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Durante mucho tiempo se sostuvo que Lucas fue uno de los compañeros de viaje
de Pablo, ya que en libro de los Hechos hay varios pasajes donde se narran las
vicisitudes del viaje en primera persona (Hch 16,10-17; 20,5―21,18; 27,1―28,16),
pero las investigaciones han determinado que el autor de los Hechos no conoció
personalmente a Pablo. Hoy los estudiosos piensan que Lucas escribió su obra
valiéndose de diversas fuentes que tenía a su alcance, entre las cuales estaría el
diario de algún acompañante de Pablo; a ese diario pertenecerían los relatos en
primera persona.
Fácilmente se puede constatar que el autor del tercer evangelio tenía talento de
escritor. San Jerónimo [†420] en su carta 20 al Papa Dámaso escribió que «entre
todos los evangelistas, Lucas fue el que más conocía la lengua griega...» , lo cual
le permitía jugar con diferentes estilos de griego, desde el clásico neo-ático, que
era el más puro (cf Hch 17: discurso de Pablo en el areópago de Atenas), hasta el
griego de sabor más semita imitado de la versión de los Setenta (cf Lc 1). Se
percibe además que fue un hombre culto, buen conocedor de la cultura helenística
pero también versado en las Escrituras, pues hace numerosas referencias al texto
griego de los Setenta. También hay que reconocerle sus buenas dotes de
narrador. Él mismo se considera un historiador muy objetivo, teniendo en cuenta
que el concepto de historia de ese tiempo y el actual difieren radicalmente (cf Lc
1,1-4).
San Lucas escribió su obra en dos volúmenes: el evangelio (que leemos este año
C) y los Hechos de los Apóstoles. La obra de Lucas se habría publicado entre los
años 80 y 90 d.C. Es el único de los evangelistas que diseñó su obra en dos
partes. En los Hechos, Lucas continúa la narración iniciada en el evangelio, con un
esbozo del nacimiento y los comienzos de la Iglesia, dándonos un valioso
testimonio sobre la importancia de la tradición apostólica a finales del siglo I y
sobre su propia postura dentro de la tradición paulina que estaba en plena
expansión. De hecho, la segunda mitad de los Hechos de los Apóstoles está
dedicada a la figura del apóstol Pablo. Lucas es heredero de las tradiciones
relativas a Pablo, apóstol de los gentiles y los Hechos dan testimonio de cómo
utilizó esa herencia.
Desde el primer capítulo del evangelio, Lucas informa al lector sobre la identidad
de Jesús mediante las intervenciones celestiales que revelan quién es Él: «Él será
grande, será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará sobre la descendencia de Jacob por siempre y su reino no tendrá
fin» (Lc 1,32-33); «el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios» (1,35). A estas
palabras del ángel Gabriel a María responden como un eco las del ángel del Señor que se
dirige a los pastores: «Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el
Mesías, el Señor» (2,10-11).
Jesús también aparece como figura profética. Su nacimiento es narrado de forma muy
similar al nacimiento de Samuel, primer profeta de la Biblia: Jesús es concebido como
consecuencia de una intervención divina y luego es presentado en el templo (Lc 2,22),
según lo prescribía la ley de Moisés. Samuel es llevado ante el sacerdote Elí en el
santuario de Silo para ser consagrado al Señor haciendo un sacrificio (1 Sam 1,24). Lo
mismo que Samuel, Jesús va creciendo en estatura y sabiduría (1 Sam 2,26 y Lc 2,40).