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Dios, manantial de Amor

Entramos al mes de septiembre, en que se celebra desde hace varios


años el «día del amor y la amistad», con una connotación
predominantemente comercial. Considero oportuno reflexionar sobre el
amor de Dios, pues Él es la fuente del amor verdadero. Dios es Padre,
Hijo y Espíritu Santo y entre las tres divinas personas fluye un misterioso
torrente de amor, hay una comunicación de amor incesante. San Juan
dice en su primera carta que Dios es amor; no es un «solterón»
amargado y solitario, sino una Comunidad en constante donación y
diálogo, que se desborda también hacia nosotros y desea desde siempre
hacernos felices.

El amor de Dios se manifiesta primero en la creación. Cada ser de la


naturaleza es una expresión de su amor: amor hecho cielo, estrellas,
naturaleza, etc. El Génesis, al hablar de la obra creadora de Dios dice:
«y vio Dios que era bueno»; sin embargo, esa bondad de la creación la
estropeamos con nuestro pecado. De todas las creaturas, la que mejor
refleja a Dios en este mundo es el ser humano, hombre y mujer: ambos
son la manifestación más grande del amor y del poder de Dios. El
hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, para que entrara en
relación con Él y viviera según el modelo de Dios uno y trino. El ser
humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y
que lo sostiene.

En la Biblia hay páginas bellísimas que hablan del amor de Dios. Sobre
todo, los profetas usan imágenes muy expresivas para describir el amor
de Dios por su pueblo: el águila que cubre a los polluelos bajo sus alas,
la madre que no se olvida del hijo de sus entrañas, el padre que ama
tiernamente a su hijo y lo atrae con lazos de amor y de bondad, el
esposo fiel que ama entrañablemente a su esposa, el viñador que cuida
con amor de su viña, etc. No obstante, la respuesta de Israel fue de
permanente infidelidad, desconocimiento y rechazo del amor de Dios
para correr detrás de falsos dioses.

Hoy también nos sucede como al pueblo de Israel. No conocemos


plenamente a Dios y tenemos ideas equivocadas de Él que debemos
purificar: algunos se imaginan a Dios como un juez inclemente que
castiga y a quien hay que aplacar con sacrificios y penitencias, como
una energía impersonal e indeterminada que ha organizado el universo o
el genio de lámpara de Aladino a quien queremos manipular y poner de
nuestro lado, como una droguería adonde acudimos cuando estamos
enfermos o como alguien poderoso que suscita admiración y miedo, etc.
Jesucristo, Dios hecho hombre, es quien mejor nos manifestó el
verdadero rostro de Dios, y nos enseñó con su palabra y su testimonio
de vida que Dios es Padre y familia de amor y quiere relacionarse con
nosotros, que Él nos amó primero y gratuitamente y nos dio a su Hijo
Jesucristo como la mayor prueba de su amor, enviándolo para salvarnos
del pecado y hacernos sus hijos adoptivos. En la cruz Jesús nos mostró
hasta dónde es capaz de llegar Dios por amor a nosotros, hasta dar la
vida. Es en el amor de Dios donde encuentra su raíz y su esencia el
amor humano en todas sus manifestaciones. El ser humano responde al
amor de Dios amando a los demás como hermanos. Esa es la señal que
distingue al verdadero creyente, al discípulo de Cristo. Todo lo que
hagamos por un ser humano, lo hacemos al mismo Jesucristo, que se
identificó para siempre con el prójimo. Conviene entonces que
purifiquemos constantemente nuestra idea de Dios para ajustarla a la
imagen revelada en Jesucristo. Sólo podremos conocer quién es Dios en
la medida en que lo busquemos, nos interesemos por Él y cultivemos
una relación existencial con él.

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