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“Cría ….. y te sacarán los ojos”, así es como conocemos el refrán popular que viene a decir
que a veces las obras bienintencionadas pueden llegar a pagarse con ingratitud. Este
mismo dicho puede aplicarse a la crianza de los niños y los límites que los padres imponen,
o más bien, dejan de imponer.
Son muchos los interrogantes y dudas que aparecen a la hora de educar, así como las
diferentes emociones que aparecen durante el proceso, especialmente a la hora de marcar
límites. Es habitual que muchos padres tengan dudas y puedan llegar a sentirse “malos
padres” al tomar decisiones que conllevan establecer normas y pautas de crianza.
Son muchas las dudas que se presentan ante la dura labor de educar a un niño: ¿Lo estaré
haciendo bien? ¿Será está la opción más adecuada? ¿Por qué si estoy convencida (o) de que
esta decisión es acertada siento como si no lo fuera?
Ante los millones de interrogantes que surgen a la hora de educar encontramos un exceso
de artículos, libros e información sobre la crianza de los hijos. Basta con ir a una librería
o poner en el buscador palabras como educación, crianza o enseñar seguidas de la palabra
niños para obtener miles de resultados con multitud de consejos que no siempre resultan ser
coherentes y acertados.
Muchas personas asocian la palabra límite con algo negativo y piensan que marcar fronteras
implica no tener en cuenta la opinión del niño. Sin embargo, este concepto se aleja mucho de
otros como gritar, enfadar o ignorar y se acerca más al de estructurar, regular y enseñar.
Marcar un límite no implica alzar la voz o enfadarse, tampoco faltar al respeto.
Educar supone decir «no» a peticiones que no pueden o deben llevarse a cabo y enseñar
al niño que a veces hay que esperar para conseguir lo que se quiere. También implica poner
consecuencias a comportamientos que hay que corregir y ser consecuentes con las decisiones
que se toman.
Para ello no es necesario que los padres eleven la voz, se enfaden o amenacen constantemente
a sus hijos. El mensaje se puede transmitirse con calma, de forma clara y sin repetirse
demasiado. No conviene lanzar amenazas absolutas o que nunca vayan a llevarse a cabo.
Las personas a quienes no se les han puesto límites normalmente tienen una baja
tolerancia a la frustración, les cuesta controlar sus emociones y no responden bien ante el
cumplimiento de normas y obligaciones. Suelen manipular y hacer sentir mal al otro con tal
de conseguir su propósito.
Impertinencia, exigencia de privilegios, falta de constancia y esfuerzo, escasa paciencia, poca
colaboración, problemas de conducta, agresiones o incluso destrucción de objetos son
algunos de los problemas en los que puede derivar la falta de límites.
En los trastornos conductuales, como por ejemplo el trastorno negativista desafiante o el
trastorno de conducta, caracterizados por un desafio constante y la ruptura de normas, es
frecuente encontrar una educación carente de límites dónde es el niño quien ordena,
manda y decide.
Si tú no lo educas ¿quién lo educará?
Recientemente decía la psicóloga Teresa Rosillo en una entrevista: “se nos ha olvidado
decirles a los niños que los padres son los que mandan, no ellos (as)”. Son muchos los
hogares donde quien tiene la última palabra es el menor y son los adultos quienes acomodan
sus planes y rutinas a las demandas y caprichos del hijo.
Una de las labores fundamentales de los padres es educar para que el propio niño pueda
autorregularse. Sin embargo, para que el niño pueda regularse a sí mismo antes ha tenido que
haber sido regulado desde fuera.
Son los padres, y no otras entidades o personas, quienes tienen el deber y la obligación
de educar a sus hijos. Esto implica escuchar, enseñarles que es lo correcto e incorrecto, decir
“ahora no” (pero sí mantener la opinión, no echarse para atrás después), “esto ya lo hemos
hablado” o “tendrás que esperar” en muchas ocasiones, frustrar y enseñarles a superar esa
sensación. Educar no es una labor sencilla, pero si no la asumen los padres, ¿quiénes lo harán?
Ser padre es ¡toda una aventura! Seguro tu hijo o hija te ha puesto cara de no sé qué retándote
delante de todo el mundo y te quedas en total estado de perplejidad. ¿Sabes qué es el trastorno
negativista desafiante? Es muy común en la infancia y prevalece entre el 2 y 16%. Hablemos
de cómo reconocerlo y tratarlo, pues su influencia va más allá de la mala conducta, puede
dejar hasta huella genética y ser un factor productor de enfermedades y padecimientos para
los futuros adultos.
El trastorno negativista desafiante consiste en un comportamiento negativo, desafiante,
desobediente y hostil dirigido hacia figuras de autoridad, que persiste durante al menos seis
meses. Se reconoce por síntomas básicos como ataques de cólera, pataletas y discusiones con
los adultos. Debe quedarte claro qué es y cuando se presenta: si los más pequeños te retan y
desafían activamente con tono negativo a la primera orden que se les da. La autoridad está
¡en juego! Así es.
Es más, los síntomas pican y se extienden, porque molestan deliberadamente a otras personas,
los acusan de sus errores, exigencias o mal comportamiento y se enfadan con facilidad ante
cualquier demanda, venga de quien venga.
La paz familiar sufre y si no lo atajan a tiempo, va a persistir hasta la adolescencia. Es más,
puede dejar huella en el material genético y condicionar la salud futura de tus hijos, según un
artículo que publica el último número de la revista especializada “Translational Psychiatry”.
Los investigadores, de la Universidad de California en San Francisco (UCSF), señalan que
los preescolares con conducta oposicionista y desafiante son más propensos a tener telómeros
más cortos, un sello distintivo de la salud de las células, y en definitiva de todo el organismo,
que en adultos se asocia con un mayor riesgo de enfermedades crónicas de aparición
temprana, habitualmente asociadas al envejecimiento, como la diabetes, la obesidad y el
cáncer.
Atención a los efectos de la depresión materna
Los investigadores también destacan que la depresión clínica materna es otro predictor
independiente de la longitud de los telómeros en los niños pequeños. El estudio se suma a un
gran volumen de literatura que apunta a que la depresión en las madres podría tener
implicaciones de largo alcance en la salud física y el comportamiento de los niños. También
cada vez más estudios destacan que los telómeros más cortos en los adultos y los niños se
relacionan con traumas de la primera infancia, exposición a la violencia, malos tratos y
privaciones.
Los telómeros, del griero “telos” (final) y “meros” (parte), son los extremos de los
cromosomas (las estructuras compactas que contienen la información genética). Son regiones
de ADN cuya función principal es la de estabilizar a los cromosomas para evitar que se pierda
la información que contienen.
Se pueden comparar estas estructuras con las puntas de plástico de los cordones, que impiden
que se deshilachen. De igual forma, los telómeros forman una capsula en los extremos de los
cromosomas para evitar pérdida de ADN (que contiene instrucciones para fabricar proteínas).
El acortamiento de los telómeros ocurre de manera natural con cada división celular, y es una
especie de calendario biológico que se asocia al envejecimiento, pero este proceso de
acortamiento se acelera por el estrés psicológico y físico.
Una de las causas del “Síndrome del Emperador” es la difícil conciliación laboral y familiar.
En los últimos años no dejamos de oír casos de niños autoritarios que no aceptan un no por
respuesta. Niños que, cuando no obtienen lo que quieren reaccionan desmesuradamente
llegando, en los casos más extremos, a las agresiones verbales y físicas. A este
comportamiento se le denomina Síndrome del Emperador, un fenómeno por desgracia cada
vez más frecuente. Para conocerlo en profundidad hablamos con Bertrand Regader,
psicólogo educativo y director de la revista digital Psicología y Mente.
Tal y como nos cuenta Bertrand, "lo que se ha denominado Síndrome del Emperador es un
conjunto de conductas que manifiestan algunos niños y niñas de entre 5 y 12 años de edad
que, básicamente, tienen un control exagerado sobre las acciones de sus padres: deciden
cuándo ven la tele, cuándo se come, agreden e insultan a sus padres... En definitiva, son niños
que se han acostumbrado a imponer sus normas".
No existen estudios concluyentes sobre las causas del Síndrome del Emperador, pero la
mayoría de expertos coinciden en que son distintos factores los que pueden incidir en la
aparición de este conjunto de síntomas.
Causas principales
1. Un estilo educativo demasiado laxo y/o negligente (padres que pasan poco tiempo con sus
hijos y que no ponen límites y normas de conducta) que conduce a estilos educativos de tipo
culpógeno, esa forma de educar a los hijos que consiste en consentirles muchos caprichos y
que tiende hacia la sobreprotección. "El mensaje que le mandan al niño es que el resto de
personas están ahí para satisfacer sus necesidades y caprichos, con lo cual no es extraño que
el niño adopte ciertas conductas desafiantes si no se atienden sus peticiones, y tenga una
pobre tolerancia a la frustración. Digamos que se ha habituado a una dinámica de relaciones
en la que él o ella es el centro de todo".
2. Poca dedicación a la educación del niño por parte de los padres, que en ocasiones tienen
difícil conciliar su vida laboral con la atención a su hijo.
3. La falta de contacto afectivo positivo.
"No es preciso 'culpar' a los padres de que su hijo adopte esas conductas, pero sí recae en
ellos la mayor parte de responsabilidad a la hora de establecer límites, normas y un
contexto afectivo y educativo positivo para el menor". Y es que, en la mayoría de casos,
el Síndrome del Emperador puede irse corrigiendo si los padres desarrollan ciertos patrones
educativos y afectivos: "Desde la infancia temprana, los niños deben empezar a cumplir
ciertas normas y hábitos. Es parte fundamental de una correcta educación, porque los prepara
para que puedan ir asumiendo responsabilidades y estableciendo metas a largo plazo y por el
beneficio común".
En la mayoría de casos puede irse corrigiendo si los padres desarrollan ciertos patrones
educativos y afectivos
Además de la educación que se les da en casa, ¿tiene algo que ver el momento social que
estamos viviendo con el incremento de casos? Para Bertrand sí, ya que una de las causas del
Síndrome del Emperador es la difícil conciliación de las exigencias laborales con el
cuidado familiar. "Muchos padres delegan la educación de sus hijos en instituciones
(guarderías, colegios, centros) o en los abuelos. Esto provoca que los niños pasen de unas
manos a otras y no tengan muy claro cuál es su educador principal. Además, cuando un padre
o una madre puede estar poco tiempo con su hijo por culpa de un trabajo demasiado exigente,
es habitual que aproveche el poco tiempo que tiene para consentir al hijo. Son padres que
llegan a casa agotados, sin fuerzas para dedicar a poner normas, límites y, en definitiva, a
pensar en ciertos patrones educativos y afectivos que puedan beneficiar a sus hijos".
Para conseguir sus propósitos, estos niños gritan, amenazan y agreden física y
psicológicamente a sus padres. Se podría decir que su capacidad para ponerse en la piel de la
otra persona está subdesarrollada. Por esta razón parece que no sean capaces de experimentar
sentimientos como el amor, la culpa, el perdón o la compasión. Pero, ¿puede cualquier niño
desarrollar este síndrome si se dan estos factores, o ha de tener problemas de empatía?
Aunque el nivel madurativo en el ámbito de la empatía de estos niños está subdesarrollado,
cualquier niño puede desarrollar este síndrome, ya que la empatía es una actitud que
se aprende y se desarrolla durante la infancia. "Si como padres no sentamos las bases
educativas para que el niño la pueda desarrollar correctamente, es probable que sufra un
retraso madurativo a este nivel. Es un problema que tiene que ver con el estilo educativo que
recibe el niño, y no tanto sobre ciertas características propias de su personalidad. Esto no
significa que este cuadro sea insalvable, ni mucho menos. Tomando ciertas medidas
educativas, podemos lograr que el niño cambie sus conductas y actitudes", nos indica
Bertrand.
El nivel madurativo en el ámbito de la empatía de estos niños está subdesarrollado, por eso,
una vez detectado, es recomendable tratarse cuanto antes.
A veces, este comportamiento en casa puede repercutir en otros entornos como el escolar
o el social, además del familiar. Sin embargo, puntualiza Bertrand Regader, "la posibilidad
de socializarse junto a otros compañeros puede empezar a modificar algunos de sus patrones
conductuales, puesto que lo que se les permite en casa no se les permite en la escuela, donde
son castigados y rechazados si no se socializan de forma positiva y adaptativa".
Y como padres, ¿cómo podemos detectar si nuestro hijo padece este síndrome? Son
varias las manifestaciones que pueden ponernos en alerta: excesivos berrinches, agresividad,
poca tolerancia a la frustración... En general son niños que imponen sus normas y su criterio,
y que se enfadan mucho si sus peticiones y caprichos no son atendidos. Además, se enfadan
y sufren de ansiedad sin motivo aparente, tiene un sentimiento exagerado de propiedad, son
egocéntricos y poco empáticos, y puede costarles adaptarse a nuevos entornos. "En cualquier
caso, no es buena idea que los padres diagnostiquen a su hijo. Los profesionales de la salud
mental somos quienes estamos facultados a estudiar cada caso para saber exactamente qué
etiqueta diagnóstica merece, y para trazar un tratamiento acorde", advierte Bertrand.
Son varias las manifestaciones que pueden ponernos en alerta: excesivos berrinches,
agresividad, poca tolerancia a la frustración...
Muchos pensarán que los niños que sufren este Trastorno de Oposición Desafiante (TOD),
son simplemente niños maleducados, pero son categorías distintas. Tal y como indica
Bertrand, "el Síndrome del Emperador no designa a la persona, sino a ciertos patrones de
comportamiento relacionados con la búsqueda inmediata de gratificación. De hecho, es
importante dejar claro que no se trata de una enfermedad. Un niño maleducado es una
etiqueta muy amplia y habría que ver qué entiende cada persona por tal adjetivo. Los
psicólogos nos cuidamos mucho de no poner etiquetas negativas hacia las personas, con lo
cual no somos muy dados a hacer juicios de valor sobre estas cuestiones, y menos si la
persona afectada es un niño".
Afortunadamente, todo tiene solución, y así nos lo hace ver Bertrand: "Los patrones de
comportamiento son aprendidos, y por tanto se pueden desaprender. No hay ningún
nexo entre padecer TOD en la infancia y tener problemas en la adolescencia o en la edad
adulta, siempre y cuando los padres sean capaces de redirigir la situación lo más pronto
posible. Nadie tiene una guía infalible para educar a los hijos, y es por eso que los psicólogos
podemos ayudar a la hora de establecer reglas y estrategias para mejorar en este ámbito. Todo
es cuestión de implicarse y querer aprender".
LOS ‘PADRES HELICÓPTERO’ CRÍAN HIJOS INCAPACES Y
DEPENDIENTES
Los expertos vuelven a hacer hincapié en la necesidad de que los niños sean
autónomos, que sean capaces de enfrentarse solos a los desafíos propios de su edad
Padres sobreprotectores que no dejan que sus hijos se enfrenten a desafíos propios de su edad.
“Cariño, ten cuidado que te vas a caer”, “Peque, come el salchichón despacito que te vas a
atragantar”. Este tipo de frases, en un principio inocentes, usadas con demasiada frecuencia
pueden ser perjudiciales para los más pequeños de la casa. Una actitud que coloquialmente
se conoce como paternidad helicóptero o aquellos padres que siempre están con un ojo
encima de sus hijos. Este comportamiento sobreprotector puede ser muy dañino para ellos,
según explica un último estudio elaborado por la Universidad de Minnesota y publicado en
Developmental Psychology.
“Los padres sobreprotectores y ultracontroladores pueden tener un efecto muy negativo que
afecte al desarrollo del niño para manejar de forma correcta sus emociones y
comportamientos”, explican los autores en un comunicado. La investigación demuestra que
los pequeños que “tienen padres helicóptero son menos capaces de lidiar con los desafíos
que demanda el propio crecimiento como pueden ser: comportarse bien en clase, hacer
amigos o tener un buen rendimiento escolar”.
¿Qué es ser un padre o madre helicóptero?
Para los autores, un padre helicóptero es aquel que está controlando continuamente a su hijo,
le dice cómo y a qué debe jugar, cómo recoger, cómo actuar, entre otros mandatos. “Ante
este comportamiento, y según nuestros resultados, los niños reaccionan de distinta manera.
Algunos se vuelven desafiantes hacia sus progenitores, otros simplemente apáticos o se
muestran muy frustrados”, explican.
Padres sobreprotectores, niños que no saben manejar sus emociones. Esta es la premisa. Y
tiene sus consecuencias. Suelen ser chavales que no controlan sus cambios de humor, sus
emociones, sus sentimientos y son más débiles a la hora de enfrentar los retos de cada etapa
de crecimiento. “Esto está mal. Los niños necesitan cuidadores que les sirvan de guía a la
hora de entender lo que les ocurre”, añaden los expertos.
Ser sensibles a las necesidades de sus hijos, reconociendo cuáles son sus capacidades
a la hora de lidiar con distintas situaciones.
Deben guiar al pequeño, sin interferir o solucionar el problema, para que este consiga
el objetivo que se le plantea, proporcionando que lo pueda hacer solo, lo que le llevará
a un mejor desarrollo de su salud mental y física y a tener mejores relaciones sociales
y éxito académico.
No limitar las oportunidades de los niños.
Los padres pueden ayudar a sus hijos a aprender a controlar sus emociones hablando
con ellos sobre cómo entender sus sentimientos y explicándoles qué comportamientos
pueden resultar de sentir ciertas emociones, así como las consecuencias que pueden
tener diferentes respuestas.
También pueden ayudar a sus hijos a identificar estrategias de afrontamiento
positivas, como la respiración profunda, escuchar música, colorear o retirarse a un
lugar tranquilo.
Para llegar a estos resultados, los investigadores analizaron a 422 niños y niñas de distinta
raza y de distintos estratos económicos durante ocho años y los estudiaron en tres ocasiones:
con dos, con cinco y con 10 años. Los datos surgieron de la evaluación de las interacciones
entre padres e hijos, informes de sus profesores y de su propia experiencia a los 10 años. El
ensayo consistía en que progenitores y chavales jugaran de la misma manera que lo hacían
en casa. Según sus resultados, el control excesivo de la crianza de los hijos cuando el niño
tenía dos años se asoció con una peor regulación emocional y de comportamiento a los cinco,
según hallaron los investigadores. Por el contrario, cuanto mayor es la regulación emocional
de un niño a los cinco años, es menos probable que tenga problemas emocionales y mayor
probabilidad de que tenga mejores habilidades sociales y sea más productivo en la escuela a
los 10. De la misma manera, a los 10, los niños con un mejor control de los impulsos tenían
menos probabilidades de experimentar problemas emocionales y sociales y tenían más
probabilidades de mejorar en la escuela.
Estas conclusiones no son una novedad. Investigaciones anteriores ya habían incidido en las
consecuencias negativas de la sobreprotección en los niños. Uno elaborado en 2016, concluía
que "los niños con padres intrusos y controladores, aquellos que presionan demasiado a los
pequeños para obtener buenas calificaciones, pueden ser más propensos a volverse altamente
autocríticos, ansiosos y deprimidos". Y otra de 2017 incidía también en que la paternidad
helicóptero era más frecuente con las niñas, "y que este comportamiento podía ser perjudicial
para su capacidad de desarrollar mecanismos de afrontamiento efectivos para resolver
conflictos y tratar con estresores de la vida cotidiana".
Las claves para la educación son el apoyo y los límites, no la sobreprotección. "Está bien que
ayudemos a nuestros hijos a resolver ciertos problemas, pero siempre intentando implicarlos
en la tarea. Para que entiendan que hay una relación entre esfuerzo y recompensa. De esta
manera, poco a poco fomentamos su autonomía. Por supuesto, siempre hay que tener en
cuenta aquellos peligros potenciales que pueden aparecer, y permanecer precavidos ante
ellos. Una buena manera de proteger con control es hablar con otros padres y profesores de
niños de la misma edad para establecer unos límites aproximados de lo que cada niño está
capacitado para afrontar. No podemos pretender que nuestros hijos de cuatro años se
enfrenten a problemas como lo hacen los de 12", argumenta el experto.
Además de Matos son muchos los expertos que han puesto el foco en la importancia
fundamental de que los niños sean autónomos y lleguen a desarrollar sus emociones y
comportamientos de forma adecuada. Hace unos meses, Eva Millet, autora de Hiperniños
¿Hijos perfectos o hipohijos?, aseguraba a este periódico que "los hiperniños son el producto
de una hiperpaternidad a la hora de criar y educar a nuestros pequeños, una crianza que les
da todo, les protege de todo y se les indica lo que deben ser". Y enfatizaba en que para ella,
"la crianza en la actualidad es monstruosamente intensiva. La sobreprotección infantil
produce niños altar, lo que les convierte en hiponiños, pequeños que no saben defenderse,
que no son autónomos, porque se lo dan todo hecho. Se lo están dando todo resuelto”.
Beneficios de que los niños sean autónomos
Los principales beneficios son el aumento de autoestima de los niños, ya que se perciben a sí
mismos como capaces de afrontar situaciones. Esto a su vez ayuda al menor a gestionar con
eficacia emociones como la ansiedad, el miedo o la frustración. Ya que cada vez va
adquiriendo más experiencia en situaciones difíciles (siempre procurando que estén
adecuadas a su edad).
Por lo que la recomendación principal es fomentar la autonomía adecuada para la edad del
niño, dentro de nuestra forma de ver la vida y la educación.
Los niños, especialmente los más pequeños, tienen conductas que son consideradas por los
adultos como egoístas o egocéntricas. Y, efectivamente, así es, sin embargo, es necesario
quitarle a esa forma de comportarse la connotación social o el juicio peyorativo que nosotros
ponemos. Este forma parte del desarrollo normal del ser humano que va alcanzando
progresivamente mayores niveles de madurez neurológica, tanto a nivel motriz como
intelectual o cognitivo. Entre los tres y los seis años, los niños se consideran el centro del
mundo, los demás no existen. A esta edad la capacidad empática es aún un proceso muy
precario e indefinido y no es hasta los seis años cuando se inicia la etapa de la empatía
cognoscitiva o la capacidad de ver las cosas desde la perspectiva del otro, que alcanzará su
madurez definitiva en torno a los 10-12 años con la empatía abstracta o social.
Saber esto ayuda a entender la razón por la cual los niños pequeños se comportan de forma
narcisista. Ahora bien, de la misma forma que nacemos programados para el lenguaje, pero
necesitamos del entorno para producirlo, también necesitamos aprender a ser empáticos y a
tolerar la frustración con ayuda de los demás. Con especial protagonismo de los padres que
son los referentes fundamentales en edades tempranas.
En este sentido, resulta frecuente ver cómo hay una polarización en la forma de gestionar
esta habilidad en los niños. Todos conocemos padres que opinan que a los niños se les debe
evitar cualquier frustración, pues ya la vida se encargará de “hacerles sufrir”. También están
los del lado opuesto que tienden a frustrar de forma intencional al niño en la creencia de que
eso “confiere carácter” y así aprenderán a enfrentar la vida que es muy dura.
En ese continuo habitamos la mayoría de padres, más cerca de uno u otro polo, dependiendo
de la situación, del carácter del niño, de la forma en que fuimos educados, de nuestro estado
de ánimo en ese momento, cansancio, etc. Es decir, sin una línea consistente de actuación en
algo tan básico como es ayudar a nuestros hijos a manejar una de las habilidades emocionales
más predictoras de éxito o de fracaso vital.
Y no se trata de forzar artificialmente las situaciones que producen frustración, ya que eso es
innecesario, contraproducente y, en mi opinión, también algo sádico. Pero tampoco debemos
evitarlas ni mucho menos, compensarlas. Se trata de aprovechar las frustraciones cotidianas,
inherentes al hecho de vivir, como preciosas oportunidades de aprendizaje que, sin ellas, no
podríamos hacer.
Nuestro papel como padres y educadores debe ser el del acompañamiento emocional en
momentos donde la frustración aparece y duele, reconociendo y validando la emoción
primero y ayudando a generar soluciones alternativas después. Pero debe ser el propio niño
quien, sintiéndose comprendido y contenido, sea capaz de generar una solución alternativa.
No debemos compensar nosotros lo que falló ya que evitaremos al niño la posibilidad de
trabajar aptitudes esenciales como la paciencia, la aceptación, la solución de problemas, la
demora del refuerzo y la creatividad.
Deja que haga aquello que puede hacer, aunque lo haga despacio y mal. Aunque
se equivoque o no lo haga de la forma en que tú lo harías. Con ello estás capacitándole
para vivir el error como algo positivo que nos indica cómo no hacer las cosas (luego
es un camino, un faro) y estás desarrollando en él la percepción de logro y
competencia personal, ambas pilares de una autoestima sólida y resistente a los
reveses.
No compenses el error haciéndolo tú. Deja que lo vuelva a intentar e invítale a
encontrar por sí mismo nuevas rutas para resolverlo. Permanece a su lado, tu papel es
ofrecer contención y seguridad para que él encuentre su forma de hacer las cosas.
Sé referente. Los niños aprenden, sobre todo, por modelaje y nosotros somos los
modelos a través de los cuales filtran la realidad y aprenden a estar en el mundo. Si
tú vives el error como algo negativo, si abandonas la tarea cuando te frustras, si vives
un revés cotidiano de forma agresiva, estás siendo incoherente con lo que pretendes
transmitir. Revisa tu forma de afrontar el fracaso, la frustración y el error. Para educar
hay que reeducarse.
No dejes que se enfrente a aquello para lo que aún no está listo. Hay situaciones
que requieren la intervención de un adulto.
Ayúdale a canalizar la frustración de forma constructiva: es necesario que aprenda
a identificarla, nombrarla y después encontrar una manera de desactivar la
agresividad que pueda generar: sencillas técnicas de respiración diafragmática, el
ejercicio físico intenso (correr, saltar, gritar…).
No minimices ni anules el llanto. Llorar es una respuesta necesaria, positiva y
posterior a la agresividad que genera la frustración, por tanto, es un paso previo para
neutralizar la impotencia y sentirnos más preparados para el aprendizaje posterior.
Sé empático de verdad. Escucha sus razones y trata de que hable sobre todo de
emociones, de cómo se siente. Hablar de ello, es el principio de la aceptación y, por
tanto, de empezar a encontrar sus propias maneras de resolverlo. Contar un suceso
parecido que te ocurrió a ti cuando eras pequeño, suele ser percibido por el niño como
que estás entendiendo realmente su situación dado que la viviste y en ese saberse
comprendido hay un enorme camino recorrido.
La persistencia en la tarea no tiene que ser seguida ni insistente. Si el niño está
intentando algo que no consigue y se frustra, puede ser bueno cambiar de actividad y
volver a ello más tarde, cuando el ánimo haya cambiado. Negócialo con él
previamente.
Dale la ayuda justa y cuando la pida. Es importante que aprendan también a pedir
ayuda cuando sientan que la necesitan, pero no des más de lo que es necesario, dale
solo aquello que le permita seguir por sí mismo. Los padres tendemos a hacerlo por
ellos en la creencia de que les estamos ayudando, pero es una ayuda cortoplacista y
que parchea una situación concreta en lugar de generar recursos adaptativos de
personalidad a largo plazo.
En definitiva, no te preocupes demasiado por cuánto puedes hacer por tus hijos, sino por
cuánto pueden hacer por sí mismos y cuánta solidez vital han construido, gracias a cómo
fueron educados.
Antes, la autoridad de los padres se ejercía de otra manera. En la mayoría de los casos el hijo
obedecía porque, simplemente, debía hacerlo y ya. Se trataba de un autoritarismo que el niño
respetaba porque temía las consecuencias. Así, para que el niño hiciera caso los padres
utilizaban estrategias que iban desde la amenaza hasta los golpes físicos. El castigo era el
eje de esta forma de crianza.
-José Martí-
En la actualidad parece que estuviera ocurriendo todo lo contrario. Crecen las quejas por
una visible falta de autoridad de los padres. Esa autoridad no es reconocida por muchos
hijos y es ejercida con temor por los padres. Incluso hemos llegado a un punto en donde se
habla de padres maltratados o de hijos dictatoriales.
Las normas son importantes para adquirir responsabilidades y poner límites a la arbitrariedad.
Los límites son los que le dan estabilidad a un ser humano. Son los padres, o los adultos
a cargo de los niños, quienes deben hacer cumplir las normas. Muchos no lo hacen por
negligencia, antes que por convicción. Imponer límites exige un esfuerzo importante.
Los niños suelen ser caprichosos. Por eso es necesario hacerles entender que no pueden hacer
u obtener todo lo que quieren. Que las cosas hay que ganarlas con esfuerzo y que muchas
veces, a pesar de que este se da, estas tampoco llegan. Si el niño es pequeño, se le debe
enseñar que debe obedecer porque él es el niño y quien está a su cargo es el adulto. Por
eso debe acatar lo que se le manda, sin que para ello sea necesario que comprenda las
explicaciones.
Con los niños más grandes se puede dialogar. Analizar el porqué de las normas, pero
también hacerles entender que no son negociables. La familia debe marchar al ritmo que
impongan los padres porque ellos son los responsables. Porque ellos son los adultos. Porque
si el niño quiere hacerlo de manera diferente, debe convertirse en adulto y ser capaz de
responder por él mismo.
Establecer y mantener la autoridad genera, de hecho, varios conflictos. Los niños son
personas que aún no han formado su criterio. Ellos quieren hacer solamente lo que les
produzca satisfacción. Así que los límites les causan frustración y pueden llevar a las
consabidas rabietas. Algunos padres exhaustos por las batallas que libran en otros frentes,
como el trabajo, ceden a esos ataques. Pero eso es precisamente lo que no se debe hacer
porque recobrar la autoridad perdida va a ser una tarea mucho más complicada que
mantenerla.
La permisividad a ultranza y sus graves efectos
Aunque algunos padres lo hagan con toda la buena intención del mundo, no cabe duda
de que la permisividad a ultranza es un camino equivocado. Se les da gusto a los niños
para que no pasen por las angustias de sus padres. No se les exigen responsabilidades. Se les
deja hacer lo que quieran en un concepto erróneo de libertad. De esta falta de autoridad
pueden crecer niños voluntariosos, indolentes y llenos de prejuicios.
Lo más grave es que cuando sean adultos carecerán de herramientas para enfrentar la
realidad, que está llena de límites y de imposibles. Seguramente no contarán con la
fortaleza que exigen las grandes dificultades de la vida. Se sentirán frustrados con bastante
frecuencia porque las cosas no salen como ellos quieren y no sabrán gestionar esta
frustración.
El ejercicio de la autoridad sin afecto y cercanía está más cerca de lo tiránico que de lo
pedagógico. Un padre o una madre que solo llega a la vida de sus hijos para dar órdenes
o hacer exigencias, desata muchos sentimientos encontrados. En ese caso lo que se
produce es un ejercicio del poder para someter y no de la autoridad para educar.
Es muy importante que los padres le dediquen tiempo a sus hijos. Para hablar, para jugar,
para conocerlos y darse a conocer. En suma, para crear lazos de afecto fuertes. Cuando el
niño siente que sus padres son amorosos, también estará mejor dispuesto a aceptar su
autoridad. Y entenderá que no se trata de un ejercicio arbitrario, sino de una orientación
para la vida.
Los hijos que crecen sin padres y sin autoridad actuarán en consecuencia. Creerán tener
siempre la razón. Es posible que traten de utilizar a los demás según su conveniencia. No
asumirán responsabilidades y tampoco le harán frente a los problemas. No tendrán confianza
en sí mismos y pensarán que el dinero puede comprarlo todo. En los peores casos, también
coquetearán con lo ilegal o lo incorporarán a sus vidas.
A día de hoy, y para nuestra sorpresa, seguimos escuchando a muchas personas poner en voz
alta la clásica frase de «mi pareja me ayuda en el trabajo del hogar» o «yo ayudo a mi mujer
en el cuidado de los niños». Es como si las tareas y responsabilidades de una casa y de
una familia tuvieran patrimonio, un sello distintivo asociado al género y del cual aún no
nos hemos desprendido del todo en nuestros esquemas de pensamiento.
-Anónimo-
La figura del padre es igual de relevante que la de una madre. Queda claro, no obstante,
que el primer vínculo de apego del recién nacido durante los primeros meses se centra en la
figura materna. Sin embargo, en la actualidad, la clásica imagen del progenitor donde se
focalizaba la férrea autoridad y el sustento básico del hogar ya no se sostiene y debe ser
invalidada.
Debemos dar fin al caduco esquema patriarcal donde las tareas se sexualizan en rosa y
azul, con el fin de propiciar cambios reales en nuestra sociedad. Para ello, debemos sembrar
el cambio en el ámbito privado de nuestros hogares y, ante todo, en nuestro lenguaje.
Porque el papá «no ayuda», no es alguien que pasa por casa y aligera el trabajo de su pareja
de vez en cuando. Un padre es alguien que sabe estar presente, que ama, que cuida y se
responsabiliza de aquello que da sentido a su vida: su familia.
Algo que todos sabemos es que el cerebro de las mamás experimentan asombrosos
cambios durante la crianza de un bebé. El propio embarazo, la lactancia así como el
cuidado cotidiano del niño favorecen una reestructuración cerebral con fines adaptativos. Es
algo asombroso. No solo se incrementa la oxitocina, sino que la sinapsis neuronal cambia
para aumentar la sensibilidad y la percepción con el fin de que la mujer pueda reconocer el
estado emocional de su bebé.
Ahora bien… ¿y qué ocurre con el padre? ¿Es quizá un mero espectador biológicamente
inmune a dicho acontecimiento? En absoluto, es más, el cerebro de los hombres también
cambia, y lo hace de un modo sencillamente espectacular.
Según un estudio llevado a cabo en el» Centro de Ciencias del Cerebro Gonda de la
Universidad de Bar-Ilan», si un hombre ejerce un papel primario en el cuidado de su bebé
experimenta el mismo cambio neuronal que una mujer.
Hay padres que no saben estar presentes. Hay madres tóxicas, padres maravillosos que crían
a sus hijos en soledad y mamás extraordinarias que dejan huellas imborrables en el corazón
de sus niños. Criar a un hijo es todo un desafío para el que algunos/as no están
preparados y que muchos otros afrontan como el reto más enriquecedor de sus vidas.
“Hombres y mujeres deben sentirse libres de ser fuertes. Es hora de que veamos a los géneros como
un conjunto, no como un juego de polos opuestos. Debemos parar de desafiarnos los unos a los
otros”
Con ello queremos dejar claro un aspecto: la buena paternidad y la buena maternidad no
sabe de sexos, sino de personas. Aún más, cada pareja es muy consciente de sus propias
necesidades y llevará a cabo las tareas de crianza y atención en base a sus características. Es
decir, son sus propios miembros quienes establecen el reparto y las responsabilidades del
hogar en base a la disponibilidad.
El llegar a acuerdos, el ser cómplices uno del otro y el tener claro que el cuidado de los
hijos es responsabilidad mutua y no exclusividad de uno solo creará esa armonía
favorecedora en la que el niño crecerá en felicidad teniendo ante todo un buen ejemplo de
qué es la paternidad.
Asimismo, y más allá de los grandes esfuerzos que cada familia lleva a cabo en el seno de su
propio hogar, es necesario que también la sociedad sea sensible a ese tipo de lenguaje
que alimenta las etiquetas sexistas y los estereotipos.
Las mamás que continúan con su carrera profesional y que luchan por tener una posición en
la sociedad, no son «malas madres» ni descuidan a sus hijos. Por su parte, los papás que
dan el biberón, que buscan remedios para los cólicos de sus bebés, que van a comprar pañales
o bañan cada noche a los niños no están ayudando: ejercen su paternidad.
Los medios de comunicación y las redes sociales pueden llegar a ser un gran reflejo del
pensamiento machista que todavía subyace en muchas personas. Esto se observa cuando una
famosa que acaba de ser madre sigue con su carrera laboral, en ocasiones es criticada por
no estar con su bebé. Sin embargo, cuando el famoso es hombre y sigue con su trabajo,
nadie dice nada.
«Un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da el amor».
-Denis Lord-
Tenemos asociado que la madre debe estar sí o sí al cuidado del bebé, mientras que el padre
puede estar ausente por motivos laborales. Sin embargo, a lo largo del artículo, se ha puesto
en evidencia que este argumento se cae sobre su propio peso. Madres y padres con
ocupaciones hay muchos, por ello es importante saber repartirse el tiempo para estar a
cargo del hijo.
Así pues, es hora de dejar de aplaudir a los hombres que cambian pañales y a los hombres
que ejercen la paternidad como si fuera una gran hazaña. Porque lo que ahora es visto con
admiración en los hombres, lo lleva haciendo la mujer muchos años. Aunque sí es verdad,
que cuidar a un bebé con toda la responsabilidad que conlleva es una gran hazaña, por lo que
admiremos tanto a las madres como a los padres.
Valeria Sabater
El recién nacido viene al mundo programado para ser sensible a determinados estímulos
que facilitan la construcción del vínculo materno, por ejemplo es más sensible a la voz
femenina que a la masculina, a lo que tiene movimiento frente a lo estático, al rostro
humano. El llanto es una herramienta para ser atendido, como lo es la sonrisa y el balbuceo.
Es su “equipo” para relacionarse. Jamás el llanto de un bebé es manipulativo, es la
expresión de una necesidad concreta aunque a veces no la sepamos detectar.
Y es aquí, en la calidad del vínculo materno, donde reside una gran parte de lo que seremos
como adultos. Fue el psicólogo John Bowlby el primero en observar que aquellos niños que
tenían trastornos de conducta habían sido deprivados parcial o totalmente del afecto sano y
necesario de sus madres. Bowlbly los llamó “personalidades desprovistas de ternura”.
Hoy por hoy, ya sabemos que la calidad de las relaciones tempranas son determinantes en
el desarrollo de la personalidad y de la salud mental, con especial relevancia de la figura
materna.
Según sea la forma en que la madre se relaciona con el bebé hablamos de cuatro tipos de
vínculos:
Pinceladas resumidas para ilustrar un concepto crucial para quienes criamos personas y
tenemos en la mano posibilitar (u obstaculizar) adultos que construyan, que encuentren su
camino, que sean y hagan felices. En nuestra experiencia en consulta, la mayoría de los
padres tienen como objetivo primero y último el que “sus hijos se conviertan en adultos
felices”. Nosotros, los padres, ponemos los cimientos de que este deseo se convierta o no en
realidad.
Resulta curioso como a día de hoy, muchas madres y padres ven la crianza con un poco de
miedo. Leen manuales de educación, se instruyen en las últimas teorías y buscan respuesta a
cada problema en Internet o en esos amigos -padres o no- que se alzan como auténticos gurús
en temas de crianza. Esos papás se olvidan en cierto modo de escuchar algo mucho más
valioso que todo esto: a su instinto natural.
Un niño no quiere gritos ni entiende de reproches, tu hijo merece ser tratado con el arte de
escucha, la paciencia y la grandeza del afecto. Porque a los niños no hay que «domarlos»
hay que amarlos.
El instinto de una madre o la capacidad natural de un padre a la hora de intuir las necesidades
de sus propios hijos es sin duda la mejor estrategia a la hora de educarlos. Los niños llegan
al mundo con una bondad innata, así que merecen ser tratados con respeto para
salvaguardar esta nobleza de corazón, atendiendo con naturalidad y sin miedo cada
acontecimiento que nos traiga el día a día.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Hay madres y padres que temen fracasar en su papel como progenitores. Piensan que
puede ser una tragedia no poder darles la mejor fiesta de cumpleaños, no encontrarles plaza
en el mejor colegio o no poder comprarles la misma ropa de marca que llevan sus amigos en
el cole. Aspiran, de algún modo, a ofrecerles a sus niños aquello que ellos mismos no
tuvieron.
Queda claro que cada uno es libre a la hora de elegir cómo educar a un hijo, pero a menudo
se nos olvida cómo son los niños y todo lo que acontece en su interior. Nos aferramos en
pensar en todo lo que debemos ofrecerles sin descubrir primero qué necesitan
realmente: a nosotros mismos.
Un niño no es un adulto en miniatura, es una persona que necesita entender el mundo a través
de ti y con tu ayuda.
Un niño actúa siempre por necesidades y no por manipulación o malicia como los
adultos. Hemos de ser intuitivos ante esas demandas.
Un niño debe, por encima de todo, ser tratado con afecto. Nuestros hijos no necesitan pues
ropas de marca o juguetes electrónicos con los que jugar en soledad. Necesitan tu tiempo,
tu ejemplo, tus abrazos de buenas noches y tu mano a la que entrelazarse para cruzar la
calle.
La crianza autorregulada: comprender y acompañar
Una madre es más eficaz que nunca cuando confía en su instinto, cuando lee en los ojos de
su hijo aquello que de verdad necesita.
La crianza autorregulada nos dice que un niño que ha sido tratado con respeto en su infancia
y que además, ha visto cómo sus padres eran respetuosos con todos aquellos que les rodeaban,
será un adulto respetuoso.
Ahora bien, pero… ¿de qué manera alcanzamos tal logro? ¿Cómo nos enseña la crianza
autorregulada a dar adultos felices al mundo?
Hay que educar con un apego saludable basado en el amor y la cercanía. De este
modo, poco a poco, ese niño se sentirá seguro para dirigir sus pasos hacia la independencia.
La voz de un niño debe ser escuchada en todo momento, porque también ellos deben ser
tenidos en cuenta cuando ríen y cuando lloran, cuando demandan o cuando sugieren.
La interacción con sus entornos a través de los cinco sentidos y de las relaciones con sus
iguales mediante la alegría, también nos ofrece un modo interesante de favorecer su
desarrollo psicosocial. No obstante, y sea como sea el enfoque con el que elijamos criar a
nuestros hijos, no debemos olvidar algo tan sencillo como tratarlos con esa fórmula
mágica certera e infalible: el amor.
Hace solo unos meses salía a los medios una noticia que nos desconcierta y nos invita a la
reflexión. En Reino Unido muchas familias preparan a sus niños de 5 años para que a los 6,
puedan hacer una prueba de acceso que les permita entrar a los mejores colegios de élite. Un
supuesto «futuro prometedor» va ahora de la mano de la pérdida de la infancia. En
convertir en «opositores» a niños que deberían estar jugando en los parques.
¿De qué nos sirve un niño que sabe decirnos cómo se llaman las lunas de Saturno si no sabe
cómo manejar su tristeza o su rabia? Eduquemos niños sabios en emociones, niños llenos de
sueños y no de miedos.
La infancia es una de las etapas más importantes de la vida en la que se entreteje la tela
de nuestra evolución. Así, los niños están inmersos en miles de cambios que a veces los
adultos ni siquiera percibimos y que, por lo tanto, nos perdemos si no estamos atentos.
“La prisa es negativa, no explicar las cosas con calma puede dar lugar a equívocos. Hay que
crear el clima para que los críos hagan preguntas y dar tiempo para que todo quede
redondeado y que no queden flecos. Cualquier tema contado con calma y con entusiasmo
capta el interés de los niños. Pero para eso hay que vivirlo, creértelo. Todo se queda dentro
si no tienes tiempo para sacarlo”.
-Ana Etchenique-
Educar y compartir momentos “a fuego lento” significa respetar sus ritmos, darles
espacio para desarrollarse, que no se salten etapas, que crezcan y que evolucionen sin el estrés
y la exigencia que hemos generado a su alrededor. Este es el mejor regalo.
Esta perspectiva educativa se basa en la filosofía slow, la cual manifiesta la necesidad de
privilegiar un ritmo de vida más calmado, promoviendo así la madurez, la evolución y la
creación de lazos desde la progresión natural del niño, sin prisas.
Así se consigue apoyar al pequeño en cada paso, no forzar sus etapas evolutivas y ofrecer
oxígeno psicológico a su educación, olvidando el marcaje e impregnando de deleite cada
pequeño aprendizaje, cada muestra de afecto y cada colección de motivos.
Las prisas son nuestras peores consejeras. Ellas se encargan de robarnos los momentos
más preciados y los detalles más maravillosos de la magia de la infancia. Ahora bien, si nos
paramos a pensar, quizás podemos ponerle remedio a esto.
Los deberes, ordenar la casa, ducharse, fútbol a las seis, cumpleaños a las ocho, cenar a las
diez… Todo el día al trote…y al galope. ¿Qué queremos conseguir con eso? ¿Están
disfrutando nuestros niños? ¿Estamos siendo conscientes de lo que nos estamos perdiendo y
de lo que les estamos haciendo perder?
Dejemos a un lado las prisas desde primera hora del día, despertemos a nuestros niños
con cariño y ofrezcamos un desayuno de amor con tranquilidad.
Saboreemos cada comida con ellos sin distracciones como la televisión o las revistas.
Podemos jugar al veo-veo, podemos hablar sobre las cosas cotidianas y profundizar en la
expresión de los sentimientos y emociones.
Es bueno preservar “momentos de secretos” en los que solo vayamos a hablar sobre
nuestras cosas con total sinceridad.
Podemos hacer excursiones a lugares tranquilos, a paisajes naturales y a entornos que nos
inviten a explorar y a experimentar juntos.
No dejemos que la crianza de nuestros niños la marquen las prisas o las malas costumbres
que existen en la actualidad. El mejor regalo no es el centro de mando de los dibujos animados
de moda o los últimos muñecos de Disney. El mejor regalo es compartir con ellos el bien
más preciado que existe en la vida y que nunca vuelve: el tiempo.
¿Es difícil educar niños felices? En las últimas décadas, y gracias al cambio de roles en la
figura de la mujer, resulta curioso ver como está apareciendo un nuevo fenómeno que
podría describirse casi como «el síndrome de la mala madre«. Es fácil de comprender y
estamos seguros que más de una de nuestras lectoras se verá identificada.
La mujer de hoy no solo aspira a tener una buena carrera profesional, a disponer de
independencia económica, una buena pareja que la comprenda, un grupo social de amigos
con los que identificarse. Dentro de este complejo círculo, se encuentran también ellos: los
hijos. Lo más importante de su vida, pero a los que, de algún modo, tiene la clara sensación
de no dedicarles todo el tiempo que desearía.
Es entonces cuando surgen las dudas ¿Lo estaré haciendo bien? ¿Y si no estoy
atendiéndoles lo suficiente? ¿Y si estoy cometiendo algún error? Todo ello, les lleva en
ocasiones a padecer lo que se conoce últimamente con el «síndrome de la mala madre».
Es posible que no puedas dedicarles todo el tiempo que te gustaría. Tienes un horario de
trabajo determinado y a veces, no llegas a tiempo a casa para hacer con ellos los deberes o
para salir a pasear un rato. No importa.
No obstante, sí que hay algo que debes evitar. No permitas que se encierren en sus
habitaciones, no dejes que la televisión, el ordenador o los videojuegos «os quiten» ese poco
tiempo que podéis compartir de la mejor forma: hablando. Mantén con ellos una charla
diaria con tranquilidad y cercanía. Conoce cuáles son sus preocupaciones, sus deseos.
Si tienen algún problema, no lo resuelvas por ellos, ofréceles estrategias y consejos para
que lo hagan por sí mismos. Para educar niños felices hemos de conseguir primero que sean
responsables de sus propios asuntos, dándoles medios con los cuales, afrontar esos pequeños
problemas cotidianos.
Ayúdales y enséñales que en la vida también hay fracasos y que de todo se debe aprender.
Es necesario también que vayan gestionando el importante concepto de la «frustración«.
2. Ofréceles autonomía dentro de unos límites
Es importante, además, que ofrezcamos a los niños una autonomía adecuada según sus
edades. Es un modo de que puedan sentirse capaces y seguros de sí mismos, teniendo siempre
nuestro apoyo y nuestra orientación en cada momento.
La autonomía es un factor clave en la educación de los hijos. A medida que pasan los
años sentirán que gozan de un pensamiento propio y querrán tomar sus propias decisiones.
Será positivo dejar que sean ellos quienes comprueben si su decisión es acertada o incorrecta.
Muchos padres, por miedo a que sus hijos sufran, tienden a sobreprotección sin percatarse
que los están mermando en su capacidad de aprendizaje.
Es un error que cometen muchos padres y madres de hoy en día. Al no poder pasar con
ellos todo el tiempo que nos gustaría, acabamos cayendo en el recurso fácil de compensarles
con un regalo, con un juguete, con ese videojuego que siempre piden, con esa tableta, con
ese móvil… Es un gran error.
Los niños no aprecian tanto los regalos como pensamos. Y más si lo utilizamos como
chantaje, porque ellos, en el fondo, acaban comprendiendo muy bien la estrategia. Así pues,
debemos tenerlo claro: no hay nada que compensar. Los padres trabajan y es lo habitual, cada
uno en la familia tiene una función y un papel, no tenemos que compensarles con «objetos»
por no estar en casa.
Compénsales con «calidad» de vida. El tiempo que estés con ellos, que sea siempre el mejor,
el más sincero.
Así que no dudes en hacer cosas juntos con ellos, en jugar, hablar, cocinar, pasear… Cierra
el móvil y ríete con tus hijos, sin preocuparte en si eres o no eres el padre o la madre
«perfecta». No importa, hay mil formas de ser un buen progenitor y todos nos valen
para educar niños felices.
4. Inteligencia emocional
Educar a nuestros hijos desde que son pequeños en inteligencia emocional será, sin duda, un
acierto. Recordemos que la inteligencia emocional, como describe Daniel Goleman «es la
capacidad para reconocer los sentimientos propios y los de los demás, motivarnos a
nosotros mismos, para manejar acertadamente las emociones, tanto en nosotros mismos
como en nuestras relaciones humanas».
En la escuela se enseñan matemáticas, lengua, geografía, música, educación física, etc. Pero
no existe una asignatura llamada «inteligencia emocional». Enseñar a nuestros hijos a tomar
un contacto sano con sus emociones y las de los demás, les ofrecerá la oportunidad de gozar
de una buena salud emocional. En una sociedad donde nos bombardean con estímulos
externos, cambiar el foco y aprender a conocerse, será fundamental para crecer en paz
y armonía.
Muchas veces los padres recriminamos la conducta de nuestros pequeños de forma muy
negativa, no les permitimos errar y nuestros juicios sobre ellos acaban siendo un duro golpe
para su autoestima.
El caso es que no siempre comulgamos con lo que predicamos y los hijos no tardan en darse
cuenta de ello. No tiene sentido que les digamos a nuestros hijos que sean ordenados, no
mientan y no alcen la voz si somos nosotros los primeros que actuamos así. De nada sirven
mil palabras y enseñanzas verbales si nuestro ejemplo no es coherente con ellas.
Los padres debemos darnos cuenta de que somos el espejo en el que los hijos se reflejan, su
guía, su referencia. Si estamos mal a nivel emocional, nuestras emociones también serán
las suyas, y nuestro comportamiento se verá proyectado en ellos. Por lo tanto, como
adultos, aunque es evidente que tenemos derecho a fallar, es recomendable que hagamos un
esfuerzo por incrementar el autocontrol y la disciplina con nosotros mismos, sobre todo
delante de nuestros pequeños.
Pensamos que regañando a nuestros hijos cuando estos mienten ya está todo hecho, pero no
es así. Los niños imitan a sus progenitores y seamos honestos, ¿cuántas veces nos habrán
pillado diciendo alguna que otra mentira, aunque sea piadosa? En muchas ocasiones
incluso les mentimos a ellos y acaban dándose cuenta, por lo que el mensaje transmitido es
que mentir es algo normal y de personas buenas, ya que incluso los padres hacen.
No tiene sentido que pretendamos que nuestro hijo no sea mentiroso si nosotros somos los
primeros que no ejercemos la sinceridad.
Enséñales a escuchar
Sabes que infinidad de veces has hecho lo imposible porque tu hijo pare el ritmo y te escuche,
pero, ¿cuántas veces le escuchas tú a él?, ¿cuántas veces ha pretendido contarte algo que le
ha pasado en el colegio o ha ido a cantarte su canción favorita y no lo has atendido?
Es imposible querer que tus hijos te escuchen si en ciertas ocasiones, en las que estás
ocupado, tú no les escuchas a ellos. Lo ideal, si no puedes pararte un momento a atenderlos,
es decirles -de forma sincera- que en este momento no puedes, pero en un rato seguro que
estarás encantado en escucharlo.
¡Cuántas veces le habremos dicho a nuestro hijo que no grite mientras nosotros gritamos a la
par! Si queremos que hablen bajito y de forma agradable, nosotros tenemos que enseñarles
como se hace con nuestro ejemplo. Es cierto que a veces la paciencia llega a un límite,
pero como adultos y padres, hemos de hacer un esfuerzo por ser racionales y no
dejarnos gobernar por las emociones. Si lo hacemos así de forma frecuente, nuestros hijos
acabarán aprendiéndolo.
¿Vas a más de 120 km/h por la autovía?, ¿de vez en cuando aparcas en doble fila?, ¿robas
los bolígrafos de tu oficina? Si es así, no estás enseñando a tus hijos a respetar las normas ya
que tú eres el primero que las está transgrediendo. De esta forma, te será mucho más difícil
conseguir que sigan las normas de casa, ya que no entenderán por qué tú puedes
saltártelas y ellos no.
Si quieres que tus hijos lean, tienes que leer tú. Si no quieres que esté tan enganchado a la
televisión o al smartphone, deberías plantearte apartar estos dispositivos en algunos
momentos del día. Tus aficiones, serán (con una gran probabilidad) sus aficiones. Así, si
las que estás manteniendo en la actualidad no son las más beneficiosas, quizás es un
buen momento para cambiarlas y que tú hijo te observe haciendo otras cosas. Merecerá la
pena para ambos.
Enséñales tolerancia a la frustración
Este punto es muy importante. Si eres de esos padres que se ahogan en un vaso de agua, tus
hijos irremediablemente también lo harán. Es de vital importancia que ayudes a tus hijos
a tolerar los vaivenes de la vida, el error tanto propio como ajeno y, en definitiva, las
adversidades y desavenencias. No se trata de repetírselo ni de ser rígido con él, sino de que
él observe tu entereza y cómo eres capaz de buscar soluciones, aceptar lo que no puede
cambiarse y mantenerse estable emocionalmente.
Estos son solo algunos ejemplos que puedes enseñarle a tus hijos, pero hay infinidad. La
clave está en no olvidarnos nunca de que somos su principal modelo a seguir, al menos
hasta la adolescencia. Por lo tanto, casi todo lo que hagamos será repetido por ellos. Piensa
que es lo que no te gusta de ti y comienza a cambiarlo, tanto por tu bienestar como por el de
tus hijos.
La violencia psicológica que se ejerce sobre la pareja, es también maltrato infantil, es sin
duda violencia contra los hijos.
Dado que el maltrato psicológico se caracteriza por ser mucho menos visible y detectable
que el maltrato físico, los hijos que crecen en una familia donde esto ocurre, lo aprenden e
internalizan como la forma normal de relacionarse. Son víctimas desde una doble vía:
aprenden una forma patológica de relacionarse con los otros y además padecen las secuelas
del maltrato de la misma manera que la persona maltratada.
Es muy frecuente que los hijos varones se conviertan en futuros maltratadores mientras que
las niñas tienden más a convertirse en víctimas de maltrato cuando llegan a adultas. Esto es
una tendencia, lo que implica que pueden darse excepciones en ambos géneros.
Seguramente muchas personas intuyen que el daño será psicológico. Lo que en general se
desconoce es que las secuelas pueden ser también de índole física, puesto que el desarrollo
de los niños se ve alterado por la exposición a ambientes emocionalmente tóxicos. Estas
consecuencias son, entre otros, problemas relacionados con el sueño y la alimentación,
retraso en el crecimiento, síntomas psicosomáticos tales como asma, problemas de piel e,
incluso, retrasos de crecimiento, retraso o poca habilidad motriz.
A nivel emocional el daño es mayor, afectando a todas las escalas de una estructura de
personalidad en formación, con problemas de ansiedad, ira, depresión, trastornos del apego,
del autoconcepto e incluso trastornos de conducta en la adolescencia y edad adulta. En la
infancia todo eso se traducirá en problemas de comportamiento tales como conducta agresiva
hacia iguales o hacia animales, rabietas, comportamiento disruptivo, hiperactividad,
habilidades sociales muy pobres, falta de empatía, aislamiento y depresión.
El autoconcepto es la imagen de “sí mismo” que el niño construye. Esta construcción la hará
con los materiales que le proporciona el entorno, esencialmente sus padres, a través de
quienes se identifica, es decir, el niño adquiere el autoconcepto mediante un proceso de
imitación en el que incorpora en sus propios esquemas las conductas y creencias de aquellas
personas que son más importantes para él. Así, no es difícil entender, que cuando dichas
creencias y conductas son tóxicas y de maltrato para con los otros, ese será el esquema de sí
mismo interiorizado por el niño y que más adelante desplegará en su forma de relacionarse
con los otros.
Quiero insistir en que el maltrato psicológico (sin maltrato físico) es poderosamente lesivo
porque en la mayoría de los casos no es percibido por la víctima como maltrato y por tanto
no hará nada para defenderse, sino que tenderá a culpabilizarse cronificando así un daño que
afectará siempre a los hijos.
Por otra parte, habría que preguntarse sobre la capacidad educativa y emocional de una
persona que es maltratada psicológicamente, qué puede aportar a un niño, de dónde va a sacar
la energía que se requiere para criar, la paciencia, la tolerancia, la flexibilidad. Se necesitan
ingentes cantidades de recursos psicológicos y emocionales para criar a los hijos incluyendo
una gran conciencia sobre cuáles son nuestras limitaciones y nuestras carencias primarias. Se
requiere un máximo de estabilidad psíquica para afrontar los retos que supone un hijo. Una
persona que sufre el desgaste y el dolor del maltrato aunque no sea consciente de ello, no va
a encontrar recursos para nadie que no sean los mínimos que necesita para sí misma, para no
ser psicológicamente aniquilada: los hijos quedarán desamparados y el representante de la
fuerza y la presunta protección será, dolorosa y patológicamente, el que maltrata. Así se
perpetúa la violencia por generaciones, así es como se cierra el círculo que condena a miles
de niños a convertirse en víctimas o en verdugos. Adultos que ejercerán, justificarán o
sufrirán el maltrato a través de generaciones.
En palabras del neuropsiquiatra chileno Jorge Barudy, “tratar bien a un niño es también darle
los utensilios para que desarrolle su capacidad de amar, de hacer el bien y de apreciar lo que
es bueno y placentero. Para ello, debemos ofrecerles la posibilidad de vivir en contextos no
violentos, donde los buenos tratos, la verdad y la coherencia sean los pilares de su
educación”.
Sobreprotección, compartir juguetes y otros aspectos sociales que debemos tener en cuenta
o evitar cuando nuestros hijos disfrutan de su tiempo libre.
El juego es el lenguaje natural de los niños. Una parte importante de sus necesidades de
contenido emocional y social se cubren mediante el juego: aprenden a identificar y gestionar
sus emociones, asumir el rol que les corresponde como niños, aprender normas y límites,
establecer turnos en las conversaciones y en la utilización de los juguetes, aprender a respetar
a los demás, valorar las diferencias entre las personas, favorecer su autonomía, aumentar su
sentido de pertenencia, etc. Pero claro, todo esto se consigue con ayuda de las figuras de
apego que están pendientes de ellos. Para que haya un correcto desarrollo de la personalidad
y la sociabilidad de nuestros hijos, es imprescindible que nuestros hijos se relacionen tanto
con nosotros como con sus iguales. Son como las dos caras de una misma moneda. Tan
necesario para su desarrollo es relacionarse con sus padres (adultos) como con sus amigos y
compañeros de colegio (grupo de iguales).
Los parques son lugares ideales para desarrollar todas estas habilidades sociales y
emocionales que acabamos de mencionar, pero ¿acaso son todo buenas noticias las que
ocurren en los parques infantiles? Parece ser que no. Si todos los padres cumpliéramos de
manera religiosa con nuestras funciones, los parques serían un lugar idóneo para entrenar a
nuestros hijos en muchas de las habilidades que deben adquirir. Y yo me pregunto: ¿por qué
los parques infantiles sacan, en ocasiones, lo peor de los padres? Son como la jungla, en
donde cada uno hace la guerra por su lado. Si hiciéramos un ejercicio de sinceridad,
¿realmente estamos cumpliendo con nuestras obligaciones cuando dejamos a nuestros hijos
jugar y relacionarse en el parque? ¿Cuál es realmente nuestra función? Podríamos resumir en
dos las funciones que los padres debemos cubrir a nuestros hijos en los parques: por un lado
fomentar su curiosidad, su necesidad de exploración y de aprender a ser lo más autónomos
posibles y, por otro lado, proteger y calmar a nuestros hijos ante el miedo, el conflicto y otras
emociones desagradables. ¿Os habéis dado cuenta como los niños que están llorando buscan
con la mirada a sus padres para ser protegidos y atendidos? En ocasiones los padres están
físicamente tan distanciados de sus hijos que cuando estos lloran por una disputa, no pueden
ser calmados y tranquilizados por ellos. Siempre he creído que los padres deberíamos ser en
los parques como los coches de choque. Tendríamos que llevar un palo en nuestra espalda
con una banderita de un color que coincida con el color de nuestro hijo, de tal manera que
sea sencillo poder identificar quien es el padre o madre del niño que ha entrado en crisis. Solo
así podemos actuar de manera rápida. En ocasiones veo niños llorando en el parque que
buscan desesperadamente a sus padres y por más que trato de averiguar quiénes son sus
progenitores, no lo consigo. Me da la sensación que algunos padres van a los parques a
descansar y a hablar más que a educar a sus hijos, porque aún en el juego seguimos educando
a nuestros hijos. Recordemos que para educar a un niño hace falta la tribu entera.
Un capítulo aparte merece el polémico tema de compartir los juguetes. ¿Por qué obligamos
a nuestros hijos a que compartan todos sus juguetes? ¿Acaso obligas a tu marido o tu mujer
a que comparta el móvil con los demás? ¿Y el coche? ¿Y tu casa? Pero si está muy bien
compartir, ¿no? En mi opinión, no estamos respetando en absoluto a nuestros hijos. Si no
quieren compartir, están en su pleno derecho. Eso sí, hay que ser consecuentes, en el sentido
de que si tú no sueles compartir es posible que en un futuro no quieren compartir contigo.
Hay que respetar sus decisiones pero también hay que invitarles a ser consecuentes, a que
piensen en el futuro y en cómo se pueden sentir sus amigos si no comparte con ellos, pero
respetando al cien por cien su decisión. Debemos educar también en el respeto hacia aquello
que no es tuyo. El otro día en un parque un niño de unos dos años le cogió sin permiso la
bicicleta a mi hijo mientras este último jugaba en la arena. Como los padres no estaban
atentos a su hijo, me tocó a mí educar al suyo. ¿Qué hacer ante esta situación? Yo lo tengo
claro. Le pregunté al niño si le había pedido permiso al dueño de la bicicleta. Al decirme que
no, le recomendé que lo hiciera. Una vez que el niño se encamina a pedir permiso al
propietario, ya delego en ellos lo que puedan acordar. Ojo, estas situaciones no son culpa del
niño sino responsabilidad de los padres, pero como estos últimos no estaban en primera línea,
me tocó a mí actuar. Entiendo perfectamente que los niños pequeños son, por naturaleza,
impulsivos y no vienen de serie con estos extras. Considero que es importante que los niños
entiendan que si no son dueños de algo que quieren, deben pedir permiso al propietario, y en
caso de que no lo encuentren, no podrán utilizarlo. Es una cuestión de educación y de valores.
¿Por qué en estas situaciones nos tenemos que ocupar de la educación de los demás niños del
parque? Considero que debemos hacerlo por el bien de todos los niños que están en ese
momento en el parque; de nuestros hijos y del resto.
Tengamos muy presente que los niños son libres de poder dejar o no dejar sus juguetes a
quienes consideren. Y subrayo niños. En ningún momento digo “padres”. Recuerdo que hace
unas semanas en la piscina de nuestra comunidad mi hijo de casi tres años me dijo que había
un dinosaurio de un amigo suyo que quería coger. Le dije que no podía jugar con él a menos
que le preguntara a su dueño si le daba permiso para poder jugar con el dinosaurio. En ese
momento, el padre del dueño del dinosaurio, que había escuchado nuestra conversación, le
dio permiso a mi hijo a coger el dinosaurio: “Yo que soy su padre, te dejo que lo cojas”. Yo
insistí, prudentemente, en pedir permiso al dueño y no al padre del dueño. Cuál fue nuestra
sorpresa cuando fuimos a buscar al propietario del dinosaurio de goma y al preguntarle mi
hijo si podía coger el muñeco su respuesta fue negativa. Moraleja: pide siempre permiso al
propietario y no te dejes llevar por las decisiones de sus padres. En esta materia, ellos llevan
el timón.
PREVENIR PATALETAS
https://elpais.com/elpais/2016/04/22/actualidad/1461323424_857550.html
Escucha a tu hijo
Atender a sus razones es fundamental para que los pequeños se sientan
comprendidos y entiendan lo que han hecho bien o mal
Muchas veces intentamos razonar con nuestros hijos y no nos entienden. Otras, les gritamos
o elevamos la voz con el fin de conseguir un objetivo y ellos hacen justo lo contrario. Hay
situaciones en las que nuestros hijos hacen algo bueno o malo y no lo saben, no son
conscientes. Y nosotros no sabemos como comunicárselo. Para lidiar con ello, muchos
expertos recomiendan la escucha activa que tiene como objetivo principal que el niño se
sienta comprendido.
Situación: Niño rompe jarrón del salón. Los padres se dan cuenta.
En primer lugar, los expertos recomiendan acercarse al pequeño, ponerse a su altura y mirarle
a los ojos. Tras este paso, lo mejor es preguntarle cómo se siente y averiguar si sabe que ha
hecho algo mal. Después, le transmitimos como nos sentimos nosotros, hasta que el niño
entienda lo ocurrido y pida perdón o muestre algún gesto para solucionar lo acometido.
En este vídeotutorial, te damos más pautas para entrenar la escucha activa. Psicólogos y
educadores nos muestran como aplican esta técnica en su día a día y dan consejos a los padres
para lidiar con diversas situaciones en casa.
https://elpais.com/elpais/2016/10/25/mamas_papas/1477406966_013243.html