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Una cuestión central para el feminismo es ésta: ¿cuáles son las condiciones sociales e

históricas bajo las cuales la feminidad pasó a ser un mecanismo central de dominación dentro
de la sociedad moderna? Las opciones para responder a la pregunta son limitadas. El origen de
la opresión femenina debe haberse dado en un momento histórico anterior al Iluminismo. A
juicio del feminismo de sistemas duales, aquél que aboga por casar teoría de género y
marxismo, uno no puede alejarse demasiado de la suposición de que el origen de la opresión
femenina está ligado al surgimiento del capitalismo industrial.

El camino que Silvia Federici toma para explicar la relación entre materialidad y feminidad
acepta las presunciones básicas de la teoría del materialismo histórico, para de ese modo
poder establecer una analogía entre la opresión económica dentro de la fábrica y la opresión
sexual al interior del cuerpo femenino. Federici, que de algún modo sigue las pautas dejadas
por la teoría de los sistemas duales tal como es expuesta por Hartmann (feminismo y
socialismo se complementan), considera que el cuerpo es un espacio de explotación, que el
Estado capitalista y los hombres son dueños del cuerpo femenino y que la reproducción
biológica es el nexo entre opresión patriarcal y acumulación de capital.

“Para hacer cumplir la ‘apropiación originaria’ masculina del trabajo femenino, se construyó
así un nuevo orden patriarcal, reduciendo a las mujeres a una doble dependencia: de sus
empleadores y de los hombres.” Federici es partidaria de unir las explicaciones empleadas por
las teorías de la explotación económica (marxismo, anarquismo) a las explicaciones sobre la
opresión femenina. Es esto lo que la lleva a abogar por el uso de las estrategias antisistema
para promover la liberación femenina. Para Federici, para acabar con el patriarcado, hay que
acabar con el capitalismo. No se puede acabar con uno sin hacerlo con el otro, por mucho que
eso signifique hacer más espinosa la emancipación femenina, al renunciar a las alternativas
reformistas y de progreso social para avanzar en el cumplimiento de los derechos de la mujer.

“En el nuevo régimen capitalista las mujeres mismas se convirtieron en bienes comunes, ya
que su trabajo fue definido como un recurso natural, que quedaba fuera de la esfera de las
relaciones de mercado.” Federici se aleja de las interpretaciones culturalistas del feminismo
liberal y el posestructuralismo para defender una explicación que se esfuerza por
fundamentarse en la materialidad de las relaciones económicas y tiene un enfoque organicista
del problema. La familia es vista como un espacio de reproducción de la fuerza de trabajo que
se separa de la esfera pública para armonizar su funcionamiento con el del modo de
producción industrial. La división sexual del trabajo es vista como un problema de raíz
inherente al sistema social.

El concepto de patriarcado del salario está claramente influido por las formulaciones de Engels
sobre el surgimiento sociohistórico de la dependencia económica de la mujer. Federici
considera que el encierro de ésta dentro de la esfera privada es la causa de su sujeción
material respecto al hombre, al hacerle imposible ganar un salario de forma autónoma. Para
Federici, y este es un punto en el que se aleja un poco del marxismo clásico, la explotación de
la mujer es ‘bastante peor’ que la del hombre por el hecho de que los hombres son explotados
bajo la forma salario, en cambio las mujeres los son bajo formas ‘esclavistas’, a causa del
trabajo doméstico. Al proponer esto, ella entra en terreno ciertamente pantanoso, porque no
es fácil sostener empíricamente que las mujeres en todos los casos son más explotadas que los
hombres. ¿Cuáles son los criterios para demostrar en base a datos objetivos y evidencia
reproducible que siempre y de forma sistemática hay distintos grados de explotación entre
varones y mujeres?

A diferencia de Federici, el camino que el feminismo radical (el cual no obstante influyó
directamente en ella) sigue para proporcionar una definición de patriarcado es el de las
relaciones de poder. A diferencia del feminismo dual, su propuesta se basa en el supuesto de
que el control de distintos campos sociales (industria, academia, instituciones civiles, gobierno)
es lo que crea privilegios grupales. El hecho de que ‘el conjunto de los hombres’ tienen ‘en sus
manos’ todos los espacios de poder dentro de la sociedad hace que se deba suponer que ese
agregado social utiliza siempre y de modo infalible ese dominio para imponer sus intereses
intragrupales sobre las mujeres. Todos los varones y no sólo una élite recibe beneficios del
sistema patriarcal.

En el manifiesto de las New York Radicals, se vierte con cierto tono conspiracionista la fórmula:
“(…) a group of individuals (men) have organized together for power over women and that
they have set up institutions throughout society to maintain this power (“un grupo de
individuos, hombres, se han organizado para tener poder sobre la mujer y han acomodado las
instituciones de la sociedad para mantener ese poder.” No obstante, ellas, a diferencia de
feministas como Federici, no ven la emancipación del conjunto de la humanidad como una
meta inherente al feminismo. “Women's liberation is not human liberation and we place the
cause of women above all other causes” (“la liberación de las mujeres no es la liberación
humana y ponemos la causa de la mujer por sobre todas las otras causas). Para el feminismo
radical, los hombres en su conjunto son el adversario político y todos ellos son autores de una
conspiración en contra de la mujer. Sólo las mujeres son un sujeto político de transformación.

Mientras Firestone, que en su obra cumbre Dialéctica del sexo daba gestos de ser partidaria de
impulsar la emancipación más allá de los límites de la lucha entre clase sexuales, las radicales
de Nueva York, un grupo que ella fundó, tenía actidudes más cerradas y menos fraternas con
otros grupos sociales. “El acuerdo total no es nuestra meta sino la autorealización, la iniciativa
propia, el mutuo respeto y una gran variedad de alternativas y elecciones son opcionalmente
lo que esperamos lograr.” “Queremos ser identificadas como liberadoras de la mujer y no
como liberadoras de la humanidad”. “Los hombres que simpaticen con nuestra causa
encontrarán la forma de apoyarnos y les agradeceremos, sin embargo no es nuestro trabajo
convencer o que nos importe enseñar a los hombres lo que creemos que es correcto.”

Las feministas con una influencia marxista más marcada, como Federici y Hartmann, son más
propensas a ver el problema de la emancipación de la mujer como un problema atado al
problema de la emancipación del conjunto de la humanidad. Si bien consideran que el
patriarcado afecta fundamentalmente a las mujeres, no están particularmente inclinadas a
renunciar a la idea de que el problema de fondo es la forma salario.

El feminismo radical posterior a Shulamith Firestone, al ser menos economicista, trata de


hallar respuestas sobre la opresión femenina en la psicología, el psicoanálisis y la filosofía del
poder. La renuncia al economicismo marxista conduce a un abandono de la idea de que los
movimientos feministas deberían preocuparse de la emancipación del conjunto de la
humanidad. Para las partidarias de la teoría de las clases sexuales, la liberación femenina está
bastante separada de la lucha de clases y en consecuencia las estrategias marxistas
convencionales de lucha social (sindicalismo, acción político partidaria, revuelta popular) son
vistas con menos optimismo que otras estrategias centradas sólo en la mujer y que están
dirigidas a producir cambios de conciencia.

Mientras el feminismo radical prioriza la emancipación de la mujer y le interesa solo


secundariamente la liberación humana, el feminismo marxista no renuncia del todo a la
pretensión de emancipar de golpe al conjunto de la humanidad. Su agenda tiene diferencias de
orden y eso conduce a ciertas diferencias de estrategia. Todo tiene origen en la actitud
divergente hacia el problema económico.

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