneos se ampararon bajo el nombre de revolución
nacional. En países socialmente resentidos por el sufrimiento de la guerra y de la desilución
de la paz, con estructuras políticas inestables, aparecieron seductoras las perspectivas de
jugar la gran aventura de la conquista del poder. Usóse una fraseología revolucionaria y se
declamó una exuberante demagogia revolucionaria alternada con el régimen del requiem
liberal. El adversario no era el capitalismo en cuanto tenía de lesivo a la economía popular,
pues los grandes monopolios se ligaron a las nuevas expresiones políticas, cuando no las
financiaron previsoramente. Fue contra el liberalismo espiritual, contra las libertades civiles
y políticas, que se libraba la revancha del renaciente absolutismo.
¿Quién realizó la revolución nacional en Alemania? El partido socialista nacional
alemán. ¿Cuál fue su organización básica para la dominación del pueblo alemán? El Frente
del Trabajo. ¿Qué estructura forjó en Italia la revolución nacional? El Estado proletario y
fascista. ¿Cuál fue su instrumento de propaganda? La Carta del Lavoro. Tienen su filiación
las denominaciones que aparecieron últimamente en la Argentina.
¿Qué hizo el señor Mussolini cuando capturó el poder? Mantuvo las instituciones
constitucionales del reino italiano; no suprimió el parlamento, pero lo desjerarquizó; no
suprimió la oposición, pero la humilló. Existía un régimen electoral de representación
proporcional y lo reemplazó en 1923 por otro que otorgaba dos tercios a la mayoría. No
estableció la censura, pero creó un sistema de coacción económica y moral que le permitió
ir dominando paulativamente a la prensa. Sólo quedaron los pequeños periódicos de
provincias y enhiesto en la cumbre de su prestigio internacional «Il Corriere della Sera»,
hasta que en el curso de los años la presión del régimen sofocó al noble vocero que
mantenía el ideario del «risorgimiento».
Y cuando el hombre de la calle en Italia quería enterarse de los acontecimientos de
su patria y del mundo, ¿que leía? Sólo podía formarse juicio de acuerdo con las directivas
del Ministerio de Propaganda. Toda la prensa estaba sometida al contralor de la
organización oficial.

El controlador de la prensa.

¿Qué de distinto pasa en la Argentina? De los once diarios de mayor circulación en


la Capital Federal, nueve forman parte del sistema oficial de la prensa dirigida, cuyas líneas
señala desde la Casa de Gobierno el secretario administrativo de la Presidencia de la
Nación, que se sienta en esta convención. Constituyen la propiedad privada de los
personajes del Régimen o están fiscalizados por los bancos oficiales. Sobre los dos únicos
grandes diarios libres que quedan penden las amenazas del control de cambios y del destino
de «Il Corriere della Sera».
Los periódicos representativos de los partidos políticos adversos al Régimen han
desaparecido. El vocero oficioso del Radicalismo fue clausurado por decreto del Poder
Ejecutivo. Sancionó una caricatura relativa a la gravitación imperialista de los Estados
Unidos en la política latinoamericana, caricatura que ofendió el sentimiento de solidaridad
continental tan sensible en nuestras esferas oficiales cuando era embajador de la gran
nación del norte el señor Messerschmidt, amigo dilecto del presidente y presidente del
«holding» que controla a la C.A.D.E.

-Hablan simultáneamente varios convencionales y suena la campana.


Visca. - Mussolini daba aceite de ricino y Perón da de comer al pueblo.
-Hablan simultáneamente varios convencionales y suena la campana.

Lebensohn. - En Italia fue necesario dar aceite de ricino porque no había jueces
dóciles.

-Hablan varios señores convencionales a la vez y suena la campana.


Presidente (Mercante). - Continúa con la palabra el señor convencional de
Buenos Aires.

Lebensohn. - Parece el parlamento fascista: los mismos gritos cuando una voz
libre describe la realidad del Régimen.

-Hablan varios señores convencionales a la vez y suena la campana.

Lebensohn. - La Constitución establece que el Congreso dicta la legislación penal,


y el Poder Ejecutivo se atribuyó el derecho de crear por decreto una nueva figura delictual.
La Constitución establece que el Poder Ejecutivo no puede arrogarse funciones judiciales, y
el Poder Ejecutivo aplicó «per se» la penalidad que él mismo instituyó. La Constitución
confiere al Poder Judicial la protección de las libertades públicas y el Poder Judicial, en
ninguna de sus instancias, tan abundantemente representadas en el sector del partido
político oficial, encontró modo de pronunciarse sobre tales violaciones constitucionales.
Más digna fue la conducta de la Suprema Corte alemana. Dos veces clausuró Hitler al
órgano oficial de la socialdemocracia, y dos veces la Suprema Corte ordenó su reapertura
hasta la asunción de los plenos poderes por el régimen nazi.
Por otros procedimientos encubiertos, mediante decisiones de carácter municipal
que ningún juez argentino se atreve a revocar, o ejerciendo intimidación sobre los talleres
gráficos, se eliminó de la Capital al resto de la prensa opositora, relegada al interior, donde
los pequeños tirajes no inquietan al Régimen, mas donde tampoco está exenta de amenazas
como lo demuestra la clausura de «El Norte», de San Nicolás, y el atentado criminal contra
«El Clarín», de Chacabuco, incendiado en pleno día con bombas igníferas por un piquete de
«gangsters» enviado desde la Capital Federal.
Sin libertad de prensa no existe democracia. «Es uno de los grandes baluartes de la
libertad», estableció la declaración de los derechos de Virginia, «y sólo podrá ser
restringida por un gobierno despótico». Por la libertad de prensa, suprimida en la
Argentina, el pueblo de París inició una de sus tres gloriosas revoluciones, y al regar con su
sangre las barricadas que derribaron a la opresión, no defendió sólo el derecho de unos
hombres a publicar sus ideas, sino su propio derecho a decidir su destino, con pleno
conocimiento de todas las ideas.

Identidad del régimen fascista.

¿Qué pasaba en Italia con el obrero de las ciudades industriales del norte o con el
campesino del sur que deseaba una hora de esparcimiento y se dirigía al cinematógrafo? En
el noticiario que obligatoriamente debíase pasar, aparecían a diario las figuras del régimen
en actividades tendientes a promover la atracción general. Y cuando regresaba a su casa y
quería informarse de cuanto ocurría en el país o en el mundo, en balde giraba el dial de la
radio. Sólo escuchaba la voz del Duce o de sus corifeos y las informaciones organizadas
sistemáticamente en el Ministerio de Informaciones para reformar el juicio del pueblo,
seleccionando con cuidado noticias y comentarios para justificación y gloria del régimen.
¿Qué de distinto pasa en la Argentina?

Waite Figueroa. - Que no les damos aceite de castor.

Lebensohn. - Es lo único que faltaba, porque no lo necesitan, pero lo van a aplicar


cuando la resistencia popular crezca contra ustedes. Además, ustedes ya tienen mentalidad
para aplicar el aceite de recino, lo que es previo para cumplir la acción.
También aquí, como en Italia, obligatoriamente todos los días los cines tienen que
exhibir noticiarios confeccionados sin disimulo bajo el contralor de la Subsecretaría de
Informaciones, para exaltar las bondades y figuras del gobierno. Y si el hombre del común
desea enterarse a través de la radio de cuanto ocurre en el país o en el exterior, podrá girar
el dial de la radio cuanto quiera que jamás oirá la voz de un hombre que no pertenezca al
Régimen, y siempre deberá atenerse a las mismas informaciones meticulosamente
preparadas bajo la dirección oficial.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - ¿De quiénes son las estaciones de radio? En este mismo recinto, en la
Cámara de Diputados, fue denunciada la adquisición de las radios por la dirección de
Correos y Telecomunicaciones. En la Comisión de Reglamento nuestros representantes
quisieron investigar en vano quiénes son sus propietarios actuales. Yo voy a decir que
fueron adquiridas por el Estado sin autorización legislativa, concediéndose su uso a
sociedades anónimas, tras las cuales se esconden jerarcas del Régimen para obtener grandes
ganancias y para controlar ese elemento vital para la información y juicio del pueblo.
La radio es un instrumento esencial en la formación de la conciencia pública, a tal
punto que su libertad es signo definitorio de un régimen. Donde la oposición tiene libre
acceso, en un plano de igualdad con el gobierno, se vive el decoro de la libertad, y donde es
monopolio del partido oficial, como arma sin réplica para la sugestión de las multitudes, se
sufre la humillación de una dictadura.
La libertad de radio es más importante todavía que la libertad de prensa. La lectura
de la palabra escrita requiere un acto de decisión: la palabra radiada se impone, penetra en
la intimidad del hogar y en el fuero de nuestros sentidos y tiene un poder de convicción que
sólo el acento humano puede proporcionar.
Son democracias, desde Inglaterra hasta Estados Unidos, desde Francia a Canadá,
todos aquellos países donde las corrientes de la opinión pública pueden propalar sus ideas,
en función de pensamiento y de crítica. O las pequeñas naciones como Uruguay, donde no
existe para los partidos políticos fiscalización de ningún género, donde cualquier ciudadano
puede emitir sus más enérgicos juicios contra el gobierno, porque allí no actúa otro juez que
la conciencia del hombre del pueblo, soberano para escuchar y decidir.

Un crimen contra la ley natural.

Y sigamos el paralelismo entre los comienzos de la revolución nacional de Italia y


de la Argentina. Regresaba el niño italiano a su hogar. ¿Qué traía? Las consignas políticas
del régimen. Así, la revolución nacional dogmatizaba las conciencias desde la infancia.
¿Qué de distinto ocurre en nuestro país? El gobierno utiliza al niño como vehículo de
penetración en el hogar y encasilla su espíritu para deformar el alma del hombre del
mañana. Los «slogans» de la propaganda oficial son temas de clase y de exámen, y sus
planes y propósitos políticos, incluso éste de la reforma constitucional, objeto de las
composiciones infantiles. Ya en muchas escuelas, a imagen y semejanza de los
procedimientos del fascismo, se incluye en las lecciones de escritura frases vinculadas a las
figuras del Régimen. Así se destruye la alta función unificadora de la escuela argentina. Así
pretende anular, desde su formación, al espíritu crítico de la futura ciudadanía; y así se
comete el crímen totalitario, contra la ley natural, de despojar al padre del amor de su
propio hijo.
Los sindicatos.

Como en Italia, los sindicatos organizados verticalmente por una dirección


centralizada que destruye la estructura federativa argentina, constituyen el soporte principal
del Régimen.
Como en Italia, fueron ganados uno a uno por voluntad espontánea o por artes de
seducción o coacción. Cuando mantienen independencia y rehusan someterse a los
designios oficiales, se eclipsa la libertad constitucional de asociación y aparece
interviniéndolos el secretariado de la CGT, con el respaldo de la Secretaría de Trabajo y la
Policía Federal actuando de consuno. Y si el espíritu de libre decisión permanece, las
intervenciones quedan indefinidamente, como ocurre con los telefónicos y los obreros
municipales.
Los sindicatos han dejado de ser los órganos de expresión autónoma de los
trabajadores en defensa de sus intereses gremiales. Han quedado reducidos al «rol»de
instrumentos de control, dirección y movilización de la clase obrera, según las
determinaciones de la Casa de Gobierno. Y no es que se mantenga a estos fines en recato.
El actual presidente de la Nación, en discurso pronunciado en la Bolsa de Comercio, al
referirse a los objetivos de creación de la Secretaría de Trabajo, definió su propósito de que
«pudiera ser un organismo que dirigiese al movimiento sindical argentino en una dirección,
lo organizase e hiciese de esta masa inorgánica y anárquica una masa organizada que
procediese racionalmente de acuerdo a las directivas del Estado».

Visca. - ¿Por qué no explica el 17 de octubre?


Presidente (Mercante). - No interrumpa el señor convencional al orador que está
en el uso de la palabra.

Lebensohn. - Se lo diré, señor convencional. La repetición de frases estereotipadas


en el cine, la radio, la prensa, la escuela, el cuartel, el sindicato dirigido, la reiteración de
estados conmocionales provocados con artificiosa habilidad, permitió a las dictaduras
europeas crear el clima de sugestión que hipnotizó a inmensas muchedumbres. ¿Qué de
extraño tiene, pues, el éxito de esas mismas técnicas en nuestra tierra, si la regulación de las
libertades públicas impidió contraponerles el conocimiento de los hechos y las ideas que
posibilitaran el libre juicio de la ciudadanía?

Los partidos.

Y llego, señor presidente, a uno de los aspectos definitorios de la situación


argentina. La vida de los partidos políticos no es cuestión particular de cada partido: es un
problema substancial de la democracia. En la democracia los ciudadanos no actúan
aislados, sino agrupados en grandes corrientes cívicas, y el sistema fracasa si en cada una
no se aplica lealmente y el pueblo no puede deliberar, elegir y fiscalizar a sus
representantes.
Como argentino que aspira a la dignificación de los métodos políticos, tengo
derecho a examinar la forma como los ciudadanos adheridos al partido oficial realizan su
voluntad política a través de sus organismos. Del mismo modo tengo el deber de ofrecer al
resto de la ciudadanía la seguridad de los procedimientos mediante los cuales los afiliados
al Radicalismo deciden de su conducta política.
El partido oficial se ha convertido en órgano del Estado. No se ha dictado una ley,
como la alemana del 1º de diciembre de 1933, que establezca la unión indisoluble entre el
partido y el Estado; pero la carta orgánica del partido establece que el afiliado que ejerza la
presidencia de la Nación posee el derecho de control de la vida partidaria, lo que resulta
exactamente lo mismo, puesto que la fusión entre el Estado y el partido se realiza, por
encima de la Constitución, entre la jefatura del Estado y la jefatura del partido.
En la democracia, las jerarquías nacen desde abajo hacia arriba y las
responsabilidades se plantean desde arriba hacia abajo. En los partidos totalitarios se aplica
el «Fuehrer prinzip»; la jerarquía parte desde la cúspide hacia abajo, y las responsabilidades
se rinden desde abajo hacia arriba. La dirección nacional designa la dirección regional y
ésta a la local. La dirección local es responsable no ante el pueblo, sino ante la dirección
regional, y ésta ante la nacional, donde reside la fuente del poder.
Por primera vez en la historia de los partidos políticos argentinos, la estructura que
está rigiendo al partido oficial es exactamente la misma de los partidos totalitarios, y en ella
y en su vinculación con el Estado naufragan todas las instituciones constitucionales
argentinas y los principios históricos de la organización nacional.
No existe separación de poderes cuando el consejo superior del partido oficial que
actúa bajo la jefatura del presidente de la Nación designa los candidatos a diputados
nacionales que han de formar el otro poder del Estado, y hasta los propios convencionales
que están ejerciendo el poder eminente de modificar la Carta Fundamental.

-Varios señores convencionales hablan simultáneamente, y suena la campana.


Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional
por Buenos Aires.

Lebensohn. - No existe separación de poderes cuando esos constituyentes son


nombrados por el cuerpo político representativo del régimen y entre ellos se encuentran
cuatro de los cinco jueces de la Corte Suprema integrando las listas y el sector del partido
oficial que reconoce la jefatura omnímoda del titular del Poder Ejecutivo de la Nación.
El régimen federal se ha extinguido cuando ese cuerpo, que representa una unidad
de comando incompatible con la democracia y con los principios del federalismo, designa
los candidatos a gobernadores, a miembros de las Legislaturas provinciales, y hasta a los
senadores nacionales que han de investir la delegación del pueblo de las provincias de la
Cámara representativa en la autonomía de los Estados.

-Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Las estructuras reales.

Lebensohn. - Si a través de los resortes del partido oficial se ha suprimido en los


hechos la separación de poderes y el federalismo, y por su intermedio el presidente de la
república ejerce la dirección de los cuerpos políticos del país, también controla a su arbitrio
los demás aspectos de la vida nacional. El presidente de la República, que personifica en
los hechos al Estado, dirige la cultura oficial, mediante los rectores de las universidades,
que él designa; a los sindicatos obreros, por conductores gremiales que son los portavoces y
ejecutores de sus decisiones.

Borlenghi. - ¡Está fuera de la cuestión!


- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - Regula el nivel de vida de la inmensa mayoría del pueblo argentino,


autorizando la inflación sin límites del circulante, que desquicia la economía nacional,
reduce el valor adquisitivo de los sueldos y salarios y enriquece a los poseedores.

Borlenghi. - ¡El señor convencional no está en la cuestión!


Presidente (Mercante). - La presidencia ruega al señor convencional que se ajuste
a la cuestión en debate.

Lebensohn. - Estoy en la cuestión.

Borlenghi. - ¡No está en la cuestión!


- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.
Presidente (Mercante). - Continúa en la palabra el señor convencional por
Buenos Aires.

Lebensohn. - Advierto, señor presidente, que el Radicalismo va a realizar su


examen de la Constitución real que está viviendo el pueblo argentino de acuerdo con su
propio concepto y con su propia responsabilidad histórica. Vamos a hablar con absoluta
libertad en este recinto.
El señor presidente de la República ha analizado la estructura del Estado argentino
tal como él la ve. La Unión Cívica Radical tiene el derecho de analizar desde estas bancas
del recinto de la Convención Constituyente las estructuras reales del pueblo argentino tal
como ella las advierte.
El señor presidente de la República determina las orientaciones económicas a
través de la burocracia del Consejo Económico Nacional que de él depende; los artículos
que pueden ingresar en el país y las zonas de privilegio, verdaderos feudos industriales que
se establecen al amparo de las restricciones que él impone; regla el rendimiento del trabajo
de los agricultores, fijando el precio que recibirán por su producción...

Correa. - Señor presidente; el señor convencional está fuera de la cuestión.

Lebensohn. - Estoy determinando las estructuras que se quieren consolidar


constitucionalmente.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Presidente (Mercante). - Sírvanse no interrumpir los señores convencionales al
orador que está en el uso de la palabra.
Lebensohn. - El señor presidente encauza la dirección del crédito y dirige la
política internacional sin que la Cámara de Diputados, única en que actúan legisladores
radicales, haya tenido posibilidad de considerar los pactos en ejecución que lesionan
nuestra libertad política y económica en la lucha contra los imperialismos.
El señor presidente ejerce una potestad irrestricta en el orden político y en los
campos económicos, financiero, sindical y cultural; controla a su arbitrio los rumbos de la
vida nacional. Por otros caminos, con otros procedimientos usando sus mismas técnicas, ha
alcanzado la finalidad totalitaria.
Ahí está instalado el Régimen en sus realidades, dispositivos y orientaciones. Se
ha desarrollado en el quebrantamiento de la estructura constitucional y en la regulación de
las libertades públicas; ha centralizado las direcciones del país y pretendido imprimir su
concepción en todos los aspectos de la existencia argentina. No puede consolidarse sin la
permanencia indefinida del conductor que constituye el centro de las decisiones. De ahí la
necesidad de la reelección presidencial. Sin continuidad del jefe, no existe continuidad del
sistema y no se concibe al jefe sin la total concentración del poder.

La reelección.

El artículo 77 de la Constitución es la garantía suprema de las libertades populares


y la última valla contra la arbitrariedad. Puede un gobernante avasallar todos los derechos.
Su poder tiene límite cierto, plazo infranqueable, en la prohibición dictada por el
sufrimiento de dos generaciones argentinas. Su remoción es el objeto de la reforma, y el
Radicalismo se opone a ésta «in totum», en su conjunto, en defensa del orden democrático
y de las libertades fundamentales, y en lealtad con la historia y el destino de nuestra Patria.
Votará contra la reforma porque entraña el propósito de consolidar, fortificar y perpetuar al
absolutismo gobernante y persigue la única finalidad de legalizar el establecimiento del
sistema que está destruyendo esencias republicanas y precipitando a nuestra Patria en la
abyección del despotismo.
En el curso de nuestra organización constitucional, la vida republicana, casi
siempre fue amarga, pudo desarrollarse evolutivamente. Los presidentes solían ejercer
influjo decisivo; su poder era inmenso, incontrolado dentro del lapso en que ejercían la
dirección de la República. Imponían a sus sucesores, pero éstos, conscientes de la fuerza
que reúne el poder presidencial, jamás se resignaron a ser meros ejecutores de directivas
ajenas. Y en esa renovación de fuerzas, de procedimientos y de hombres, la democracia
argentina se salvó y la República subsistió aun en las épocas dolorosas del fraude.
A este gran recaudo constitucional, los círculos de intereses que siempre rodean al
poder personal quieren suprimirlo, no en interés del país, sino en su propio interés. No
tienen la responsabilidad histórica del presidente, sino la oportunidad de enturbiarse con el
fango de los negociados y de beneficiarse con el usufructo de su influencia, operando a la
sombra del poder presidencial.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - Con plena responsabilidad digo que aún cuando el presidente fuese
un hombre de mi partido, tal es el conjunto que concentra el poder presidencial que podría
lograr su reelección indefinida, aunque no representara a las corrientes más cuantiosas de la
opinión pública. Esta situación iría socavando el régimen republicano y abriendo una fisura
profunda entre el gobierno y el país, y su consolidación habría de provocar en esta tierra,
que siempre ha sido tierra de resistencia a la opresión, las reacciones que son condignas a
los pueblos que aman y defienden su libertad. A la primera reacción, el Régimen está
muerto. Si triunfa, no tiene otro remedio que la huída, pero si logra la victoria, la sangre
derramada...

Visca. - Estamos frente a una cuestión ajena al debate...


- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena a campana.
Presidente (Mercante). - Continúe en el uso de la palabra el señor convencional
por Buenos Aires.

Lebensohn. - Hablar de la reelección es estar fuera de la cuestión. Ese es el


drama...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - Pero si logra la victoria, la sangre derramada convierte al presidente


en su prisionero para siempre; no puede volver a ser un hombre común, desfilar por la calle,
porque los odios despertados le obligan a permanecer en el poder y a rodearse de la
vigilancia que protege al poder. Podría huir al extranjero, pero sus parciales se lo
impedirían, porque necesitan la continuidad para su defensa...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Los antecedentes de latinoamerica.

Lebensohn. - Esta es la trágica historia de todos los dictadores latinoamericanos.


Esta es la historia de Rosas.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - Esta es la historia de los presidentes latinoamericanos que


convocaron a asambleas constituyentes con el propósito de modificar la Constitución a fin
de posibilitar sus reelecciones...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Presidente (Mercante). - No interrumpan los señores convencionales al orador
que está en el uso de la palabra.

Lebensohn. - Tengo aquí una cantidad de antecedentes que demuestran hasta que
punto el dolor de los pueblos de Latinoamérica ha necesitado crear exigencias
constitucionales como las del artículo 77 para defender su derecho a la libertad.
En Guatemala, pequeño país que estuvo sometido a dictaduras, el presidente no
pudo ser reelecto, sino después de doce años del cese de su ejercicio.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - La Constitución de México expresa que por ningún motivo y nunca


podrá volver a desempeñar ese cargo después de concluir su mandato; en Nicaragua no
pueden ocupar la primera magistratura ni los parientes dentro del cuarto grado de
consanguinidad o segundo grado de afinidad del presidente de la República o del que ejerza
la presidencia durante cualquier tiempo de los últimos seis meses anteriores a la elección; el
militar que hubiese estado en servicio activo sesenta días antes de la elección se halla en la
misma situación; en Panamá...

Un convencional. - Panamá, ¿qué país es?

Lebensohn. - Se ve que es convencional de la mayoría. Lo mismo ocurre en


Panamá respecto de los parientes del presidente dentro del cuarto grado de consanguinidad
o segundo de afinidad. Y así en toda Latinoamérica, salvo Santo Domingo y Paraguay.
¿Qué son los veinte años de reelección de Estrada, en Guatemala; qué son los trece
años de reelección de Ubico, en el mismo país? ¿Qué es el Trujillo, en Santo Domingo y las
reformas constitucionales de 1929, 1932 y 1934 introducidas por él? Cuanto más
despreciable en un régimen, tanto más reformas constitucionales.
En Cuba, en 1925, se produce al advenimiento de Machado al ejercicio del poder,
y ya en 1927 reforma la Constitución para conectar su prolongación indefinida, hasta que
en 1933, después de haber martirizado a ese pueblo con sus torturas y sus «porristas»,
después de haber ensangrentado la hermosa isla del Caribe, huyó a Estados Unidos, donde
pasó sus últimos días en el desprecio de su patria. ¿Qué es de Venezuela, que tuvo desde
1908 hasta 1935 el mismo dictador, Juan Vicente Gómez, de quien sólo se liberó el país
con su muerte? El día de la muerte de Gómez el pueblo se abalanzó contras las puertas de la
cárcel «La Rotunda» y aserrando los barrotes extrajo engrillados a combatientes de la
juventud, a universitarios, a los mejores hombres de Venezuela que habían estado
enfrentando el régimen despótico.
En México, desde 1877 hasta 1911, durante treinta y cuatro años que podríamos
calificar con adjetivo de Yrigoyen. «años seculares», la sangre cubrió los caminos de la
tierra mejicana al grito de «no reelección», y el pueblo estuvo despojado de su libertad y el
país de su adelanto moral durante medio siglo por la ambición de mando de un presidente y
de sus corífeos, que disponían de todos los resortes del poder para la permanencia en el
gobierno. Es Leguía, en el Perú, que en 1919, apenas llegado al poder, convocó a una
convención constituyente. Pretextaba también la inclusión de garantías sociales, más su
propósito real era posibilitar su permanencia en el poder, que mantuvo hasta 1931, en que
fue derribado después de catorce revoluciones; cayó preso y murió en la cárcel.

Giovanelli. - ¿Cómo terminó Yrigoyen?


- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.
Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional
por Buenos Aires.
López Sanson. - Ustedes lo invocan a Yrigoyen cuando les conviene.
- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.
Presidente (Mercante). - Continúa el señor convencional por Buenos Aires en el
uso de la palabra.

Lebensohn. - En el Brasil Getulio Vargas llegó al gobierno en 1930 y permaneció


en el poder hasta 1944.

Miel Asquía. - Yo pregunto, señor presidente...


Presidente (Mercante). - No interrumpa el señor convencional al orador que esta
en el uso de la palabra.

Lebensohn. - De 1930 a 1934 fue presidente provisional. En 1934 se dictó la nueva


Constitución democrática brasileña, y en 1938, concluido el período presidencial, el jefe de
Estado, que no podía ser reelegido, de acuerdo con la Constitución, por acto de fuerza
personal promulgó una Constitución corporativa -que, por singular paradoja, es la única
Constitución corporativa del mundo, pues la italiana y la alemana nunca existieron- y
permanece en el poder hasta 1943, en que fue derribado por un golpe de Estado.

La reforma de la constitución de Estados Unidos.

Es la historia trágica de América latina, es la historia trágica de la Argentina. Y a


mi me extraña que un hombre tan culto como el señor informante del sector de la mayoría,
que invocó en abono de su tesis, en favor de la reelección presidencial, la opinión de
Hamilton, centralista y conservador, en los comienzos de la organización constitucional
norteamericana, no haya invocado las actuales corrientes constitucionales norteamericanas.,
En Estados Unidos -después de la histórica presidencia de Roosevelt, salvador de la
humanidad-, en Estados Unidos, donde el federalismo garantiza los derechos del pueblo y
evita la omnipotencia del Estado Federal...

Miel Asquía. - Perón, salvador del pueblo argentino.


- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.
Presidente (Mercante). - Continúa con la palabra el señor convencional por
Buenos Aires.

Lebensohn. - A pesar de que en Estados Unidos las libertades públicas gozan de


una total garantía...

Perazzolo. - Y hay reelección de presidente también.

Lebensohn. - A eso voy, señor convencional.


Se ha promovido la reforma constitucional, y el Congreso Federal ha encarado, por
el procedimiento de enmiendas, la reforma constitucional prohibiendo que ningún
presidente pueda permanecer más de ocho años en el poder. Esta decisión fue adoptada en
1947 por más de dos tercios de votos constitucionales de la Cámara de Representantes y del
Senado de la Unión, y notificada a la secretaría de Estado el 21 de marzo de 1947.
Establece esta resolución que tiene que ser ratificada en el término de siete años para
convertirse en reforma constitucional. Y asómbrese el señor presidente y el informante de
la mayoría: rápidamente veintidós Estados ratificaron la enmienda, a pesar de que faltan
más de cinco años, y estos Estados no son los representativos de una corriente política.
Tengo los últimos cuatro, que lo han hecho en el curso de los últimos meses del año
pasado. Son: Virginia, controlado por el Partido Democrático; Mississipi, controlado por el
Partido Democrático; Nueva York, cuya Legislatura tiene una representación mixta
democrática-republicana, y South Dakota, republicano.
Es decir que en la democracia norteamericana, en la que el ejemplo de Washington
fue regla moral imperativa que contuvo las reelecciones pasado el término de los ocho años
-regla moral que únicamente no rigió cuando circunstancias históricas exigen una
reelección- cuando se vió que había un peligro para el futuro, se puso en movimiento la
máquina constitucional para impedir que en función de esa posibilidad pudiera construirse
un gobierno fuerte que fuera opresor de las libertades norteamericanas.

La confesión de la mayoria.

Sampay. - Estados Unidos pudo elegir por tercera vez a su presidente Roosevelt
en un caso en que era necesario para la salvación del país.

Lebensohn. - Eso abona mi tesis, señor convencional, porque si habiendo existido


un solo caso, un caso tan evidente de necesidad, la conciencia del pueblo norteamericano
resolvió suprimir las reelecciones, eso demuestra cuál es el sentido y la fuerza de los
principios constitucionales.

Sampay. - Como allí, también aquí podría ocurrir que después de la reelección de
Perón tuviéramos que poner otra vez la prohibición de reelegir.

Lebensohn. - Es decir, que se trata de una reforma constitucional que no es


permanente, sino que se adecúa a las necesidades del presidente de la República, que nos
está presidiendo desde ese sillón.

Borlenghi. - Porque es un caso excepcional, como el de Roosevelt.

Lebensohn. - A confesión de parte, relevo de prueba. La mayoría, por la voz de su


miembro informante, ha declarado que la reforma de este artículo se hace para Perón, que
era lo que nosotros sosteníamos ante el pueblo argentino.

Waite Figueroa. - Perón es el San Martín de esta época.

Lebensohn. - El elogio del señor convencional es pequeño. A Leguía lo llamaban


el Júpiter americano...
Presidente (Mercante). - Ruego a los señores convencionales que no interrumpan
al orador.

Ayer y hoy.

Lebensohn. - Lo más extraordinario es que el propio actual presidente de la


República y el presidente de la Comisión Revisora de la Constitución han tenido un
concepto tan cerrado de lo que debe ser el mecanismo que impida las reelecciones en la
vida argentina por sus efectos en la moral cívica, que cuando subscribieron en calidad de
ministros del gobierno de facto el decreto de los partidos políticos, establecieron en función
de dignidad política, que no podían ser reelectos, por ningún concepto, ni por ninguna
mayoría, los presidentes, los vicepresidentes y los secretarios de hasta los subcomités de
barrio. Y ahora quieren la reelección del presidente de la Nación.

La actitud radical.

El Radicalismo adjudica a esta reforma constitucional la única que acaba de


confesarse públicamente. Su actitud no puede ser modificada por la existencia de algunas
disposiciones que contemplan anhelos sostenidos por nuestro partido. Han sido expuestos,
en general, en forma de simples enunciados teóricos, desprovistos del sistema de garantías
indispensable para su eficacia por el moderno constitucionalismo, y repiten el arsenal de
frases creado para desorientar a la opinión pública y levantar una cortina de humo sobre el
objetivo de la reforma. La negativa del sector radical, impuesta por las circunstancias en
que vive el país, no implicará definición sobre ningún principio particular en sí, sino
considerándolos en su carácter de partes inseparables de un plan destinado a sofocar las
libertades argentinas.
Reelección presidencial, constitucionalización de la legislación represiva del
Régimen, culminación del proceso de centralización. He ahí la reforma. Todos sus demás
aspectos estaban en la legislación o podía alcanzarse mediante la legislación: derechos del
trabajador, incompletos y falseados; los derechos de la familia, imprecisos e innocuos;
disposiciones atinentes a servicios públicos que en parte se acercan a nuestro programa.
Todo cabía como desarrollo dentro del gran encuadre orgánico de la Constitución del 53.
Lo único que no podía lograrse era la remoción del infranqueable obstáculo a la ambición
de mando de los gobernantes. De ahí y sólo de ahí nació la reforma.

Un plan progresivo.

Quién siguió atentamente los acontecimientos ocurridos en los últimos años pudo
creer que muchos, lesivos a nuestros pensamiento democrático, constituían simples
expresiones del azar, reacciones temperamentales ante episodios de carácter personal,
devaneos teóricos de asesores extraños a nuestro ambiente. Más si dirigimos la mirada
hacia atrás advertimos que todos estos hechos aparentemente aislados se integran como
piezas de una estructura coherente y orgánica y se advierte que un hábil estratego ha venido
cumpliendo progresivamente un plan que arriba a su meta. Destrucción del sindicalismo
independiente, avasallamiento de las universidades, humillación del régimen parlamentario,
monopolio de la radio y del cine, restricción de la libertad de prensa, manejo discrecional
de los fondos públicos y de los inmensos recursos sustraídos a la producción, absorción
burocrática del control económico y financiero, reelección indefinida del jerarca.

El aparato represivo.

Ya están dadas las condiciones totalitarias. Y también dado el aparato represivo


del Régimen para ahogar la insurgencia del pueblo cuando se aperciba de la realidad de su
destino. ¿Qué otra cosa significa la revalidación del decreto ley de seguridad del Estado,
merced a la jurisprudencia de la Suprema Corte?, de ese decreto ley de corte y mentalidad
fascista, que establece que las huelgas declaradas ilegales -y las declara el organismo
administrativo dependiente del presidente de la República-, constituyen delitos y que
quienes los estimulan reciben pena no excarcelable.
¿Qué otra cosa significa el registro general de personas, que dará al gobierno la
noción precisa de todas las actividades y movimientos de los habitantes del país,
habilitándolo para la vigilancia característica de los Estados policiales? ¿Qué otra cosa
significa la sanción de la ley de organización del país para la época de guerra, que rige en
época de paz, que permite al arbitrio del presidente de la Nación declarar estados de
conmoción interna o de emergencia grave y reemplazar a las autoridades políticas y
administrativas normales por autoridades militares, y substraer a los ciudadanos de la
jurisdicción de los jueces de la ley civil para someterse al juicio sumario de la ley militar?
¿Qué significa esto? Es el terror; es el ejército que avanza sobre un país
conquistado. En su despliegue, las tropas llegan a una localidad, se apoderan de personas y
cosas y disponen de su destino. Es la ley de la guerra, la ley indispensable para que detrás
de los ejércitos no existan retaguardias enemigas. ¿Quién ha pensado eso para que rija
dentro de su propio país, con relación a sus propios nacionales, como instrumento de
dominación que sólo es concebible en esos Estados extraordinarios en que la ley suprema
es la victoria en el terreno de las armas?
¿Qué otra cosa importa la reforma del Código Penal, que cancela prácticamente el
último medio de emisión del pensamiento, la tribuna callejera, puesto que su concepto del
desacato instituye el delito de opinión en sus términos más altos?

-Suena la campana indicadora de que ha vencido el término de que dispone el


orador para hacer uso de la palabra.
Presidente (Mercante). - Ha vencido el plazo para hacer uso de la palabra, señor
convencional por Buenos Aires.
Albarracín Godoy. - Hago indicación de que se prorrogue el término.
Presidente (Mercante). - Se va a votar si se acuerda al orador prórroga del
término para usar de la palabra.
- Resulta afirmativa de 109 votos; votan 138 señores convencionales.
Presidente (Mercante). - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional
por Buenos Aires.
Lebensohn. - ¿Para qué y en previsión de qué ha sido sancionado este aparato
represivo que coloca un dogal sobre el cuello del hombre del pueblo y somete el honor, la
libertad, el pensamiento y el nivel de vida de los argentinos al arbitrio del presidente de la
República? No somos nosotros quienes hemos despertado pasiones con la ley del odio, de
la división y de la persecución. La nuestra es la prédica de la tolerancia en el respeto de la
opinión ajena, de la paz en la dignidad del derecho y de la igualdad en el ejercicio común
de la libertad. Triste destino de nuestro país seguir el camino que los otros recorrieron sin
que su experiencia ni final sirvieran de lección. Con los mismos métodos, con las mismas
técnicas, aquellos conductores dominaron a sus pueblos y les enseñaron a idolatrar, a odiar
y hasta a morir conforme a la voz de mando que descendía entre el coro alucinante de las
grandes multitudes organizadas.

La revolución-contra.

Rotas aparentemente las coyunturas del fraude, el país debía ingresar en el orden
dinámico de la libertad y debatir en la agitación fecunda de la democracia las formas de
superación política y de transformación económica y social reclamadas por el espíritu
popular, sostenidas por el Radicalismo y postergadas por la coacción electoral. Fue
necesario copar la revolución que maduraba en las conciencias, conquistar la adhesión de
los sectores populares satisfaciendo sus reivindicaciones más inmediatas y mantener la
disposición del poder del Estado para impedir cualquier modificación de estructura que
afectase al orden impuesto. No fue un movimiento progresista, fue una fase negativa ‘la
revolucion-contra’ que llamara ‘Mac Leish’, pero una fase, en fin, del proceso
revolucionario que se esta desarrollando en la humanidad. Sólo intentó frenar el impulso de
transformación social, que es el signo de la época, con reajustes que mantuvieron
inalterables las relaciones de producción capitalista una amortiguación del régimen del
privilegio tendiente a fortalecerlo y a confundirlo con el Estado.
A la preeminencia de la oligarquía terrateniente formada al amparo del poder
político, en la época de la afirmación de los valores agropecuarios, sucedió la de las
expresiones financiero-industriales vinculadas al poder revolucionario, que facilitó así el
tránsito de nuestra estructura capitalista a las nuevas formas impuestas por el desarrollo
económico. Al servicio de esta evolución se colocó a los recursos del país, entregando los
dispositivos del control económico-financiero de la Nación a representantes conspícuos de
la nueva oligarquía.
Los hechos probarán a nuestros amigos obreros, en su debido tiempo, que la
justicia social no fue un fin en sí mismo, sino un medio de lograr el apoyo popular para
conquistar el poder y luego realizar desde él los otros objetivos de quienes se embarcaron
en la gran aventura de dominar al país.
Fué la misma estrategia social de Napoleón, figura histórica grata al espíritu del
presidente, que proclamó los ideales de la Revolución en tanto sofocó su espíritu, alejó a
los hombres que le eran leales y recreó el absolutismo para su mayor gloria imperial. Fué,
en otro sentido, la experiencia de Bismarck, cuyo ideal prusiano de potencia inspira al
oficialismo. El Canciller de Hierro no hizo sancionar las primeras leyes sociales alemanas
movido por sentimientos de justicia, sino guiado por la voluntad de atraer a los trabajadores
para dominarlos y forjar con su apoyo una economía y un ejército adecuados a sus planes
imperiales. Y fue también la reciente experiencia de los pueblos subyugados por el
fascismo que entregaron su libertad y su vida en la ilusión fugaz de suprimir su inseguridad
económica.

El poder personal.

La finalidad de fortificar y perpetuar el poder adquiere plena evidencia en la


reforma. La experiencia de casi un siglo señaló las deficiencias de la Carta del 53 en las
limitaciones del poder personal de los presidentes, origen de gran parte de nuestros males
políticos. Más el proyecto no recoge esa experiencia. El régimen de intervenciones, del
estado de sitio, de provisión de cargos públicos y de gastos ilegales permanece con sus
fallas actuales. Se aclara la imprecisión de conceptos en cuanto a la prórroga de sesiones
del Congreso, pero en sentido desfavorable a la buena doctrina. No se contemplan garantías
efectivas para el resguardo de la autonomía de las provincias y prácticamente se las ha
colocado en situación de dependencias del poder central al condicionarse su autonomía a
cooperaciones que las privan de seguridad política.
No se prevé la convocatoria automática del Congreso para juzgar la pertinencia del
estado de sitio que puede declarar el Poder Ejecutivo durante el receso, o en su defecto, la
creación de una comisión parlamentaria permanente que lo substituye en esa función. Se
incluye, en cambio, el estado de prevención y alarma, al que se califica de intermedio con
el de sitio. Más puede ser declarado al arbitrio del Poder Ejecutivo, aún durante el
funcionamiento del Congreso, y excluye la opción del abandono del país a los detenidos.
La ley de residencia, sancionada por la oligarquía para reprimir el movimiento
obrero, cuya derogación comprometieron los diputados gremialistas, no solamente queda,
sino que se incorpora al texto constitucional. Aparecen bases constitucionales igualmente
para el decreto-ley de delitos contra la seguridad del Estado, y para la vigencia, en época de
paz, de la ley de organización del país para la época de guerra, al establecerse, en expresión
de estudiada ambigüedad, la aplicación del Código de Justicia Militar a los civiles
asimilados.

Absolutismo económico al servicio del privilegio.

Podrá tener el Poder Ejecutivo presupuestos por períodos de tres años, sellar
moneda y fijar su valor y negarse a contestar verbalmente las interpelaciones a sus
ministros. En el campo económico se constitucionaliza el actual monopolio de
exportaciones e importaciones, sin prever recaudos que eviten la formación de un
absolutismo económico al servicio del privilegio. Nosotros queremos el contralor social de
la economía, pero con un Estado dirigido democráticamente, en forma tal que todas las
fuerzas de la sociedad intervengan, sin interferencias deformadoras, en la expresión de la
voluntad colectiva y tengan al Estado como agente y no como dueño de la comunidad.
Este monopólio en los últimos años, ha significado el manejo sin publicidad, sin
fiscalización de la opinión pública ni del Parlamento, de recursos muy superiores a los del
presupuesto nacional y la regulación discrecional del rendimiento del trabajo del campo
argentino. El presidente de la República, por intermedio de sus funcionarios, ha dispuesto
discrecionalmente de miles de millones de pesos. Ni aún hoy en día el país puede enterarse
de la naturaleza de las operaciones de compra o de venta realizadas, de su conveniencia ni
del destino de esas inversiones.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - De lo que es el monopolio tal como lo incorpora el proyecto de


reforma constitucional, sin ningún recaudo y sin tener en cuenta lo que aconseja la
experiencia argentina, pueden dar fe dos hechos actuales.
Primero la mayor parte de la cosecha de maíz del año pasado se encuentra
acumulada en los sitios de producción, semiinvadida y destruída por los parásitos.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Visca. - Sinceramente, es lamentable que el señor convencional...

Lebensohn. - Me faltan pocos minutos y ruego a los señores convencionales me


permitan examinar la realidad del régimen que se quiere constitucionalizar.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Presidente (Mercante) - Continúa en el uso de la palabra el señor convencional
por Buenos Aires.

Lebensohn. - En segundo lugar, la carencia de divisas fuertes está creando una


crisis en nuestro intercambio internacional. Faltan elementos imprescindibles para la
reposición del utilaje industrial y los que se hallan se cotizan a precios de exacción.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Presidente (Mercante) - Ruego a los señores convencionales no interrumpan al
orador que está en el uso de la palabra.

Lebensohn. - El presidente y sus asesores dispusieron de centenares de millones de


pesos para la adquisición de barcos. Nos parece muy bien pero en su mayor parte fueron
acordados a grupos navieros particulares y no destinados a la adquisición de barcos para la
Flota del Estado. Con el dinero del país, con sus divisas, por las cuales la Nación sacrifica
su economía...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - ...el señor Dodero adquirió una gran flota. Transportan sus barcos la
producción nacional, los inmigrantes y gran parte de las importaciones, en situación de
privilegio, pués se los prefiere para evitar las demoras que existieron hasta hace poco
tiempo en el puerto de Buenos Aires. Con los dineros del Estado se adquirieron los barcos;
con los contratos del Estado se les paga; pero los barcos no son propiedad del Estado, sino
propiedad privada del Señor Dodero, el gran amigo del presidente de la Nación.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.


Oscuros presagios.

Lebensohn. - La reforma se consuma bajo oscuros presagios. Los discursos del


presidente ofrecen, alternativamente, la paz de la sumisión o amenazan encender en guerra
al país. El presidente necesita crear un clima conmocional. Es la característica de estos
regímenes, para los cuales es fatal la tranquilidad que permita reflexionar. Tiene sus
razones. Recibió el gobierno en condiciones económicas afortunadas que jamás se dieron.
Desde el comienzo de la guerra, Argentina entregó su producción y sus importaciones se
restringieron al mínimo. Los países proveedores estaban absorbidos por el esfuerzo militar.
Nuestra industria naciente debió multiplicarse para atender a las necesidades nacionales.
Floreció el espíritu de empresa y la capacidad técnica. El trabajo argentino, el trabajo de
nuestros despojados productores agropecuarios, acumuló los grandes saldos en oro y
divisas que se atribuyó la jactancia del régimen. La coyuntura económica hizo pasar a la
Argentina de país deudor a acreedor y, en consecuencia, de economía independiente. Ese
inmenso caudal ofrecía las perspectivas más halagadoras para el porvenir nacional. Pero en
pocos meses ha sido dilapidado y nuestro país se encuentra en extraordinarias dificultades
para satisfacer sus exigencias de importación. Se sienten los pródromos de la crisis. El
derroche oficial pudo ser posible extrayendo a la producción las grandes diferencias entre el
precio interno y el externo de que el gobierno se apropiaba. En baja los precios mundiales,
el peso de nuestra máquina burocrática extenúa a la economía. La ineptitud y el despilfarro
trasladan su incidencia al aumento del costo de la vida. La inflación avanza
vertiginosamente. El Régimen comprende que tendrá que mostrar su verdadera índole.
Cuando los vientos de la prosperidad cubrían nuestra tierra, pudo aumentar salarios que no
afectaban las ganancias impresionantes de los grandes consorcios, pero para cuando la
utilidad merme, está decidido a arrojar el peso de la crisis sobre los hombros obreros. A la
desvalorización monetaria que restringe el salario real, seguirá una política de congelación
de sueldos que los volverá, en su capacidad adquisitiva, al nivel de 1943, en los tiempos de
la oligarquía conservadora.
En nombre de la lucha contra la agresión extranjera requerirá sacrificios al país, y
descalificará como traidores a cuantos se opongan a sus agresiones contra las libertades
argentinas.
Hará rápidamente elecciones en las provincias intervenidas, e inmediatamente
iniciará la nueva política, el viraje hacia la derecha, apretando el torniquete extorsivo.

La prorroga de mandatos.

Presume la reacción popular, y para evitarla está urdiendo un inaudito atentado


contra la democracia: la suspensión de las elecciones que debían verificarse en 1950, para
la renovación parcial de la Cámara de Diputados y la elección de la mayor parte de los
gobiernos provinciales. Se prorrogan los mandatos de los diputados y se convertirá a las
legislaturas provinciales en constituyentes «sui generis «para prorrogar a su vez el mandato
de gobernadores, legisladores municipales. El Régimen aspira a un interregno de tres años
para aplastar al espíritu de independencia popular y someter a los argentinos al orden
silencioso de los oprimidos sin esperanza.
Perspectivas dramáticas son éstas. Errado está el Presidente si presume la
mansedumbre de este grande y generoso pueblo. Escuche las inspiraciones del patriotismo
por encima de los círculos de intereses que rodean al poder. Aún es tiempo para detener
esta marcha que conducirá al país al despeñadero. ¡Que Dios inspire a su espíritu y salve a
la Nación!.

Seguiremos la lucha.

Nosotros seguiremos nuestra lucha, dispuestos siempre a tender la mano de la


cordialidad argentina en el decoro hoy ausente de la libertad. No nos sentimos adversarios
del hombre del pueblo que votó en contra nuestra. Sus aspiraciones nacionales son nuestras
aspiraciones nacionales. Cree, a través de los dispositivos oficiales de información, que son
los únicos que hasta él llegan, que se quiere operar una grande y justiciera modificación del
panorama argentino y le presta el aporte sincero de su devoción. El Régimen sólo podrá
subsistir mientras pueda mantener a ese hombre en el desconocimiento de la realidad
nacional; más, a medida que transcurran los acontecimientos, el tiempo, que es el gran
maestro de la vida, irá probando quiénes estuvieron lealmente al servicio de esta causa
revolucionaria, por la que hemos luchado con sangre de nuestros corazones.
En balde será la armazón de fuerza que se pretende erigir. Como todo lo edificado
sobre cimientos de arena, caerá ante el primer soplo de la adversidad.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - No es ésta la nueva Argentina; ésta es la última etapa de la vieja


Argentina, de aquella que fue frustrando a través de mil formas cambiantes a la Argentina
irrealizada que quisieron forjar los creadores de la nacionalidad. Tiene su mismo sentido de
goce sensual de la vida, su misma moral de éxito y del poder.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - Frente a este régimen que intenta reducir a nuestro pueblo a la


categoría de masas semejantes y moldeables al redoble de las consignas de propaganda,
confiriéndole la justicia como dádiva y la solidaridad como soborno, afirmamos nuestra
absoluta convicción en la lealtad del hombre del pueblo con el destino nacional, y en su
aptitud para elevarse a los grandes fines y a las grandes responsabilidades, en el libre
albedrío negado por los mecanismos de comprensión espiritual que caracterizan a la actual
dictadura. Desválidos de poder material, sin prensa, sin radio, sin aulas y sin armas, sin
bancos ni gobiernos, libramos esta batalla...

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - ...con victoriosa confianza en la prevalecían final de los ideales que


nutrieron la historia argentina, serenos y seguros, porque son nuestros la razón y el futuro.
- Suena la campanilla indicadora de que ha vencido el plazo de que disponía el
orador.

Presidente (Mercante). - Señor convencional; ha vencido el plazo de que disponía


para su exposición.

Lebensohn. - El propio miembro informante de la mayoría ha confesado ante la


conciencia argentina que la Constitución se modifica en el artículo 77 para Perón,
con el espíritu de posibilitar la reelección de Perón.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

Lebensohn. - La representación radical desiste de seguir permaneciendo en este


debate, que constituye una farsa.

- Hablan varios señores convencionales a la vez, y suena la campana.

- Varios señores convencionales abandonan sus bancas.

Lebensohn. - Volveremos, volveremos a dictar la constitución de los argentinos.


2.Posición Combatiente

Discurso pronunciado en el seno de la Convención


Nacional de la Unión Cívica Radical,
el 25 de abril de 1953.

Señores Convencionales: Si fuera necesario acreditar ante la conciencia del


mundo, mediante un testimonio gráfico e irrevertible, la presente situación argentina,
bastaría describir este cuadro. He aquí, delante de nosotros, los escombros que trajo la
barbarie argentina revivida en el Régimen que humilla la nacionalidad. Y he aquí también,
bajo el mismo techo, la Unión Cívica Radical, expresión civil y viríl de la conciencia
argentina, dispuesta a restaurar las condiciones de libertad que constituyen la dignidad y el
decoro del hombre.

El precio de la sangre.

Nunca mejor que en estos momentos podremos iniciar nuestras deliberaciones bajo
el eco de las notas de nuestro himno. El habla de la larga lucha, que no nace con el
nacimiento de nuestra patria, sino que se remonta a miles de años atrás, cuando el primer
hombre comenzó a erguirse contra el despotísmo para afianzar la dimensión y la latitud de
sus derechos.
En un desfiladero, alguien tenía un garrote para imponer su ley -la ley de la fuerza,
del poder-, y alguien, nuestro antepasado primitivo y remoto en la lucha por la libertad, se
irguió sobre sus dos plantas y afirmó su derecho a ser, él, una criatura humana. Han pasado
millares de años, todo el tránsito de la historia. Y cada sector de esa libertad, que constituye
el decoro del hombre contemporáneo, se conquistó al precio de la sangre y del sufrimiento
de generaciones íntegras.
Nadie conoce el nombre ni el pensamiento concreto de los primitivos en la lucha
que nosotros representamos en esta hora grave de la vida argentina. Sin embargo, paso a
paso, en todo el desarrollo de esta hazaña histórica que es la conquista de la libertad, se
fueron jalonando los triunfos y las derrotas, y gracias a ellos advino un mundo humano; un
mundo del siglo XX, un mundo en que la criatura humana estaba protegida en sus fueros y
revestida de todo lo que constituye la dignidad de nuestra época.
El hombre, trabajosamente, al cabo de siglos, fue elaborando las estructuras
sociales, políticas y económicas que lo liberaban de la coacción y de la fuerza. El ingenio
del hombre libró durante esos siglos la lucha para resguardar la libertad de conciencia, y
logró que el alma, la tierna alma naciente del fruto de sus amores, se realizara conforme a la
ley de su hogar, y no conforme a la imposición del poder.
¡Cuántas gentes murieron en el cadalso! ¡Cuántos fueron quemados en la hoguera!
¡Cuántos perecieron en guerras seculares para afirmar los principios de la libertad de
conciencia!
Nosotros somos los merecedores de ese patrimonio. Y he aquí que en la Argentina
la lucha de nuestros antepasados remotos por dar libertad al espíritu del hombre, se está
frustrando. Y he aquí que estamos nosotros para responder a la sangre y a la memoria de
nuestros antepasados y para recrear las condiciones de la libertad de conciencia.

La división del poder.

El ingenio del hombre fue dividiendo el poder. No quiso que el estuviera


concentrado en la sola mano del discrecionalismo, que representa la manifestación concreta
del régimen despótico. Quiso que hubiese un cuerpo que sancionase las normas que rigen la
vida colectiva, y que hubiese otra entidad de derecho público que aplicase esas normas, y
que hubiese otra, en fin, cercana en magnitud a la divinidad misma, que se encargara de dar
a cada uno el sector de justicia que le corresponde. Y así el hombre dividió los poderes.
Y he aquí que en la tierra argentina todos los poderes han sido resumidos en una
sola persona. Existe un Poder Legislativo, pero es la ficción y el fantasma del Poder
Legislativo, porque no es más que el ejecutor de las órdenes del Ejecutivo. Existe un Poder
Judicial -ese poder que he señalado como cercano a la divinidad misma, porque debe
proteger nuestra vida, nuestro honor, nuestro nombre, todo nuestro ser-, pero ese poder, que
los hombres deben desempeñar como un sacerdocio, está ligado, vinculado, subordinado
para los más viles menesteres de la represión, a las decisiones del Ejecutivo.

El resguardo institucional de la libertad.

El hombre no se conformó con dividir los poderes. Quiso que hubiese muchas
entidades de derecho público y concibió, dentro de nuestro sistema institucional, que frente
al poder nacional, en cada sector de la vida argentina, hubiese una unidad histórica
resguardada en su autonomía política y en su autonomía económica. Y el hombre reconoció
las provincias e instituyó el régimen federal. Y dentro de cada provincia, quiso también que
se dividiesen los poderes, porque en ese balance y en esa limitación residía la libertad del
hombre.
Y no se conformó con esto. En su lucha de siglos concibió que hubiese otra
entidad apegada a él; el poder municipal. Quiso que en cada sitio existiese una autoridad
local que fuese expresión del pensamiento y estuviera ligado a su propia vida; e incluso
dividió esa autoridad en tres sectores -un legislativo, un ejecutivo y aun un judicial- porque
así garantizaba la libertad.
Y quiso por encima de todo eso, que rigiesen normas escritas capaces de movilizar
los esfuerzos de todos los individuos que actuaran concertadamente, conforme a los
principios que constituyen la ley de la nacionalidad. Y sancionó todos los códigos que
prescriben las reglas fundamentales de nuestro derecho positivo.
Y no se detuvo allí. Quiso también que en la base de su organización estuviese la
conciencia pública, el país, el hombre, vigilante, atento, actuando como recipiendario de
todas las impresiones, escuchando todos los juicios y decidiendo, con los plebiscitos
cotidianos de la opinión pública, cuál debía ser la marcha de todos los organismos que
había previsto y creado el ingenio humano, a través de los sacrificios de millares de años,
para liberar esa cosa frágil y tan falible que es una criatura humana.
Y todo eso, compatriotas, ha perecido en la tierra argentina. No existe división de
poderes, ni federalismo, ni vida comunal. No existe la constitución, porque su vigencia ha
sido suspendida y actúan poderes de guerra emplazados contra los propios nacionales, cuya
libertad es superior y anterior a la constitución. No existen las corrientes vivificantes de la
opinión pública, porque la prensa ha sido monopolizada por el Régimen y los medios
técnicos de expresión del pensamiento popular están cancelados.

La lucha por los ideales de la nacionalidad.

Estamos los argentinos como hace miles de años. Un desfiladero, la fuerza bruta, y
un hombre que se pone de pie para iniciar esta marcha eterna hacia la liberación y la
expansión de la dignidad humana.
Este es nuestro papel, el altísimo papel que está desempeñando la Unión Cívica
Radical. Yo no veo ya la bandera de nuestro partido con los colores del 90. No la veo
siquiera con los colores que en nuestras Provincias encabezaban las columnas
revolucionarias del 93, colores que aun permanecen en nuestros distintivos para señalar
nuestra militancia política. Los olvido, diluyo esos colores y no veo más que la bandera de
la nacionalidad.
La Patria no existe. En cualquier otro sitio la Patria puede ser una mera expresión
geográfica, pero en la Argentina es, no una porción de tierra, sino un contenido moral y un
sentido histórico ligado a la idea fundamental de la libertad. Los forjadores de nuestra
nacionalidad no quisieron crear un país más. Cuando el Gran Libertador descendió con sus
tropas en las playas de Pisco, dijo una frase que es el lema de los argentinos: «Nuestra
causa es la causa del género humano». Argentina se concibió como ámbito que sirviera de
base a esta Patria del género humano.
Nosotros estamos en la lucha y en la pelea por realización de los fines y los ideales
de la nacionalidad. Nuestra bandera en este momento es la bandera de la República y
quienes se alzan contra el sentido de libertad y contra los contenidos profundos que dieron
nacimiento a nuestra Patria, son perjuros del sentimiento de la Argentina.

La cita con el destino.

Esta de ahora tiene un sentido superior a la lucha de la emancipación nacional.


Nuestros predecesores pelearon contra las presiones del despotismo que habían nacido en
tierras extrañas, cuando aún reinaba en el mundo una concepción política que no era
concepción política elaborada durante siglos, pero implantada después, con el sufrimiento y
la esperanza de los hombres. Los que ahora quieren recrear el despotismo son,
desgraciadamente, los hombres en este suelo y en este siglo, cuando cabría esperar que
nuestro país cumpliera su cita con el destino alumbrando la esperanza de todos los
desvalidos de libertad en el mundo, y no negando ni clausurando de este modo las más altas
vivencias de la historia argentina.
Argentina ha tenido una cita con el destino. Vivimos el momento de la crisis de la
conciencia argentina y de la conciencia universal. Hay una gran rebelión en el mundo. El
proceso, que se inicia en América con la emancipación, alcanza hoy a los pueblos
extendidos sobre todas las latitudes. Allí, en África y en Asia, cientos de millones de
hombres que estaban relegados a una condición subhumana, ganan su independencia y
cumplen un siglo después que nosotros la gran lucha por construir unidades nacionales. El
mundo debate la contextura del futuro, hace crisis un sistema económico y se alzan dos
grandes banderas. Una es la bandera que pretende afirmar las libertades políticas en el
mantenimiento del régimen colonialista que, para satisfacer las necesidades del
imperialismo económico, condena al sufrimiento a millones de criaturas humanas, que son
tan hombres como nosotros pese a la distinta pigmentación de su piel. Y hay también otra
bandera, que pretende instaurar una economía al servicio del hombre, pero en abominación
de las libertades políticas y civiles, sin las cuales la vida no merece ser vivida.
Frente a la fuerza económica del privilegio y frente a los zares rojos del Kremlin,
Argentina tenía una cita con el destino. Desde aquí debió lanzarse una gran bandera para la
humanidad: la economía al servicio de los hombres, los pueblos libres, las nacionalidades
realizándose en plenitud y hermandad, y la Argentina peleando como un adalid de la
conciencia universal para impulsar esta marcha del mundo.
Pero, para desgracia nuestra, en el momento de nuestra cita con el destino, he aquí
que las estructuras del Estado argentino están en manos de hombres que no sienten el ideal
nacional de dignificación de la criatura humana, que están manejando tendencias e ideales
extraños al sentimiento nacional, que hablan de Estado potencia y pretenden someter a los
pueblos hermanos a la dictadura y a los desvaríos de quienes detentan la cosa pública
argentina. Y así están naufragando las grandes banderas. Y así se están quemando las
grandes etapas. Y así Argentina está violando los sueños de los fundadores de la República
y desertando de la que nuestro gran conductor -Hipólito Yrigoyen- señaló como función
eminente de la Unión Cívica Radical y de la Argentina misma: la construcción del mundo
de mañana.

Integración latinoamericana.

Debemos encabezar la marcha del continente americano. Para liberarnos de los


procesos de la opresión económica, necesitamos integrarnos en una unidad económica con
los países vecinos. Pero, con un régimen como el actual, ¿cómo puede la Argentina realizar
este proceso de integración económica, si la integración económica está vinculada a la
integración espiritual? ¿Cómo los hombres de estos países, que ven y que conocen mejor
que nosotros los padecimientos de nuestra tierra, pueden aceptar conexiones íntimas y
profundas con nuestra economía, si por ser nosotros el país más fuerte entre los países
vecinos, habrían aquellos de caer también en condiciones de dependencia espiritual frente
al régimen antiargentino y antiamericano que, levantándose en las orillas del Plata, pretende
extender sobre las naciones hermanas, no ya el predominio de su economía, sino hasta el
predominio de su concepción antinacional de la vida?
Y cuando era llegado el momento de lograr la vinculación profunda de nuestras
economías, y de crear un gran mecanismo gracias al cual nuestro país y los países vecinos
pudieran enfrentar la crisis mundial con las fuerzas de una economía potente, he aquí que la
negación de los ideales argentinos debilita el papel americano de nuestro país y frustra,
quizá por esta generación, el cumplimiento de una gran aspiración que lanzada por Bolívar,
constituye uno de los grandes objetivos de la Unión Cívica Radical: la unión de los países
latinoamericanos, para que ellos, organizados sobre la base de la comunidad espiritual y de
una comunidad económica al servicio de la dignidad del hombre, creen un subcontinente en
el que la esperanza del nuevo mundo tenga asiento y su expresión, y donde se reflejen las
ilusiones, la dicha y la fe de todos los desvalidos de la tierra.

La economía desarmada.

Las grandes frustraciones no consisten sólo en esto. El país esperaba una profunda
reforma agraria. Y basta dirigir la mirada hacia el campo: Una economía desarmada y el
mantenimiento del régimen de injusta e irracional distribución de la tierra. Muchos
hombres dejaron sus hogares ante la privación económica creada por los mecanismos del
Régimen y afluyeron hacia las grandes ciudades. Por cada latifundio que se ha dividido,
como expresión homeopática destinada a la propaganda, se han recreado varios latifundios
que son el patrimonio donde vierten sus capitales los oligarcas de nuevo cuño, nacidos al
abrigo de las ventajas proporcionadas por el régimen. Y he aquí que nuestros campos
despoblados están esperando la realización de su gran esperanza.
Si dirigimos la mirada al contorno industrial de Buenos Aires -centro de la
macrocefalía que destruye la armonía de la vida argentina-, en el que se suman seis
millones de habitantes, vemos el quebrantamiento de una industria, que no se realizó sobre
bases serias, sino como una empresa de aventura.
En los años de prosperidad, del 47 al 49, aumentan los salarios y suben los índices
de nivel de vida. Pero, debido al proceso de inflación, los hombres no pueden invertir sus
economías en el ahorro, que constituye el depósito de las épocas florecientes. Y tampoco
pueden levantar su casa, su hogar, porque las condiciones de la edificación de viviendas
están perturbadas en la Argentina por el desarrollo fantasioso del programa de
construcciones oficiales. Los hombres apenas si pueden comprar las pequeñas cosas que
sirven para ornar su vida. De este modo, al abrigo de la necesidad inmediata, se forma una
pequeña industria de quincallería, en la que trabajan 200, 300, 400 mil hombres. No es la
industrialización seria, recia, que exige el país. Creada sobre el sacrificio de todos los
argentinos, es una industria oportunista, porque sus capitales provienen del dinero emitido
por el Banco Central y de los préstamos del Banco Industrial. Y ahora, esa industria, que ya
no puede vivir y que se está extinguiendo lentamente, plantea un dramático problema: el
problema de la reconvención del trabajo de esos 200, 300 o 400 mil hombres, de ese millón
de habitantes de Buenos Aires, que tendrán que marchar hacia el campo o trabajar en
nuevas industrias cuya creación no se advierte como será posible en el estado de depresión
económica y social en que se sume el país.
Esta es la gran crisis que afronta la Argentina. No existe una industrialización
seria. El Radicalismo no se opone a la industrialización. El ansia como proceso
indispensable para el logro de la emancipación económica argentina. Pero nuestra
industrialización tiene que apoyarse sobre dos bases fundamentales: transporte y la
autosuficiencia energética.
Si examinamos el problema del transporte, encontramos que existe una crisis
profunda de estructura, derivada no de la nacionalización de los ferrocarriles, sino de la
peronización de los ferrocarriles, que ha subvertido su organización interna, que ha
entregado los puestos de comando a militantes políticos y que ha privado a la red
ferroviaria del necesario proceso de renovación mediante la incorporación de nuevas
máquinas, porque las divisas que constituyen la garantía del poder adquisitivo argentino en
el exterior, fueron despilfarradas por un Régimen que no tenía vueltos los ojos al país.
Y si dirigimos la mirada hacia la energía, comprobamos que la provisión argentina
de combustible ha disminuído y el aprovechamiento integral de la energía hidroeléctrica -
que debió realizarse con carácter de epopeya- apenas se encuentra en su comienzo. El país,
en consecuencia de ella, ha tenido que intensificar su importación de combustibles, al
extremo de que el año pasado debió invertir más de mil millones de pesos en comprar el
petróleo y el carbón de piedra indispensables para el sostenimiento precario de su industria
y de su energía termoeléctrica.
La nacionalización de los yacimientos de petróleo, esa bandera radical que
concibió Yrigoyen con acierto preciso y visión clara de las necesidades del porvenir, fue
arriada en 1930, cuando el gobierno nacional cayó por la acción de columnas militaristas de
las que formaba parte el actual Presidente de la República, quien acaba de confesar esta
verdad en un momento de desconcierto y desasosiego. Y continúa arriada. Desde 1930
hasta ahora, en los yacimientos de petróleo argentino no está la bandera de nuestra Patria,
sino las banderas extranjeras, que marcan el sometimiento del combustible básico para el
desarrollo nacional a las exigencias y a los intereses de los grandes monopolios
internacionales.

Una mano tendida hacia los trabajadores.

Este proceso se integra con el sometimiento de los sindicatos. El señor Presidente


de la República acaba de dirigir su palabra a un grupo de militantes sindicales,
pretendiendo enlazar la suerte del sindicalismo argentino a la suerte del Régimen que él
encabeza.
Saben los trabajadores argentinos que en los gobiernos de la Unión Cívica Radical
existieron las garantías, el aliento de la organización sindical y el impulso de todas las
fuerzas políticas de la República, necesarios para asegurar el pleno desarrollo de sus
defensas profesionales.
Saben los trabajadores argentinos que éste es el partido de Hipólito Yrigoyen,
quien supo gobernar con una mano puesta sobre el libro de la Constitución, para cumplirla
y hacerla cumplir, y la otra extendida para estrechar la mano cálida de todos los
trabajadores de nuestra tierra.
Saben los trabajadores que éste es el partido en cuya lucha se expresan todas las
reivindicaciones sociales y económicas de la nacionalidad. Cuando nuevamente gobierne la
Unión Cívica Radical, los sindicatos argentinos serán más fuertes que nunca. No
dependerán del poder político. Podrán visitar al Presidente de la República de igual a igual,
como la expresión del poder sindical, sin que el Presidente de la República elegido por la
Unión Cívica Radical jamás pretenda uncirlos ni someterlos al vilipendio de ninguna
expresión de baja política.
La Unión Cívica Radical no dice que va a respetar las actuales conquistas
otorgadas a los sectores obreros, porque ellas están colocadas sobre las bases falibles de un
régimen monetario que se maneja de acuerdo con los caprichos del poder. La Unión Cívica
Radical va a crear las condiciones sociales y económicas de fondo para que el trabajo
argentino tenga posibilidades de plena redención, y para que la economía argentina esté al
servicio, no de los poseedores, sino de las exigencias del desarrollo nacional y del
bienestar.
Saben los trabajadores argentinos que nuestras «Bases de Acción Política»
enuncian un derecho que es para nosotros un compromiso de observancia ineludible. Los
queremos a ellos, a los trabajadores, actuando en el primer plano de la conducción de la
economía, es decir, no sólo beneficiándose con la participación en las utilidades, sino
también interviniendo en la codirección de todas las empresas. De esta manera los hombres
del trabajo emergerán de la supeditación en que hoy se encuentran, por no disponer de los
medios de producción, y estos últimos serán puestos al servicio de la República y al
servicio de la condición humana de todos los habitantes del país.

La vida del hombre argentino.

Estas no son meras palabras. Estos no son compromisos de carácter electoralista.


Esta es la historia vivida y sufrida por los hombres de la Unión Cívica Radical en una larga
lucha que tiene más de sesenta años. Esta es nuestra prédica sacrificada y éstas son las
banderas que hemos sostenido con sangre de nuestros corazones. Nosotros no hemos
esperado estar en el gobierno para defender esta causa, ni la defendemos tampoco por
pertenecer a un sector social determinado. La defenderemos porque nuestra bandera
suprema es la vida de los hombres. Queremos que todo en la Argentina -economía,
estructura social, estado político- esté subordinado a la vida del hombre argentino como
supremo objetivo, como finalidad suprema de la existencia nacional.

Somos una permanencia histórica.

Con estas grandes banderas enfrentamos el retorno del despotismo, que está
delante nuestro en expresiones y en actos que revelan la ausencia de toda serenidad.
Frente a la tentación del odio, frente al mandato de la violencia, la Unión Cívica
Radical responde con serena y reflexiva energía. Si nos lanzáramos a la contestación del
ataque, desataríamos la guerra civil en la vida argentina. Si fuéramos un episodio
transitorio, podríamos disputar esa guerra civil. Pero nosotros somos una permanencia
dentro de la vida argentina. Cuando no exista sino el recuerdo de estas épocas nefastas,
estará la Unión Cívica Radical como contextura y la estructura fundamental de nuestra
Patria.
Porque representamos una comunidad histórica, tenemos que cuidar la solidaridad,
la unión, la concordia entre los argentinos. Debemos fortalecer los vínculos que pueden
arraigar en nuestra Patria, y no los factores de disociación, de humillación, de persecución
que pueden debilitar a la Argentina en el concierto interno y en el orden internacional. Por
eso dirigimos un llamamiento supremo. ¿Cómo es posible que se hayan extinguido hasta el
último reflejo de patriotismo en los hombres que tienen la responsabilidad de la conducción
del país? Al plantear este angustioso interrogante no me refiero sólo al Presidente de la
República. El Régimen actual se ha apartado del derecho y ha colocado los poderes del
estado en el terreno de la fuerza y de la violencia. Quienquiera represente una fuerza en el
país tiene la responsabilidad de este trágico momento argentino.
La Unión Cívica Radical no conspira, porque su prédica, su posición y su historia
no la vinculan a episodios que necesiten disimularse en las sombras de la noche. La Unión
Cívica Radical cumplirá su deber serenamente, reflexivamente. Aunque se cierren los
caminos, esta fuerza histórica sabrá realizar todos los sacrificios que sean imprescindibles
para que de la tierra argentina no desaparezcan los caracteres, ni los símbolos ni los fines
que dieron origen a la nacionalidad. Lo hará seria y responsablemente, porque la Unión
Cívica Radical, cuando asumió la suprema responsabilidad de la protesta armada, supo
hacerlo, no en las sombras de la noche, sino por la acción valerosa y pública de sus
autoridades constituidas, como ocurrió en todos los episodios históricos que jalonan su
trayectoria cívica.
Somos una comunidad política al servicio de la nacionalidad. Estamos armando
nuestras filas, armando nuestra moral. Y podemos mirar hacia adelante con fe en el
porvenir. Porque nosotros tenemos fe en nuestro papel y en el hombre argentino. Hasta en
el hombre argentino que cree ser nuestro adversario. Sabemos que nos bastará acercarnos a
él y estrecharnos contra la palpitación de su corazón, para que él se sienta radical como
nosotros. Como nosotros nos sentimos, junto con él, parte necesaria para la realización de
la Patria.

Las tareas urgentes.

Tiempos nuevos imponen nuevos deberes. El Radicalismo no es una fuerza


política. Es una fuerza nacional.
En nombre de las angustias del hombre contemporáneo, los poderes fascistas
tomaron la conducción del Estado, exactamente en la Argentina como en Europa, y su
primera tarea, una vez que el hombre hizo la opción, la misma opción del 24 de febrero,
entre la libertad y la justicia social, fue incomunicar totalmente a los seres humanos.
Cada hombre está aislado en sí mismo y sólo tiene conexión con los centros del
poder. Nuestra tarea inmediata, urgente, candente, consiste en recrear los vínculos que
permiten a los hombres comunicarse entre sí. Este es uno de los grandes papeles de la
Unión Cívica Radical. Su primera tarea es el acercamiento de los argentinos, cada uno de
los cuales constituye un mundo apartado. Hay que ligarlos entre sí. Tenemos que extender
vertiginosamente la organización partidaria a lo largo y a lo ancho del país. Tiene que
haber, en cada centro de población urbana o rural y en cada barrio de cada ciudad, una
organización representativa de nuestra función nacional. Tiene que haber en cada actividad
social una organización del partido. Tiene que haber, dondequiera que las personas
convivan en la comunidad del trabajo, un hombre que esté vinculado a la organización del
partido, para que, en el momento de la gran crisis que pueda avecinarse, no dependamos de
la restricción ni de la supresión de los medios de comunicación, sino que estemos ligados
en el conocimiento, en la información, en la decisión de los organismos que el partido tiene
que crear, como deber imperioso, en esta época.
Y tenemos que tener presente otra consigna fundamental, que a veces olvidamos
explicablemente.
Estos fenómenos de regresión, esta reaparición del despotismo, se viste con ropaje
moderno y toma como cobertura los sufrimientos y las esperanzas de los hombres del
trabajo. Ellos no creen que en la democracia puedan realizarse la eliminación de sus
angustias. Tenemos que probar, con todos los medios posibles, cómo en la democracia
puede construirse un deseo muy humano de justicia y de respeto para la condición de los
hombres, afirmándose entre todos los sentimientos el de la libertad. Si nosotros no
cumplimos esa tarea y nos dejamos sobrellevar por la apariencia ventajosa de ciertos
aliados circunstanciales, habremos incurrido en la peor deserción, y habremos favorecido,
en el terreno en que el régimen ansía más, las aspiraciones del sistema que está humillando
a la Argentina.
Nuestra lealtad con los hombres del trabajo, nuestra claridad doctrinaria, nuestra
penetración en los puntos de vista para la construcción de un mundo, de un mundo mejor en
la Argentina, son condiciones fundamentales para la victoria. Tenemos que ligar nuestra
lucha por la libertad a la lucha por la supresión de las causas de fondo que trajeron ésta y
las anteriores dictaduras: la pobreza, la incultura, la falta de desarrollo económico y social,
la gravitación de los factores nacionales e internacionales del privilegio. Estos son nuestros
enemigos, porque detrás de esos enemigos de fondo aparecieron las expresiones políticas
del conservadorismo pasado y del fascismo presente, que están rigiendo la vida argentina.
Tenemos que eliminarlos de cuajo y para siempre, combatiendo no sólo sus consecuencias,
sino también las causas que las provocaron, y creando las condiciones económicas,
políticas, sociales y culturales de una auténtica democracia con hondo sentido humano. Este
es el gran papel de la Unión Cívica Radical.

La unidad nacional.

Yo quisiera terminar. Pero antes me siento en el deber de señalar, como causa


profunda de nuestra acción, la necesidad de lograr la unidad de nuestra Patria, proclamada y
reclamada siempre por el Régimen.
Hay dos tipos de unidades nacionales, dije ya alguna vez. La primera es la unidad
que implica el sometimiento de todos los hombres a la voluntad del poder. La unidad
nacional de Hitler: un pueblo, un Estado, un conductor. La unidad de Mussolini: una
multitud aborregada, ocho millones de camisas negras, un hombre que habla desde un
balcón creando un imperio artificioso. La unidad nacional de Rosas: las cartas encabezadas
por un lema, un cintillo en todos los pechos, un luto en todos los sombreros.
Y hay otra unidad nacional. La unidad nacional de las grandes democracias
contemporáneas, que nace de la convivencia armónica, del amor fraterno a ideales que son
expresión del genio nacional. La unidad nacional de Inglaterra, que peleaba contra las
fuerzas del mal y soportaba estoica la agresión de los Stukas y de las bombas Zeta, en tanto
que su parlamento deliberaba y demostraba, en su vivencia de la libertad, cómo las
instituciones de ese pueblo admirable, aún en ese momento, estaban funcionando con
regularidad, al tiempo que realizaba una profunda reforma en las condiciones de la vida
social inglesa. La unidad nacional del pueblo norteamericano, que, mientras enviaba
millones de sus hijos a morir en los campos de batalla de Europa y desplegaba el máximo
de esfuerzo en sus fábricas, poniendo en tensión toda su economía, realizaba elecciones,
discutía y debatía en comunidad todos los problemas de la República.
Escoja el Sr. Presidente la unidad nacional que quiera para la Argentina: la unidad
nacional de la humillación, del aplastamiento de todas las circunstancias, del arrasamiento
de todas las voluntades libres, o la unidad nacional que constituye la grandeza y el honor de
los pueblos que marcan la máxima excelencia de la civilización contemporánea. Nosotros
tenemos tomada nuestra posición. Queremos la unidad que nace del respaldo de todas las
opiniones de la vivencia de los ideales que dieron forma y sentido a nuestra nacionalidad.
Pero advierta el Presidente de la República cuál fue el final trágico y azaroso de
todos los regímenes que quisieron fundar la unión sobre la fuerza. Recuerde cuál fue el
final del dictador de Alemania, cuál fue el final del dictador de Italia, cuál fue el final del
dictador de la Argentina. Si traemos este recuerdo, no es con un carácter personal. Frente a
los grandes procesos históricos, la suerte de un hombre poco interesa. Pero para que cayera
Hitler, Alemania tuvo casi que perecer, y en cada casa, semidestruída, una cruz negra tuvo
que recordar que uno de sus hijos entregó su vida por los desvaríos de quien detentaba la
suma del poder.

No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes.

Nosotros luchamos por el sentido argentino de la vida, con fé profunda en nuestra


causa y con una decisión inquebrantable. Mientras el Régimen revela su impotencia, no
puede gobernar sino por la fuerza, y no se atreve a enfrentar un sólo acto público de la
Unión Cívica Radical, nosotros estamos más serenos y seguros que nunca. No alzamos
palabras fuertes, alzamos palabras firmes, porque la nuestra es una decisión que proviene
de la historia y del convencimiento de que estamos cumpliendo un deber superior a nuestras
vidas y un mandato que viene de más allá de las tumbas de nuestros antepasados.
Trabajaremos, lucharemos y sufriremos juntos, compatriotas radicales,
compatriotas argentinos. El esfuerzo no será estéril. De ese sacrificio está naciendo una
vida nueva. Todo parto es laborioso, demanda sangre, requiere sufrimiento. Ahora está
produciéndose en la Argentina el nacimiento de la Patria soñada, siempre irrealizada, de la
Patria que nosotros legaremos a nuestros hijos como una esperanza para toda la humanidad.
Lucha Integral en Todos los Frentes
3. Resolución de la convención nacional de la

Unión Cívica Radical, aprobada el 27 de abril de 1953.

El día 27 de abril de 1953, la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical fijó


la línea política del partido mediante la sanción de un proyecto de resolución que había sido
redactado por Moisés Lebensohn. Ese pronunciamiento, que define lo que ha dado en
llamarse la posición política combatiente del Radicalismo, y que en la actualidad posee
pleno vigor imperativo, está concebido en los siguientes términos:
«CONSIDERANDO: Que en la declaración del 8 de diciembre de 1952, cuyos
términos reitera, la Unión Cívica Radical dirigió una apelación solemne al sentimiento de
responsabilidad nacional para restablecer la unión de los argentinos sobre la base de la
vigencia de la Constitución;
Que el sistema gobernante, lejos de escuchar ese llamamiento patriótico, acentuó
su política fratricida de división, persecución y humillación, con el mantenimiento
indefinido del estado de guerra interno, la supresión de las libertades esenciales, la
degradación de la escuela, que utiliza como instrumento político alzando el alma del hijo
contra su propio padre, el encarcelamiento sin juicio de civiles y militares, la desaparición
de la justicia, el enclaustramiento del pueblo en la ignorancia de su destino y la ejercitación
desembozada de las demás técnicas totalitarias, hasta culminar con los recientes episodios,
que traen el aliento de otros regímenes nefastos y muestran la extinción de las garantías
mínimas del orden civilizado;
Que el Régimen no vacila en precipitar al país a la quiebra de sus cimientos
morales, institucionales, económicos y sociales en el empeño de consolidar un absolutismo
que someta la vida, el espíritu y los derechos de los hombres a la sujeción discrecional del
poder, en negación de los ideales y de los fines de la nacionalidad;
Que los planes del oficialismo ponen en riesgo la existencia de la Patria, que no es
en la Argentina una mera expresión geográfica, sino un contenido histórico y moral
consustanciado con el sentimiento de la libertad y los más altos ideales de dignificación.
Ese riesgo obliga a todos y a cada uno de los argentinos a asumir una posición combatiente
en defensa de los móviles de nuestra formación nacional y a desplegar los esfuerzos que
demande su lealtad con los sacrificios de las generaciones fundadoras.
Que la lucha por el restablecimiento de la libertad está ligada indisolublemente a la
lucha por la eliminación de las causas de fondo que trajeron a éste y a los anteriores
discrecionalismos: la pobreza, la incultura, la inseguridad social, la falta de desarrollo
económico y la gravitación de los factores nacionales e internacionales del privilegio, y la
lucha por la creación de las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales que
organicen, en forma definitiva, una democracia de hondo sentido humano.
Por ello, la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical,

RESUELVE:

1º Reafirmar la decisión de persistir en la lucha y de afrontar todas las


contingencias en defensa de los principios de libertad y dignidad del hombre que guiaron a
la Revolución de la Independencia, jalonan la trayectoria de la Unión Cívica Radical y se
encuentran cancelados por el sistema que domina al país.
2º La Unión Cívica Radical librará esta lucha en todos los frentes de la vida
nacional, con un sentido afirmativo, sin pactos, acuerdos ni cesiones de ninguna naturaleza,
conforme a su tradición, a fin de asegurar la reconstrucción de la República, la democracia
y el federalismo, de resguardar la soberanía política y espiritual de la Nación, y de
organizar en justicia y libertad, un régimen de convivencia humana que afiance las
garantías sociales de la libertad y los derechos del pueblo a la cultura, al bienestar y a la
seguridad económica, de acuerdo con los postulados de su Profesión de Fe, sus Bases de
Acción Políticas y su Plataforma Electoral, que ratifica expresamente.
3º Para el cumplimiento de los deberes eminentes que impone esta hora decisiva:
a) Las autoridades partidarias extenderán la organización de la Unión Cívica
Radical a cada sector del país y a cada actividad social, de modo de mantener vinculación
directa, constante e inmediata con todas las expresiones de la vida popular; adoptarán las
medidas necesarias para romper la incomunicación en que yace nuestro pueblo e informarle
cuál es nuestra realidad y en que consiste y qué quiere el radicalismo; darán solidaridad a
todos los perseguidos por su fidelidad a los ideales de la República y promerán una acción
orgánica, combatiente y sin tregua para fortalecer la determinación de resistir a la opresión
en los órdenes políticos, cultural y sindical, así como en los demás aspectos de la existencia
argentina.
b) Las representaciones públicas del Radicalismo permanecerán en sus funciones
para enjuiciar el índole antiargentino del Régimen y sus transgresiones morales e
institucionales y concretar en sus votos e iniciativas del desarrollo nacional y del bienestar
social y los objetivos de liberación política, económica, cultural y social del Radicalismo.
c) Los afiliados y simpatizantes prestarán su servicio al país ocupando su puesto
de lucha en la acción organizada del Radicalismo por el esclarecimiento de la conciencia
pública y la reconquista de las libertades; participarán en el movimiento gremial para
sostener su independencia y su funcionamiento libre y democrático; ayudarán a las víctimas
del oficialismo como pertenecientes a una misma hermandad y propugnarán con actitud
militante los derechos de libre formación y libre expresión del espíritu humano y los
sentimientos de concordia y fraternidad como requisitos de la unidad argentina, cultivando
-en todo momento- en el campo y en el taller, en la escuela y en el hogar, con ejemplo,
prédica y energía llevados hasta el sacrificio, la vivencia en los ideales de emancipación del
hombre.
4º Bajo la advocación de estos propósitos superiores, la Unión Cívica Radical se
dirige a todos los hombres y mujeres convocándolos a la indeclinable lucha y resistencia
patriótica hasta la recuperación del decoro y el honor de los pueblos libres».
4. La Fundamentación

Articulo periodístico escrito por Lebensohn en


"Intransigencia", año II, numero 4,
31 de marzo de 1953.

La Convención Nacional del 5-8 del diciembre* fijó una nueva línea política, que
ha sido definida con acierto como combatiente, pues señala los contornos de una lucha
activa y sin tregua en todos los terrenos. La posición anterior del partido se limitaba al
campo electoral. Se circunscribía a los mecanismos políticos de la organización
institucional. Correspondía a circunstancias normales, de vigencia de las garantías de la
Constitución. El partido encauzaba en el sufragio estados de conciencia pública, que
contribuía a formar mediante su propaganda oral o escrita: la prensa o la tribuna popular.
Ahora las vías de expresión del pensamiento se hallan bloqueadas y los resortes totalitarios
intentan las esencias nacionales en la pretensión de aniquilar la autonomía de los hombres.
A la guerra total desatada por el Régimen correspondía oponer la lucha, también total, por
salvaguardar los principios que dieron origen y sentido a nuestra Patria. Ese es el camino
que marcó la Convención.
Lucha total, en todos los frentes y utilizando todos los recursos, sin declinar de
ninguno. Es el acto cívico, la conferencia o la reunión cultural, cuando logra efectuarse; es
el periódico, cuando logra circular; es la acción de nuestros representantes, desde el
Parlamento hasta la modesta Municipalidad de aldea, para denunciar los desmanes de la
arbitrariedad y concretar en hechos, en sus proyectos y votos, el sentido creador del
Radicalismo y su lealtad con los intereses del pueblo, dando así rotundo mentís a la
pretensión de colocarnos en planos adversos a las aspiraciones del trabajo. Todo eso, que ya
se realiza, pero llevando la lucha, con reciedumbre, a todos los demás terrenos en que deba
plantearse para crear e intensificar una militancia popular arrolladora en servicio de las
libertades argentinas. Si se prohíbe la edición de periódicos, imprímanse folletos y volantes,
que hiendan las murallas de la incomunicación en que el Régimen pretende sumir al
pueblo; si no se consienten mitínes, promuévanse reuniones informativas o de
organización, de las que nazca el encuadramiento de los afiliados en las mil entidades que
establezcan el contacto directo e inmediato del partido en cada rincón de nuestro país y
cada expresión de la actividad social. Y así, trasládese la acción al ámbito gremial, cuyo
sometimiento constituye el soporte principal del Régimen, a fin de restablecer en su
independencia una de las exigencias básicas de la democracia sindical; defiéndase, en una
tarea orgánica, la autonomía de los centros de influencia de la sociedad: cooperativas,
entidades culturales, deportivas, cuya captura planea el Régimen; elévese a la dimensión de
un esfuerzo heroico aquél que resguarde la libre formación del; espíritu humano y proteja
los frutos de la cultura fundada en la libertad, fortaleciendo en cada alma la vigencia de los
ideales de la dignidad del hombre.
Lucha total en el frente político y en todos los frentes, con todos los medios
accesibles, sin abandonar ninguno, puesto que la misión del Radicalismo, en esta hora
histórica, abarca todos los aspectos en que se fundan el sentido y el porvenir de la
República. Movilización patriótica de todas las energías del pueblo argentino para la
defensa y recuperación de las libertades abolidas, expresa la declaración del alto cuerpo
partidario, movilización patriótica en una batalla heroica, sin descanso, para salvar el honor
y el decoro de nuestra tierra. La consigna es una orden de marcha. No está comprimida por
una táctica. Es de acción en todos los campos. No tiene límites. Tiene sólo una meta.
No dió la Convención únicamente la voz de partida. En resolución inspirada en el
acervo histórico del partido, de acento y temple radical, determinó las condiciones que
modelarán el triunfo de la causa popular.
PRIMERA: Esta movilización no debe ser parcial. Es una convocatoria de «todas
las energías del pueblo argentino»; pero organizada y dirigida bajo la responsabilidad
expresa de las autoridades partidarias. La Unión Cívica Radical -sin pactos ni cesiones-
asume el cumplimiento de su mandato histórico. Es el principismo intransigente, iniciado
por Alem e Yrigoyen y restituido el cauce partidario luego de la dramática experiencia que
epilogó 1946.
SEGUNDA: Debe realizarse en un esfuerzo permanente y combativo, que
mantenga vivo y actuante al espíritu de la resistencia popular». Vale decir, que si en esa
movilización se utilizan medios a la instrumentación institucional y a los procesos
electorales, es únicamente como uno de los tantos resortes de acción que deben desplegarse
en conjunto, sin prescindir de ninguno, en la tensión de excitar y acuciar la comprensión del
pueblo, para «mantener viva y actuante» a su resistencia en la empresa de reivindicar las
libertades abolidas.
TERCERA: La tarea a cumplir no será meramente opositora, ni caerá en el
antiperonismo», forma intencional de llevar la confusión al pueblo, colocando
indiferenciadamente en un mismo común denominador al Radicalismo, fuerza
representativa del sentimiento argentino, junto a aquéllas negatorias de las esperanzas
populares. No debe tender simplemente a cualquier solución, sino a la solución que impida
la reedición de defraudaciones, y asegure la realización del país soñado, consumando la
voluntad histórica de nuestra milicia cívica. Por eso nuestro esfuerzo tendrá que estar
impregnado de contenido afirmativo, debiendo señalar -dice la declaración- «las soluciones
creadoras de la Unión Cívica Radical para la construcción del futuro argentino».
He aquí las grandes líneas orientadoras, sancionadas por el cuerpo soberano del
partido. Quiso, sin embargo, marcar otros aspectos substanciales, definiendo enfáticamente
el carácter totalitario del Régimen, que se perfecciona con la perduración limitada del
inconstitucional estado de guerra interno», y subrayó que había perdido sus fundamentos de
derecho, para reposar en la fuerza. En tal situación las representaciones públicas del
Radicalismo no participan en el ejercicio del gobierno, ni lo convalidan. Su presencia es
una acusación permanente, un medio de combate, una herramienta y un arma «para llevar a
un terreno más la lucha de la Unión Cívica Radical por la libertad y los derechos del pueblo
argentino».
Precisado nítidamente este carácter, la resolución concluye con una solemne
invocación. Va dirigida a los radicales y a los demás ciudadanos que discrepan con el
Régimen, como así al propio Régimen y a todas las fuerzas de la nacionalidad. Es una
angustiosa apelación al sentimiento de responsabilidad argentina. Levanta la visión de la
Patria. Y ante el intento fratricida de dividir al país y de torcer su rumbo, proclama como
bandera suprema: la unión de los argentinos, la convivencia entre los argentinos en la
libertad y en el derecho. Es un llamamiento al retorno a la Constitución -prenda de unión,
de paz y de concordia-, pero al retorno real, sin ficciones ni imposturas, a la vigencia de las
garantías que configuran el clima de la dignidad humana. Allí reside la garantía de la
permanencia del país. Es la más alta enseña de lucha. Así el Radicalismo diseñó, no una
posición política, sino una posición patriótica, y concitó al combate abnegado y sacrificado,
definido, por sustentarla e imponerla, como una expresión de fe en los fundamentos
morales que hicieron la grandeza argentina.

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