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Marcial y Juvenal fueron los máximos representantes en Roma del epigrama y la sátira

respectivamente, dos géneros poéticos que se caracterizan por sus altas dosis de ingenio y
sus agudas críticas.

Marcial, el mayor autor latino de epigramas, nació en Bíbilis, en la Hispania Tarraconense, y


marchó a Roma en el año 64, donde tuvo que ganarse la vida escribiendo. Allí publicó su
primer libro de epigramas, el Libro de los espectáculos, con motivo de la inauguración del
Coliseo de Roma por el emperador Tito. Después de este publicó Xenia y Apophoreta,
sobre la hospitalidad y los regalos que se entregaban en las fiestas Saturnales, escritos en
dísticos elegíacos. A partir del año 86 comienza a publicar su obra más importante, unos
1500 epigramas agrupados en doce libros basados en la observación burlona de la vida.

Como producción literaria, la obra de Marcial es una reacción a los usos literarios de la
época, plagados de ornamentación mitológica y retórica, con una tendencia clasicista. En
oposición a esa tendencia, Marcial escoge los epigramas, una de las formas de poesía más
breves y humildes, y elige tratar los temas más obscenos, la cruda verdad de las palabras
(lasciva verborum veritas). Su intención es representar la sociedad de su tiempo sin pudores
ni tapujos, con una actitud que roza más el cansancio o el hastío que la indignación ante los
vicios de la sociedad. Es radicalmente opuesto a Juvenal en el sentido de que no busca
moralizar ni corregir, simplemente constatar lo que observa desde una perspectiva obscena
y humorística. Para librarse de cualquier culpa, elabora un prólogo en el que se disculpa de
antemano, y no duda en alabar servilmente sin pudor al emperador cuando es necesario.
En sus epigramas podemos observar también la absoluta falta de piedad ante los defectos
físicos que se tenía en la sociedad romana, ya que se creía que estos eran reflejos del
alma, y cómo lo peor en términos sexuales era la pasividad, gradándose así el nivel de
aceptación de los actos sexuales.

Juvenal por su parte, escribió sátiras, un género poético propiamente romano cultivado por
varios autores, Horacio y Lucilio entre ellos. Juvenal se caracteriza por ser el más
despiadado, con unas altas dosis de racismo, y el más farragoso y complejo. La sátira en sí
no tiene por qué ser humorística, simplemente busca realizar una crítica mordaz de un
aspecto de la vida desde un punto de vista muy personal . Sin embargo, Juvenal en sus
sátiras no nos cuenta mucho sobre sí mismo, sino que se limita a realizar una agria crítica
de la sociedad romana imperial. En el libro I informa de su intención abiertamente, escribir
sátiras al estilo de Lucilio, pero en lugar de realizarlas sobre la sociedad de su época elige
criticar el reinado de Domiciano, un emperador tirano que había fallecido recientemente. Sin
embargo su crítica sí que llega a extenderse a su presente, porque los defectos que resalta
de la clase dominante y senatorial permanecen. Con una retórica apabullante y compleja,
Juvenal será el más agudo de los satíricos.

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