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Redefinición del mundo social en tiempos de cambio.

Una tipología para la experiencia del


empobrecimiento.

EL DILEMA
Barrio Necochea de José León Suarez. Ana Latezza y Eva Simmons, despojadas de la obra
social cuando sus maridos pierden la condición de asalariados, deben tomar una decisión
respecto de la cobertura médica familiar. Barajan las mismas opciones: adoptar el hospital
público o asociarse a una de las coberturas privadas de bajo costo de las que se ofrecen en
la zona. Hasta entonces, la obra social había sido la forma de cobertura de la salud familiar.
La pérdida del derecho ligado a la condición de asalariado genera no sólo una nueva carencia
sino también incertidumbre. Ana y Eva toman finalmente decisiones opuestas. No basan sus
decisiones en criterios técnicos sino en consideraciones generales sobre la naturaleza de lo
público y lo privado en la Argentina. Ana (elige el servicio privado) realiza una equivalencia
total entre sociedad y mercado. El “cómo pagas” muestra que sólo el lazo mercantil autoriza
a esperar una contrapartida en forma legítima, razón por la cual es imposible confiar en un
servicio público. Eva (elige el servicio público) considera que la mercantilización de la atención
sanitaria vuelve a los servicios privados poco confiables. Al fin de cuentas y a pesar de todas
sus carencias el hospital le merece más confianza, pues rige allí una “lógica estatal” de gastar
lo mínimo posible, que le asegura al menos que no especulen con su salud.

La redefinición del mundo social


La definición del mundo cobra un lugar capital en un período de cambio. Frente a la dificultad
de establecer juicios en un dominio tan complejo como el de la salud, ellas realizan una
inferencia, trasladando ideas generales sobre lo social hacia un dominio específico de
actividad. Impulsadas a tomar una decisión, nociones generales sobre el mundo se
transforman en un esquema interpretativo y motivacional para la acción.
Es probable que esto no sea exclusivo de un proceso de pauperización, pero cobra allí una
importancia central. P. Berger y T. Luckmann (1982) señalan que en situaciones normales la
definición del mundo pertenece a las zonas normalizadas de la vida social, por lo que no es
problemática ni interesa particularmente a cada actor. Pero la pauperización no es una
situación normal. Los individuos la experimentan simultáneamente como una dislocación
personal y como una desorganización del mundo social que los rodea. Esta doble percepción
lleva a que no pueda producirse una "adaptación" en un sentido clásico del término: el
acomodamiento a un contexto nuevo definido o definible. Los nuevos pobres no dudan de
que todo ha cambiado, pero ignoran dónde están y cuál es la naturaleza de ese nuevo mundo
al que han llegado sin saber muy bien cómo ni por qué.
El empobrecimiento afecta intensamente la vida cotidiana, trastornando el universo de sentido
de los individuos. Todas y cada una de las prácticas habituales, directa o indirectamente
relacionadas con lo económico, son evaluadas, modificadas y a veces suprimidas.
Partes sedimentadas del mundo cotidiano se desnaturalizan sin que la cultura les ofrezca un
nuevo marco de legibilidad. Los nuevos pobres deben dotar de significación a una situación
para la que no encuentran respuestas ni en las "reservas de experiencias comunes" de la
sociedad ni en la propia historia familiar. Esto es, a nuestro entender, lo que le otorga a la
pauperización su carácter excepcional en la historia argentina moderna. El empobrecimiento
de una parte importante de la clase media marcó un corte abrupto con el modelo generacional
y el modelo histórico-cultural hasta entonces vigente. Ni la socialización familiar ni la cultura,
ni las estrategias más cotidianas y ni siquiera sus peores pesadillas los preparaban para el
empobrecimiento definitivo, sin retorno. Por ende, tampoco en la reserva de experiencias
comunes de la sociedad argentina había disponibles estrategias adecuadas para hacer frente
a tal .
En un período de desorganización personal y social para implementar cualquier arreglo o
práctica estratégica, es precisa una redefinición del mundo exterior- a fin de poder establecer
una nueva manera de relacionarse con él. Al redefinirlo, se lo normaliza, se restablece alguna
certidumbre y, por ende, una posibilidad de control sobre él.
Las urgencias prácticas los impulsan a la redefinición. Los nuevos pobres implementan
recursos adaptativos a partir del capital cultural y social acumulado en el pasado.
Al empobrecerse, el escenario cambia completamente; la situación exige una modificación
radical de toda estrategia social, permutando la búsqueda de la movilidad ascendente por la
amortiguación de los efectos de la caída. Y, al cambiar la estrategia, el valor del capita! social
y el capital cultura! acumulado también será puesto en cuestión.
¿Qué sucede con el capital social? Imaginemos un profesional en búsqueda de progreso
laboral. Un capital interesante en tal situación incluiría un importante número de colegas. Si
el profesional en cuestión se empobrece y busca adoptar una estrategia de amortiguación,
ese capital acumulado no tendrá el mismo valor. Cuando se trata de cubrir necesidades
insatisfechas, es más útil una diversidad de perfiles profesionales, sinónimo de una amplia
gama de eventuales prestaciones. El capital social acumulado para una. determinada
estrategia no puede ser fácilmente reconvertido para una estrategia distinta.
Durante el empobrecimiento, no sólo hay una reducción del capital económico sino que
también el capital social anterior entra en una fase de suspenso. Todo capital social es
entonces potencial, es decir, sugiere la posibilidad pero de ningún modo la certeza de obtener
beneficios de la red de conocidos. En cada caso se debe realizar una operación de
valorización para que una relación determinada se transforme en capital social efectivo. Los
nuevos pobres deben intentar reconvertir relaciones de parentesco, amistad, vecinazgo,
colegas de trabajo, lazos establecidos en un pasado, con otras condiciones y otros objetivos
en eventuales prestadores de bienes o servicios en condiciones ventajosas.
En lo que respecta al "capital cultural", tal concepto da cuenta de una serie de ventajas que
los nuevos pobres obtienen en instituciones públicas como escuelas, hospitales u obras
sociales; particularmente evidentes cuando se compara en una misma institución su
desempeño con el de los pobres estructurales. El capital cultural existe bajo tres formas, de
las cuales nos interesa una: como estado incorporado "es decir, bajo la forma de
disposiciones durables del organismo", en la que "disposiciones" hace referencia a "actitudes,
inclinaciones a percibir, sentir, hacer y pensar interiorizadas por los individuos a partir de sus
condiciones objetivas de existencia y que funcionan entonces como principios inconscientes
de acción, de percepción y de reflexión".
Los lugares de valorización del capital cultural son las instituciones públicas. Los
empobrecidos tratan de obtener ciertos bienes y beneficios adicionales, de sortear barreras
burocráticas y, cuando la situación se les vuelve intolerable, intentan dirigir sus quejas
personalmente hacia niveles administrativos elevados. La mayoría de las negociaciones son
de carácter conflictivo. Al igual que lo que sucede con el capital social, ningún atributo es
capital cultural ni deja de serlo antes de probar su suerte. No hay atributos de eficacia
probada.
En suma, un elemento no puede ser definido como capital social o capital cultural a priori.;
sólo podrá ser considerado como tal por sus efectos, por haber permitido obtener beneficios
de algún tipo. La nueva pobreza pone en evidencia la incertidumbre sobre el valor de los
eventuales recursos, cuya utilidad y, por ende, su definición como capital, no se verificará
hasta la realización de una operación de valorización determinada.
A los nuevos pobres no se les escapa lo que sucede con sus antiguos capitales, hecho que
refuerza la necesidad de redefinición.
En una etapa de desorganización social, toda definición del mundo, aun cuando sea muy
general, adquiere un fuerte poder orientador. Se trata de inferencias generales, una primera
definición de la realidad que ayuda a delinear un campo de acción, un contexto donde
desarrollar las experiencias de ensayo y error necesarias para transformar atributos en
capitales. En resumen, los nuevos pobres no pueden evitar la incertidumbre sobre el calor del
capital cultural y social que poseen. Cada redefinición del mundo es al mismo tiempo un nuevo
contexto de valorización de los capitales, implicando alguna hipótesis sobre qué elementos,
en ese mundo, constituyen ahora capital y cuáles no.

La construcción de la tipología
La tipología que presentamos a continuación da cuenta, justamente, de la relación entre
definición de la situación y elaboración de prácticas estratégicas. Al ir buscando factores
explicativos de las diferencias y similitudes, vemos que en el interior de cada tipo se delineaba
una redefinición del mundo semejante.

- “Meritocáticos”: el esfuerzo identitario


El quiebre de una sociedad meritocrática es una de las claves de lectura más difundida de la
crisis de la clase media. Hay un grupo de empobrecidos en el que tal ruptura adquiere una
importancia capital. El núcleo de la experiencia es el fracaso de una estrategia de ascenso
social a la que habían dedicado todos sus esfuerzos. Viven en el abismo creado por los
sacrificios realizados -noción central en este tipo- y lo escaso que han obtenido a cambio.
Sus orígenes son obreros o medios-bajos, accedieron a la educación superior en los años 60
o realizaron una carrera en una empresa y fueron paulatinamente mejorando su posición
hasta que comenzaron a caer.
Pueden ser considerados como la encarnación del fracaso del ideal de la clase media
argentina, que prometía un progreso individual conjunto. Ellos no dudaban de que el medio
para progresar era, indiscutiblemente, el estudio y el trabajo duro. Sin carecer de fallas e
injusticias, la Argentina era un país meritocrático. Pero una vez que ya habían realizado sus
opciones y el camino estaba trazado, se dan cuenta de que las reglas del juego cambiaron:
de una meritocracia imperfecta se pasó a la entronización del favoritismo, el oportunismo y la
corrupción. Sólo triunfan los que usan los medios acordes a las nuevas reglas de juego
(corrupción, "palanca", acomodo, etc.). Los “meritocráticos” confían en que no se han
equivocado ni tampoco les queda hoy otra opción, pues cambiar sería ganar el otro campo;
su orgullo es el de no haberse apartado nunca del camino correcto.
Sin embargo, tanto han adherido a una visión individualista del ascenso social que, cuando
éste fracasa, inevitablemente se interrogan sobre la parte de responsabilidad personal.
El fin de la meritocracia va moldeando un mundo nuevo. Al desaparecer un sistema equitativo
de adjudicación de premios y castigos, el desempeño de los roles sociales queda librado a la
mera búsqueda de beneficio personal en perjuicio del interés general. Observan un desajuste
generalizado entre las expectativas normales de los roles sociales y su desempeño efectivo.
Al producirse un desfase generalizado entre sus expectativas y el desempeño efectivo de los
roles sociales, el mundo exterior se vuelve caótico, tanto las instituciones públicas como las
privadas. Sólo en la esfera doméstica reina el orden y el control.
La identidad perdida persiste como en ningún otro tipo. El grupo de pertenencia pasado del
que hoy están prácticamente excluidos sigue siendo el grupo de referencia. En la crisis, los
meritocráticos pugnan por permanecer a través del rechazo de aquellas acciones
consideradas contrarias a las normas grupales, cuya realización sería la confirmación de que
la temida expulsión ha tenido lugar.
En general se ha estudiado el capital cultural ligado a la elección de prácticas y consumos,
en tanto "gusto". Éste es el reverso de la medalla, cuando la situación no permite realizar
"elecciones positivas" y actúa como principio de "elección negativa", como disgusto. Prefieren
la nada antes que aceptar un bien o un servicio que no se corresponda con sus parámetros
de exigencia. Respecto del capital social, si éste es potencialmente importante -pues
provienen de posiciones más o menos privilegiadas-, pocas veces realizan las operaciones
necesarias para transformarlo en recursos. Evidenciar el estado de necesidad y pedir ayuda
está excluido de las normas de sus grupos de referencia; la vergüenza que les acarrearía
sería también un decreto de expulsión.
El control de la situación pasa por el refuerzo identitario. Se trata de una identidad que, en
realidad, se ha reconstruido durante la caída, pero a la que se le atribuye un pasado de vieja
data, clave de su eficacia simbólica presente. Tal identidad obstaculiza el despliegue de
estrategias, impide flexibilizar necesidades o implementar recursos. La. inmovilidad parece
ser el precio que pagan para conservar lo más preciado que aún se mantiene en pie y que
los meritocráticos se niegan a dejar caer: la identidad social.

- “Solidarios”: el refuerzo rupal


La pauperización se experimenta y se intenta controlar en tanto miembro de una categoría
colectiva. Son individuos con una inserción de larga data en un mismo grupo de pertenencia,
lo que les ha permitido una elaboración colectiva de la experiencia de caída. El caso
paradigmático son los empleados públicos que, además de la depreciación salarial, sufren la
amenaza de desempleo por la reducción del Estado y la estigmatización del trabajador
público.
La oposición entre "nosotros" y "ellos" es una poderosa organizadora de su realidad. Ellos
son responsables -la noción de responsabilidad es central-, cumplen una función social; al
atacarlos se está perjudicando los servicios que prestan a la comunidad. En oposición a la
responsabilidad que los caracteriza, la Argentina se ha degradado por la creciente
desresponsabilización del Estado en salud, educación, seguridad, entre otras.
Los solidarios critican a los políticos actuales, pero no a la político en general. El discurso
político es heterogéneo. Combinan elementos considerados habitualmente "progresistas",
referidos a los derechos del trabajador y del ciudadano, con una distinción entre pobres
"meritorios" y "no meritorios", ligados a la centralidad de la noción de responsabilidad. Hay
una clara presencia de la cultura política peronista. En la organización ideal de familia, trabajo
y sociedad se percibe una referencia a la "comunidad organizada".
El futuro les preocupa mucho. Un mundo sin regulación estatal no será un mercado
equilibrado.
Confían en el valor del propio capital cultural, no tanto basados en la posesión de un saber
específico sino de un saber "cívico": conocen sus derechos, están dispuestos a quejarse, a
"no dejarse pisar". Son los que se sienten más cómodos para establecer conflictos o
relaciones de complicidad en el interior de las instituciones públicas, seguramente por ser
muchos de ellos estatales.
Los solidarios transforman todas las relaciones del grupo en recursos. Aunque
potencialmente su capital social no es muy diversificado ni muy alto, realizan un uso intensivo
de recursos bien delimitados. Al mismo tiempo, las normas grupales imponen ciertas
restricciones a la autonomía personal. En particular, la noción de responsabilidad y una fuerte
condena del individualismo los disuade de poner en práctica algunas estrategias de
búsquedas de recursos.
El control de la situación pasa por el refuerzo grupal. El grupo permite realizar la construcción
de sentido de la situación, la reinscripción de la experiencia individual en una categoría
colectiva y también brinda la mayor parte de los recursos alternativos. EL grupo se transforma
en una mediación -a la vez simbólica y real- entre la esfera privada y el mundo exterior.

- “Luchadores”: la reducción temporal


El rasgo más evidente del mundo en el que viven es que cada uno debe arreglárselas como
puede, sin contar con la ayuda de nadie. Más allá del núcleo familiar, no hay ninguna instancia
a la que recurrir. Para sobrevivir, se lucha -noción central en este tipo- completamente solo.
El empobrecimiento es para este tipo una situación que se debe sobrellevar de forma
individual, sin contar con el apoyo de nadie, pero al mismo tiempo sin ninguna restricción a la
acción individual impuesta por reglas externas.
El caso paradigmático son los cuentapropistas. La visión del empobrecimiento está centrada
en lo económico: antes había más dinero, ahora hay menos, por lo cual su situación ha
empeorado.
La lucha por la sobrevivencia absorbe todas las energías. Sus obligaciones en tanto jefes de
hogar y padres es asegurar la subsistencia cotidiana, prefieren no planificar el futuro y olvidar
lo que no es urgente. La manera específica de que ese mundo sea controlable es reduciendo
sus límites temporales.
El desinteres por el otro alcanza a todos los roles sociales. No es la imagen de una guerra
abierta de todos contra todos, sino más bien de una sociedad donde los lazos sociales se han
relajado al máximo, atomizándose al extremo la gestión de lo cotidiano.
La crítica hacia lo político en general y los políticos en particular es importante, aunque un
poco atenuada por la referencia a la culpabilización colectiva.
En rigor, su visión de la sociedad se conformaría por dos vertientes. En la base está la
creencia mítica en la sociedad de argentinos egoístas e individualistas que impiden todo
proyecto de nación. Éste parece haber sido el punto de anclaje para un discurso neoliberal
posterior, visible en la reducción de la sociedad al mercado. En efecto, lo que en el primero
son argentinos movidos sólo por su egoísmo consuetudinario, en el segundo son actores
guiados por su interés racional. En los últimos años se produjo una legitimación "desde lo
alto" de esa visión de la sociedad. Todo sucede como si la hegemonía neoliberal
poshiperinflacionaria hubiera llevado a normalizar lo que hasta entonces aparecía como una
anomalía de larga data.
El desinterés generalizado por el prójimo los lleva a descreer de la eventual eficacia del propio
capital cultural: en un mundo semejante, no tiene sentido ir. a quejarse o intentar negociar,
porque "nadie te escucha". Algo similar sucede con el capital social. Hay una escasa
utilización de redes sociales, a excepción de la familia cercana. Aun en los casos en que
posean un capital social potencial de importancia, donde prima el egoísmo social nadie te
brindará su ayuda. La única ventaja de la atomización social es la falta de restricciones para
las estrategias individualistas. Experimentan un alto grado de autonomía para la flexibilización
de necesidades y de obtención de recursos, pero siempre restringido a estrategias
individuales.
Desbordados por lo cotidiano y sin ninguna ayuda para hacer frente a innumerables
necesidades, la manera específica de que ese mundo sea controlable es la reducción
temporal, es decir, concentrarse en el día a día, intentando suprimir toda planificación futura.
-"Encapsulados": la reducción espacial
Para este tipo la inseguridad está omnipresente, el hogar es la única fortaleza frente a un
mundo exterior peligroso. Son los nuevos pobres que provienen de orígenes más bajos, poco
provistos de capital social y cultural. El caso emblemático son ex pobres estructurales que en
el pasado pudieron escapar de la miseria y que por motivo de la crisis vuelven a caer en ella.
La experiencia generalizada es la de una trayectoria ascendente interrumpida por un cambio
de la situación global. La coacción exterior está muy presente, más que en todos los otros
tipos, quizá porque el escaso capital social y cultural de base dificulta particularmente la
creación de recursos. Como los luchadores, limitan su mundo para intentar restablecer e!
control. Pero si para éstos el recorte es básicamente temporal (concentrarse en el corto
plazo), para los encapsulados es espacial (retraerse a los límites del hogar). Esto hace que,
a diferencia del tipo anterior, haya una fuerte dedicación a todo lo que concierne al futuro de
sus hijos.
Fatalismo, peligro y encierro se retroalimentan: cuanto menos ese mundo es controlable, más
se vuelve temible; más peligroso es, más recomendable es el encapsulamiento que, a su vez,
acrecienta el distanciamiento y el desconocimiento del mundo exterior. Se declaran
totalmente desinteresados y ajenos a la política.
También es habitual un deslizamiento entre inseguridad urbana e inseguridad económica.
El peligro regula la relación con el mundo exterior. Se trata de evitar las salidas no
imprescindibles y el trabajo fuera del hogar. Nuevos pobres de orígenes sociales más
modestos, poseen un escaso capital cultural y no se consideran aptos para usarlo ni para
entablar ningún tipo de negociaciones. Tienen poco capital social de base y una baja
integración barrial, máxime que, al restringir sus movimientos, ni siquiera pueden transformar
en capital alguna de sus escasas relaciones. Muy limitados en la búsqueda de nuevos
recursos, el único camino que les queda es la disminución de necesidades. Contando con
escasos recursos y poca posibilidad de maniobra, restringiendo al máximo sus necesidades,
intentan manejar la situación mediante la reducción espacial, encapsulándose en los límites
del hogar, único espacio que queda bajo su control.

- “Conversos”: el cambio de valores


Se trata de nuevos pobres que vivieron caídas muy traumáticas. Esto los condujo a un
"cambio de valores", noción central en este grupo. Habrían dejado de valorar lo material para
priorizar la unidad familiar, el bienestar afectivo y el progreso espiritual. No adoptan un
antimaterialismo militante, más aún, a veces añoran el bienestar material; la transformación
ha sido el resultado de un trabajo consciente para atenuar los perjuicios de la crisis. Se han
"convertido" gracias a la terapia psicológica -los de orígenes más elevados- y gracias a la
religión -los más humildes-. Los convertidos consideran que ellos han elaborado una nueva
grilla a través de la cual ven y actúan de manera distinta en ese mundo.
Hay una mayor aceptación de la situación que en los otros tipos. Son los únicos que pueden
reinscribir las limitaciones materiales en opciones acordes a los nuevos valores. No dudan de
que el sentido de la trayectoria social ha cambiado para siempre. Éstos moldean también su
relación con ,el mundo exterior. No se trata de un lugar peligroso, tan sólo se debe ser
precavido. La visión de la política está mediada por tal tamiz: la crítica es menos virulenta
que en otros grupos; como si hubieran sido engañados también, pero pudieron perdonar.
No utilizan mucho su capital cultural en negociaciones y tratan de evitar todo conflicto. Se
reconstituye un pequeño grupo, bien delimitado, que los provee de recursos intensivos. El
nivel de autonomía es bajo, pues está delimitado por los nuevos valores que llevan a la
aceptación de la situación, por lo cual imponen límites a la búsqueda de recursos, aunque no
a la disminución de necesidades.
La situación se domina mediante el cambio de calores. Hay una mayor aceptación de la
situación que en los otros tipos porque pueden reinscribir las supresiones materiales en tanto
opciones acordes a los nuevos calores. El nuevo grupo de pertenencia, a su vez, provee
recursos y refuerza el cambio valorativo aunque, sin embargo, impone límites a la autonomía
individual.

-"Pragmáticos": la disposición estratégica


Es un tipo diferente de los demás, dado que no ha experimentado personalmente el quiebre
de una trayectoria social sino que la ruptura es de índole intergeneracional. Son jóvenes de
algo más de treinta años que entran en la vida adulta en pleno proceso de pauperización; vivir
en un mundo semejante es casi natural. Poseen una formación universitaria o terciaria
(maestros). Su infancia ha transcurrido durante el gobierno militar, tenían alrededor de veinte
años durante la reinstauración democrática y su adultez coincidió con el fracaso del Plan
Austral, la hiperinflación y el Plan de Convertibilidad de Carlos S. Menem.
La distancia entre expectativas y logros es menor que en los otros tipos. No sólo porque la
juventud los dispensa de este tipo de evaluaciones sino que el concepto mismo de objetivos
y expectativas se define como flexible y adaptable a las circunstancias.
Prima una actitud pragmática que, sin embargo, no lleva a un individualismo a ultranza. Así,
por ejemplo, el interés por lo político es muy marcado.
A simple vista, enarbolarían el discurso más "progresista" en términos clásicos. Sin embargo,
hay un factor sorprendente. Si lo político influye hasta en la vida cotidiana, por el contrario, el
individuo no tendría -a excepción del voto- posibilidad de influir en lo político.
Aun desprovistos de todo poder, no es un mundo peligroso. Están abiertos a distintos tipos
de bienes y servicios, de origen público y privado. Pueden ser pesimistas o escépticos a nivel
global, pero más optimistas o esperanzados respecto de su futuro personal.
El pragmatismo los ha llevado a desarrollar recursos. Son los que más provecho obtienen de
un capital social potencial. Sus redes les permiten una mejor gestión de lo cotidiano. No se
trata de un grupo de pertenencia o de referencia, son sólo recursos a partir de relaciones de
distinto tipo. El capital cultural está en consonancia. No les impone límites con relación a
parámetros de calidad o de otro género. No enarbolan tampoco un discurso militante de la
solidaridad, ni se sienten obligados a justificar sus acciones. Posiblemente se deba a que la
situación está bastante naturalizada, con relación a otros tipos. El grado de autonomía para
el despliegue de todo tipo de acciones estratégicas es muy alto.
La situación se mantiene bajo control mediante una actitud pragmática que permite actuar
constantemente sobre recursos y necesidades, intentar distintas oportunidades, sin
prescripciones normativas y con una valoración positiva de tales acciones.

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