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Crónicas de un bufón loco

RAMIRO LUIS ÁLVAREZ MORENO


Copyright © 2019 Ramiro Luis Álvarez Moreno
Todos los derechos reservados.
ISBN: 9781093563276
Sello: Independently published

DEDICATORIA

Para Carmen, Minerva y Héctor que son el alma de todo lo que escribo.
CONTENIDO

1 La ciudad Sin esperanza 6


2 Siempre llega el amanecer 7
3 La estrella solitaria 8
4 Luz en la distancia 9
5 Última llamada 11
6 Descubridor de un nuevo mundo 13
7 Imaginaria línea 18
8 Pequeña fábula de Minerva 20
9 Regreso 22
10 Pequeño gorrión nocturno 23
11 La ola 24
12 Espejo roto en el país de los 25
sueños
13 La diosa 26
14 El caballo que quería volar 28
15 La ventana 30
16 Gotas de lluvia 31
17 Esas motas de polvo 32
18 Espirales 34
19 Entradas al abismo 35
20 El hombre de la eterna sonrisa 36
21 El Grito 39
22 ¿Por qué no me hablas? 41
23 A la sombra del árbol del mundo 42
24 Bailabas entre la niebla 43
25 Bajo un frio sol de invierno 44
26 Con ojos de Górgona 46
27 Hágase la luz 48

28 La calma 49
29 La chica de ojos alegres 50
30 La llave 52
31 Las ruinas del paraíso 54
32 Primer viaje 55
33 Te estoy esperando 57
34 Última planta por favor 59
35 Ciudad Esperanza 62
La ciudad Sin Esperanza
Se despierta un día más
Idiotizada la ciudad Sin Esperanza
Nuevo día de presente sin futuro

Elevando grises nubes hacia el cielo


Se mueven huecos y sombríos rostros
Pateando las aceras como autómatas
Especímenes de mentes vacías
Rotos corazones de paja seca
Ardiendo consumidos por la desidia
Nada que merezca reseñar o recordar
Zánganos nacidos para trabajar
Atrapados en falsa libertad
Sin destino ni voluntad
Siempre llega el amanecer
"Siempre llega el amanecer" - decían nuestros antepasados cuando se
enfrentaban a la noche. Un atisbo de esperanza ante las horas más oscuras
que se interponían en el camino de la existencia. Una frase que como una
cuerda amarrada a la cintura hacía de seguro de vida ante el abismo que se
abría ante nuestros pasos.
Una frase sin sentido ahora que el sol definitivamente se apagó.
La estrella solitaria
Era difícil reparar en ella, y ahora imposible encontrarla.
Una estrella solitaria alejada de las demás constelaciones.
Justo en medio de la nada.
Titilante en la distancia como haciendo una llamada a quien pudiese
responderla.
Cada día más tenue.
Hasta que esta noche su leve resplandor se extinguió.
El minúsculo espacio del firmamento que ocupaba se tiñó de tinieblas.
Hoy hace varios millones de años un sol se apagó al otro lado del universo y
nadie respondió a los rezos desesperados de aquellos a quien bañaba con su
luz y calor.
Luz en la distancia
No sé si serás capaz de creerme.
Vi una columna mágica de blanca luz en el horizonte.
Fue justo en la hora que precede el amanecer de una noche sin luna.
Cuando millones de inmensas bolas de gas ardiendo en tan incomprensibles
distancias que parecen salpicaduras en la negrura de esta oscura cúpula que
nos arropa, me ignoraban imperturbables.
Un pilar de luz surgió de la nada detrás de las lejanas montañas; una lengua
de fuego que se retorcía y dejaba a su paso una estela de brillos de colores
imposibles.
Polvo de estrellas.
Cenizas de estrellas.
Cenizas de otras galaxias que alguna vez alojaron vida.
Mis ojos perplejos no se atrevieron a siquiera pestañear mientras aquella
palpitante luminosidad empezaba a reptar hacia el infinito como
Jörmundgander entre las raíces del olvidado árbol que sustenta el mundo.
El mundo dormía y yo soñaba despierto.
Solo en mitad de la nada acompañado del más absoluto silencio y aquella
hipnótica e incesante luz.
En la lejanía el canto de un gallo rompió en mil pedazos el silencio y poco a
poco la extraña luz empezó a fundirse con las incipientes luces y sombras del
alba hasta desaparecer para siempre.
No sé si serás capaz de creerme, pero desde aquel día siempre sueño con la
luz y su incesante y repetitivo palpitar.

Incesante y repetitivo palpitar.

Incesante y repetitivo palpitar.


...___...
...___...
...___...
...
Última llamada
Es tan doloroso despedirse para siempre de quienes quieres.
Saber que jamás volverás a ver sus rostros.
No escucharás sus voces, ni compartirás sus silencios.
Todo quedando relegado a una pequeña parcela de tu memoria que irá
llenándose según pasen las estaciones de maleza y malas hierbas hasta que su
significado sea una imagen distorsionada de lo que realmente fue.
Es tan difícil dar cada paso que te lleva a realizar esta última llamada.
Te paras un segundo frente al teléfono.
Respiras profundamente.
Llega el momento de hacer lo que has venido a hacer.
Buscas y rebuscas unas monedas por tus bolsillos. No necesitas mucho saldo,
será rápido y doloroso.
Descuelgas el auricular y compruebas que hay señal ya que estas viejas
cabinas de teléfono en muchos casos ya ni funcionan.
El pitido plano te taladra la cabeza.
Hazlo.
Introduces las monedas en la ranura temblando. Te sobresaltas con el sonido
del metal cayendo en el depósito vacío. Debe de hacer siglos que nadie utiliza
este aparato. Posiblemente tú seas el último.
La pantalla digital llena de píxeles muertos muestra que puedes hacer la
llamada.
Hazla.
Mecánicamente marcas los números y esperas que dé señal.
Un pitido... Silencio… Dos pitidos.
Si...
-¿Si? ¿Quién es?- Pregunta su voz al otro lado del teléfono. Esa misma voz
con la que has compartido risas y lloros.
Te quedas paralizado. Sabes que serán las últimas palabras que pronuncies.
Que algo se habrá roto para siempre cuando el sonido escape de tus labios.
Respiras profundamente. Te escucha. Sabe que estás ahí.
-Yo...- Los sonidos resisten a salir, pero sabes que lo vas a hacer. Lo has
pensado tanto tiempo que ahora no puedes echarte atrás. -Lo... Siento.
Una lágrima se te escapa al decirlo.
-¿Porque...?- No dejas que termine la pregunta.
Pitido plano.
Lo hiciste.

¿Porque lo hiciste?
Descubridor de un nuevo mundo

I
Hui.
Sé muy bien que hui.
Escapé una mañana para no regresar.
Con las manos amarradas en el volante.
El pie anclado en el acelerador.
El corazón atrás destrozado en medio de la calzada.
Despegue rumbo a lo desconocido.
Autopista de estrellas en el horizonte.
Y mi antiguo diminuto mundo detrás.
Haciéndose cada vez más pequeño en la distancia.
II
¿Cuánto tiempo puede alguien estar huyendo de su pasado?
¿Alguna vez los recuerdos se desvanecen para siempre?
Noche tras noche no dejaba de atormentarme arropado en pesadillas.
Despertaba empapado de sudor.
Gritando en la soledad de la enorme distancia recorrida.
No creía que tuviera otro futuro que empacho a base de lamerme las heridas
que no iban a cicatrizar jamás.
Entonces lo vi.
Un enorme túnel negro que se retorcía como un gusano.
Un gusano que se alimentaba de personas como yo.
Sin nada que perder.
III
¿Qué puedo perder?
El cosquilleo que ofrece lo desconocido se instaló en el interior de mi
cerebro.
La neurona que dicta los impulsos se desperezó y grito.
¡Hazlo!
Y lo hice.
IV
El viaje fue un suspiro.
En un momento estaba en un lugar indeterminado del universo y en un
pestañeo en otro exactamente igual.
¿El vacío parecía más cálido?
Tal vez aquí pueda iniciar una vida nueva.
Volver a los orígenes.
Aterricé en un campo infinito de hierba que se mecía con el viento como un
mar.
Me bañé en sus olas.
Me quedé embobado viendo los dos soles que en el cielo jugaban con las
nubes.
Cerré los ojos y dormí.
Aquella noche después de muchos años soñé.
V
Lo primero que vi al despertar fue a ti.
Tu rostro mirándome fijamente con el reflejo de la curiosidad.
Tan claro.
Eras diferente y a la vez igual.
No te entendí pero tus ojos me dijeron todo.
Me ofreciste la mano.
La tomé.
Y juntos de la mano nos alejamos sin prisa a descubrir este nuevo mundo.
Imaginaria línea
Es una imaginaria línea que nos separa mi amor. No soy capaz de visualizar
cuanto abarca. Si tiene inicio o fin. Si me atreveré a intentar cruzarla. No
quiero conocer a quienes la trazaron. Me aterra imaginar los motivos:
Colores, idiomas, religiones, tamaños, sexos... Todo pensado para alimentar
la monocromía de ese cuadro que llamamos Tierra.
¿Qué razón existe para que mis pies no puedan cruzar esa línea?
Cualquier línea.
En sueños me veo andando solitario por caminos que nunca transitaré, y en
un descanso bajo el cobijo de la sombra de un florecido árbol apareces y me
saludas como si nos hubiésemos visto ayer. Me abrazas, besas mis labios y
me cuentas y te cuento cuanto ocurrió en el breve lapso de tiempo que no
estuvimos juntos. Riendo, llorando o simplemente conversando hasta que la
luz del día se desvanece en el ocaso. Un beso, un adiós fugaz con la certeza
de que volveré a saludarte mañana. A abrazarte. A besarte... El despertar
duele como duelen los alambres espinados que alguien puso entre nosotros
para que esas barreras inexistentes tengan la forma y el nombre que me niego
a pronunciar pues no debieran existir.
Solo sé que te amo. Que siempre te he amado aunque nunca haya llegado a
conocerte. Yo no imagino líneas, imagino que me estas esperando al otro
lado, donde aguarda lo desconocido.
Pequeña fábula de Minerva
Sentada sobre un tocón en un bosque olvidado
Descansa Minerva de su madrugador paseo.
Los pies descalzos sobre hierba con perlas de rocío.
El murmullo de un riachuelo manando.
Chispean hojas de cobre, plata y oro.
Se mecen.
Danzan un último vals ante la inminente llegada del frío.
Tocan el suelo y descansan.
Desde lo alto de una vieja rama.
Un mochuelo la observa, la llama.
No te duermas Minerva, pues se acerca el alba.
No te duermas minerva, vive la mañana.
Escucha Minerva, el silencio romperse.
No dejes que el despertar del nuevo día
Se lleve consigo los sueños.
Las alegrías.
El resplandor de las estrellas,
Su reflejo en las calmadas aguas.
Las caricias de la brisa.
El canto de los grillos
El bostezo de los niños...
El sol se asoma tímidamente entre las ramas.
El mochuelo cierra los ojos y sueña.
Minerva se despereza,
Se pone de pie.
Camina.
Abrazando un nuevo día.
Regreso
Abro la puerta y ahí estas tú.
Corriendo y riendo.
Te levanto y te beso.
Te miro y veo tus ojos brillar.
Giramos hasta casi marearnos.
Te miro.
Me río.
Te veo reír.
¿No es esa la risa más bonita del mundo?
Pequeño gorrión nocturno
Pequeño gorrión nocturno de alas café y pico de plata. No ves que el sol ya se
escondió y la luna ya canta?
Es hora de desplegar tus alas y bailar al son del viento entre las estrellas.
Planear sobre las luces de las ciudades que se apagan. Sentir que la capa de
oscuridad te envuelve para que las rapaces nocturnas no puedan criticar esa
libertad que te acompaña. Tal vez posarte en una alambrada, atusarte tus
suaves plumas mientras silvas y descansas tus negros y brillantes ojos ante la
proximidad del alba.
Pequeño gorrión nocturno, la noche por desgracia se acaba. Es hora de
replegar las alas, cerrar tus ojitos y soñar hasta que inevitablemente la noche
susurre... ¿No ves que el sol ya se escondió y la luna ya canta?
La ola
Hola.
Naciste mar adentro, donde el infinito azul del mar se codea con el cielo.
Hija de la luna y de las mareas.
Naces para avanzar siempre, sin detenerte.
Saltas sobre las aguas haciendo cabriolas.
Vestida con una corona de blanca espuma y un vestido de burbujas sorteas
los navíos dejando tu plateada estela.
Saludas a las gaviotas cuando te acercas a la costa.
Regalas un último brindis al sol cuando acaricias la playa.
Llega el fin.
Te mezclas con la arena.
Desapareces dejando un fugaz y húmedo legado.
Adiós.
Espejo roto en el país de los sueños
Fragmentos de cristal que saltan.
Afiladas esquirlas que seccionan la carne.
Finas líneas de sangre carmesí que cuentan
Los minutos y los segundos que faltan
Para que la vida del otro lado del espejo
Quede relegada al oscuro abismo
De los cuentos olvidados
En el lejano pozo de los recuerdos.

¿Otro héroe caído?


¿Otro camino cortado?
¿Otro rey destronado?
¿Otro gran amor acabado?
¿Otro reflejo distorsionado?
¿Otro sueño olvidado?
Simplemente
Otro espejo roto en el país de los sueños.
La Diosa
Una blanca silueta femenina perfilada entre la tenue bruma de la madrugada
con el pelo de plata cayendo suavemente como una cascada.
Libre y salvaje.
Un negro profundo salpicado de moribundas estrellas como telón de fondo.
Y en la distancia el sonido del mar golpeando las rocas.
Un halo de mágica luz blanquecina parecía envolver su cuerpo desnudo como
la sombra adherida a sus gráciles y lentos movimientos.
Paralizado por el hechizo de la belleza, observé durante horas su armoniosa
danza bajo las estrellas.
Horas que probablemente fueron segundos.
Segundos grabados a fuego en mi memoria que se repiten constantemente
para recordarme que una vez pude estar en contacto con lo divino.
A solo unos metros.
Si hubiese podido caminar habría podido acercarme y estrechar su mano.
Sumergirme en sus profundas pupilas de otro mundo.
Besar espontáneamente sus labios.
Y bailar.
Estrechando su cuerpo contra el mío en un baile eterno hasta que nuestras
respiraciones, latidos y deseos se fundieran en una única entidad.
Hija de la luna o de alguna estrella.
¿Volveré a verte?
¿Podré sentirte?
¿Acariciarte?
¿Al menos soñarte?
El caballo que quería volar
Un borrón en la distancia era cuando galopaba a toda velocidad por las verdes
praderas.
Una mancha marrón dejando surcos entre la oscilante hierba salpicada de las
multicolores pinceladas de la primavera.
El más bello equino intentando vencer el aire.
Cortando el viento.
Desafiando los elementos.
Más desde potrillo, el corcel tenía un sueño.
Correr.
Trotar.
Galopar.
Volar hasta alcanzar el cielo.
Pastar entre las nubes.
Asomarse y ver el mundo encogido ahí debajo.
Saber que se esconde detrás del horizonte.
Formar entre los pájaros que viajan al norte.
Pintar estelas en el profundo azul del día.
En el negro azabache de la noche.
En los fuegos que arden coloreando las auroras y zenits del imperturbable
ciclo del día.
¿Un sueño?
Tan veloz viajó aquel día que casi sin darse cuenta
Al final de la noche estando apunto de desfallecer del cansancio.
Llegó al borde de un inmenso lago.
Sediento se metió en las frías y calmadas aguas para refrescar sus patas y
calmar la sed.
Cerró los ojos y bebió con el sonido de las aguas, el viento y el graznido de
una lejana urraca como acompañantes.
Calma y libertad.
Al sacar la boca del agua y abrir los ojos se encontró en medio del cielo.
Formaba parte de un amanecer.
Petrificado observó como el sol nacía imperturbable cerca de él.
Como los únicos retazos de tierra visibles formaban parte de horizontes
lejanos.
Como unas nubes tormentosas se alejaban y se escondían detrás de las
montañas.
Como un infinito arco iris enmarcaba la estampa más maravillosa que jamás
observó.
El espejo que era las aguas del lago le habían sumergido en el cielo.
Y el caballo se encontró en mitad de la inmensidad viviendo su sueño.
La ventana
Todos los días al despertar me asomo a la ventana.
Paso horas asomado observando vidas ajenas. Moldeando el cómo estas me
verán.
Viajando ensimismado entre las corrientes cambiantes sin destino fijo. Que
giran y giran en un círculo reiterativo de imágenes, palabras y sonidos.
Miles de mundos prefabricados al alcance de la mano.
En realidad inalcanzables.
Al cerrar los ojos en la oscuridad de la noche siempre me quedo pensando en
la ventana. En todo aquello que pierdo por no poder estar observando
mientras sueño.
Tal vez llegue el día que pueda apartar la mirada de esta ventana y descubrir
que alrededor gira mi propio mundo.
Gotas de lluvia
Siempre adoré el sonido de las gotas de lluvia golpeando en la ventana.
"Plik, plik plik, plik, plik..."
Maravillosamente arrítmico y a su vez en esencia musical.
Sinfonía de partitura errática e irrepetible cada vez que es interpretada
durante un temporal.
Cuando suena el mundo se silencia, se desvanece.
Nada lo perturba.
Incluso la jungla del asfalto queda en el más completo abandono al compás
de esa inigualable oda a la soledad.
Ocupo mi butaca.
Me relajo.
Se atenúa la luz.
Cierro los ojos y me abandono al sueño de la eterna sonata de la lluvia en la
ventana.
Esas motas de polvo
Jugábamos en el suelo como siempre que no era posible salir al parque.
En la calle soplaba fuerte el aire e iba arrastrando consigo las doradas hojas
que comenzaban caer.
Durante todo el día una tenue e incesante llovizna había estado cubriendo el
gris paisaje otoñal de la calle.
Llegó la tarde. Justo la hora en que la luz del sol se suele tornar ardiente e
intensa antes de desvanecerse y dejar paso a la noche.
Un casual claro entre las nubes nos hizo partícipes de la magia de ese
momento cuando por las cristaleras del salón comenzaron a entrar inclinados
e intensos rayos de luz que contrastaban con las sombras que nos envolvían.
Minerva se quedó mirando el haz de luz y con su alegre voz me preguntó: -
¿Qué es eso que vuela?.
Miré hacia donde señalaba y estuve a un paso de responder lo obvio: "La luz
del sol en la ventana". Pero caí en que ella no se refería a eso.
Se refería a las motas de polvo en suspensión que parecen cobrar vida en esos
rayos de luz.
Cualquiera que se haya molestado en observarlos coincidirá conmigo en lo
hipnótico de su movimiento, sus irregulares formas y sus brillos como
sacados de un sueño.
Es solo polvo.
-Polvo de hadas mi niña.- Respondí mientras la arrimé a mí en un abrazo.-Lo
dejan tras de sí para dejar constancia de su existencia, ya que son invisibles
para nosotros.
Minerva no pregunto más. Se quedó mirando en silencio buscando hadas
hasta que finalmente se oscureció todo. Todo ese tiempo con la preciosa
sonrisa de una niña con la convicción de que lo que había respondido era real.
¿Y quién soy yo para decir que no lo es?
Espirales
Reconozcámoslo, vivimos danzando en espirales con punto de fuga común.
Tú y yo.
Tan cerca o distantes como quiera el giro del destino situarnos.
Al alcance de la mano o siluetas difusas entre la niebla de la distancia.
¿Recuerdas cuando coincidimos en el origen?
Ocurrió hace tanto tiempo, y lo recuerdo tan claro.
Solos tú y yo.
Nuestros cuerpos coincidiendo en el centro del universo en un instante
concreto, único e irrepetible.
Colisión de puntos en la tangente formando una fusión vital.
Tan intensa que la energía se disipó en el aire despidiendo nuestros
fragmentos en todas direcciones.
Alejándonos para siempre formando espirales.
Cada vez más amplias.
Y cada vez más alejados del origen que nos generó:
Tú y yo unidos en esa espiral que nos hizo olvidar todo llamada pasión.
Entradas al abismo
Recuerdo cuando miraba esos dos pozos oscuros.
Esforzándome en vislumbrar algo en el fondo,
Donde las tinieblas son más densas
Y la luz desconocida.
Recuerdo caminar por el borde de esos abismos.
Aventurarme hasta donde la claridad del azul profundo del día se desvanecía.
Siempre imaginando lo qué se escondía allá donde no alcanza la vista.
Recuerdo no pensar en otra cosa
Consecuencia de la juventud y su inconsciente valentía.
Llegar demasiado lejos,
Donde otros antes que yo cayeron.
Y caer.
Y seguir cayendo.
En esos pozos negros sin fondo
Donde caigo desde entonces en un ciclo eterno.
El hombre de la eterna sonrisa
Nunca se paró a pensar en las consecuencias de una caída desde un piso
cincuenta y dos el hombre de la eterna sonrisa.
Un hombre feliz.
Optimista hasta la médula.
Aferrado al marco de la ventana abierta miraba abajo,
Donde la marabunta humana iba y venía sin una secuencia concreta.
Sin lógica.
El viento allí arriba era fuerte.
Su corbata multicolor ondeaba espasmódica.
El cómo se encontraba en esa situación no parecía importar.
El presente era una ventana, él, y una simple elección:
Saltar o no saltar.
Y saltó.
La gravedad tirando.
El viento frenando.
Y la velocidad como en estos casos llevándole de la mano.
Dos palomas en una cornisa lo observan pasar en su descenso.
Lo miran.
Se miran.
Continúan copulando.
El fin está cerca, más él sigue sonriendo.
El credo del optimismo:
Algo ocurrirá que le saque del aprieto.
El suelo se ve más claro y detallado según va aumentando.
Y se encuentra ya a muy pocos metros.
La clásica cuenta atrás para un tremendo impacto.
¡Diez!
¡Nueve
¡Ocho!
¡Siete!
¡Seis!
¡Cinco!
¡Cuatro!
¡Tres!
¡Dos!
¡Uno!
El tiempo se detiene.
No como recurso literario.
Literal.
La ciudad congelada en la misma décima de segundo en que el cuerpo iba a
estamparse contra el asfalto.
Un par de milímetros más y ese habría sido el resultado.
El hombre de la eterna sonrisa respiró aliviado.
Estiró los brazos y se ayudó para ponerse de pie a salvo.
Se crujió los dedos.
Se metió la camisa por el pantalón.
Se colocó la corbata.
Y se fue andando silbando una alegre canción.
A los pocos pasos el tiempo regresó.
El mundo siguió girando.
Y el hombre de la eterna sonrisa rio.
El grito
¿Cuánta angustia puede almacenar un cuerpo?

Se preguntaba cada día.


Y cada día la angustia iba aumentando.
Acrecentándose hasta doler.
Llenando cada espacio entre células que lo conformaban.
Angustia solidificada corriendo por sus venas y arterias
Hasta casi supurar por todos los poros y orificios de su cuerpo.
Es posible que no creas lo que entonces ocurrió.
Abrió todo lo que pudo la boca y gritó.
Ondas sonoras de angustia condensadas
Expandiéndose en un arco incapaz de reducir su potencia en la distancia.

Un sonido tan potente que hizo que saltarán las alarmas de todos los autos.
Qué estallaran todos los vasos y platos.
Ni un cristal quedó intacto a su paso.
Los perros aullaron.
Reventó muchos tímpanos.
Finalmente aquella tormenta perfecta sonora se alejó hacia el espacio.
Dejando atrás calma y destrucción.

"En el espacio nadie puede escuchar tus gritos"

Qué equivocados.
Continúo su viaje sin descanso hacia el infinito,
Apartando el vacío a un lado.
Eones más tarde causaría estragos en mundos y civilizaciones que aún no han
florecido.
Tan lejanos.
No importaba el futuro de lo en ese momento inexistente.
Respiró tranquilo.
La angustia con el grito se había ido.
¿Por qué no me hablas?
Golpeo tu pecho con todas las fuerzas

¿Por qué no me hablas?

Mis ojos no dejan de manar mares


Qué se derraman en cascadas de frustración

¡Despierta joder! ¡Despierta!

Apoyo mi cabeza sobre tu helado tórax


Mientras suplico sentir
Qué algo se mueve en tu interior
Silencio inerte
Sin latidos ni respiración
¡Dime algo por favor!

Tu cristalina pupila me devuelve


Un decadente reflejo
El de un hombre desesperado
Por sentir vida
En un cuerpo que siempre estuvo muerto.

¿Por qué se tuvo que agotar tu batería?


A la sombra del árbol del mundo
Te tomé de la mano y te llevé corriendo y riendo junto a la base del árbol del
mundo. A nuestro alrededor el resto del universo se movía lentamente y yo
únicamente pensaba en fundir nuestros cuerpos bajo sus gargantuescas ramas,
sin inmutarnos de los temblores que se producían abajo, muy abajo en el
subsuelo donde las raíces de Yggdrasil eran devoradas lenta pero
irremediablemente.
No nos importaba. El Ragnarok llegaría pronto y todo lo conocido sería
arrasado por cruentas batallas y desolación, pero como estaba escrito en las
estrellas, quedaríamos tu y yo solos para repoblar el mundo de entre las
cenizas.
Y así, bajo la sombra del árbol del mundo, follamos sin preocupaciones ni
descanso hasta que llegó el ocaso y la mismísima existencia se estremeció
ante los compases de lejanos tambores de guerra.
El juicio final había comenzado y yo solo podía pensar en yacer junto a ti por
toda la eternidad.
Bailabas entre la niebla
Cuentan que te vieron
Bailando entre la niebla
Una negra y fugaz silueta
Enrollándose con ese gris velo
Girando y riendo

¿Puedes creerlo?

Yo que yacía a tu lado


Puedo asegurar que dormías
Con tu pecho subiendo y bajando
Plácidamente
Subiendo y bajando
Seguramente soñando
Que danzabas rodeada de niebla
Girando y riendo
Enrollándote en su gélido velo
En un húmedo abrazo
Bajo un frio sol de invierno
Lo miraba en la distancia
Al otro lado del camino
Hiciera sol o nevara
Día y noche
Por su imagen suspiraba

Triste vida de enamorados


Qué ven en sus anhelos
Un utópico imposible
Pues por designios del destino
Sus cuerpos son inmóviles
Y están separados
A merced de los caprichos
De cíclicas estaciones
Y un polvoriento camino

Más las raíces son profundas


Y su deseo imparable
Y se extienden hasta acariciarse
Y entrelazarse
Vientos helados soplan
Zarandean sus esbeltos tallos
Y al son de su incesante silbido
Bajo un frío sol de invierno
Extienden hasta agarrarse
Sus esqueléticas ramas
Para formar cuando el tiempo temple
Anudados a sus cuerpos y almas
Nuevos brotes verdes
Flores de delicados colores
Y frutos de mil sabores
Con ojos de Górgona
Mira que me lo advirtieron
Y aquí estoy perdido para siempre.
Por perseguir un sueño
Una utopía
De cabellos arremolinados
Latentes de vida
Y formas orgánicas
De movimientos serpenteantes

Mira que fui advertido


Por los oráculos
Y los viejos sabios
Y los parroquianos de taberna
Y los cuentos de niños
Qué quitan el sueño
En las noches más oscuras
Cuando las llamas se desvanecen
En volátiles hilos de humo
Mira que fui ingenuo
Por creer que esa magia no existía
Por pensar que
Esos cuerpos desgastados
Petrificados
Serían cosa de algún pasado
Lejano
Tan lejano

Y ahora aquí estoy


Viendo tornarse mis huesos
Órganos, Músculos y piel
Fría piedra inerte
Y todo por mirar directamente
Los ojos de la Górgona
E intentar decir sin palabras
Qué escapen de mis paralizados labios
Un simple
"Te necesito"
¡Hágase la luz!
-¡Hágase la luz!- Y la luz se hizo entrando como una lluvia de flechas a
través de las rendijas de la persiana recién levantada, bañando con su
resplandor el cuerpo desnudo cubierto con sábanas de la mujer más bella y
ardiente que jamás conocí.
Ella agarró la almohada y se tapó la cabeza riendo. -¡Maldito cabrón! ¿No
tuviste suficiente con lo de anoche? Baja de nuevo eso-
Salté a su lado, aparte la almohada y la ligera sábana que la cubría. Antes de
que se perfilaran sus rasgos ya había besado sus labios y abrazado su pálida
piel.
Un último y terrorífico beso cuando contemplé atónito como su blanca piel se
hacía jirones y su carne burbujeaba y se derretía como cera fundida al
contacto con la luz directa del sol de mediodía.
La calma
Son las siete y media de la mañana de un festivo cualquiera. El cielo cubierto
con sábanas blancas. Los árboles pelados inmóviles. Las frías calles vacías.
No existe aire que balancee ni una brizna de hierba. Y las aves que gustan
cantar en las mañanas hace tiempo que emigraron. El mundo ahora parece
estar en absoluta calma.
Una calma solo rota por el chasquido de un mechero y la tos seca de un
anciano que fuma apoyado en una terraza mirando como perdido el horizonte
de esa tranquilidad inamovible. Su mente viaja atrás en el tiempo. A los años
en que fue feliz en la compañía de su esposa recientemente fallecida.
Recuerda especialmente la risa y el brillo de sus ojos. El cómo sentados sobre
un murete de piedra abrazados observaban a sus hijos correr entre la hierba.
Era otro tipo de calma. Tan impregnada de vida.
No puede evitar que se escapen las lágrimas. Silenciosas y frías. Que intentan
arrastrar la tristeza como las volutas de humo que se alejan y desvanecen con
el pasado perdido. Mientras el cigarro se consume como su propia vida, con
tanta calma...
La chica de ojos alegres
Un simple reflejo en un cristal era la chica anónima de ojos alegres y linda
sonrisa cada mañana en el vagón. Mirando las estaciones pasar
difuminándose en el brillo de sus pupilas. Dejándolas pasar una tras otras con
la maraña de la humanidad yendo y viniendo como pollos sin cabeza.
La música sonaba con un volumen tal vez demasiado alto en los grandes
auriculares de color azul de marca blanca que siempre llevaba. Movía la
cabeza al ritmo mientras con los labios iba recitando silenciosos versos que
debían desconocer el resto del mundo, y no la importaba. Viajaba aislada en
su burbuja. Mientras tanto afuera millones de luces recorrían repetitivos
caminos sin origen ni destino.
Una estación antes del final de la línea siempre se bajaba. Pedía perdón al
pasar a quien aquel día había sido su desconocido e inseparable compañero
de viaje y se dirigía como flotando hacia las puertas de salida entre la
aglomeración de gente de rostros indiferentes y cansados.
Al salir siempre la veía mirar el tren alejarse por la vía. Por el túnel. Triste
metáfora de la vida que se repite sin opción de cambio día a día. Y casi
podría decir que al perderla de vista ella desaparecía con su vivaz mirada.
Abría un portal secreto e invisible a su espalda que la transportaba a la
dimensión paralela ajena a este mundo donde seguramente debía tener su
residencia.
Un día cualquiera dejó de ocupar el asiento. Su asiento. Y nunca más la volví
a ver. Seguramente cambió de trabajo, se mudó de ciudad o emigró a otro
país, aunque me gusta pensar que simplemente decidió no regresar jamás
desde su mundo a esté qué día a día se marchita.
La llave
Siendo niño encontré una vieja y oxidada llave de extraños bajorrelieves
escondida en un hueco bajo un madero carcomido en el desván.
Año tras año busqué obsesivamente la cerradura que guardaba los secretos
que la llave me servía en bandeja de plata. Recorrí hasta la extenuación los
emplazamientos más olvidados, las ruinas más ocultas y los templos más
impíos, pero la búsqueda parecía ser en vano hasta qué una noche de luna
nueva me tope de bruces con el portón.
Fue recorriendo la más oscura galería de unas criptas ancestrales devoradas
por el tiempo a la tenue luz de una antorcha. Al final de un corredor tapizado
de telarañas una pesada puerta de piedra labrada con retorcidas figuras de
otras eras. Las mismas figuras retorcidas que daban forma a la preciada llave
que me acompañaba siempre encadenada a mi cuello.
La llave encajaba perfectamente en el ojo de la cerradura. Giró con el crujir y
el temblor de unos pesados engranajes, y la puerta se abrió
ceremoniosamente con el chirrido de sus goznes y levantando una nube de
polvo. Cuándo el polvo se disipó, el descubrimiento de lo que se hallaba al
otro lado me horripiló.
Me horripiló y me enamoró. Por eso mis últimos actos conscientes fueron
cerrar la puerta con llave a mis espaldas, desnudarme y entregarme al gélido
abrazo de la palpitante y obscena oscuridad que allí había estado encerrada
durante eones esperando mi llegada.
Las ruinas del paraíso
Llegamos al planeta y comenzamos a sobrevolar sus verdes campos,
profundos bosques y tupidas selvas.
Vimos desiertos sin vida bañados por la luz del alba.
Montañas brumosas perfilarse ante océanos de estrellas.
Planicies heladas asoladas por silbantes vientos.
Ondulantes mares reflejando la luna llena.
Violentas tormentas de agua, hielo y arena arrasando la tierra y su posterior
calma.
Aves en formación migrando hacia donde la temperatura permitía mejor vida.
Vimos el paraíso.
Y vimos sus ruinas.
Restos aquí y allá de alguna civilización olvidada.
Pequeños pueblos, monstruosas ciudades, estructuras imposibles e
interminables carreteras devorados por la maleza y la propia naturaleza.
De cómo llego la extinción de esa especie alienígena no encontramos ni
rastro pero nos fuimos de aquel fantástico lugar con la amarga sensación de
que aquel fatídico destino podría habernos pasado alguna vez a nosotros.
Primer viaje
– La primera vez siempre duele –

Dijiste acariciando mi cabello


Luego te tumbaste a mi lado
Nos besamos
Y todo alrededor se volvió bruma
Excepto tú y yo

En mitad de la neblina de ensueño


Vimos nuestros cuerpos dormidos
Respirando acompasados
Contenedores vacíos en suspensión

Creo que sujeté fuertemente tu mano


Y flotamos como golondrinas
Alrededor de nuestro nido
En la olvidada primavera del mundo

A nuestro alcance el infinito


Y aquella primera vez
No fuimos capaces
De alcanzar
La más lejana de las estrellas
La situada al borde del universo
Donde más allá no hay nada
Solo la eternidad
Esa eternidad que palpita dentro
Que parpadea al ritmo
De nuestros latidos
Tan intensos
Tan eternos

El regreso dolió
Tenías razón
Pero abrazados
En esta vacía realidad alternativa
Deseamos viajar de nuevo
Allí donde somos los únicos
Seres vivos del universo

Los únicos realmente vivos


Te estoy esperando
Esta noche de luna nueva
No logras conciliar el sueño
Hay algo entre las sombras
Que proyectan las rendijas de la persiana
Que oprime sin compasión tus entrañas

Reina el silencio
Pero en tus oídos
Extraños susurros indescriptibles
Se reproducen a intervalos.

“Mira debajo de la cama”

“Te estoy esperando”

Miras debajo de la cama


No hay nada

¿Nada?

En el epicentro de las tinieblas


Unos enormes ojos observan
Y una demencial mueca
Que simula una horrenda sonrisa
Susurra
“Te estoy esperando”

“¿No quieres en esta solitaria noche


Sentir mi abrazo?”

Tu cuerpo se convulsiona
Con la mente nublada
Los músculos siguiendo otra voluntad
Estiran tus temblorosos brazos
Hacia la impenetrable oscuridad

Un gélido tacto te agarra


Tira con fuerza de tus muñecas
Y te arrastra
Hacia donde tus gritos de dolor
Suenan vacíos y apagados
Y el crujido de tus huesos astillándose
Se diluye entre inaudibles susurros

“Te estaba esperando”

“Ahora descansaremos juntos”


Última planta por favor
La puerta de aluminio se abre y paso al interior del ascensor. Acristalado y
tan limpio que sus vidrios son prácticamente imperceptibles. Junto al panel
de control un hombre bajito de aparentemente más de cincuenta años vestido
de botones aguarda con las manos en la espalda y aire distraído a que se llene
el recinto.
-¿A qué planta van?- Dice educadamente mientras pulsa el botón de forzar el
cierre de puertas.
La respuesta por parte de todos los aquí reunidos es unánime, como ensayada
y representada un millón de veces: - ¡Última planta por favor!-
El hombrecillo sonríe y se estira para poder alcanzar el botón más alto. El
preciosamente grabado con la letra "N".
La inercia de la subida no se hace esperar y comenzamos el ascenso. En la
pantalla digital encima de la botonera comienzan a sucederse las cifras
mientras a través del cristal podemos apreciar cómo van pasando plantas y
plantas abarrotadas de gente. Los que se fueron bajando antes de alcanzar el
destino.
Llega el momento en qué los dos dígitos de la pantalla no dan para más, y se
quedan paralizados en el "00". Ese mismo momento es en el que el ascensor
sale a la luz. Abandona el inmenso edificio y continúa subiendo
silenciosamente por los raíles anclados en algún lugar indefinido del infinito.
La entrada masiva de luz, como a las plantas, nos insufla de ánimos, y puedo
sentir la inexplicable vibración de la energía que nos rodea. Nos agolpamos
en el cristal para ver la maravilla de un mundo hacerse cada vez más
pequeño. Vehículos transformarse en hormigas y edificios en piedras
inservibles bañadas en océanos de polución. Los horizontes se tornan lienzos
salpicados de pinceladas oníricas de millones de tonos de color, variando su
concepto cada instante como bocetos inacabados.
Cuando comenzamos a atravesar la primera nube el cuadro se borra de
repente envolviéndonos en un blanco impoluto que llena de gotitas la
cristalera. La expectación se deja notar. Estamos cerca de nuestro destino.
Finalmente el ascensor decelera y se detiene. Vuelve a entrar cegadora luz
que nos ilumina en forma de arcoíris al atravesar las gotitas que envuelven el
cubículo. Suena una campana y la pantalla se queda en blanco. -¡Ultima
planta señores! Bajen con cuidado y pasen buena tarde.- El hombrecillo nos
despide uno a uno según vamos saliendo. Cuando el último de nosotros sale,
la puerta se cierra y el ascensor desaparece dejándonos en una inmensa
planicie de esponjosas nubes.
Nos dispersamos todos los visitantes cada uno en una dirección diferente
hasta que nos hayamos en completa soledad. Justo la intención que
perseguimos. Finalmente ocupo la orilla de una nube con vistas al cielo
abierto. Y mi imaginación una vez más comienza a volar.
Ciudad Esperanza
Esperando al otro lado del mundo
Se yergue Ciudad Esperanza
Poesía hecha de acero y cemento
Escenario de acristalados muros
Rociado de haces luminosos
Aguardando brillante al solitario
Niño perdido en mitad del sueño
Zagal que encuentre su hueco
Allí donde todos acaban huyendo
Acerca del autor
Ramiro Luis Álvarez Moreno es el creador principal de contenido para el
blog “Somewhere In Providencia”. Su aporte son breves textos de temática
fantástica con chispas de realidad y múltiples lecturas. En la presente
antología recopila una breve selección de los relatos y poemas más
representativos de su estilo y obra.

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